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Vintage '63: JFK y otros monstruos
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Vintage '63: JFK y otros monstruos

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Si en la anterior entrega de estas antologías, Vintage 62: Marilyn y otros monstruos, se daba un salto de cincuenta años en el tiempo y se exploraba el destino de las figuras públicas que habían muerto en 1962, en Vintage 63 se repite la pirueta y de nuevo se retroceden cincuenta años para explorar el paradójico, trágico y en ocasiones cómico destino de varios personajes que nos dejaron en el año 1963.

La emblemática figura de John Fitzgerald Kennedy es el eje que vertebra esta antología. A su alrededor, nuestros autores han construido varias narraciones fascinantes en las que exploran su vida y la de aquellos que murieron el mismo año.

LanguageEspañol
PublisherSportula
Release dateOct 11, 2013
ISBN9788415988083
Vintage '63: JFK y otros monstruos
Author

Alejandro Castroguer

Alejandro Castroguer (Málaga, 1971) es autor de "La Guerra de la Doble Muerte", que Almuzara ha publicado tras los éxitos cosechados con los zombis de Max Brooks, premiada recientemente como "mejor obra literaria" por el Festival del Cómic de Málaga. Ha publicado dos relatos en la antología "Para mí tu carne" (Veintitrés Escalones, 2011), y uno en “Tenebrae” (Saco de Huesos, 2010). En la primavera de 2012 aparecerá "El Manantial", editada por Dolmen.

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    Vintage '63 - Alejandro Castroguer

    maria zaragoza Rodolfo Martinez Fernandez 2 1 1901-01-01T00:00:00Z 2013-10-13T10:36:00Z 2013-10-13T10:36:00Z 69 69190 380549 3171 897 448842 14.0 96

    CON PERMISO DE LOS LECTORES

    Esta antología de relatos continúa la línea iniciada por la del año pasado, Vintage’62: Marilyn y otros monstruos. Siguiendo aquella idea, la premisa en esta ocasión era la de homenajear a distintas personalidades fallecidas en el año 1963. Dada la calidad alcanzada por la primera antología, era necesario, casi obligatorio, que el plantel de escritores fuese tan bueno o mejor que el de original. Esa fue la primera idea que tenía en mente cuando surgió la posibilidad de ponernos a trabajar con Vintage’63. ¿La segunda? Muy sencilla: teníamos que contar con algunas escritoras; sólo así me quitaría el mar sabor de boca dejado por la anterior, donde tenté a varias autoras y ninguna tuvo tiempo o inspiración para intentarlo. Así que puedo anunciar desde ya, orgulloso, satisfecho, que este año al menos hemos igualado –cuando no superado- la calidad de la obra del año pasado y que contamos con las contribuciones de tres magníficas escritoras, tres nombres propios con peso específico en el mundo de las letras: María Zaragoza, Ángels Gimeno y María Teresa Lezcano.

    Repetimos colaboración Javier Cosnava, Antonio Montes, Federico Fernández Giordano, Antonio Calzado, Jorge Magano, Antonio Castro-Guerrero y un servidor. Se añaden a esta lista, además de las tres escritoras arriba mencionadas, Víctor Conde, Domingo Santos y Gabriel Bermúdez Castillo, tres autores de lo más granado y nombrado del panorama de la Fantasía y/o Ciencia Ficción en España. Por añadidura, Domingo Santos y Gabriel Bermúdez Castillo son considerados dos de los padres de nuestra ciencia ficción patria. De modo que es un verdadero honor contar con ellos.

    Más allá de hablar de cada relato en particular, me gustaría subrayar un par de cosas a modo de conjunto. Por un lado, he advertido que los escritores tenemos cierta querencia por los perdedores y los rincones oscuros de la mente humana. De otro modo no se entiende que a Antonio Calzado y a Javier Cosnava les haya parecido más atractiva -o más literaria cuando menos- la personalidad de Lee Harvey Oswald que la del propio presidente de los EE.UU. al que asesinase: John Fitzgerald Kennedy. Tampoco un servidor se halla libre de culpa; me condena el relato escrito en torno al Pajarero de Alcatraz, Robert Franklin Stroud, condenado a cadena perpetua por dos asesinatos. Bien es verdad que le salvaba su amor y dedicación a los pájaros, y también que su imagen fue maquillada por el cine gracias a la noble presencia de Burt Lancaster. Pero en él no había nada noble; más bien al contrario.

