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18 Ruedas
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18 Ruedas

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About this ebook

Yumah Gresi, audaz e inteligente joven de diecisiete años de edad quien tiene un impresionante potencial para lograr todos sus objetivos.
Después de tener una confrontación con su madre, Yumah decide irse con su mejor amigo Asimilo Cardumen, de veintiún años, quien es un genio en las computadoras. Él tiene un amor platónico por ella, o tal vez sea su timidez que no lo deja actuar como quisiera. Sin embargo él tiene un gran respeto por esa chica.
El padre de Yumah trabaja como trailero, y en su afán por llegar a casa, se dispone a manejar sin descansar para reunirse con su familia. Cuando llega al puente Solidaridad, se encuentra en medio de un secuestro en acción y es tomado como rehén junto con la joven.
Por otro lado, la señora Lidia Gresi siente remordimiento por el pleito con su hija. Ella visita a su mejor amiga Aglaía Láez con el propósito de encontrar a Yumah. Sin embargo, lo que descubre la lleva, no solo a perder las esperanzas de encontrar a su hija, sino que también termina con sus días de libertad.
Más adelante, Yumah recibe un mensaje de texto. El mensaje es abstracto y solo contiene tres números, sin ninguna instrucción, pero Yumah sabe lo que significa el mensaje y eso hace que su corazón comience a latir con fuerza desmedida.
Posteriormente, la joven Gresi descubre que su madre está tras las rejas... Lo que es peor aún, es que ella no sabe que eso es solo el comienzo de sus desgracias.
Yumah decide embarcarse en las oscuras sombras llenas de criminales asesinos. Ella sabe que, de ahora en adelante, sus acciones determinarán si sus padres se mantienen vivos. La joven también se da cuenta de que no puede confiar en la ley y que solo sus decisiones harán la diferencia.
Asimilo pondrá a prueba su amor por Yumah y se unirá a ella en una aventura llena de incertidumbre, adrenalina, y valor. Todas las dotes físicas, fuerza intelectual, y habilidades que ellos posean, serán puestas a prueba en su lucha por librar a los Gresi de una suerte incierta, y de un amenazador y fatal destino.

LanguageEspañol
PublisherZyanya
Release dateFeb 17, 2016
ISBN9786070096617
18 Ruedas
Author

Zyanya

Nací en el estado de Chihuahua. Un lugar hermoso por naturaleza, donde crecí al lado de mi madre y hermanos, teniendo la enseñanza y responsabilidad del trabajo bien hecho.Mis sueños fueron; tener una familia, tocar el piano, y escribir, dejando así plasmadas las ideas aventureras de mi mente.Con el correr de los años fui realizando cada uno de mis sueños. Primero fue el aprender a tocar el piano. Segundo, fue tener una familia, y después de quedar viuda, empecé a trabajar en una red de mercadeo, la cual me ayudó a sacar adelante a mi familia.Ahora que ya crecieron mis hijos, me puse a trabajar en el sueño que me faltaba, y como resultado, aquí les presento “Atrapada en el olvido.”

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    18 Ruedas - Zyanya

    Nací en el estado de Chihuahua. Un lugar hermoso por naturaleza, donde crecí al lado de mi madre y hermanos, teniendo la enseñanza y responsabilidad del trabajo bien hecho.

    Mis sueños fueron; tener una familia, tocar el piano, y escribir, dejando así plasmadas las ideas aventureras de mi mente.

    Con el correr de los años, fui realizando cada uno de mis sueños. Primero, fue el aprender a tocar el piano. Segundo, fue tener una familia, y después de quedar viuda, empecé a trabajar en una red de mercadeo, la cual me ayudó a sacar adelante a mi familia.

    Ahora que ya crecieron mis hijos, me puse a trabajar en el sueño que me faltaba, y como resultado, aquí les presento mis novelas.

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    PUBLICACIONES DEL AUTOR

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    18 Ruedas

    (May/2013)

    La vida de tus padres está en peligro. ¿Qué tanto estarías dispuesta a arriesgarte para salvarlos?

    Atrapada En El Olvido.

    (Abr/2014)

    Una mujer sin memoria, un policía dolido, y un marinero enamorado, se unen para encontrar el principio de la historia.

