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Ninguna Buena Acción
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Ninguna Buena Acción

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About this ebook

Mark Taylor sabe que sus acciones gritan culpable —pero sólo estaba intentando parar el horrible ataque terrorista. En cambio, el gobierno le etiqueta como un combatiente enemigo y le echa en un calabozo sin derechos, sin juicio, y ninguna manera de probar su inocencia.

Mark es sólo un tipo normal —un fotógrafo— que se encuentra en una situación extraordinaria cuando una antigua cámara que ha comprado en un polvoriento bazar de Afganistán produce fotografías de futuras tragedias. Cuando descubre que puede evitar que ocurran los sucesos de las fotos, no puede vivir con la culpabilidad si no intenta parar las tragedias.

Cuando ve el 11 de Septiembre, sus esfuerzos fracasan cuando nadie escucha sus frenéticos avisos. Y entonces aprende que siendo un 'combatiente enemigo' el Gobierno puede hacer lo que quiera con él. Absolutamente todo lo que quiera.

LanguageEspañol
Release dateMar 12, 2015
ISBN9781507105610
Ninguna Buena Acción

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    Ninguna Buena Acción - M.p. Mcdonald

    Descripción del libro

    Mark Taylor sabe que sus acciones gritan culpable —pero sólo estaba intentando parar el horrible ataque terrorista. En cambio, el gobierno le etiqueta como un combatiente enemigo y le echa en un calabozo sin derechos, sin juicio, y ninguna manera de probar su inocencia.

    Mark es sólo un tipo normal —un fotógrafo— que se encuentra en una situación extraordinaria cuando una antigua cámara que ha comprado en un polvoriento bazar de Afganistán produce fotografías de futuras tragedias. Cuando descubre que puede evitar que ocurran los sucesos de las fotos, no puede vivir con la culpabilidad si no intenta parar las tragedias.

    Cuando ve el 11 de Septiembre, sus esfuerzos fracasan cuando nadie escucha sus frenéticos avisos. Y entonces aprende que siendo un 'combatiente enemigo' el Gobierno puede hacer lo que quiera con él. Absolutamente todo lo que quiera.

    * * *

    Este libro es una obra de ficción. La gente, los lugares y las situaciones son producto de la imaginación de la autora. Cualquier parecido a personas reales, vivas o muertas, o hechos reales, es pura coincidencia.

    Copyright 2010 por M.P. McDonald

    Portada por Imogen Rose

    Un agradecimiento especial a Dianna Morris y Jessica Tate por su ayuda y aliento.

    ––––––––

    Dedicado a mi marido Robert y a mis hijos Brian, Tim y Maggie.

    CAPÍTULO UNO 

    El bebé flotaba boca abajo en la bañera. La imagen no había cambiado, ni Mark Taylor esperaba que lo hiciese —al menos aún. Metió la foto en su bolsillo trasero y bajó rápidamente los escalones desde la plataforma 'L'. Con algo de suerte, la próxima vez que la mirase, el bebé estaría bien. Esquivó a una anciana que se tambaleaba en su camino y miró su reloj.

    Todo lo que tenía que hacer era encontrar el apartamento, convencer a la madre que no era un caso de manicomio o peor —un cotilla— sólo porque sabría que su teléfono sonaría y la distraería de bañar a su hija. Sí. Nada complicado. Sólo entra, avisa a la madre, y lárgate. Cinco minutos. Como mucho. Mark corrió, maldiciendo por lo bajo ante la marea de personas que se dirigían hacia la estación. La multitud se diluyó y corrió a toda velocidad, con su respiración explotando en una nube blanca.

    Los coches bloqueaban el paso de peatones, atrapados allí cuando el semáforo se puso rojo. Mierda. Paseó hacia la izquierda, luego a la derecha, deseando que cambiase el semáforo. Al infierno con todo. Se lanzó a la calle, ignorando el sonido de las bocinas. Tampoco parecía que los coches pudieran avanzar. Tropezó cuando uno le golpeó la cadera, o fue él quien lo golpeó. No estaba seguro de cuál de los dos había sido y no tenía tiempo de averiguarlo. Cojeando, continuó su carrera.

