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Laila y la gárgola: La Princesa de Josgwen
Laila y la gárgola: La Princesa de Josgwen
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Ebook323 pages5 hours

Laila y la gárgola: La Princesa de Josgwen

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About this ebook

En medio de esa espesura extravagante, mosaico de colores vívidos y apagados que parecían tomados de la explosión de euforia de un pintor o de la acuarela de un niño, me sentía perdida.
No hallaba paz en el día radiante ni en la noche púrpura. Me sentía sola aun rodeada por gente que me dirigía un saludo amable o una sonrisa.
Los pensamientos acerca de mi futuro me atormentaban y los misterios que se entretejían en mi imaginación explotaban en mi débil cuerpo tornándose en realidad.
Mi incertidumbre existencial prevalecía: ¿me casaría?, ¿moriría?, ¿volvería a amar antes de mi deceso?
Sobre mis hombros recaían pesadas cargas: La revelación de mi pasado, los dibujos de mi destino y lo más importante, la gran responsabilidad de ser... la Princesa de Josgwen.

LanguageEspañol
Release dateJun 21, 2011
ISBN9781458121400
Laila y la gárgola: La Princesa de Josgwen

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    Laila y la gárgola - Vania Itzel Herrera Cabrera

    Vania Itzel Herrera Cabrera

    Laila y la gárgola

    La princesa de Josgwen

    Smashwords Edition

    Copyright 2011: Vania Itzel Herrera Cabrera

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    Agradecimientos

    Los agradecimientos los escribiré antes de concluir la novela, porque cuando un escritor no está inspirado no es bueno forzar las palabras a que salgan chuecas, cóncavas y absurdas. Es mejor esperar.

    Al ser supremo, gracias Dios por todo lo que me has otorgado.

    A mi mamá, por su extraordinario carácter, temple y sabiduría, que me han hecho una mejor persona.

    A mi papá, por su gran ejemplo; lo admiro mucho. Agradeciéndole los momentos que hablamos mediante el silencio, las miradas, y con el corazón puesto uno sobre el otro.

    A mi hermano, por su cariño; lo extrañaré enormemente. No puedo concebir a quién le contaré mi vida, mis cosas, mis anécdotas; pero sé que será el mecatrónico que siempre ha deseado ser.

    A mis abuelitos, tíos, primos y demás parientes que me han apoyado a lo largo de mi vida.

    A la familia Sánchez Rosales, por su apoyo a lo largo de este tiempo.

    A mis dos grandes maestros poetas, ¡gracias Félix, Roberto!

    A mis maestros, presentes y pasados.

    A mi familia escolar, la voy a extrañar infinitamente; mis hermanos, porque no son mis amigos, son mis hermanos, y los amo con todo el corazón. Amigos muchos, verdaderos pocos, y hermanos escasos.

    A mi magnífico editor, que me ha apoyado invariablemente a lo largo de este tiempo. Gracias.

    A toda la literatura que me ha ayudado a mejorar y madurar en el arte de las letras: Jane Austen, Isabel Arredondo, Julio Cortázar, Elizabeth Kostova, Jorge Luis Borges, Laura Esquivel, Rosario Castellanos, Oscar Wilde, C. S. Lewis, J. K. Rowling, Elena Garro, Francisco Tario, Cornelia Funke, Roberto Fernández Iglesias, Félix Suárez y tantos más, que si no los menciono no es porque carezcan de importancia, sino porque tengo tantas cosas que agradecer…

    A toda la música que escuché mientras escribía esta novela, especialmente a Pas si simple de Yann Tiersen. Sin ella el final no habría sido posible.

    A los grandes escritores que conocí a través de este viaje. Chicos, sé que van por un gran camino, toda mi admiración y mejores deseos en las letras y la vida para ustedes.

    Con especial cariño a las escuelas y centros culturales que me abrieron sus puertas. A mis amigos de Casa Laboratorio, que fueron los primeros en hacerlo.

    Gracias a todos aquellos que cuidan la naturaleza, y un coco a los inconscientes.

    A todas las personas que han gustado de mis letras…

    Gracias a la vida, que me ha dado tanto…

    A Espuma y Lena, gracias por su paciencia mis novelas adoradas; espero que no desaparezcan de mi vida tan rápido como vinieron.

    A mis cuentos queridos, que han aguantado pacientemente su turno.

