365 cuentos para leer en la cama: Historias para leer a los niños antes de dormir durante todo el año
By Ingrid Annel, Sarah Herzhoff, Ulrike Rogler and
3.5/5
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About this ebook
Con este eBook que contiene una breve historia para cada noche del año, acostar a los hijos se convertirá en un ritual familiar del que todos podrán disfrutar. Léale a su pequeño un relato divertido, emocionante o sorprendente para ayudarle a conciliar el sueño de manera relajada. Elija uno de los 365 cuentos de los temas más diversos —de hadas, fantasmas, animales aventureros o vivencias cotidianas de los niños—, como el de la gallina Ágata que ha puesto un huevo azul, el del sabio Tobías que enseña a una sirenita a volver al mar, el del pequeño dragón que traba amistad con una rana y muchas otras aventuras de pequeños y grandes héroes. Le aseguramos que todos los niños y niñas encontrarán su historia favorita y tendrán un año lleno de hermosos sueños.
- Un cuento breve para cada noche del año
- Alegres ilustraciones que gustarán a los niños
- Historias contadas de forma entrañable
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- Rating: 4 out of 5 stars4/5ME GUSTAN MUCHOS LOS LIBROS INFANTILES PERO SIEMPRE CASI ODAS SON LO MISMO LE PUSE 4 ESTRELLAS PORQUE TAMBIEN SOY UNA NIÑA PERO ME GUSTA Y ME TOMO MUY EN SERIO CRITICAR Y VER LAS RESEÑAS
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- Rating: 1 out of 5 stars1/5No se puede descargar, que tedioso leer del celular o tablet
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365 cuentos para leer en la cama - Ingrid Annel
1 de enero
El mensaje del cohete de Nochevieja
Marvin había encontrado un papel enrollado entre los restos de un cohete que habían lanzado para celebrar la Nochevieja. Al desenrollarlo, descubrió unos caracteres muy extraños. Como debía de tratarse de un mensaje secreto, ¡tenía que averiguar como fuera lo que significaban esos signos!
Llamó a la puerta de su amiga Caro y le mostró el misterioso mensaje del cohete de Nochevieja.
—¡Extraterrestres! —susurró la niña.
Los dos amigos urdieron un plan para responder a los extraterrestres. Tomaron lápices de colores y dibujaron unos marcianos jugando con unos niños mientras comían pastel sobre el mismo papel. Después volvieron a enrollarlo y lo dejaron donde Marvin lo había encontrado.
—¿Crees que nos responderán? —preguntó Caro.
Su amigo se encogió de hombros. Quizá la próxima vez que lanzaran cohetes.S. H.
2 de enero
Los monstruos del sofá
Melisa estaba sentada en el sofá leyendo un libro, pero esta vez, por algún motivo, el asiento le resultaba incómodo. Como si tuviera bultos. Levantó la funda y debajo de ella descubrió a cinco monstruitos que estaban de cuclillas.
—¿Quiénes sois? —preguntó Melisa, asombrada.
Pero los monstruos rieron con descaro.
—Ahora veréis —dijo la niña.
Regresó con el aspirador para absorber a los monstruos, pero ellos se aferraron a la tapicería sonriendo con picardía.
—¡Muy bien! —dijo—. Vosotros lo habéis querido.
Tendría que utilizar el arma secreta más temida por todos los monstruos. Melisa gritó con todas sus fuerzas:
—¡Maaamááá!
Entonces, los monstruitos se desvanecieron en el aire. ¡Los muy cobardes tenían miedo de los adultos! La niña abrió de nuevo el libro, satisfecha. Ahora podría mirar las ilustraciones con toda tranquilidad.S. H.
3 de enero
El geniecillo del cumpleaños
Era el cumpleaños de Jens. Lo había celebrado con sus amigos y le habían hecho muchos regalos. Estaba tratando de dormirse cuando oyó unos arañazos peculiares que procedían de debajo de la cama. Al mirar hacia allí, descubrió un paquetito. ¡Mamá y papá habrían olvidado dárselo! Jens abrió el paquete y un hombrecito diminuto salió de su interior dando un brinco.
