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Neridian
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Ebook520 pages7 hours

Neridian

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About this ebook

La milenaria alianza entre reinos se rompió cuando el rey de Neridian dio más poder a su pueblo. La sanguinaria guerra sólo se pudo parar con un gran sacrificio.

Pasado el tiempo el descendiente de aquellos que huyeron se había convertido en el más poderoso hechicero, amenazando de nuevo la paz de Neridian. Sólo un gran poder puede acabar con otro. Pero la fuerza absoluta no se puede controlar.

Esta es la historia de un mundo de dragones, hechiceros y guerreros dónde los dioses perdidos acaban encontrando su antiguo lugar.

LanguageEspañol
Release dateApr 8, 2015
ISBN9788468663203
Neridian
Author

Mario Martínez Arrabal, Sr

Mario Martínez Arrabal was born in Santa Coloma de Gramenet, a town near Barcelona. Since childhood he had drawn attention to the stories of science fiction and fantasy movies how both books. Being interested in science and technology subjects, he studied Telecommunications Engineering at the Polytechnic University of Catalonia. He has written always stories, comics starting early and ending with science fiction stories, heroic fantasy, playing various genres. In 2015 he decided to publish his first book, a fascinating story of heroic fantasy, inspired by classics like Lord of the Rings, Record of Lodoss War, or Monster Collection. You can find more information about Neridian in: https://neridian.wordpress.com/ Or in the Facebook page: https://www.facebook.com/neridian.libro

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    Neridian - Mario Martínez Arrabal, Sr

    portada-neridian.jpg

    Este libro no podrá ser reproducido,

    ni total ni parcialmente, sin el previo

    permiso escrito del autor.

    Todos los derechos reservados.

    © Mario Martinez Arrabal

    © Neridian

    Ilustración de Portada: © Carlos Herrera Draco

    Primera edición en : Marzo de 2015

    ISBN papel: 978-84-686-6319-7

    ISBN digital: 978-84-686-6320-3

    Impreso en España

    Editado por Bubok Publishing S.L

    Para mis padres .

    Aquellos que leyeron alguna de mis historias antes de que se publicase: Marga, Dani y Jose Jaime

    y todos aquellos que siempre han estado a mi lado.

    Neridian

    Mario Martínez Arrabal

    Sharnal, la guerrera de Neridian

    El campamento de defensa estaba situado en el valle noreste de acceso a Neridian, uno de los mayores reinos del mundo conocido por los humanos, el continente de Drahail. Era el único controlado por el pueblo, gracias a que la familia de Arian, la actual dinastía regente, había decidido que el poder no podía estar en manos de una persona. Aquella nueva forma de gobierno era algo que no había gustado a los reinos colindantes, o más bien a los regentes, que no querían que aquel modelo se exportase a sus tierras, perdiendo de esta forma el poder de decisión absoluto. Sharnal, una de las guerreras más prometedoras del reino, miraba el horizonte sin rumbo fijo. Era una semielfa muy joven, de piel blanquecina y pelirroja. «Siento el calor de una fina brisa que parece llevarse mis pensamientos, puedo olvidar por un momento dónde estoy y lo que debo hacer, pero el compromiso me lo impide. Es mi tercer día desde que entré en combate, y todavía no parece haber desaparecido aquel primer amargor de boca que comenzó en mi primera escaramuza», pensó.

    El rey de Neridian había mandado a Sharnal al este para defender la posición del primer baluarte de la línea fronteriza, y ella estaba sumida en sus pensamientos. «Nunca había pensado que la guerra fuese algo tan cruento. Ya me lo advirtió padre cuando le dije que quería aprender el arte de la guerra. Me dijo que tal vez encontrase honor, motivos por los que pelear y causas justas que defender; pero que era muy probable que me perdiese a mí misma, aunque demostrase obediencia al rey, y la religión enalteciese mis actos por encima del resto; que eso no justificaría ante mí misma el hecho de realizar la barbarie. La guerra me ha marcado para siempre, las caras de las personas a las que he segado la vida siempre estarán a mi lado, siendo una semielfa tal vez lo sienta menos, pero los sentimientos me acompañarán siempre. El enemigo no dudará en matarme si yo lo hago por un momento, y yo debo aprovechar cualquier debilidad para vencer en la batalla; pero eso no me llena, las canciones de héroes invencibles que he oído durante tantos años y la preparación que he tenido no son nada en comparación con la realidad que me espera.»

    En aquel momento divisó la señal, un pequeño reflejo en una de las colinas circundantes. El ojeador había visto algo, seguramente era una hueste del enemigo que se dirigía hacia su posición. Sharnal había decidido montar guardia a unos kilómetros del bastión, algo que al regente de la fortificación no le había hecho ninguna gracia, pero que sin duda no se esperarían sus enemigos. Hasta aquel instante había tenido éxito, pero sabía que a partir de ese momento iba a ser diferente. En la última escaramuza se habían escapado unos pocos soldados, los suficientes como para avisar a su señor de lo que les esperaba. Sin duda ya no habían enviado oteadores, y seguramente querrían cerrar su posición en un ataque en forma de cuña. A pesar de ser un camino angosto formado por un antiguo río que se había secado hacía mucho tiempo, no era difícil escalar las montañas colindantes y coordinar un ataque contra sus fuerzas, que era lo que justamente Sharnal estaba esperando.