    Índice

    Introducción

    Capítulo 1: Escapadas

    Capítulo 2: El tercer punto

    Capítulo 3: Maldad pura

    Capítulo 4: Sospechas

    Capítulo 5: Confusión, mucha confusión

    Capítulo 6: Pesadilla

    Capítulo 7: Muerta, viva o a la mitad

    Capítulo 8: Realidad inexistente, incierta o cierta

    Capítulo 9: Perdida

    Capítulo 10: Derek

    Capítulo 11: Perfección

    Capítulo 12: Un plan

    Capítulo 13: Cuidando

    Capítulo 14: Enamorada

    Capítulo 15: Títeres

    Capítulo 16: Lo que pasó después

    Capítulo 17: Muerto

    Capítulo 18: Boda

    Capítulo 19: El precio de la verdad

    Capítulo 20: Otro mundo… RFQ

    Capítulo 21: Paltlieg

    Capítulo 22: Por fin la verdad

    Capítulo 23: Euríneme

    Capítulo 24: Tal vez

    Capítulo 25: Una historia muy larga

    Capítulo 26: Reencuentro

    Capítulo 27: Regreso

    Capítulo 28: Venganza y despedida

    Capítulo 29: Sentimientos oscuros

    Capítulo 30: El final… o casi

    Capítulo 31: El hogar de la muerte

    Capítulo 32: Nadie esperaba esto

    Epílogo

    Introducción

    Estaba demasiado oscuro por donde caminaba. El pasillo no parecía tener fin…

    Hasta que esa voz me llamó; no era mi nombre el que pronunciaba —ni Laila ni Euríneme— pero estaba plenamente segura de que era a mí a quien llamaba.

    Mis ojos escudriñaban en todas las direcciones posibles, pero siempre era el mismo resultado: oscuridad.

    De repente alguien tomó mi mano y comenzó a susurrarme palabras sin sentido. Al principio no comprendí de qué se trataba todo eso, sin embargo, dentro de la retahíla de incoherencias hubo una palabra que atrapó mi atención: Eckmen, el nombre clave de Edsuyn. Esa palabra fue la última que mi acompañante pronunció y entonces, con la última sílaba, se hizo la luz.

    Por fin pude ver a mi compañero, estaba totalmente segura de que nunca antes lo había visto; aunque por otro lado, algo en él me daba confianza, tranquilidad; varios sentimientos extraños que desde hacía mucho no experimentaba. Nunca había visto a Edsuyn, pero me lo imaginaba diferente.

    —Suéltame —ordenó con voz ronca—, ya tienes el mensaje.

    No contesté porque mi voz no respondió, así que me limité a obedecerle; intenté que nuestras manos se separaran pero me resultó imposible, y un horror aún más grande apareció para atormentarme… ¡nuestras manos entrelazadas chorreaban sangre!

    —Suéltame —repitió con voz sosegada y expresión franca y tranquila.

    Nuevamente la voz me falló, y con esfuerzos sobrehumanos traté de soltarme, pero otra vez fue inútil.

    —No puedo —conseguí decir por fin, con voz ahogada.

    —Debes hacerlo —me exigió.

    Reanudé los intentos, y como siempre, nada sirvió. La sangre empezaba a extenderse tormentosamente, aunque sólo a mi alrededor; sobre él no caía la mínima parte del líquido. No dejaba de fluir, ¡parecía que jamás tendría fin!

    —Yo no puedo hacerlo —aseveró negando con la cabeza—. Tú tienes que hacerlo, al fin y al cabo es tu sangre, no la mía.

    —Estoy tratando —le aseguré al borde del pánico—, pero todo es imposible.

    —Deséalo con más fuerza.

    En ese momento su voz evocó en mi mente una realidad espeluznante; ahora estaba segura de que, si a él no lo había visto antes, su voz sí la había escuchado muchas veces… dentro de mis pesadillas.

    El desconocido no me dio tiempo de pensar más, tomó mi mano libre con la suya y esta unión, mágicamente, empezó a recoger toda la sangre

    —¡Despierta! —gritó una vez que toda la sangre estuvo de vuelta en mi cuerpo.

    Capítulo 1: Escapadas

    De sopetón abrí los ojos a la realidad, una más horrible que mis más terribles pesadillas, que al final resultaban ser falacias sin fundamento; pero esta realidad no era mentira ni engaño, era la pura y simple verdad.