—¡Por fin! —dijo jadeando—. Me estaba asfixiando.
—¿Y tú quién eres? —preguntó el niño sorprendido.
—Soy tu genio del cumpleaños —dijo el pequeño ser—. Te concedo un deseo. Estoy impaciente por ver lo que pides.
¡Jens no se lo pensó dos veces! Muchas veces había imaginado el deseo que le pediría a un hada o a una bruja.
—¡Poder pedir un deseo cada día! —se apresuró a decir.
—Eres un niño inteligente —dijo el hombrecillo sonriendo satisfecho para sus adentros—. Que así sea.
Y se introdujo en el bolsillo del pijama de Jens.
—Esto no es un sueño, ¿verdad? —preguntó con inquietud el chico.
—Sólo si mañana deseas que así sea.
—¡Seguro que no lo haré! —dijo Jens.
Y se durmieron.S. H.
4 de enero
La música de nieve de los elfos
Si crees que los elfos sólo bailan en las cálidas noches de verano, es que aún no lo sabes todo sobre ellos. De hecho, estos seres también aman el invierno. Cuando el paisaje se hiela y la gente se refugia en sus casas, ellos celebran su fiesta de invierno. En una danza interminable, llueven del cielo cristales de nieve que producen suaves sonidos cristalinos al caer. Sólo los elfos tienen un oído tan fino que son capaces de escuchar la música de nieve.
Ellos también inician su danza con el baile de los copos de nieve. Les encanta flotar por encima de la nieve recién caída, sobre la que aún no ha dejado sus pisadas ningún ser humano.
Sólo los ribetes de sus vestiduras rozan con suavidad el blanco tapiz dejando unas huellas similares a las que hace el viento sobre el manto de nieve. Del tejado penden carámbanos alineados como las campanas de un carillón. ¡Pling plong!, suenan, cuando los elfos los tocan.
Si no te lo crees, hazte con un trozo de hielo y mira su interior con atención, ya que dentro ha quedado grabado lo que ocurrió durante la última noche.I. A.
5 de enero
Visita a la señora Holle
Florián vive en el último piso de un edificio muy alto. En una ocasión en que bajaba con el ascensor, éste no se detuvo en la planta baja sino que siguió descendiendo cada vez más y más abajo, hasta que finalmente se paró. El niño salió del ascensor y se encontró en un prado en el que había cientos de flores. Se esmeró en sacar el pan del horno, se apresuró a sacudir las manzanas del árbol y más tarde fue a parar a casa de la señora Holle. Después de ayudar a la mujer a sacudir los edredones, ambos se asomaron a la ventana y vieron que todos los árboles, las casas y las calles estaban completamente nevados.
—Buen trabajo, muchacho —dijo la señora Holle—, ahora puedes regresar a la tierra.
—Pero, ¿cómo voy a volver?
—Basta con que pases por aquella puerta.
Florián estaba horrorizado. No quería que lo cubrieran de pez ni de oro, ¡no se los quitaría en toda la vida!
La señora Holle, que había adivinado sus pensamientos, dijo:
—No temas, ¡ve!
La puerta se abrió y detrás esperaba el ascensor que llevó al niño de regreso a su mundo.I. A.
6 de enero
Matilde cocina
—Voy a prepararme una comida buenísima —asegura el hada Matilde.
Llena una cazuela de agua, le añade media botella de ketchup y la pone sobre el fogón. Luego le incorpora azúcar, leche y mostaza. Por supuesto, no pueden faltar los fideos ni el arroz. También echa una cucharadita de miel, una zanahoria entera, una bola de helado de chocolate, compota de manzana y una cebolla cortada a cuartos.
Entonces, prueba el guiso.
—¡Falta condimentarlo!
Se apresura a añadir mejorana, tomillo, albahaca, una cucharada de canela, nuez moscada, vainilla azucarada y perejil. Luego lo remueve con fuerza y, a continuación, le añade sal, pimienta y un vaso de guindillas secas. El hada lo prueba satisfecha pero, cuando toca la comida con la lengua, los pelos se le ponen de punta en todas direcciones y le salen llamas de las orejas y de la boca.