    Por otro lado, a diferencia del año anterior, en este Vintage hay homenajeados españoles. A saber, Ramón Gómez de la Serna (el relato de Jorge Magano) y Luis Cernuda (que aparece en los relatos de Antonio Montes y Antonio Castro-Guerrero). Es de justicia que así haya sido, dada la grandeza de los dos nombres citados.

    No desdeñando la importancia de relatos que hablan Suzanne Dechamps (en el caso de Federico Fernández Giordano), de Edith Piaf (en el caso de Domingo Santos), de J.F.K (en el de Ángels Gimeno), o el de éste junto con C.S.Lewis y A.Huxley (en el de María Zaragoza), o el del autor de Un mundo feliz (en el de María Teresa Lezcano), quiero señalar como especial la aportación de Víctor Conde, quien desde el primer momento se empeñó en homenajear a Benjamín Parker, el Tío Ben de Spiderman, que –cómo no– murió en el sesenta y tres. Nadie hasta ahora había osado semejante disparate, bendito disparate. Así que estamos de enhorabuena: el relato de Conde supone una rara avis, no ya en el panorama literario, sino en esta misma antología.

    El otro homenaje especial es el que Gabriel Bermúdez Castillo le dedica a Mohamed ben Abd-el-Krim, no tanto por lo que cuenta, por las aventuras y desventuras del líder marroquí y de Andreas Klausner, sino por la extensión del mismo. La obra del decano de la Ciencia Ficción española es una novela corta más que un relato largo, pues triplica, cuadruplica y quintuplica la colaboración de otros compañeros. Un honor que se haya volcado de esta manera con la antología.

    De este modo se puede afirmar que Vintage’63: J.F.K. y otros monstruos se compone de doce relatos y una novela corta. Ahora, pasen la página y lean, si gustan.

    Alejandro Castroguer

    maria zaragoza Rodolfo Martinez Fernandez 2 1 1901-01-01T00:00:00Z 2013-10-13T10:36:00Z 2013-10-13T10:36:00Z 69 69190 380549 3171 897 448842 14.0 96

    TRES MUERTOS

    María Zaragoza

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    María Zaragoza (Campo de Criptana, 1982). En 2000 publicó el libro de relatos Ensayos sobre un personaje incompleto (TAU). Ha publicado las novelas Realidades de humo (La otra orilla, 2007) de la que actualmente se rueda en México una adaptación cinematográfica, Tiempos gemelos (La otra orilla, 2008), Dicen que estás muerta (Algaida, 2010, Premio de Novela Ateneo Joven de Sevilla) y Los alemanes se vuelan la cabeza por amor (Algaida, 2012, premio Ateneo Ciudad de Valladolid) y la novela gráfica junto al dibujante Didac Pla Cuna de cuervos (Parramón 2009). Es becaria de la tercera promoción de la Fundación Antonio Gala.

    maria zaragoza Rodolfo Martinez Fernandez 2 1 1901-01-01T00:00:00Z 2013-10-13T10:36:00Z 2013-10-13T10:36:00Z 69 69190 380549 3171 897 448842 14.0 96

    Aldous sabe que es el LSD el que le hace ver el armario que lleva a Narnia. Lo sabe porque él mismo lo ha pedido hace un momento. Intravenosa, por favor. Quiero morir en paz. Quiero ver por última vez. Pero no espera el armario, frente a él. No sabe en qué momento se ha puesto en pie ni por qué ve ahora un armario que antes no estaba allí. Ni siquiera el por qué sabe a ciencia cierta que ese armario lleva Narnia, si en realidad nunca lo creyó. Extiende la mano y esta parece alargarse hasta el pomo, aunque este parecía estar más lejos. Pero no, está al alcance de sus dedos que sabe fríos. Sus ojos se vuelven un segundo hacia la cama y se ve a sí mismo con los ojos cerrados, apretados. Al lado de su cuerpo vacío, una radio habla una y otra vez del asesinato de Kennedy. «Si me muriese ahora, maldita sea, nadie diría nada. Es lo malo de morirse cuando han asesinado a un presidente», le da tiempo a pensar, pero no hay mucho más: la mano ha alcanzado por su cuenta el pomo, está entrando en el armario. Del otro lado Narnia.

