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Una magnífica obsesión: Como vivir en la plenitud de Dios
Una magnífica obsesión: Como vivir en la plenitud de Dios
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Una magnífica obsesión: Como vivir en la plenitud de Dios

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About this ebook

Quiero conocer a Dios como Abraham lo conoció… como su amigo. Como a un amigo. ¿Está usted perdiéndose algo vital? ¿Algo que es esencial para vivir una vida gozosa, llena de propósito? ¿Está dedicado a su iglesia o su religión, pero a pesar de todo lucha para hallar un significado y una pasión real en su fe? ¿Ama usted a su familia, trabaja duro, contribuye a la comunidad, pero aun así siente que su vida de alguna manera está incompleta y vacía hasta el tuétano? ¿Siente una intranquilidad en su espíritu, un hostigante sentido de que debe haber algo más? La internacionalmente aclamada maestra bíblica Anne Graham Lotz, hija del evangelista Billy Graham, ha conocido esta lucha por sí misma. Al estudiar las Escrituras buscando un escape del vacío, halló la respuesta en la biografía de Abraham, un hombre muy ordinario que llegó a ser extraordinario por una razón crucial: se esforzó por conocer a Dios a través de una experiencia auténtica forjada en el yunque de su vida diaria. A pesar de sus frecuentes errores y numerosas debilidades, Abraham llegó a ser un hombre al que Dios llamó su amigo. Anne adoptó la meta de la vida de Abraham como propia y comenzó una búsqueda de toda una vida para conocer a Dios como en verdad es por medio de una relación intensamente personal. En La gran obsesión habla de cómo esa búsqueda ahora enriquece su vida y fortalece su fe a cada momento que pasa. Más importante todavía, mediante sus inolvidables narraciones de enseñanza y sus nociones enfocadas en Dios, habla de cómo usted también puede conocer a Dios como Abraham lo conoció —y ser conocido por él— como su amigo íntimo.
LanguageEspañol
PublisherZondervan
Release dateJun 25, 2013
ISBN9780829778953
Una magnífica obsesión: Como vivir en la plenitud de Dios
Author

Anne Graham Lotz

Anne Graham Lotz, hija de Billy y Ruth Graham, es la presidenta y directora ejecutiva de AnGel Ministries, una organización sin fines de lucro que apoya sus esfuerzos por llevar a las personas a una relación con Dios por medio de su Palabra. Inauguró su ministerio de avivamiento en el año 2000 y ya ha hablado en los siete continentes y en veinte países extranjeros, proclamando la Palabra de Dios en estadios, iglesias, seminarios y prisiones. También es la galardonada autora de trece libros, entre ellos Magnífica obsesión.

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    Excelente libro para reconocer aún más el Amor del Padre.

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Una magnífica obsesión - Anne Graham Lotz

UNO

DEJA TODO

Génesis 12:1—13:4

La Biblia no explica con exactitud por qué Abraham deseaba conocer a Dios. Tal vez el deseo comenzó cuando fue testigo del milagro de un nacimiento humano y se maravilló: Este bebé es tan perfecto y maravilloso que tiene que haber un Creador en alguna parte. O cuando Abraham observó el vuelo migratorio de las aves, el amanecer del sol cada mañana y la puesta del sol en la noche, y pensó: Estas cosas deben ser más que una casualidad o una coincidencia. ¿O sería cuando hizo un trato comercial y se negó a estafar aunque podría haberse beneficiado personalmente si lo hubiera hecho? Al marcharse sacudiendo la cabeza, se habrá preguntado: ¿Por qué no puedo engañar y sentirme bien? ¿Cómo sabía que tal cosa estaba mal, aun cuando me hubiera beneficiado? ¿Abandonó la idolatría, sintiéndose vacío e insatisfecho con su religión, teniendo el espíritu inquieto, cada vez más convencido de que los ídolos solo servían para adorar objetos de madera y piedra, creados por los hombres?

