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Creados para mucho más: La vida que tienes vs la vida que Dios quiere para ti
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Creados para mucho más: La vida que tienes vs la vida que Dios quiere para ti
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Creados para mucho más: La vida que tienes vs la vida que Dios quiere para ti

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About this ebook

¿Estás ansioso por dejar un huella en la vida?¿No estás dispuesto a contentarte con una vida tranquila y rutinaria?Jim Cymbala cree que todo aquel que se pregunte si esto es todo lo que hay en la vida, va por el camino correcto. Lo cierto es que Dios sí tiene más para nosotros.A lo largo de sus años como pastor del Tabernáculo de Brooklyn, Cymbala ha aprendido lo que significa depender de Dios… en todas las cosas. Una y otra vez ha visto en marcha la provisión de Dios para una iglesia sin dinero, unos niños que han sido maltratados y una gente marginada por la sociedad.Tanto si procedes de los niveles más bajos, los más elevados o los medianos de la sociedad, Jim Cymbala sabe que Dios te puede transformar la vida. Te puedes convertir en una persona notable, gracias a la paz y el gozo que manifiestas. Prepárate a buscar ese «más» en la vida que Dios tiene para ti.
LanguageEspañol
PublisherZondervan
Release dateDec 4, 2012
ISBN9780829730562
Creados para mucho más: La vida que tienes vs la vida que Dios quiere para ti
Author

Jim Cymbala

Jim Cymbala ha servido como pastor del Tabernáculo de Brooklyn durante más de veinticinco años. Es autor de muchos títulos éxito de ventas, incluyendo Fuego vivo, Viento fresco: Fe viva y Poder vivo. Reside en la ciudad de New York con Carol, su esposa. Ella dirige el coro del Tabernáculo de Brooklyn ganador del premio Grammy.

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    Creados para mucho más - Jim Cymbala

    CAPÍTULO 1

    DÉ UN PASO HACIA ADELANTE

    Si viene a visitarme aquí a la ciudad de Nueva York, la pasará de maravillas … siempre que evite una cosa. Puede ir de compras por la Quinta Avenida, ver una obra en Broadway, subir hasta lo alto de la Estatua de la Libertad, ver un partido de béisbol de los Mets o los Yankees, hacer un recorrido por la Bolsa de Nueva York, escalar hasta la cima del edificio Empire State, alquilar un carruaje en el cual pasear por el Central Park y por supuesto, asegurarse de venir a vernos al Tabernáculo de Brooklyn durante la reunión de oración de los martes por la noche. Simplemente, no le preste atención a los costos de nuestras viviendas.

    El precio de los condominios y apartamentos de dos habitaciones en áreas lindas de Manhattan por lo general comienza en alrededor de dos millones de dólares. Luego, por supuesto, pagará unos setecientos dólares adicionales o más al mes por «gastos comunes» del edificio: la recogida de la basura, el encargado en la puerta, el mantenimiento de la entrada, el ascensor, etc. Si prefiere pagar una renta, un departamento normal de una habitación cuesta tres mil dólares por mes; un departamento pequeño tipo estudio (en el que su cama forma parte de la sala) está en el rango de los dos mil dólares.

    Una joven de nuestra iglesia me contó que vivía en dos habitaciones minúsculas en un edificio que se «estaba colap-sando», donde tenía una bañera en la cocina, pero el inodoro se encontraba al final del pasillo. Ella pagaba en este lugar ochocientos dólares mensuales de renta, lo cual era una bagatela gracias a lo que los neoyorquinos conocen como estabilización de la renta. Esta es una complicada reglamentación de la ciudad que intenta mantener controlados los costos. «Pero tan pronto como me mude», añadió, «van a remodelar un poco: reemplazarán el caño por una pequeña regadera y pondrán algo de yeso en las paredes. Luego, en el siguiente contrato, pueden llegar a cobrar mil ochocientos dólares por mes».

    Aquí, en el otro extremo del puente de Brooklyn donde está ubicada nuestra iglesia, se está construyendo en la esquina un nuevo condominio. El estudio más chico se venderá a un millón y medio de dólares Y probablemente no le parezca que este es un «buen vecindario». Su sueño se verá interrumpido por las sirenas. No hay lugar para estacionar el auto por menos de doscientos cincuenta dólares al mes. Tantas como cinco mil personas residirán en los confines de una cuadra.