    Me incorporé despacio y con calma, la visión me falló un poco, aunque luego me recuperé y miré la molesta luz violeta que me hacía enfadar por las noches. Esta vez no era la excepción, me sentía frustrada de haber despertado, como siempre, aunque no toda la culpa era de la luz, también la situación que vivía hacía su parte, haciéndome desear fervientemente regresar al sueño, escapar, huir y no volver jamás. Una vez que despertaba me era imposible volver a dormir, y eso, igual que todo lo anterior, me ponía de un humor de los mil demonios.

    Me levanté de la cama, no sin antes brincar un poco sobre ella, lo que me provocaba bienestar y me causaba gracia a pesar de mi evidente molestia. Cuando terminé de divertirme bajé, disponiéndome a ir a pasear un rato, aunque de repente recordé la retahíla que me fue dirigida en el sueño.

    —Puede ser una simple coincidencia —susurré hacia mis adentros—, pero también puede ser verdad… —una felicidad incontenible empezó a recorrerme.

    Corrí hacia mi escritorio y tomé un pedazo de papel y uno de esos extraños lapiceros —así les decía yo, pero la gente de Josgwen los nombraba paliflos, aunque para mí tenían la misma función que los lapiceros, por lo tanto de mi boca recibían dicho nombre—; me costó un poco de trabajo recordar todo lo que me había dicho el chico de mi sueño, pero después de estrujar mi memoria resultó más sencillo. Escribí todo al pie de la letra y lo releí varias veces, siempre recordando que las palabras habían sido justo así.

    Cuando acabé me puse uno de esos vestidos, que para mi gusto no resultaban tan extravagantes; allí se le denominaba ropa de servidumbre, pero para mí era de lo más cómoda. Encima del vestido me cubrí con la capa azul acostumbrada, tomé el papel de la mesa junto con otro pedazo en blanco y el lapicero extravagante; la peineta, que nunca dejaba sola, la escondí como siempre en una bolsa discreta de la capa. Abrí mi puerta lo más silenciosamente posible y eché a correr…

    Aunque a veces maldijera la luz violeta, ahora me resultaba de lo más conveniente, porque alumbraba perfectamente mi camino. Los nervios hicieron que por un momento olvidara la ruta, claro, luego la recordé a la perfección, siguiéndola con pasos rápidos y silenciosos. No era la primera vez que lo hacía, aunque sí la primera que los nervios me traicionaban tan cruelmente. Había esperado por mucho tiempo ese sueño y ahora que se había presentado no lo iba a desaprovechar.

    Antes de llegar a mi destino debía bajar las escaleras que tenían esas paredes cubiertas con algo así como alambre de púas, sólo que no estaba quieto, sino que ¡se movía! Eso me ponía aún más ansiosa. Normalmente las bajaba con naturalidad y jamás me había pasado nada aparte de algunos rasponcitos, y eso al principio; después de las primeras semanas no había sufrido daño alguno, no entiendo por qué en esos momentos me preocupaba tanto.

    Fui cuidando mi vestido y capa, ya que si alguien me veía con la ropa llena de cortadas por los rasguños de inmediato sabría que había estado allí. Gracias al cielo pasé ese trecho, y ¡había salido ilesa! Sentí que el corazón se me quería salir del pecho y las manos me empezaban a sudar. Siempre que iba por ahí me encontraba con un guardia dormido, que nadie ni nada podían despertar por mucho ruido que se hiciera; él estaba con la boca abierta, dormido como un bebé. Pero los pensamientos negativos se juntaron y empecé a imaginarme las peores cosas, entre ésas estaba que ese día hubiera decidido permanecer despierto. Venciendo la incertidumbre que me paralizaba comencé a caminar lo más despacio posible. Pero, ¡cómo podía ser! Cuando uno no quiere hacer ruido es cuando parece que más hace, y eso lo envuelve en una realidad que los nervios provocan, donde todo se hace mal… y esa vez no fue la excepción. Con el corazón a punto de desbordárseme del pecho llegué a encontrarme con un guardia profundamente dormido, como siempre, y por fin pude soltar un suspiro. Tomé sus llaves y fui abriendo las puertas mientras caminaba. Me sentí triste al saber que no podría platicar con ellos, pero no podía despertarlos; juro que habría hecho hasta lo impensable por dirigirles unas palabras, el problema era que no podía; nadie en Josgwen podía despertar mientras la luz violeta estaba presente, era una especie de somnífero; así que no sé por qué me preocupaba tanto ser descubierta si nada más algunas veces la gente se levantaba, y cuando lo hacía le era imposible hablar; era el efecto que la luz provocaba en ellos. Sólo unas veces me habían sorprendido, las primeras, cuando aún no conocía los efectos de la luz violeta; me ponía nerviosa, y con la cara enrojecida intentaba explicarles que no podía dormir mientras ellos regresaban a sus habitaciones sin decir nada. No comprendía al principio, pero cuando se lo conté a Edsuyn, él me lo aclaró, explicando todo el asunto de la luz.

