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Al cabo de diez años
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Al cabo de diez años

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About this ebook

Son tiempos de cambio, en el Estado Español, en el País Vasco, en Bilbao, son tiempos de cambio, y buen testimonio de ello son las vidas de los cuatro chavales que una instantánea fotográfica ha captado en 1973 bajo la Cruz del monte Gorbea, símbolo emocional de lo vasco. Es un adelanto simbólico de lo que nos espera en las páginas del libro. Esos chicos prometieron verse diez años después, saber de sus vidas cuando fueran diez años más viejos, una curiosidad propia de la juventud, de la impaciencia por vivir, algo que todos hemos sentido probablemente, qué será de mí dentro de diez años, es cuando una generación deja paso a otra en la vanguardia de la sociedad en la que vivimos. En 1979 el narrador recoge a los personajes, que se han convertido en prototipos de la diversidad política y social vascas. Ya no son amigos, cada uno eligió su camino, todo parece indicar que estos chicos no acudirán al reencuentro que se prometieron. Están demasiado alejados el uno del otro, políticamente, socialmente y en lo personal; incluso existe una distancia física aparentemente insalvable en alguno de los casos. No parece que sus vidas vayan a cruzarse nunca jamás, sin embargo la vida es siempre incierta. Los jóvenes irán apareciendo a lo largo de la novela: Joxe Mari Uribe, Txema, tiene una gran sensibilidad poética, vocación de periodista y milita en la izquierda abertzale, pero su presente está marcado por el recuerdo obsesivo de Luisa, quien fue amiga y pareja de Jon Olabarria, otro de los chicos de la foto; pasó unas vacaciones con ella en un momento de ruptura sentimental con Jon, pareja de ella y amigo de él. ¿Es aquella chica la responsable de su evidente desequilibrio? Es difícil saberlo. Jon Olabarria también está marcado por la separación de Luisa. Luisa es un personaje secundario, pero con un gran peso en la historia. Él es un joven de firmes convicciones pacifistas en un entorno, el vasco, que se halla en una situación de extrema violencia; precursor del movimiento Gesto por la Paz, un movimiento que se creó para rechazar la violencia, viniera de donde viniera, mediante concentraciones silenciosas cada vez que se producía un acto violento. Joxean Ortiz de Tejada, a quien vamos conociendo a través de Amaia, y la relación epistolar de ambos, es un miembro de ETA huido a México; finalmente regresará, valiéndose de la amnistía de 1978. Un guerra sucia le espera ahora. Roberto Morte es el verso libre de la sociología vasca, es un camello que se mueve entre Bilbao La Vieja y el Casco Viejo bilbaíno, utilizando la violencia como instrumento de trabajo; ha transformado su vida tranquila de barrio, junto a su abuela, en una guerra constante. Son los momentos del gran consumo de droga en el País Vasco postfranquista. La política no le importa nada. En la fotografía parece haber una quinta persona, otro joven, suponen, no se le ve bien debido a la niebla, ni siquiera saben si está con ellos, lo que sí hay seguro es una quinta firma en el reverso. La averiguación de su identidad se convierte en una obsesión casi patológica para alguno de los jóvenes. En la narración hay flash-backs de los protagonistas que nos llevan a sus otras vidas, a sus amores, a sus pasiones, a sus sueños de otro tiempo, a sus frustraciones. Paralelamente a la vida de estos chicos, convertidos ya en hombres, se van sucediendo una serie de acontecimientos políticos que marcan la historia del postfranquismo inicial en el País Vasco, así veremos a lo largo de estas páginas atentados, capítulos de la guerra sucia del Gobierno Español contra ETA y su entorno, manifestaciones, y un incipiente movimiento por la paz. Todo ello narrado desde el corazón de un Bilbao postfranquista, postindustrial, gris, triste, anterior al Guggenheim y a toda su refulgencia posterior. Narración dura, cruda, con dosis, en contraste, de fina ironía junto a un despiadado sarcasmo.