    A mitad de la manzana se detuvo para leer los números de las casas encima de la entrada de un edificio de apartamentos. Este era el que buscaba. Se giró y subió las cortas escaleras de hormigón de dos en dos; tiró de la puerta. Cerrado. Por supuesto.

    Jadeó, apoyando las manos en la puerta. Piensa. Tenía que haber una manera de entrar. No podía fallar. No esta vez.

    Arrastró su mano sobre un panel de timbres de llamada numerados, sin importarle quién respondiese, mientras alguien le dejase entrar.

    —Vamos... ¡vamos!

    —¿Quién es?

    —Oye, amigo, se me ha olvidado la llave. —Fue lo primero que se le ocurrió y no funcionó. La siguiente mentira tampoco lo hizo. Incapaz de inventar una historia plausible, recurrió a la verdad en su cuarta respuesta—. ¡Es una emergencia! Vida o muerte.

    Quizás su voz sonase tan desesperada como se sentía, o quizás a la persona no le importaba nada —cualquiera que fuese la razón, el tipo le dejó entrar. Parpadeó mientras que sus ojos se ajustaban a la oscuridad. Era en el segundo piso. Estaba seguro de ello. El sueño se reproducía en su cabeza como una película, mostrándole el número veintidós plateado clavado en la puerta.

    Había un ascensor, pero estaba en el quinto piso. Vio las escaleras y voló hacia arriba, agarrándose al pasamanos para hacer el giro brusco hasta el segundo tramo. Se le ocurrió que la puerta hasta el vestíbulo podría estar cerrada, pero la suerte estaba esta vez de su lado y se abrió. Inclinado en la postura del corredor, las manos sobre las rodillas, resopló y miró el número de la puerta más cercana. Veintitrés. Supuso que era a la izquierda y se giró en esa dirección. Levantó la mano para llamar, pero se quedó inmóvil cuando un angustiado grito hizo que se levantasen los pelos en la parte trasera de su cuello.

    —¡Christy!

    Sobresaltado, retrocedió, chocando contra la pared opuesta a la puerta. Había llegado demasiado tarde. Se dio la vuelta y golpeó con el lado del puño contra la pared, una maldición lista para explotar cuando oyó cómo hurgaban en la puerta detrás de él.

    —¡Ayúdenme! ¡Que alguien me ayude!

    Ante este ruego desesperado, se abalanzó hacia la puerta cerrada.

    —¿Oiga? ¿Está bien? Sabía que era una pregunta estúpida. Por supuesto las cosas no estaban bien.

    La puerta se entreabrió antes de que una mujer joven la abriera del todo mientras sujetaba un bebé fláccido y gris.

    —Mi bebé. Unos ojos salvajes y desesperados se encontraron con los de Mark. —Por favor...

    Mark tragó el ácido en su garganta e instintivamente echó mano de la niña.

    —¿Qué ha ocurrido?

    No podía dejar que descubriese que ya lo sabía. Aquello llevaría a preguntas que no podría contestar.

    —¡Me la olvidé en la bañera! —Se aferró al bebé y le sacudió—. ¡Oh, Dios mío! ¡Christy! ¡No respira!

    —Conozco RCP—démela.

    Su tono agudo cortó a través de la conmoción de la madre y soltó a su hija con un gemido de dolor.

    Mark colocó al bebé con la cabeza en su mano, su trasero en la curva de su brazo.

    La madre se lamentaba con los puños cerrados delante de su boca.

    —¡Ayúdela!

    La pobre mujer se tambaleaba al borde de la histeria; no es que Mark pudiese culparla. Él mismo estaba al borde de esa línea, pero no podía cruzarla. No si había una posibilidad de salvar al bebé. Con su mano libre sujetó el brazo de la madre y lo apretó firmemente.

