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La isla de la vida
La isla de la vida
La isla de la vida
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La isla de la vida

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About this ebook

En esta historia trato de explicar los problemas de convivencia de las personas.
Varias parejas de distintas nacionalidades (que hacían su viaje de novios en un crucero), se vieron envueltos en un terrible naufragio. Después de haber estado navegando durante toda la noche a la deriva, aparecieron en una solitaria y pequeña isla del pacifico. Esta estaba muy alejada de cualquier parte del mundo civilizado y eso hacía, que fueran pocos los barcos que pasaban por la zona.
Aceptando su destino, decidieron vivir en la isla lo mejor posible, aprendiendo a vivir de su trabajo y de lo que la naturaleza les brindaba. Pero pronto aparecieron los conceptos humanos(egoísmo, avaricia, maldad...) que hacen que haya tanta desigualdad y tantas guerras.

LanguageEspañol
Release dateNov 2, 2014
ISBN9781311106537
La isla de la vida
Author

Guillermo Jiménez Pavón

Guillermo Jiménez PavónNací en un pueblecito de Córdoba, llamado Fuente Carretero, y en la actualidad resido en Granollers Barcelona.Soy un andaluz, que en el 1971 emigró junto con toda su familia a Barcelona. Soy el cuarto de nueve hermanos (cuatro chicas y cinco chicos).Siempre me había gustado escribir, pero por un motivo u otro, no lo había podido hacer, hasta hace siete años. Había tenido que trabajar muchas horas cuando estaba soltero, para ayudar en casa. Luego cuando me casé, tampoco disponía de mucho tiempo, por que tenía que sacar a mis hijas adelante, por lo tanto no podía.Trabajo en una empresa de logística, desde hace treinta años.Me gusta todo el deporte en general y el fútbol en particular.Escribo (como aficionado) de todo, poesías, cuentos y novelas.Me gusta leer diarios, para estar informado de cómo va este sufrido mundo. También cuando puedo leo algún libro. El último que he leído ha sido Ángeles y demonios.El libro que más me ha impresionado, ha sido el quijote. Creo que su expresión narrativa, aún no ha sido superada por nadie.

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    La isla de la vida - Guillermo Jiménez Pavón

    La isla de la vida

    Prólogo

    12 de agosto de 1983. Eran cerca de las nueve, de una tranquila noche de verano, cuando se sintió una fuerte explosión. Fue de tal dimensión (la dicha explosión), que hizo moverse aquel enorme barco.

    Había reventado una de las calderas de la sala de máquinas y eso, produjo un gran agujero en el casco del barco.

    El capitán y sus hombres, intentaban taponar el orificio que se había producido, pero por mucho empeño y bravura que pusieron (aquellos forjados marineros), no lo pudieron conseguir y el barco se fue hundiendo lentamente.

    Aunque el mar estaba en calma y la noche no era muy fría, los pasajeros del barco, todos muy nerviosos y sobrecogidos por el pánico, intentaban salir a cubierta a cualquier precio.

    El capitán, viendo que el barco se hundía y reconociendo que no podía hacer nada por salvarlo, avisó a los guardacostas y seguidamente dio la orden de abandono.

    Los gritos de los pasajeros retumbaban en aquel silencioso mar y una fina niebla iba cubriendo sus desesperados rostros. Rostros que mostraban el miedo y la angustia, en su gama más alta.

    Dentro de lo malo de un naufragio, los pasajeros tuvieron suerte y la gran mayoría consiguió acomodarse en botes salvavidas, y algunos, los menos afortunados, en algo flotante.

    Una espesa niebla se fue haciendo patente y eso, sumado a las corrientes marinas, hicieron que uno de los pequeños botes, en el transcurso de la noche se fuera distanciado del grupo.

    Cuando a media mañana se despejó la niebla, los componentes del pequeño bote, se dieron cuentas que estaban solos en aquel inmenso mar azul, lejos de cualquier lugar.