Aunque desconozco los detalles más atrayentes que estimularon a Abraham a lanzarse a la aventura de conocer a Dios, está claro que algo debió conmoverlo. La pequeña llama de su conciencia debió encenderse, su espíritu debió procurar acercarse al único Dios vivo y verdadero, porque Dios se asomó desde el cielo e invadió la vida de Abraham.¹ Abraham no fue una elección al azar producto de un capricho divino. Dios lo eligió con todo cuidado. ¿Por qué? ¿Por qué de todas las personas sobre la faz del planeta, Dios se asomó desde el cielo y llamó a Abraham para que lo siguiera viviendo una vida de fe? ¿Fue solo porque sí? ¿Fue porque Dios amaba a Abraham? ¿Fue porque Dios supo que Abraham, en lo más hondo de su ser, anhelaba conocerlo «en espíritu y en verdad»?²

Fue esta última idea la que atrapó mis pensamientos e hizo resonar mi corazón. Porque en lo más hondo de mi ser, en lo más recóndito de mi alma, yo también anhelaba conocer a Dios en espíritu y en verdad.

Sin embargo, ¿cómo hace una persona hoy en día para conocer a Dios? ¿Cómo comienza a conocerlo? La persona…

 ¿va a la iglesia cada vez que abre sus puertas?

  ¿hace más buenas obras que malas?

   ¿medita en un monasterio o se recluye en un lejano pueblo en las montañas?

    ¿camina descalzo sobre brasas ardiendo?

     ¿se postra para orar cinco veces al día?

      ¿repite frases melodiosas al unísono con otras personas?

¿Qué tiene que hacer una persona para dar el primer paso en dirección a Dios?

En mi caso, el proceso comenzó con un pequeño deseo en mi corazón, un pequeño pensamiento en mi mente, un pequeño brillo en mis ojos, una pequeña mudanza de espíritu al observar el ejemplo de una persona que buscó a Dios. Nada extraordinariamente grande y llamativo.

¿Quieres conocer a Dios al igual que Abraham? ¿Podría este patriarca servirnos de ejemplo? ¿Sientes palpitar en tu corazón, mente, ojos y espíritu esta magnífica obsesión por el simple hecho de que has decidido leer este libro? Tus observaciones del mundo creado en el que vives o tu propia conciencia tal vez han avivado la chispa pequeña del deseo y la han convertido en una llama.³ No obstante, lo que sí sé es que si tú y yo alguna vez conocemos verdaderamente a Dios, no será por accidente, sino porque lo buscamos con intención, concentración y de forma deliberada. Esto sucederá cuando, como Abraham, abandonemos todas las demás metas y prioridades, cuando tomemos la decisión de conocer a Dios y él se convierta en nuestra magnífica obsesión.

DEJA ATRÁS TODO LO CONOCIDO

¿Quién fue Abraham? Al investigar su vida, descubrí que era hijo de Téraj, un hombre rico que vivía en Ur, una ciudad de Mesopotamia, un centro internacional de la cultura y el comercio. Téraj era también idólatra, lo que me lleva a preguntarme cuál habrá sido el factor que promovió la fe por la que Abraham ha sido tan conocido durante más de cuatro mil años. Como era su hogar, él debió sentirse a gusto en Ur, ya que le resultaba un territorio conocido. Representaba la tierra de su padre, la ciudad donde se crió, los valores que regían su vida, la cultura en que se formó, las actitudes que había adoptado y la religión que profesaba.

Ur no solo era lo conocido para Abraham, Ur significaba un hábito cultural. Hasta donde yo sé, él nunca había conocido otra cosa. Sin embargo, cuando Dios lo llamó para que dejara ese lugar conocido, Abraham obedeció sin pestañear y emprendió su marcha en un viaje que duraría toda la vida.

La voluntad de Abraham de dejarlo todo me cautivó, desafío y convenció. ¿Estaría dispuesta a hacer lo mismo? ¿Podría llegar a conocer en realidad a Dios si no tomaba la decisión de dejarlo todo? ¿Y si me aferraba a algunas cosas, cosas pequeñas, cosas ocultas, cosas del pasado, a cualquier cosa?

Lo que Abraham hizo en el Antiguo Testamento, lo hizo en el Nuevo Testamento el apóstol Pedro. En respuesta a la invitación de Jesús, Pedro dejó la barca, posó sus pies sobre la superficie del tormentoso mar, y caminó sobre el agua hacia Jesús. Así como Pedro caminó por la fe, también nosotros debemos hacerlo.

Al comenzar juntos este viaje de fe, quisiera preguntarte:

¿Cuál es el territorio conocido en tu vida?

¿Qué valores rigen tu existencia?

¿En qué cultura se formó tu manera de pensar?

¿Qué actitudes han sido moldeadas por tu entorno social, educativo o político?

¿Qué experiencia religiosa conformó tu concepto de Dios?

