Alicia en el país de las maravillas
By Lewis Carroll and Marta Gómez-Pintado
4.5/5
()
About this ebook
"Sus obras no son libros para niños: son las únicas que nos convierten en niños."
Virginia Woolf
Lewis Carroll
Lewis Carroll's Alice's Adventures in Wonderland has delighted and entranced children for over a hundred years. Lewis Carroll was the pen-name of Charles Lutwidge Dodgson. Born in 1832, he studied at Christ Church College, Oxford where he became a mathematics lecturer. The Alice stories were originally written for Alice Liddell, the daughter of the dean of his college
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Reviews for Alicia en el país de las maravillas
20 ratings2 reviews
- Rating: 5 out of 5 stars5/5Buena ilustración y contenido de la historia, aunque depende del gusto de cada lector.
- Rating: 4 out of 5 stars4/5Este genero de fantasía no es mi favorito pero esta lindo el libro
Book preview
Alicia en el país de las maravillas - Lewis Carroll
ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS
Lewis Carroll
Ilustraciones de Marta Gómez-Pintado
Traducción de Humpty Dumty
Título original: Alice's in wonderland
© de las ilustraciones: Marta Gómez-Pintado
© de la traducción: Humpty Dumpty, cedida por Random House Mondadori, S.A.
1.ª edición: junio de 2012
Edición en ebook: enero de 2013
© Nórdica Libros, S.L.
C/ Fuerte de Navidad, 11, 1.º B 28044 Madrid (España)
www.nordicalibros.com
ISBN DIGITAL: 978-84-15564-61-4
Diseño de la colección: Diego Moreno
Corrección ortotipográfica: Ana Patrón
Maquetación ebook: Caurina Diseño Gráfico
Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.
Contenido
Portadilla
Créditos
Ilustracion
Ilustracion
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Contraportada
Lewis Carroll
(Daresbury, 1832 - Guildford, 1898)
Charles Lutwidge Dodgson era su verdadero nombre. A los 18 años ingresó en la Universidad de Oxford, en la que permaneció durante cerca de 50 años, y en la que obtuvo el grado de bachiller. Fue ordenado diácono de la Iglesia Anglicana y enseñó Matemáticas a tres generaciones de jóvenes estudiantes de Oxford y, lo que es más importante, escribió dos de las más deliciosas narraciones de la literatura universal: Alicia en el país de las maravillas y A través del espejo.
Las Matemáticas fueron su pasión. También fue un notable fotógrafo, intentando recuperar, a través de este arte, la inocencia perdida (fotografió sobre todo a niñas, como Alice Liddell).
Prólogo
En una dorada tarde
el agua ociosos nos lleva,
pues son bracitos de alambre
los que reman, reman, reman,
ya que intentan, siempre en balde,
que la barca no se tuerza.
Son tres niñas en la barca,
pero insisten como cien,
aburridas de la calma,
piden un cuento a la vez;
contra una insistencia tanta,
¿qué otra cosa puedo hacer?
La primera exige terca
que no tarde en empezar.
La segunda, muy alerta,
que refleje la verdad.
La tercera estará atenta
y no me interrumpirá.
Por fin se ha hecho el silencio
e impera la fantasía,
arrastrándonos a un cuento
que es país de maravillas,
donde hablan los conejos
y bailan las pescadillas.
Y si yo, pobre de mí,
el relato interrumpía,
aplazando su final
hasta el siguiente día,
«hoy es mañana», las tres,
a coro me repetían.
Así fue surgiendo el cuento,
poco a poco; y, una a una,
las partes del argumento
que forman esta aventura.
De volver llega el momento:
regresemos con premura.
Para ti es este cuento,
para ti, querida Alicia,
guárdalo junto a tus sueños
entre otras flores marchitas,
cual peregrino andariego
que atesora sus reliquias.
Capítulo Uno
En la madriguera del Conejo
Alicia empezaba ya a cansarse de estar sentada con su hermana a la orilla del río, sin nada que hacer: había echado un par de ojeadas al libro que su hermana estaba leyendo, pero no tenía dibujos ni diálogos. «¿Y de qué sirve un libro sin dibujos ni diálogos?», se preguntaba Alicia.
Así pues, estaba pensando (y pensar le costaba cierto esfuerzo, porque el calor del día la había dejado soñolienta y atontada) si el placer de tejer una guirnalda de margaritas la compensaría del trabajo de levantarse y coger las margaritas, cuando de pronto un Conejo Blanco de ojos rosados pasó corriendo a su lado.