    Nadie ha resuelto el misterio que envuelve la muerte casi simultánea de C.S Lewis, Aldous Huxley y J.F. Kennedy el veintidós de noviembre de mil novecientos sesenta y tres. El hecho de que uno de los tres fuera presidente de los EE.UU. de América, ensombreció la noticia de las otras dos muertes.

    Lewis, conocido por haber escrito Las crónicas de Narnia se había convertido al cristianismo, Huxley perteneció a la sociedad Vedanta y siempre que se creyó que Kennedy era profundamente religioso. El primero describió un mundo utópico, el segundo inventó uno distópico. El tercero trataba de llevar un mundo utópico a la realidad, con la posible consecuencia de llegar a convertirlo en distópico. ¿Es totalmente casual esta consecución de hechos?

    El suelo está húmedo. Aldous sabe que aquello es Narnia. O al menos la Narnia que Clive se inventó para ellos hace mucho tiempo. Todo es verde. Huele bien. Se pregunta si los demás lo encontrarán pronto. Al fin y al cabo, de la sociedad secreta, él ha sido el último en llegar. Parecía mentira que al final todo fuera a realizarse. Había pasado tanto tiempo desde aquella cena con Crowley. Treinta y tres años justamente. A Clive le gustó que la predicción tuviera que ver con la edad de Cristo. Se había hecho creyente un año antes, de repente, como si le hubiera llegado la iluminación. John, que siempre había sido muy devoto, se había burlado de él con frecuencia, joder, en aquella cena John era un crío. Lo había metido en aquello su padre y tanto Clive como Aldous pensaron que no era posible que un chaval de trece años quisiera hacer juramento. Aleister, sin embargo, lo aceptó sin más. Ese crío tenía potencial, sin duda. Llegaría a ser el rey del mundo.

    Mucho se ha especulado sobre lo que ocurrió aquel veintidós de noviembre. Dicen que sumando las cifras de toda la fecha sale el número tres. Que, sumando las horas a las que declararon muertos a los dos escritores y el presidente, obtenemos el tres. No se sabe si el cáncer se llevó a Huxley o si fueron las drogas. Nadie cree en la famosa bala revotante que supuestamente acabó con Kennedy.

    El tres es el número que comprende toda la vida y toda la experiencia. Es el nacimiento, la vida y la muerte. Es el número sagrado en casi todas las religiones; el alpha y el omega; mente, cuerpo y alma; presente, pasado y futuro.

    Crowley les había pedido un poco de sangre, un poco de esperma y un poco de saliva. Y lo mezcló con peyote. Luego les hizo jurar que nunca romperían la alianza. Tres partes de una misma cosa. Un soñador que haría un mundo perfecto en el que lucharían eternamente el bien y el mal. Un cínico que llamaría mundo perfecto a aquello que no lo era. Un luchador, que intentaría traer a la realidad la invención del soñador. Lewis, Huxley, Kennedy.

    Lewis debía crear Narnia, dar entidad al paraíso, mostrarnos cómo entrar. De alguna forma Crowley pensaba que estas se habían cerrado hacía mucho, a pesar del sacrificio de Cristo. Y si un triángulo de hombres nobles no hacía algo, el Apocalipsis llegaría y nadie sería salvado. Había que crear el camino para poder recorrerlo, y después sacrificarse.

    Aldous camina por los valles soleados, entre los árboles tras los que se esconden faunos y castores parlantes, y recuerda cómo entonces miraron con pena al joven John. La profecía se cumpliría en treinta y tres años y él seguiría siendo demasiado joven. Sin embargo estaba decidido, ni siquiera tembló. Selló el pacto aquella misma noche, en Berlín, no mucho antes de que el infierno en la tierra se desatara. Quizá también aquello fuera culpa de ellos. O habría que pasarlo, como lo pasaban los personajes de las novelas de Clive, para llegar a la paz.

