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Un sobreviviente del Everest
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Un sobreviviente del Everest

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About this ebook

Alcanzar la cumbre del Everest es un logro inmenso, bajar de ahí con vida lo es aún más.
De cada seis montañistas que intentan esta cumbre, techo del mundo, uno pierde la vida; las más de las veces durante el descenso.
Hugo Rodríguez Barroso plantó orgullosamente la bandera mexicana en la cúspide del coloso el 23 de mayo de 1997 a las 2:12 p. m.; un tanto tarde, en opinión de los puristas.
Al iniciar el descenso una serie de eventos lo dejó atrapado a más de 8,600 metros de altitud. Las radios esparcieron de inmediato la noticia por todos los campamentos en la montaña; Hugo fallecería, nadie había sobrevivido jamás una noche a esa altura, a la intemperie, sin tienda y sin bolsa de dormir, en medio de una tormenta de nieve que llevaría la temperatura a 45° C bajo cero, debilitado por su extendida permanencia a gran altitud y respirando aquel aire enrarecido sin contar con oxígeno suplementario. La consternación general era grande, pues un año antes habían perecido 15 alpinistas en condiciones muy similares, en la que se considera la mayor tragedia en la historia del Everest.
Entonces sucedió lo impensable, lo que nunca antes se había visto ni a la fecha se ha repetido; en un viaje a su interior que por momentos bordeó la locura y el delirio, Hugo no sólo sobrevivió aquella noche, sino que cerca del amanecer inició por su propio pie un descenso que para cualquier otro habría resultado imposible tras haber estado más de 34 horas en altitud extrema.
¿Fue por su fuerza de voluntad, su determinación, su impecable preparación o por un ejercicio de certidumbre? Quizá todo lo anterior no habría bastado si en ese momento no hubiera logrado convertirse en uno con la montaña, y así ser el primer atleta del mundo en superar dos grandes pruebas; en natación, el cruce individual del Canal de la Mancha; en montañismo, la cumbre más alta del mundo.
En el curso de su narración este valiente mexicano nos conduce a lo largo de una experiencia que seguramente invitará a la reflexión y, ¿por qué no?, también hará al lector uno con el Everest.

LanguageEspañol
Release dateSep 16, 2015
ISBN9781311006813
Un sobreviviente del Everest

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    Un sobreviviente del Everest - Hugo Rodríguez Barroso

    Un sobreviviente del Everest

    por

    Hugo Rodríguez Barroso

    Edición de 12 Editorial AC para distribución en Smashwords

    Copyright: 1997, 2002, Hugo Rodríguez Barroso

    Fotografía de portada: Björn Olafsson.

    Diseño de cubierta: Alan Guillermo Sánchez Castillo.

    Este ejemplar digital es para uso exclusivo del comprador original, si desea compartirlo, por favor adquiera una nueva copia para cada usuario. Si usted está leyendo esta copia y no la compró, por favor entre en smashwords.com y adquiera su copia personal. Gracias por respetar el derecho de autor.

    - o -

    A Dios y las montañas.

    A mi queridísima Aída, a mi padre, a Martha.

    A mi madre, hermanos, sobrinos y a mi familia.

    A mis jefes, maestros y amistades.

    A quienes me han hecho ser mejor.

    A los sherpas.

    - o -

    Contenido

    Prefacio

    El inicio

    El Campo Base

    La Puja

    Terminó la aclimatación

    Avanzar al II

    El intento

    Namasté

    Prefacio

    Eran cerca de las 4:30 a. m. y me dolían las articulaciones. Había despertado un par de horas antes y caminado trabajosamente hasta la banca en la que me encontraba. ¿Qué había sucedido? No lo sabía, pero aceptaba que había fracasado a pesar de haber entrenado un año completo y del esfuerzo hecho para viajar hasta aquel lugar e intentar lo que durante tanto tiempo había anhelado.

