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Conflicto armado interno, derechos humanos e impunidad
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Conflicto armado interno, derechos humanos e impunidad

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El presente libro constituye un hito en la historia del trabajo mancomunado de los investigadores de las Facultades de Derecho de las Universidades de Zaragoza (España) y EAFIT (Colombia) y un paso importante en el esfuerzo común por ahondar en el análisis del conflicto armado que se vive en Colombia, las violaciones de los derechos humanos y el diseño de mecanismos de protección internacional, todo ello con el compromiso de profundizar en la línea de investigación y de aportar un conocimiento que llegue a los distintos a los distintos espacios académicos, instituciones y organizaciones relacionadas con la defensa de los derechos humanos y con la búsqueda de una negociación.
LanguageEspañol
Release dateJul 18, 2011
ISBN9789586653213
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    Conflicto armado interno, derechos humanos e impunidad - Siglo del Hombre Editores

    LA VERDAD NO SIEMPRE ES TRANSPARENTE, O POR QUÉ LA FILOSOFÍA DEL DERECHO DEBE ANALIZAR LA CIUDAD

    María José González Ordovás¹

    Solo a través de la forma se actúa sobre la totalidad del hombre

    a través del contenido, en cambio, solo se actúa sobre las

    fuerzas aisladas.

    Schiller, Cartas sobre la educación estética del hombre (L.XXII)

    A MODO DE INTRODUCCIÓN

    La Filosofía del Derecho y no solo el Derecho Administrativo, léase urbanístico, Civil y Fiscal, debe preocuparse y ocuparse de la ciudad y del conjunto del urbanismo porque la ciudad es metáfora y metonimia de la sociedad, su espejo y reflejo. Si analizamos la ciudad nos analizamos a nosotros como grupo en toda nuestra complejidad: nuestra normativa pero también sus fundamentos, sus motivaciones e incluso sus incumplimientos. Sustantivo inagotable, ciudad explica y da cuenta de nuestra identidad porque ofrece pistas de nuestro pasado, descubre nuestro presente y condiciona nuestro futuro.

    Analizar una sociedad supone observarla desde el punto de vista del Derecho, la economía, la cultura, el arte, la civilización: y es que todo el Derecho es poco, todo el Derecho positivo tal vez es suficiente para comprender los cómos, pero no lo es para comprender los porqués. El Derecho positivo es, en buena medida, la fosilización de nuestra moral. La ciudad, que registra espacialmente importantes parcelas de nuestro Derecho, es, por naturaleza, dinamismo incesante que no se detiene y, más que lugar y espacio, es hoy flujo de personas, comunicación e información.

    Creo que podemos afirmar como una relación cierta que unas determinadas formas y morfologías propician o dificultan unas concretas formas de socialización. Es propio de la Filosofía jurídica y del pensamiento en general hacerse cargo de la forma urbana por la que se opte como vía para conocer más y mejor las relaciones y el fondo social que alberga. Nuestra forma actual de ciudad tiende a ser única, como tienden los números al infinito; única como único tiende a ser el pensamiento en un mundo que no deja de globalizarse. Los centros históricos se visitan como quien acude a un museo para encontrarse allí con el pasado, con los vestigios de otro tiempo, de otra sociedad. Desde que en el XIX los ensanches se hicieron hueco en las ciudades europeas, las partes nuevas de la ciudad frente al centro histórico (hoy en algunos casos casi histérico a fuerza de la ocupación por parte de los turistas) son casi iguales, y además periferias únicas para un modelo que se repite por toda Europa. Ciudades cada día más modernas a fuerza de ser más postmodernas. Esta situación puede disgustarnos pero no sorprendernos, porque la sociedad es a la ciudad lo que la potencia al acto y si, como señalan algunos autores, asistimos al eclipse de la idea de sociedad, cómo no ser también arte y parte del eclipse de la idea de ciudad, de una idea de ciudad, al menos. Bastante han contribuido a ello los planteamientos neoliberales políticos y económicos, redundancia clara en este caso, pero por mucho que se insista resulta tan absurda la idea de hombres sin una sociedad como la de una sociedad sin hombres. La sociedad no desaparece, no debemos renunciar a ella, lo que se va es un cierto concepto de sociedad, somos espectadores y protagonistas a un tiempo del ocaso de una sociedad que en su día fue concebida como totalidad coherente y organizada. El mundo dejó de ser sólido cuando perdió su sentido la idea de progreso, y entonces, como nos enseñó Bauman, la Modernidad se hizo líquida, pero hay quien va más allá y la percibe ya como gaseosa, o lo que es igual, volátil, intangible y casi invisible. Por supuesto, la forma urbana registró y registrará esos cambios de estado.²