LanguageEspañol
Release dateJun 16, 2015
ISBN9781311109835
Al cabo de diez años
Author

Joxe Belmonte F. de Larrinoa

Nací en Bilbao un 16 de junio de 1960. Mi familia no tenía pensado que yo estudiara por lo que abandono mis estudios a edad temprana para ponerme a trabajar. Estudio administrativo mientras busco trabajo. La crisis del petróleo del 73 llega al Estado Español aproximadamente con la muerte del dictador Franco, por lo que mis expectativas de encontrar un trabajo de botones en un banco se diluyen. Sigo con los estudios de administrativo, pero a los 17 años me replanteo el futuro: me matriculo en el instituto nocturno de Txurdinaga en Bilbao, y descubro que eso del estudio en serio no se me da nada mal. Comienzo también ahí mis estudios de euskera. Entro en la Universidad del País Vasco a estudiar historia, mi primera gran pasión, intelectual, posteriormente abandonada. Descubro la Historia del Arte, mi debilidad. Decido terminar la carrera en Zaragoza, intentando mejorar el curriculum que me iba a ofrecer la entonces nueva e inexperta Universidad del País Vasco.Me licencio en 1986, y vuelvo a mi tierra, y al euskera, mi segunda gran pasión intelectual, abandonada hacía unos años. En un año consigo la titulación, me presento a las oposiciones y obtengo una plaza como profesor de euskera en el euskaltegi (centro de enseñanza de euskera) municipal de Leioa (Bizkaia – País Vasco). Eso va a marcar gran parte de mi vida, ya que Leioa se convertirá en mi segundo hábitat, y las diferentes instalaciones municipales en mi segunda casa.En Leioa desarrollo mi carrera profesional, profesor, coordinador didáctico y director de ese centro que enseña euskera. Me especializo mediante unos cursos de post-grado en la Universidad del País Vasco-Euskal Herriko Unibertsitatea en enseñanza de segundos idiomas, especialidad de euskera.Soy examinador de EGA (Certificado de Capacitación de Euskera), titulación dependiente del Departamento de Educación del Gobierno Vasco, durante aproximadamente diez años.Mediante una promoción interna paso a ser técnico de euskera del Ayuntamiento. Durante ese periodo como técnico de euskera soy invitado por la Secretaría de Política Lingüística de la Generalitat de Catalunya a dar la conferencia Normalización del euskera, conocimiento y uso, dentro de la XIII Trobada de Centres d’Autoaprenentatge que tuvo lugar en la Universidad de Barcelona.Después de cuatro años paso a ejercer como técnico del Área de Educación y Política Lingüística del Ayuntamiento. La Educación ha ido cobrando una gran importancia en la última década en el Ayuntamiento y en el municipio, hasta ser ambos un modelo a seguir en cuestiones de educación y participación ciudadana, razón por la que se consideró necesaria la creación de una dirección técnica del área.Paralelamente a todo ello realizo lo que va a ser, después de la historia y el euskera, mi tercera gran pasión intelectual: la literatura.Además de algunos artículos en revistas técnicas sobre enseñanza de segundos idiomas, voy poco a poco haciéndome un lugar en el mundo de la literatura en euskera, primero, y de la literatura en castellano, después.Arranco en 1990, poquito a poquito, empleando mis ratos libres. Así a lo largo de los años posteriores voy publicando mi obra y obteniendo algunos premios literarios de cierta importancia:- En 1990 la novela en euskera “Ez dira ilunak” con EREIN.- En 1993 el primer premio en la modalidad de euskera con el cuento Leiho hautsia del concurso de cuentos “Imagínate Euskadi” organizado por el entonces Banco Central Hispano.- En 1997 el primer premio en la modalidad de euskera con el cuento Heriotza abisu barik etorri zen en el “Concurso de cuentos Donostia – San Sebastian”, organizado por el ayuntamiento de la ciudad.- En 1998 el primer premio en la modalidad de euskera con el cuento Heriotza usoak en el “Concurso Gabriel Aresti”, organizado por el Ayuntamiento de Bilbao.- En 1999 finalista en la modalidad de euskera con el cuento Hiriko ametsak en el “Concurso Gabriel Aresti”, organizado por el Ayuntamiento de Bilbao.- En 1999 publicación de la colección de cuentos “Amodio Zoroak” con ELKAR- En 2000 finalista en la modalidad de castellano con el cuento El Órgano en el “Concurso Gabriel Aresti”, organizado por el Ayuntamiento de Bilbao.- En 2003 el premio de narrativa EREIN-EUSKAKIKO KUTXA con la novela en euskera “Hamar urte barru”, publicada ese mismo año por la propia Editorial EREIN- En 2005 publicación de la traducción de la novela anterior con el título “Al cabo de diez años”, traducida por mí, con editorial EREIN.- En 2008, originalmente escrita en castellano, publicación de la colección de cuentos “Relatos bajo el aguacero”, con la editorial EREIN- En 2009, en euskera la novela “Marina Suredaren amets urratuak” (Los sueños rotos de Marina Sureda), con la editorial EREIN.Ahí se produce un parón, motivado por diferentes situaciones de mi vida personal, y en última instancia por la propia crisis del libro impreso.En 2015 me animo a entrar en el mundo de los ebooks y otros escenarios virtuales, después de haberlo pensado mucho. Es por ello que estoy aquí.

