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Sólo una lágrima
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Sólo una lágrima

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About this ebook

Ella es una princesa, él, un soldado. Sus nombres tienen el poder de los dioses sagrados. Hilda y Siegfried. Destinados a se amaren, pero no a se pertenecieren.
Antes de descubrirse enamorada de su guardián, la princesa Hilda aceptó una propuesta de matrimonio. El duque Bergfalk no aceptaría ser rechazado en la víspera de la boda, así que la princesa lleva adelante el compromiso a pesar de que su corazón pertenece a otro.
Sabiendo que no podía soportar verla casada con otro hombre – y por temor a que su presencia podría provocar celos en el Príncipe Regente – Siegfried se aleja del castillo. Cinco años más tarde, una misión especial le hace volver: un golpe de Estado que se planifica. Justo cuando la princesa lo necesita, él está ahí.
Ahora, huyendo por el país y necesitando proteger a los herederos de la corona, su amor es puesto a prueba. Qué es más fuerte: ¿el amor de un hombre por una mujer o el amor de ambos para su país?

LanguageEspañol
Release dateMay 4, 2012
ISBN9781476201399
Sólo una lágrima
Author

Cristina Pereyra

Naci y vivo en Brasil. No en el Brasil de los folletos de turismo sino que en el sur del Brasil, con sus mañanas de niebla, bosques de pinos e inviernos en que hace mucho frío.Soy una amante de la lectura, no puedo ver una letra sin leer. La novela romántica me fue presentada por mi madre, una enamorada del género, cuando yo tenía diez años. He leído toda clase de literatura —cogía los libros de la biblioteca en la secuencia de las estanterías, aunque no llegué a la Z... he parado en el T —, pero la novela romántica es mi preferido. Tengo un cariño especial por Barbara Cartland que en sus libros apuntaba que el amor cambia la gente y el mundo para mejor. Creo en eso y que nuestros problemas empiezan en la falta de amor, de todas las clases de amor.Desde hace 23 años soy maestra en Jardín de Infancia, el mismo tiempo que llevo escribiendo novela romántica. La diferencia es que he dejado de escribir por muchos años, pero nunca he dejado de dar clases.Tengo una rutina para escribir, necesito planear todo, si no lo hago nunca llego al fin de nada. Hay cientos de cosas sin terminar en mi vida. Todos los días después de cenar me pongo delante de la ordenadora por una hora y media como mínimo para escribir. Para cada libro, hago una selección de músicas que me hacen pensar y sentir la historia y los protagonistas. Escribo escuchando esas músicas, generalmente instrumentales.

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    Sólo una lágrima - Cristina Pereyra

    SÓLO UNA LÁGRIMA

    by

    Cristina Pereyra

    SMASHWORDS EDITION

    * * * * * * *

    Ella es una princesa, él, un soldado. Sus nombres tienen el poder de los dioses sagrados. Hilda y Siegfried. Destinados a se amaren, pero no a se pertenecieren.

    Antes de descubrirse enamorada de su guardián, la princesa Hilda aceptó una propuesta de matrimonio. El duque Bergfalk no aceptaría ser rechazado en la víspera de la boda, así que la princesa lleva adelante el compromiso a pesar de que su corazón pertenece a otro.

    Sabiendo que no podía soportar verla casada con otro hombre – y por temor a que su presencia podría provocar celos en el Príncipe Regente – Siegfried se aleja del castillo. Cinco años más tarde, una misión especial le hace volver: un golpe de Estado que se planifica. Justo cuando la princesa lo necesita, él está ahí.

    Ahora, huyendo por el país y necesitando proteger a los herederos de la corona, su amor es puesto a prueba. Qué es más fuerte: ¿el amor de un hombre por una mujer o el amor de ambos para su país?

    * * * * *

    Sólo una Lágrima

    Copyright © 2012 by Cristina Pereira de Azevedo

    Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

    Publisher: Cristina P. de Azevedo en Smashwords

    Diseño de portada: ÑÇ

    Smashwords Edition License Notes

    This ebook is licensed for your personal enjoyment only. This ebook may not be re–sold or given away to other people. If you would like to share this book with another person, please purchase an additional copy for each person you share it with. If you're reading this book and did not purchase it, or it was not purchased for your use only, then you should return to Smashwords.com and purchase your own copy. Thank you for respecting the author's work.

    * * * * *

    Prólogo

    Reino de Albergard, Laponia

    Él miraba con atención los pares bailando por el salón. Formaba parte de su trabajo, pero también le encantaba verla así, feliz, con una sonrisa de satisfacción en sus labios. Quedaba aún más hermosa. Un movimiento a su lado lo había traído de vuelta a la realidad, haciendo recordarse de su posición allí. Era Narvaly, la princesa menor, que había venido por Harvey para que fuese bailar con ella. Meneó la cabeza hacia su compañero, asegurándolo que podría divertirse, él quedaría vigilando el movimiento solo. Observó ellos se alejaren con una punta de envidia, Narvaly no veía a su guardia personal como un sirviente, sino como uno compañero. Tan diferente de su hermana...