    Por fin llegué a una celda. Vi a Sele muy dormida y a Derek junto a ella con el ceño fruncido; no lo pude evitar, comencé a llorar. Me costaba trabajo contenerme estando en Josgwen, una vez que empezaba a llorar era casi imposible parar, nada más que allí lloraba de forma silenciosa, no escandalosamente, como solía hacerlo en… donde vivía antes.

    Con lágrimas anegando mis ojos abrí su celda y puse el papel sobre el regazo de Sele. Deseé que ella o Derek, habiendo vivido toda su vida en Josgwen, supieran ordenar el mensaje, y a la noche siguiente dejaran la respuesta en la que había depositado mis esperanzas. Estuve llorando afuera de su celda mucho tiempo, en silencio y con nostalgia, hasta que calculé que en algunas horas la gente se empezaría a levantar, y si me hallaban allí sería mi fin.

    Me despedí de ellos en silencio. Con otra nota les expresé cuánto los extrañaba, deseando poder hablar con ellos. Les pedí, como ya dije, que si sabían el significado del mensaje, en la siguiente noche dejaran la explicación donde encontraron la otra nota. No quería irme pero mi instinto de sobrevivencia me lo pedía a gritos, así que cedí y me alejé rápidamente de la celda, llevando un hueco en el alma más grande que con el que había llegado…

    Puse todo en su sitio antes de marcharme. Subí las escaleras, ahora con más calma, y salí del lugar. Caminé hacia mi recámara pero me di cuenta de que algo no estaba bien porque una figura alta se aproximaba. Un miedo tremendo comenzó a estremecerme cuando distinguí de quién se trataba…

    —¿Qué haces aquí? —preguntó retadoramente al tiempo que clavaba sus ojos en los míos, que estaban tristes y aún soltando lágrimas—, ¿por qué estás llorando?

    —No podía dormir y salí a caminar, y lloro porque me siento sola —le contesté con firmeza y calma, aunque mi corazón latía a tal velocidad que él pudo apreciarlo.

    —Estás nerviosa, ¿cierto? —dijo con tal seguridad que me asusté aún más, pero no perdí la calma.

    —¿Cómo no he de estarlo, si tú imaginas tantas cosas que temo que no me creas y mates por mi culpa? —le dije tratando de calmar mi llanto.

    —No, pequeña mía —dijo mientras me abrazaba—, nunca podría matar a alguien en tu nombre…

    —No mientas, Galahad —le contesté con frialdad—. Bueno… aunque podrías tener razón, porque hasta que no me case contigo no serás capaz de disgustarme, querido —dije marcando con ironía la última palabra.

    —Pero si sabes que te adoro, ¡¿cómo sería capaz de enfadarte?! —me sonrió de manera macabra.

    —Adoras mi reino, que es otra cosa.

    Cuando terminé de decirlo me arrepentí profundamente, así que decidí desviar la mirada.

    —Mañana hablaremos —me aseguró severo.

    —Descansa —dije angustiada.

    —Igual tú —contestó aún más seco.

    Caminé lo más rápido que la sensatez me lo aconsejaba; si corría sabría que estaba nerviosa, si caminaba lento sabría que fingía, así que traté de hacerlo con naturalidad.

    —Eres muy fría, ¿no crees? —escuché su voz detrás de mí, así que salté por la sorpresa.

    —Me asustaste —le reclamé mientras daba media vuelta para quedar de frente.

    —Lo siento —dijo sin quitarme los ojos de encima.

    Nos quedamos en silencio, viéndonos. Él me asustaba cuando me miraba de esa forma tan posesiva, pero si desviaba la mirada comenzaría a sospechar, así que se la sostuve sin expresión en el rostro.

    —Me voy, que muero de sueño —dijo por fin después de un largo rato, haciendo ademán de marcharse.

    —Hasta mañana —odiaba besarlo, pero esto siempre lo hacía olvidar los pleitos, así que me puse de puntitas y lo abracé; después posé mis labios sobre los suyos y le di un beso que intenté fuera rápido, aunque él siempre los prolongaba hasta que se le daba la gana.

