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Laila y la gárgola: Decisiones del corazón
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Ebook248 pages5 hours

Laila y la gárgola: Decisiones del corazón

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About this ebook

Yo vivía feliz con mis padres adoptivos; era una chica normal, con buenas calificaciones y una familia cariñosa. Nunca pensé mucho en mis padres biológicos porque nadie supo jamás de ellos; aun así, en lo profundo permanecían latentes las preguntas: ¿Por qué me abandonaron? ¿De dónde llegué?
En la víspera de mis 16 años empecé a escuchar voces y a ver gente que los demás no, pensé que me volvía loca, pero pronto supe que se trataba de mi pasado lejano que regresaba, induciéndome en una aventura fantástica de la que surgirían todas las respuestas.
Finalmente llegó el momento de tomar decisiones, decisiones demasiado importantes para ponerlas en manos de la simple razón, decisiones que debería tomar mi corazón.

LanguageEspañol
Release dateMar 4, 2011
ISBN9781458086044
Laila y la gárgola: Decisiones del corazón

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    Laila y la gárgola - Vania Itzel Herrera Cabrera

    Vania Itzel Herrera Cabrera

    Laila y la gárgola

    Decisiones del corazón

    Smashwords Edition

    Copyright 2010: Vania Itzel Herrera Cabrera

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    - - -

    Agradecimientos

    Los agradecimientos van dirigidos a mi familia en general, pero más a mi mamá; sin su apoyo, dedicación y cuidado esta novela no habría sido posible.

    A mi papá, gracias por todas las horas que dedicaste a buscar editoriales que admitieran mi novela.

    A mi hermano, por su gran apoyo y sus bromas acerca de mi novela. ¿Qué sigue? ¡Necesito saber!, nunca olvido esa frase.

    A mis mejores amigos: Marlet, Richie, Sergio, Iván, Mollyncka, Víctor, Dana, Lore, Perla, Aylín, Alondra, Daniel, Eduardo, Bruno, Ariel, Ale, Beto y mis grandes amigos de Karis. Aunque no lo crean, alguna parte de su personalidad está incluida en los personajes, espero que no se molesten, y a todos mis compañeros de escuela que, aunque también lo duden, los recuerdo con mucho cariño. Sus locuras fueron parte de mi inspiración.

    A mis cantantes favoritos, algunas de sus canciones las mencioné porque en ese momento las estaba escuchando y partes de sus letras me inspiraron. A Silvio Rodríguez, Ojalá e Imagínate, aunque no incluidas en la novela, me llenaron de felicidad en los momentos difíciles…

    A una persona que, aunque no lo sepas, gracias a ti esta novela existió, surgida desde lo más profundo de mi alma: gracias por todo, siempre te recordaré como una persona más en mi camino.

    Al amor de mi vida; aunque lo conocí cuando escribía el final, su existencia lo hizo posible. ¡Te amo, Leo!

    A todas las personas de la Escuela Secundaria Técnica Industrial No. 84, muchos acontecimientos sucedidos ahí fueron parte de mi inspiración.

    Agradezco a todos mis maestros, que han sido parte importante de mi formación.

    A la computadora No. 18 del taller de computación, gracias por borrar mi primer escrito, sin ti no habría aprendido esto: cuando la vida quiera que te rindas, lucha más, pues lo que en realidad quiere es que demuestres la gran persona que eres. Aprendí la lección: nunca dejes cosas importantes en una memoria defectuosa.

    Y un recordatorio especial a uno de los mejores amigos que jamás he tenido, el psicólogo VEEL.: no soy soñadora, simplemente soy más imaginativa que tú.

    A mi abuelito Miguel y mi abuelita Blandi: nunca los olvidaré. La muerte es algo difícil de afrontar, pero más aún si no lo quieres aceptar.

    Y a los que aún tengo en vida, mi abuelita Mica y mi abuelito Don Sil, que me han formado con sus sabios consejos.

    También a todos mis tíos, primos y sobrinos; los quiero mucho.

