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No hay buen puerto
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No hay buen puerto

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«Solo hay una Literatura: la que perturba. La que trata los asuntos humanos tan acertadamente que convierte al lector en el huésped constante. En el asiduo de la noche que llega para compartir amantes, sueños, ventanas, ideas, sonrisas, espacios. El cómplice amoroso que no se quiere ir porque ha comprendido que no hay mejor lugar sobre la tierra o sobre el universo que estas páginas luidas.

Aquí hay una serie de cuentos que se mueven en constantes narrativas que develan la madurez de su autor: la violencia, el sueño, las drogas, la muerte, y los callejones sin flecha, son los hilos expositivos que entran y salen en claroscuro. Hermann Gil expone con un estilo duro la vida de una generación que es todas las generaciones, que se mueve en un abanico de percepciones que más que descubrirle mundos le produce una serie de confusiones que pueden terminar en suicidio o en la imposibilidad de comprender la verdad. Nadie puede atracar en buen puerto por sí mismo, parece sugerir el narrador en un juego perverso. Nadie puede escapar a la desdicha si en su suma diaria prevalecen los errores. Todo ese abanico se convierte en una advertencia perturbadora a la que más vale tener en cuenta. Sin moralizar, el autor perfila con precisión las actitudes más comunes de los seres humanos: el sentido de búsqueda, el segundo error, la competencia desleal. Queda claro que nadie se libra del destino y que un enemigo astuto al que conviene vencer cuanto antes es uno mismo.»

LanguageEspañol
Release dateSep 1, 2013
ISBN9788461658381
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    No hay buen puerto - Hermann Gil Robles

    Prólogo

    Solo hay una Literatura: la que perturba. La que trata los asuntos humanos tan acertadamente que convierte al lector en el huésped constante. En el asiduo de la noche que llega para compartir amantes, sueños, ventanas, ideas, sonrisas, espacios. El cómplice amoroso que no se quiere ir porque ha comprendido que no hay mejor lugar sobre la tierra o sobre el universo que estas páginas luidas.

    Aquí hay una serie de cuentos que no obedecen índice, pero que se mueven en constantes narrativas que develan la madurez de su autor: la violencia, el sueño, las drogas, la muerte, y los callejones sin flecha, son los hilos expositivos que entran y salen en claroscuro. Hermann Gil expone con un estilo duro la vida de una generación que es todas las generaciones, que se mueve en un abanico de percepciones que más que descubrirle mundos le produce una serie de confusiones que pueden terminar en suicidio o en la imposibilidad de comprender la verdad. Nadie puede atracar en buen puerto por sí mismo, parece sugerir el narrador en un juego perverso. Nadie puede escapar a la desdicha si en su suma diaria prevalecen los errores. Todo ese abanico se convierte en una advertencia perturbadora a la que más vale tener en cuenta. Es interesante el trabajo de este joven escritor que, sin moralizar, perfila con precisión las actitudes más comunes de los seres humanos: el sentido de búsqueda, el segundo error, la competencia desleal. Queda claro que nadie se libra del destino y que un enemigo astuto al que conviene vencer cuanto antes es uno mismo.

    La tendencia de Gil Robles por lo fantástico es saludable en una Literatura como la mexicana en la que el realismo se lleva las palmas.

    Es notable también el ritmo narrativo, el logro de una muy bien trabajada tensión narrativa que posibilita una lectura rápida e intensa, y un equilibrio en el lenguaje que contribuye a ubicar las historias y a sus personajes.

    Pobre de aquel que no se cuide de sí mismo.

    Élmer Mendoza

    La Muda

    Apunto el viejo revólver justo a su cabeza. Él duerme. La habitación nunca me pareció tan vacía como ahora. No me importa el ruido que vaya a causar el disparo, solo quiero acabar con esto de una vez. Terminar con el sufrimiento de mi amigo, y en cierto modo, con lo que a mí me molesta.

    Sé que esto es raro, pero las circunstancias a veces son así. Ni modo. No quiso escuchar. Ahora que se joda. Se lo repetí más de mil veces y nunca prestó atención. Pinche Cristian. Sí solo me hubieras escuchado cabrón. Te dije que yo no jugaba con esas cosas.

    Está dormido. Siempre se cubre de los pies a la cabeza, debe ser bueno, dado que el frío en este pueblo es duro, de ese que se filtra por las paredes y te recorre el cuerpo. Frío que ahora hiela mis pies y los convierte en dos bloques de cemento, que advierte lo difícil que será escapar después de esto.

    Así dormido es mejor. Trato de jalar el gatillo pero algo me lo impide, en mi mente se ven envueltos los recuerdos. Ya lo tenía planeado. Pero creo que será mejor que me vea. Que sepa quién fue, que yo tenía razón con todo lo que dije. Enciendo la luz del cuarto y un espasmo recorre mi columna vertebral. Dejo de apuntar. ¿Cómo? Camino hasta la cama, quito la colcha, observo su rostro intranquilo, su cuerpo agitado al tratar de defenderse antes que recibiera cuatro estocadas en el pecho, que se desangrara y quedara en esta posición en la que ahora se encuentra. Semidesnudo. Los ojos observando el vacío que hay detrás de mí, como si el verdugo hubiera estado en el mismo lugar que yo. Ya no

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