Bajo la lluvia
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About this ebook
Todo aquello parecía demasiado bueno para ser verdad, y así era. Mallon había encontrado un trabajo en la maravillosa casa de Harris, pero no sabía si quería tener también un sitio en su corazón. ¿Qué pretendía él al pedirle que se hiciera pasar por su novia?
JESSICA STEELE
Jessica Steele started work as a junior clerk when she was sixteen but her husband spurred Jessica on to her writing career, giving her every support while she did what she considers her five-year apprenticeship (the rejection years) while learning how to write. To gain authentic background for her books, she has travelled and researched in Hong Kong, China, Mexico, Japan, Peru, Russia, Egypt, Chile and Greece.
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Bajo la lluvia - JESSICA STEELE
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Jessica Steele
© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Bajo la lluvia, n.º 1711 - diciembre 2015
Título original: His Pretend Mistress
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español 2002
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-7319-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
Estaba tan asustada que apenas podía agarrar el picaporte.
Pero sacó fuerzas de flaqueza al ver que su jefe, que pronto sería su ex jefe, salía al vestíbulo tras ella.
–No seas tan…
Mallon no pensaba escuchar el resto. Abrió la puerta con manos temblorosas y, a pesar de la lluvia torrencial, salió corriendo a la calle.
No paró de correr hasta que la enésima mirada hacia atrás le confirmó que no la seguía.
Cinco minutos después ya no iba corriendo sino caminando deprisa, pero el ruido de un motor le hizo pensar que Roland Phillips podría estar siguiéndola en coche. Y entonces el pánico volvió a apoderarse de ella.
No había nadie por allí, ni un alma, nada más que kilómetros y kilómetros de campo.
Cuando el coche llegó a su altura Mallon comprobó, aliviada, que no era su jefe. Y se encontró a sí misma mirando bajo la lluvia un par de brillantes ojos grises.
–¡Suba!
¡De eso nada! ¡Ni muerta iba a subir al coche de un extraño!
–No, gracias.
El hombre de los ojos grises la estudió, especulativo, durante unos segundos.
–Haga lo que quiera –murmuró, arrancando de nuevo.
El susto por el inesperado ataque de Roland Phillips empezaba a desaparecer y Mallon siguió caminando sin saber muy bien dónde iba. Su única obsesión, poner la mayor distancia posible entre ella y el hostal Almora.
Estar empapada era el último de sus problemas, aunque empezaba a lamentar no haber subido al coche del hombre de los ojos grises.
Pero decidió que había hecho bien. Estaba harta de hombres, una panda de asquerosos todos ellos. Había conocido a los peores: su ex padrastro, su ex hermanastro, su ex novio y, el último de todos, su ex jefe.
Seguía lloviendo a cántaros y, como no podía calarse más, Mallon se detuvo para considerar la situación.
Debía de haber recorrido más de un kilómetro desde que dejó el hostal Almora. Había salido corriendo con lo puesto, sin pensar siquiera en buscar el bolso. Su único deseo, alejarse del borracho de Roland… «llámame Roy» Phillips.
Mallon siguió caminando, sin saber dónde iba. Su única esperanza, que alguien pasara por allí y la llevase a… ¿dónde?
Pero ninguna persona decente la dejaría allí tirada. Quizá por eso había parado el hombre de los ojos grises. Aunque, por su expresión, no parecía hacerle mucha gracia que una desconocida calada hasta los huesos le mojase la tapicería.
Pues podía meterse su tapicería en…
Entonces oyó que se acercaba otro coche. Y, al volverse, se encontró de nuevo con los ojos grises.
–¿Ya se ha mojado lo suficiente?
Con el pelo rubio pegado a la cara y el vestido chorreando, debía de parecer un perrito mojado.
Mallon dejó escapar un suspiro. Tenía dos opciones: decirle que se fuese a la porra y esperar que alguien más decidiera pasar por allí… o subir al coche. El desconocido tenía cara de buena persona, pero eso no significaba nada.
Con ganas de echarse a llorar, Mallon dudó solo un segundo. No lo tenía muy claro, pero estaba hecha polvo. Además, ¿qué otra cosa podía hacer?
Por fin, entró en el coche y se sentó al lado del extraño.