    —Hasta mañana —dijo cuando estuvo satisfecho.

    Prefería cerciorarme de que se alejara, así que hasta que advertí que ya estaba muy lejos me dirigí a mi habitación para encerrarme. Lloré aún más desconsoladamente, pensando lo peor, imaginando tragedias, hasta que me venció el cansancio y me quedé dormida con lágrimas en los ojos, como me solía suceder.

    Capítulo 2: El tercer punto

    Josgwen no era tan desagradable… sólo era un poco diferente del mundo convencional en el que solía vivir.

    En el día había mucha luz. Contábamos con siete soles —o algo por el estilo— que era con lo que nos alimentábamos… ¡Ah, sí!, lo olvidaba, en Josgwen no hay comida como en la Tierra; como dije antes, comemos luz; en Josgwen le dicen energía kuanterífica —que viene a ser el equivalente de la energía calorífica según las deducciones que he hecho—. En la noche la luz violeta es provocada por las lunas —allí les dicen traqueprías—, y como expuse anteriormente, es una especie de somnífero que provoca que todos duerman. No me explicaba por qué Galahad había podido hablar conmigo, si los kuanteros —soles— aún no salían; pero era tan ignorante en tantos aspectos que no sabía si era porque la luz de las traqueprías era menos intensa o porque a él en especial, como a mí, no le hacía efecto el somnífero… Hacía muchas especulaciones sobre ese tema

    Edsuyn decía que como yo era nueva no me hacían efecto las traqueprías, pero pasado un año me vería atrapada en sus brazos. Al principio pensaba que la luz era lo que me impedía dormir, claro que luego Edsuyn me aclaró todo.

    También había muchas gárgolas, pero la mayor parte de ellas se volvían humanos, como Either, para fungir como soldados. No sabía cómo era que Galahad y su tío podían seguir controlándolas, pero no me importaba mucho ni era un asunto que mereciera mi atención. Durante toda mi estadía no las vi en su forma habitual, sino con un curioso uniforme azul, bastante parecido al alemán en la Primera Guerra Mundial.

    Y aquí viene la parte verdaderamente fea: me iba a casar con Galahad. Sí, era horrible, abominable, etcétera; pero no me quedaba más remedio porque, cuando llegué a Josgwen, él me explicó todo lo que no había querido decirme antes, y ése era el tercer punto. Cuando por fin me lo dijo creí que era lo peor del mundo, aunque luego me ubiqué en la realidad, donde debía hacerlo para que no muriera nadie. Ni Galahad ni su tío eran personas tontas. Si me casaba con Galahad ellos obtendrían el control de Josgwen, y como consecuencia también de Wartreop. Tenían planeado que la boda se llevara a cabo lo más pronto posible, aunque inteligentemente yo la había ido aplazando por caprichos de princesa que deseaba que Galahad me cumpliera. A Edsuyn le había parecido perfecto.

    Vivía en una soledad sin precedentes. Por mucho que tuviera compañía de vez en cuando, no era la que deseaba. Me urgía estar con Armida y Ludwig. Ellos vivían en un poblado cerca de Josgwen, y Armida estaba realmente molesta porque los habían separado de sus padres… por mi culpa. No había querido que eso pasase, pero no fue mucho lo que pude hacer por mi desdichada prima, así que ella decidió no volver a dirigirme la palabra al recibir mi negativa a su petición de ayuda. Comprendía su molestia, aunque de vez en cuando se me antojaba caprichosa y absurda. Ella sabía a la perfección que yo carecía de voto ante Lord Red sin la intervención de su sobrino, quien sólo en casos que le parecían razonables abogaba por mí.

    No podía hablar con ellos si Galahad no estaba presente, con doscientos soldados acompañándonos, pero siquiera podía ver a Ludwig, quien no hablaba más que lo indispensable conmigo. Por mucho que intentara hablar en clave con él, temía que Galahad comprendiera, así que me resignaba a conversar sobre trivialidades

    El humor de mi primo era lo único que me rescataba de la soledad, pues siempre que yo le encargaba a Galahad un nuevo capricho él me veía con complicidad y le decía: ¡Ay primo!, qué molesta te salió mi prima adorada. Al principio me daba risa y a Galahad también, pero después de varias veces él terminó molestándose, haciendo que nos marcháramos. Era algo así como mi carcelero, porque mientras él se ausentaba me dejaba encerrada con llave, vigilada y además, al principio, amarrada. Poco a poco me fue tomando confianza y ya podía ir y venir como me diera la gana, claro que sólo dentro del castillo.

