Discover millions of ebooks, audiobooks, and so much more with a free trial

Only $11.99/month after trial. Cancel anytime.

El Sacrificio (La Guerra de los Dioses no 1)
El Sacrificio (La Guerra de los Dioses no 1)
El Sacrificio (La Guerra de los Dioses no 1)
Ebook332 pages4 hours

El Sacrificio (La Guerra de los Dioses no 1)

Rating: 3.5 out of 5 stars

3.5/5

()

Read preview

About this ebook

Los tiempos son extraños en el imperio Mandrágora. Un dios de las cinco esencias fue asesinado, y nadie se explica cómo sucedió. Algunos dicen que el dios está vivo, que sienten su luz, aunque es innegable que la maldad del sur se sigue expandiendo. Los rumores dicen que las sombras han despertado, que en Árath, el castillo subterráneo donde se alojan los demonios, ha puesto en marcha la maquinaria y la magia oscura para fortalecer su ejército.

Un joven pastor cuida de los cultivos y los animales en la finca de su abuela, donde fue obligado a laborar y dejar la escuela a un lado. Los tiempos austeros han cobrado en precio alto en el alma del muchacho, quien se lamenta de no ver a los compañeros de su edad.

El joven pastor no sabe, sin embargo, que la violencia pronto se desatará en su pueblo, y será obligado a emprender una gran aventura que podría acabar con su vida. Los tiempos son propicios para el Caos, y lentamente las sombras se han arrastrado a su punto estratégico de donde atacarán. La guerra entre la luz y la oscuridad volverá a iniciar...

La Guerra de los Dioses se ha librado.

LanguageEspañol
Release dateNov 20, 2015
ISBN9781310203671
El Sacrificio (La Guerra de los Dioses no 1)
Author

Pablo Andrés Wunderlich Padilla

Soy un autor guatemalteco del género de la fantasía y de la ci-fi. Cuando no estoy decantando mi imaginación en el ordenador, soy un médico internista de profesión. Me gusta el café, meditar, el cross-training, y la lectura ¡pues claro!.Para mí no existe mayor placer que conocerte ti, la persona que se ha tomado el tiempo para leer una de mis obras. Por favor, escríbeme un correo a authorpaulwunderlich at gmail. Cuéntame qué piensas de mis escritos. ¡Será un placer conocerte!Te invito a conocer las dos series que escribo:- La Guerra de los Dioses: una serie de fantasía.- La Gran Cruzada Intergaláctica: una serie de ci-fi.¡Nos vemos entre los párrafos!Pablo.

Read more from Pablo Andrés Wunderlich Padilla

Related to El Sacrificio (La Guerra de los Dioses no 1)

Related ebooks

Fantasy For You

View More

Related articles

Reviews for El Sacrificio (La Guerra de los Dioses no 1)

Rating: 3.5 out of 5 stars
3.5/5

2 ratings0 reviews

What did you think?

Tap to rate

Review must be at least 10 words

    Book preview

    El Sacrificio (La Guerra de los Dioses no 1) - Pablo Andrés Wunderlich Padilla

    EL SACRIFICIO (Libro #1)

    La Guerra de los Dioses

    www.laguerradelosdioses.com

    EL SACRIFICIO

    (Libro 1)

    Por Paul Andreas Wunderlich

    Descubre: Héroes de Leyenda (Literatura Juego de Rol)

    Te invito a descubrir la nueva serie Héroes de Leyenda. Es una obra que mezcla la fantasía con la cifi que toma lugar en un universo vasto. Combina elementos de Juego de Rol con fantasía épica y ciencia ficción. Encuéntra el primer libro aquí:

    Héroes de Leyenda (books2read.com)

    Ver el trailer (pincha aquí)

    Todos los derechos reservados por Pablo Andrés Wunderlich Padilla 2015

    Queda estrictamente prohibido reproducir este texto sin la autorización explícita del autor.