    Para poder atacar el baluarte necesitaban armamento pesado, y tenían que pasar por donde se encontraban las fuerzas de Sharnal si realmente pretendían tomar el bastión. Las fuerzas de defensa habían llegado una semana antes que ningún atacante, Sharnal sabía que primero intentarían pequeñas incursiones para comprobar el estado de las defensas para luego tantear un ataque a gran escala. Aquello era lo que su maestro de tácticas le había recordado antes de salir: el reino de Targ siempre había probado ese tipo de tretas. Para Sharnal y su pequeño ejército, ganar las tres primeras escaramuzas, además de sencillo, había sido vano, porque había descubierto su posición, pero tenía preparada una sorpresa, había realizado una trampa alrededor de su campamento y debía dejar acercarse al enemigo tanto como pudiera. No había conseguido que ningún hechicero fuese concedido entre sus filas, y el hechicero del baluarte había sido llamado a la capital del reino; pero Sharnal conocía suficiente sobre la magia del fuego como para llevar a cabo su plan. Había hecho dos círculos concéntricos a lo largo de su posición, dejando un pequeño paso de salida hacia el baluarte, indetectable, bien mimetizado en el campo de batalla; los dos grandes círculos, uno en el interior del otro, estaban sazonados con brea, suficientemente ocultos como para que un ataque por sorpresa cogiese desprevenido a cualquier enemigo. Tenía a unos enanos a su cargo que realizaron bien el trabajo, excavaron los túneles en muy poco tiempo. Simplemente tenía que recitar el hechizo correcto en el momento adecuado. Nunca había desarrollado el nivel de magia que su madre hubiese querido. Su madre, Martinia, era una alta elfa miembro del alto consejo de brujos, a través de uno solo de sus hechizos podía aniquilar un ejército entero. De ella había heredado sus ojos, de un color liliáceo intenso, aunque no su poder.

    Sharnal, sin embargo, seguramente solo había heredado la parte mágica de su padre, que era un humano; rara vez había podido hacer un hechizo más allá de los básicos. El rey quería al consejo de brujos completo en la corte, por si al enemigo se le ocurría intentar un ataque por aire con sus dragones de fuego contra el centro del reino. Debían estar bien preparados, Neridian era un reino que no tenía dragones, pero en cambio tenía los mejores hechiceros del mundo y un ejército preparado y muy motivado; su mejor baza estaba en el combate cuerpo a cuerpo y esa era la que iba a utilizar en aquel momento.

    El rugir de los guerreros de Targ se acercaba. No intentarían atacar con los carros de combate, ya que los querían intactos para la ciudad, así que los dejarían a una distancia prudencial tras de sí. Todavía no veían a nadie por los costados, así que no podían llevar a cabo su plan. En cambio Sharnal observó que la primera andanada estaba formada por arqueros, que se quedaron a distancia prudencial de su primera línea y comenzaron a disparar. A pesar de los escudos lograron herir a algunos de sus hombres. La segunda vez que dispararon ya estaban bien preparados detrás de la improvisada empalizada. Si les querían dañar deberían ir a buscarlos. En aquel momento Sharnal rezó para que no les lanzaran flechas en llamas. Era una tierra baldía, y en principio el enemigo no debería saber que debajo había dos ríos de brea que cubrían su posición. Si los quemaban en aquel momento, no les habría servido de nada, pero no parecía que tuviese intención de hacerlo. Tras ellos vino una segunda andanada de hombres armados con hachas y espadas y protegidos con armaduras de un color verde oscuro que les cubrían la mayor parte del cuerpo, con el símbolo de los dragones de fuego en las hombreras y los escudos; el enemigo estaba bien armado, quizá les habían valorado demasiado y solo se dedicarían a lanzar ataques frontales. Cuando llegaron a la empalizada de arena intentaron trepar y comenzó la verdadera batalla. Al comprobar que no podían con su defensa, a un aviso de su líder volvieron hacia atrás, y al mismo tiempo los arqueros que habían avanzado posiciones volvieron a atacar, por los costados. Sharnal vio lo que había estado esperando desde que había preparado la trampa, al fin estaban siendo atacados por los laterales, su única salida estaba en dirección al bastión, así que en el momento preciso Sharnal convocó la retirada. En cuanto realizó el movimiento de abandono estuvieron atrapados, tal y como ella había pensado un círculo se había cerrado sobre ellos, un pequeño batallón había dado la vuelta completa y les cortaba la retirada. En ese preciso instante recitó el hechizo, todo el batallón dependía de Sharnal. Pero ella se quedó paralizada, no podía decir las palabras, tuvo miedo de fallar. Merkel, viendo lo que pasaba, ordenó a los arqueros prender fuego a la brea, pero de la manera que la habían ocultado no podían hacer blanco. El enemigo titubeó durante un momento al ver que estaban lanzando flechas hacia aquellas posiciones. Ver a sus hombres luchar de aquella forma le infundió valor, y logró al fin recitar el hechizo de tal manera que fue el más potente que hubo entonado hasta la fecha; el fuego rodeó su batallón con tal fuerza y rapidez que casi no se hubiese necesitado la brea.