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    Al cabo de diez años - Joxe Belmonte F. de Larrinoa

    I PARTE

    1

    Resulta cada vez más tenebroso el escenario en que tiene lugar la vida de Joxemari Uribe, como si entre bambalinas lo esperara la muerte. Él no entiende el porqué; estas cosas no se entienden nunca, pero aún son más difícilmente aprehensibles cuando no se ha llegado a los treinta años. Ayer noche estuvo pegando carteles contra la nuclear. Es un momento inmejorable para detener Lemóniz, ahora que todos los planes nucleares europeos están paralizados debido al grave accidente que se ha producido en Harrisburg, en estos momentos en proceso de investigación. Así lo dicen los medios de comunicación y así hemos de creerlo; si no lo hacemos ahora, no lo haremos nunca, porque conforme avance el tiempo la independencia de la prensa se perderá; no faltan muchos años para que se comience a subastar la libertad.

    Cuando se acostó no notó nada extraño. Sin embargo, ahora, al despertarse, todo está cambiado. En un primer momento ha pensado que seguía en la cama; quizá con los ojos cerrados, o tal vez abiertos pero con la ceguera de la oscuridad. ¡Ni hablar! Se ha movido como si estuviera entre las sabanas, queriendo retirarlas de encima de él y asomar la cabeza y abrir los ojos, si es que los tenía cerrados; sin embargo, el esfuerzo ha sido vano, pues no es la cama lo que lo retiene. Algo imperceptible lo tiene atrapado, ciego, lo ahoga; quizá una simple pesadilla. Puede que sea una luz cegadora –procedente de la realidad o del mismo sueño , una luz que le confunde los sentidos, que se ha quedado obstinadamente en la memoria sensorial de sus ojos: las pupilas han disminuido para impedir el paso excesivo de luz, pero cuando la luz ha desaparecido éstas no vuelven a agrandarse. ¡Eso es! Una disfunción fisiológica; no hay de qué preocuparse. Alarmarse no conduce a nada, ¿no es así, señor Uribe?