    —Voy a ayudarla, pero debes escucharme. Debes llamar al 9-1-1. ¿Me has entendido?

    Ella arrancó la mirada de su hija, asintió y corrió de vuelta a su apartamento. Mark estrujó su cerebro, buscando los restos de conocimiento de reanimación cardiopulmonar que sabía que estaban ahí. Se encogió ante la mirada vidriosa y los labios azulados del bebé. Sus piernas colgaban sin vida sobre su brazo.

    ARC. Eso era. Apertura, respiración y circulación. No veía agua en su boca, por lo que las vías aéreas parecían estar bien. Cubrió su nariz y boca en miniatura con la suya, sintiéndose un patán grande y torpe. Su olor llenó su nariz —tan limpio e inocente. Como champú y talco para bebés. Un mechón húmedo y sedoso de su pelo le hacía cosquillas en la mejilla. Si moría, la culpa sería suya. Podía haberlo evitado. Volvió a soplar. No era el momento para preocuparse por la culpa.

    Su pecho se levantó con la respiración y sintió cómo se movía contra su brazo. Por el rabillo del ojo vio cómo se abrían puertas en el pasillo y una pequeña multitud le rodeó. Alguien gritó instrucciones, y una voz profunda ordenó a alguien que fuera al vestíbulo para dejar entrar a los paramédicos cuando llegasen.

    No había cambio en el color Christy. Mierda. Mejor que los paramédicos llegasen aquí pronto. ¿Por qué nadie se adelantaba para hacer el RCP? Demonios, debía haber alguien más calificado. Se supone que debía haber un punto para detectar el pulso cerca del codo, pero maldita sea si podía encontrarlo. No era precisamente que lo hubiese jamás buscado en un chico sano y mucho menos en uno que pudiera no tener pulso. ¿Era eso? Apretó la parte interior de su brazo, pero entre que sus manos estaban temblando y el regordete cojín en la curva de su codo no podía sentir el pulso.

    Vete al origen. Colocó su oído sobre el pecho. Nada. Tragó fuertemente cuando colocó dos dedos sobre el esternón y empujó hacia abajo. La sensación del pequeño pecho hundiéndose con cada compresión hizo que se le revolviese el estómago.

    Perdió la cuenta de los ciclos de respiraciones y compresiones. Pereció una eternidad antes de que alguien sugiriese que parase y comprobase de nuevo el pulso. La madre había vuelto a su lado en algún momento, pero su visión estaba centrada en el pequeño cuerpo de Christy acunado en sus brazos. La madre acarició la frente de Christy y le suplicaba que respirase.

    Escucha a tu mamá, cariño. Mierda, ¡respira! Espera... ¿estaba más rosa? ¿O era una ilusión? Paró las compresiones pero le dio otro aliento.

    Cuando la levantó para escuchar los latidos del corazón, Christy parpadeó.

    Sobresaltado, echó la cabeza hacia atrás y le echó un vistazo a la madre para ver si ella también lo había notado. Sus ojos llenos de angustia y miedo se iluminaron con una chispa de esperanza cuando cruzó su mirada. No había sido su imaginación.

    Christy se estremeció y luego tosió. Mark la levantó cuando se atragantó, temiendo que se ahogase. Ella recompensó sus esfuerzos devolviendo leche agria sobre su ropa. Entonces lloró, un sonido tan suave como el de un gatito recién nacido. En un impulso besó la parte de arriba de su cabeza.

    Una aclamación se levantó en el pasillo, y Mark miró a su alrededor, asombrado de ver tanta gente. Una sonrisa tiraba de las esquinas de su boca. La madre cogió a su hija de Mark, pero plantó un beso en su mejilla. El ascensor en el extremo del pasillo se abrió, y los paramédicos salieron.

    Claro. Aparecen ahora. Mark rio, incapaz de suprimir el vértigo. Inspiró profundamente y se apoyó contra la pared, sus piernas temblando como un flan. Se pasó el brazo por la frente. Aquello parecía una maldita sauna. La gente le rodeaba, palmeando la espalda de Mark y sacudiendo su mano. Alguien le entregó una toalla y la utilizó para quitar la guarrería de su cazadora de cuero, pero no había mucho que podía hacer respecto a lo que se había colado dentro.