    CONSUMIDORES DE ESPACIO

    Que el espacio posee sus propios valores lo dejó dicho Lévy-Strauss hace ya mucho tiempo.³ Conocer cuáles son los de hoy es una cuestión de la que desde diversas ópticas se han ocupado distintos autores: filósofos, sociólogos, juristas… El nuestro es un totalitarismo suave,⁴ dice Maffesoli, que haciendo honor a su origen lo dice de forma más dulce que la empleada por Boaventura de Sousa Santos, quien habla del "apartheid social para referirse a la primera de las cuatro clases principales del fascismo social en el que, a su juicio, hoy vivimos. Para Boaventura la segregación social de los excluidos a través de la división de ciudades en zonas salvajes y zonas civilizadas"⁵ es un hecho incontestable. Desde luego los diversos estudios de Saskia Sassen, reputada especialista en la materia, avalarían esa teoría. A juicio de Boaventura,

    […] las zonas salvajes son las zonas del estado de naturaleza de Hobbes. Las zonas civilizadas son las zonas del contrato social y viven bajo la amenaza constante de las zonas salvajes. Para defenderse a sí mismas, las zonas civilizadas se convierten en castillos neofeudales, enclaves fortificados que son característicos de las nuevas formas de segregación urbana: urbanizaciones privadas cerradas, comunidades valladas. La división entre zonas salvajes y civilizadas en las ciudades del mundo […] está volviéndose un criterio general de sociabilidad, un nuevo espacio-tiempo hegemónico que atraviesa todas las relaciones sociales, económicas, políticas y culturales, y que es, por tanto común, a la acción estatal y no estatal.

    Sassen es de idéntica opinión: la globalización económica ha contribuido a la formación de una nueva geografía de la centralidad y de la marginalidad.

    ¿Exageran?, ¿es una afirmación solo válida para los países del sur o es extensible al territorio de un mundo globalizado? Y si es así, ¿por qué?

    ¿Qué tienen en común las capitales de la vieja Europa con las ciudades norteamericanas? ¿Y con las latinoamericanas y asiáticas? Desde luego las diferencias fueron notorias durante mucho tiempo. La ciudad compacta, densa y diversificada ha sido rasgo de identidad de ciudades mediterráneas y del norte hasta hace no mucho. El perfil de la ciudad ha cambiado porque las funciones y servicios propios del espacio urbano y tradicionalmente inherentes a él han emigrado a otras formas.⁸ Como prácticamente todo, la ciudad ha estado condicionada por la vida mercantil y económica a la manera y en la medida que Max Weber nos mostró.⁹ Resultaría más insensato que ingenuo prescindir en este asunto de esa realidad a la que asistimos y nos envuelve denominada globalización si entendemos la globalización como la incorporación de todos los países del mundo a una economía única.¹⁰ Todos ellos participan del nuevo sistema y, aunque sea a distinto ritmo y distinta escala, es suficiente para que sus ciudades no escapen a ese influjo que conduce a la homogeneidad polarizada. Quizás resulte oportuno recordar la consideración según la cual mientras que en la Modernidad confluían como mínimo tres perspectivas, la filosófica, la estética y la socio-económica con la idea de progreso como telón de fondo, en el modelo actual, el de la globalización, nada se aparta del ámbito económico, en medio de un proceso de despolitización de las naciones […] mediante el consenso de los espíritus domesticados por las estrategias de mercado.¹¹