    «Al fin he encontrado en mí la fuerza que madre siempre había esperado, la desesperación por hacer bien las cosas nunca me habría ayudado a sacar la energía necesaria de mi interior, pero el valor y la amistad hacia mis hombres lo han hecho», pensó.

    La brea comenzó a arder y los enemigos se vieron de repente envueltos en fuego. En ese momento Sharnal se desmayó y no pudo ver más que la oscuridad, mientras los gritos de guerra de la batalla se apagaban.

    *

    El gélido aliento de la noche hizo que Sharnal se despertase de golpe. Estaba en una tienda de campaña, en el asentamiento militar. A su lado estaba expectante uno de sus soldados, con el brazo en cabestrillo. Quería formular unas palabras para preguntar qué había pasado y cómo se había desarrollado la batalla, pero no salía nada de sus labios. Le costó mucho pero al fin pudo erguirse.

    No hizo falta que Sharnal preguntara nada, el soldado la miró a los ojos y respondió a lo que quería saber.

    —Mi señora, la batalla acabó como vos nos dijisteis, terminamos fácilmente con los soldados que estaban en nuestro lado del muro de fuego que provocasteis, y el resto de la guarnición atacante huyó despavorida al pensar que teníamos un poderoso hechicero en nuestras filas.

    —¿Cómo? Me alegro de que saliese bien. —Al fin le salieron las palabras, todavía estaba algo aturdida. «Si el enemigo cree que hemos traído hechiceros a esta parte del reino sin duda vendrá mejor preparado la próxima vez, tal vez venga con algunos de sus dragones, dispuestos a todo, o quizá piense que el rey ha desplazado a los grandes hechiceros y que la capital está desprotegida. No, no debo pensar en eso, lo único que debo hacer ahora es defender mi posición.»

    —Ahora aviso a Merkel, mi señora. Sin duda él os podrá explicar la situación mejor que yo.

    —Espera, ¿cuánto he dormido?

    —Dos días, mi señora.

    «Dos días son mucho tiempo. La primera vez que utilicé la magia me desvanecí durante una hora, y simplemente era un hechizo para turbar las aguas. Madre se quedó muy sorprendida, normalmente al realizar un hechizo utilizas energía y es normal quedarse cansado, pero no hasta el punto de perder el sentido de esta manera. Quizás esto sea un motivo más para no poder llegar a ser una gran hechicera», se dijo.

    A pesar de la victoria, Sharnal no estaba demasiado contenta consigo misma. En aquel momento entró Merkel, era un hombre alto y musculoso, pero no por eso dejaba de ser rápido, la persona ideal para tener al lado en un combate cuerpo a cuerpo, por eso Sharnal lo había escogido para ser su segundo en el mando. Sharnal era una mujer fuerte e inteligente, pero si la fuerza le faltaba se ponía algo nerviosa. Tenía la complexión de una alta elfa, a pesar de ser híbrida entre dos razas. Poseía la belleza de su madre, pero no tenía las curvas demasiado pronunciadas, tenía según ella misma decía lo mejor de dos mundos, aunque su madre no estuviese de acuerdo, y algo que su madre detestaba por encima de todo es que había heredado la picaresca de su padre.

    —Mi señora, espero que hayáis descansado bien —la voz de Merkel sonaba algo lúgubre y ronca.

    —Dime, ¿cuál es la situación?, ¿cuántos hombres hemos perdido? —Sus hombres para ella no eran simples soldados, eran personas, con historias personales, con una familia que les esperaba al final de aquella guerra absurda.

    —Una pequeña parte, mi señora. El fuego fue muy efectivo, de haber esperado más nos habrían destrozado, el enemigo huyó en todas las direcciones, deben haberse desperdigado y vuelto hacia Targ.

    —Merkel, reúne a todos los hombres. Ahora es el momento de atacar. Deben de tener los carros de combate desprotegidos, sin duda han utilizado a gran parte de su fuerza para enfrentarse a nosotros y no esperan que entremos en su territorio, y más habiendo pasado ya dos días. Seguramente estarán replegándose. Ahora es el momento.

    —Mi señora, estos dos días han ido muy bien, hemos podido descansar, pero muchos hombres están demasiado malheridos para lanzarnos a una batalla.

    —Manda a todos los heridos al baluarte, y que el resto venga con nosotros.

    Al levantarse de la cama, Sharnal notó un poco de mareo, pero a pesar de eso pudo ponerse en pie. Merkel era un buen soldado, acataba enseguida las órdenes. Gracias a eso, en poco tiempo estuvieron las fuerzas reunidas y pudieron ponerse en camino. Al mediodía se encontraron con el enemigo.

    «El camino más allá del paso es osco y sombrío. Sin duda vivimos en un reino que ha sido generoso con nosotros, ya que la tierra es fértil y bondadosa, quizá por ello seamos el reino más rico. Por fin a un día de camino de nuestro asentamiento hemos visto los carros, un ojeador nos ha alertado, y yo me acerco con sigilo junto a otros dos hombres», pensó.