    Todos los personajes de esta obra son el producto de la imaginación.

    Exordio

    Os encomiendo una cosa ahora que estamos aquí, cara a cara, platicando acerca de aquello en lo cual estáis a punto de someteros. Quiero pediros que aceptéis las gracias que os otorgo, no sólo por haber escogido este libro, sino también por darle una oportunidad de poder convertirse en parte de vosotros.

    Un buen libro es aquel que nos acompaña día a día aunque no lo estemos leyendo. Un buen libro nos deja pasmados; algunos pueden hasta cambiar nuestra vida; otros pueden llegar a ser tan intensos que podríamos llegar a identificarnos extensamente con los personajes y el autor. Permanecerá entonces en nosotros como ese mundo alterno, que aunque sepamos que nunca será, jamás dejaremos de añorarlo.

    Puedo aseguraros que estáis a punto de adentraros en una aventura que prósperamente se irá revelando a vosotros con la lentitud de un té de infusión sumergido entre las aguas hirvientes, donde paso a paso, soltará aromas emotivos peculiares, dejando por último un sabor que jamás olvidaréis.

    Es un libro diseñado para inmiscuirse entre lo más profundo de vuestra alma, donde se enraizará. Lo recordaréis, aun años después de haberlo leído, dibujando en vuestra mente aquella escena pintoresca que os hizo fluir con el viento. Los mensajes contenidos en él son excéntricos, y a veces un tanto inusuales en la suya manera de transmitirse. Pero en vuestro juicio quedará decir si los mensajes fueron adecuadamente llevados a vuestras almas o no.

    Os deseo el máximo gozo, y justo antes que volteéis esta página, para toparos con el primer capítulo, quiero deciros que no os arrepentiréis de haberlo escogido. Pero quien sabe, ya que, quizás, puede ser que este libro os haya escogido a vosotros…

    Visita www.laguerradelosdioses.com para recibir actualizaciones y libros gratuitos.

    CAPÍTULO I - UN AMANECER ÉPICO

    Emergió de los sueños con la frente decorada de varias gotas de sudor. Sus ojos seguían cerrados, con el ceño fruncido, pues volvía a soñar de luces extrañas, de unos seres de magnanimidad que jamás había comprendido. El can gimió al ver a su amo sufrir, y lo inició a lamer, sus patas delanteras sobre el pecho del mozuelo.

    ¡Ya voy chico! ¡Ya voy! ¡Ya … ya! ¡Suficientes lamidos!, gritó el muchacho abriendo los ojos, su rostro esbozando una sonrisa al sentir la presencia de su mejor amigo.

    El joven se limpió la baba del rostro con la manga de sus pijamas. Inspiró, y su sonrisa se degeneró en una silente tristeza que ni él detectó. El muchacho se mantuvo sentado en la cama por largos segundos, abrazándose las rodillas, sopesando en la cantidad de enigmas que le complicaban la vida cuando apenas tenía trece años de edad.

    Aquellos sueños…¿por qué se repetían? Desde que tenía memoria venía soñando con aquellas luces extrañas, y jamás se lo había explicado. Sintió angustia, preocupado que quizá pudiera significar que estaba enfermo de la mente. O al menos, eso le había sugerido su abuelita cuando intentó contarle sobre dichos sueños, y era por ello mismo que ahora se resguardaba aquella verdad.

    Un haz de luz penetró la ventana, estrellándose contra el rostro del pequeño que pensaba sobre las sábanas. De súbito todas sus preocupaciones se evaporaron. Su ánimo se elevó con creces, estirando los brazos y las costillas.

    Todos los días son bellos, siempre y cuando se disponga del ánimo para reconocerlo, se dijo el muchacho mientras se levantaba, las suelas de sus pies tocando la madera arcaica de la Estancia, erguida desde hace varias generaciones por sus antepasados. La labor es el camino hacia la felicidad, se dijo el niño, haciéndole eco a las palabras de su abuelita.

