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Adicción
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La respuesta al terrible estigma de la adicción, su causa y solución, guarda estricta relación entre la marcada e indiferente actitud consumista del modernismo global materialista y la desentendida practica doctrinaria moral-espiritual que exhorta a la especie humana a ser solidaria entre si. Al hábito negativo o “vicio” que involucra un proceso psíquico perturbador, alterado y desordenado, que necesita satisfacer una determinada tolerancia sintomática adicta se lo denomina ADICCIÓN -una enfermedad mental increíblemente poderosa como relativa.

No obstante, se debe decir que nadie nace adicto, pero no dejamos de ser proclives a la influencia de las tolerancias sintomáticas, a los desórdenes mentales o perturbación de los patrones de conducta y a las actitudes antisociales porque -indiferentes a los fundamentos moral-espirituales- permitimos que la memoria cognitiva o nuestra capacidad mental positiva sea absorbida por la información y la cultura negativa de las prácticas sociales aberrantes; esta permisión volitiva empieza a desarrollar en nuestro interior mental pervertido un terrible pensamiento adicto que nos orienta hacia la anarquía y la decadencia existencial.

A la personalidad adicta no puede confundírsele con la adicción, en ningún sentido, sin embargo, siendo ésta un estado perturbado de la personalidad natural puede fácilmente subordinarse al proceso adictivo.

LanguageEspañol
PublisherEmooby
Release dateJun 25, 2011
ISBN9789897140204
Adicción
Author

Martin Zambrano Astudillo

ACTIVIDAD CULTURAL Y OBRAS:* Publicación poética en el Suplemento Presencia, del desaparecido Diario Provincial “La Tarde”. Machala - El Oro - 1980-81* Artículos de reflexión y análisis en el Diario “El Nacional”. Machala - El Oro - 1.980 -81.* Director de la Revista Literaria “Amanecer”, editada por el Organismo Estudiantil “FEUE” de la Universidad Nacional de Loja, 1.992.LIBROS:* Por el camino que sigo (Relatos y Poesía, publicado) 1.998-99.* Un pequeño libro de recolección de artículos periodísticos “Esencias de mi Pluma”* Adicción, la lógica y relativa enfermedad de nuestras mentes (salud mental y desarrollo personal, Inédito) 2001-2008PARTICIPACIÓN LITERARIA A NIVEL NACIONALSegundo Premio en el Concurso Nacional del Cuento Deportivo, convocado por el C. O. E (Comité Olímpico del Ecuador). Agosto 24 del 2005. Obra: "EL DESAFIO"FORMACIÓN ACADÉMICA:· Licenciado en la carrera de Leyes.· Egresado de la Facultad de Jurisprudencia. (1996-97/Escuela de Derecho de la Universidad Nacional de Loja), no obtiene titulo de Dr. En Jurisprudencia y Abogado de los Tribunales de la República del Ecuador por pasar por serias dificultades económicas.Actualmente tiene un libro de poesía y relatos inédito que ha titulado “MELANCOLICAS”. Escribe en blogs y paginas web personales, artículos periodísticos, poesía y relatos; http://:www.martinpoeta.jimdo.com

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    Adicción - Martin Zambrano Astudillo

    Cierto día, hace varios años atrás, después de varios intentos fallidos por vender mas de un ejemplar de mi primer libro de poemas y relatos (Por el Camino que Sigo) a los transeúntes ocasionales del viejo y tradicional parque central de Huaquillas¹ El Algarrobo², noté la presencia de un individuo de apariencia sencilla que descansaba de espaldas a mí, presuntamente despierto, en una de las largas bancas de cemento del interior del parque –bajo la sombra de una frondosa planta ornamental–.