    Sharnal dejó a Merkel al mando de la guarnición lo suficientemente alejados para que no les viesen, pero lo que vio le hizo palidecer. Junto a los carros había dos dragones. Habían llegado demasiado tarde, no podrían hacer nada contra ellos. Su magia no podía rivalizar con la fuerza de un dragón y menos con dos; además, los guerreros de Targ tenían los carros de combate que les podían servir de escudo para un posible ataque. Había fallado, o por lo menos así se sentía. Tal y como pensaba habían pedido refuerzos, y ella había tardado demasiado, no podían hacer nada, el bastión caería.

    «Lo mejor que podemos hacer es intentar avisar de lo que hemos visto, pero seguramente no habrá tiempo de enviar la fuerza suficiente como para repeler el ataque. Debemos intentar algo, y lo único que se me ocurre es tapar el camino de acceso, por lo menos así los carros de combate no llegarán a su destino, tardarán más tiempo, pero aún quedan los dragones, podrían usarlos incluso para transportar los carros a través del camino, por encima del paso cerrado. Aunque eso los haría demasiado vulnerables, estarían ya en nuestro territorio y los guerreros de Targ creen que por lo menos hay un hechicero en el baluarte para defenderlo. Lo primero es avisar, así que es preferible que uno de los soldados vaya a decirle a Merkel lo que hemos visto, y que este envíe a cuatro soldados con la noticia al baluarte, por lo menos estarán prevenidos. Podemos aprovechar la noche para por lo menos destrozar algún carro, antes de que los dragones despierten. Yo no puedo acercarme, ya que los dragones huelen la magia, y en mí hay algo de magia que puede despertarlos. Una vez esté con mi batallón reuniré a los altos cargos para pedir consejo. Estoy en un callejón sin salida, ninguna de mis ideas parece suficientemente buena.»

    Un pequeño grupo de soldados ya había salido hacia el baluarte para avisarles del peligro. Los cuatro altos cargos se reunieron en un círculo junto a Sharnal. El primero en hablar fue ser Loren, un joven mestizo de las tierras del este, con la barba descuidada. Siempre llevaba un cuchillo en el cinto, era muy desconfiado para ser de noble cuna. El cuchillo lo llevaba encima incluso cuando dormía.

    —Lo mejor que podemos hacer es marcharnos de aquí.

    Mendel, un hombre algo mayor y con el pelo canoso estaba de acuerdo con él.

    —Enfrentarnos contra dragones no entraba en los planes, solo los hechiceros pueden oponerse a ellos con éxito. Y sin ánimo de ofender, mi señora, vos no sois una hechicera. Un pequeño truco no hace a un hechicero.

    —Tienes razón. —«Ya sé que no soy una buena hechicera, no hace falta que me lo recuerdes.»

    Freya, que normalmente se mantenía al margen, intervino.

    —Yo quiero ver a los dragones. No me creo esas historias que cuentan sobre la piel de dragón. —Freya era una mujer rápida e inteligente. Su pelo negro y corto le llegaba a la altura de los hombros. Se había ganado su puesto a base de buenas peleas, pero a veces era algo impulsiva y por ello no había llegado más lejos.

    —Por desgracia, las historias que cuentan los mayores de que la piel de dragón es tan dura que ningún arma puede contarla no es falsa del todo. —Mendel había visto dragones y se había enfrentado a ellos.

    —En parte tienes razón, los dragones son unos seres muy difíciles de eliminar. —Sharnal había tenido la oportunidad de hablar con su madre sobre los dragones, era verdad que tenían la piel muy dura, y que su fuego, el de los dragones de fuego, era tan intenso que ni el agua podía extinguirlo. Su madre se había enfrentado a varios dragones durante su vida—. Pensaré en lo que me habéis dicho. Merkel, tú no has hablado, ¿qué piensas?

    —Sharnal, el rey cuenta con nosotros para defender el bastión, debemos intentar algo, pero no sé qué podemos hacer, quedarnos quietos esperando su ataque no me parece una buena idea.

    Sharnal se levantó y miró hacia el horizonte, el día estaba nublado y hacía bastante frío. En el campamento no había un solo fuego para no alertar de su posición al enemigo, así que sus hombres iban bien abrigados.

    —¡Atacaremos!