    La economía global va penetrando en las ciudades como lo hace la luz a través del cristal: incontenible. Pero lo hace con muy diversos resultados: La mayoría de las metrópolis occidentales han tenido mucho éxito, ya que hace tiempo que están en el centro de la actividad económica global. Algunas ciudades del Sur van adaptándose a las nuevas exigencias a costa de dejar fuera de la economía formal casi todo lo que rodea al área céntrica y en consecuencia a la mayor parte de su población.¹² Se crea una nueva realidad polar en el sentido de asimétrica: el crecimiento de Dubai sirve de ejemplo.

    Es el mayor solar en construcción de la Tierra, emplea una quinta parte de las grúas en uso del mundo y da trabajo a un ejército de obreros indios y pakistaníes que se alojan en barracones provisionales. Se están invirtiendo más de 100.000 millones de dólares para edificar una metrópolis de centros comerciales gigantes y hoteles, el edificio más alto del mundo (recientemente inaugurado) y diversas islas artificiales […] Dubai va a ser el modelo de lo que podría ser Arabia en el siglo XXI, una respuesta a las percepciones de Occidente sobre el atraso de gran parte de Oriente Medio.¹³

    Polarización entre ciudades y en la ciudad misma: El Cairo y Houston. En la primera, la necesidad de sus habitantes ha obligado al aprovechamiento de antiguos cementerios árabes y judíos que hoy dan cobijo a más de un millón de personas, la Ciudad de los muertos, que coexiste con la Segunda ciudad, conocida así por albergar a millón y medio de personas en las azoteas de El Cairo, más frescas que el interior de las viviendas, pero con importantes problemas de contaminación provocados por el tráfico, las cementeras y el polvo del desierto.¹⁴ Pero también en El Cairo hay mundos aparte, allí

    Beverly Hills no tiene el código postal 90210 (como en USA); junto a Utopia y Dreamland es una ciudad residencial a las afueras […] cuyos habitantes se mantienen al margen de la cruda pobreza, de la violencia y del activismo islámico que parece extenderse por la ciudad.¹⁵

    Opuesto, al otro lado del mundo el ejemplo de Houston, ciudad sobre la que se proyectan los tres fenómenos clave del espacio de los flujos:

    Su vehículo: la desregulación o desmontaje de toda la normativa jurídica local que pueda frenar la expansión del espacio económico global […] Su estrategia: la descentralización, diseminación geográfica por el planeta de las distintas actividades económicas. Su consecuencia: la desmaterialización, es decir, desaparición de la idea de lugar tal como la habíamos entendido hasta ahora.¹⁶

    Houston, que a costa de ser una de las primeras ciudades que tiene el dudoso honor de ser ciudad global no es una ciudad real, sino más bien una confederación libre de empresas e industrias que juntas forman una red etérea de infraestructura compartida y alianzas económicas.¹⁷

    ¿Qué papel juega el Derecho o su ausencia en todo ese entramado? Desde luego, la desregulación urbanística no sale gratis, impide que Houston pueda beneficiarse de los fondos federales para renovación urbana, que el patrimonio arquitectónico pueda protegerse y que la contaminación o la escasez de espacios públicos sean tratados como materias prioritarias. Paradójicamente, con la Administración reducida a su mínima expresión, no es el Departamento de Desarrollo Urbano el que dirige el desarrollo de la ciudad sino que existe lo que se ha dado en llamar planeamiento en la sombra. Un importante grupo financiero se interesa por una zona de la ciudad y a partir de ahí, tratando de evitar usos no deseados en la misma, desajustes sociales o estéticos,