    Rufus lo guardaba con una mirada curiosa, moviendo su rostro de lado a lado mientras su amo se preparaba para el diario ritual. Metiendo y sacando la lengua, el can, aunque bastante añejo, poseía una nata habilidad para comprender a su amo. Gimió, urgiéndole que hiciera prisa, pues las afueras pronto estarían embadurnadas con el fuego líquido del orto.

    El joven pastor comprendió el mensaje, vistiéndose de prisa, pues perderse del amanecer sería inaceptable; además sabía que no ver un amanecer significaría estar de mal humor por el resto del día. Pero primero debía ir al Establo, sabiendo que las ovejas lo estarían esperando para ir a comer pasto fresco.

    Rufus salió corriendo detrás de su amo, ladrando y saltando de la felicidad. Al pequeño pastor sintió la frescura del mundo envolverle la piel con su helor, el rocío expelido al aire tras pisar el césped creaba una brisa deliciosa.

    Las ramas de los árboles botaron sus gota mientras bostezaban, el céfiro filtrándose entre sus hojas. Los pajarillos afinaban sus cantos matutinos, canturreando una melodía llena de gozo.

    Llegó al Observador seguido por el canino fiel y las cuatro ovejas. La Finca amanecía en su integridad, todo reaccionando a las batutas de una magia natural e invisible, gracias a la energía radiante del sol. Las cuatro ovejas se dispersaron al arribar al sitio predilecto, reconociendo el aura espiritual gobernando el paradero llamado el Observador. Éste era el mejor sitio para observar el orto, fuera el alba o el ocaso.

    Un árbol, llamado adecuadamente El Gran Pino, sobresalía al tope de dicha colina. El sol emergía entre una llanura creada por los valles de la lontananza, resplandeciendo el momento mágico del amanecer. El joven subió la colina y se sentó, recostando su espalda contra el lomo del magnánimo árbol. Tras los minutos de apreciar el horizonte, logró sentir que el árbol se mecía de lado a lado, respondiendo a los soplidos del viento. A gusto, inspiró con profundidad, apreciando el hecho de estar vivo, de poder fluir con los pentagramas de la naturaleza.

    Eres el heredero de la Finca. No hay nadie más. Si no trabajas…perderemos todo, le resonó la voz de su abuela, tan intrusiva como siempre. Pero era cierto. La Finca estaba sufriendo, y venía en decadencia desde que su abuelo murió trágicamente hace trece años. Lastimosamente jamás conoció al gran Finquero, llegándolo a conocer sino a través de las memorias de su abuelita, las cuales la mayoría eran de él fluyendo con lo natural.

    El joven se molestó al sentir aquellos pensamientos dominar su mañana dedicada al amanecer. Este era el único periodo del día donde realmente podía sentirse libre; además del momento cuando estaba con Luchy.

    Cerró los ojos y se dejó llevar.

    El viento sopló entre su alma. Su elixir fue acarreado por el viento, como trigal moviéndose con gracia. Nada lo hacía volar como el amanecer en curso.

    Gramitas, el apodo que se ganó uno de los tres carneros por comer sin sosiego, masticaba del pasto con frenesí. Los otros carneros se apodaban Bruno y Macizo, nombres que su abuelita les acuñó. La única oveja ya estaba en vías de lo senil, y como tal deseaba estar a solas y gozarse del pasto sin interrupciones. Antes adueñaban a un rebaño numeroso de ovejas. Pero tras el desastre económico de la Finca— gracias a la muerte de su abuelo—, tuvieron que vender a la mayoría.

    El desastre económico de su propia tierra le recordó del caos político del Imperio. La gente del pueblo cuchicheaba de dichos temas todos los días. Para el joven pastor era muy sencillo: los políticos siempre serían corruptos y los corruptos siempre serían políticos.