—Está bien picante —dice con un hilo de voz.U. R.
7 de enero
El cumpleaños de la sirenita
Julius se acurruca en su manta y mira al mar. Lo hace todos los días, también en invierno, ya que le encanta ver las embarcaciones y seguirlas con la mirada cuando se alejan.
—¡Anda! —dice Julius mirando al agua, perplejo. ¡Está viendo nadar a una pequeña sirena!
—¿Me enseñas cómo vives como humano? Siempre he querido saberlo.
—Lo siento, no puede ser.
—¡Pero hoy es mi cumpleaños! Puedo pedir un deseo.
—Sí, pero no puedes caminar.
—¡Maldita cola de pez! —exclama la sirenita, enojada.
Se la ve tan triste que al niño se le ocurre una idea. Vacía el saco que utiliza para coleccionar conchas, la sirenita salta dentro y sigue brincando hasta la casa de Julius.
Saltando con el saco sin parar, observa el interior de la casa mientras el chico cocina unas crepes para celebrar su cumpleaños. Julius la acompaña de vuelta botando, porque resulta muy divertido. Así es como los dos descubrieron las carreras de sacos hace mucho tiempo, aunque ahora todo el mundo las conoce, ¿verdad?U. R.
8 de enero
El ramo de flores de hielo
Johanna estaba en cama, enferma.
—¡Hola! —oyó decir de repente—, estoy buscando flores de hielo.
Encima del armario descubrió a un duende.
—Sólo conozco los helados con palo —respondió la niña, perpleja.
—Lástima —respondió el ser—, mi madre dice que se encuentran entre los hombres. Mañana es su cumpleaños y quería recoger algunas para regalarle un ramo.
—Bueno, aquí no hay flores de nieve —dijo Johanna—, pero una vez oí una historia de un hada de la nieve que seguro que sabrá cómo puedes conseguir tu ramo.
—Gracias por el consejo —dijo el duende, y desapareció.
Cuando a la mañana siguiente se despertó, la chica encontró una nota diminuta sobre la cama. En ella se decía: «Querida Johanna, muchas gracias. He encontrado al hada de la nieve y me ha revelado las palabras mágicas para conseguir flores de hielo. También he hecho algunas para ti. Mira la ventana».
Johanna descorrió las cortinas y quedó asombrada. La ventana estaba recubierta de cristales de hielo que parecían flores que se formaban en el vidrio de la ventana. Era una maravilla.U. R.
9 de enero
El hombrecillo del frío
Julia está jugando fuera, en la nieve. Llega el hombrecillo del frío y se introduce con sigilo en sus zapatos y hace que se le hielen los pies. Entonces, trepa por sus piernas hasta llegar a la barriga, sigue ascendiendo por la espalda hasta la nuca y la niña tirita de frío. Cuando la pequeña criatura llega a sus mejillas y hace que se pongan bien coloradas, Julia encuentra que ya es suficiente. Corre a casa y se toma un delicioso cacao bien calentito. Esto ahuyenta al hombrecillo y lo expulsa de vuelta a los zapatos. Al final, lo único que queda del ser son dos calcetines mojados, que la niña cuelga sobre el radiador.S. H.
10 de enero
En la ventisca
Está nevando y el herrerillo se refugia bajo la rama de un abeto y mira hacia la ventisca.
—Ojalá fuera primavera —se lamenta, al tiempo que se sacude la nieve de las plumas.
—Pero si el invierno es fantástico —pía el gorrión con descaro—, ven, vamos a jugar.
Tras volar alegremente dando una vuelta entre los remolinos de copos de nieve, el gorrión aterriza con tal ímpetu sobre una rama que la nieve cae al suelo como una pequeña avalancha. El otro pájaro siente curiosidad y decide probarlo. Las dos aves se pasan el día jugando en la nieve y el herrerillo olvida que aún no es primavera.S. St.
11 de enero
El taxi de mamá
Por la noche ha caído mucha nieve. Antes de poder llevar a Olaf al parvulario, mamá tiene que retirar la nieve para poder sacar el coche. Con la escoba y la ayuda de su hijo, quita la nieve del parachoques. Pronto lo consiguen. Mamá hace girar la llave de encendido, pero el motor no se pone en marcha. Tras suspirar, lo intenta de nuevo, pero no ocurre nada.