    […] crean una entidad privada encargada de regularla urbanísticamente. Esa entidad, normalmente una Redevelopment Corporation determina las necesidades del suelo, los niveles de ocupación, los usos permitidos, las alturas… es decir, todo lo que a la administración pública no le está permitido determinar. Finalmente, exigen a esta una reducción de impuestos por la labor realizada.¹⁸

    A ese planeamiento en la sombra debe Houston la mayor parte de su urbanización actual: el downtown, la zona de Post Oak y sus cuatro Edge Cities. Entre las principales consecuencias de este modo de urbanizar, la coherencia formal de las construcciones, el cuidado máximo de unas zonas, el olvido absoluto de otras, la despreocupación por todo lo que no suponga rentabilidad a la entidad financiera –espacios públicos, transportes públicos…–, segregación, fragmentación y privatización, un precio que Houston parece estar dispuesta a pagar en aras de su adoración al dios mercado.¹⁹ La heterogeneidad y diversidad se sacrifican en pos de una homogeneidad a la que se atribuye el mérito de garantizar la seguridad y el orden social deseados.

    Su parecido con la revolución industrial del XIX convierte los cambios en una especie de déjà vu que ofrece la tranquilidad de haberlo superado con éxito, aunque sea un éxito también muy asimétrico. Rápida y tozudamente la realidad nos conduce a nuevos e idénticos paisajes que ausentes de límites dan paso a un urbanismo difuso entre el campo y la ciudad. Y es que

    […] al margen de la ciudad de que se trate y del lugar del planeta donde surjan, tienen características comunes: una estructura completamente diferente del medio urbano que a primera vista resulta difusa y desorganizada, con islas individualizadas sobre modelos geométricamente estructurados; un entramado sin un centro claro y por ello con muchas áreas, redes y nodos especializados, más o menos contrastados funcionalmente.²⁰

    Un verdadero archipiélago urbano sin ciudad.²¹

    Hasta aquí observamos que todo apunta a que en el planeta, hecha abstracción de culturas, climas, o geografías, se extiende un modelo de asentamiento urbano cuyo auge va ligado a la penetración de un modelo económico. Analicemos ahora cuáles son los motivos que han propiciado el triunfo de esa concreta fórmula y si ella nos convierte en peores ciudadanos o en ciudadanos sin alternativa.

    Ese proceso al que algunos han calificado como

    […] la desaparición de la ciudad, la ciudad moderna como tejido urbano inseparable de la escena civil de los derechos de ciudadanía y del espacio público de intercambio de argumentos y mercancías […] de la formación de los Estados-nación y de la libertad de prensa […] Tiene dos caras la ciudad superada por las grandes unidades supranacionales y, tendencialmente, planetarias o mundiales; pero también la ciudad disgregada en comunidades aisladas (a veces constituidas por un solo individuo), diseminadas, dispersas y sin ningún territorio común.²²

    No es pura morfología, si es que alguna vez lo es. Se inaugura una nueva sociedad y un individuo desprovisto de los lazos que el espacio público ofrece. Tanto los territorios globales virtualmente planetarios como las aldeas locales disgregadas y dispersas son cada vez más objeto de una creciente privatización.

    La ciudad, más flujo que territorio, ha pasado a ser

    […] el soporte de las nuevas exigencias: las del capital global, para el que tiene un valor instrumental, y las de las poblaciones desfavorecidas, a menudo tan internacionales como el capital. A partir de esta desnacionalización del espacio urbano y de sus nuevas demandas podemos preguntarnos: ¿a quién pertenece la ciudad?²³

    En un verso de la Antígona de Sófocles se dice: Una ciudad que pertenezca a un solo hombre no es una ciudad. Hoy, con la actualización precisa, la ciudad no pertenece a un solo hombre sino a una sola certeza: el consumo. ¿Quién si no articula nuestros paisajes, nuestros tiempos y vidas?²⁴ De hecho, es difícil encontrar espacio reservado para la seriedad en una sociedad moderna, cuyo modelo principal de espacio público es la megatienda que también puede ser un aeropuerto o un museo.²⁵

    FIARSE DE LAS APARIENCIAS

    Nuestra época, sin duda alguna, prefiere la imagen a la cosa,

    la copia al original, la representación a la realidad,

    la apariencia al ser…

    Para ella, lo único sagrado es la ilusión, mientras que

    lo profano es la verdad.