    Se ha dado cuenta de que, en efecto, es su habitación, aunque se le hace extraña, muy extraña. Los colores de antes han tornado a triste fotograma de película en blanco y negro. No, no es la habitación de Joxemari Uribe, Txema; ayer noche subió sin duda a otra vivienda después de dejar a los amigos en el portal, quizá a la de la gorda de las tetas enormes. Una sonrisa se libera en el instante siguiente, y una ligera excitación, fruto del recuerdo de los conspicuos pechos de su oronda vecina, mueve su sexo. ¡Parece que le van a reventar a la muy cabrona! No es la casa de la vecina de arriba; de lo contrario, ¿por qué están ahí todas las cosas de él? Los ojos se le van aclarando. Así y todo, sigue sin distinguir los colores; las paredes blancas se le aparecen grises, los muebles de color madera son negros en los ojos de Txema, como si una imposible luz negra lo ensombreciera todo. Sólo dos objetos blancos destacan en la tenebrosidad de la habitación, su lápiz y unas hojas de papel en blanco esperando los versos de él.

    Hay una fotografía en la estantería que cuelga sobre su cama, la encontró ayer en un armario y ahora vuelve a tomarla; es de hace mucho tiempo, de la época en que la barba era un sueño adolescente. Aparecen cuatro amigos bajo la Cruz del Gorbea. El tiempo y la distancia han borrado su gesto amistoso. Hemos atribuido el desvanecimiento del gesto al tiempo y a la distancia, bien diferenciados, sin darnos cuenta de que tiempo y distancia son la misma cosa: ¿no es acaso el tiempo distancia en cuanto que todas las cosas se mueven, y consecuencia de ello lo que está próximo, tan próximo que no puede acercarse más, no tiene otro remedio que alejarse? ¿Y no es acaso, aduciendo el mismo razonamiento, la distancia tiempo? Sigamos, antes de que a alguien se le acabe la paciencia, diciendo que la fotografía que ha cogido de la balda tiene dos caras, como las monedas. En un lado, lo que ya ha quedado dicho, las imágenes de los cuatro muchachos bajo la Cruz del Gorbea, con una ikurriña en sus manos. En el reverso un sello de tinta azul, Foto Garay, Gran Vía, 21, Bilbao, y al lado una cita en tinta negra que reza Nos vemos dentro de diez años; más abajo, igualmente en tinta negra, cuatro firmas legibles, Roberto Morte, Joxean Ortiz de Tejada, Jon Olabarria y Txema Uribe, y una quinta ilegible. Puede que diga Mario, un nombre sin apellido en cualquier caso. ¿Mario?, le preguntó Txema a Jon cuando sus relaciones eran buenas, ambos sonrientes ante aquella fotografía. Sería quien nos sacó la fotografía, pero yo no recuerdo a ningún Mario. ¿Quién apretó el disparador de la cámara de fotos? Joxemari Uribe no lo recuerda por mucho que se esfuerce, lo que, no obstante, puede ser reputado como normal, puesto que las cuadrillas de los catorce-quince años no son estables, hoy viene éste, mañana el otro.

    ¿Quién fue aquel día con nosotros al Gorbea? Otra vez está Txema como en la noche de ayer. Lo que para cualquier otra persona no tendría ninguna importancia es para Joxemari Uribe una cuestión de vida o muerte.

    La pregunta, como ayer noche, viene a martillearle en la cabeza, con la monotonía enloquecedora de un continuo repicar de campanas. ¿Quién fue aquel día con nosotros al Gorbea? ¿Quién fue aquel día con nosotros al Gorbea? ¿Quién fue aquel día con nosotros al Gorbea? Es una repetición obsesiva, asfixiante, patológica. ¿Quién les sacó aquella foto en la Cruz del Gorbea? Ésa es la sabia envenenada de la vida enredada de este joven.

    ¿Mario?, le preguntó Txema a Jon cuando sus relaciones eran buenas, ambos sonrientes ante aquella fotografía. ¿Pero quién era Mario? En aquella cuadrilla no hubo nunca un quinto, le respondió Jon cuando años más tarde volvieron a unirse a causa de Luisa. Salieron cuatro amigos, a veces tres, incluso dos, pero nunca cinco. Solamente en los días de escuela se juntaban con otros, pero aquella salida al Gorbea fue un domingo. ¿Quién fue aquel día con nosotros al Gorbea? ¿Quién apretó el disparador de la cámara de fotos? ¿Un desconocido? ¿Y entonces el garabato bajo sus firmas?