    Un hechizo para salvar Neridian

    A varios kilómetros de allí, en el alto consejo, dentro del castillo de la capital del reino, la ciudad llamada Neris, por la diosa de la fertilidad y la prosperidad, se debatía el curso de la guerra. Estaban en una sala circular, en lo alto del torreón central. Aquella era una estancia bien iluminada, con ventanales amplios que acababan en forma redondeada y cristales de color que reflejaban los escudos de las antiguas casas de Neridian para recordar su pasado feudal, aunque tenían unas puertas grandes y gruesas de madera para cerrar las oberturas en caso de sitio; en su interior guardaban una sorpresa de acero templado por el que no podría pasar flecha alguna. Estaban sentados frente a unas pequeñas mesas que formaban varios círculos concéntricos, en cada semicírculo se sentaban los representantes de cada zona del reino. Todos los hombres tenían voz y voto en el consejo, pero el rey conservaba derecho de veto, era quien tomaba las decisiones en último término si no veía un acuerdo claro, siempre tenía en cuenta su opinión. En cada semicírculo había tres personas: una encargada de los temas militares, otra encargada de los comerciales, y una última que representaba al pueblo. En el centro había una pequeña mesa circular donde estaban el rey, sus consejeros más cercanos y el líder del consejo de hechiceros. Del techo pendían grandes lámparas, que daban más iluminación a la estancia y permitían que el alto consejo se reuniese de noche, además de un fresco donde se podía ver el mapa de Neridian. De las paredes pendían dibujos de cada uno de los reinos limítrofes. Los asientos tenían el respaldo grande y estaban bien acolchados.

    El consejero Desmond, un hombre joven algo grueso y bien afeitado tenía la palabra. Desmond se encargaba de los temas militares en la propia Neris:

    —Señores, la situación comienza a ser crítica. En el norte han caído nuestras primeras huestes, y en el noreste, el reino de los que durante tanto tiempo fueron nuestros aliados está a punto de añadir nuestro bastión de defensa a sus territorios. La fuerza que enviamos, como sabéis, es insuficiente para contener al ejército enemigo y sus dragones.

    —Pero todavía tenemos que finalizar las conversaciones de paz. —Meneses había sido comerciante antes que consejero y siempre abogaba por el entendimiento. El rey tenía una gran confianza en él.

    —Las conversaciones con el hijo del rey Mirias son inútiles desde que el nuevo rey de Targ, Irkin II, comenzó a pedirnos tributos por utilizar los dragones en la defensa de nuestros territorios; la situación ha cambiado por completo. Nuestros reinos tuvieron una alianza durante siglos, pero ahora esta unión se ha roto. El nuevo rey es un ser ávido de poder y no parará hasta tener Neridian a sus pies; sabe que le doblamos en número de soldados y que tenemos a los mejores hechiceros de todos los reinos. Pero además ahora tendremos nuevos problemas, ahora que nos hemos dividido con Targ, otros reinos quieren invadirnos.

    —Sí, ya ha comenzado. —Uno de los consejeros de una mesa alejada del centro comenzó a hablar—. Están tentando nuestras defensas, a veces intentan pasar de noche.

    —Conozco la situación. —Desmond vio la oportunidad para reafirmarse—. Por eso digo que lo mejor que podríamos hacer es reforzar nuestras fronteras con nuestro antiguo aliado, que los demás reinos no nos vean débiles ante ellos, si lo hacen intentarán una alianza para invadir Neridian y repartir el reino.

    —Nuestro antiguo aliado no atiende a razones. Ha decidido tenerlo todo y ya no se volverá atrás solo por el pago de unos pocos tributos. —El rey Tereadis era joven. Apenas tenía treinta años. Su padre había muerto de una rara enfermedad, algunas malas lenguas hablaban de envenenamiento, pero Tereadis era inteligente y seguía las doctrinas que su padre le había enseñado.

    —Podríamos hacer como antaño, unir los dos reinos mediante una unión matrimonial. —Meneses quería intentar evitar de cualquier forma un enfrentamiento con el antiguo aliado.

    —Nuestro reino siempre ha tenido un líder de la casa de Arian, y tanto el rey como toda su familia tienen el derecho de elegir cónyuge, además la hija de nuestro rey todavía es pequeña, y el reino le pertenece a su hijo mayor.

    —Desmond tiene razón, el reino le pertenece a mi hijo, no a mi hija pequeña. Si nuestra casa se arrodilla a un matrimonio de conveniencia estaríamos abandonando nuestras creencias. La libertad de nuestra familia es la libertad de nuestro pueblo, y esto lo conservaremos, no en vano viene gente de otros reinos al nuestro, por la libertad del individuo, que es una de nuestras principales máximas. Nuestro poder reside en nuestro ejército y en nuestros hechiceros. Un ejército que se hace grande día a día. Enviaremos el ejército a esos reinos que nos quieren aplastar, y los hechiceros se enfrentarán a los dragones del reino de Targ. Creo que es la mejor opción.

    —También podemos dar de comer a esos dragones, a ver si así nos complacen a nosotros.

    —No nos hagas reír con tu ingenuidad. Meneses, los dragones seguirán a sus amos, a aquellos que los han educado y alimentado. Alteza, los dragones pueden cubrir grandes distancias en muy poco tiempo, si dejamos desprotegida la ciudad, nos atacarán con rapidez. —El líder del consejo de hechiceros, Vagnar, no estaba de acuerdo en enviar sus hechiceros al campo de batalla.

    —¡No podemos estar sin hacer nada! Nos están comenzando a sitiar, debemos atacar antes. —El rey miró fríamente a Desmond antes de contestar.