    Índice

    Capítulo 1 Otra decepción a la gran lista

    Capítulo 2 Una discusión absurda

    Capítulo 3 Debiendo explicaciones

    Capítulo 4 Decepciones y más decepciones

    Capítulo 5 Sombras, voces y golpes

    Capítulo 6 Agua

    Capítulo 7 Gárgolas

    Capítulo 8 Caminata

    Capítulo 9 Una noche muy larga

    Capítulo 10 La trampa

    Capítulo 11 Tengo 16 años

    Capítulo 12 Fewra

    Capítulo 13 Prisioneras

    Capítulo 14 Alma

    Capítulo 15 El desconocido

    Capítulo 16 La traición de Derek

    Capítulo 17 Historias reveladoras

    Capítulo 18 La discusión

    Capítulo 19 Información crucial

    Capítulo 20 La casa abandonada

    Capítulo 21 Un ladrón desconocido

    Capítulo 22 La discusión con Ludwig

    Capítulo 23 Edsuyn

    Capítulo 24 ¿Tengo que dar mi vida?

    Capítulo 25 Interrogatorio

    Capítulo 26 Un verdadero problema

    Capítulo 27 Lo siento… de verdad necesitaba hacerlo

    Capítulo 1: Otra decepción a la gran lista

    Bajaba apresuradamente del camión, con los ojos hinchados y muy rojos; me sentía terriblemente, como si tuviera un agujero en el corazón, y sólo pensaba en llegar a casa.

    Habían pasado cuatro años desde que me adoptaron por última vez, antes viví en un orfelinato y nunca tuve mucho éxito buscando una familia. Me habían intentado adoptar tres veces antes, pero nunca funcionó.

    La primera vez tenía dos años cuando me acogió una familia muy adinerada; desgraciadamente, no me prestaban la atención suficiente y mi vida emocional sufría carencias. Al poco tiempo tuvieron conflictos con el gobierno por traficar con armas, de esta manera regresé al orfelinato.

    A los tres años otra familia, de medianas posibilidades económicas, me recibió. Pero pronto sufrieron problemas de dinero y sólo pudieron sostener a su hijo biológico; el gobierno me mandó de regreso al orfelinato.

    A los cinco años estaba tan deprimida que deseaba morir. Pensaba en escapar o ahogarme en una fuente, porque a mi corta edad no le encontraba sentido a la vida.

    Después se presentó otra oportunidad de adopción, esta vez por una pareja recién casada que no podía tener hijos. Para mi desgracia comenzaron a tener problemas y se divorciaron. Después de los trámites la mujer intentó recuperarme, pero el gobierno se lo impidió debido a que no estaba capacitada económicamente. Nuevamente, la historia de mi vida: de regreso al orfelinato.

    A los nueve años mi esperanza se había disuelto por completo y estaba destrozada emocionalmente. Muchos psicólogos se interesaron en mi caso. Ninguna otra niña les llamaba tanto la atención dado lo que sólo yo había pasado; era quien había salido y regresado más veces. Pero ninguno logró soportarme más de una hora; descubrían que tenía demasiados problemas para ser tratada por un recién egresado de la facultad.

    A los 12 años intentaba a toda costa salir de ese infierno, estaba deprimida y me sentía acabada, y pensaba que la vida era un castigo. Ideaba un plan de fuga cuando se presentó una familia de buena posición económica, aunque no rica. Se veían alegres y cordiales, nada comparable con ninguna de mis demás familias; era algo que no se veía a diario. Fui saludada con calidez cuando la madre superiora me presentó a los Suárez, que me tomaban en adopción. Al enterarme me enojé; me preguntaba: ¿por qué a mí? Habiendo tantos niños que querían estar en una familia, ¿por qué tenía que ser yo?

    Me llevaron a su casa sin demora, cargando mis escasas pertenencias, y al llegar todos se presentaron. Yo no me sentía muy feliz y fui un tanto descortés.