    Una detonación silenciosa sobrecogió al muchacho, silenciándole la mente. El cielo disparó una saeta de luz.

    El joven sintió el golpe de la luz como el reventar de una ola sobre la playa. Encandilado por la gracia del sol, elevó su mano para cubrirse los ojos, su rostro deformado por una cercenada sonrisa.

    La pulpa del sol se derramó sobre su alma, hasta quedar por completo cubierto por el resplandor del amanecer. Su alma despegó y voló entre el cielo por varios minutos. Se sintió como si no tuviera cuerpo…ni limitaciones…

    A Manchego le costaba creer los rumores. La gente decía que el dios de la Luz estaba muerto. ¿Pero cómo? Los días eran bellos, no había manera que estuviera muerto. Pero desde luego que la violencia incrementaba, y el desastre político en el Imperio también. Quizá eran ciertos dichos rumores. Quizá el dios de la Luz, Alac Arc Ánguelo, estaba muerto…asesinado.

    El muchacho bajó la cabeza y espiró cuando notó que el sol se elevó lo suficiente para darle inicio a un día común y corriente; otro día de laborar; otro día sin ir a la escuela; otro día sin ver a otros chicos de su misma edad.

    Sólo hay un camino hacia el tope, y es trabajando duro. No hay atajos, no hay secretos: se trata de ser persistente, pensó, haciéndole eco a las palabras de Lulita, su abuela.

    ¡Manchego! ¡Ya está el desayuno! escuchó que le gritaban a la distancia, al mismo tiempo que escuchó a la campana resonar.

    El mozuelo tomó su bastón. Inició a reunir a su pequeño rebaño de ovejas. Bruno y Macizo obedecieron rápido, cesando de jugar a heroicas lanas. Gramitas no tardó en tomar el liderazgo del grupo. Pero Pancha, la oveja, permaneció indómita, perdida entre la visión del amanecer.

    ***

    El olor a huevo estrellado invadió la estancia con su aroma. Lulita meneaba el sartén, la paleta de madera raspando la superficie metálica para arrancar esos pedazos pegados. Manchego tomó asiento y cogió los cubiertos de madera entre las manos, esperando el desayuno con la ansia de un cachorro.

    Lulita tomó su asiento a la mesa tras servirle el alimento. Posterior a morder una manzana, declaró lo temático, Tú eres el próximo heredero de esta Finca, El Santo Comentario… Ay, mijito…

    Abuela… ¿quién es mijito? inquirió el pequeño con la boca llena de yema de huevo. Una migas salpicaron de su boca, irritando a su abuela por su carencia de modales.

    Eres tú: mi - hijito. ¿Entiendes? Eres mi nieto, claro, pero en el pueblo nos gusta decirle mijito a nuestros hijitos. Es confuso. Pero desde luego que cada cultura tiene sus propias particularidades que nadie entiende. La abuela encogió los hombros y siguió masticando el pedazo de fruta. Estudió a su nieto literalmente engullirse el desayuno. Tenía el hambre voraz de un muchacho cuyo estómago no tiene fondo.

    La abuela inspiró y agregó, Ya viene la cosecha, mijito, y con ella ganaremos otras monedas que, ojalá, nos logren mantener unos meses más. Manchego, bien sabes que debes tolerar las enseñanzas de Tomasa. Yo sé que no es fácil trabajar bajo su tutelaje, pues esa mujer es tan dura como el hierro. Tu abuelo hizo bien en contratarla cuando lo hizo. Mujer Salvaje. Fuerte como toro, inteligente como una comadreja. Te digo, Tomasa es de admirar.

    Manchego notó que la luz del día creciente se reflejaba sobre la piel de la señora, que era dorada, del mismo color que la piel de Tomasa. Su abuela era una Mujer Salvaje, y eran tan alta como los hombres y mujeres de dicha tierra; de carácter duro, y de ojos acaramelados. Eso sí, su abuelita carecía el acento de los nativos de dichas tierras, quizá porque nació en el Imperio y no en las tierras salvajes. El muchacho siempre había notado que su piel era morena y no dorada, forzándole a pensar que quizá su madre era morena. Pero jamás lo sabría, pues jamás conoció a sus padres.