    Hilda era muy amable – con todas las personas, y no sólo con él. Siegfried nunca se engañó cuánto a eso, pero su corazón sí, y acabó enamorándose de ella. Una princesa discreta, reservada, la escogida de Odín. Todo eso la hacía tan distante de él, un mero hijo de campesinos, escogido para servir en el palacio por su lealtad durante el combate en las fronteras del Este, aún muy joven. Después, su coraje y su fuerza lo hicieron guardia personal de la princesa Hilda. Una broma del destino, pues la amaba desde que había llegado a Freyndrich. Tuvo la oportunidad de convivir con Harvey, y vio la forma como Narvaly lo trataba, percibiendo entonces que para Hilda, él jamás sería lo que su compañero era para la otra princesa.

    Después de la muerte del rey, Hilda asumió el control de Albergard, mismo siendo aún muy joven. Era responsable, justa, y deseaba hacer el mejor, sin embargo, le faltaba conocimiento político, y ese era el motivo por el cual muchos nobles la rodeaban. Siegfried tenía conciencia de todos los riesgos que esas aproximaciones envolvían, desde la mera búsqueda de una alianza a través de una boda, hasta la posibilidad de un golpe. Había explicado eso a la princesa, y ella le había dado oídos, lo que encendió una pequeña llama en su corazón. Pero, en noches como esa, la llama casi se apagaba. La nobleza de Albergard estaba allí reunida, y los jóvenes disputaban la atención y el interés de la bella princesa. Casi todos sin éxito.

    Siegfried hizo rechinar los dientes, en una tentativa de controlar su rabia, al verla entretenida en conversar con el joven Bergfalk. Él venía de una importante familia, era un muchacho muy educado y de una inteligencia por encima de la media. En la teoría, no habría ningún motivo para que le disgustara ver su princesa con él, además de celos, pero eso siempre lo incomodaba. Bergfalk le causaba una sensación desagradable, sin embargo, sin explicación. Por esa razón, nunca había dicho nada a Hilda, y ahora ella parecía cada vez más encantada con él. Los vio bailando algunas veces, quedaron largos intervalos conversando, hasta que la fiesta terminó. Muchos de los invitados quedarían en el palacio esta noche, en el ala de los huéspedes, y los creados del palacio los conducían a sus aposentos. Restaron en el salón sólo las princesas, sus guardias y la familia Bergfalk. Siegfried se vio dispensado por su señora, que siguió para el ala particular de Freyndrich acompañada de sus invitados y su hermana, que no había dispensado Harvey.

    En la mañana siguiente todos, incluso los Bergfalk, partieron. Narvaly exigió que Harvey la acompañara en una cabalgada. Sólo los dos quedaron en el palacio, dentro de poco Hilda debería hacer sus oraciones diarias delante de la estatua de Odín, en la terraza de Freyndrich. Cruzaron en silencio los largos pasillos, ella caminando en el frente, él a su espalda. Ella paró delante de un espejo y examinó severamente su imagen por algunos instantes, entonces lanzó una mirada grave a su guardia, preguntándole si no hallaba el collar que estaba usando una joya inadecuada para el día-a-día. Él le respondió que no, que estaba muy bella en el día de hoy, recibiendo en cambio una sonrisa y la información de que el collar había sido presente de Bergfalk anoche. Continuaron el camino y ella cumplió sus obligaciones con un aire de felicidad que hacía mucho tiempo que él no veía en su rostro.

    Y así fue en muchas fiestas que sucedieron a esta, los Bergfalk quedaban en el ala particular del palacio y Hilda recibía una joya de presente. Dos años se pasaron, y Siegfried ya tenía certeza de que en breve la joya que Bergfalk traería sería una alianza. Vino la primavera, la temporada de caza, y los Bergfalk se apartaron un poco de Freyndrich. Hilda no podía alejarse del palacio, su función de sacerdotisa exigía oraciones diarias, pero Narvaly, en la compañía de Harvey, fue recibida en el castillo de los Bergfalk. Quedaron en el palacio sólo ellos dos y los sirvientes de más pequeña importancia. En esos días, Hilda lo hizo sentarse con ella a la comida, discutió con Siegfried las cuestiones importantes del reino, pidiendo su opinión y dando atención a todo lo que él le decía. Sin embargo, llegó el momento del retorno de Narvaly, y del fin del sueño. Todo volvió a la vieja rutina, y su princesa volvió a casi ignorarlo.