Mi tierra natural es el sureste de los Estados Unidos de América, una región de magnolias y el imperio de las carreras automovilísticas NASCAR, donde los pobladores se conocen por el nombre. Me encanta la belleza de Carolina del Norte, mi estado natal. Me encanta la auténtica amistad de la gente que me rodea. Me encanta el ambiente hogareño que todavía se siente incluso en las grandes ciudades. Me encantan las reuniones para comer lechón a las brasas, camarones, maíz Silver Queen y helado casero. Me encanta el pollo frito, el pescado frito, los buñuelos fritos y los tomates verdes fritos… en realidad, todas las cosas fritas.

Sin embargo, mi territorio familiar es también la tierra del cristianismo cultural. Es el centro del Cinturón Bíblico, la región donde existe una iglesia en cada vecindario y a veces una capilla en cada esquina. Es una tierra donde muchos creen que son cristianos porque nacieron así, fueron a la iglesia durante toda su vida, se bautizaron en un río cuando tenían doce años, asistieron a los campamentos de jóvenes organizados por la iglesia e incluso han participado en algún viaje misionero. Pueden recitar versículos de la Biblia, se aprendieron el Credo de los Apóstoles, se saben de memoria dos estrofas y a veces hasta tres de la mayoría de los himnos, y lloran cuando los visita un predicador y predica un sermón de avivamiento.

Estos son algunos de los componentes familiares de mi tierra natal, mi contexto, mi «terruño». Me encanta vivir aquí y me resulta muy difícil dejar este lugar. Es difícil despojarme de la tranquilidad de saber que soy cristiana porque, al fin de cuentas, esa es mi cultura. Soy miembro de una iglesia, vengo del sur.

Con seguridad Abraham, después de vivir prácticamente toda su vida en Ur, debió sentir su tierra y su cultura con tanta intensidad como yo siento la mía. Por eso puedo imaginarme el impacto que el mandato de Dios debió producir en su vida. «Deja tu tierra», fueron las palabras exactas que Dios declaró desde el cielo y derramó sobre la vida de Abraham (12:1)¹ Cómo debieron las mismas reverberar a través del corazón y la mente de Abraham, produciendo un impacto en sus actitudes, valores, percepciones, cultura y religión hasta que todo su mundo tembló con ese mandato personal: «Deja tu tierra». En otras palabras: «Abraham, debes dejar tu vida tranquila y tu territorio conocido».

Un mandato personal

En los primeros tres versículos de Génesis 12, Dios usa diecisiete veces alguna forma de los pronombres personales yo y . No tengo dudas de que Dios le estaba hablando a Abraham de forma personal, ordenándole dejar todo lo que le resultaba familiar.

1 En este libro, todas las referencias bíblicas entre paréntesis se refieren al libro de Génesis.

No obstante, tampoco puedo dejar de preguntarme qué estaría haciendo Abraham cuando Dios lo invitó a embarcarse en esta magnífica obsesión. Tal vez se encontraba cumpliendo un encargo de su esposa, cerrando un trato comercial para su padre, asistiendo al entierro de su hermano, o solo estaba sentado en el patio de su casa, pensando en el significado de la vida.

Sin embargo, luego me di cuenta: Dios se aparece en las cosas comunes y corrientes, en lo cotidiano, ¿no es cierto?

Dios no se presenta solo cuando dividió las aguas del Mar Rojo con un viento fuerte, o en el banquete con la escritura en la pared, o en el Monte Sinaí rodeado de truenos y relámpagos, o en el monte de la transfiguración con una gloria radiante.⁴ Él se muestra en las situaciones diarias, mientras vamos y venimos inmersos en nuestras obligaciones de la rutina cotidiana.

Moisés estaba cuidando a las ovejas en el Monte Horeb. Gedeón se encontraba trillando trigo en un lagar. David se hallaba cuidando el rebaño de su padre. Eliseo estaba arando con doce yuntas de bueyes. Nehemías le servía el vino al rey. Amós estaba cuidando su rebaño y sus higueras. Pedro y Andrés pescaban con sus redes en el mar. Santiago y Juan se encontraban remendando sus redes. Mateo estaba cobrando impuestos. La mujer samaritana sacaba agua de un pozo. Saulo se encontraba en plena «misión comercial».

Todas estas personas se hallaban simplemente ocupadas en su vida diaria cuando Dios se presentó, las interrumpió y le dio la vuelta al mundo de cada una de ellas.