    Así que, ¿cuáles son las alternativas? Todas las semanas en nuestra iglesia me cruzo con personas que desean y ansían algo más espacioso por un precio aún asequible. Una pareja recién casada quiere iniciar una familia, ¿pero dónde colocarían una cuna? ¿Deberían mudarse e ir a los suburbios de Long Island? Por lo menos tendrán espacio para respirar, quizás hasta un poco de césped al frente. Pero las cosas tampoco son baratas allí.

    Tome como ejemplo Levittown, que se recuerda como el primer suburbio masivo producido por el hombre en Estados Unidos. Justo después de la Segunda Guerra Mundial, el diseñador Abraham Levitt y sus dos hijos crearon algo llamado el diseño «rancho» por solo siete mil novecientos noventa dólares. (Pero usted obtenía una estufa y un refrigerador General Electric por ese precio, más el último modelo de lavadora Bendix). Se erigieron cuadra tras cuadra de estas casas modestas, atrayendo la atención de la nación. Los críticos se burlaban de ellas diciendo que eran cursis y de producción masiva. Sin embargo, el número de viviendas vendidas a los soldados que regresaban y sus crecientes familias fue elevado.

    Pues bien … hoy en día una casa unifamiliar de dos o tres dormitorios en Levittown cuesta como mínimo trescientos cincuenta mil dólares y puede llegar hasta más de medio millón. Y ni siquiera está cerca del agua. Si trabaja en Manhattan, debe viajar por tren de Long Island unos cuarenta y cinco minutos de ida y otros de vuelta, más el tiempo que le lleve ir desde la Estación Penn hasta su lugar de trabajo. (Suponiendo que los trenes sean puntuales). Si prefiere ir a la ciudad con su automóvil, la Autopista Long Island es conocida como el estacionamiento más grande del mundo.

    El deseo de tener un lugar para respirar, crecer y vivir seguros reside profundamente dentro de todos nosotros, en cualquier siglo. Y no solo en el ámbito físico. También emocional y espiritualmente odiamos estar oprimidos. Queremos desplegar nuestras alas. Queremos expandirnos. ¿Acaso Jesús no dijo: «El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia» (Juan 10:10, énfasis añadido)? Eso es lo que ansiamos. De algún modo percibimos que fuimos creados para mucho más, mucho más que las vidas restringidas y autolimitantes que soportamos actualmente.

    ¿No sería maravilloso, por ejemplo, si triunfáramos sobre los hábitos negativos y los pecados que nos atan?

    ¿No sería genial si fuéramos emocional y espiritualmente libres para hallar un lugar a fin de servirle a Dios, un ministerio de algún tipo que nos permitiera marcar una diferencia en las vidas de otras personas?

    ¿Qué pasaría si nuestras relaciones con los miembros de nuestras familias—y también con otras personas—fueran sanas y amorosas en lugar de ser cáusticas y llenas de conflicto?

    ¿Qué sucedería si aprendiéramos a orar con mayor frecuencia y en realidad viéramos la respuesta a nuestras oraciones?

    ¿No sería maravilloso vivir cada día con un espíritu de confianza en lugar de ansiedad y temor?

    Estos son solo algunos ejemplos del «mucho más» que les espera a los hijos de Dios. Una comprensión más profunda de su palabra … el discernimiento de su plan único para nuestras vidas … un gozo perenne ante las dificultades de la vida … el poder y el valor para testificar de Cristo … libertad de todos los asuntos psicológicos y emocionales que nos refrenan … paz en el interior independientemente de las circunstancias externas. La vida abundante que Dios planea para sus propios hijos incluye todo lo anterior.

    Ahora deténgase y considere estas preguntas: ¿Tiene usted ansias similares de una vida espiritual que sea más plena y rica en todos sus aspectos? Si Dios lo llevara a la contraparte espiritual de «una tierra buena y espaciosa, tierra donde abundan la leche y la miel» (Éxodo 3:8), ¿cómo sería eso?

