Muriel: Ciclo "Amor y exilios"
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Un atentado en Jerusalén. Un cambio de identidad. ¿Quién se salvó y quién murio?
Después de un atentado el narrador pierde sus sentidos y se mete en un coche que no es suyo y viaja a toda velocidad por la carretera del mar muerto. Tiene un accidente y es confundido con el dueño del Fiat Punto que muere en el atentado. Pasa muchos meses en coma, pero al despertarse se da cuenta que está en otra vida, otra vida que tal vez soñó, o tal vez está soñando en estos momentos. De pronto se ve liberado de una relación que no podía soportar más y entra en el juego de ser alguien otro. Parece como si todos saben que él no es él, pero ninguno puede echar paso atrás. Vuelve a espiar su vieja vida, para descubrir que todo va mejor sin él. La novela Muriel es un desafío a lo que pensamos que es nuestro intimo yo, a la crisis de la individualidad, a las mentiras del mundo moderno.
Mois Benarroch
"MOIS BENARROCH es el mejor escritor sefardí mediterráneo de Israel." Haaretz, Prof. Habiba Pdaya.
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Muriel - Mois Benarroch
Sí que me acuerdo, me acuerdo de todo, de todos los detalles, de los más mínimos, del bum, de la bomba, una mujer de blanco corriendo y gritando, el silencio después de la bomba, cómo me puse a correr y de pronto me paré en seco, me paré un minuto y medio exactamente y entonces me di cuenta de que estaba pegado a la puerta de un Fiat Punto que tenía la llave dentro y vi que no estaba cerrado. Cómo entré en el coche y arranqué y tomé la carretera en plena noche. Eran las once y veinte, sabía muy bien que todos los caminos se cerrarían, así que tomé hacia la central de autobuses y de allí hacia la calle Bar Ilan, hasta la salida por la universidad hacia el mar muerto.
Me acuerdo de todo, miles de detalles, podría escribir un libro entero de todos los detalles que recuerdo. Pero nadie me cree, nadie, ni yo. Bueno: yo sí me creo pero no puedo convencerme de nada; y después bajando hacia el punto más profundo de la tierra y el accidente contra el camión amarillo, era amarillo y estoy seguro de ello aunque la noche era oscura. Muy oscura. Y el hospital.
Cuando me desperté me llamaban Mariano. Una mujer, «mi» mujer me llamaba Mariano. Y yo no podía responder. No podía responder: «No soy Mariano, estás equivocada».
—Vine de inmediato, mi amor. Mi amor, qué susto me has dado.
«¿Qué amor? ¿Qué pasa aquí?»
Y ya desde esa primera pregunta no preguntada esa mujer, «mi» mujer, respondía como si fuese una conversación normal, respondía a todas las preguntas que pensaba.
—Sí; eres Mariano, ya me ha dicho el médico que tal vez tengas una amnesia temporal, y que no te acuerdes de muchas cosas, me dijo que te cuente tu vida, que te hable de todo. «¿Cómo te llamas?»
—Que hasta a lo mejor ni te acuerdas de mi nombre, yo soy Muriel, llevamos siete años casados. Tenemos una hija de tres años. No pudo venir. Se quedó en Madrid.
«¿Dónde?» Pero si yo nunca he estado en Madrid. ¿Qué pasa aquí?
—Mejor que no te excites, cálmate.
Por lo visto intenté revelarme contra mi cambio de identidad repentino.
—Vivimos en Madrid. Tú naciste en Madrid.
«Yo no, yo nací en Tánger, señora Muriel. En Tánger. Me llamo Max. Max Benamu.»
Y me quedé dormido.
De un golpe.
Cuando me desperté Muriel seguía hablando. Creo que no sabía muy bien cuándo estaba despierto o dormido y tenía la orden de hablar conmigo todo lo posible. Me contaba mi vida. Mi pasado. Mi nuevo pasado.
La verdad es que no era tan malo y sobre todo me encantaba su voz, en menos de dos o tres días estaba ya enamorado de su voz. Muriel, voz de Muriel, por favor, sálvame. No podía verla ni imaginarla, aunque estaba seguro de que hablaba mucho. Algo muy común en la mujer española, o por lo menos en las mujeres españolas que yo conocía.
La cosa, el caso, lo que me pasaba a veces no me parecía algo tan negativo. Me llevaba muy mal con mi mujer, Sarah, que era francesa y llevábamos veinte años casados. Eso sí, teníamos una hija. Tenía una hija con mis dos mujeres. Mi hija tenía siete años. Con Sarah no me llevaba bien. O más bien no me llevaba. Ni bien ni mal. Todo era silencio. Aunque ella sí hablaba mucho, yo era silencio. O ese yo, el yo Max, no mi nuevo yo: el yo Mariano. Yomax y Yomariano.
Muriel me contaba mi vida y yo oía su voz. Me contaba que había nacido en Madrid, que mi padre fue ministro en la época de Franco, que viajé a Israel porque me interesaba el judaísmo, que yo decía que tenía una abuela judía pero que eran especulaciones, que pensaba en convertirme pero ella no creía que fuera a hacer eso. Tuvo tiempo para contarme miles de cosas pero, sin ver, yo oía su voz, yo veía su voz, su voz tenía colores, cuando estaba de buen humor era muy amarilla, cuando se ponía nerviosa tendía hacia el celeste, porque intentaba calmarse hablando y contando. Me hablaba de nuestra hija, Sarah, que también llamaba Dana, de mi negocio, o el negocio de mi padre, la red de restaurantes Pibx, que había empezado con un restaurán abierto por mi