    Con el paso de los años me hicieron sentir parte de su familia. Desde el principio creí que algún día regresaría al orfelinato, pero no fue así. Todo el amor y los vacíos dentro de mí se llenaron, como si ellos hubieran existido solamente para adoptarme y amarme. Al parecer mi historia tendría un final feliz... aunque siempre estaba el pero: mi vida amorosa era un fracaso, nunca había logrado gran éxito y no me resultaba una tema muy agradable; pero ésa es otra historia, ahora centrémonos en lo que sucede:

    Crucé la calle descuidadamente mientras un conductor me gritaba enfurecido que tuviera cuidado o podría matarme. No presté atención y seguí corriendo a lo más que me daban las piernas.

    Eran las 2:10 cuando cruzaba el parque más grande y hermoso de la ciudad, llamado Alameda Francisco Gabilondo Soler en honor a Cri-Cri: El Grillito Cantor, un compositor reconocido a nivel mundial que escribió música para niños hace años; el parque era circular, con muchos árboles y juegos, y sus colores inspiraban tranquilidad a los visitantes, tornándolos cálidos y amables; en la atmósfera se dejaban sentir el amor y la bondad que ahí se encerraban, aunque yo ahora no lo disfrutara: corría a toda prisa y no pensaba en otra cosa que en llegar.

    Quería estar en casa, encerrarme en mi habitación y no salir hasta que hubiera descargado todo mi coraje y toda mi rabia. Tenía una vieja libreta desde hacía años en la que escribía cuanto me pasaba con respecto al amor. Me urgía llegar a mi habitación para sacarla de alguno de los desordenados cajones —ordenar no era una de mis mejores cualidades— y descargarme escribiendo cualquier tontería.

    Era viernes, el día que más odiaba, pues llegaba la semana a su fin y extrañaría a la persona que había robado mi corazón… aunque ese día me alegraba que el viernes hubiera llegado. Ese chico, cuyo nombre era Carlo, me había roto el corazón al pedirle a la chica más fastidiosa y antipática de la clase que fuera su novia; y, para colmo, en mi cara. Me sentí terriblemente molesta y triste, pero evité demostrarlo; decidí no llorar hasta que estuviera en el camión, por eso me sentía así.

    Sin darme cuenta seguía corriendo dentro del parque, en la vuelta más pronunciada del camino; trastabillaba una y otra vez debido a mi falta de atención. Ciclistas furiosos me gritaban enojados que me quitara de su camino, pero no les hacía mucho caso, hasta que uno casi me tiró.

    Corría cada vez más, y más torpemente, con los ojos entreabiertos. En la orilla del parque vi a alguien; caminaba hacia mí, como a unos cinco metros de distancia. Supuse que al verme tan encarrerada se apartaría de mi camino, sin embargo no fue así. Como no tenía la menor intención de detenerme —y al parecer, el individuo tampoco— seguí corriendo a pesar de intuir que lo atropellaría porque ya estaba muy cerca de mí. Intenté desviar el camino, pero él parecía imitar mis movimientos. Cuando nos encontrábamos a pocos centímetros intenté detenerme, con los ojos abiertos como plato, pero, debido al ímpetu choqué bruscamente contra él, atropellándolo —bueno, en realidad él me tiró con el impacto.

    Al momento del contacto sentí como si el tiempo se hubiera detenido; pude verme cayendo hacia el pavimento y a mi maleta yendo hacia el lado contrario. El chico intentó sostenerme, pero caí más rápido de lo que él reaccionó. Me sentí tan avergonzada e insignificante que me eché a llorar de nuevo ahí, desparramada en el áspero pavimento del parque. No alcé la mirada por miedo de encontrarme con unos ojos furiosos, así que aguardé a que él empezara a reclamar o simplemente se fuera; pero no sucedió así. Se quedó parado frente a mí. Por vergüenza clavé la mirada en el piso pronunciando disculpas enredadas.

    La rodilla me empezó a doler, así que le eché un vistazo… sangraba.

    —¿Está bien, señorita? —preguntó el joven.

    Instintivamente alcé la cabeza para verlo y ya no pude bajarla. Parpadeé varias veces, intentando enfocar su rostro; al observarlo con detalle me di cuenta de que era la persona más hermosa que había visto en mi vida. Tenía el cabello rubio arena; sus ojos eran grises, igual de hermosos que su cabello, y con gran expresividad; su piel era blanca, aunque estaba un poco tostada; sus rasgos parecían los de un príncipe del siglo XVI. Quedé deslumbrada con tanta belleza, hasta creo haber dejado la boca abierta.