    La quietud meditativa de ese descanso me hizo tomar confianza y convencerme de que no perdía nada si intentaba por última vez bregar contra la corriente de la indiferencia cultural local, así que opté por acercarme al hombre sin pérdida de tiempo. Debido a mi súbito entusiasmo, al acercarme por su costado e inquirirle mi petición, no pude percatarme que en ese preciso instante éste acababa de desvanecerse en los brazos de morfeo, vencido por la calurosa y pesada modorra de la tarde. Sin querer, le sobresalté.

    Apenas un breve gesto de enfado se dibujó en el rostro del maduro personaje –para mi suerte–, luego me dirigió la somnolienta mirada y, agravando un tanto el tono de su voz, preguntó:

    ¿De qué trata el libro?

    Relatos y poemas, Le respondí y agregué –por si acaso– !Es mi primer libo publicado… solo vale dos dólares!

    !Asíiii!, silabeó, aletargando la ultima vocal con cierto tono irónico. Luego introdujo la mano, parsimoniosamente, en uno de los bolsillos del pantalón y extrajo un delgado fajo arrugado de cinco billetes de a dolar, apartó dos y me los entregó mientras tomaba los libros para escoger, como si fueran de distinto contenido.

    Después de elegir uno de los ejemplares, darse un breve tiempo para hojear un par de páginas y devolverme los restantes, me dejó escuchar un lacónico, espontáneo, sentencioso y resumido discurso que daba plena cuenta de nuestras más cerradas costumbres, vicios, o habitualidades adictas³. Entonces ni siquiera imaginé que años más tarde le recordaría al escribir, por cosas del destino, un libro o tratado sobre la Adicción teniendo como referente la perturbación adicta que yo mismo experimenté durante un gran periodo de mi vida; el alcoholismo compulsivo de cada fin de semana.

    Lo expresado por mi interlocutor –singularmente gráfico e irónico– fue, aproximadamente, en este sentido:

    Amigo, a la gente de nuestro medio poco o nada le interesa la cultura seria. Lo que le atrae de verdad es el chisme, la calumnia de quinta columna y la crónica roja. Ya que usted es hábil para las letras no desperdicie el chance de hacer dinero, escriba un libro sobre los escándalos de un personaje público y verá la cantidad de libros que vende. Le aseguro que es más llamativo, para la mayoría, un libro inmoral caro que un libro culto y barato o que, incluso, una Biblia gratis.

    Aunque esta singular exposición, con ribetes de crítica psico-social, sobre nuestra idiosincrasia cultural parezca diluirse en el simplismo retórico o en la sencillez antojadiza de un bien intencionado eufemismo hacia la actividad literaria que no genera lucro (cuando en el mínimo de los casos es sensata y lejanamente morbosa), en realidad no lo hace, ya que no podría existir más rica y expresiva sencillez, ni más exacta descripción –de la viciosa y cotidiana práctica social– que la de esa invaluable e indiscutible ponencia.

    Más, aunque no es posible sustentar, a la ligera, el fundamento de este realismo descriptivo que ya señala con cierta precisión la realidad común o la cotidianidad viciosa del Ser social consumista, el referido exponente utilizó su experiencia personal para identificar aquellos rasgos tipológicos en los que la conducta pervertida intenta pasar por natural, siendo, lógicamente, antinatural por su negativa esencia moral.

    Este es el meollo del asunto, como referirnos a esta forma de conductismo aberrante capaz de alcanzar profundas perturbaciones socioculturales, políticas, económicas, etc., sin caer en las ridículas ambigüedades de siempre que solo retardan su comprensión y sus posibles soluciones.

    Para un neófito consumado en el tema de la adicción, como yo, la inmensa interrogante planteada en esta reflexión representaba –al momento de iniciar mi investigación– un profundo dilema muy complicado de resolver con simples percepciones; no obstante, en el rango de las categorías que encasillan a la diversidad adictiva de las costumbres y usos sociales cotidianos logré encontrar aquella causa típica que, por su irrefutable y única trascendencia, se manifiesta como la mayor constante en el problema y la solución de esta perturbación mental (abstractivismo conductual negativo o afección psicológica de la conducta positiva) considerada como la más insidiosa y degenerativa del mundo actual (La Adicción, una perturbación psico-bio-social.)