    El tema de este libro tiene el propósito de que usted se dé cuenta de la plenitud de lo que Dios tiene para cada uno de nosotros como sus seguidores. Su Palabra envuelve excitantes promesas de bendición. Él tiene la intención de hacernos el bien, no el mal. Sus planes para nosotros son más grandes de lo que podamos imaginar jamás. La única pregunta es cómo llegamos desde aquí hasta allá. ¿Qué debemos hacer para cruzar el río Jordán a fin de ingresar en una tierra donde fluyen la leche y la miel, su futuro escogido para nosotros?

    Dios hará el camino. El coro del Tabernáculo de Brooklyn una vez grabó una canción de Percy Gray llamada «Sigue haciendo el camino». Está dirigida a Dios, agradeciéndole por su voluntad de llevarnos más adelante y arriba de lo que nunca estuvimos. El estribillo dice:

    Sigue haciendo el camino para

    mí,

    abriéndome las puertas,

    cuidándome,

    siempre te cantaré alabanzas,

    glorias a tu nombre,

    Sigue haciendo el camino para

    ¹.

    En marcha

    El relato bíblico de Josué llevando al pueblo de Israel a través del Jordán tiene mucho que enseñarnos acerca de la forma en que ingresamos a nuestra Tierra Prometida. Y también los dos libros del Antiguo Testamento que le siguen: Jueces y Rut. Juntos, este trío de libros muestran al pueblo de Dios dando un paso hacia adelante al «mucho más» que habían deseado con tanta honestidad en el desierto. La provisión de Dios para ellos es un ejemplo de su provisión para nosotros hoy día.

    Sin embargo, debemos ser consientes de que la conquista de la Tierra Prometida—conocida como Canaán—no fue como dar un paseo por el parque. Hay que darse cuenta de que los israelitas no obtuvieron con facilidad las promesas de Dios. Sí, algunas de las antiguas canciones evangélicas y espirituales hablan sobre el cielo en términos de «la tierra justa y feliz de Canaán» y de «la tierra dulce de Beulá». Bueno, ¿adivina qué? ¡Los israelitas no llegaron al cielo, sino a un territorio enemigo! Reclamar la tierra que Dios les había prometido significó enfrentar y vencer todo tipo de fuerzas hostiles. Los ejércitos cananeos se atrincheraron en la propia tierra que se le había dicho a Israel que sería suya.

    A veces ganaron batallas de forma espectacular; otras veces cometieron errores graves que les costaron caros. Dios debió corregirlos más de una vez. Como dijo a principios de la década de 1800 el autor irlandés y maestro bíblico J. B. Stoney: «Era más sencillo sacar a Israel de Egipto que llevarlos a Canaán»². En otras palabras, aunque Dios liberó a este pueblo de la esclavitud en Egipto, ellos aún luchaban para seguir su guía hacia la Tierra Prometida. Lo mismo se aplica a nosotros hoy día. Si consideramos a Cristo como Salvador, ya no somos esclavos del pecado, pero todavía parece que lucháramos cuando se trata de reclamar la promesa de Dios de mucho más. Lamentablemente, tal como los israelitas, no siempre nos va bien la primera vez. Nos alejamos de los propósitos que Dios tiene para nosotros, incluso cuando estos son perfectos. Él tiene que instarnos, a veces a la fuerza, a hacer las cosas a su manera.

    Estos tres libros de la Biblia nos enseñan mucho qué no debe hacerse y qué sí.

    Josué

    Josué fue el sucesor especialmente seleccionado de Moisés, quien había conducido a los israelitas fuera de Egipto y a través del desierto, donde deambularon por espacio de cuarenta años. El libro que lleva su nombre relata cómo Josué guió a las personas durante el cruce del río Jordán, conquistó ciudades como Jericó y tribus como los amorreos, y se radicó en la tierra, la cual fue luego dividida entre las doce tribus israelitas.

    Algunos de los lectores de la Biblia hacen una mueca de horror ante la mera mención del libro de Josué debido a su violencia militar. Es probable que sea el libro más sangriento de la Biblia. Eso se debe a que una civilización particularmente malvada—conocida por su idolatría, prostitución religiosa, brujería y a veces hasta por el sacrificio de niños—ahora atravesaba el juicio divino. Siglos antes, en la época de Abraham, Dios aún no estaba preparado para hacer nada con esta civilización perversa: «Cuatro generaciones después tus descendientes volverán a este lugar, porque antes de eso no habrá llegado al colmo la iniquidad de los amorreos» (Génesis 15:16). Ahora, un paciente Dios finalmente estaba listo para extirpar un cáncer moral ubicado en Canaán³.