    Tras dos días a la deriva y arrastrados por las corrientes marinas, llegaron a una isla de muy pequeñas dimensiones.

    El resto de pasajeros se habían podido mantener juntos y habían sido rescatados por barcos de la armada, que habían acudido a la llamada de socorro.

    Al estar el mar tan tranquilo y encontrar tanta gente junta (aunque había mucha niebla), pensaron que estaban todos los pasajeros y que si alguno faltaba, sería por que se habría hundido con el barco.

    Cuando estuvieron en tierra, todos los rescatados le daban las gracias a dios por haberse salvado, y aunque sus rostros reflejaban cansancio y miedo, se sentían afortunados por haber sido rescatados con vida, de algo tan terrible como un naufragio.

    Una vez averiguado el total de pasajeros que iban a bordo, el capitán mandó a varios de sus oficiales que hicieran recuento del personal rescatado. Fue entonces cuando se llevaron una desagradable sorpresa, al comprobar, que les faltaban diez pasajeros.

    De inmediato salieron en su busca varios helicópteros de la armada y dos lanchas rápidas. Después de haber estado todo el día rastreando la zona y no encontrar pista de ellos, dieron la búsqueda por terminada.

    La zona donde se había hundido el barco era muy profunda y pensaron que no les debió dar tiempo de salir y que debieron quedar atrapados en el interior del barco.

    Este estaba hundido a más de doscientos metros de profundidad y al no poderlo examinar, dieron a los pasajeros por desaparecidos.

    Capitulo1.-llegada a la isla

    La isla a la cual habían llegado, tendría unos dos kilómetros cuadrados de extensión.

    Al llegar a la playa de la pequeña isla y en cuanto pisaron tierra firme, se tumbaron en la arena, agotados por el cansancio y la sed.

    En la posición que habían caído, estuvieron un buen rato sin moverse y cuando repusieron las pocas fuerzas que les quedaban, el primero en levantarse fue Benito.

    —Eulalia, Eulalia, despierta —le dijo Benito a su esposa, a la vez que le daba con la palma de la mano, unos suaves golpes en la cara.

    —Hola cariño —le respondía Eulalia, con los ojos entreabiertos y cara de estar muy cansada y agotada por el tremendo esfuerzo realizado.

    Se habían casado hacía una semana y habían cogido un crucero para hacer el viaje de novios.

    Vivían en Barcelona y siempre fue su mayor ilusión, el pasar su luna de miel en un barco.

    Al su lado se sentía a otro joven, que con cara de desesperación y muy agotado, llamaba también a su mujer.

    Se trataba Mao Axian, que llamaba a su mujer Akira.

    —Akira, Akira —le dijo cariñosamente cuando la vio y se fue hacía ella con pasos cansinos, pero a la vez contento, de ver a su mujer viva.

    Eran de origen chino y vivían en España desde hacía varios años.

    Los terceros en buscarse fueron Angélica Perk y Frank Prout, de origen americano, quienes llevaban viviendo en España varios años. Los cuartos en buscarse eran Ismael Abdalá y Alima Togo. Eran de origen árabe y como los demás, llevaban varios años viviendo en España.

    Maui Auvea y Vanua Ohau, fueron los quintos y llevaban viviendo en España seis años, e igual que los demás, estaban de viaje de novios.

    Todos tenían en común que estaban recién casados y que habían cogido el barco en Barcelona, para ir de viajes de novios.

    Cuando estuvieron todos descansados, se fueron a investigar el lugar, al cual les había llevado el destino.

    Sólo con lo puesto y sedientos (el agua que tenía el bote se les había terminado), todas las parejas cogidas entre ellas de las manos, empezaron a recorrer la pequeña isla.

    No tardaron mucho en hacerlo, por que la isla realmente era muy pequeña.

    En las faldas de una pequeña montaña, casi en el centro de la isla, había un caserón de construcción colonialista y muy bien cuidado.