    La respuesta al terrible estigma de la adicción, su causa y solución, comprendí, guarda estricta relación entre la marcada e indiferente actitud consumista del modernismo global materialista y la desentendida práctica doctrinaria moral-espiritual que exhorta a la especie humana a ser solidaria entre si. Esta crisis mental de lo moral y espiritual tiene que ver radical y fundamentalmente con la poca comunicación y la casi nula expresión emocional positiva que los Seres humanos nos dedicamos unos a otros, porque nuestro interés principal es la consecución y acumulación de bienes materiales y, aunque esta pretensión materialista cotidiana se justifique de buena fe, por las características propias de nuestra constitución psicosomática, no queremos aceptarla como tal o somos indiferentes a aquella parte espiritual y emocional que constituye, también, la esencia existencial del buen vivir de los Seres humanos.

    La ignorancia o confusión que se origina en la psiquis humana, por la valoración inmediata y sustancial del mundo practico materialista, respecto de la pre-existencia de un estadio paralelo conocido como espiritualismo data desde tiempos remotos. Sin duda alguna al hombre le resulta mucho mas fácil reconocer la funcionalidad de un mundo real descrito por la ciencia y la experiencia sensorial materialista como exacto, que aquel que se sujeta al dogma y a la experiencia extrasensorial o paranormal que se entiende como espiritual y que se encuentra regida por principios y valores relativos al poder de Dios.

    Indudablemente el término mental –más que la filología espiritual o idealista– nos es conocido y familiar a todos, o puede ser asociado con gran facilidad, porque el lenguaje común y académico lo emplea con regular frecuencia para caracterizar o determinar a la función cerebral (mecanismo mental o mente) como un poderoso computador biológico capaz de procesar y resumir –en ciertos casos de una manera general, y, en otros, de forma muy particularizada– los códigos semánticos de los usos idiomáticos propios o extranjeros; los códigos matemáticos; los químicos; los atmosféricos; los filosóficos; los sociales; los legales; los emocionales; los espirituales y sobrenaturales; los religiosos; los morales; los sexuales, etc. De manera que, cuando este procesador mental –de increíble capacidad de memoria cognitiva y de enorme habilidad para procesar la mayoría de los códigos existenciales planetarios– es contaminado por una información negativa que decodifica –parcial o totalmente– los valores positivos tradicionales correspondientes a las normas o principios morales y espirituales que han permitido a la humanidad mantener, entre si, profundos lazos afectivos de hermandad y solidaridad, entonces, lógicamente, aquel poderoso procesador de la memoria existencial racional se convierte en un peligroso mecanicismo psico-biológico que guiará al hombre, invariablemente, a su más terrible decadencia afectiva y complementariamente adicta.

    Aquí es necesario definir al Código como el conjunto de contenidos –académicos o comunes– cuyos signos, señales, conceptos, fórmulas y significados, que nos permiten formular o emitir un mensaje determinado para entendernos o comunicarnos con nuestros semejantes. Como ocurre con la semántica en el lenguaje escrito y fonético, de igual manera en la utilización de las señas (en el transito peatonal, vehicular terrestre, aéreo. marítimo, y en el lenguaje sordo-mudo), o en el caso de los simbolismos gestuales (gestos) que se utilizan para expresar los estados de ánimo como en aquellos que se incluyen los sonidos, entre otros.

    Bien, cuando cito a aquella constante –exclusiva o única– que puede revertir plenamente, o incidir de manera nefasta, en la perpetuación de los vicios, manías, hábitos, usos o costumbres adictivas o adictas, me refiero a todo un proceso en sí que atañe u omite a la triada intelectual (moral, emocional y espiritual), orientadora de valores humanos trascendentales como el honor y la dignidad, por ejemplo.