    Finalmente arroja la foto bajo la cama, bulléndole aún la cuestión en la cabeza. Allí, bajo la cama, hay otras fotos, las que estuvo mirando ayer con profunda amargura. Ésas no las encontró por casualidad, sino que las buscó y halló donde las tenía guardadas, en el fondo del cajón de los calzoncillos y camisetas. En la noche de ayer Luisa Rotaetxe volvió a salir del cajón a turbar a Txema. Siempre el mismo martirio, la misma tortura. ¿Por qué no le ha llamado desde entonces?

    Cielo sin estrellas,

    río sin caudal,

    noche sin luna,

    ¡qué pena!

    Pero, ¡qué pequeña!

    Cielo, río, noche,

    sin estrellas, sin caudal, sin luna,

    nada es tan pobre y desgraciado

    como mi corazón

    sin tu amor.

    Dos largas piernas en una de las playas de las Islas Cíes, las palmas de las manos tapando los pechos desnudos; en el rostro de la chica la sonrisa pícara de una lolita bilbaína. ¡Una sonrisa embrujada! En otro rincón de las islas el abrazo lagotero de la chica, sin testigos, ante el discreto disparador automático de la cámara. Joxemari Uribe, con la misma sensación de vértigo que sentiría al borde de un precipicio, lleva su mano hasta su cuello, donde se apoyaron los brazos de ella, en un intento de reconstruir la emoción de entonces. La siguiente es en Santiago, bajo la lluvia. Quiere ir más allá de la memoria, reconstruir a la chica con todos los sentidos, para lo cual acerca el papel fotográfico hasta su boca, hasta su nariz: con la boca capta su sabor femenino, con su nariz el perfume de detrás de sus orejas, con la punta de los dedos su piel suave; y devora finalmente toda la sensualidad de la chica. Sin embargo, el frío papel fotográfico le devuelve todos sus deseos, de uno en uno, sin haber satisfecho ninguno. No la ha saboreado, ni olido, ni tocado. Las lágrimas de Txema se pierden entre las gotas de lluvia de Santiago. Luisa, en cambio, no ha cambiado el gesto, sigue tranquila, ahí, en Santiago. Otra vez en la playa, en otra de Galicia: la hija de los Rotaetxe, familia nacionalista tradicional donde las haya, luce su desnudez plena ante la cámara, de pie, con un fingido gesto de vergüenza. Es cuerpo de cuna rica. Txema deja dos lágrimas en el pecho de papel de la chica, una por seno. A Toxa. Le cuesta dejar las fotografías de las vacaciones en Galicia. Isla de Ons. Quizá todavía la llame. Finisterre.

    Joxemari Uribe se enamoró de Luisa Rotaetxe en aquellas vacaciones. O antes. Tal vez en el mismo momento en que Jon Olabarria se la presentó. Y aquel amor es hoy dolor, intenso dolor que la distancia indefectiblemente agrava, porque se magnifica el sentimiento de entonces. Poco a poco se le van apagando todos los rincones de su ser, el cerebro, el espíritu, el corazón. Ya sólo le acompaña el dolor, un agudo dolor que rebasa los límites de lo físico y que en la primavera de este año le ataca con singular crueldad.

    El enamoramiento es una enfermedad que tiene fácil cura cuando transcurre por cauces ordinarios, pero puede también extenderse con la rapidez de un cáncer y destruir con su ensañamiento si no se aplica el antídoto de la convivencia. Fue el caso de Txema a quien Luisa abandonó mucho antes de que pudiera curar su mal. Tan pronto regresaron de Galicia la chica volvió a los brazos de Jon. A partir de aquel momento Txema Uribe maldijo el nombre de Jon Olabarria, quien había sido otrora su amigo. Le invadieron el amor y el odio al mismo tiempo, que no en vano el amor por Luisa había traído consigo el odio hacia Jon.