    —¡Buen trabajo, tío! —El que había hablado parecía estar en la primera treintena, cerca de la edad del propio Mark—. ¡Eso fue impresionante!

    —Gracias.

    Mark abrió la boca para preguntar si podía ir al baño para lavarse cuando su estómago se retorció y el amargo sabor de bilis llenó su boca. Le invadió el pánico y corrió al apartamento más cercano con una puerta abierta. Vio un pasillo y encontró el baño justo a tiempo antes de que su comida devolviese la visita.

    Escupiendo el vil sabor, tiró de la cadena y se fue al lavabo para lavarse, llevándose algo de agua a la boca y enjuagándose para quitarse el sabor. Se secó las manos en una toalla que colgaba sobre la cortina de la ducha. Iba a echar mano del manillar pero se paró y sacó la foto del bolsillo trasero, sólo para asegurarse. La imagen sólo tiene una similitud con la que había colocado en su bolsillo hacía sólo unos minutos. El bebé seguía siendo Christy, pero ahora se reía ante la cámara, mostrando dos dientes inferiores color perla. Ya era oficial. Acababa de borrar otra foto.

    Hubo una llamada en la puerta un segundo antes de que Mark la abriese.

    —¿Está bien?

    Era el tipo del pasillo. Se apoyó contra el marco de la puerta, los brazos cruzados.

    Mark asintió e hizo un gesto hacia el retrete.

    —Sí. Sólo son los nervios. Siento por irrumpir en su casa.

    El hombre rio y avanzó la mano.

    —No hay problema. Soy Jason.

    —Mark. Agarró la mano del hombre y la sacudió.

    Jason le lanzó a Mark una mirada especulativa.

    —Unos minutos antes de que eso ocurriese  —apuntó con la barbilla hacia el pasillo— alguien llamó a mi apartamento, diciendo que tenía que entrar, que era una emergencia.

    Mark intentó serenarse mientras que se acercaba al pasillo.

    —¿Sí?

    —Eras tú, ¿no es así?

    Era una declaración.

    —Yo... eh...

    Jason sacudió una mano, interrumpiéndole.

    —No te preocupes, tío. Sólo era curiosidad. Tenía un abuelo que solía tener premoniciones. Era escalofriante. Nunca pensé que me encontraría con alguien así. Me alegro de haberte dejado entrar.

    Desconcertado y aun temblando de la adrenalina, Mark sólo pudo asentir. Suspiró de alivio cuando Jason le hizo un gesto de que fuera delante cuando salieron al pasillo.

    Miraron mientras los paramédicos le ponían líquido intravenoso a una Christy que protestaba, e hizo una mueca al ver la sangre que supuraba alrededor del goteo. Pobrecita. Sintió cómo alguien le tocaba el hombre y se volvió, para encontrarse con un oficial de la policía de Chicago detrás de él.

    —Señor, ¿puedo hacerle unas preguntas?

    Mark se metió las manos en los bolsillos para ocultar su temblor y se encogió de hombros.

    —Claro.

    Preguntó el nombre de Mark y pidió una identificación. Después de pronunciar algún código de policías en la radio en su hombro, le echó un vistazo al carné de conducir de Mark.

    —Usted no vive aquí, así que ¿por qué estaba en el edificio?

    Mark tiró del cuello de su camisa debajo del abrigo. La necesidad le obligaba a mentir en estas situaciones y lo odiaba, pero la verdad era demasiado complicada. La experiencia le permitió que la historia se deslizase fácilmente de la lengua.

    —Iba a visitar a un amigo y cuando llegué al edificio alguien estaba saliendo, así que en vez de llamar simplemente sujeté la puerta. Cuando llegué aquí me di cuenta que estaba en el edificio equivocado. —Forzó una risa—. El edificio de mi amigo se parece mucho a éste y supongo que los confundí. —Mark sacudió la cabeza y se frotó la parte posterior del cuello. Estaba divagando y decidió cortar la explicación—. Ya era hora de que mi mala memoria fuese útil.