No había nada de muy extraordinario en esto, ni tampoco le pareció a Alicia muy extraño oír que el Conejo se decía a sí mismo: «¡Dios mío! ¡Voy a llegar tarde!» (Cuando pensó en ello después, decidió que, desde luego, hubiera debido sorprenderla mucho, pero en aquel momento le pareció lo más natural del mundo). Pero cuando el Conejo se sacó un reloj del bolsillo del chaleco, lo miró y se alejó a toda prisa, Alicia se levantó de un salto, porque constató de golpe que nunca había visto un conejo con chaleco ni con reloj que sacarse de él, y, ardiendo de curiosidad, echó a correr tras el Conejo por la pradera, y llegó justo a tiempo para ver cómo se precipitaba en una madriguera que se abría al pie del seto.
Un momento más tarde, Alicia se metía también en la madriguera, sin pararse a considerar cómo se las arreglaría después para salir.
Al principio, la madriguera se extendía en línea recta como un túnel, pero después torció bruscamente hacia abajo, tan bruscamente que Alicia no tuvo siquiera tiempo de pensar en detenerse y se encontró cayendo por lo que parecía un pozo muy profundo.
O el pozo era en verdad profundo, o ella caía muy despacio, porque Alicia, mientras descendía, tuvo tiempo para mirar a su alrededor y para preguntarse qué iba a suceder después. Primero intentó mirar hacia abajo y ver adónde iría a parar, pero estaba todo demasiado oscuro para distinguir nada. Después miró hacia las paredes del pozo y observó que estaban cubiertas de armarios y estantes para libros: aquí y allá vio mapas y cuadros, colgados de clavos. Cogió, a su paso, un tarro de los estantes. Llevaba una etiqueta que decía: «mermelada de naranja», pero vio con desencanto que estaba vacío. No le pareció bien tirarlo al fondo, por miedo a matar a alguien que anduviera por allí, y se las arregló para dejarlo en otro de los estantes mientras seguía descendiendo.
«¡Vaya!», pensó Alicia. «¡Después de una caída como esta, rodar por las escaleras me parecerá algo sin importancia! ¡Qué valiente me creerán todos! ¡Ni siquiera lloraría aunque me cayera del tejado!» (Y era verdad.)
Abajo, abajo, abajo. ¿No acabaría nunca de caer? «Me gustaría saber cuántas millas he descendido ya», se dijo en voz alta. «Tengo que estar bastante cerca del centro de la tierra. Veamos: creo que está a cuatro mil millas de profundidad...» Como veis, Alicia había aprendido algunas de estas cosas en las clases de la escuela, y, aunque no era un momento muy oportuno para presumir de sus conocimientos, ya que no había nadie allí que pudiera escucharla, le pareció que repetirlo le servía de repaso. «Sí, esta debe de ser la distancia... pero me pregunto a qué latitud o longitud habré llegado.» (Alicia no tenía la menor idea de lo que era la latitud, ni tampoco de lo que era la longitud, pero le pareció bien decir unas palabras tan bonitas y altisonantes.) No tardó en reanudar sus cavilaciones. «¡A lo mejor caigo a través de toda la tierra! ¡Qué divertido sería salir donde vive esta gente que anda cabeza abajo! Los antipáticos, creo... (Ahora Alicia se alegró de que no hubiera nadie escuchando, porque esta palabra no le sonaba del todo bien.) Pero entonces tendré que preguntarles el nombre de su país. Por favor, señora, ¿dónde estamos, en Nueva Zelanda o en Australia?
(Y mientras decía estas palabras, ensayó una reverencia. ¡Reverencias mientras caía por el aire! ¿Creéis que es posible?) ¡Y qué criaja tan ignorante voy a parecer! No, mejor será no preguntar nada. Ya lo veré escrito en alguna parte.»
Abajo, abajo, abajo. No había otra cosa que hacer y Alicia empezó enseguida a hablar otra vez. «¡Temo que Dina me echará mucho de menos esta noche!» (Dina era la gata.) «Espero que se acuerden de su platito de leche a la hora del té. ¡Dina, guapa, me gustaría tenerte aquí conmigo! En el aire no hay ratones, claro, pero podrías cazar algún murciélago, y se parecen mucho a los ratones, sabes. Pero me pregunto: ¿comerán murciélagos los gatos?» Al llegar a este punto, Alicia empezó a adormecerse y siguió repitiendo