Aristócrata a su pesar: Aristócratas (2)
4.5/5
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About this ebook
Lucan St Claire se negaba a aceptar el título maldito de decimoquinto duque de Stourbridge. No quería saber nada de su herencia familiar, que incluía una mansión magnífica en Gloucestershire.
Por eso, cuando se vio obligado a ocupar el puesto que le correspondía en su familia, se llevó con él a su nueva y preciosa secretaria, Lexie Hamilton. A fin de cuentas, iba a necesitar mucha distracción.
Pero Lucan no sabía que su secretaria temporal no era exactamente lo que parecía…
Carole Mortimer
Carole Mortimer was born in England, the youngest of three children. She began writing in 1978, and has now written over one hundred and seventy books for Harlequin Mills and Boon®. Carole has six sons, Matthew, Joshua, Timothy, Michael, David and Peter. She says, ‘I’m happily married to Peter senior; we’re best friends as well as lovers, which is probably the best recipe for a successful relationship. We live in a lovely part of England.’
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Aristócrata a su pesar - Carole Mortimer
Capítulo 1
LUCAN St Claire estaba de pie, frunciendo el ceño ante el enorme ventanal de su despacho, situado en el décimo piso de la sede de St Claire Corporation.
Era una mañana gélida de enero; la temperatura del exterior era de varios grados bajo cero, pero Lucan había llegado al despacho a las seis porque, durante las largas vacaciones de Navidad, se había acumulado mucho trabajo.
O al menos, eso fue lo que se dijo a sí mismo.
En realidad, el trabajo atrasado no tenía nada que ver. Se había presentado a primera hora porque ardía en deseos de volver a la normalidad tras haber pasado la Navidad en Edimburgo, en la casa de su madre, y de haber asistido después, en Nochevieja, a la boda de uno de sus dos hermanos.
Lucan comprendía los motivos de Jordan y Stephanie para casarse en Mulberry Hall, la mansión de su familia en el condado de Gloucestershire; a fin de cuentas, se habían conocido allí. Pero en cuanto pudo, se excusó y se marchó a Klosters para esquiar durante unos días.
–Feliz año nuevo, señor St Claire.
Al oír la voz, Lucan se giró y miró a la joven que acababa de entrar, procedente del despacho contiguo, el de su secretaria. Sin embargo, aquella joven no era su secretaria. De hecho, no la había visto nunca.
Era esbelta, tenía alrededor de veinticinco años y medía algo más de un metro sesenta. El traje de color negro y la blusa blanca que llevaba no restaban ni un ápice al efecto apasionado y rebelde de su larga melena, de color negro azabache, que le caía sobre los hombros y sobre la espalda. Sus ojos eran azules; su nariz, pequeña y maravillosamente recta y sus labios, grandes y sensuales.
Aquellos labios le gustaron tanto que tuvo una visión de cuerpos desnudos. Fue toda una sorpresa para él. Tenía fama de ser tan implacable y contenido en la cama como en las reuniones de negocios.
Sin embargo, la joven de cabello negro le pareció tan bella que, en ese momento, no se sintió precisamente implacable.
Frunció el ceño y preguntó:
–¿Quién diablos es usted?
En otras circunstancias, Lexie casi habría sentido lástima del hombre que la miraba con el ceño fruncido. Pero Lucan St Claire se lo había buscado.
Quizás, si no hubiera sido tan frío, tan distante y tan incapaz de relacionarse con las personas que trabajaban para él, su secretaria no habría tomado la decisión de dejar el trabajo en Nochebuena.
Quizás.
Porque Lexie tenía la sospecha de que el interés de Jessica Brown por Lucan St Claire no era exclusivamente profesional, y de que la falta de interés del propio Lucan, o su incapacidad para sentirse interesado por nadie, había sido el motivo de que su secretaria se marchara de una forma tan repentina.
Lexie caminó hasta la imponente mesa de roble, consciente del poder que emanaba de Lucan y de lo bien que le quedaban el traje de color gris oscuro, la camisa de color gris claro y la corbata meticulosamente anudada, de un tono parecido al traje.
Mientras avanzaba, pensó que además de ser alto y de estar impecablemente vestido, aquel hombre tenía una belleza verdaderamente aristocrática. Sin embargo, también pensó que el corte de su cabello, casi negro, era demasiado corto; y que la expresión de sus ojos enigmáticos, de su nariz larga y altiva, de sus labios bien dibujados y de su barbilla recta era demasiado arrogante para resultar atractiva.
Pero a Lexie no le sorprendió. Al fin y al cabo, nunca había encontrado nada atractivo en ningún miembro de la familia St Claire.
–Me llamo Lexie Hamilton, señor St Claire. Soy su secretaria temporal.
Él entrecerró los ojos.
–¿Mi secretaria temporal? Discúlpeme, pero ni siquiera sabía que necesitara una secretaria temporal –afirmó.
Ella sonrió con ironía.
–Su ex secretaria llamó a mi agencia en Nochebuena y pidió que le enviáramos una secretaria temporal para que la sustituya hasta que contrate a una fija –explicó Lexie–. Desgraciadamente, la fija no podrá venir hasta dentro de tres días.
Lucan St Claire se la quedó mirando con asombro. Y tenía motivos para ello, aunque no sabía hasta qué punto.
Antes de presentarse en su despacho, Lexie ya había decidido que la curiosidad que siempre había sentido por la familia St Claire debía tener un límite. Los tres días que había mencionado eran los tres días que necesitaba para confirmar todas las cosas malas que opinaba sobre los St Claire.
Pero, en ese momento, se dijo que tres minutos habrían sido más que suficientes. Por el aspecto de aquel hombre, era evidente que se creía un ser superior.
–¿Y se puede saber por qué hizo eso mi secretaria, Jennifer?