    Lulita prosiguió tras darle un sorbo al pocillo de cerámica relleno de café, La violencia en el pueblo está desenfrenada. Antes uno podía salir a comprar sin preocupaciones, ¿sabes? Hoy por hoy si no tienes cuidado te hurtan en segundos y te dejan sin más. Y eso de las violaciones, la delincuencia…y los secuestros. Antes no era así…Todo es culpa del Alcalde, lo apuesto. Desde que tomó el poder, hace casi cuatro años, la paz en el pueblo se vino cuesta abajo. Los ojos de Lulita se perdieron en una memoria distante.

    Manchego cruzó los cubiertos de madera sobre el plato al terminarse su comida. Se bebió el último sorbo de café, contenido en un pocillo de cerámica tan viejo como la Estancia.

    ¿Algo más, mijito?

    No gracias, abuelita, dijo el pequeño con una sonrisa triste.

    No te vengas quejando de hambre más tarde. Lulita analizó los ojos de su nieto. Esa mirada tan profunda en un mozuelo era algo muy inusual. Además, esa sonrisita triste. ¿Sería gracias a los sueños extraños que sufría el pequeño?

    El joven pastor salió de la Estancia, seguido por Rufus, quien ladraba de la felicidad. La abuela lo siguió con la mirada, triste al acordarse de su marido difunto y de lo que aquello significó para su vida.

    CAPÍTULO II - TRABAJANDO LA TIERRA

    Tomasa maniobraba la pala como caballero la espada. Por detrás cualquiera diría que era un hombre fortachón de espalda gruesa con un par de repliegues de grasa colgando de los lados. Su piel de nativa de las tierras salvajes de Devnóngaron brillaba dorada bajo el sol. Su apodo lo había adquirido no más inició su labor en la Finca: El Oso.

    Ella era una de las pocas personas que logró conocer a Eromes, el finquero famoso. Si no fuera por aquella memoria, seguramente ya hubiera desistido trabajar en la Finca.

    Cuando Manchego se presentó para adoptar su parte en las labores del campo, la mujer lo reprimió con su regaño típico—cada palabra dicha cargando su acento pesado, nativo de Devnóngaron—, ¿Porque es’q ha venide tarde po! ¡Ash hombre! ¡Que no mire que disciplin’e es lo que necesite este munde hombre! ¡Ash! ¡A trabajar po que la tarde camin’e y usted no, hombre!

    Manchego estaba paralizado. ¡A trabajar po! le volvió a gritar Tomasa, su rostro redondo lleno de furia. A pesar de ser de piel dorada, bajo aquella se lograba percibir sus mejillas rubicundas.

    Manchego desde luego sintió el desgano de laborar en los campos, pues significaba desistir de la escuela, algo que detestaba. Gracias a ello ya no frecuentaba con Luchy tan a menudo como antes. Además, jamás fue un muchacho de muchos amigos, y el simple hecho de estar en la escuela lo hacía sentirse como parte de algo. Pero ahora, lejos de los demás muchachos de su edad, se sentía aislado y olvidado.

    Habían abarcado bastante terreno al cabo del medio día, la gran mayoría realizado por Tomasa. La mucama laboraba velozmente a cuestas de la calidad. No era difícil notar que la tierra carecía de las manos edificadas de un agricultor especializado en el área.

    Erguido, el pastor notó cuanto le faltaba por hacer al ver las tierras desnudas y maltrechas. ¡Siga trabajando! le gritó Tomosa. El muchacho deseó que tuviera quince años de edad. Estaría por iniciar su entrenamiento como un soldado de la escasa milicia del pueblo. Lo malo era que no miraría ni a Luchy ni a Lulita, y mucho menos a Rufus. Eso lo puso triste. Pero el tiempo vendría cuando sin duda tendría que enrolarse para defender al pueblo en contra de los Desertores y otras pandillas de bandidos y malhechores.