    El amor que Luisa rechazó le ha provocado otros males, como la incapacidad para enamorarse de ninguna otra mujer. Joder, no era mala tía, pero todas las veces que lo hice con ella tenía a Luisa en el coco. ¿Qué le podía decir, que la quería? Yo no soy así. No la quería, no la quería, ¡joder!

    Anda buscando algo que lo ponga en contacto con la realidad por debajo de la cama, encima, aquí, allá, en este rincón, en el otro. Se ha metido en un cajón del armario, y de este ha pasado a otro, para luego ir hasta los bolsillos de las ropas que están colgadas. No ha encontrado nada. ¡Nada! ¡Nada! ¡Nada! ¡Mierda puta! Va rápidamente hacia la ventana, buscando la luz, buscando algo que lo libre del azote inmisericorde al que lo someten pensamientos y sentimientos. En cambio, la calle está tan oscura como la habitación.

    Que el pensamiento venga ordinariamente acompañado por el dolor es razón suficiente para que prefiera no pensar, aunque no pocas veces es el dolor el que genera pensamiento, involuntario, como un fogonazo en el cerebro. Y es que no todo depende de la voluntad de uno. ¡Ya quisiéramos! Cuando Txema consigue, después de ímprobos esfuerzos, alejar de sí los dolores que le afectan al corazón otros le acosan el alma.

    Lo que quieres hacer es imposible, chico. El agua vuelve al mar tan pronto la arrojas al agujero. Podrías dedicar toda tu vida a llevar el agua del mar hasta ese agujero, y todo sería inútil.

    Roberto Morte, Joxean Ortiz de Tejada y Jon Olabarria también estudiaron en el colegio de curas ese pasaje que pretendía el paralelismo metafórico con la Santísima Trinidad, pero ninguno de ellos lo recuerda hoy. Sólo Txema lo hace, porque todo aquello que no comprende le recuerda ese pasaje del colegio de curas. Cuando esto sucede, es decir, cuando se esfuerza en comprender lo ininteligible, se ve asimismo pretendiendo vaciar el mar y abnegar el agujero, pretendiendo entender las verdades de Dios con la limitada capacidad epistémica del hombre, ignorando que únicamente se espera de él la fe y no el entendimiento. (Y si el entendimiento no está al alcance del hombre, mucho menos estará al alcance de la mujer, que como todo el mundo sabe ha vivido siempre más alejada de las verdades de Dios.) Con la realidad sucede lo mismo que con el credo religioso: hay que creer en ella, aunque no la entendamos. También es una cuestión de fe.

    Son muchas ahora las cosas que no entiende Txema, una de las cuales es sin duda la insoportable carga que su ser acarrea. ¿Cuál es la razón de verlo todo tan negro? Otra de las cuestiones ininteligibles para la lógica de su mente es el porqué sus colegas de izquierdas se comportan inconsecuentemente, sin coherencia, de forma tan jodidamente burguesa, como el propio Txema escupe en ocasiones; ser de izquierdas es más que dar el voto a los partidos que se dicen de izquierdas. Es el mismo caso del cristiano infame que da limosna de vez en cuando; eso no lo convierte en un cristiano bueno, es decir, la limosna no eliminará la infamia. Dicho de otra forma, joder, muchos de esos cabrones que se tienen por izquierdistas no son más que putos conservadores. Son palabras del propio Txema, por supuesto. ¡Dios nos libre! Aquí no se juzga a nadie.

    Ha pensado en arrojarse por la ventana.

    Me rodea un precioso bosque,

    he avanzado hacia todos los puntos,

    buscando una luz,

    pero el bosque es más espeso.

    Veo un claro,

    es un sueño;

    el bosque es más espeso,

    no puedo avanzar,

    no veo, todo es oscuro.