¿Cuándo has sentido que la Palabra de Dios le hablaba a tu vida de una manera personal? ¿Qué estabas haciendo en ese momento? ¿Cómo cambió tu vida?

Recuerdo cuando Dios me habló a través de su Palabra, me llamó a fin de que dejara mi territorio conocido, enseñara una clase bíblica para mujeres en mi ciudad, y comenzara a seguirlo a través de una vida de fe y obediencia. Me encontraba sentada en el asiento delantero de nuestra camioneta junto a mi marido, que conducía desde la ciudad de Nueva York hasta Hyannis en Cape Cod. Sus padres viajaban en el asiento trasero y nuestro tres hijos iban en cualquier lado (esto era en los días en que no era obligatorio el uso de asientos para niños, ni siquiera era forzoso el uso de cinturones de seguridad). En medio de ese caos, mi suegra leía la Biblia en voz alta sin dirigirse a nadie en particular. De pronto, le presté atención a su voz. Luego le pedí que me pasara su Biblia y leí en voz alta los versículos que ella acababa de leer. Mientras los leía, me parecía que los veía brillar con mi nombre escrito en ellos. Nadie más estaba escuchando, pero yo sí: Anne, «conozco tus obras. Mira que delante de ti he dejado abierta una puerta que nadie puede cerrar. Ya sé que tus fuerzas son pocas, pero has obedecido mi palabra y no has renegado de mi nombre».

Durante unas simples vacaciones familiares, Dios se asomó desde el cielo y me llamó para que dejara el territorio conocido del cristianismo cultural, rechazara lo que parecía ser una fe mediocre y me sumergiera en una magnífica obsesión. Decidí obedecer, pero también descubrí que el mandato no se limitaba a eso. Fue necesario separarme de mi familia extendida y hacer algo que ninguna otra mujer de mi familia había hecho. Tenía que estar dispuesta a romper con la tradición familiar.

Hace miles de años, Abraham tuvo el mismo llamado. Dios le ordenó: «Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre» (12:1). Si era difícil dejar su tierra y lo conocido, debió ser todavía más difícil contemplar la perspectiva de alejarse de sus seres queridos.

Y vaya que sí es difícil. Aunque no tuve que dejar físicamente a mi familia, sé por experiencia personal lo difícil que es tener que dejarlos de otras maneras: sicológica, emocional y culturalmente. Cuando comencé con la clase bíblica en mi ciudad, mis padres se opusieron. Aunque mi abuela era una enfermera licenciada, el papel tradicional de las mujeres en mi familia había sido el de ser madres que no trabajaban fuera de su hogar. Mis padres me dieron algunos consejos cariñosos y firmes: apreciaban mi deseo, pero dejaban bien claro que mi papel era quedarme en casa y cumplir con mi función de esposa y madre.

Mi esposo también se resistió a mis intenciones, ya que se daba cuenta de lo cansada que estaba al tener que cuidar a tres niños de los cuales el mayor solo tenía cinco años. No podía entender que quisiera asumir más responsabilidades. También sabía que soy tímida por naturaleza y tengo un complejo de inferioridad. ¿Cómo podría capacitar y discipular a estas líderes, y mucho menos pararme delante de cientos de mujeres a fin de dar una clase semanal de cuarenta y cinco minutos?

Llegado a ese punto de mi viaje, no me percaté de que estaba siendo fiel a mi magnífica obsesión. Lo único que sabía era que deseaba desarrollar todo el potencial que Dios tenía para mí. Quería todo lo que él tuviera para darme y me daba cuenta de que algo estaba faltando. De un modo instintivo percibía que existía una vida auténtica de fe que yo no vivía. Al menos, no la vivía al máximo. Y eso era lo que quería. En aquel momento, me sentí como una mujer que extrañaba al Dios que había conocido de pequeña. Debido a las muchas ocupaciones que implica ser madre, había descuidado a Dios y deseaba que él volviera a ocupar el centro de mi vida.

Fue difícil despojarme de algunas suposiciones tranquilizadoras: Por supuesto que soy cristiana; a fin de cuentas, es mi cultura. Por supuesto que soy miembro de una iglesia; me críe en una de ellas. No obstante, sentía la convicción profunda y tenaz de que si quería en realidad conocer a Dios y vivir todo lo que él tenía reservado para mí, no me quedaba otra opción que salir de mi zona de confort y emprender algo nuevo.

