Una sonrisa de la vida
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Martín ha tenido un ataque al corazón a causa del estrés y su médico le sugirió que sacase un perro a pasear para relajarse. Como él no tiene un perro, se pone a trabajar como paseador de perros. Así conoce a la familia Valdez. La abuela le tiende una trampa y a los pocos él se queda involucrado en la vida y los problemas de ellos. Mientras tanto Martín conoce a una hermosa morocha que hace su cabeza dar vueltas y le quita el sueño. Esa mujer no quiere saber de él porque tiene sus proprios problemas. Lo que ella no sabe es que Martín puede solucionar todos ellos. Y cuando ninguno de los dos lo espera, sus caminos se cruzan de manera definitiva.
Cristina Pereyra
Naci y vivo en Brasil. No en el Brasil de los folletos de turismo sino que en el sur del Brasil, con sus mañanas de niebla, bosques de pinos e inviernos en que hace mucho frío.Soy una amante de la lectura, no puedo ver una letra sin leer. La novela romántica me fue presentada por mi madre, una enamorada del género, cuando yo tenía diez años. He leído toda clase de literatura —cogía los libros de la biblioteca en la secuencia de las estanterías, aunque no llegué a la Z... he parado en el T —, pero la novela romántica es mi preferido. Tengo un cariño especial por Barbara Cartland que en sus libros apuntaba que el amor cambia la gente y el mundo para mejor. Creo en eso y que nuestros problemas empiezan en la falta de amor, de todas las clases de amor.Desde hace 23 años soy maestra en Jardín de Infancia, el mismo tiempo que llevo escribiendo novela romántica. La diferencia es que he dejado de escribir por muchos años, pero nunca he dejado de dar clases.Tengo una rutina para escribir, necesito planear todo, si no lo hago nunca llego al fin de nada. Hay cientos de cosas sin terminar en mi vida. Todos los días después de cenar me pongo delante de la ordenadora por una hora y media como mínimo para escribir. Para cada libro, hago una selección de músicas que me hacen pensar y sentir la historia y los protagonistas. Escribo escuchando esas músicas, generalmente instrumentales.
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Una sonrisa de la vida - Cristina Pereyra
Una sonrisa de la vida
by
Cristina Pereyra
SMASHWORDS EDITION
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Martín ha tenido un ataque al corazón a causa del estrés y su médico le sugirió que sacase un perro a pasear para relajarse. Como él no tiene un perro, se pone a trabajar como paseador de perros. Así conoce a la familia Valdez. La abuela le tiende una trampa y a los pocos él se queda involucrado en la vida y los problemas de ellos. Mientras tanto Martín conoce a una hermosa morocha que hace su cabeza dar vueltas y le quita el sueño. Esa mujer no quiere saber de él porque tiene sus proprios problemas. Lo que ella no sabe es que Martín puede solucionar todos ellos. Y cuando ninguno de los dos lo espera, sus caminos se cruzan de manera definitiva.
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Una sonrisa de la vida
Copyright © 2015 by Cristina Pereira de Azevedo
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
Publisher: Cristina P. de Azevedo en Smashwords
Smashwords Edition License Notes
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* * * * *
PRÓLOGO
—Todo lo que necesitas es sacar tu perro a pasear tres veces por semana —dijo el doctor mirando al hombre a su frente.
—Sabes que no tengo perro —repuso Martín.
—Es hora de tener uno.
—¿Qué voy a hacer con uno?
—Sacarlo a pasear —dijo el doctor con tranquilidad.
—¡Eduardo, basta! Vamos hablar en serio. ¿Qué necesito hacer para no tener otro ataque al corazón?
—Lo que te dije: dejar tu trabajo por un largo tiempo, tomarte un año sabático.
—Voy a enloquecer si no hago nada.
—Lo sé, es de ahí lo del perro. Te vendría muy bien.
—Pero no hay perro. No conozco a nadie que tenga uno.
—Busca nuevas amistades. Que tengan un perro, por supuesto.
—Eduardo...
La voz amenazante de Martín no asustó a Eduardo. Eran amigos desde chiquillos y lo quería como a un hermano, a pesar del testarudo que se ponía a veces. Como ahora.
—Piensa como el hombre adulto que eres —dijo el doctor, mirando ceñudo a su amigo—. Tienes solo treinta y dos años y ya has tenido un ataque al corazón muy grave. No tienes ninguna enfermedad en el corazón, ha sido por estrés. Nada más. Es hora de cambiar tu vida. Y lo primero que necesitas es librarse de todo el estrés que tienes acumulado desde hace años. No lograrás hacerlo si sigues trabajando en tus empresas. Ha sido eso lo que te llevó a ese nivel de estrés.
—Pero las empresas me necesitan —argumentó Martín.
—Las empresas necesitan a alguien capaz de sacarlas adelante. No hace falta que seas tú. Puede ser otro cualquiera, solo tienes que elegir alguien con esa capacidad.
—No creo que pueda alejarme —dijo Martín con sinceridad.
—Bueno, la elección es tuya. Pero si no sigues mis recomendaciones no hace falta que vuelvas. Nos conocemos desde hace demasiado tiempo para que no me importes. Fuimos una pandilla en el cole y no quiero verte morir temprano porque te descuidas de tu vida. Solo vuelvas a mi consulta si haces lo que te pido.
—¿En serio?
—Sí.
—Hasta luego.
Martín se levantó y dejó la consulta de su amigo.