    En la primera fiesta del otoño, Bergfalk llegó con la alianza. Fue el día más difícil de su vida. El anuncio del noviazgo fue aclamado por los presentes con satisfacción, era la garantía de la preservación de las tradiciones de que los nobles se casan entre sí. En el fondo, el comportamiento discreto de Hilda, y la presencia constante de su guardia – un muchacho casi tan joven cuánto ella – siempre a su lado, los había dejado inseguros cuánto a eso, pues Narvaly ya dejaba clara la naturaleza de suyo afecto por Harvey. Temían que el mismo aconteciera con la hermana más vieja. En las conmemoraciones del solsticio de invierno, la boda fue anunciada para la primavera, sepultando definitivamente las esperanzas de Siegfried.

    Él la observaba caminar por entre las flores de los jardines de Freyndrich con un poco de nostalgia. Dentro de dos días ella sería una mujer casada, y él perdería su lugar de guardia personal. Hilda no le había dicho eso aún, pero él conocía las costumbres, sólo las princesas solteras poseían guardias personales, al se casaren, pasaban a tener un marido para protegerlas. Tal vez fuese mejor así, no conseguiría vivir cerca de ella viéndola pertenecer a otro hombre. Desde el principio había sabido que era tontería enamorarse por la heredera del trono de Albergard, la escogida de Odín, pero el corazón no obedece órdenes, y eso había acontecido. No había motivos para lamentarse, había quedado con ella por mucho tiempo, tendría esos recuerdos consigo para alimentarle la vida hasta que su último día llegara.

    Narvaly vino al encuentro de la hermana, conversó con Hilda, parecía estar insistiendo para que le acompañara en alguna cosa, pero Hilda se negó. Narvaly volvió al palacio, aunque sin esconder su descontento. Él se mantuvo a la distancia, como siempre. Asuntos personales no eran de su cuenta, su tarea era sólo la de proteger y garantizar la seguridad de su señora. Ella permanecía de espaldas para él, pero Siegfried acabó notando la tristeza que de ella. Se aproximó con la discreción que le era peculiar, curvándose respetuosamente.

    –¿La señorita Narvaly le ha traído alguna noticia preocupante, princesa? –él mantenía los ojos bajos –¿Necesita de mis servicios?

    Ella permaneció mirando el horizonte, con tristeza.

    –No, mi hermana sólo ha venido a comunicarme que llegaron más presentes de boda, y quería que yo fuese personalmente recibirlos. Solamente eso.

    Él hizo una leve reverencia y comenzó a alejarse, sin darle la espalda, pero fue detenido por la voz suave.

    –Siegfried...

    Ella se volcó para mirarlo.

    –... aún no recibí su presente.

    A pesar de la sorpresa, él permaneció mirando el suelo.

    –Princesa..–. se sentía constreñido, no era costumbre que los sirvientes regalen sus nobles, pero ella estaba cobrándole, necesitaba explicarse –los siervos del palacio no reciben un pago por su trabajo.

    –Sé de eso. Mirame.

    Él irguió los ojos para el rostro de su amada, y el dolor de imaginar otro hombre tomándola como esposa lo poseyó.

    –Usted puede darme algo que Bergfalk jamás podrá ofrecerme.

    Ella extendió la mano en la dirección del rostro de él, tocándolo de leve y recogiendo la pequeña gota que tercamente le había escapado de los ojos en una tentativa de huir del dolor que dilaceraba las entrañas del joven enamorado.

    –Todo que una mujer precisa para tener la certeza de que es amada, es eso...

    Ella hizo que la gota, que ahora brillaba al sol, deslizara por su dedo blanco.

    –...sólo una lágrima.

    Capítulo 1

    Palacio de Freyndrich – 5 años después

    Hilda abrió los ojos y volvió a cerrarlos, no tenía la mínima gana de levantarse. Hace cinco años sus días eran así. Suspiró. La culpable por su infelicidad era ella misma, lo que vivía era una consecuencia de sus elecciones. Malas elecciones. ¿O buenas? Su país estaba en paz, su pueblo vivía feliz, el progreso y la abundancia formaban parte del día–a–día de Albergard. ¿Su felicidad personal era más importante que eso? ¿Sería feliz viendo su pueblo en la miseria, pasando hambre, muriendo en guerras? No. Tenía certeza de eso. Percibió que su sierva personal había entrado en el cuarto.

    –Princesa Hilda, el señor su esposo me pidió que viniera a despertarla. Algunos invitados llegarán antes del almuerzo.

    –¿Mi baño está listo, Cirana?

    –Sí, princesa.

    Hilda fue levantándose de la cama mientras hablaba con la sierva.

    –Avise al señor mi esposo que estaré lista en una hora. Pida a mi hermana que venga hasta aquí, necesito hablar con ella.

    –Pues no, princesa Hilda –la sierva hizo una reverencia–. Con su licencia.