    En un primer nivel, esta valoración se entiende como la salvaguarda ética de cada individuo en función de una doctrina moral-espiritual colectiva; es decir, no como un simple estereotipo conductual impositivo, sino, como aquella inteligencia superior (moral, emocional y espiritual) que permite al hombre enfocar con absoluta claridad una conciencia positiva en la toma de decisiones existenciales, para si mismo y su entorno familiar o social. Mientras que, en un segundo plano o nivel, se denota la manifestación de un pensamiento social negativo disfrazado en el pragmatismo materialista y totalmente subordinado u obsecuente a los arquetipos codiciosos, violentos, agresivos, anárquicos, egocéntricos, seudo-religiosos, etc., constitutivos de la perturbación mental adicta.

    Ante esta prospección argumentativa muchos se preguntarán con honda extrañeza:

    ¿Que tiene que ver la deficiencia del carácter espiritual en aquellos asuntos mentales cuya propiedad material y terrenal, intrínseca de por si en su contexto, es de competencia exclusiva a la Psicología como ciencia exacta y no al dogmatismo como irrelevancia cientificista? La respuesta es simple, todo. Todo lo negativo nos contamina mentalmente, y se empieza por la nimiedad de detalles tan, aparentemente inconsecuentes, inicuos o fáciles de manejar en nuestra cotidianidad, que no consideramos ni remotamente que al permitirles la oportunidad de un proceso lento pero insidioso, al final, nos convertirán en usuarios subordinados de inimaginables, ansiosos, compulsivos y degenerativos hábitos enfermizos (lesión profunda de la conciencia positiva y los principios morales), hoy conocidos como adicciones.

    Uno de los gravísimos problemas, de la era actual, que subordina a la conciencia social hacia la perturbación adicta, es la influencia superlativa que ejercen las culturas liberalistas de los países con economías súper desarrolladas sobre las naciones en proceso de desarrollo, a más del hecho forzoso de haber sufrido la experiencia ancestral de un pasado colonial foráneo caracterizado por la conquista y la explotación social que terminó minimizando los valores y principios de los conquistados para reducirlos a la esclavitud de una explotación inmisericorde y a la participación indeseable de vicios morales lesivos a las tradiciones y principios de los nativos (en el planeta entero tenemos constancia de estos eventos históricos). Es decir, este sistema de poder conquistador y colonizador nos mezcló o mestizó geneticamente para desarticular la identidad originaria de nuestros valores y costumbres ancestrales (génesis de una alienación cultural anunciada); para hundirnos en la depravación moral y en la adicción alcohólica, principalmente (como es el caso de los indios en Norteamérica y los aborígenes en Australia, u otros a lo largo de Sudamérica).

    Desde esta perspectiva, si pensamos en la piscología como una ciencia fórmula que estudia y rehabilita totalmente la conducta de los individuos o sus procesos mentales perturbados, caemos en un craso error, pues ésta, lamentablemente, no desarraiga de raíz de la mente adicta –sin la voluntad positiva– a la conducta negativa, agresiva o violenta, del consumismo hedonista y materialista, no, solamente desarrolla terapias denominadas de autocontrol sujetas a un forzoso y cotidiano horario reflexivo, muchas veces cansino, que termina siendo falso por esa condicionalidad sujeta a la tentación compulsiva –que sigue siendo latente aunque limitado por ese control mental forzoso–; mientras que, la actitud de la inteligencia superior –desde los principios morales e inteligencia espiritualizada– en cualquiera de sus niveles, no solo rechaza a la tentación como una ejecutoria conductual profundamente negativa, causante del desenfreno adicto que lleva al hombre a la desgracia económica, intelectual, política y económica (entre otras), sino, también, como la consumación de un hecho antinatural reconocido desde la espiritualidad como un pecado que le corromperá y le alejará de la salvación eterna –según el dictado bíblico, ya, desde una posición expresamente doctrinaria– o desde el punto de vista indeclinable de la conciencia moral.