Una promesa radical

Abraham partió de Ur de los caldeos no solo por un desafío expreso y personal de Dios, sino también animado por la promesa radical del Señor de que lo saturaría de bendiciones. En Génesis 12:2-3, Dios promete expresamente cinco veces bendecir a Abraham. Miles de años después, vemos cómo esas promesas se cumplieron:

«Haré de ti una nación grande».

Los judíos y los árabes descienden de Abraham.

«Te bendeciré».

Cuando tenía cien años, Abraham fue padre de Isaac, el hijo que tanto había deseado.

«Haré famoso tu nombre».

No hay otro nombre en la historia de la humanidad más famoso que el nombre Abraham, salvo el nombre de Cristo Jesús.

«Serás una bendición».

Abraham no solo recibió la bendición de Dios, sino que quiso impartírsela a otros… como lo viene haciendo desde hace cuatro mil años.

«Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan».

Dios se identificaba tanto con Abraham que consideraba la forma en que otros lo trataban como un tratamiento dado a él mismo. Dios bendijo a los amigos de Abraham y destruyó a sus enemigos.

«Por medio de ti serán bendecidas todas las familias de la tierra».

A través de los descendientes de Abraham, Dios instituyó un sistema de sacrificios y ceremonias para enseñarle a la gente cómo debía acercársele y reconciliarse con él. Les dio la ley para enseñarles a vivir una vida que no solo fuera buena, sino agradable a Dios. Mantuvo un registro histórico de su interacción con su pueblo, el cual nos revela no solo la gloria de su carácter, sino también el hecho de que él interviene en los detalles de nuestra vida. Envió a los profetas, cuyos escritos nos revelan que Dios domina todo y lleva adelante su plan divino para su pueblo, el que culminará con la venida del Mesías. Y por último, envió al Mesías, su propio Hijo, como un Cordero para el sacrificio a fin de que muriera por los pecados de todo el mundo y abriera las puertas del cielo para los pecadores perdonados. Las bendiciones de Dios se derramaron sobre Abraham de modo que él pudiera ser el canal de bendición de Dios para todo el mundo.

Estas fueron las promesas radicales de Dios de bendecir a Abraham y a muchos otros a través de él. Fueron promesas que se extendieron más allá de la vida de Abraham de una forma que el patriarca no hubiera podido imaginar.

Dios quiere bendecir también la vida de cada uno de nosotros mucho más de lo que podamos imaginarnos si nos entregamos a él y se lo permitimos. Nunca hubiera podido suponer cómo Dios enriquecería mi vida. Sin embargo, cuando pienso en los treinta años transcurridos desde aquel primer grupo de estudio bíblico, me doy cuenta de que mi vida se ha ampliado y enriquecido de una manera increíble.

También es importante entender lo que significa ser «bendecido por Dios». La bendición de Dios no es lo mismo que riqueza, salud, prosperidad y una vida libre de problemas. ¡Lo sé por experiencia propia! Mi hijo ha padecido de cáncer y atravesado por un divorcio espantoso; mis hijas tienen problemas físicos crónicos y dolorosos; mi esposo tiene que lidiar con los efectos a largo plazo de la diabetes del adulto, como la ceguera, los trastornos renales, las neuropatías, la insuficiencia cardíaca y muchos problemas más. Sin embargo, en todo esto, conozco la bendición de la presencia, la paz, el poder, la provisión y el gozo de Dios en mi vida.

¡Sí, creo firmemente que Dios me ha bendecido! Y la principal bendición de mi vida, ante la cual todas las demás palidecen, es que a través de todo he llegado a conocer a Dios. No lo conozco tan bien como desearía o debería, pero lo conozco mucho mejor de lo que lo conocía cuando comencé a observar a Abraham. Lo conozco hoy mucho mejor que en el pasado.

La promesa de Dios para mi vida, así como la promesa que le hizo a Abraham, fue radical. No obstante, se cumplió más abundantemente de lo que hubiera imaginado. Esto me lleva a preguntarme: ¿Qué bendición te pierdes porque te niegas a dejar «tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre»?

Es hora de emprender el viaje. Tal vez no de forma física, sino emocional, espiritual, mental, sicológica y culturalmente. ¡Es hora de partir!

DEJA ATRÁS LA INDECISIÓN

«Abram partió, tal como el SEÑOR se lo había ordenado» (12:4).⁸ Lo fascinante del viaje de Abraham es que aunque dejó Ur para ir a Canaán, se detuvo en Jarán. Parecía vacilante, sin comprometerse del todo, deteniéndose a medio camino del lugar donde Dios quería que él estuviera.