    —Esta garra que tengo en mi cuello y que simboliza nuestra unión con Targ ya no tiene sentido, dejará de estar en el estandarte del reino de Neridian. De ahora en adelante nuestro estandarte no será un plano de Neridian y una garra de dragón en la esquina inferior derecha, desde ahora el estandarte de Neridian será un plano de nuestro pueblo, ellos son los que componen el reino y ellos son los que llevamos en nuestro estandarte.

    A Desmond no le gustó demasiado la idea pero asintió.

    —Se hará como vos deseáis.

    El líder del consejo de hechiceros, Vagnar, comenzó a hablar. Era un hombre muy mayor pero que no aparentaba su edad. Era alto, calvo y con unos ojos marrones que inspiraban tranquilidad.

    —Señores, este problema ya se había previsto. Nuestros espías de Targ han hecho un buen trabajo y el hecho de que todos los hechiceros estemos aquí en la ciudad central del reino poco tiene que ver con defender la ciudad. Es cierto que de esta manera la protegemos mejor, tienen miedo de nuestro poder, ni el rey de Targ es tan imbécil como para atacar esta ciudad en este preciso momento, pero también es cierto que el resto del reino está desprotegido. Entre todos los hechiceros hemos preparado un conjuro para dormir a los dragones de fuego, y evitar de esta forma una batalla en la que tanto un bando como el otro perecerían. No debemos pelear entre nosotros, no con el reino de Targ, ni con ningún otro de los alrededores, todos conocemos las islas de Merg, y los reinos y condados que allí gobiernan esperan una oportunidad como esta para unirse y atacar. Esto sumiría a nuestro reino en una debacle que acabaría con todos los valores que defendemos. Allí no hay dragones, pero sí hay poderosos hechiceros que practican las artes oscuras, prohibidas en nuestro reino. Dadnos tiempo, en unas horas estará todo listo.

    —Vagnar, ¿cómo no se me ha informado de esto? —«¡El rey debe saberlo todo!», pensó. Frunció el ceño. Se le veía claramente la rabia en aquellos ojos de un color negro azabache, había pasado muchos buenos momentos con el hechicero principal del reino, pero era un rey orgulloso y no iba a permitir que se tomaran decisiones sin tenerlo en consideración.

    —Mi señor, no podíamos confiar en nadie, hay oídos por todas partes. Las órdenes han sido dadas a través de telepatía, nadie salvo el alto consejo de hechiceros sabe lo que vamos a hacer. Hay una forma de romper el conjuro, pero ahora ya es imposible, y con su permiso ahora mismo iré a comenzar el hechizo.

    —Vagnar, tienes mi permiso. Siempre has tenido mi confianza, y si con esto acabamos con la amenaza de los dragones de Targ, la intimidación de los hombres no será más que una gota de agua en un estanque, nos dará tiempo a criar nuestros propios dragones.

    —Tal vez sea así en el futuro, mi señor.

    Vagnar dejó el alto consejo de Neridian para dirigirse al torreón de la alquimia. Bajó la gran escalinata que llegaba hasta el patio del castillo; a cada lado había una ventana que iluminaba el camino. Nada más salir fue hacia la derecha, junto a una de las murallas interiores se erigía el torreón, solitario, algo apartado del castillo principal, se decía que incluso antes de que el primer rey unificara los primeros reinos de los hombres, aquel torreón formó parte de un reino aún más antiguo que unió los primeros pueblos de los elfos oscuros. Estaba más ennegrecido por el paso del tiempo que el resto de las edificaciones del castillo, pero todavía se mantenía firme. Decían que había sido levantado por uno de los hechiceros con más poder de todos los tiempos. La puerta estaba adornada con runas de una escritura antigua que solo habían encontrado en aquel lugar, y nadie sabía descifrar su significado. Los guardias de su orden, al verlo venir, se apresuraron a abrir las grandes puertas, que daban a una sala bien iluminada, llena de cuadros antiguos y alguna estatua de dragón. Siguió hacia adelante y atravesó una segunda puerta, que daba a una antigua escalinata que se perdía en las catacumbas del torreón, en una penumbra en la que no se veía nada. Se acabaron las antorchas y no había manera de ver adónde iba. Entonces, al decir unas palabras mágicas, hizo aparecer ante él una esfera luminosa que le indicaba el camino, bajó por la tortuosa escalera hasta un laberinto que solo los miembros de su orden conocían, y llegó a la gran sala oculta bajo el castillo donde el resto de hechiceros le esperaban; humanos, elfos, y algunas criaturas mágicas de gran poder formaban un círculo alrededor de un gran libro de hechicería. La madre de Sharnal, Martinia, recitaba uno de los hechizos. Era alta, esbelta y voluptuosa, su cabello largo formaba una trenza que le llegaba hasta las piernas.

    —Martinia, ¿está todo listo?

    —Sí, Vagnar, solo faltas tú para bloquear el círculo.

    —Sea pues. —«Es la única forma que tenemos de conseguir la paz», pensó. Cerró los ojos y comenzó un cántico, al que el resto de hechiceros se unieron. Cerraron el círculo y continuaron entonando la evocación en una lengua muerta, un idioma que se hablaba en Neridian mucho antes que el reino tomara su actual nombre. El sonido reverberaba en la sala amplificando su poder; algunas runas escritas en las paredes comenzaron a brillar. Allí donde estaba el gran libro, en el centro de la sala, se formó poco a poco una gran luz y al unísono aparecía cristal en torno al círculo de poder, aprisionando a cada hechicero.