    La sierva se retiró del aposento para cumplir las órdenes que había recibido y Hilda siguió para el cuarto de baño. Con una mirada melancólica observó el cómodo, verificando se estaba allí todo lo que ella necesitaba. Se desnudó y entró en el agua caliente, perfumada por extracto de rosas. La sensación agradable la hizo cerrar los ojos. Hoy todo el país conmemoraba los cinco años de sus bodas. Habría una gran fiesta en Freyndrich. Como en aquel día. Y ella se sentía como en aquel día. Ni mejor, ni peor. Estaba tan infeliz como en el día de su boda.

    Frontera Oeste de Albergard

    El joven entró en la pequeña oficina, hizo una respetuosa reverencia marcial y se sentó delante de su comandante. Sabía el tema de la conversación, pues había sido él mismo que había encaminado el mensajero en la tarde anterior.

    –Ya sabe que recibí la respuesta de Freyndrich–. El joven asintió afirmativamente–. Las órdenes son para que el prisionero sea conducido hasta el palacio inmediatamente.

    –Me alegra que hayan considerado nuestras informaciones. Saben que no tendríamos dato el alerta si no tuviéramos certeza. ¿La escolta está a camino?

    –No. Dejaron ese detalle para nosotros –respondió con calma el general.

    –Una gran responsabilidad. ¿Ya has escogido los hombres, señor?

    –Dejaré eso por su cuenta. Usted va a liderar esa escolta.

    Tras un instante de sorpresa, el joven ponderó:

    –Creo que no sea conveniente, señor. Soy sólo un soldado. Hay oficiales a su disposición.

    –Ninguno de ellos con su cualificación –repuso el general.

    –Estoy lisonjeado, señor, sin embargo, esta misión exige un oficial graduado. El Estado Mayor en Freyndrich no verá con buenos ojos una escolta tan importante ser hecha sólo por soldados.

    El general sonrió para el joven.

    –El Estado Mayor de Freyndrich ya estuvo bajo sus órdenes, Siegfried, conocen el hombre que estoy enviando. Su ficha dice sólo que sirvió en Freyndrich por doce años y entonces pidió para volver a su tierra natal, pero yo me acuerdo de usted en el entierro de nuestro rey. Usted hacía la seguridad personal de la princesa Hilda, ¿no es así, Siegfried?

    –Sí, general. Fui el guardia personal de la princesa desde mi llegada en Freyndrich hasta mi partida. Había sido preparado para eso en mi aldea.

    –Después de la muerte de nuestro soberano, asumió el mando de la guardia del palacio y, por consecuencia, del ejército del país.

    El joven asintió.

    –Está conmigo hace tres años, sé el hombre que es. No has estado a la frente de la guardia del palacio por favores, sino por su cualificación. No hay nadie mejor que el comandante supremo del ejército de Albergard para conducir un prisionero de tamaña importancia.

    Siegfried suspiró con resignación, conocía su comandante, él no cambiaría de idea.

    –General, el señor es el comandante de este regimiento. Debo cumplir sus órdenes. ¿Cuántos hombres debo llevar conmigo?

    –¿Lo que piensas que sea necesario?

    –Me gustaría llevar seis –delante de la mirada de duda de su comandante, Siegfried explicó su posición–. Pienso que no debemos descuidar del puesto, fronteras son vulnerables mismo en tiempos de paz. Si nuestro prisionero es quién pensamos, eso podría ser un error fatal.

    –Y vosotros, un grupo pequeño, se hacen un blanco fácil para una emboscada.

    –Hay caminos hasta Freyndrich que no permiten eso.

    –Confío en usted, Siegfried. Esa misión es suya, haga lo que y como hallar necesario.

    –¿Podemos partir ahora?

    –Cuando quiera.

    –Entonces, señor, estaré convocando los hombres que necesito. En una hora estaremos partiendo. Dentro de tres días estaremos en Freyndrich.

    –Gracias por aceptar esa misión, Siegfried.

    El joven ya había si levantado.

    –Tener su confianza, general, es una honra.

    Hizo un cumplimiento de despedida y se encaminó para la puerta. En el instante en que su mano tocó el pomo, la voz del general se hizo oír más una vez.

    –¿Dejó Freyndrich por su propia voluntad?

    Siegfried se volcó en la dirección de su comandante, manteniendo en el rostro la misma expresión seria de antes.

    –Pretendía hacerlo así que todos los invitados dejasen el palacio y tuviéramos certeza de que la boda había transcurrido sin incidentes, pero recibí la orden de transferencia antes de presentar mi pedido.

    Palacio de Freyndrich

    Lista, después del baño, Hilda volvió al propio cuarto, donde su hermana a esperaba. Una sonrisa iluminó el rostro de Hilda al mirar Narvaly.

    –¡Buen día, hermanita! ¿Como está sintiéndose?