    —¿Se encuentra bien, señorita? —repitió confundido—. ¿Está herida? Cuánto lo lamento, intenté sostenerla pero —hizo una breve pausa mientras su boca dibujaba una ligera sonrisa— usted cayó más rápido de lo que yo pensé.

    —No fue intención… preocupe no sé… tranquilo… —no fue eso lo que intenté decir, pero debido al asombro salió todo enredado—; perdón, realmente no era mi intención hacerlo preocuparse…

    —De verdad, señorita, no veo que se encuentre muy bien —frunció el ceño—, su rodilla está sangrando —advirtió mientras me extendía la mano para que me apoyara al levantarme.

    Estuve a punto de darle la mía, como una tonta cazadora de chicos —un término de mi invención, que lo conocerán más adelante—, cuando recordé cuántas veces mamá me había dicho que no hablara con desconocidos, aunque fueran muy guapos: no podía negar que lo era aunque no lo conociera.

    —Joven, de verdad lamento haberlo atropellado —le dije mientras me incorporaba de un torpe salto por mi rodilla sangrante—, no se ofenda, pero no quiero preocupar a mi mamá y tengo poco tiempo —me miró algo confundido mientras seguía hablando—. Si es que no le molesta, tengo que irme.

    —No, señorita —me dijo tranquilamente—, no hay ningún problema; mientras usted esté segura de que se encuentra bien.

    —Sí —repuse muy segura—, no se preocupe.

    —Qué siga mejor —me deseó amablemente—, pero, antes de que se vaya —se agachó mientras hablaba para recoger mi maleta, de la que ni me acordaba—, tome, y cuídese mucho. Tenga más cuidado al correr —terminó un tanto burlón.

    —No se preocupe, lo tendré —contesté con voz severa.

    Me encaminé hacia mi casa, lenta y pesadamente. Por el rabillo del ojo lo espiaba mirarme con insistencia. Eso me hizo sentir muy incómoda. Mientras caminaba recreé la escena; el rostro del joven se me figuró particularmente familiar, pero no logré reconocerlo del todo, así que no le di gran importancia.

    Aunque trataba de no pensar en Carlo —el chico que recién me había roto el pobre corazón, por si no lo recordaban—, supuse que, al verme así, mamá me haría innumerables preguntas sobre el asunto, ya que le tenía mucha confianza y sabía casi todo… bueno, todo, acerca de mi vida.

    Me detuve cerca de un carro para revisar qué tan inflamados se veían mis ojos. Una voz puntiaguda y filosa como una navaja me hizo dar un respingo, interrumpiendo mi inspección.

    —Te ves triste y con los ojos hinchados, ¿has estado llorando? —se burló mientras cruzaba la calle, como un cobarde hecho y derecho—. De todas maneras, parece que la chica más hábil en educación física es la más torpe cuando le rompen el corazón —me sonrió con evidente desdén.

    Carlo no era mucho más alto que yo, sólo unos cuantos centímetros; tenía el cabello negro y los ojos cafés, su piel era apiñonada y sus pestañas muy largas y chinas. Ésa era la única cualidad que ahora le veía.

    —Si sólo vienes a fastidiarme, ¡lárgate! —le dije, muy segura de mis palabras pero con un fuerte dolor en el corazón, más lacerante que el que me pudo haber provocado una daga—. Mírate, tú no deberías alardear cuando Sara ni siquiera sabe que existes.

    —Para tu información, mi querida amiga —contestó con una macabra sonrisa—, Sara es mi novia.

    Siempre he sido muy susceptible a palabras tan hirientes como aquéllas. No me di cuenta de las frías lágrimas que se me desprendieron sin asomo de vergüenza.

    —Veo que sigues siendo la misma chillona de antes —se volvió a mofar con esa horrible risa que me sacaba de quicio.