    Es más, lo sagrado se engrandece a sus ojos a medida que

    disminuye la verdad y aumenta

    la ilusión, tanto que el colmo de la ilusión

    es para ella el colmo de lo sagrado.

    Feuerbach, Prólogo a la segunda edición de

    La esencia del cristianismo

    La forma es formadora, dice Maffesoli, y sintetiza así su apuesta por lo que él llama el formismo o modo de caracterizar la cultura en un momento dado, gracias a que se valoriza la apariencia mediante la descripción de las formas que están en juego (estáticas) y la estimación de sus articulaciones (dinámicas). Estética en suma que podría ilusoriamente pensarse alejada del ámbito social si no fuera porque la función esencial de la estética es la ética, pues el hecho de experimentar en común suscita un valor.²⁶ Toda categoría estética es también una categoría moral, un modo de vivir, un modo de ser.²⁷ De ahí que la forma urbana, una de cuyas virtualidades es unir y separar, funda sociedad cuando es compartida.²⁸ La estética se encamina a sustituir a la ética, dice Améndola, pero no se trata de realidades distintas o distantes. Se decide que lo estético sea el valor, y esa decisión de encumbrar un valor es, en sí, una decisión ética. No es cierto que carezcamos de valores, pese a lo que algunos nostálgicos digan; cómo podría ser si cada acción y omisión es la plasmación de alguno o algunos de ellos. La discusión no puede estar ahí, sino en cuáles son y quién los dicta. Estética y razón son instrumentalizados por el poder político y económico para procurar argumentos que validen y legitimen los valores y los códigos.²⁹

    Esta no es, desde luego, una idea nueva, viene de muy atrás, cuando muchas y muy variadas tesis apuntalaban esa opinión. Los presocráticos, por ejemplo, hicieron ya un llamamiento a permanecer en la apariencia, nivel en el que el devenir es perpetuo. Mucho después Guyau incide de nuevo en la influencia del medio físico y del hábitat como elemento importante para la sociología estética. Influencia clara sobre Nietzsche quien, en su estilo, lo formula con mayor contundencia: la existencia y el mundo se justifican eternamente solo como producto estético.³⁰ Individual y colectivamente somos cuerpo, somos forma y la forma emoción y sentido. Manifestaciones de las que no puede prescindirse ni en filosofía ni en sociología, pues el hecho de experimentar emociones juntos constituye una parte nada desdeñable de la vida social.³¹

    En eso consistiría el formismo como propuesta intelectual:

    […] captar en estado naciente una nueva manera de estar-juntos fundada no tanto en la causalidad lineal o en una mecánica exterior (política o económica) sino en una atracción orgánica a partir de imágenes que se comparten.³²

    La premisa es firme, las imágenes no son inocentes; son activas.³³ De alguna manera el formismo, no delectación sino investigación de la forma, vendría a ser un nuevo planteamiento del eterno problema de lo universal y lo singular,³⁴ pues la correspondencia clara entre lo social y la estructura en que se organiza pasa directamente por la forma urbana y sus articulaciones. Nos detenemos en el estudio de la ciudad por ser la mejor representación del Estado y a un tiempo de la sociedad que le da base, y por ser una forma que condensa el tiempo.