    Se abrazaron afectuosamente.

    –Bien. Me levanté temprano, sabía que así estaría libre de los mareos hasta los invitados lleguen.

    –¡Ah! ¡Narvaly! Gracias por siempre estar de mi lado. Sólo usted para darme alguna alegría –dijo Hilda, acariciando suavemente el vientre de Narvaly.

    La sonrisa desapareció del rostro de Narvaly.

    –Hilda, tengo certeza que aún será madre... es una cuestión de tiempo.

    –Usted sabe que no es sólo ese el motivo de mi tristeza, pero no importa. Usted ya nos dio un heredero para el trono, y ahora, tengo certeza que será una princesa. Albergard no me preocupa más.

    Juntas, las hermanas descendieron las largas escaleras del palacio. Caminaban despacio, pues Hilda se preocupaba con la salud de su hermana, que estaba el sexto mes de su segundo embarazo. Se dirigieron a la entrada principal del palacio, quedándose en el lado izquierdo para saludar los invitados. Hilda lanzó una mirada de preocupación hacia el interior del palacio, percibida por Narvaly.

    –¿Que pasa, mi hermana? ¿Algo errado?

    –Bergfalk y Harvey ya deberían estar aquí –Hilda volvió su atención para el patio externo del palacio, observando las personas que bajaban del lujoso carruaje–. Solamente algo muy serio los habría retrasado.

    Una sonrisa forzada surgió en el rostro de la princesa de Albergard. Ahora, además de infeliz, estaba preocupada.

    –Ahí vienen –susurró Narvaly.

    De hecho, con pasos apresurados, los dos consortes se aproximaban de ellas. En el instante en que los viajeros del carruaje iniciaron la subida de las escaleras, Harvey y Bergfalk alcanzaron sus esposas.

    –Perdón por nuestro retraso –habló Bergfalk en voz baja.

    –¿Problemas? –le preguntó Hilda, también en un susurro.

    –No. Asuntos serios que no deberían ser aplazados. Después conversamos sobre eso.

    Hilda concordó meneando la cabeza. Albergard era una sociedad machista, pero ella no se había curvado al marido, había hecho valer su derecho de heredera del trono y se mantenía al corriente de todo que acontecía en el país. Miró de relance para Bergfalk. Había hecho una buena elección, era un hombre inteligente y justo para gobernar el país, un marido gentil y muy hermoso. Ella tenía motivos de sobra para ser feliz, pero no conseguía serlo.

    Frontera Oeste de Albergard

    Así que Siegfried dejó la sala, el general Hansen abrió el cajón y retiró la carpeta. Hojeó el breve dossier y, en el final, añadió la misión que había acabado de designar al joven. Volvió al inicio, leyó un pequeño tramo y rió. ¡Lo que un marido celoso era capaz de hacer! Los cinco años al frente del mando general de la guardia del palacio, haber hecho la seguridad personal de la princesa Hilda, desaparecían bajo la frase El soldado sirvió por doce años en el palacio de Freyndrich sin ninguna reprimenda. ¡Claro que no! Siegfried era un hombre que no fallaba. Si mitad de su menguado regimiento fuese cómo él, podría garantizar que por el Oeste, Albergard jamás sería invadido. Como miembro de la Guardia Real, Siegfried no poseía patente alguna. Al ser reincorporado a la guardia común, era natural que fuese en el puesto de soldado. Lo que no era natural, era la ausencia de promociones. El ejército venía siendo generoso en este aspecto los últimos años. Tanto el comandante del regimiento anterior de Siegfried cuánto él, habían recomendado el joven varias veces para una promoción; la respuesta de Freyndrich era siempre una negativa. El general rió otra vez. Esto era resultado de los celos del príncipe Bergfalk. Bien, el joven soberano esta vez quedaría sin opción, tendría que promover Siegfried. Así que su soldado retornara de Freyndrich –pues el general tenía certeza que la tarea sería cumplida con éxito –encaminaría una nueva propuesta de promoción. Tras esta misión, no habrían argumentos para negar una. Si Bergfalk hubiera enviado una escolta, eso no habría acontecido.

    Palacio de Freyndrich

    Después del banquete servido en la cena, había un baile en el salón principal. Más una vez, toda la nobleza de Albergard se encontraba reunida allí. En una ocasión como esta, un atentado acabaría con el país. Debido al embarazo de ella, Harvey y Narvaly se retiraron pronto de la fiesta. Mientras recorrían los largos pasillos, Harvey observaba las posiciones de los guardias, considerándolas inadecuadas e insuficientes. Narvaly le sintió la tensión.

    –¿Preocupado con el que, querido?

    –Nada, sólo recordaba los días en que recorría estos pasillos como su guardia. El tiempo pasó muy rápido.

    –Sí –satisfecha con la respuesta, Narvaly sonrió.

