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Las Aventuras De Un Viajero En El Tiempo Adolescente
Las Aventuras De Un Viajero En El Tiempo Adolescente
Las Aventuras De Un Viajero En El Tiempo Adolescente
Ebook105 pages48 minutes

Las Aventuras De Un Viajero En El Tiempo Adolescente

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About this ebook

Morris Kemp era un chico normal, hasta que, un día, todo cambió.
Diez alumnos del Instituto de Secundaria Isambard Kingdom Brunel deben realizar sus prácticas laborales obligatorias, pero Morris Kemp no está para nada contento. Le esperan dos aburridas semanas en la empresa de doble acristalamiento Longman & Short, visitando a posibles clientes con su mentor Huxley.
Sin embargo, los acontecimientos toman un inesperado y cómico giro cuando la primera clienta decide pagarles con gominolas mágicas, que en realidad son cápsulas para viajar en el tiempo.
Morris, que está seguro de que se trata de una broma, se toma una de las gominolas y viaja atrás en el tiempo, hasta el siglo XVII; allí, deberá ayudar a Williamina Shakespeare a acabar su última obra antes de regresar al presente.
Pero las cosas no salen todo lo bien que se podía esperar y acaba atrapado en el tiempo, rodeado de villanos del pasado y del futuro que le intentan robar las gominolas mágicas.
Además de Williamina Shakespeare y la reina Isabel I, Morris conoce al presidente de Europa (en el año 2650), a guardias de seguridad alienígenas, a un peluquero asesino y a la familia real de la Atlántida al completo.
¿Podrá Morris regresar a casa y retomar su vida? Descúbrelo en esta comedia sobre viajes en el tiempo.
LanguageEspañol
Release dateDec 12, 2014
ISBN9781633390096
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    Las Aventuras De Un Viajero En El Tiempo Adolescente - Alex Shaw

    lecturas?

    PRÓLOGO. Instituto I. K. Brunel, Worthing.

    Morris Kemp era un alumno normal y corriente. De hecho, no había nada extraordinario en Morris: tenía una altura normal y corriente, un aspecto normal y corriente e incluso, según sus informes académicos, una inteligencia normal y corriente. En dos palabras, Morris era, sin lugar a dudas, normal y corriente. Sin embargo, a Morris estaba a punto de sucederle algo verdaderamente extraordinario.

    El sol parecía burlarse de Morris en el laboratorio de ciencias del instituto. Los rayos del sol brillaban con tal fuerza a través de las ventanas cerradas que el laboratorio parecía haberse transformado en un invernadero y Morris, en un tomate maduro. El profesor Moresden, ajeno al calor, seguía leyendo en voz alta, sin ninguna emoción, pasajes de un libro de ciencias titulado Química divertida sobre Valencia o enlaces con valientes, que Morris ni siquiera entendía. Hacía verdaderos esfuerzos por mantener abiertos los ojos. En días así, maldecía al Gobierno por insistir en que:

    a) todos los niños debían asistir al colegio, y

    b) todos los niños debían cursar al menos una asignatura de ciencias.

    Morris odiaba las ciencias. Siempre las había odiado y siempre las odiaría. Claro que le gustaban las ventajas derivadas de la ciencia, como la PS3 y el McDonald’s, pero estudiarla le resultaba aburridísimo. De hecho, un día en clase les enseñaron a fabricar espuma de afeitar y él obtuvo detergente. Estaba visto que la ciencia no era para él.

    El profesor Moresden dejó el libro y se quitó las gafas.

    —Copiad lo que voy a escribir en la pizarra.

    Se dio la vuelta y levantó el brazo derecho, tras lo que se oyeron carcajadas de varios alumnos, que no pudieron contener la risa al contemplar la enorme mancha de sudor en la axila del profesor. Pero Morris arrugó la nariz y se quedó en silencio.

    Cuarenta insufribles minutos después, sonó la campana y toda la clase corrió en estampida hacia la puerta para huir del laboratorio lo antes posible. Morris salió del edificio de ciencias y se dirigió al aula de su tutor en el departamento de música. El tutor le permitía comerse el bocadillo en el aula, un privilegio poco habitual que se había ganado por ofrecerse a llevarle la lista de clase dos veces al día. Al llegar, se sentó en su pupitre y le dio un mordisco al bocadillo de salami.