El comienzo de la búsqueda de Dios

Los primeros indicios de por qué sucedió esto los encontramos en el capítulo anterior de Génesis.

Dios le ordenó a Abraham que dejara Ur⁹ y todo lo que le era conocido, aun la casa de su padre, pero vemos que ya desde el principio Abraham solo obedeció una parte del mandato de divino. Dejó Ur con su padre, su sobrino y su esposa, pero cuando llegaron a Jarán, se quedaron allí. Solo podemos adivinar los motivos que lo llevaron a proceder de esta manera. Tal vez Abraham lo discutió con su familia y todos decidieron que era una buena idea. Puedo escuchar la reacción de su padre Téraj: «¡Abraham! ¡Es increíble! Hace un tiempo que lo vengo pensando… podría vender el negocio de la familia y jubilarme en este momento. En realidad, la muerte de tu hermano Jarán me afectó mucho, más de que lo que hubiera pensado. Nunca imaginé que me angustiaría tanto, y no puedo superarlo. Sería bueno que me fuera a vivir a otra parte. ¿Qué te parece si nos vamos todos contigo?»

No sé por qué la familia de Abraham lo acompañó. No sé si Abraham los invitó y ellos aceptaron la invitación… o si decidieron acompañarlo y él no dijo nada para impedírselo. Sin embargo, puedo ver por lo que sucedió que Abraham no tenía muy claro el llamado de Dios ni estaba decidido por completo a seguirlo. Supongo que debió luchar con el hecho de tener que dejar a su familia. Tal vez pensó que podía encontrar un punto medio en la manera en que seguiría la dirección de Dios. Dejaría su tierra, pero se llevaría a su familia.

Si pudiera haberle advertido a Abraham, le habría gritado: «¡Abraham! Dios te dijo que dejaras Ur y a tus parientes y la casa de tu padre. No dijo que dejaras tu tierra, pero que te llevaras a tu familia. ¿Qué estás haciendo con Téraj y Lot y todos sus sirvientes y bienes?»

Me pregunto si él hubiera respondido: «Anne, entiéndelo, es más fácil de esta manera. No sabes lo difícil que es tener que dejar mi tierra y toda mi vida en Ur. Tener la compañía de mi familia hará que la separación no sea tan dolorosa y el sacrificio sea menor. Además, no podría lastimar los sentimientos de mi padre y dejarlo mientras él todavía está de duelo por mi hermano. No es el mejor momento para comenzar a seguir a Dios yo solo».

¿Qué te hace pensar que no es el momento oportuno en tu vida para que el deseo de seguir a Dios se convierta en una magnífica obsesión? ¿Tiene algo que ver con tu familia? ¿Te niegas a seguir a Dios hasta tanto no te acompañen todos tus familiares?

El problema de Abraham, además de su desobediencia a Dios, fue que cuando su familia se detuvo antes de llegar a su destino él también se quedó con ellos. Como resultado, pospuso la experiencia de la bendición de Dios en su vida tanto tiempo como el que se demoró en seguir su camino.

Detenidos a mitad del camino

Si Ur representaba todo lo que era conocido y cómodo en la vida de Abraham, Jarán representó el lugar de los compromisos a medias. Estaba a casi mil kilómetros de Ur, pero todavía a trescientos veinte kilómetros de los límites de Canaán. Este fue el lugar donde Abraham intentó hacer las cosas a la manera de Dios… y también a su manera. Fue el lugar donde intentó conjugar lo que él deseaba con lo que quería Dios. Sin embargo, no resultó. Los arreglos a medias con Dios nunca salen bien.

¿En qué lugar se encuentra tu compromiso? ¿Comenzaste en el camino de la fe auténtica y te detuviste a la mitad debido a las exigencias laborales? ¿O el nacimiento de un bebé? ¿O las opiniones de las personas que amas o deseas impresionar? ¿Vives en Jarán, a medio camino del verdadero discipulado? ¿A medio camino de llegar a tener una relación personal y victoriosa con Dios? ¿A medio camino de alcanzar la plenitud de todo lo que él quiere darte?

Mientras lees esto, ¿eres plenamente consciente de que Dios te llamó hace años para que lo siguieras y tuvieras una fe genuina? ¿O acaso el llamado de Dios para ti es algo del pasado?