    Inmediatamente estaban delante de la puerta de sus aposentos, que Harvey abrió para que ella entrara. En el umbral, Narvaly paró y se volcó para el marido, tocándole el rostro.

    –Aún pienso que esté preocupado.

    Él le sonrió y, cogiéndola pelo pulso, trajo la mano de Narvaly hasta los labio, besándola en la palma.

    –Como le dijo, Narvaly, son sólo recuerdos.

    Él soltó la mano de la esposa, que le dio la espalda y siguió para la puerta de la derecha. Harvey cerró la puerta atrás de sí y, atravesando la saleta particular, tomó el mismo rumbo que la esposa. Narvaly lo esperaba en el amplio aposento repleto de juguetes. Harvey se juntó a ella y, de manos dadas, pasaron por una puerta que se encontraba entreabierta. Con pasos leves, se aproximaron de la cama, donde un niño dormía bajo la mirada atenta de una sierva. La expresión de ternura y felicidad no rostro de la pareja al mirarlo mostraba el amor que sentían por aquel niño. Juntos, hicieron una rápida plegaria y dejaron el cómodo, siguiendo para el propio cuarto.

    –¿Sabe lo que mi hermana pretendía hacer hoy?

    Narvaly, sentada en una banqueta y escobando los cabellos, observaba el marido por el espejo. Harvey se desnudaba, pero tenía los ojos sobre la esposa.

    –Oí algunos comentarios cuando iniciamos los preparativos para esta fiesta. De acuerdo con la tradición, en la conmemoración de cinco años de boda el nuevo heredero es presentado. Como aún no tuvieron hijos, su hermana pretendía hacer la presentación de Dann, ¿correcto?

    –Eso mismo –Narvaly se volcó para el marido–. Yo no permití.

    –De acuerdo –él se acostó en la amplia cama–. No quiero que nuestros hijos sean creados como los herederos del trono.

    –Hilda aún será madre, tendrá sus propios hijos para le suceder.

    Sonriendo, Narvaly fue al encuentro del marido, acostándose junto a él y recostando la cabeza en su pecho. El rostro de Harvey había vuelto a quedar tenso.

    –Creo que no, Narvaly. Si en cinco años su hermana no quedó embarazada, pienso que sea muy difícil que aún acontezca.

    –¡Harvey! –ella estremeció–. Esta es la única cosa que podría alegrar la vida de mi hermana... ¿Será que Odín la castigará de esta forma?

    –Narvaly –él acariciaba suavemente el vientre de su esposa –, no debemos cuestionar los designios divinos, están por encima de nuestra comprensión.

    –Harvey..–. ella irguió el rostro, mirando los ojos claros del esposo.

    Él acarició la faz desamparada de Narvaly.

    –Su hermana hizo una elección, tendrá que ser fuerte y soportar todas las consecuencias de eso.

    Harvey besó su esposa.

    Altiplano Oeste de Albergard

    Con dos soldados más, Siegfried montaba guardia. Su mirada atenta recorría todas las direcciones constantemente. No podían fallar. Si el prisionero escapara –o fuese rescatado –, él y sus hombres perderían la vida. Por la suya, no se importaba, pero era responsable por la vida de los seis hombres que había traído consigo. Sin embargo, su mayor motivación para garantizar el éxito de la misión era otra cosa. Mismo tanto tiempo tras dejar Freyndrich, su sentimiento de deber para con el país era idéntico al que tenía cuando era el comandante de la seguridad del palacio. Se mantenía concentrado en la misión de conducir el prisionero, sin pensar concretamente en el destino de este viaje. La última cosa que pretendía en su vida era retornar hacia Freyndrich, y era exactamente esto lo que estaba haciendo ahora. El más joven de los soldados que había traído consigo se aproximó, haciéndole un respetuoso saludo marcial.

    –Debería descansar ahora, comandante Siegfried, no sabemos lo que la próxima noche nos reserva.

    Siegfried recorrió con los ojos el altiplano cubierto por una fina capa de nieve, todo parecía estar en su debido lugar. El joven había acompañado esta mirada.

    –Estaremos en cuatro, y a la más pequeña señal de que algo no está como debería, el señor será llamado.

    –Sé de eso –le respondió Siegfried–. Tal vez tenga razón, mañana estaremos a la orilla de los bosques centrales. Si los alcanzáramos muy temprano, quedaremos un largo tiempo parados, lo que es peligroso. Si estuviéramos lejos, tendremos que proseguir después del caer de la noche, igualmente peligroso. Esta aún es la parte más segura de nuestro viaje.

    –¿No hay como llegar a Freyndrich sin cruzar los bosques? –inquirió el joven.

    –Por el Sur. Sin embargo, cruzaríamos incontables aldeas, y el sigilo de la misión acabaría. Los bosques aún son la mejor opción. Voy a acostarme un rato, me llame si percibieren alguna cosa diferente, aunque parezca sin importancia.