    —¡No es cierto! —le grité enfurecida mientras más lágrimas brotaban para caer al suelo—. Mira que ahora me doy cuenta de la clase de persona tonta e insignificante que eres, y me da mucho gusto que hayas encontrado a alguien igual que tú —sabía que eso no me alegraba, pero intentaba aparentarlo—, porque Sara y tú son igual de odiosos y fastidiosos.

    Capítulo 2: Una discusión absurda

    En ese momento pasaron varias cosas a la vez; la primera fue que los ojos de Carlo se llenaron de odio y resentimiento mientras se acercaba con el puño cerrado apuntando a mi cara; la segunda, que cerré los ojos hinchados porque sentí miedo; y por último, el chico del parque, que apareció de la nada para detener a Carlo, impidiendo que me hiciera daño. Lo detuvo con gran facilidad, entonces el cobarde empezó a gritar como un loco frenético.

    —¡Bruja, bruja! —dijo con todas sus fuerzas y evidente cara de horror—. ¿Qué es eso? ¿Cómo? ¡¿Qué rayos estás haciendo, Laila?! —chilló aún con más fuerza—, ¡ya para!

    —¡De qué demonios hablas! —repuse asustada—, ¡yo no te he ni rozado! —intenté defenderme—, es un chico el que te está agarrando.

    —¿Cómo me puedes decir eso cuando no puedo avanzar y nadie me está agarrando? —Carlo pataleaba y tiraba puñetazos al aire.

    —Carlo, me estás asustando —bufé sobresaltada—, alguien te está agarrando, qué, ¿no ves? —el pánico empezaba a invadir mi mente, impidiendo que pensara con claridad.

    —No, tienes razón, alguien me está agarrando, pero, ¿quién demonios es? No hay nadie aquí —empezó a lloriquear—. Ya, Laila, ¡no es divertido! Prometo nunca volver a burlarme de ti, pero esta broma no es divertida, para nada.

    —¿Crees que lo es para mí? —le dije elevando el tono de voz—, yo no tengo ni la menor idea de qué rayos me hablas ni por qué no ves al chico que te está sujetando.

    El chico del parque se reía por lo bajo mientras yo sufría. Finalmente decidió soltarlo; Carlo estaba pálido y asustado.

    —¡Juro que me las vas a pagar! —balbuceó mientras corría a toda velocidad, dando tumbos en los postes y con cara de espanto peor que si hubiera visto a un fantasma.

    Me quedé viendo al chico con desaprobación.

    —Vi que tu amigo te estaba molestando, así que decidí ayudarte —explicó tranquilamente en tono algo burlón.

    —Carlo no es mi amigo —repuse indignada—, y realmente te agradezco que me hayas librado de esa escoria —después dude un segundo si debía o no preguntarlo, pero mi curiosidad era enorme—; ahora necesito respuestas, explícame esto, ¿por qué Carlo decía que no te podía ver? y, ¿por qué no le decías que estabas ahí?

    —Es común en la mayoría de ustedes —contestó con desdén—, supuse que sería muy divertido si…

    —¿Qué quisiste decir con ustedes? —pregunté impaciente ante su tono de superioridad.

    —Me refiero a los mexicanos —repuso nervioso.

    —Yo no me veo nada diferente a ti, sabiondo —le remarqué mientras me enfurecía.

    —No soy de tu país —volteó los ojos como si fuera obvio.

    —Ah —le dije furiosa—, entonces no te metas en los asuntos que no te incumben.

    Quedamos callados por unos instantes, mirándonos directamente a los ojos. Era esa clase de silencio incómodo que me sacaba de mis casillas así que decidí romperlo, pero él me tomo desprevenida.

    —Entonces, ¿no debo meterme en tus asuntos? —preguntó con sarcasmo.

    —No —contesté secamente.

    —Está bien, entonces no me meto en los asuntos de los mexicanos.

    —No —le gruñí.

    —Me parece muy bien —me sonrió y luego se dio media vuelta.

    —Bien —recalqué antes de que se terminará de voltear.

    No estaba segura de hacer lo correcto, pero después de que él se volteó decidí hacer otro tanto. Permanecimos de espaldas y en silencio, yo dudaba si marcharme o no,

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