    Manchego se detuvo. Se sostuvo la espalda baja, su rostro lleno de dolor. Inspiró profundo, sintiendo que horas habían pasado cuando ni siquiera era la hora de almuerzo.

    ¡Hola! Manchego se irguió. Parpadeó numerosas veces, no creyendo la posibilidad de ver a Luchy en ese momento. Estaba tan cansado que ni la vio venir. Se restregó los ojos al ver a una princesa vestida de tules moradas…no…era Luchy vestida en sus prendas de algodón, como todo otro pueblerino, pero vaya que poseía una carita lindísima, ojos grandes en forma de almendra, y grandes irises del color de esmeraldas, además de un cabello castaño largo y liso.

    Tontito, soy yo. Tu abuelita te manda esto, dijo la muchachita preciosa con una sonrisa que derritió al pastorcito.

    Manchego saboreó de antemano la limonada con miel y las champurradas con arequipe, y por otro lado el corazón le palpitaba con amor inédito al ver a su mejor amiga relucir bajo el sol. Luchy se rió entre dientes al verle el rostro sucio y decaído a su mejor amigo.

    Tomasa interrumpió el encuentro, ¿Qué diables pase aquí? Falta mucho trabaj’ por hacer.

    ¡Hola, Tomasa!, dijo la preciosa con su voz cristalina. Luchy tenía esa cualidad de poder ablandar a cualquiera con su voz y su carisma. Con afabilidad le extendió una limonada a la mucama, Pensé que usted también podría llegar a tener sed., dijo la joven.

    Tomasa se dejó seducir, Ay… Pero ay…, empezó a tartamudear. La mujerona no estaba acostumbrada a la amabilidad de los demás. Siendo tosca y fuerte como toro, pocas veces era tratada como una mujer merece. Gracies, mamita. ¡Que los dioses le bendiguen!, dijo aquella bebiéndose el líquido empinando el codo. Manchego hizo lo mismo, emitiendo un Ahh al finalizar. Eructó.

    ¡Puerco! le gritó Luchy entre risotadas. La mucama tampoco se contuvo las risas.

    Manchego se sonrojó al notar su discordia, Uy, disculpas, fue lo único que logró balbucear.

    Tomasa no pudo evitar sentir ternura por los pequeños. Supo lo injusto que era para Manchego laborara las tierras como un adulto. Dijo, Ha terminado por hoy, Mancheguito. Eso sí le digue’, cuidadito viene tarde. Lo necesito para seguir trabajando las tierras, que mire mi chulito la cantidad de cosas que quedan por hacer. ¡Adiós po!

    Manchego se asombró por la generosidad extendida. Era raro ver a Tomasa tan amable en cualquier momento. Supuso que inclusive ella tenía un corazón blando por debajo de esos pliegues de músculo y grasa. Luchy y Manchego salieron disparados entre risas, Rufus ladrando detrás de ellos.

    ***

    ¿Cuántas veces hemos hablado de la importancia de ser puntual, mijito? No quiero prohibirte ver a Luchy, es algo que lamentaría mucho, pero será necesario si le sigues fallando a la Finca. Siento mucho que a tu edad tu cometido sea pesado y lleno de responsabilidades, pero es algo que también hemos discutido. Ahora siéntate y come tu cena. Son tamalitos de Doña Paca, aseveró Lulita al ver al muchacho arribar tarde esa noche a la Estancia.

    Manchego se sintió muy apenado, y dijo mientras se sentaba, Lo siento, abuelita. Voy a hacer todo lo posible para evitar que esto vuelva a suceder. Mintió, pues estaba convencido que merecía un receso y mintiéndole a su abuela era la única manera de obtenerlo. En segundo lugar merecía dedicarle tiempo a su mejor amiga, de escucharle todos sus chismes y sus mensajes de carisma. Su mente divagó, pensando en los ojos verdes de la joven.

