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De Adanes y Animales
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De Adanes y Animales

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De Adanes y Animales es un libro ubicado en el subgénero del realismo mágico, cuyos siete relatos cortos se dividen en cuatro ideas, cada una de las cuales pone en relación una historia del mundo humano con una del mundo animal; de esta manera, por ejemplo, "El Jabalí y la semilla" envuelve en sí mismo ambos polos, al comienzo.

El punto en común será la forma en la que un humano por un lado, y un animal por el otro, afrontan situaciones diferentes si bien análogas, poniendo de manifiesto las reacciones prefabricadas en la psiquis de un hombre y la reacción instintiva y natural de ver las cosas de una bestia.

En suma, "El Jabalí y la semilla" aborda la cuestión social; "El mal momento de Don Jorge" y "La casa de los 250 vidrios" recalan en la materia de la actitud hacia la vida; "El Abismo" y "El Señor de los Perros" referencian la postura hacia la muerte y, finalmente, "A la ciudad, ida" y "La Tregua" presentan un par de metáforas a propósito del cambio provocado por la transformación de los pueblos en ciudades, y la deforestación de los bosques, respectivamente.
LanguageEspañol
PublisherBaile del Sol
Release dateSep 14, 2015
ISBN9788416320868
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    De Adanes y Animales - Santiago R. Bailez Chayé

    BIG BANG

    Quería poner la primera palabra ahora mismo, sin pensar en inicio, complicación, resolución y evaluación. Pensaba que lo estructural, la maqueta, el arquitecto literario echaría por tierra todo lo relativo a la inspiración. Entonces, ¿cuál es el procedimiento? La improvisación, lo imprevisible; el cerebro no es más que un corazón latiendo al ritmo de los dedos, y los dedos, piernas a todo correr entre los caminos de la creatividad.

    La cuestión era teclear la primera palabra, o taclear el primer cuestionamiento. No hay jazzista que lo piense dos veces: el pretérito imperfecto del infinitivo «querer» quizás no fuera la mejor elección, pero no hubo remedio, no hubo replanteo. En ese caso se hubiera perdido la esencia. ¿Cierto?

    El comienzo suele ser sucedido por una complicación. Pero las complicaciones, tal como puedo verlas, no son más que una excusa para llegar al desenlace, que por lo general pretenderá sorprender, cerrar un círculo, atar un cabo...

    No sabría cómo complicar algo que no existe. No tenemos una princesa en la cúspide de la torre; ningún camino intrincado delante del héroe malherido; no hay una tierra prometida brillando en el horizonte... Ningún lugar al que llegar. ¿Qué complicación podría imaginar sin el marco adecuado? Es lo que hace todo más difícil. Es casi intentar atar los cordones de un par de mocasines. En verdad insólito.

    Imposible llegar a un desenlace sin complicación. Ahora bien: no hay vacío que no pueda ser colmado. Aunque no haya inicio ni complicación, desenlaces existen aquí y allá: en una pregunta, en una cuestión, en lo imprevisible.

    ¿Cómo puedo inundar el cosmos sin Big Bang? Bueno, es la pregunta la que hace la respuesta.

    Primero llega la siembra y luego la cosecha. Pero, al final, siempre, el Diluvio.

    EL JABALÍ Y LA SEMILLA

    Junto al fuego del hogar, el abuelo echaba un ojo caviloso a la situación: el nieto estaba aburrido y malhumorado, pues el día de invierno crudo le impedía salir a jugar. Del otro lado de las ventanas empañadas todo estaba frío, gris, ventoso. Las ramas de los árboles parecían enrollarse en los troncos como si fueran bufandas, y «¡qué buena ocasión para relatar la historia!», había pensado el ancianito. «La historia del jabalí impaciente».

    El abuelo encendió la pipa de colección que exponía sobre la repisa del hogar, se acomodó en la mecedora cruzando las piernas, vertió unas virutas de tabaco en el hornillo e invitó al nieto a sentarse a su lado.

    —Terko —empezó diciendo, e hilvanó una ascendente columna de humo—, era un jabalí solitario que vivía en una pradera fangosa, hace mucho tiempo, muy lejos de aquí. Un animal bastante disgustado con el lugar de residencia que le había concedido la madre naturaleza. A menudo quedaba horas y horas contemplando los lejanos horizontes, preguntándose cómo sería la vida que acontecía bajo ellos, especulando a propósito de la sensación de caminar sobre suelos praderosos, limpios, verdes y radiantes, y tachonados de flores de todos los colores caídos durante el otoño de la existencia.

    ‘Mas he aquí que el barro de las tierras donde vivía le impedía caminar largos trechos, pues cuando intentaba avanzar descubría que comenzaba a hundirse poco a poco, no quedándole otro remedio que retroceder. Entonces se estancaba, hacía hoyos para cubrirse de los vientos, y se amparaba en ellos durante largas temporadas. Parecía estar condenado a morir en el mismo lugar en que había nacido y tanto despreciaba.

    —¿Y fue así? —inquirió el nieto.

    —¿Te he relatado, alguna vez, algún cuento sin final feliz, o al menos venturoso? —dijo el abuelo, tosiendo a causa del humo de la pipa al cual no estaba habituado. El nieto meneó la cabeza—. Entonces déjame continuar.

    ‘Cierto día, un horrible y helado día como el de hoy, el jabalí, distraído en sus parcos quehaceres diarios, advirtió una silueta que se acercaba desde el horizonte. Cierta esperanza, pues, nació en él. La calidad de lo novedoso... sí, eso era: cuando todo es igual, lo diferente despierta esperanzas.

    `Ya próximo a él, el jabalí descubrió que se trataba de un hombre viejito que llevaba una alforja al hombro. Tenía un rostro barbado, peregrino, el cual lucía bello visto desde un ángulo, aunque monstruoso desde otro.

    ´´Buen día, don —lo saludó el jabalí, en medio tono perspicaz—. ¿Y quién es usted y qué hace por estos andurriales? Es extraño. El otro día pasó Doña Esperanza, pero vendía, siempre quiere sacar dinero. ¿Usted?

    ´´Buenos días, señor jabalí —correspondió el hombre de larga barba, con suma cortesía juguetona—. Me presento: soy Don Fortuna. ¿Y qué hago por aquí? Vagar y plantar. Es mi oficio. Voy donde me da la gana, y planto. Sí, unos árboles muy especiales. ¿Le gustaría que le dejara alguno? Gratis, por supuesto.

    `El jabalí no dudó un segundo. Se abalanzó a los saltos hacia Don Fortuna, y metió su

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