—¿Cómo voy a ir al colegio? —pregunta el niño, entristecido.
—Tengo una idea —dice mamá. Sale del coche, va al garaje y saca el trineo.
—Súbete, jovencito —exclama con alegría—. Hoy el taxi de mamá es un trineo.S. St.
12 de enero
Las provisiones de invierno
La ardillita Rizos salta por el parque y escarba agujeros en la nieve. Al cabo de un rato, se acurruca entristecida sobre una rama:
—Ay, no las voy a encontrar jamás.
—¿A quién buscas?
Una lechuza que espera en un árbol a que llegue la noche abre los ojos y parpadea con el sol del invierno.
—Busco las nueces que enterré en algún lugar en otoño —responde Rizos.
—Seguro que están debajo de una gran encina —dice la lechuza, bostezando.
La ardillita sale disparada hacia la encina, cava un agujero y ¡encuentra las nueces! No se lo puede creer y regresa encantada al árbol de la lechuza.
—¡Muchas gracias! Pero, ¿cómo lo sabías?
—Pues porque eres una ardilla encinera —murmura la lechuza, somnolienta—, está bien claro.S. St.
13 de enero
La trampa de bolas de nieve
—¿Qué estás haciendo? —pregunta el enano Sven a su amigo, y también enano, Escudete, quien hace bolas de nieve y las amontona con cuidado.
—Estoy juntando bolas de nieve —responde.
—Y, ¿qué vas a hacer con ellas? —pregunta su amigo, curioso.
—Una trampa de bolas de nieve para gigantes.
—¡Genial! —exclama Sven frotándose las manos—. ¿Y cómo se hace?
—Colgamos los extremos de una gran hamaca de las copas de dos árboles. Ponemos las bolas de nieve dentro de ella y, cuando pase un gigante por debajo de la hamaca, tiramos de la cuerda y la nieve le caerá encima.
—Vaya, ¡será muy divertido!
Sven está entusiasmado.
—¿Crees que funcionará? —pregunta Sven cuando han terminado.
—Deberíamos probarla —reflexiona su amigo.
—De acuerdo —dice Sven—, yo hago como si fuera el gigante. Ahora estoy debajo de la hamaca ¡Venga, tira de la cuerda!
Escudete tira de la cuerda y las bolas de nieve se abalanzan sobre su compañero.
—¡Funciona! —dice Escudete, contento.
—Es verdad —gruñe su amigo bajo el montón de nieve—, sólo que yo no soy el gigante.U. R.
14 de enero
El hallador de objetos
—¿Qué has hecho con mi pelota de goma?
—¡Nada!
—¡Siempre dices lo mismo!
—¡Porque es verdad!
¡Pataplam! Lucía cerró de golpe la puerta de la habitación en las narices de su hermano. Siempre le echaban la culpa de todo. ¡No era justo!
De repente, oyó un gemido que parecía venir de la cortina, la apartó y se encontró con la pelota y con una personita diminuta y delgaducha.
—¿Quién eres? —preguntó Lucía.
—Un hallador de objetos —respondió—. Encuentro cosas perdidas, está bien claro.
—¡Ajá! —dijo Lucía arrugando la frente—. ¿Has encontrado mi yoyó y las gafas de mamá?
El pequeño ser asintió y la miró, acusador.
—¡Perdéis muchas cosas! No tengo sitio ni para hacerme el flan, ¡con lo que me encanta!
—¡Devuelve las cosas! —le propuso Lucía—, y, a cambio, te prepararé tanto flan como quieras.
Al hombrecillo le encantó la idea. A partir de entonces, aparecieron casi todas las cosas que se perdían y Lucía dejó de llevarse las culpas. Sólo que ahora preparaba mucho flan.U. R.
15 de enero
Flores de invierno
Anna y su abuela están en el jardín y observan el arriate nevado.
—¡Qué lástima que no haya flores en invierno! —dice la niña con tristeza.