    La clásica antinomia de Fromm entre ser y tener parece verse superada por el prevalecer del aparentar sobre ambos polos.³⁵ En ese contexto ha de entenderse la insistencia en la apariencia, ya que bajo todas sus formas es el fundamento de múltiples situaciones y actos sociales.³⁶ Con todo, hay un paso más no achacable a la apariencia misma sino a su exacerbación permanente, rasgo característico de esta época. El deleite de la apariencia y la profusión de la imagen conducen en el marco de la economía de mercado a la sociedad del espectáculo, como ya supiera ver y describir Guy Debord en 1967, aún antes de la globalización.³⁷ Ya por entonces el espectáculo se presentaba como la sociedad misma y, a la vez, como parte de la sociedad y como un instrumento de unificación.³⁸ La naturaleza de ese espectáculo trasciende el acopio de imágenes, cala en la relación social y la condiciona y mediatiza hasta convertirse en el modelo cultural de vida socialmente dominante.³⁹ El espectáculo del que hablamos es el momento en el que la mercancía alcanza la ocupación total de la vida social,⁴⁰ vencido el poder de la palabra y siendo la imagen depositaria de civilización y modelo. O como lo dice Susan Sontag, vivimos en los tiempos del triunfo de la ‘teatrocracia’ que Nietzsche deploraba.⁴¹

    Ante la presencia obsesiva del objeto y bajo la atmósfera envolvente de la globalización se han desencadenado unos mecanismos culturales, sociales, económicos y jurídicos que amparan, impulsan y demandan el consumo no ya de la cosa sino del espectáculo mismo para sostener el modelo social. De ése y otros fenómenos especialmente ligados a la tecnología y la ciencia se han derivado alteraciones importantes en el sentido del tiempo: presentismo, las llama Maffesoli; presente absoluto, dice Lipovetsky. De manera que, aunque nada se detiene, pasado y futuro se justifican solo en función del presente, de hacer del presente un instante eterno y feliz convertida la felicidad en el valor fundamental,⁴² unidad de medida en torno a la cual todo gira.

    La principal ocupación y la única que debe haber es vivir felices, había dicho Voltaire;⁴³ pero de ese entusiasmo que Hannah Arendt detecta entre los revolucionarios franceses y americanos por la felicidad proveniente del desarrollo de la cosa pública poco o nada queda. De la felicidad ya solo conocemos una única definición, el bienestar privado. Ese desafecto cívico viene dado por un estado de cosas según el cual es democrático el gobierno que autoriza a sus ciudadanos a desinteresarse por el destino de la democracia, bastante coherente con nuestra preferencia, impulsada desde la misma instancia, por el bienestar por encima de cualquier otro valor.⁴⁴ El abandono de lo bello por lo agradable es la sustitución del fin en sí por el fin para sí: nada puede lo complejo frente a lo cómodo. Ésa es, a eso responde la cultura de la globalización, una

    […] cultura que lo fagocita todo y lo devuelve empequeñecido, degradado, trivializado. Una cultura de la descontextualización que propicia la copia y con ella desvirtúa o elimina los significados y valores originales, una cultura desintegrada, descontextualizada, la cultura del uniformiza y vencerás, una cultura kitsch.⁴⁵

    Así las cosas, con la globalización imparable, la alteración del sentido tradicional del tiempo y del espacio y ante el protagonismo indubitado del espectáculo como forma de relación social, asistimos a una nueva condición urbana y por tanto a una nueva experiencia pública sin que la clásica haya desaparecido. Entre dos mundos pues, el de la ciudad (el que hace la ‘sociedad’) y el de lo urbano generalizado (el que ya no constituye la ‘sociedad’, sino que pretende ajustarse a la escala mundial) seguimos empleando el término ciudad para referirnos a realidades muy dispares. Mientras que todas las lenguas han recogido la palabra ciudad como significante de un significado análogo que ha servido durante largo tiempo, la rapidez con que se suceden los cambios y la diversa escala de los cambios mismos han multiplicado los términos para referirse a las nuevas situaciones sin alcanzar un acuerdo social ni doctrinal sobre su uso. Imprecisión semántica que difunde y confunde términos como ‘metrópolis’, ‘megapolis’, ‘megalópolis’, ‘metapolis’, ciudad-mundo, ciudad-global…, una serie abierta de posibilidades para designar una realidad también abierta.⁴⁶