    Decía que la psicología profesional solo alcanza a determinar el diagnóstico y el tratamiento individual que técnicamente debe aplicarse y seguirse en el proceso recuperador del afectado, pero no asegura de ninguna manera el hecho de que aquellas cargas emocionales que el paciente no aprendió a manejar por sí mismo, en el futuro no han de provocar la reversión de sus logros o, en el peor de los casos, mayor perversión. Es decir, al amparo de la psicología, dependiendo incluso del nivel adicto y de la capacidad mental del paciente en recuperación, no existe un patrón definido que determine si éste ha de caer o no nuevamente bajo la influencia negativa de su entorno social.

    Incluso la misma piscología, como ciencia de la conducta humana, no puede asegurar con certeza o exactitud el comportamiento futuro del paciente, si de sí misma acepta la contraposición bipolar negativa que puede originarse entre el querer y el hacer dentro de la mente perturbada frente a la influencia del precario entorno social. Así, entorno social y pensamiento individual se convierten en el paradigma condicional de una enfermedad mental superlativamente dependiente de la psicoterapia perpetua, ya de manera forzosa en las clínicas privadas o por voluntad condicionada en el caso de las comunidades abiertas de recuperación en contra de la adicción, donde el perturbado es guiado subliminalmente a convertirse en un inalterable adepto (adicto) del grupo y de su terapeuta o padrino (a quien otorga el grado y calidad de imprescindible gurú o guía emocional y espiritual).

    En el corrillo popular se llega a hacer bromas agrias sobre la rehabilitación de las crisis sintomáticas de la adicción; Mira tú, bonita recuperación, dejas un vicio y adquieres otro tan peculiar o dañoso como el anterior.

    Y esto ocurre a cada momento. Lamentablemente, desde la óptica del cuadro clínico, la terminología o el significado auténtico de la espiritualidad, el espiritualismo, o la inteligencia espiritual, se encuentra completamente en desuso, además de ser considerado un simple y agrio vocabulario moralista en la conciencia popular globalizada. Esta apreciación escéptica a llevado al alter ego de la mente social modernista –pragmatista y radicalmente dialéctica– a redefinir a los principios espirituales y a los valores morales nada más como fórmulas, categorías o tratados conceptuales de orden dogmático, nacidos en la mente de una filosofía rígida, retardataria y contradictoria, tanto al desarrollo científico como a la naturalidad y diversidad Psicosomática del hombre.

    El pensamiento nihilista y relativista reclama a rajatabla el derecho universal a que la conducta humana, por ser naturalmente diversa o particularmente diferente, no debe ser considerada o encasillada como innatural o pecaminosa cuando no se adapta o rechaza el molde subjetivo del dogma, convertido en norma lesiva a esa originalidad individual. Incluso la ciencia, separada por viscerales antagonismos históricos con la iglesia de los Papas, avala el criterio notoriamente escéptico del pensamiento relativista, nihilista y materialista (capitalista –por antonomasia–), y defiende el argot de los cambios inevitables en los usos y las costumbres de la humanidad como derecho de esa expresión individual y social a la que se denomina dialéctica.

    Con estos antecedentes no es nada extraño encontrar, en este ámbito, un debate ardoroso entre ciencia y espiritualidad, desde décadas atrás, cuando se ha evidenciado un interés inusual por la extensa bibliografía de entusiasmados investigadores que se atribuyen, tanto el descubrimiento de tumbas insospechadas que presuntamente albergan las osamentas de Jesucristo (aseveraciones que siguen evidenciando los mismos arquetipos de la ya vieja y premeditada farsa nihilista), como el haber dado con una serie de documentos que evidencian las inmensas contradicciones bíblicas. Esta campaña unilateral y absolutista del escéptico cientificismo, en contra de los postulados esencialmente cristianos, ha traído, como consecuencia profundamente negativa, el resurgimiento de aquellas filosofías existencialistas que han convulsionado a la humanidad entera con la cultura de una globalización capitalista e imperialista que apuesta a la violencia y al individualismo en pro del poder planetario. Uno de los más notorios ejemplos de la literatura moderna materialista, disfrazada en la religiosidad gnóstica o del intelecto masón, es ¡EL CÓDIGO DA VINCI!