    Con mucha cautela, las cinco parejas se acercaron al caserón, llamaron a la puerta y le salió un señor de unos sesenta años de edad, con una escopeta en la mano.

    Se trataba de Dionisio Troades (era el guardián de la isla), que llevaba puesta una gorra de marinero negra, con una barba blanca bien cuidada y con una camisa blanca y un pantalón negro, que le daban el aspecto de un autentico marinero.

    La isla la había comprado un rico financiero, para pasar de vez en cuando unos días de descanso.

    — ¿Quiénes sois vosotros? —Les preguntó Dionisio Troades.

    —Hace un par de días sufrimos un naufragio en alta mar y las corrientes marinas nos han traído hasta aquí —le contestó Mao.

    —En el barco donde viajábamos, hubo una fuerte explosión y por lo que pudimos oír decir a uno de los oficiales antes que se hundiera el barco, había explotado una caldera de la sala de máquinas y no habían podido hacer nada por salvar el barco. La explosión debió producir un gran agujero en el casco del barco, por lo que le debió ser imposible taponarlo a la tripulación. El capitán, cuando vio que no se podía hacer nada por salvar el barco y el quedarse en él era muy peligroso, dio la orden de abandonarlo.

    Nosotros tuvimos la gran suerte de coger un bote salvavidas y aunque todos consiguieron abandonar el barco antes que se hundiera, algunos sólo pudieron coger el salvavidas y estaban flotando en el agua cogidos a pequeños trozos de madera.

    La noche era muy tranquila y aunque el murmullo y desespero de la gente no cesaba, el mar se mantenía calmado, sólo había una ligera niebla, que cuando desapareció el barco tragado por el mar, se fue haciendo cada vez más espesa.

    Intentamos mantenernos juntos mientras venían a rescatarnos, pero a causa de la niebla, cada vez nos veíamos menos entre nosotros. Al día siguiente, sobre las once de la mañana y cuando había desaparecido la niebla, estábamos solos en aquel inmenso mar.

    —Alguna corriente marina nos debió traer hasta esta isla, porque durante la noche al no ver nada, dejamos de remar —le dijo Benito.

    Dionisio Troades, que escuchaba sin pestañear lo que le estaban contando, bajo la escopeta y les dijo que pasaran.

    —Acomódense donde puedan —les dijo a las cinco jóvenes parejas; estas se sentaron entre sillas y un sofá lujoso que había en el comedor.

    Dionisio Troades les saco agua y refrescos para que saciaran su sed.

    —La casa no es mía, es de don Manuel, yo solo la cuido y la mantengo limpia, para que cuando él venga, la encuentre cómoda y pueda descansar tranquilamente. Hace cinco años que vivo aquí solo y no he salido de ella en todo ese tiempo —les dijo Dionisio Troades.

    — ¿Y no se aburre usted, estando tanto tiempo solo? —le preguntaba Benito, que era el más hablador del grupo.

    —De aburrirme, nunca, y para lo que hay que ver fuera de aquí, es mejor no salir de la isla. Aunque es pequeña, desde hace seis meses tengo de todo y además siembro mis propias cosechas de trigo, patatas, maíz, etc. También tengo gallinas, una pareja de cerdos (que ya me ha parido nueve lechones), cinco cabras y un macho. Hay tres cabras que están preñadas y si no me equivoco, dentro de un mes parirán. También tengo dos vacas lecheras preñadas, de esas no tengo macho, espero que nazca al menos uno, de las dos vacas. Le dije al señor Manuel que me facilitara todo eso, para estar entretenido y no aburrirme en la isla. Tengo incluso un pequeño tractor, para labrar la tierra. Ahora llevo unos meses que estoy preocupado, porque el señor Manuel lleva seis meses sin venir y nunca había estado tanto tiempo sin hacerlo. Suele venir cada dos meses como mínimo y la última vez que estuvo, me trajo las dos vacas en su yate.

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