    —No hay perfección sin lucha— Solía decir.

    Y viendo el paraíso, viendo Narnia ahora, parece tener razón. A Aldous le había tocado ser el cínico y lo hizo bien. De hecho llamó «Un mundo feliz» a la descripción del infierno tal y como se le antojaba.

    —El veintidós de noviembre de mil novecientos sesenta y tres, tenedlo presente.

    El misterio de los tres muertos, como nos gusta llamarlo a los investigadores historicistas, es uno de los rompecabezas más intrigantes de los últimos tiempos. Podría ser casual, sí, de hecho tendría mucho más sentido que fuera una consecución de muertes casuales, que buscar una explicación mística o sobrenatural. Dicen que la explicación más sencilla suele ser la acertada y desde luego, no hay explicación más sencilla que la casualidad. Pero este es uno de esos casos en los que, por más que nos empeñemos en olvidarlo, por más que nos intentemos agarrar al hecho de que estos tres, Kennedy, Huxley y Lewis, no tenían demasiadas cosas en común y probablemente ni se conocieran, hay un instinto mucho más fuerte que sobrepasa los límites de lo lógico: no es que sea evidente que hay algo que relaciona a estos tres hombres y sus muertes en la misma fecha, de hecho, salvo un viaje a Berlín en fechas semejantes en mil novecientos treinta, no está probado ningún otro nexo, pero pese a no haber pruebas de ningún tipo, no nos es posible pensar que todo sea una coincidencia.

    Muertes misteriosas, drogas, religiosidad y misticismo, lo que unía a estos tres hombres era mucho más que una fecha. Mucho más que un sentimiento crítico de la realidad que les rodeaba. Era algo distinto, vago y confuso, que probablemente nunca conozcamos. Algo que muestra las piezas centrales del puzzle y no sólo los bordes. Algo sin lo cual, no podremos ver nunca el dibujo.

    Aldous se deja guiar por el león que tan bien conoce por los libros de Clive. Es curioso cómo el bueno de Clive siempre desarrolló grandes peleas y batallas épicas en el paraíso.

    —¿No se supone que debería ser un mundo feliz? Pero feliz de verdad, no me refiero a lo que estoy haciendo yo con mi libro.

    —Para que sea feliz para cuando nosotros nos sacrifiquemos, primero habrá que eliminar el mal de él. Y para eso hacen falta batallas, luchas por la libertad, peleas por los sueños.

    —Pasas demasiad tiempo con ese Tolkien. Te está quemando las neuronas.

    —Puede ser. Pero tiene buenas ideas. No juzgues a un libro por las solapas.

    —Si así fuera yo no compraría los míos.

    Las risas, parece que fue ayer... el mundo se estaba derrumbando y ellos escribían y reían. Se reunían a escondidas y reían. Se leían pasajes de sus historias y reían. Se preguntaban qué sería del pequeño John. Qué pensaría, qué estaría haciendo para pelear por un mundo mejor. Si de algo estaban seguros es de que cumpliría su parte. John tenía todo el aspecto de uno de esos niños pelirrojos que nunca faltan a su palabra.

    Aldous sintió incluso un poco de pena al escuchar por la radio la noticia. Había sido en Dallas. Le habían disparado cuando paseaba con su mujer en un descapotable. No había vuelto a ver al pequeño John en todo aquel tiempo, sólo en los noticiarios y cuando ya era obvio que sería presidente. Cuanto más se acercaba la fecha, más pena sentía por John, tan joven, con dos niños pequeños... en fin, pero un trato era un trato. Y el era un hombre de palabra, esa pinta tenía. Al menos ni se enteró. Le habían disparado, no se sabía todavía muy bien cuántas veces ni desde dónde, pero posiblemente ni se había dado cuenta. El problema era la mujer. Posiblemente le habrían caído los sesos del pobre John en la falda.

    Así que no podemos establecer una línea de consecución en los hechos, no podemos afirmar que hubiera nada que les uniera salvo el morir el mismo día, y sin embargo, algo nos lleva a pensar que entre esas tres muertes hubo una relación causa/efecto. Una relación que no podemos definir y que más allá de la intuición, carece de sentido.