    Lulita replicó: Pues más te vale, mijito. Hay mucho trabajo por hacer y nadie más para hacerlo. Recuerda que es tu futuro también. El joven espiró, sintiendo la carga de trabajo sobre los hombros.

    Manchego cortó la pita que envolvía al tamal en una hoja de banano. De inmediato una nube refrescante de vapor emergió de la masa, invadiendo su olfato con aromas de aceitunas, chile pimiento, y carne de cerdo. La masa era un platillo típico del Sur, muy diferente a las carnes curadas y quesos, aquellos siendo los platillos usuales del Norte del Imperio.

    Manchego se devoró la cena como cachorro hambriento, Lulita sonriendo mientras lo miraba convertirse en un gran finquero. Posterior a la cena la abuela recogió los platos y envolvió a su adorado heredero entre las sábanas. Mientras aquél dormía, Lulita lo estudiaba con detenimiento, notando que llevaba el ceño fruncido. El joven a veces hacia un gran esfuerzo, apretando los músculos, para luego volver a reposar—siempre con el ceño fruncido.

    CAPÍTULO III - EL PUEBLO

    Manchego iba como pasajero en la carreta, sentado sobre los costales llenos con el usufructo de la Finca. Con la cara entre las manos, observaba el transcurrir del día con aburrimiento. Lo que deseaba era jugar con Luchy y con Rufus. Pero por su obligación a la Finca, hoy le tocaba aprender a venderle los productos agrícolas a los mercaderes.

    La carreta, tirada la yegua de la Finca, llamada Sureña, cursaba sobre la Avenida de los Finqueros, que era la calle de tierra que comunicaba a todas las Fincas en un mismo complejo. Dicho complejo fue bautizado hacía muchas generaciones como El Granjero El QuepeK’Baj. Según las leyendas, dicho nombre significaba tierra fértil en la lengua nativa de Devnóngaron.

    El complejo contenía un total de veinte Fincas, todas adueñadas por familias que se conocían entre sí, muchas de ellas compartiendo parentesco. Gracias a dicho complejo, un mercado creció justo al lado del complejo, algo que creció a ser lo que hoy es conocido como el pueblo San-San Tera.

    Mientras navegaban sobre La Avenida de los Finqueros, Manchego no pudo evitar imaginarse qué sería de Luchy y de los demás chicos de la escuela. Estaba seguro que ninguno de ellos debía vérselas con mercantes o cualquier tipo de negociante a esta edad. La injusticia de su situación le provocó ganas de llorar. Pero supo que debía ser fuerte, pues sin él la Finca no tendría a nadie que la apoyara.

    Llegaron a garita Saliente del pueblo, donde dos atalayas mal cuidadas custodiaban su entrada. Los guardias sobre ellas estaban tomando la siesta de la media mañana, mientras que los custodias a la garita hablaban con un par de mujeres de vida liviana y precio barato. Lentamente el pueblo se corroía por razones, hasta el momento, desconocidas.

    Los guardias inspeccionaron a medias a los entrantes, uno de ellos hurgándose entre la nariz con el dedo índice. ¿Qué negocio tiene en el pueblo, seño? preguntó un soldado panzón. Sus ojos veloces parecían estar en busca de dinero fácil a cambio de darle paso a la carreta sin miramientos.

    Tomasa le envió una mirada retadora, Venim’s a vender desde la Finca el Santo Comentario.

    El guarda no hizo más preguntas al vérselas con una mujerona, moviendo su mano con un gesto de desdén para que prosiguieran.

    Manchego sintió el hedor a mugre, estiércol, y otros olores pútridos que no quiso definir al adentrarse

    Enjoying the preview?
    Page 1 of 1