–¿Adónde va?
–A ninguna parte –contestó ella.
–¿Dónde quiere que la deje?
–Donde quiera.
No tenía ni idea de dónde estaba, aquel sitio no le sonaba en absoluto.
–¿De dónde viene?
El hombre parecía a punto de enfadarse y si no contestaba podría echarla sin contemplaciones. Y no quería ni imaginarse de nuevo en medio del campo, bajo aquel aguacero, sin saber dónde ir.
–Del hostal Almora.
–¿Quiere que la lleve allí?
–¡No! –gritó Mallon–. No, gracias. No quiero que me lleve allí –dijo entonces, bajando la voz.
Sentía los ojos grises clavados en ella, pero estaba demasiado consternada como para preocuparse. El desconocido siguió conduciendo durante unos minutos y después empezó a reducir la velocidad.
Mallon se alarmó. Además de una vieja casa a la derecha, no parecía haber nada por allí.
Entonces tomaron un camino de tierra, pasando a través de dos pilares de piedra con un cartel que decía Casa Harcourt.
–¿Adónde me lleva? –preguntó, asustada.
Podría estrangularla, enterrarla allí y nadie la encontraría nunca.
–Usted no parece saber dónde va y yo no estoy de humor para jueguecitos. Voy a mirar un par de cosas…
–¿Vive usted en esa casa? –exclamó Mallon, incrédula.
–Vivo en Londres, pero estoy reformando esta casa para los fines de semana –suspiró él.
–Ah. ¿Y por qué me trae aquí?
–Porque tengo que echar un vistazo para ver si el tejado ha aguantado con esta lluvia. Usted puede quedarse en el coche incubando una neumonía o puede entrar conmigo para secar lo que queda de ese vestido. Haga lo que quiera.
Ella bajó la mirada… y se dio cuenta de que tenía rasgado el escote. El sujetador, transparente por todo el agua que le había caído encima, dejaba ver claramente su pecho izquierdo, el rosado pezón tan a la vista como si estuviera desnuda.
–¡Ay, Dios mío! –gimió, cubriéndose con la mano. Entonces sus ojos se llenaron de lágrimas.
–¡No se me ponga a llorar!
–No, si yo…
–Venga conmigo –dijo él con tono autoritario.
Mallon no se movió. Entrar en una casa en ruinas con un desconocido y medio desnuda…
El hombre salió del coche y se quedó esperándola, de brazos cruzados.
–¿No me hará nada? –preguntó ella tontamente.
–No tengo ninguna intención de hacerle nada, señorita.
Poco después, Mallon lo seguía por una puerta trasera hasta, lo que comprobó, era una casa en obras.
El pasillo estaba lleno de sacos de cemento, pero cuando llegó a la cocina se sorprendió al ver que estaba completamente reformada.
–Está claro que su mujer sabe por dónde empezar una obra –murmuró, en la puerta.
–Mi hermana –replicó él–. No estoy casado. Según Faye, el corazón de una casa es la cocina. Ella es quien dirige las obras… aunque a veces me permite dar una opinión.
–Ah, ya veo.
Mallon empezaba a sentirse más cómoda con él, aunque seguía recelosa.
–Colóquese cerca del radiador para que se le seque el vestido. O mejor, voy a buscar una camisa para que pueda… taparse un poco.
El hombre de los ojos grises salió de la cocina y volvió poco después con una camisa, un pantalón y un par de calcetines gruesos.
–¿Por qué no se cambia mientras yo hago lo que tengo que hacer?
–¿Dónde puedo cambiarme?
–Ahí, en el cuarto de la plancha. La puerta tiene cerrojo.
–Muy bien.
–Puedo ofrecerle un té, si le apetece.
–Gracias.
El hombre intentaba ser amable, pero después de lo que le había pasado, Mallon no estaba dispuesta a confiar en nadie. Aun así, entró en el cuarto de la plancha… y cerró la puerta con cerrojo.
Ella medía un metro setenta y ocho, pero el hombre de los ojos grises debía de medir un metro noventa, y su ropa le quedaba grande.
Mallon se subió las mangas de la camisa y las perneras del pantalón… pero no sabía cómo sujetárselo. Solucionó el problema con una cuerda de la ropa.
Con