    Necesito una luz,

    necesito luz.

    ¿Quién me la ha de dar?

    La debo buscar, pero,

    ¿cómo hacerlo si no

    veo nada para avanzar?

    Lo ha pensado, y muy seriamente; sin embargo, se ha detenido tan pronto el pensamiento ha alcanzado la madurez de la reflexión. No, aún no le llama la muerte. Abandona entonces el camino hacia la ventana para dirigirse al armario, abrir la puerta central de éste y soportar dolorosamente la lastimosa imagen que el espejo, cruel, osa devolverle; una dejadez insidiosa orla su rostro; hasta la peste insoportable de sus sobacos se refleja en el espejo. Tiene bolsas bajo sus ojos hinchados. Es una razón lógica: tiene los ojos hinchados, y por eso no ve bien. Surge otra vez la razón fisiológica. San Agustín, el mar, el agujero, la chirla. ¡La hostia! Si el mal que lo aturde es físico, tiene fácil arreglo

    Ese aspecto enfermizo suyo le aleja aún más del mundo. Se ha dado cuenta de ello. Le dijo el psicólogo que no bebiera, que eso no soluciona nada; su madre le vacía los bolsillos para que no beba, que es malo para la salud. ¡Qué coño le importa la salud! Además, si no bebe no aguanta a sus colegas, y todo su entorno le parece banal; izquierdistas falsarios, hipócritas de mierda. ¿Qué coño sabe la madre acerca de su hijo para que le vacíe los bolsillos? ¿Y qué sabe ese psicólogo que tantas idioteces dice sobre él? No, no volverá a la consulta del psicólogo. Vive muy feliz ahí, detrás de la mesa, en el lado donde se supone están los que tienen bien la sesera. Es vasco, pero no entiende la realidad del País Vasco, no la siente, no la sufre; si lo hiciera estaría al otro lado de la mesa. Demasiados años en Madrid. Es fácil estar bien de la sesera cuando no se reflexiona sobre nada. Pero Txema Uribe no se calla; ¡cómo para callarse! Se lo dijo bien claro en verso la última vez, habiéndose ya levantado del diván, antes de abandonar la consulta:

    Cuenta que te cuenta

    de nuevo frente a la muerte.

    El dinero de ama no es afrenta,

    se ríe de ella y de mí desde su suerte.

    Él es libre, su dios, el dinero;

    yo preso en el infierno de mis penas.

    Escucha infeliz, tú no eres herrero,

    nunca jamás romperás mis cadenas.

    In interiore homine hábitat veritas,

    lleno de colores, es un Matisse.

    Habla que te habla, nuestras mentes hartitas;

    claro, las palabras son gratis.

    No conocí a María; ella no está, yo aquí estoy

    no empiece otra vez ese martirio.

    Por hoy he tenido bastante, yo ya me voy,

    No quiero más este suplicio.

    ¿Qué son el hombre y la verdad?

    Esclavitud de placeres fáciles,

    si no se busca la libertad;

    manumisión de enjaulados mandriles.

    ¿Dónde está, pues, esa rosa?

    No sigas por ahí, maldito,

    María no era una cosa.

    Me voy de tu chiringuito.

    ¿Suicidarse? No lo creo, pero nunca se sabe. Mujer, usted ándese con cuidado, por si acaso. La madre está destrozada, es de esperar. ¿Cómo podría ser de otro modo? La madre de cada cual eso es, una madre, y las madres se parten en dos para dar vida a los hijos. Nadie que no haya sufrido esto en sus propias carnes puede llegar a imaginar siquiera el profundo dolor que siente una madre cuando lo que fue parte de sus entrañas decide voluntariamente decirle no a la vida. Debe ser algo similar a un morirse a medias, una suerte de muerte parcial.