    Justo desde el comienzo, Dios le advirtió a su pueblo que se mantuviera separado de las tribus cananeas. Les ordenó a los israelitas que no se casaran con ellos ni hicieran otro tipo de alianzas. En esencia, le estaba diciendo a su nación elegida: «Si no tienen cuidado, no los cambiarán; sino que ellos los cambiarán a ustedes. Su adoración al único y verdadero Dios se adulterará, y luego se contaminará».

    Jueces

    El libro de Jueces nos cuenta sobre los buenos y los malos momentos, sobre la fidelidad y la reincidencia. Las personas repetidas veces cedieron a las mismas cosas contra las que Dios había advertido. Comenzaron a olvidar la promesa de que Dios tenía mucho más para ellos, y en su lugar, se contentaron con lo que ya tenían. Debido a esto, Dios tuvo que ser firme con su propio pueblo.

    En realidad, encontramos más tristeza que felicidad en Jueces, en especial cerca del final. Tal vez sea el libro más deprimente de la Biblia. Sirve para que no nos descarriemos de las instrucciones de Dios. Sin embargo, también obtenemos esperanza al ver a una serie de líderes valientes—tanto hombres como mujeres—a los que Dios convocó cada vez que el pueblo se arrepentía y clamaba por su ayuda: Débora, Gedeón, Jefté y Sansón, para nombrar solo a algunos.

    Rut

    Durante este mismo período aparece un personaje maravilloso con una historia sorprendente: Rut. Ella nunca esperó ser nada genial. Ni siquiera era de ascendencia israelita. Y sin embargo, recibió lo «mucho más» que Dios tenía para ella, elevándola a un papel muy honroso en la historia mesiánica. Esto es lo que podríamos llamar el libro más inspirador de la Biblia, por lo menos en términos del drama humano. Muestra el cuidado increíble de Dios por una persona simple que fue fiel a su dirección.

    Estos tres libros, que abarcan trescientos años aproximadamente, serán nuestros puntos de anclaje mientras exploramos cómo nos creó Dios para mucho más. También compartiré con usted las historias inspiradoras de personas contemporáneas que confiaron en que Dios haría cosas asombrosas en sus vidas. Vanessa Holland y Bonite Affriany y Kumiko Nakamura y Mark Hill y su esposa, Georgina, entre otros, elevarán nuestra visión y nuestro espíritu hacia aquel para el que nada es imposible.

    No solo en cualquier sitio

    ¿Qué debemos esperar en la Tierra Prometida? Nosotros no escogemos el futuro, ni tampoco es vago. Dios tiene en mente planes específicos. La Tierra Prometida tenía parámetros claros. Los israelitas no podían ir simplemente a Grecia, Siria o Arabia y esperar que Dios entregara estos países en sus manos. Él no los enviaba a poseer todo el mundo, sino que les tenía destinada una parcela con fronteras definidas.

    Del mismo modo, no podemos ir a cualquier lugar que nos guste y suponer que Dios proveerá los recursos que son frutos de nuestras fantasías. Sí, la nuestra es una tierra espaciosa y maravillosa. Será excitante llegar allí. No obstante, está limitada a su plan específico para nuestras vidas, y se nos asegura la ayuda de Dios si permanecemos dentro de los límites que él ha marcado para nosotros.

    A veces me pregunto cuántos cristianos hoy en día se han perdido el propósito hermoso de Dios y se han herido a sí mismos porque se extraviaron fuera de los límites de la voluntad de Dios para ellos. A veces citan la frase conocida de Filipenses 4:13: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece», pero se olvidan de que esta no es una licencia para hacer nuestra voluntad cada vez que queremos. Debemos seguir al Dios que marca el camino, así como los israelitas siguieron la nube divina por el desierto, sabiendo que nos llevará adónde debemos ir. Siempre que la nube determine la ruta, podemos estar seguros de que Dios luchará de nuestro lado. De otro modo, estaremos solos en territorio enemigo.