    Estaba oscuro y aún faltaba una hora para que amaneciera. Hacía frío y el viento corría a gran velocidad. Escuchaba un sonido ligero, como el que provoca el silencio; a lo lejos, el tronar de las olas que volvían al mar.

    El esplendor de la naturaleza me ayudaba a evadirme por momentos con suficiente facilidad, aunque sólo para regresar y volver a tomar conciencia de mi situación.

    Resultaba tortuoso regresar a la realidad y darme cuenta de que todo había terminado, por eso prefería perderme en ese panorama de grises variados en el que se entremezclaban las luces de los muelles de Dover.

    Apenas unas horas antes había estado nadando en el Canal de la Mancha, intentando en condiciones adversas un cruce individual en una travesía de 11 horas y media, en agua irremediablemente más fría que de costumbre, a unos 13 grados Celsius con caídas hasta los 11. El fuerte oleaje arreció en las últimas tres horas, con marejadas de hasta tres metros y medio de altura que en gran parte del recorrido se sumaron a la neblina.

    Tras haber nadado 51 y medio kilómetros sólo me habían faltado tres para llegar a la otra orilla. Tuve que abandonar por hipotermia. En realidad Margarita Nolasco, quien me acompañaba en el bote, debió sacarme del agua pues yo estaba extraviado en mi interior, ya no sólo ensimismado, simplemente había perdido la razón, como si me hubiese quedado dormido mientras nadaba, sin dolor, tranquilamente.

    Y entonces, sentado en esa banca que empezaba a iluminarse de amarillo en la mañana del 1º. de septiembre de 1985, debo aceptar que buscaba afanosamente una respuesta; necesitaba justificaciones y culpables.

    Pero de hecho yo era el responsable de lo sucedido. Con el tiempo comprendería que debía convertir aquel fracaso en un triunfo. Permanecer inerte ante tal hecho me marcaría como un perdedor para siempre. Así pues, era mi obligación moral capitalizar la experiencia y trabajar arduamente para lograr lo que me proponía. Un año más tarde crucé a nado el Canal de la Mancha.

    En esto pensaba, ¡qué curioso! Escuchaba otra vez el sonido del viento moviéndose raudo y a ratos percibía el mismo silencio en ese intenso frío. Pronto oscurecería, pero esta vez no había olas ni mar; era nieve, hielo y una grandiosa montaña.

    ¿Serían los últimos tres kilómetros? Estaba en el Collado Sur, a casi 8,000 metros de altura sobre el nivel del mar, en el Campo IV del Everest. Era el 22 de mayo de 1997 y en un par de horas saldría mi expedición hacia la cumbre. ¡Qué maravilla!, para eso estaba ahí; pero me sentía extraño.

    Unos minutos más tarde experimenté un raro agotamiento. ¿Sería la altitud? No. Me percaté de que era la garganta, otra vez la misma infección que había padecido un mes atrás. Casi enseguida aumentó mi temperatura corporal y me sobrevino un fuerte debilitamiento que me llevó a pensar que no podría intentar la cumbre.

    No daba crédito a lo que sucedía justo antes del ascenso más importante de mi vida, un día que significaba tanto por lo ya realizado. En cinco horas podríamos partir rumbo a la cumbre y yo estaba enfermo. No sabía si debía salir con el grupo de cumbre, si sería prudente. ¿Qué hacer? Sería una de las decisiones más importantes que debería tomar.

    Tomé una pastilla para el dolor de cabeza, pues no traía nada más, y dormí algunos minutos. Al despertar seguía cansado. Eran las 7:00 p. m. y Jon dudaba que saliéramos ya que el viento había incrementado su fuerza con el paso de las horas. Volví a dormir.

    A las 9:00 p. m. se confirmó que el grupo intentaría la cumbre. Yo no sabía cómo me sentiría. Estancado en mi debilitamiento, caí dormido otra vez. 30 minutos después abrí los ojos. Se acercaba la hora de salida y debía decidir.