    El león es un buen guía y tiene buena conversación. Clive lo hizo bien. Caminan juntos por Narnia, ese paraíso al que al fin llegó la calma que tanto habían buscado. Lo único que apena a Aldous es que nadie sepa, nunca, lo que han hecho por el mundo. Tres religiosos pequeños contra el caos. Contra el Apocalipsis. En el fondo todo hombre sencillo, hasta el más humilde, busca el reconocimiento. Y eso es algo que ahora, tres hombres muertos no tendrán. La gente recordará sus obras, harán películas, serán recomendados en institutos de secundaria en la asignatura de filosofía, ondearán banderas a media asta por John, se preguntarán el por qué y el cómo de esas muertes, pero no sabrán que han salvado al mundo de quedar como se habría quedado.

    Ya están cerca del lugar donde se reunirá con John y Clive. Y es curioso para Aldous recordar que aquella noche en Berlín, Crowley les dijo que era necesario un pacto inquebrantable y ponerse a trabajar de inmediato en ello o pronto, la guerra acabaría con todos.

    —¿Guerra? Acabamos de pasar por una —Protestó el pequeño John con los ojos brillantes de fiereza.

    —Habrá otra y no tardando. Una destinada a preparar el camino al Apocalipsis bíblico. Al Apocalipsis que todas las religiones esperan. Y esta vez, no habrá salvación para nadie si no hacemos algo. El mundo se acabará si tres hombres no pactan trabajar hasta el sacrificio. Cada uno trabajará única y exclusivamente para su muerte, que acontecerá un veintidós de noviembre como hoy, dentro de treinta y tres años. Haréis todo lo posible por morir en la fecha señalada. Y el destino hará el resto.

    Es curioso que no sintieran miedo en ese momento. Crowley resultaba siniestro algunas veces. Lo habían calificado de mago negro, satánico, perverso. En realidad era un hombre que defendía la libertad, como cualquiera de los que estaban presentes en aquel momento. Y sí, tenía una vida licenciosa, pero en estos momentos tenía miedo. Como lo hubiese tenido cualquier iluminado de llegar a intuir lo que se avecinaba. Crowley no era menos humano que el resto. Aldous, Clive y John firmaron el pacto. No podían hacer otra cosa. Confiaban en el miedo de aquel hombre mucho más que en sus palabras, en cualquier otra cosa...

    Tiempo después, cuando Clive prefiguraba Narnia, Aldous recuerda haberle preguntado por qué un armario.

    —Un armario a la salvación... ¿No te parece una buena idea? Cuando eras niño y tenías que esconderte, ¿cuál era el primer sitio que te parecía seguro? Imagina que estás muriendo, Aldous, y se te presenta delante un armario que te libera del miedo a dejar de existir. Creo que es la mejor idea que he tenido.

    Ahora, mientras ya escucha las voces de sus dos amigos, mientras ya siente la cercanía de abrazarlos, de acariciar sus cabezas (pero en realidad sus cuerpos muertos han quedado muy atrás, ya casi ni recordados), de preguntarles qué tal, piensa en cómo el armario se le dibujó delante y que entonces pensó que había sido el LSD, que no era posible que el armario de Clive existiese de veras, que no era posible que hubiera funcionado tal y como Crowley había dicho y como el mismo Clive había creído. Se imagina a Clive satisfecho muriendo y abriendo el armario. ¿Y dónde vería el armario John? ¿En el capó del coche? ¿En la calle? ¿En la mirada aterrada de su mujer? ¿Dónde se alargaría su mano hasta llegar a Narnia? ¿Verían a partir de ahora todos los seres humanos una puerta de armario al morir?

    —El paraíso debe abrir sus puertas, aunque tengan la apariencia de las de un armario.

    Y esa sonrisa llena de fe de Clive se refleja en el rosto del león que le dice que ya han llegado. Que todo empieza hoy.