    Por otra parte, a nadie se le escapa que las nuevas tecnologías están incidiendo de manera clara en la organización social y espacial. Internet ha irrumpido en nuestras vidas para quedarse, alterar costumbres y establecer nuevas formas de comunicación y relación. Ya no es necesario, por ejemplo, charlar en la calle o la plaza para intercambiar ideas, ni ir a la compra diaria en el comercio de proximidad. Esos lugares de sociabilidad clásicos se reducen notablemente. Con la tecnología y otros condicionantes económicos tiene que ver la deslocalización, augurio del fin de las ciudades, en opinión de algunos, que al dejar de ser productivas pierden uno de sus rasgos característicos y de sus fortalezas. De ahí que es posible incluso que estemos en un periodo de transición de la ciudad monumental a la ciudad virtual; y esto requiere replantearnos nuestras ideas sobre el entorno construido.⁴⁷

    La virtualización de la relación política parece algo imparable, pues el proceso de

    […] la progresiva e inevitable desterritorialización de las interacciones políticas, destinadas a realizarse cada vez menos en los lugares y cada vez más en la red se relaciona con la progresiva transformación, si no desaparición de los lugares públicos urbanos destinados a una privatización masiva.⁴⁸

    Y no es solo la red, desde la década de los años noventa la información, el debate y la circulación de las ideas políticas se han transferido en gran parte a la televisión.⁴⁹

    Ciencia y estética parecen haber conformado un maridaje indisoluble. Modelo científico y apariencia formal guardan estrechos vínculos que se proyectan sobre el conjunto urbano.

    Para el espíritu científico la estética ideal es un conjunto sin sombra y sin fallo totalmente cerrado a toda presencia real o supuesta del menor desorden […] Nuestras sociedades, fascinadas por la aparente perfección de lo racional, han elaborado una adoración al orden en la que los dioses benéficos son la eficacia, el cumplimiento, el positivismo. Por su capacidad y su rol de gran ordenador, el ideal científico encarna, con el poder y el dinero, el sueño de un realismo absoluto que debe guiar la construcción del mundo hasta la erradicación del desorden.⁵⁰

    Imagen y mercancía son en este contexto de banalización una y la misma cosa. La banalización ligada ética e históricamente al mensaje de la Modernidad traspasa y se queda en el ámbito político, social, cultural…, desapareciendo por completo la nítida distinción de dos órdenes de realidad propia del clasicismo que nos permitía catalogar el mundo en instrumentos, invisibles, frente a monumentos y documentos de visibilidad plena. La Modernidad, imbuida del postulado de la técnica y la transparencia total, requiere y consigue penetrar en cualesquiera fenómenos arrasando el mito y la utopía. Todo a la luz,

    […] la idea de una ‘realización’, de un ‘agotamiento’ o de un ‘final’ del arte es la idea de un ya-no-poder-desocultar nada más, de un ya-no-poder-descubrir-un nuevo-mundo por falta de ‘tierra’ que explorar en busca de novedades, de nuevas posibilidades […] La Modernidad sería, pues, la época de la prosa del mundo, la época de un mundo feo pero más útil que nunca, y también la época de un arte sin mundo, un arte inmundo reducido al diseño industrial.⁵¹

    He ahí el origen de esta tragedia, cuando todo es privado, familiar y doméstico gracias a los esfuerzos acordes de un arte sin pulso cautivo de la técnica: una ciudad sin plazas ni rincones y una democracia sin intensidad ni ímpetu; ya no hay lugar para la vida pública, vida precisa, a su pesar, para la innovación, el cambio y el avance. Como casi siempre, no se trata de una mera coincidencia sino del cálculo premeditado de la coherencia causal.