    Cierra la puerta del armario con violencia. Se precipita hacia el cuarto de baño, como alma que lleva el Diablo, a ducharse, a afeitarse y a ponerse ropas limpias. Se frota el cuerpo con fuerza, con saña, rabiosamente, como un lobo hambriento atacaría a su presa, como si la tristeza fuera una afección cutánea que pudiera curarse a base de enérgicos frotamientos. ¡Cuán grande es la ignorancia del hombre en lo que hace a su propia arquitectura interior! In interiore homine hábitat veritas, sí, pero cómo encontrar esa realidad en nuestro interior teniendo como tenemos nuestros ojos mirando siempre hacia afuera. ¿Cómo conocer la verdad, por otra parte, cuando las mentiras se disfrazan tan eficazmente?

    Para cuando extiende la espuma de afeitar por su rostro está más tranquilo, ha alejado su inquietud. Viste los vaqueros y las playeras deportivas mientras la espuma le ablanda la barba. Tensa su mejilla y pasa la maquinilla, despacio, sintiéndola en la piel. Poco a poco hace aparecer una nueva imagen bajo el jabón. Una vez ha desaparecido la espuma blanca de su cara se seca y se perfuma ceremoniosamente con una loción para el afeitado. La imagen de ahora le sonríe desde detrás del espejo, y esconde sus penas. No es el de hace una hora.

    Se pone la camisa y se echa un jersey sobre los hombros dispuesto a hacer frente al mundo. Tiene que salir de ese agujero negro, alejarse de esa oscuridad que le ha causado hace un momento esa fragilidad emocional. Hace un tiempo primaveral estupendo, un día más cálido y luminoso que muchos de verano, aunque Txema siente en su piel la caricia de un aire fresco. El ir y venir de la gente alegran, además, su semblante. Ha tenido una intención primera de ir a donde los amigos, pero enseguida ha corregido el rumbo, tan pronto le han acechado de nuevo las dudas sobre sus colegas políticos. Se va del barrio, hacia el parque, quiere terminar de despejar la cabeza. Por un momento parece olvidársele todo, la oscuridad de la habitación, su malestar interior, el maldito psicólogo, su madre... Mientras atraviesa el Casco Viejo se le dibuja una sonrisa apenas perceptible. El semáforo, esperar a un lado de la calle, mirando los rostros que esperan en el otro lado, bajarse de la acera y lanzarse los de un lado hacia los del otro, como en las guerras de antes, cuando se luchaba a espada. Cuando están a punto de chocar se esquivan y suben a la acera del lado contrario. Cruzar un semáforo es una acción llena de simbologías. Así suele describirlo Joxemari Uribe cuando conversa con sus amigos, que le suelen responder, tú siempre tan profundo. Tiene fama de filósofo, de poeta, de pensador.

    Llega después de un pausado paseo sin rumbo hasta el Parque de Doña Casilda, también conocido por el Parque de los Patos, como si los patos fueran algo extraordinario. El único parque de la ciudad. Una ciudad industrial no necesita mucho más que un parque con unos cuantos patos. Hay aquí un rancio tufo a subdesarrollo, a conformismo propio de la dictadura, paisaje de factura oligárquica.

    Sucede en este parque una escena que es bastante habitual en las ciudades. Una vez se tiene un amigo que desaparece sin dejar rastro, durante años, como si se hubiera ido a la otra punta del mundo, cuando lo más probable es que en no pocas ocasiones hayan pasado a pocos metros el uno del otro. ¡Es la maldición de las ciudades! ¡O la bendición! El caso es que un viejo amigo le ha salido al camino, como quien dice. Al principio han intercambiado gritos de entusiasmo, risas sonoras y gestos ostensibles, pero después del intercambio de las cuatro cosas habituales en quienes llevan años sin verse, han quedado callados, sonriéndose uno a otro, como dos tontos, sin saber qué decirse. Sonrisa tonta donde las haya. Bueno, ando con prisa. Parece sincero. Ya estaremos. Amplia sonrisa. Adiós. Mucho jabón, mucho jabón; siempre fue un lameculos el muy cabrón.

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