    La batalla con los dragones

    Sharnal había decidido seguir al ejército de Targ a distancia, y en caso de que los dragones los abandonaran, atacar. Tenían varios días hasta que llegaran al baluarte, así podría pensar mejor una estrategia de combate. Los soldados hacían paradas regulares por el camino, la maquinaria de guerra era pesada. Transportar la dura maquinaria de combate era una tarea ardua y a los animales de carga les era difícil mantener un paso constante. Las grandes máquinas de combate eran en su mayoría torres de asalto del tamaño de una muralla de castillo, de aquella manera no tendrían que depender de que hubiese un bosque cerca, además, se necesitaba tiempo para hacer aquellas máquinas de asedio, un tiempo que sin duda habría podido utilizar Neridian en su favor, habían construido aquello para tener una ventaja y conseguir que el asedio acabase en poco tiempo. Otros carros de combate tenían un gran tronco acabado en punta, seguramente aquella arma la habían ideado para tirar abajo las puertas del baluarte. Los otros carros eran de suministros y armamento. En Targ habían estado tiempo preparándolo todo.

    Los dragones no ayudaban en su transporte. Sus cuidadores aprovechaban el tiempo entrenándolos. Sharnal no se podía acercar demasiado pero sí lo suficiente para comprobar su poder, que era tan basto como había creído en un primer momento. Sin duda un ataque frontal haría que todo su regimiento fuese destruido por uno solo de aquellos animales, solo una barrera mágica podía parar aquella fuerza, y solo se les podía atacar con magia, tal y como su madre le había dicho, las ballestas gigantes simplemente herían a aquellos animales.

    Uno de los dragones era rojo, de color rubí, y sus escamas variaban algo a la luz de los soles. El otro era verde escarlata. Ambos eran dragones de fuego. Se creía que los dragones de hielo, que escupían hielo en vez de fuego, habían desaparecido hacía mucho tiempo. Ambos poseían unas alas enormes, a diferencia de los dragones de mar, que poseían pequeñas aletas. Los dragones de mar vivían en las profundidades del océano, ajenos a cualquier guerra que hubiese en la tierra, a veces los marineros veían alguno, pero nunca habían podido atraparlo. En sus brazos y piernas tenían las garras más grandes que había visto en animal alguno. Con un solo zarpazo podría destruir la puerta del baluarte como si se tratara de mantequilla. Los dragones estaban danzando uno con el otro, realizando un baile de lucha, se lanzaban fuego el uno al otro, pero no parecía afectarles, una de las llamaradas acertó de pleno en uno de los árboles del camino, quemándolo totalmente en un momento. Se atacaban mutuamente con zarpazos uno al otro, y a veces lograban hacerse pequeñas magulladuras. Sharnal había estado observando la escena.

    —Mira, Merkel, es posible herirlos.

    —Solo nos hace falta una espada tan grande como su garra y una mano tan grande como para poder blandirla. Lo difícil será encontrar algo con lo que defendernos de sus llamas.

    —Encontraremos la forma de defendernos de sus llamas. —«Solo nos hace falta una pequeña parte del poder de mi madre», se dijo.

    —Pues yo no veo la manera.

    —Es por eso que yo estoy al mando, porque encontraré una forma de parar a esos animales. —«Espero encontrar algún punto débil», concluyó.

    El aquel momento Sharnal sintió un escalofrío tan intenso que podría haberle helado la sangre. Todo su cuerpo se entumeció, no podía pensar más que en el frío y en el sueño. Merkel, a su lado, se quedó perplejo, tuvo que ser rápido para cogerla antes de que se desvaneciese. El cielo se oscureció por momentos, unas extrañas nubes taparon la luz de los tres soles. En ese mismo instante los dragones cayeron, estaban justo encima de los atacantes del reino de Targ, y lo hicieron inmóviles, matando algunos soldados y destruyendo algunas de sus propias máquinas de guerra. Al instante Sharnal se recuperó, vio lo que había pasado y ordenó un rápido ataque, no entendía muy bien lo que sucedía, pero sabía que los dragones estaban fuera de escena y que aquella era la distracción que estaba esperando.

    No podían haber soñado un momento más propicio, no solo era que no esperasen un ataque antes de llegar a la frontera, era que habían perdido el norte; los dragones, su estandarte, su fuerza, no sabían de qué forma los habían perdido. Algunos habían comenzado a correr horrorizados al ver a sus compañeros muertos por el peso de la caída de sus bestias, y otros habían perdido toda fuerza combativa, además, no estaban dispuestos para un combate, muchos no tenían las armaduras puestas y no formaban una fila ordenada, confiaban en que los dragones estaban con ellos. Estaban dispersos por el camino, y lamentablemente fue una masacre. Pero era la guerra, y seguramente ellos no habrían tenido misericordia en caso contrario. Fue una victoria rápida, de la que Sharnal no se sentía satisfecha. Al finalizar la batalla muchos de ellos pidieron clemencia, Sharnal no la pudo negar. Estaban a pocos kilómetros del bastión, y además sentía como si lo que les había pasado a aquellos dos dragones no fuese algo aislado, la guerra iba a ser más corta de lo que nunca habría pensado.