    –Sí, señor. Tenga certeza de que haremos eso.

    Siegfried se quitó el capote blanco de lana, lo dobló meticulosamente y, sólo entonces, se acostó. Cerró los ojos. Los recuerdos de ese mismo día, hace cinco años atrás, invadieron su pensamiento. No había habido una única noche durante todo ese tiempo en consiguiera adormecer sin antes rever el rostro de ella en aquel momento que había sido su despedida. Hilda estaba linda en su traje de boda, pero la tristeza en su rostro lo había incomodado. Si tuviera certeza que ella sería feliz, no se importaría con su boda, él siempre había sabido cual era su exacto lugar en el Palacio y, por consecuencia, en la vida de ella.

    # # # # # Palacio de Freyndrich – 5 años atrás # # # # #

    El día de la boda de la princesa de Albergard había amanecido un típico día de primavera, el frío ameno y el sol pálido daban a los habitantes de aquella tierra, tan castigada por los rigores de la naturaleza, una sensación de alegría. Los prados, cubiertos aún por una fina capa de nieve, mostraban el pulsar de su vida a través de las pequeñas flores multicolores que puntillaban el blanco antes inmaculado. Ajena a los encantos de la naturaleza, a la importancia de la fecha para el país, la soberana de Albergard inició el día como se fuese sólo más uno. Se levantó temprano y, escoltada por su guardia, se encaminó para el patio delante de la estatua de Odín. Si Hilda no estuviera tan concentrada en sus oraciones, habría visto la mirada melancólica que el joven guardia derramaba sobre ella. A Siegfried siempre le había gustado observarla así, entregue a la misión que le había sido confiada por Odín. Hilda quedaba aún más bella. Él sabía que esta era la última vez que acompañaría las oraciones de su princesa, a la puesta–del–sol ella se casaría, y entonces quién le protegería y acompañaría sería su marido.

    Las supersticiones locales decían que los prometidos no podían verse el día de la boda, si esto aconteciera, siete personas presentes en la ceremonia vendrían a fallecer en treinta días. Por esa razón, Hilda pasó el día en sus aposentos, y Siegfried, posteado a la puerta de estos. A finales de la mañana, Narvaly vino a ver la hermana. Almorzaron juntas y, cuando la tarde estaba por la mitad, volvieron a separarse. Narvaly siguió para los propios aposentos a fin de arreglarse para la boda de la hermana. En el horario marcado, Siegfried batió a la puerta, llamando la princesa. Hilda la abrió personalmente, y su guardia, por un instante, se sintió paralizado al verla en el esplendor de su traje nupcial. Sin embargo, a continuación, la tristeza estampada en el rostro de ella le conmovió. En aquella tarde, hace dos días atrás, descubriera que su princesa no amaba el hombre con quien se casaría. Deseaba que el tiempo cambiara eso, que Hilda pasase a amar el marido y fuese feliz al lado de él.

    Siegfried le ofreció el brazo y, teniendo dos oficiales de la guardia del Palacio a su frente y otros dos a su espalda, él cumplió su último deber cómo guardia personal de la princesa Hilda: la conducir hasta el salón donde sería celebrada la ceremonia de boda. Pararon delante de las puertas cerradas y él depositó un beso en el dorso de la mano de su princesa, deseándole felicidad. El rostro de ella, en ese instante, reflejaba una tristeza profunda.

    Capítulo 2

    Palacio de Freyndrich

    Se sentía exhausta, no le gustaban esas fiestas. Terminando de escobar el pelo, Hilda fue hacia la ventana. Pasó largos minutos admirando los jardines suavemente iluminados por la luna. Amaba aquellos jardines, allí había pasado los mejores momentos de su vida. La presencia de alguien a la puerta atrajo su atención y ella volvió los ojos del jardín hacia el bello rostro de líneas clásicas de su marido.

    – ¿Me llamó, querida? – le preguntó Bergfalk.

    – Sí, aún no me ha explicado su retraso de esta mañana.

    Él sonrió. Se había casado con uno mujer de personalidad fuerte, Hilda exigía ser mantenida informada de todo lo que acontecía en el país. Bergfalk caminó lentamente hacia su esposa, mientras hablaba:

    – Como le he dicho antes, nada que nos preocupe – él abrazó Hilda por la espalda. – Discutíamos sobre aquel posible espía capturado en la frontera Oeste. Él estará aquí en dos días, necesitábamos decidir que procedimientos adoptar en su llegada. Fue esta discusión que nos ha hecho perder la hora.

    – ¿Lo que decidieron?

    – Utilizar los procedimientos habituales, pero dejemos esto para mañana. ¿Vamos nos acostar? – la invitación, susurrada al oído de Hilda, dejaba clara su intención.