    Tuvo suerte y el oficial soltó una risita.

    —Desde luego que lo fue. Hizo un gran trabajo.

    Mark bajó la cabeza cuando el calor subió a sus mejillas.

    —Gracias.

    La radio del poli graznó y en mitad de un código indescifrable Mark oyó su propio nombre.

    El oficial ladeó la cabeza, su mirada fijada en Mark mientras levantaba la mano para pulsar el micrófono.

    —¿10-9?

    El mensaje se repitió y el policía se tensó, los ojos fríos mientras que lo confirmaba y solicitaba refuerzos. Mientras una mano se cernía sobre su arma, señaló a Mark con la otra.

    —Dese la vuelta y coloque las manos en la pared.

    Confundido, Mark dudó.

    —Qué... ¿por qué?

    —Las manos en la pared. ¡Ahora!

    El tono de mando hizo que Mark saltase en acción y casi tropezó en su prisa para obedecer.

    —Perdone, señor, puedo preguntar...

    —Podemos hacer esto de la forma fácil o de la forma difícil. —El oficial agarró el brazo de Mark—. Me han dicho que le lleve para ser interrogado.

    —¿Quién quiere hablar conmigo? ¿Por qué?

    La poca gente que aún permanecía en el pasillo se quedó silenciosa.

    El policía echó un vistazo a la multitud que les observaba y dudó.

    —Multas sin pagar.

    ¿Multas sin pagar? ¿Desde cuándo se tomaban tantas molestias por las multas? ¿Qué demonios era lo que estaba pasando? Se retorció para ver la cara del poli.

    —No debo ninguna multa. ¿De qué va todo esto?

    Jason se adelantó y sacó su cartera.

    —Oiga, oficial, este tío acaba de salvar a un bebé. ¿Cuánto es lo que debe? Yo lo pagaré.

    —Váyase a un lado, esto no es asunto suyo.

    —Vamos hombre, no sea un tipo duro. —Jason sonrió y gesticuló hacia Mark—. Quiero decir, este tipo no parece exactamente Charles Manson.

    El intento de humor de Jason le salió por la culata cuando el poli ofreció que Jason acompañase a Mark.

    Jason fulminó al policía con la mirada antes de lanzarle un vistazo de disculpa a Mark.

    —Lo siento. Lo intenté.

    Mark asintió. Su cara ardía mientras que los espectadores —la misma gente que le habían aclamado hacía sólo minutos— ahora le señalaban y cuchicheaban entre ellos.

    Los dedos del policía se hundieron en el bíceps de Mark.

    —Vamos. Tienes a alguien esperándote.

    —¿Quién? —Esto iba demasiado lejos incluso para unas multas que no recordaba haber recibido—. ¿Está seguro que tiene al Mark Taylor correcto?

    Los dedos se apretaron de nuevo cuando el poli le arrastró hacia el ascensor. Mark se resistió. Esto era una locura. Cuando el policía le empujó hacia delante no pensó, sólo reaccionó, soltando su brazo.

    —¡Deje de empujarme!

    En el mismo segundo que las palabras dejaron su boca quiso volver a tragárselas.

    —¡Abajo! Ahora mismo. De rodillas.

    El poli sacó su porra y le pinchó a Mark con ella.

    —¡Eh! Tranquilícese. Sólo quiero saber la verdad. Tengo ese derecho, ¿no es así?

    —No se lo voy a repetir.

    La radio soltó un tono agudo y Mark se sobrecogió ante el ruido inesperado.

    El policía confundió el reflejo de Mark y agitó la porra. Mark apartó la cabeza y el golpe le dio con un ruido sordo en el hombro. El dolor recorrió su brazo como si hubiese tocado un cable eléctrico. Cayó de rodillas. Otros dos golpes aterrizaron en su espalda. Se mordió el labio para no gritar cuando cayó boca abajo en el suelo, su nariz hundida en la alfombra húmeda y mohosa.