    Antes de partir hicieron que sus rehenes enterraran a los muertos. Entre los muertos del batallón de Sharnal estaba Mendel. No volverían a reírse de sus bromas alrededor del fuego. Le echaría mucho de menos, como al resto de sus hombres. También hicieron que quemasen sus máquinas de guerra. Eran de madera, por lo que ardieron bien y rápidamente. El calor que desprendía la madera no logró quemar a los dragones, que seguían durmiendo plácidamente. Eran dragones de fuego, el fuego era su elemento y no les hacía daño.

    —Dejaremos a estos dragones aquí. Son demasiado pesados como para llevarlos con nosotros, además, es posible que despierten.

    —¡Ojalá despierten y acaben con todos vosotros! —Uno de los cautivos les escupió y Freya aprovechó para darle con la culata de su ballesta en la cara. El cautivo escupió entonces uno de sus dientes.

    —Déjalo ya, Freya. Nos vamos.

    —Por lo menos he visto a estas bestias de cerca. Son realmente fieras y enormes. —Freya estaba contenta, había visto a unos dragones y había salido con vida.

    A pesar de la victoria sus hombres estaban agotados. Hacía poco que habían dejado la escuela de lucha, y nunca se habían encontrado cara a cara con la muerte, seguramente, después de un merecido descanso estarían más curtidos.

    Un nuevo comienzo para Neridian

    En la capital del reino, un viejo caballero se dirigía al alto consejo con una carta lacrada cerrada por Vagnar. Su paso era algo lento pero seguro. Su cara estaba surcada por arrugas que denotaban el paso del tiempo, pero caminaba con la misma rectitud que tenía en su juventud. Los guardias de la puerta que daba a la torre donde se reunía el alto consejo le miraron y cerraron el paso.

    —Debo entregar esta carta al rey en persona. —Seilan era bien conocido por todos los soldados de la corte, así que a pesar que la entrada a la sala del alto consejo estaba cerrada cuando éste estaba reunido, le dejaron pasar.

    —Debes dejar la espada en la puerta, ya lo sabes.

    —De acuerdo. —Se desabrochó el cinturón y dejó la espada al lado de los guardias—. Cuidadla bien, el herrero que la forjó era un buen amigo mío. —Subió las escaleras pesadamente, ya no podía andar con la misma facilidad que antaño. Al entrar en la sala todos los miembros miraron extrañados al viejo caballero. Desmond fue el primero en hablar.

    —Seilan, el alto consejo se reúne siempre a puerta cerrada, ¿qué vienes a hacer aquí?

    —Cumplo órdenes de Vagnar, mi señor Desmond. Debo entregar este mensaje al rey en persona y a nadie más. Vagnar me dijo que cuando viese oscurecer el cielo viniese inmediatamente a entregar esta carta al rey. —El rey le miró amablemente y le invitó a pasar.

    —Bien, Seilan, acércate, Vagnar debe de estar exhausto después de completar su hechizo. Ha hecho bien en entregarte a ti esta carta; seguramente, la guardia no habría dejado pasar a nadie más, todos te tienen en gran estima. Señores, declaro finalizada la sesión de hoy. Quisiera leer la carta en privado.

    Una vez la sala fue abandonada, el rey recibió la carta de Vagnar y le pidió a Seilan que lo dejara solo. Sea lo que fuere lo que Vagnar había escrito en aquella misiva, no podía ser nada bueno. Muy pocas veces Vagnar había usado aquella vía para comunicar algo a su rey.

    «Alteza;

    »Disculpad que no esté ante vuestra presencia, pero, tanto yo como el resto de hechiceros que se hallaban en el torreón de la alquimia no podremos estar al servicio de su familia hasta dentro de doscientos años. Tanto nosotros como los dragones permaneceremos dormidos todo ese tiempo. Sin duda, los alumnos más aventajados, los aprendices de hechicería, podrán suplir nuestros puestos con gran valía. No tienen nuestro poder, pero serán suficientes como para hacer que ningún otro reino intente atacarnos. Esta misiva debe ser destruida y vos deberéis dar orden de que todos los aprendices de hechicería ocupen el resto de castillos del reino, en nuestro lugar. Decid que por razones de seguridad para el reino no podéis decir dónde está cada uno de los hechiceros, e id cambiando a algunos de castillo cada cierto tiempo. Dentro de una generación seguramente habrá en el reino hechiceros tan poderosos como nosotros para defenderlo, y de esa manera nadie se dará cuenta de nuestra falta. En doscientos años el cristal que nos cubre se romperá, al igual que el hechizo lanzado sobre los dragones; éstos al despertar ya no tendrán a sus antiguos amos y volverán a ser libres, dejando de ser un problema para el reino; sin duda se tardará años en poder volverlos a domesticar. Después de mucho meditar vimos que ésta era la única

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