    – Estoy tan cansada...

    – Hum... Completamos cinco años de boda, deberíamos conmemorar... aún no ofrecemos un heredero al país.

    – Sí – con tal argumento, ella no tenía alternativa, se veía en la obligación de ceder al deseo de él.

    Hilda se volcó y Bergfalk le tomó los labios en un beso posesivo, al cual ella correspondió por una mera reacción física, sin ninguna emoción.

    Altiplano Oeste de Albergard

    Apenas se había completado una hora desde que se había acostado y Siegfried, atormentado por sus recuerdos, se levantó. Verificó las condiciones del prisionero y tomó una posición para vigilar el horizonte, sentándose. Media hora después, llamó todos los soldados, despertó el prisionero y dio orden para retomar la marcha. Un extraño presentimiento lo había asaltado y había decidido alterar los planes que había trazado aún en la frontera. Estaba oscuro, pero inmediatamente los primeros rayos de la aurora teñirían el cielo. En esta época del año los días comenzaban muy temprano en Albergard.

    Palacio de Freyndrich

    Hilda despertó y, lentamente, abrió los ojos, mirando el espacio vacío a su lado. Todas las veces que entregaba su cuerpo a Bergfalk, sentía repulsa de sí misma. Era así desde la primera vez.

    # # # # # Palacio de Freyndrich – 5 años atrás # # # # #

    Antes de abrir los ojos, Hilda ya lloraba. Había sellado su destino el día anterior, casándose con Bergfalk. Lógicamente, él había hecho valer su derecho y la había tomado como mujer. Bergfalk había sido cariñoso y paciente, no la había forzado; él había distribuido caricias por todo su cuerpo hasta hacerla relajar, y sólo entonces había tocado su intimidad de forma definitiva. Sería injusta se lo culpara por el dolor que sentía, si lo amara, tendría se sentido en las nubes en los brazos de él. La culpable de su sufrimiento era ella misma, que había escuchado demasiado tarde la voz de su corazón. Lo que sentía ahora, era el dolor de la traición. La sensación que tenía era de que había traicionado a Siegfried. Él la amaba, el corazón de ella le pertenecía, pero había entregado su cuerpo a otro hombre.

    Hilda siempre había hecho sus oraciones por la mañana, pero ahora se sentía impura, tenía vergüenza de presentarse a Odín. Decidió que cumpliría sus deberes de sacerdotisa por la tarde. Permaneció en la cama, con los ojos cerrados.

    Bajo el sol cálido del fin de la mañana, Narvaly caminaba por el jardín, escoltada por Harvey. El rostro de la joven estaba tenso, como pocas veces en la vida su guardia había visto.

    – Cálmese, princesa Narvaly. Tengo certeza que su hermana está bien – dijo Harvey, en una tentativa de tranquilizarla.

    – No, Harvey, ella no está bien – declaró la joven, observando la ventana del cuarto de su hermana. – Si Hilda estuviera sólo descansando, las cortinas estarían abiertas.

    – Fue la primera noche de casada – él quedó un poco sin gracia al usar ese argumento –, tal vez ella esté cansada y no haya despertado.

    – Mi hermana no está bien, Harvey, yo siento eso.

    La voz quejosa y las pequeñas lágrimas en el canto de los ojos de su princesa, conmovieron el joven guardia, que tomó las manos de Narvaly entre las suyas.

    – Si realmente la princesa Hilda no está bien, Narvaly, necesitará de su ayuda, y usted sólo podrá ayudarla se estuviera tranquila.

    Narvaly sonrió.

    – Ya hemos vistos el príncipe Bergfalk circulando por el palacio – prosiguió Harvey –, eso significa que su hermana está sola. ¿Por qué no va a conversar con ella?

    – Harvey, usted siempre sabe como me ayudar – dijo Narvaly, cariñosamente, mientras abrazaba el joven.

    Harvey retribuyó el gesto, era capaz de cualquier cosa para ver una sonrisa en el rostro de su princesa.

    – ¡Vamos! – Narvaly se soltó del abrazo, pero lo cogió de la mano en la dirección del palacio.

    Gentilmente, Harvey soltó la mano de Narvaly y reasumió la postura formal que convenía a su trabajo en el palacio. Siguieron en silencio por los largos pasillos. Poco antes de llegar a los aposentos de Hilda, Narvaly paró y lo encaró con gravedad

    – ¿Debo contar lo de Siegfried?

    – Mejor no – ponderó Harvey.

    – ¿Y si ella preguntar? – insistió Narvaly.

    – Diga que no sabe. Cuánto más tarde la princesa Hilda sepa, mejor.

    No cruzaron más ninguna palabra hasta llegar a su destino. Narvaly ni miró los guardias posteados a la puerta, la abrió y entró en la saleta particular de su hermana. De allí, siguió

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