    Pensé en el esfuerzo invertido entrenando durante casi dos años y después para llegar al Himalaya. Repasé mi trabajo de aclimatación en la montaña y recordé a mi familia, a mis amistades, a mis patrocinadores. Sabía que, de no intentar la cumbre en esta ocasión, no habría otra oportunidad en la temporada ni en el año. Quizá nunca más.

    El inicio

    El sábado 15 de marzo por fin estaba en el aeropuerto de la Ciudad de México a punto de abordar el avión que saldría a las 8:50 p. m. rumbo a Frankfurt. Me acompañaban mi madre, Aída y algunas amistades. Tenía que ir a la sala 21. Me despedí. Fue entonces cuando me sobrevino la emoción por el lugar al que me dirigía. El adiós fue rápido, aunque nada fácil.

    Ya en el avión surgieron remembranzas de los días previos a la salida, sobre las prisas y los desaguisados. Estaba en calma, la tensión casi había desaparecido porque había alcanzado a concretar los preparativos.

    En alguno de los asientos viajaba Andrés Delgado. En el aeropuerto de Frankfurt nos uniríamos con Viviana Bravo, Carlos Guevara y Luis Javier Corona. A ellos dos los conocía de dos meses antes, apenas por una plática ligera y breve sostenida en La Joya, la base del Iztaccíhuatl.

    Andrés se dedicaba al montañismo y la escalada en roca de manera profesional. Era guía tanto en los volcanes mexicanos como en el Aconcagua y otras montañas. A sus 27 años había ascendido por la Ruta Norte el Cho Oyu, de 8,201 metros, e intentado la cumbre por el Espolón Noreste del Broad Peak, de 8,047 metros. El año anterior había participado en una expedición comercial alemana que escalaría el Everest por el Collado Norte, sin embargo su ascenso se frustró luego de sufrir congelamiento en los pies cuando quedó atrapado en el último campamento a 7,800 metros. Entonces bajó con la ayuda de sus compañeros y los sherpas.

    Viviana estudiaba letras inglesas en Lausana, Suiza, y nos habíamos presentado el año anterior. Era novia de Andrés, simpática y con buen manejo del francés. Le gustaba bailar y conocía de escalada en roca y montañismo. Tenía 25 años de edad, pelo castaño corto, ojos cafés, rostro amable y una sobrada fortaleza.

    Esperamos cinco horas en Frankfurt para luego partir rumbo a Katmandú, la capital del Reino de Nepal, nuestro destino final. Llegamos el 17 a las 9:30 a. m. a esa ciudad, que también es conocida como Katnipur y se encuentra cerca de los ríos Vishnumati y Baghmati, a 1,317 metros de altitud.

    Nepal se ubica en el corazón del Himalaya, entre la India —al sur— y China —al norte—. Mide 800 kilómetros de este a oeste, 250 de sur a norte, y tiene una superficie total de 140,797 kilómetros cuadrados con una población de 21 millones de habitantes. Su tasa de crecimiento es del 2.3% anual, la de natalidad del 39% y la de mortandad del 13%. La densidad de población es de 152 habitantes por kilómetro cuadrado. El 12% de la población vive en las ciudades y el resto en poblaciones rurales.

    La capital es Katmandú, nombre que viene de kath, madera, y mandir, templo. Otras ciudades importantes son Biratnagar, Patán, Pokhara y Birganj. Existen unos 60 grupos étnicos: baragaunle, brahmans, chhetris, darai, dhanwar, dolpo, gurungs, limbus, loba, magars, majhi, manangis, musalman, newars, rais, sherpas, sunwars, tamangs, terai tharus, thakalis, los tibetanos y otros. El idioma oficial es el nepalés, pero hay casi 50 lenguajes y dialectos. El alfabetismo es del 37.7%.

    Su forma de gobierno monárquica

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