    CIUDAD VENCIDA, CIUDAD INVICTA. ENSAYANDO UN FINAL NO PESIMISTA

    ¿Suponen nuestras ciudades actuales un punto y aparte en la larga evolución urbana? ¿Son todos esos cambios experimentados por la ciudad derrotas o transformaciones? Lo que parece seguro es que la globalización, entendida en su sentido más amplio, es el proceso social, económico y cultural de mayor envergadura en que, como civilización, nos hayamos inmersos tras las revoluciones ideológicas de los siglos XIX y XX. Los problemas son viejos: la violencia, la desigualdad, la pobreza, pero las soluciones han de ser otras porque los retos y el contexto son nuevos.

    Pero y entonces, ¿quién o qué toma el testigo de los logros de la ciudad clásica en libertad, emancipación, integración…? Es posible que la ciudad ya no sea ese establecimiento educativo del que hablaba Simmel; es posible incluso que esa forma de ciudad haya sido vencida por la pérdida de sus características y especificidad política, económica, social y civilizatoria, como dice Innerarity.⁵² Sin embargo, la idea de lo que la ciudad representa y que, a mi juicio, supone uno de los mayores logros de la humanidad, sigue invicta: la convivencia entre quienes son diferentes y aun desconocidos, el anonimato como escapatoria moral al exhaustivo control social de lo rural, la libertad como forma de vida modulada por el respeto mutuo están hoy en manos de la democracia como forma no espacial sino intelectual y ética de entenderse.

    Exclusión, conflicto, integración. Históricamente ello venía dado, en buena medida, por la forma de la ciudad, porque su forma era el aspecto visible de su fondo. Sin embargo, como hemos visto, algo ha cambiado en el incesante fluir que supone el fenómeno urbano. La forma ha sido unificada, por un lado, y trascendida por otro. A cada sociedad corresponde una ciudad. Por ello tal vez no debamos caer en utopías retrospectivas que, como espejismos, nos devuelvan imágenes que no corresponden a nuestro modo de vivir, de relacionarnos, de contratar…, tal vez no debamos seguir planteando como único paradigma la ciudad compacta mediterránea obviando las notables transformaciones económicas, jurídicas y culturales habidas desde que ella surgiera como modelo, pues hacerlo supondría cerrar los ojos ante los hechos. Ni siquiera las propias ciudades del arco mediterráneo podrían servir hoy como ejemplo de ello: Barcelona, Valencia o Marsella no han escapado, ni lo han intentado, al influjo pujante de los nuevos paisajes urbanos, bien alejados, por cierto, de aquello que una vez representaron. Sin embargo, tampoco hemos de contentarnos con resignaciones condescendientes. En su día la densidad urbana se explicó por problemas de comunicación, de transportes o de cuestiones tecnológicas en general que hoy ya no suponen un freno. La ciudad no cesa de experimentar tendencias centrífugas y a duras penas resiste el proceso de disolución en que se haya imbuida. A más movilidad, menos ciudad, parece rezar la moraleja. Pero todo ello no significa ni justifica que el modelo de ciudad disperso en el que vivimos sea incuestionable, sino que no podemos comparar realidades socialmente diferentes y pretender que una única forma sea omnipresente y válida, en todo caso, con independencia de los cambios. La forma, la urbana tampoco, no sabe, no puede dar la espalda a los cambios. La ciudad se ha convertido en un espacio discontinuo, heterogéneo y polinuclear porque así somos nosotros. Nuevos modelos familiares, especializaciones profesionales aún mayores, una realidad que cambia a un ritmo vertiginoso, el consumo convertido en la principal seña de identidad, todo eso y mucho más hace que el desafío político de la gobernanza urbana sea conseguir que coexistan esas múltiples urbanidades.⁵³

    La ciudad clásica del pasado sigue siendo para todos nosotros una forma mítica porque en ella se formó un modo de entender el mundo: la Modernidad. Esto es, una forma de relacionarse con los desconocidos sin sentir temor y, al mismo tiempo, un motor de progreso. La ciudad, la gran ciudad estudiada por Simmel, entre otros grandes sociólogos como

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