No tenemos conocimiento de que Dios haya llamado dos veces a Abraham. Así que es posible que Dios no te llame de nuevo. ¿Qué necesitas para reanudar el viaje?

Mientras Abraham observaba cómo su padre anciano se debilitaba cada vez más, acompañaba a su padre en Jarán y lo veía dar su último aliento, se despedía y sepultaba a Téraj, ¿estaría abrumado por la brevedad de la vida? ¿Se cuestionaría cuál era el sentido de la existencia? ¿Se habrá preguntado si su vida sería algo más que simplemente nacer, vivir día tras día, trabajar para ganarse el sustento suyo y de Sara, y luego morir y ser enterrado en una tumba donde su cuerpo volvería al polvo de donde había venido? ¿La vida era algo más que mantener un grado de bienestar por medio del compromiso? ¿Cuál era el sentido de la vida al fin y a cabo?

Al observar a mi padre envejecer y volverse cada vez más débil, me impacta la verdad bíblica según la cual «todo mortal es como la hierba, y toda su gloria como la flor del campo; la hierba se seca y la flor se cae, pero la palabra del Señor permanece para siempre».¹⁰ Por más gloriosa que haya sido la vida de mi madre sobre esta tierra, al igual que la hierba del campo, su querido cuerpo se marchitó, murió y la enterramos. Un día el cuerpo de mi padre completará también el mismo ciclo terrenal. A pesar de todos los elogios y honores que ellos han recibido durante su vida terrenal, lo único que importa llegada la hora de la muerte será lo que hicieron en obediencia a la Palabra de Dios, según su voluntad y conforme a los caminos del Señor. Todo lo demás, sin excepción, no importará.

Me pregunto si Abraham comenzó a examinar su propia vida y a preguntarse qué estaba haciendo en Jarán. O tal vez su vacilación y su indecisión atormentaban su espíritu desde hacía años. La muerte de su padre, en cierto sentido, quizá fue un alivio, ya que lo liberó para tener una vida llena de Dios e hizo que naciera su magnífica obsesión para seguir definitivamente y de una vez por todas a Dios.

Lo único que parece obvio es que al morir su padre, Téraj, Abraham prosiguió su viaje a fin de seguir a Dios. Esto me lleva a pensar…

¿Quién tiene que morir para que reemprendas tu viaje?

¿Qué es necesario que suceda de modo que despiertes al llamado de Dios para tu vida?

¿Qué medios usará Dios para obligarte a asumir un compromiso?

Miles de años después de Abraham, Jesús reprendería a las multitudes que se agolpaban alrededor de él con palabras que aun hoy resuenan en todos los «Jarán» de nuestra vida: «De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo».¹¹ Jesús fue claro: Tú y yo no tenemos otra opción, debemos renunciar a todo, no a la mitad, si queremos en realidad conocerlo y seguirlo.

Abraham tenía setenta y cinco años cuando al fin dejó Jarán y continuó su búsqueda de Dios. Solo puedo imaginarme lo difícil que debió ser para él organizar todo, cerrar su negocio, empacar sus pertenencias y dejar con su mujer definitivamente todo lo que le era familiar, dar un primer paso y luego otro, sin tener una idea clara de hacia dónde lo dirigía Dios.¹²

¿Piensas que eres demasiado viejo y es muy difícil tener esta magnífica obsesión? ¿Te preguntas por qué no habrás tenido este reto hace diez o veinte años? ¿Te sientes muy cansado, débil, lento, tonto, o distraído como para dejarlo todo y comenzar de nuevo? ¿O consideras por el contrario que eres demasiado joven? ¿Piensas que leerás este libro, pero que no tomarás demasiado en serio la propuesta hasta después que te gradúes, tengas un buen trabajo, estés casado y hayas formado una familia?

Recuerda que los tiempos de Dios son perfectos.¹³ Él conoce en qué momento de la vida te encuentras hoy y te presenta este reto ahora. Si realmente quieres conocer a Dios y tener una relación victoriosa y personal con él, debes dejarlo todo, aun aquellas cosas que te son conocidas. No hagas compromisos a medias y abandona tus temores en cuanto a tener una vida distinta a la de las personas de tu entorno…

DEJA ATRÑS EL TEMOR

Una vez más, Abraham tuvo que dejar un lugar que se le había vuelto conocido. Seguramente debió sentir algún temor mientras emprendía su marcha hacia lo desconocido. Reanudó su viaje con su séquito, en el que todavía había una persona de carácter dudoso, su sobrino Lot. Sin embargo, esta vez Abraham hizo todo lo que Dios le mandó. «Abram se llevó a su esposa Saray, a su sobrino Lot, a toda la gente que habían adquirido en Jarán, y todos los bienes que habían acumulado» (12:5).