    Los espectadores le chillaban al poli mientras que éste les gritaba que se callasen. Sin pausa, el oficial le ordenó a Mark que se tumbase. Confundido, Mark intentó levantar la cara del feo suelo para decirle que ya estaba tumbado, pero una súbita presión aguda en el centro de su espalda le clavó al suelo.

    Luchó por respirar mientras que sus brazos eran forzados a su espalda y esposados. Logró girar la cabeza, la piel de su cara estirada dolorosamente mientras inhalaba aire.

    La puerta de las escaleras se abrió violentamente y otros tres oficiales corrieron hacia él, sacando sus porras mientras cargaban por el pasillo. Les seguían dos hombres trajeados, su postura y actitud emanando un aura de poder y autoridad.

    El primero que alcanzó a Mark le mostró brevemente una insignia, pero Mark no pudo verla claramente desde su ángulo en el suelo.

    —Soy el agente especial Johnson y este es el agente especial Monroe. Tenemos una orden de arresto como testigo material de actos terroristas contra los Estados Unidos.

    CAPÍTULO DOS

    Jessie levantó la cabeza al oír la llamada en el marco de la puerta.

    —Hola, Dan. ¿Qué ocurre?

    —El teniente quiere hablar contigo.

    Su compañero evitó su mirada interrogante y antes de que ella pudiese preguntarle de qué se trataba se dio la vuelta y se fue rápidamente por el pasillo al servicio de caballeros. Se imaginaba que se iba a esconder en el único sitio donde ella no podía seguirle. Cualquier cosa. Agarró la chaqueta, se la metió y se fue al despacho de su jefe.

    —Perdone, ¿señor? ¿Quería verme?

    Le echó un vistazo al expediente que tenía en las manos.

    El teniente O'Hanrahan levantó la mirada del papel que estaba leyendo. La mesa estaba cubierta con más papeles.

    —Sí, detective Bishop. Siéntese.

    Hizo un gesto hacia la silla al otro lado de la mesa. Colocó el papel encima de los otros y colocó el desorden en una cuidadosa pila antes de meterla en una carpeta.

    Jessie esperó, pero su evidente intento de hacer tiempo la ponía nerviosa.

    —¿Entonces...?

    —Detective Bishop, ¿he oído de varias fuentes que está saliendo con un hombre llamado Mark Taylor?

    Jessie se enderezó, cuadrando los hombros. ¿Era aquello de lo que se trataba? Ya había hablado con Asuntos Internos sobre el tema.

    —Sí, lo hago, pero está bien, señor. Lo hablé con AI y me aseguré que no estaba infringiendo ninguna norma. Mark había tenido algunos roces con nosotros antes, pero se le había dejado ir siempre.

    O’Hanrahan asintió.

    —Sí, soy consciente de ello, pero me temo que esta vez es diferente. Su... amigo está ahora mismo arrestado.

    —¿Qué? ¿Por qué?

    Jessie se deslizó hasta el borde de su asiento. ¿En qué se había metido Mark esta vez? Sólo habían pasado, ¿cuánto? Cuatro meses desde la última vez que se le había interrogado cuando interfirió con una investigación. Prometió que no volvería a ocurrir. Agarró los lados de la silla. Mejor que desease que le encerrasen, porque si no lo hacían ella le iba a matar.

    —Escúchame, no he acabado. No somos nosotros los que le tenemos —son los federales. Taylor tuvo un encontronazo con uno de nuestros chicos, y cuando salió por la radio los federales llamaron y dijeron que le querían. Parece que estaban preparándose para arrestarle, cuando hete aquí que su nombre aparece en los radares.

    Todo pensamiento de asesinato la abandonó.

    —¿El FBI? ¿Qué es lo que quieren de Mark?

    Su pulso se aceleró.