    Puede que en algún momento seamos capaces de organizar los acontecimientos, de descubrir la clave que hasta ahora se nos escapa. Puede que yo lo vea, o puede que no, que este conferenciante esté muerto para cuando todo se aclare. Puede también que no sepamos nunca si estos tres hechos que parecen aislados tienen una relación concreta que se pueda probar contra toda duda. Puede que, nosotros mismos, los investigadores que durante años nos hemos fascinado con esta historia, hayamos ido manipulando los hechos, recolocando las piezas, para probar que nuestra teoría es factible. Pero quiero pensar que todo esto, significa algo. Aplausos. El profesor se quita las gafas y despide a los alumnos de tercero. Las mesas de madera hacen un ruido seco y multiplicado al plegarse. El profesor quiere recordarles que la semana que viene hay un examen, pero se queda paralizado por un pinchazo en el pecho. El brazo izquierdo se le entumece, comienza a ver borroso. Y, sin embargo, ve claramente frente a él un armario que antes no estaba allí. Sus manos se dirigen al pomo, por delante de él. Ni siquiera, cuando entra, se vuelve un segundo a verse desplomado sobre la tarima.

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    ALAISTER EN COMA, RICHARD DESAPARECIDO, BENJAMIN PARKER MUERTO

    Víctor Conde

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    Víctor Conde (Santa Cruz de Tenerife, 1973). Ha sido galardonado con diversos premios, entre los que se encuentran el prestigioso Premio Minotauro o el Premio Ignotus, ambos por su novela Crónicas del multiverso. Es autor de decenas de novelas, entre las que destacan El teatro secreto (Sportula, 2013), Los relojes de Alestes, Hija de Lobos o Naturaleza muerta. En 2013 ha publicado con Dolmen He oído a los mares gritar mi nombre. Es miembro de Nocte, Asociación Española de Escritores de Terror.

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    Se refleja en la parte de la pared que puedo ver, se refleja como un banco de niebla creciendo en el espejo de un mar tranquilo… se refleja como una mancha de aceite carmesí que va devorando lentamente la sartén.

    Mi cabeza da contra el suelo, segundos de inconsciencia, palabras perdidas. Sentimientos que se abren paso por la misma herida por la que rebosa la sangre, el oxígeno, el frío y la aspereza del mundo exterior. La herida que abrió la bala. El trozo de metal pequeño e incandescente que debe estar alojado en uno de mis huesos, diana en un órgano vital, espejo de calcio astillado con un punto negro y redondo justo en el centro.

    Me dio. Me acertó de lleno.

    Me cuesta respirar, por lo que mover la cabeza es, me temo, una hazaña más allá de mis posibilidades. Pero puedo verle. Puedo sentir su presencia, el aire que desplaza con su cuerpo encorvado mientras se mueve con prisas por la cocina (sabe que ha hecho algo muy malo, lo sabe) y por el salón (ha cometido el peor error que pudo cometer, matar a alguien, a un pobre y desvalido anciano que nunca había hecho daño a nadie), buscando algo de valor que justifique aunque sea un poquito la debacle (ahora van a ir a por él, van a cazarle de verdad, como a un venado marcado con una cruz en medio del bosque).

    Al menos, dentro de lo malo, hay alguna buena noticia. B… buenas not… noticias. Esos fragmentos de esperanza a los que todavía puedo agarrarme, a pesar de saber, oh, sí, lo sé, que la ambulancia jamás llegará a tiempo. May no está en casa; debería estar, pero se le metió en la cabeza ir a comprar no sé qué tontería al colmado. Intenté convencerla de que no lo hiciera, que se quedase conmigo para ver empezar nuestro programa favorito, el Show de Will Eaton. Pero es demasiado cabezota como para hacer caso de un viejo achacoso como yo. Cogió su carrito de la compra. Destapó la tetera de porcelana donde guardamos (bendita inocencia) nuestros magros ahorros. Cogió la lista de la compra y se fue, silbando. Volvería antes de que el bueno de Eaton preguntase al público si prefería la puerta roja o la verde. Qué tontería de código: todos los televisores de América son en blanco y negro.

    Menos mal que no me hizo caso. Eso le ha salvado la vida.

    El ladrón se mueve, el aire que desplaza huele a ansiedad, a miedo. Sabe que ha hecho algo irreparable, y que jamás le perdonarán por ello. Lo van a cazar como a un animal, en cuanto me encuentren a mí, tendido en este suelo cuya temperatura, fría o caliente, ya no soy

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