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Sala de Despiece
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Sala de Despiece

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Sala de despiece es un compendio de cuentos cortos y no tan cortos, donde se dan la mano el asombro y el humor corrosivo. Por esta antología circulan psicóticos, zombis, gatos aviesos, vecinos vengativos, escorpiones filantrópicos, cucarachas resentidas, misóginos y canallas de todo tipo. Sala de despiece es una reflexión de la condición humana, a la vez que un grito contra las ideas preconcebidas con las que se alimenta la corrección de pensamiento.
Sala de despiece es un libro ilustrado, el estilo un tanto naif de Fran Carras proporciona al texto una viveza de imágenes muy bien integradas.
LanguageEspañol
Publisherunited p.c.
Release dateMar 14, 2013
ISBN9788490152416
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    Sala de Despiece - Serafín Gimeno Solà

    Aviso legal

    Quedan reservados todos los derechos de difusión, también a través de película, radio, televisión, reproducción fotomecánica, soporte de sonido, soporte de datos electrónicos y reproducción sintetizada.

    El autor es responsable tanto del contenido como de la corrección.

    © 2012 novum publishing s.l.

    ISBN Libro impreso: 978-84-939689-2-2

    ISBN e-book: 978-84-9015-241-6

    Foto forro: Serafín Gimeno Solà

    Diseño de portada, layout & composición: novum publishing s.l.

    Ilustraciones interiores: Fran Carras

    www.novumpublishing.es

    SALA DE DESPIECE

    Microrelatos

    Cuentos cortos

    Breves

    y no tan breves

    Exposición de anatomías fragmentadas

    Disección de maldades,

    contradicciones,

    perversiones

    y otras oscuridades del alma

    Prólogo

    Sala de despiece es un compendio de cuentos cortos y no tan cortos, donde se dan la mano el asombro y el humor corrosivo. Por esta antología circulan psicóticos, zombis, gatos aviesos, vecinos vengativos, escorpiones filantrópicos, cucarachas resentidas, misóginos y canallas de todo tipo. Sala de despiece es una reflexión de la condición humana, a la vez que un grito contra las ideas preconcebidas con las que se alimenta la corrección de pensamiento.

    Tienes entre tus manos, querido lector, un libro decorado con imágenes directas y sugerentes, un libro ilustrado mediante el estilo un tanto naif de Fran Carras. Los dibujos proporcionan al texto una viveza de imágenes prestas al movimiento por la intuición del ojo, ilustraciones que van mucho más allá de la imagen enlatada, de ese esquema latente que impregna los trazos de la mayor parte de los dibujantes y que propician el divorcio entre dibujo y texto.

    Líneas pasivas, acomodaticias, como muñecos de cuerda a la espera de ser activados mediante el esfuerzo del lector. Las imágenes de Fran Carras se integran al texto sin fisuras y son ellas las que invitan a la lectura, las que conducen de la mano al lector por los vericuetos de unas historias increíbles, irónicas y corrosivas.

    Los pastorcillos.

    En cierta ocasión acabé en el trullo condenado por atraco a mano armada sin violencia. Siempre fui cortés con mis víctimas. En navidad, los presos convencimos a las autoridades penitenciarias para representar una obra teatral adecuada a las fechas: Los pastorcillos. Durante los ensayos y en el transcurso de la representación de la misma, construimos un túnel por el que nos fugamos. Nuestra huida desembocó en otro teatro donde también se escenificaba la mencionada obra navideña. Cuando quisimos salir del recinto, nos dimos cuenta que, de igual modo, estaba ubicado en una prisión.

    —Estamos atrapados en el bucle consumista de la navidad —dijo un carterista con dedos de filósofo.

    —Pero si nosotros no hemos consumido nada —le repliqué.

    —Una fuga —me respondió.

    Universos paralelos.

    Una vez encontré un montón de universos paralelos en el interior de una caja de cerillas. Toda vez que encendía un fósforo, vislumbraba a través de su llama espuria, débil y breve, un tipo distinto de realidad alternativa. Me vi junto a un yate, junto a un carrito de supermercado, con todas mis pertenencias a cuestas, junto a un obús, ocupado en verificar la espoleta, junto a una pancarta por la paz. Me vi mujer, jardinero en Roma, penitente en Santiago, loco en Estambul. Me vi a mi mismo encendiendo un fósforo. Una vez encontré un montón de universos paralelos en el interior de una caja de cerillas…

    Cuestión de excesos.

    Los humanos somos criaturas de excesos, de aspavientos que nos impiden tomar el rumbo de nuestras vidas. Tomen ejemplo si no: ¿A dónde nos conduce el exceso de Dios?, a la Edad Media. ¿Dónde el exceso de leyes?, a su incumplimiento. ¿Y el de amor?, al olvido. Con esta idea en la cabeza decidí ser parco en todos mis afectos y delirios. Pero, como me quedaba a medias en todo, decidí volver al exceso.