    —Tiene que ver con el 11 de septiembre. Quieren interrogarle sobre ello. Mark Levantó una mano cuando Jessie abrió la boca para hacer más preguntas Mark. Espera, es todo lo que sé. Sólo pensé en decírtelo personalmente.

    A Jessie le llevó unos segundos para darse cuenta que O'Hanrahan había terminado.

    —Señor, ¿podría hablar con él?

    Su teniente la miró con una mezcla de compasión y remordimientos.

    —Puedo hacer la solicitud a través de la cadena de mando, pero es dudoso. Al menos, por ahora. Tengo el nombre del agente especial encargado del caso. Es Johnson .

    —Gracias. —Al menos era un punto por el que comenzar. Se levantó, sorprendiéndose que sus piernas la sostuviesen—. ¿Le llevaron al Centro Correccional Metropolitano?

    O’Hanrahan asintió.

    —Espero que el FBI también tendrá algunas preguntas para ti.

    No se le había ocurrido a ella, pero estaría encantada de la entrevista. Mark tenía algunas peculiaridades, pero ella no dudaba que era un buen tipo.

    * * *

    Una perla de sudor corrió por la espalda de Mark, y podía sentir cómo otras se acumulaban en su ceja. La habitación apestaba del aire viciado de cigarrillos y olor corporal. Rascó una quemadura de cigarrillo en la mesa llena de cicatrices. ¿Cuánto tiempo iban a dejarle esperando? Debía haber pasado al menos una hora, pero no había relojes en la habitación así que no estaba seguro. La ventana a su derecha reflejaba sólo el interior de la habitación y sabía que debía ser un espejo falso.

    La puerta se abrió y el latido del corazón de Mark se triplicó. Aunque quería deshacer este lío y había deseado que alguien viniese a hablarle, un temblor de miedo le sacudió. Johnson condujo un nuevo grupo de agentes al interior de la habitación. Llevaba una carpeta y la dejó en la mesa enfrente de Mark.

    El agente se sentó y sacó unas gafas, colocándoselas en el extremo de la nariz. Mark se inclinó sobre la mesa, muy consciente de los dos otros federales que estaban a su lado.

    Johnson golpeó la carpeta con el dedo índice.

    —Tengo información muy preocupante sobre usted, Sr. Taylor. Especialmente a la luz de eventos recientes.

    —Hay una explicación. Todo esto es un malentendido.

    La cabeza de Mark le dolía y se frotó las sienes.

    —¿Admite que hizo una serie de llamadas telefónicas en la mañana del 11 de septiembre a varias agencias gubernamentales? —Abrió la carpeta y pasó a través de varios documentos. Bajando un dedo por una línea de texto, añadió: —¿Llamadas que empezaron tres horas completas antes de que chocasen los aviones?

    —Pues, sí. Por supuesto que lo admito. Dejé mi nombre.

    —¿Cómo obtuvo esa información? —Johnson se inclinó hacia Mark y dijo: —Y le tengo que advertir que el retener detalles importantes sólo hará que sea peor para usted.

    —Va a  parecer una locura, pero déjeme hablar. —Intentó reír, pero no le salió—. Mire, resulta que tengo esta cámara, y cuando hago fotos, las fotos a veces salen de forma muy diferente a lo que...

    Dudó. ¿Cómo podía explicar esto de forma que tuviese sentido?

    Johnson le interrumpió.

    —Sáquelo.

    Mark tragó.

    —Lo siento. —Secó sus manos en los muslos de las piernas y lanzó una mirada a los otros agentes—. —Las fotos... aparecen en mis sueños, sólo que con más detalle. Y mis sueños... se hacen realidad. —Johnson estrechó los ojos y Mark habló precipitadamente—. Es la verdad, y dado que puedo ver lo que ocurre antes de que ocurra, puedo cambiarlo... a veces.

    Cerró los ojos mientras que las visiones de los aviones que chocaban contra las torres se reproducían en su mente.

    —Salvo que no funcionó el once de septiembre. No había suficiente tiempo. Este sueño... bueno, he tenido algunos muy malos antes, pero...

