Obsesión Prohibida
By Nadia Dantes
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Durante dieciocho años, Evan ha ansiado a la única mujer a la cual le está prohibido tocar. Cuando la inocente Sarah aprende de su obsesión por ella, se ofrece voluntariamente a él. Evan intenta usar esta oportunidad para asustarla, pero ninguno puede controlar sus oscuras pasiones…o el terrible costo de ser descubiertos.
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Obsesión Prohibida - Nadia Dantes
Obsesión Prohibida
por Virginia Locke
––––––––
Durante dieciocho años, Evan ha ansiado a la única mujer a la cual le está prohibido tocar. Cuando la inocente Sarah aprende de su obsesión por ella, se ofrece voluntariamente a él. Evan intenta usar esta oportunidad para asustarla, pero ninguno puede controlar sus oscuras pasiones...o el terrible costo de ser descubiertos.
Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son productos de la imaginación del autor y son utilizados de manera ficticia.
Copyright
Copyright 2012 Virginia Locke. Todos los derechos reservados.
Cover Stock Copyright Yurok Aleksandrovic - Fotolia.com
Letra de la cubierta: Aquiline Two, EB Garamond, y Nymphette pueden descargarse de Font Squirrel. Copyright pertenece a los artistas individuales.
Copyright 2012 de la cubierta Virginia Locke
Prólogo: Obsesión Prohibida
––––––––
Bohemia, 1315
***
Evan
YO LO ADVERTÍ PRIMERO cuando teníamos doce años. Volvía de un día de trabajo en el campo para tomar un trago de la fuente de la villa. Mi vecina y mejor amiga estaba sentada sobre el alféizar contemplando el agua. Su canasta de manzanas yacía a sus pies. Ya casi no quedaban más.
Nadie podía resistirse a su sonrisa, de modo que siempre vendía todas sus manzanas. Comencé a caminar más rápido, pensando en que me sentaría a su lado, sostendría su mano y le compraría una de sus manzanas con algo del dinero que había ganado esa semana.
Había tres muchachos recostados contra la ventana de una tienda delante de mí. Cada uno de ellos tenía una manzana. Se reían a medida que se las pasaban entre ellos, frotando sus pulgares de manera obscena sobre la superficie suave y rosada de la fruta, y hablando de su madurez. Uno de ellos la lamió y luego la mordió. Dijo que era dulce, que no podía esperar a comprar más de sus manzanas.
Me di la vuelta, tomé la manzana de sus manos y la aplasté contra su rostro.
Él grito a medida que la sangre brotaba sobre la fruta. Goteó en su boca y por su barbilla.
Uno de sus amigos me cogió del hombro y preguntó cuál era mi problema, alejándome de él. Giré violentamente y me conecté con su mandíbula. Su otro amigo intentó tirarme pero di un paso al costado y lo pateé en la parte trasera de sus rodillas.
No recuerdo mucho de lo que sucedió después. No lo sentí cuando uno de ellos rompió mi nariz, o cuando me fracturé la mano golpeando los dientes de Johan, o incluso cuando me sostuvieron y se tomaron turnos para patearme. Apenas si recuerdo cuando el tender detuvo la lucha y le gritó a los tres muchachos por haberme atacado, aún cuando yo había empezado la pelea. Lo que sí recuerdo es el momento en el que vi el rostro de Sarah sobre mí.
La luz del sol hacía que su cabello dorado brillara como un halo alrededor de su pálido rostro. Nuestra villa había adquirido recientemente un ícono de la Virgen María, y los ojos de Sarah eran del mismo azul cobalto que su bata celestial. Lucía como un ángel que me observaba devastado. Y yo la miré, igualmente devastado, colocar sus manos debajo de mi cabeza para ponerla sobre su regazo, y preguntarme por qué.
No pude decirle por qué. No quería que supiera lo que pensaban al comprar sus manzanas –lo que pensaban al mirar su cuerpo. Entonces me levanté y corrí lo más rápido que pude en la dirección opuesta, hasta que no pude más escucharla gritar frenéticamente mi nombre mientras intentaba alcanzarme.
Mi padre me llevó a un costado esa noche para hablar sobre lo sucedido. Le conté sobre la forma en la cual tocaban las manzanas que habían comprado –las tocaban de manera áspera, condescendiente, como si fueran ella. Mi padre me dijo que debía dejarlo pasar. Me dijo que Sarah era hermosa, y que los muchachos probablemente iban a comenzar a mirarla, y que nunca más debía iniciar otra escena como aquella.