Esta vez fue Lexie quien frunció el ceño.
–¿Jennifer? Creía que su secretaria se llamaba Jessica.
–Jennifer, Jessica… qué importa –dijo él, irritado–. Si es verdad que ha dejado el trabajo, su nombre carece de importancia.
Ella volvió a sonreír.
–¡Quién sabe! Puede que no hubiera dejado el trabajo si usted hubiera sido capaz de recordar su nombre.
Lucan empezó a perder la paciencia.
–Cuando quiera conocer su opinión, se la pediré –bramó.
–Me limitaba a puntualizar que…
–A puntualizar algo que no es asunto de una empleada temporal –la interrumpió.
–No, supongo que no. Discúlpeme.
Él asintió, dando por buena su disculpa.
–Y dígame, señorita Hamilton, ¿por qué se marchó mi secretaria de un modo tan poco profesional?
Lexie se encogió de hombros.
–No estoy segura. Sólo sé lo que mencionó de pasada a uno de mis compañeros de la agencia. Dijo que se hartó definitivamente al ver que usted no le enviaba no ya un regalo de Navidad, sino una simple tarjeta de felicitación.
–¿Una tarjeta? Recibió una paga extraordinaria de Navidad, como el resto de los trabajadores de la empresa.
–Imagino que se refería a una tarjeta personal; a un detalle personal.
–¿Por qué diablos quería algo así? –preguntó, perplejo.
–Bueno, tengo entendido que es lo habitual cuando se es jefe inmediato de alguien; pero como bien ha dicho, no es asunto mío. He entrado en su despacho porque creí que no había llegado todavía… pero acaba de recibir una llamada que parece importante. He anotado todos los detalles.
Lexie le dio un papel.
Lucan lo miró, lo leyó y lo aplastó con la mano.
John Barton, el encargado de Mulberry Hall, le informaba de que el deshielo de la nieve había causado daños en el ala oeste de la mansión. Daños que, desde su punto de vista, exigían de la atención personal de Lucan.
Él era el mayor de los tres hermanos St Claire y había heredado Mulberry Hall tras la muerte de su padre, acaecida ocho años atrás; pero la había visitado muy pocas veces desde que su padre y su madre se divorciaron y no sentía el menor deseo de volver allí.
Mulberry Hall había sido el hogar feliz de los once primeros años de los treinta y seis que tenía. Por entonces, ni sus hermanos ni él podían imaginar que el matrimonio de sus padres no era tan perfecto como creían. Su padre tenía una aventura con una viuda que vivía en una de las casas de las tierras de los St Claire. Su madre, Molly, lo sabía de sobra; pero su desdicha había estallado hacía veinticinco años. Y cuando estalló, se divorció, se marchó a Escocia y se llevó a sus tres hijos con ella.
Lucan había tenido que hacer un esfuerzo sobrehumano para volver a Mulberry Hill con ocasión de la boda de Jordan y Stephanie. Un esfuerzo parecido al de Molly y al de su hermano Gideon, porque aquella casa estaba llena de malos recuerdos.
Sacudió la cabeza y volvió a pensar en el mensaje de Barton. Decía que los daños se habían producido en el ala oeste, justo donde estaba el pasillo de los cuadros, entre los que destacaba el retrato del anterior duque de Stourbridge, Alexander St Claire, el padre de Lucan. Y ese retrato tenía un detalle que le disgustaba especialmente: demostraba que, de los tres hermanos, él era quien más se parecía a Alexander.
–Por el tono de voz del señor Barton, me ha parecido que era un asunto de urgencia –comentó Lexie.
–Eso tendré que decidirlo yo, ¿no le parece?
Lexie hizo caso omiso del comentario.
–Puede que ya sea demasiado tarde para anular su cita de las diez, pero si está pensando en marcharse, podría anular sus compromisos de los próximos días y…
–Créame, señorita Hamilton; no le gustará saber lo que estoy pensando –dijo con dureza–. Quiero hablar con la persona que esté a cargo en su agencia de trabajo.
–¿Por qué?
Lucan arqueó las cejas.
–No estoy acostumbrado a que se cuestionen mis decisiones.
Lexie comprendió lo que quería decir en realidad, que una empleada temporal no tenía derecho a formular preguntas. Pero casualmente, la persona que estaba a cargo de Premier Personnel, su agencia de trabajo, era ella misma. Los verdaderos dueños, sus padres, se habían embarcado en un crucero de tres semanas de duración y ni siquiera sabían que la secretaria de Lucan St Claire había llamado en Nochebuena para pedir una sustituta.
En su momento, Lexie se había dicho a sí misma que no les había informado porque no les quería estropear las vacaciones por el procedimiento de mencionar a los St Claire. Se lo había dicho a sí misma, pero no era la verdad.
Cuando recibió la llamada de la secretaria, se quedó tan asombrada que sólo fue capaz de anotar los detalles, de tranquilizar a Jessica Brown y de asegurarle que Premier Personnel solucionaría su problema.
Sin embargo, tras colgar el teléfono, Lexie se dio cuenta de que aquel empleo tenía un montón de posibilidades.
Además de estar cualificada para el trabajo, sabía que enero era un mes tranquilo en Premier Personnel y que no pasaría nada si se ausentaba. Sólo iban a ser tres días. Nada más que tres días. Que podría dedicar a observar a Lucan St Claire, el poderoso e implacable propietario de St Claire Corporation.
Se puso tan recta como pudo sobre sus tacones de seis centímetros y declaró:
–Le aseguro que soy perfectamente capaz de desempeñar este trabajo durante tres días, señor St Claire.
Él la miró con frialdad.
–Yo no he puesto en duda sus habilidades –se defendió.
Ella se ruborizó ligeramente.
–No, no las ha puesto en duda de forma explícita, pero