—Las flores siguen ahí —la consuela su abuela—, están hibernando. Algunas enterradas bajo el suelo y otras en el cobertizo, ¿quieres verlas?
Anna asiente, entusiasmada. Van al cobertizo y la abuela saca dos cajas. Pero en ellas sólo se ven un par de raíces y nada más. La niña, decepcionada, frunce la nariz. En realidad, esperaba algo más.
—En invierno no hay más flores —dice la abuela, devolviendo las cajas a la estantería.
—¡Sí que hay! —exclama la chica de repente y señala con el dedo a la ventana—. Allí quedan algunas flores.
Efectivamente, unas preciosas flores blancas cubren todo el cristal de la ventana como si fueran tiernos rosales.
—¡Claro! —dice la abuela riendo—, casi me había olvidado de las flores de hielo.S. St.
16 de enero
Tina y Tom van en trineo
Tina y Tom son muy amigos. Siempre lo hacen todo juntos y hoy han quedado para montar en trineo en el parque de la ciudad.
—¿Dónde está tu trineo? —pregunta con sorpresa la niña, cuando se encuentran en el parque.
—Los trineos de madera me parecen estúpidos —explica su amigo sacando un neumático hinchable de su mochila—. Hoy montaré en este artilugio —dice al tiempo que empieza a inflarlo.
Tina se queda un rato mirando, pero tiene frío.
—Yo voy tirando —dice.
Se sube al trineo y se lanza cuesta abajo con un sonoro ¡yippie! Después de cuatro descensos, Tom ya está preparado. Toma carrerilla, salta sobre la goma y sale detrás de su amiga a toda velocidad. El neumático del chico es muy rápido y pronto alcanza a Tina. Entonces, con un estallido muy fuerte, el neumático se revienta y Tom aterriza en la nieve. Su compañera se ríe y dice:
—Ven, vayamos juntos en mi trineo, de todas formas es más divertido.S. St.
17 de enero
Un detective en la nieve
—Un tiempo perfecto para buscar huellas —anuncia Félix por la mañana al ver el jardín nevado.
Saca el libro gordo de animales, se pone la chaqueta, se calza las botas de goma del abuelo y sale afuera. Su hermana Lisa lo acompaña.
En la nieve recién caída, descubren muchas huellas, sobre todo debajo de la pajarera.
El niño pasa las páginas del libro con mucho interés.
—Esto han sido herrerillos —le explica a su hermana.
Junto al garaje encuentran las huellas de otros animales. El chico concluye:
—Aquí, el gato ha cazado un ratón.
Entonces, sigue caminando por la nieve.
Después de haber dado la vuelta a toda la casa, Félix se detiene de repente.
—Fíjate en esas huellas tan grandes —susurra al tiempo que señala, asustado, hacia las pisadas en la nieve—. Tiene que haber sido un hombre de las nieves.
Lisa se ríe y señala hacia los pies de su hermano.
—¡Si no son más que las pisadas de las botas del abuelo, señor detective!S. St.
18 de enero
La bruja desmemoriada
La bruja Ludmila es muy olvidadiza. Hoy quiere preparar su poción mágica.
Para ello, ya ha abierto el libro de brujería y está buscando sus gafas. No las encuentra sobre su nariz, ni en la estantería, ni entre las ranas secas, ni encima de la mesa ni en el frigorífico.
—¿Qué estás buscando? —grazna el cuervo Ayax.
—¡No me molestes, pajarraco! He de concentrarme. ¿Estarán en la bota izquierda? Tampoco.
—Vamos, dime lo que estás buscando —dice el pájaro mientras aletea hasta la mesa.
—¡Chiss! —responde la bruja Ludmila—. Seguro que enseguida me acuerdo.
Trata de recordar cuándo se puso las gafas por última vez. ¿Fue al planchar? No. ¿Al recoger arañas? No, tampoco.
—¡Dime de una vez lo que buscas!
Ayax está que trina.
—¡Mis gafas, cuervo insoportable!
Ludmila le lanza una mirada malhumorada. El ave se ríe y vuela hasta su hombro.
—Si no llevas gafas, bruja desmemoriada.
Ludmila