    —¡Anda, si es Kemp! —El profesor Claxton sonreía de oreja a oreja bajo su descuidada barba—. Justo a quien quería ver.

    —Ah. —Morris empezó a alarmarse.

    —No te preocupes, chaval; no has hecho nada malo. —Claxton le entregó una hoja amarilla—. Toma, léelo.

    Morris dejó el bocadillo en la fiambrera y leyó la hoja:

    —«Prácticas laborales. Has sido aceptado en un programa de prácticas laborales de dos semanas en Longman & Short». —Levantó la vista y miró al todavía sonriente profesor Claxton—. Qué bien —dijo sin entusiasmo.

    Claxton asintió.

    —Supuse que te haría ilusión.

    En su voz no había ni una pizca de sarcasmo. Morris siguió leyendo:

    —¿Ventanas de doble acristalamiento? ¿Venden ventanas?

    —Sé que me dijiste que querías algo que estuviera relacionado con el diseño y esto es lo más parecido que he encontrado. Pero piensa que podrás ayudar a la gente a diseñar su casa.

    A continuación, el profesor se dio la vuelta para salir del aula, justo antes de decir por encima del hombro:

    —Si alguien me necesita, estaré en la sala de profesores.

    Morris se terminó el bocadillo. Las prácticas laborales eran dos semanas sin ir a clase con el divertidísimo objetivo de mostrar a los quinceañeros cómo era la experiencia de la vida laboral. A los alumnos que no eran capaces de organizar sus propias prácticas se los enviaba a una de las empresas «aseguradas» del instituto, entre las que, por cierto, no se incluía ninguna aseguradora, pero sí un taller de coches, una tienda de mascotas, un banco, el hospital y Longman & Short.

    CAPÍTULO UNO. Worthing, Sussex Occidental (Reino Unido). Actualidad.

    Era el primer día de prácticas laborales para Morris y su madre le había dicho que llevara traje (que tomó prestado de su padre), mientras que este le había aconsejado que estrechara la mano «bien fuerte» al saludar y que fingiera que le «gustaba el golf».

    —Recuerda, hijo: el golf es el deporte de los empresarios —le dijo su padre justo antes de irse a trabajar. Era cartero.

    Morris se bajó del autobús y llegó a la oficina de Longman & Short. Estaba situada en el centro de Worthing, por lo que se aseguró de que ninguno de sus compañeros de instituto le viera vestido con aquel traje, que tan mal le sentaba. Tras el cristal del escaparate se exponían cristales de ventanas y, a través de él, Morris divisó a una mujer muy guapa sentada ante su escritorio. Ella le miró y Morris le dio la vuelta, avergonzado. Entonces se abrió la puerta y de ella surgió un hombre con traje y corbata.

    —Hola. Tú debes ser Morris Kemp. —Le tendió la mano.

    —Sí. —Morris se la estrechó, algo a lo que no estaba acostumbrado.

    —Hala, menudo apretón tan fuerte. El señor Longman me ha hablado de ti. Soy Huxley Scragge, tu mentor durante estas prácticas. ¡Ya puedes aprender de mí, ja, ja! —Huxley tendría, como mínimo, veinte años más que Morris, era algo más alto y tenía el pelo castaño engominado a la perfección—. ¿Tienes que ir al baño?

    —¿Qué? O sea, ¿perdón?

    Huxley sonrió y se ajustó el nudo de la corbata.

    —Que si tienes que ir al baño antes de salir a la calle.

    —No. Espere, ¿qué significa «salir a la calle»? —Sonaba preocupante.

    —Bueno, soy comercial del departamento de ventas puerta a puerta y le he comentado al señor Longman que la mejor forma de introducirte en el toma y daca del mundo de las ventanas es que me acompañes en mis visitas a posibles clientes.

    —Ah, qué... bien.

    —Vale, genial. Nuestros clientes son muy majos; por eso eligen Longman

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