Hacía tres meses que él tuviera un ataque al corazón que casi le llevó al otro lado de la vida. Se quedó una semana en los cuidados intensivos y otras dos en el hospital. Ahora se sentía bien, no tenía ningún problema en el corazón. Estaba tan sano cuanto un bebé. Era solo el estrés. Algo con el cual podía convivir. Esa vez no se tomaría las cosas tan en serio. Solo eso. Sería lo bastante para vivir bien. No hacía falta dejar las empresas. Su amigo estaba loco.
En esas cosas iba pensando Martín al volver a casa. Al día siguiente se iría a la empresa y volvería a su vida.
CAPÍTULO 1
—Mamá, no te olvides que hoy viene el chico a sacar Luli a pasear —dijo Yesica mientras ordenaba las cosas de su bolso.
—No lo olvidaba, pero ¿querrá Luli salir con él?
—Desde luego —Yesica se rió—. Luli es demasiado sociable para que el paseador le disguste, además el muchacho debe saber como sacar a los perros resistentes.
—¿Estás segura de que quieres dejar un desconocido llevar a Luli? —preguntó la madre—. Siempre has sido muy celosa de él.
—Mamá —dijo Yesica cerrando el bolso—, Luli necesita hacer ejercicio por su problema de tensión gástrica y yo no tengo tiempo para llevarlo. No hay elección. He investigado la empresa, los clientes están muy satisfechos. Y han logrado conseguir un paseador en exclusiva para Luli.
Esa había sido una exigencia de Yesica. No imaginaba a su perro atado a otros seis o siete en la parte de atrás de un coche y luego a un árbol del parque. Había buscado a un paseador que saliese solo con Luli. El precio no era pequeño, pero el perro se lo merecía.
—Si me necesitas, llama a la oficina —dijo Yesica al besar la mejilla de su madre—. Pero confía que todo va a salir bien. Ojo en Aldo, se está haciendo muy travieso.
—Vete tranquila, hija, todo estará bien. Vigilaré Aldo todo el tiempo.
—Y hagas que él coma toda la ensalada, pues la está eludiendo comiendo primero la carne y luego diciendo que está lleno.
—Tranquila, Aldo comerá toda la ensalada del almuerzo —dijo la madre poniendo una mano en la espalda de Yesica y conduciéndola hacia la puerta— y no hará nada peligroso. Lo mantendré ocupado con sus juguetes todo el día.
La madre abrió la puerta y besó la mejilla de su hija. Yesica querría controlarlo todo, desde su casa hasta su trabajo y a veces se ponía pesada con toda una tanda de recomendaciones que se repetían a diario. Todas las mañanas pasaba lo mismo: ella se ponía a darle un montón de recomendaciones y se olvidaba de la hora, luego salía a toda prisa porque se había retrasado. A veces Ana pensaba que su hija debería consultarse con un psicólogo para despejarse la mente y vivir como la gente común. Ya lo había dicho a Yesica, pero su hija se rió y le dijo que no lo necesitaba, que tan pronto llegase a un buen puesto en el trabajo se tomaría las cosas con más calma. Ana lo dudaba, pero no podía hacer más que ayudarla a cuidar de la casa y de Aldo.
Yesica caminaba hacia la estación del subte repasando en la mente todo lo que tenía programado para ese día. Si querría un puesto mejor tenía que ser infalible. Bajó las escaleras ignorando las miradas que recibía. Sabía que era una mujer atractiva y tenía que cuidar de su apariencia a causa del trabajo, pero esas miradas masculinas ya no la deslumbraban. Había descubierto la verdad detrás de ellas de una manera muy dolorosa.
Apenas su hija salió, Ana se fue a la cocina. Si su hija descubriera que esa mañana haría panqueques para el desayuno de Aldo, se pondría furiosa. Pero no lo descubriría, Yesica solo volvería a casa por la noche y demasiado cansada para olfatear la cocina o investigar las cajas de cereales para ver si su hijo los comiera. Además, tendría trabajo por hacer, así que no hablaría mucho con Aldo para que ese tuviera tiempo para contarle algo del lejano desayuno. Para calmar la conciencia, Ana los hizo con harina integral y como el relleno eran frutas, los consideró muy saludables. Tan sanos como los cereales que Yesica compraba para el desayuno. A Aldo le encantaban las frutas, de la misma manera que no le gustaban las ensaladas. Así que Ana sacaba provecho de eso y hacía todo lo imaginable con las frutas.
Martín tomó aire y miró a la puerta. Volvió a tomar aire. Aún había tiempo para que se echara atrás. Después que pusiera la mano en el timbre sería demasiado tarde para eso. Tomó aire por tercera vez. Seguro que iba a meterse en un lío. Y en uno muy grande. Metió el dedo en el timbre antes que tuviera tiempo de pensar una vez más en esa idea desquiciada de su amigo y doctor.
Ana miró al reloj en cuanto escuchó el timbre. Seguro que era el paseador y sonrió al ver que llegaba a la hora acordada.
—Quédate sentado acá mientras voy a ver si es el chico —dijo la abuela, mirando a su nieto—. Es mejor que no estés en el camino de Luli porque si te ve quizás no quiera irse con el paseador.
—Sí abuelita —contestó Aldo.
Ana espió por la mirilla y vio la cara de un hombre joven y de muy buena apariencia. Demasiado buena para ser un paseador de perros, pensó ella. Abrió la puerta, pero todavía dejó la cadena puesta.
—Buen día —dijo Ana.
Martín sonrió hacia la