    Zángano, oso y republicano.

    En nuestro país teníamos un rey que en sus viajes por tierras lejanas era agasajado con la cacería de un oso emborrachado con miel y vodka. Como buen partidario de los osos, decidí un buen día abandonar el reino como medida de protesta. Vagué durante algún tiempo hasta encontrar una república. A la entrada no había nadie que me atendiera, el mostrador estaba vacío, así que le pregunté al conserje por el gerente.

    —No está —me informó—. Ha salido a emborrachar a un oso con miel y vodka, pues en breve recibimos la visita de un monarca.

    Fue tal mi indignación que, como medida para terminar con las cacerías reales, me afilié al sindicato de abejas. Una vez en la colmena, mis dotes de agitador funcionaron y conseguí montar una huelga. Pero cuál no sería mi sorpresa cuando me enteré que el convenio colectivo de los polinizadores garantizaba unos servicios mínimos, dedicados en exclusiva a preparar miel con vodka para emborrachar a los osos. Cuando protesté me expulsaron de la colmena y del sindicato por zángano. Entonces fue cuando decidí hacerme oso con la intención de despanzurrar al primer monarca con el que me topara, pero los demás plantígrados me echaron de la osera por republicano. El conservadurismo ha impregnado todas las capas sociales. Perra vida.

    Desprendimientos cárnicos.

    Un día me cayó una oreja, pude enmascarar el asunto con el uso de un sombrero. Al siguiente, fue el dedo anular el que se desprendió de mi mano derecha y al otro, el pulgar de mi izquierda. Tuve que ponerme guantes en pleno agosto. Cuando perdí la nariz, aquello fue más dificultoso. Al principio pensé que sufría de lepra, pero mi psiquiatra me dijo que tenía el ego poco afianzado.

    El banquete de Robinsón.

    La mañana de un viernes, Robinsón descubrió el hilo vaporoso de una fogata en el extremo de su isla, no muy lejos, a sotavento. El humo de la combustión le trajo un aroma a carne sazonada. Se armó con su arcabuz y fue a averiguar el motivo de la barbacoa, qué se celebraba y quien organizaba el banquete.

    Apostado en la selva, descubrió a sus vecinos antropófagos en la playa, ocupados en el sacrificio y cocción de varios condenados. En grandes fuentes, los cocineros servían las partes troceadas y condimentadas sobre una mesa en torno a la que se sentaban el rey caníbal y su séquito. El monarca descubrió a Robinsón oculto en la floresta y mediante gestos le invitó a sentarse a su mesa. Harto ya de tanta fruta, el naufrago aceptó la deferencia. Al fin y al cabo, ¿quién era él para juzgar las preferencias gastronómicas de nadie?

    Homenaje a Ray Bradbury.

    Durante años discutí con un filósofo del otro extremo de Marte sobre cuál era la cualidad más preciada de los seres conscientes. Mis ondas cerebrales atravesaban páramos, montañas y cañones comunicándole mi predilección por la curiosidad. La perseverancia, me respondía el flujo de su pensamiento después de atravesar la misma extensión.

    En el año de la peste, cuando la última expedición de la Tierra nos trajo su cohete y con él la epidemia, me acerqué al tripulante que quedaba con vida con la orden de matarle. El derrumbe de nuestra civilización era un hecho irrevocable, las piras de cadáveres se amontonaban en las plazas a medio carbonizar; su fetidez inundaba el tenue aire marciano. Muchas familias se encerraban en sus casas para perecer juntas y navegar por los canales se tornó imposible. Tal era la profusión de cuerpos que flotaban en ellos.

    —¿Por qué vinisteis? —le pregunté.

    —Por curiosidad —me respondió desde el interior de su celda.

    Entonces comprendí que únicamente la perseverancia nos permitiría sobrevivir como especie.

    La tozudez y la muerte.

    Descubrí a Manuel calle abajo. Iba como es él, cabizbajo, huraño, torpón en el andar. Le comenté mi visión a un amigo en común.

    —Ayer vi a Manuel en la calle Tucumán, camino de la plaza del Generalato.

    —Imposible —me respondió—. Hace dos semanas que murió de un tiesto desprendido de una azotea.

    Así era Manuel, le costaba Dios y su madre reconocer las cosas.

    Sala de despiece.

    Un mal día, mi corazón dejó de bombear de forma correcta. Quien sabe si debido a una colección de desamores o a una pérdida del principio armónico entre la sístole y la diástole. Como quiera que fuese, sufrí un colapso cardíaco. En el hospital fueron muy claros conmigo.

    —Hay poquísimos donantes de órganos y los de corazón son los más escasos —me dijo un experto en fallos cardíacos—. Puede apuntarse a una larga lista de espera, apoyándose en la muleta de una no menos larga lista de fármacos, u optar por un

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