    El Código Da Vinci (best seller), sin lugar a dudas, es uno de los libros o contenidos literarios que plasman de manera detallada, matemática y magistral, las singulares características referidas. Sin embargo, para cumplir con los requisitos básicos propuestos o sugeridos en la inteligente observación realizada por aquél improvisado analista popular de las costumbres adictas –de mi referencia–, esta obra gnóstica⁴ no ha necesitado ser un libro vulgar, pero sí estar advertidamente identificada con un argumento literario estrictamente técnico, potencialmente absurdo, escandaloso, exageradamente deductivo, demasiado fantasioso como superficial y difamatorio (además de ser, apenas, el clon del tema recurrente con el que sus iniciadores y seguidores han intentado re-inventar la historia del cristianismo).

    En estos afanes, ya dirigidos por la fe o el escepticismo, los bandos contradictores han expresado su posición radical en contra o a favor de los débiles fundamentos o de la presunción sin mérito invocada en la poca originalidad gnóstica del Da Vinci –de Dan Brown–, y han terminado diciendo más de la cuenta al respecto. Así, mientras los verdaderos creyentes cristianos predican y practican el evangelio de su doctrina espiritual –en espera del retorno del Mesías, sacrificado y resucitado, que llegará para realizar el Arrebato Divino del mundo como se profetiza en la Biblia. También se habla, como suceso anterior a esta cita, de la aparición de un gobierno mundial liderado por el último anticristo–, los creyentes meramente religiosos y los neo-creyentes son absorbidos por el materialismo dialéctico que alimenta, exacerba y argumenta su posición escéptica⁵ en contra de este pensamiento presuntamente superficialista y profundamente dogmático. El materialismo escepticista argumenta que solo el metaficismo irracional es capaz de arraigarle a Jesucristo –sin fundamento convincente– una absurda naturaleza DIVINA.

    Así se ironiza, del relato bíblico, la presunción ortodoxa y doctrinaria de que Jesús fuera concebido, sin cópula sexual, en el vientre de una mujer virgen llamada María. La sola idea de una concepción, casi mágica, derivada del poder espiritual de un supuesto Dios Universal conocido como Jehová o Yahvé resulta un hecho exageradamente irreal para el cientificista escepticismo radical, más no para la fe cristiana, según se tiene entendido por sus fieles.

    Los escépticos, viscerales y profundamente convencidos de que la ciencia ha demostrado en gran medida la improbabilidad o la utopia de las escrituras bíblicas, han aprovechado al máximo la resonancia mundial del tema, no puramente cristiano sino, inclusive, estrictamente anti-religioso e intelectual, para traer al plano del debate sus exacerbados juicios o argucias. Sin embargo, aún cuando ha sido demostrada la inconsistencia de las famosas y endebles pruebas aportadas por algunos autores, investigadores literarios e historiadores, como Dan Brown, el escepticismo fanático ha renacido y sostiene con mayor tozudez o necedad que la falacia de estos argumentos son totalmente fidedignos porque se sustentan en la presunción científica. Dan Brown se incluye ahora en esta larga lista con el Código da Vinci (novela que alcanzó fama y la nominación de Best Seller en el 2.003).

    No obstante el ideario materialista y ateo que evidencia el escepticismo frente a la teoría del creacionismo divino, lo más notorio del asunto es la gran confusión de la que ha sido presa el interior espiritual de quienes se denominan así mismos creyentes⁶ y, aún más, de los denominados neo-creyentes –advertidamente seculares y religiosos liberales–. Estos apasionados debates mundiales han validado a la mayoría de estos libros –de la misma línea temática– la calificación de Best Sellers y, por supuesto, grandes ganancias a sus autores. Luego de estos privilegios de

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