Fue entonces, cuando me di cuenta, que aquellos muchachos que no la amaban –que sólo pensaban en ella como en una fruta para comprar cuando estuviera madura- tenían más derecho a reclamarla que yo. Me di cuenta de que todos a mí alrededor considerarían que los sentimientos que habían estado creciendo silenciosamente dentro de mí eran más sucios que las intenciones de aquellos muchachos. Y sabía que ella nunca sería mía.
Capítulo 1: La Fruta Prohibida
––––––––
Bohemia, 1321
Seis años más tarde...
***
Evan
ESCUCHÉ ABRIRSE LA PUERTA DE LA COCINA y levanté la vista de mi plato de pan y mantequilla.
La chica miró hacia abajo mientras arreglaba las arrugas invisibles de su falda. No podía ver su rostro, pero podía ver la delicada curva de sus tobillos, aquellas caderas redondas que estaban hechas para las manos de un hombre y sus rizos dorados.
Maldición. Sarah había llegado temprano a casa.
Mi madre había muerto al dar a luz a mi hermano hacía once años. Él tampoco había sobrevivido. Después de aquello, mi padre pasaba cada vez más y más tiempo fuera trabajando, y a menudo me dejaba con la familia de Sarah. Recientemente había vendido su casa en nuestra pequeña villa, y se había mudado a la ciudad.
Me había pedido que vaya con él, pero no pude simplemente porque Sarah se encontraba aquí.
Pero el hecho de que estuviera aquí no significaba que podía estar con ella.
Estaba prohibido, en nuestro pueblo, para aquellas personas que habían nacido el mismo día, contraer matrimonio. No importaba si provenían de diferentes padres. No importaba si no estaban relacionados por sangre. El consejo consideraba que dichas personas eran gemelos en espíritu
. Cuando la conocí por primera vez, pensé que eso significaría que siempre estaríamos juntos. Me hizo feliz, ya que no había persona más amable o bella que Sarah.
Apreté mis dientes. Estar cerca de ella era una agonía. Nunca la dejaría. De modo que comencé a correr a casa después del trabajo para poder comer y asearme antes de su llegada. Luego, me escabulliría antes de la cena, y sólo volvería cuando sus padres estuvieran en la casa. Nada mataba mi erección más rápido que su madre pidiéndome que le pase las patatas o uno de los horribles juegos de palabras de su padre. Cuando se encontraban alrededor, escuchar su risa sensual no me daba ganas de arrojarla sobre la mesa y de coger su dulce sexo hasta que lo único que pudiese hacer fuera gritar mi nombre.
Por debajo de la mesa, mis manos se formaron como puños. No debía pensar en ella de ese modo. Amarla no debería ser oscuro. No debería ser brutal. No debería volver loco a un hombre. Pero mi amor por ella era así.
Odiaba el sonido de su inocente risa. Odiaba su hermosa sonrisa. Odiaba el modo en el cual se la mostraba a todos; incluso a los hombres que la miraban, lascivamente, cuando giraba su rostro. Lo odiaba tanto que cada vez que lo veía deseaba destruirla, para que ya no sea más hermosa o inocente; para que nunca más le pudiese sonreír a nadie.
Sabía que estos pensamientos eran malvados. Una persona no debería poseer a otra persona en su totalidad, y tenía aún menos derecho debido a que el consejo había decidido que nosotros dos nunca podríamos estar juntos.
Debería haber seguido a mi padre. Qué estúpido había sido. Deseaba no estar tan cerca de ella. Si tan sólo hubiera nacido un día antes, o un día después, estos sentimientos no estarían prohibidos.
–Hola Evan– cantó, colocando su canasta sobre el mostrador. –Vendí todas hoy.
Miré la canasta vacía, imaginando todas las sonrisas que regaló. Todas las manzanas. Respiré duramente, intentando conciliar las emociones oscuras que se acercaban demasiado a la superficie.
– ¿Te sientes bien Evan? Últimamente pareces enfermo–. Se inclinó, dejándome ver sus pechos. Eran tan firmes y... Dios mío, ¿siempre habían lucido de esa manera? Desde que habíamos cumplido veintiún años era más consciente de ella. Su cuerpo siempre se sentía demasiado cerca del mío, como si estuviera respirando sobre mi piel desnuda. Como si, a pesar de su posición en la habitación, estuviera tocándome constantemente.
Presionó su mejilla sobre mi frente. Su piel se sentía suave y olía a flores. ¿Cómo podía oler así cuando había pasado toda la mañana en el pueblo