Se fue de Ur sin saber a dónde iba, pero cuando llegó a Canaán sabía que había llegado a su destino. Tenía la profunda certeza y la convicción de que estaba exactamente en el lugar donde Dios quería que estuviera. Su corazón debió henchirse de gozo y paz. Después de una vida errante, al fin estaba en el centro de la voluntad de Dios. Había comenzado la aventura de salir de su entorno conocido para disfrutar en verdad de una relación personal, auténtica y poderosa con Dios.

¡Esta es una aventura emocionante! Hace poco tuve ocasión de hablar con una joven madre que sentía que Dios la llamaba a aceptar el increíble reto de escribir. Al poner el asunto en oración, el Señor le confirmó una y otra vez por medio de su Palabra lo que tenía que hacer. Entonces, con temor y temblor, ella dejó todo lo que le era conocido y comenzó a plasmar sus ideas por escrito. Mientras me refería su experiencia, describió la emoción de «sentirse llevada por el torrente de la voluntad divina, sabiendo que estaba exactamente donde debía estar, haciendo justo lo que debía hacer». La intensidad de su gozo palpitaba en su voz y revelaba que sentir la compañía de Dios en un mundo nuevo también se había convertido en una magnífica obsesión para ella.

El temor de ser diferente a los demás

Abraham llegó a la tierra de Canaán y «atravesó toda esa región hasta llegar a Siquén, donde se encuentra la encina sagrada de Moré». No obstante, el gozo que sintió al llegar a ese lugar con seguridad se opacó porque «en aquella época, los cananeos vivían en esa región» (12:6). ¡Los cananeos! El registro bíblico e histórico deja constancia de que este era uno de los pueblos más viles, obscenos y pornográficos que poblaron el planeta Tierra.¹⁴ La prostitución y el sacrificio humano eran prácticas comunes de su culto religioso. Y Abraham vivía ahora rodeado de ellos. Eran la mayoría, mientras que él representaba una minoría de un solo hombre. Estas personas debieron representar un contraste desolador para él en todas las facetas de su vida: su apariencia, su vestimenta, su conducta, sus relaciones, sus actitudes, sus valores, sus prioridades, su manera de hablar… ¡en todo eran diferentes!

He descubierto que a medida que continúo conociendo a Dios, yo también suelo encontrarme integrando la minoría. Estoy rodeada de gente que parece ser muy diferente, tanto en lo que concierne a sus valores como a sus prioridades. Los cananeos de hoy en día son aquellas personas a las que la Biblia describe como terrenales. Su conducta se basa en lo que hace todo el mundo, en lo que para ellos está bien, en todo lo que sirve para su propio provecho. Están interesados en su placer personal. Su prioridad es «yo primero». El frenesí de sus vidas no les permite tener tiempo para Dios ni su prójimo. Sin embargo, muchos de ellos son en extremo religiosos, como los cananeos, adorando a un dios que ellos mismos crearon.

¡La religiosidad de los «cananeos» puede ser engañosa, ya que el mundo supone que la religión es la manera de conocer a Dios cuando en realidad resulta todo lo contrario! Piensa solo en algunos ejemplos: Los sacerdotes de Baal que adoraban a los dioses cananeos fueron los que arrastraron a Israel a la idolatría y provocaron el castigo de Dios.¹⁵ Los jefes de los judíos entregaron a Jesucristo a los romanos para que fuese crucificado.¹⁶ Los religiosos del primer siglo persiguieron a la iglesia primitiva y mataron a muchos de los discípulos de Jesús.¹⁷ En realidad, desde los tiempos de Cristo, durante los dos mil años de la historia de la iglesia, la religión ha sido el principal factor de división, odio, guerras, injusticia y prejuicios. Las personas religiosas, dentro de la iglesia organizada, han sido a menudo las más críticas e incluso las más hostiles en cuanto a mi relación con Dios. Fueron personas religiosas que integraban una junta de diáconos las que votaron para cancelar una clase bíblica que llevaba nueve años funcionando en las instalaciones de su iglesia.

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