    Escuche en detalle la promesa de Dios a Josué: «Su territorio se extenderá desde el desierto hasta el Líbano, y desde el gran río Éufrates, territorio de los hititas, hasta el mar Mediterráneo, que se encuentra al oeste» (Josué 1:4). Ese es un segmento de tierra impresionante. En realidad, naciones y pueblos siguen hoy en día luchando por él, ya que lo quieren para sí. Sin embargo, no se trata de todo y en cualquier sitio. Se trata de una asignación precisa para un receptor específico.

    Y no llegaría con facilidad. En la misma conversación, Dios le dijo tres veces a Josué: «Sé fuerte y valiente» (v. 6). «Te pido que tengas mucho valor y firmeza» (v. 7). «Ya te lo he ordenado: ¡Sé fuerte y valiente! ¡No tengas miedo ni te desanimes! Porque el SEÑOR tu Dios te acompañará dondequiera que vayas» (v. 9).

    Este nuevo líder ya no tenía a su amado mentor, Moisés, para apoyarse. En cierto sentido podría decirse que ahora ya no contaba con su «puntal». El gran pionero del Éxodo desde Egipto ya no estaba para aconsejarlo. Josué debía apoyarse en el Señor para el valor y la valentía que requerirían las batallas por venir.

    Del mismo modo, el «mucho más» que Dios tiene para usted y para mí requerirán valor, de eso no hay ninguna duda. No siempre podemos depender de los que nos han apoyado en el pasado. Inevitablemente, nuestros devotos padres mueren, nuestros amigos cristianos se mudan, nuestras situaciones cambian. No obstante, el poder y la fidelidad de Dios permanecen para siempre. Cuando recordamos que nuestra fortaleza y ayuda provienen del Señor, podemos pararnos firmes para enfrentar los desafíos que se nos presentan.

    Avanzar hacia la tierra que Dios tiene preparada para nosotros no es algo para el tímido o el temeroso. Es para personas que saben que Dios no nos va a traer tan lejos en la vida solo para arrojarnos en algún agujero negro. Después de haber entregado a su Hijo por nosotros en la cruz, ¿abandonará ahora a sus propios hijos? No, él es un Dios fiel. Como dijo a través del profeta Isaías: «Sabrás entonces que yo soy el SEÑOR, y que no quedarán avergonzados los que en mí confían» (Isaías 49:23b). Las batallas venideras son reales, y con frecuencia intensas. Con todo, si luchamos de la forma que nos indica Dios e invocamos su nombre para obtener recursos antes de hacer cualquier movimiento, venceremos. Sus promesas, cuando se encuentran con nuestra fe sincera, no pueden frustrarse.

    Nos espera un lugar espacioso. Ha llegado el momento de dar un paso hacia adelante.

    CAPÍTULO 2

    UNA TAREA JUSTO PARA USTED

    Una de las primeras cosas que deben comprenderse con respecto a la Tierra Prometida es que no es simplemente un lugar de bendición material. El dinero, las vacaciones tropicales, las carteras de acciones, los niños de buena apariencia que integran el cuadro de honor. ninguno de estos factores le hacen justicia a lo que Dios tiene en mente. Demasiados de nosotros nos descarriamos porque solo nos concentramos en qué podríamos obtener de Dios para hacernos sentir más cómodos.

    La Tierra Prometida tampoco es un lugar para descansar y no hacer nada. Sí, muchas personas hoy en día están estresadas y demasiado ocupadas, esperando tener momentos libres. No obstante, si esa es su definición de percibir el favor de Dios en su vida, usted se sentirá desilusionado.

    Piense en esto: Si fuera a dedicar tres días a sentarme y mirar la televisión durante ocho horas al día, comiendo galletas y aros de queso, me sentiría bien descansado, ¿no? Habría ahorrado todo tipo de energía, ya que casi no me moví de mi silla favorita.

    En realidad, lo opuesto es lo verdadero. Me cansaré al subir la escalera para ir a la cama. Mi vida de ocio total en verdad me ha quitado la fuerza.

    El tono muscular se desarrolla y la energía se crea no mediante no hacer nada, sino haciéndolo. Este principio se aplica también al reino espiritual. Por eso muchos cristianos carecen de la satisfacción y la fuerza que Dios desea que tengan. Aún no han descubierto su asignación de trabajo personal en el plan soberano de Dios, el cual fue concebido por él mucho antes de que se convirtieran en cristianos. Sus días y semanas carecen de un sentido de propósito e impulso individuales. Son como el Mar Muerto,

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