    Él se enamoró mucho de mí y fue portándose más gentil conmigo, aunque yo no le correspondía, ¡y él pensaba que lo quería! Seguía siendo dueño del título de las tres íes.

    Edsuyn mantenía contacto conmigo alertándome de qué debía hacer o cómo tenía que actuar, aunque claro, también había veces en las que mi astucia me guiaba. Por meses había esperado la ilusión que se me concedió la noche anterior. Edsuyn ya me había hablado de ella, era información que conseguiría, pero como era muy rebuscada tardó mucho para reunirla toda, además de ser datos de los cuales él no tenía conocimiento, por lo que deberíamos interpretarlos. Así podría escapar de la boda, buscar a mi tío para que me explicara la nota de mi madre y por último… ¡morir! Sí, suena muy dramático, pero es lo que espiritualmente, como le gustaba decir a Edsuyn, me pasaría en cuanto hallara a Either. La última vez que lo había visto había sido unas semanas atrás, y eso gracias a las ilusiones de Edsuyn. Hablé con él pidiéndole que cuidara a mis padres hasta que yo pudiera ir a recogerlo y de esa forma cumplir nuestro cometido. Ni Edsuyn ni Either me querían decir por cuánto tiempo debería estar muerta, pero estaba segura de que no iba a ser corto, de lo contrario me habrían tranquilizado diciéndome que no sería por mucho, que no tenía nada de qué preocuparme; pero ambos evadían siempre mis preguntas o simplemente ignoraban el tema. Me asustaba no saber por cuánto tiempo estaría en el mundo de los muertos ni qué pasaría con mi cuerpo mientras lo hiciera, preocupaciones que, según mi primo, no debían alterarme, ya que mi atención debía centrarse en evitar la boda y necesitaría de toda mi astucia y concentración para ello.

    Lo que Edsuyn no sabía era que comenzaba a sospechar de aquello que me ocultaba, sin embargo no lograba saber qué era exactamente y eso me ponía en una incertidumbre terrible que no me permitía ser libre, sentirme en paz… Cada día que pasaba intentaba vivirlo al máximo porque no quería arrepentirme por las cosas que no hice en caso de morir definitivamente, sin embargo no podía hacer mucho encerrada en mi cuarto; ya vivía como una enferma terminal que no sabe cuándo partirá, sólo sabe que sucederá tarde o temprano. Durante las primeras semanas me destrozó emocionalmente no saber qué iba a ser de mi vida.

    Edsuyn se dio cuenta que algo estaba mal conmigo. Me veía deprimida y supo que lloraba constantemente. Él creyó que estaba muy alterada por la boda, aunque después reparó en que algo más grave me tenía angustiada. Me cuestionó día y noche acerca del asunto, hasta sacarme la verdad como con un tirabuzón. Cuando se lo dije, él admitió que todo dependería de la situación, aunque también me aseguró que me mantendría informada a diario de lo que sucediera, y en cuanto supiera algo me haría saber por cuánto tiempo debería vagar entre la vida y la muerte. Eso me tranquilizó, y durante mucho tiempo no había vuelto a pensar en mi futuro… hasta ese día, cuando recibí el mensaje y no supe qué hacer. Había dejado de ver las ilusiones de mi primo durante casi una semana, perdí contacto y ni él me dijo ni yo pregunté qué debía hacer en cuanto recibiera su ilusión final.

    Edsuyn me había advertido que no contara el plan a nadie y yo había seguido sus instrucciones, no sólo por saber que se trataba de algo muy importante, sino que ¡¿a quién rayos se lo iba a decir?!

    Extrañaba tener una plática tranquila, bromear, correr, reírme, jugar, pasear… realmente añoraba tanto mi antigua vida, donde mis únicas preocupaciones eran las decepciones amorosas y las cazadoras de chicos. Ah, también extrañaba a Sara y sus molestas arpías, a Efra, a José con sus atenciones innecesarias y nuestras discusiones acostumbradas acerca de Sara, y hasta al inepto de Carlo. En Josgwen mi vida era extremadamente solitaria y me aburría. No podía conversar gran cosa ni bromear con mis amados y adorados primos, como ya dije. Cuando estaba con ellos sólo los podía ver, o cuando mucho establecer una corta conversación, nada comprometedora; Galahad me prohibía platicar

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