    Tembló y abrió los ojos, pero no podía sacudirse las imágenes de su cabeza. Pasó la palma de la mano con fuerza por su frente, como si pudiese borrarlos.

    —¡Pare!

    Johnson golpeó con la mano encima de la mesa.

    Mark saltó y luego se quedó como congelado.

    —No tengo tiempo para esta mierda. Tenemos cintas de sus llamadas. Tenemos los registros de que viajó a Afganistán hace dos años. Sabemos que está asociado con Mohammed Aziz, un sospechoso de terrorismo.

    ¿Mo? ¿Un terrorista? Mark no se lo creía. Conocía a ese tipo desde hacía años. Era tan terrorista como Fred Flintstone.

    Johnson sacó una hoja de papel de la carpeta, cogió un bolígrafo del bolsillo de su camisa y los empujó al otro lado de la mesa.

    —Por favor escriba todo lo que hizo y los nombres de las personas con las que se encontró en Afganistán.

    La rabia surgía de su interior y Mark intentó retenerla. Empujó de nuevo el papel hacia Johnson.

    —Ya he admitido que hice las llamadas. Tienen las cintas. —Mirando a los dos agentes a su lado y de nuevo a Johnson, se encogió de hombros—. Sí, fui a Afganistán. Era por trabajo. Mo Aziz es un periodista fotográfico autónomo que conozco desde hace unos cinco años.

    Los ojos del agente Johnson se estrecharon.

    —¿De verdad? Qué interesante.

    Escribió algo en un bloc de notas.

    —¿Oiga, me quiere escuchar? No es un terrorista. Es un buen tipo. Quería hacer una historia sobre los derechos de las mujeres en ese país, o mejor dicho, la falta de derechos. Mo tenía algunas conexiones, de forma que pudimos ir a sitios donde los extranjeros normalmente no eran bienvenidos. Entrevistaba a la gente y yo hacía las fotos. Era una maravilla de libro y yo estaba orgulloso de ayudar con las fotos.

    Johnson asintió, su bolígrafo rascando el papel.

    —Bien. ¿Dónde puedo encontrar una copia de ese libro? Para que podamos verificar su historia.

    Mark suspiró.

    —Por desgracia, nunca se publicó. Nadie estaba interesado en aquella época en el sufrimiento de las mujeres de Afganistán. —Se rascó la parte trasera del cuello—. La última vez que hablé con Mo, seguía intentando venderlo.

    —¿Entonces no tiene ninguna prueba que este libro existe?

    —Tengo mis negativos —dijo Mark—. Con mucho gusto pueden verlos.

    ¿Debería haberlos ofrecido? Quizás debería pedir un abogado. Su esperanza que esto se resolviese pronto se apagó.

    —Créame, lo haremos. De hecho, se ha ejecutado ya una orden de registro en su casa.

    El agente continuó escribiendo, la cabeza agachada.

    —Oh. Mierda.

    No tenía nada que ocultar, pero odiaba la idea de que unos extraños registrasen sus cosas.

    —¿Eso le pone nervioso?

    Johnson levantó la cabeza y sonrió por primera vez. Mark quería quitarle la mirada de suficiencia a puñetazos.

    —No.

    Su voz temblaba de rabia, de forma que se aclaró la garganta. No ayudaría nada que perdiese los estribos.

    Johnson le hizo un gesto al agente a la izquierda.

    —¿Por qué no le trae algo de beber al Sr. Taylor? —Miró a Mark—. ¿Tiene alguna preferencia? ¿Café? ¿Refresco?

    Quería negarse, pero el miedo y la ansiedad hacían que la boca le supiese a algodón.

    —Bastará con agua.

    Mark golpeó el suelo con el pie, los brazos cruzados mientras que Johnson hojeaba una pila de papeles en la carpeta. ¿Qué podían tener sobre él allí? Empezó a echarse hacia delante, esperando poder echar un vistazo, pero Johnson

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