    El Cuarto Amigo.

    (Jul/2014)

    Por una mujer abandonó a sus amigos, y por una mujer volverá a encontrarse con ellos, en una aventura explosiva y llena de emociones.

    Hasta El Amanecer.

    (Oct/2014)

    Una jornada que nadie quiso comenzar, pero que todos ansiaron llegar con vida… hasta el amanecer

    Draco Alerta Menor.

    (Jul/2015)

    Un asesino a sueldo, una misión misteriosamente fácil, un objetivo tiernamente inaceptable. Ahora, su objetivo se convertirá en su mayor prioridad.

    *** CAPITULO UNO ***

    El camionero

    La noche fría de otoño cubría el vasto estacionamiento donde alrededor de veinte camiones semais descansaban de sus largas travesías. El ruido de los motores diésel coreaba en el ambiente como imitando los sonidos de una sinfónica efectuando un laborioso ensayo. Los tracto camiones se mantuvieron encendidos produciendo calor dentro de sus cabinas dando cobijo y descanso a sus tripulantes, quienes solo deseaban pegar sus pestañas por unas horas para recuperar su sueño entrañable y continuar con su responsabilidad diaria.

    Las primeras horas de la madrugada habían pasado siendo acompañadas por el fluir del viento del Este. La estación de servicio se encontraba abierta, ofreciendo a los camioneros su extensa variedad de aperitivos, golosinas, y comida caliente. Muchos de los choferes habían decidido quedarse a descansar en la noche. Sin embargo, otros tomaron la alternativa, pues el continuar manejando significaría más dinero en sus bolsillos y así poder alimentar las bocas de los que esperan en casa.

    El lugar no era muy amplio, pero sí bastante seguro. Se encontraba localizado en las afueras de Altamirano, Arcelia, Guerrero. Dicha ciudad está situada en la zona más caliente del estado, la cual integra la región llamada Tierra Caliente, y es conocida cariñosamente por sus habitantes como la bella morena novia del sol.

    Un sinfín de estrellas acompañaban a la luna menguante en el claro firmamento, que vistas desde ese lugar en la tierra, daba la impresión de poder levantar la mano y acariciar cada punto brillante por lo cerca que se apreciaban. Era un gran espectáculo, digno de admirarse en esa parte del país.

    Había un sordo y solitario ambiente en el aparcadero, donde el ronronear de los motores diésel se elevaba como el croar de ranas fusionándose en el silencio. De pronto, se escuchó un caminar pesado sobre el suelo alfombrado de grava iluminada con el primer brillo del alba. Las gastadas y polvorientas botas vaqueras Cuadra de cocodrilo se dirigían hacia un camión semais Freightliner azul, con caja seca Great Danes de cincuenta y tres pies de largo.

    El viandante llevaba consigo una bolsa de papel, conteniendo su almuerzo que constaba de una torta de jamón con rajas de chile jalapeño, una bolsa de papas fritas, y un refresco de cola.

    Clemus Gresi, el personaje de las Cuadra, era un hombre de carácter sencillo, de 48 años de edad, y estatura promedio. Llevaba puesto un pantalón de mezclilla gastado de color azul que le daba la apariencia de ser un vaquero del mero norte. Mas su playera polo verde pálido y su gorra de béisbol del mismo tono que el pantalón, con las iniciales CLYT sobre la parte frontal de la visera, lo delataban como un sencillo chofer de camión de carga.

    Gresi consideraba su cachucha azul, como un amuleto de buena suerte. Las iniciales en ella significaban los nombres de los miembros de su familia: Clemus, Lidia su esposa, Yumah su hija, y hasta la T de su perro Timo.

    Apoyando su bota en el escalón junto al tanque de combustible, y utilizando su mano libre, Clemus Gresi se aferró del asa de cromo, y de un movimiento ensayado se catapultó hacia adentro de la cabina quedando sentado a la perfección frente al volante. Tomó un manojo de llaves del bolsillo de su pantalón vaquero de las cuales pendía una paca miniatura de algodón que le recordaba a su querida tierra coahuilense, y las insertó en la ranura del encendido.

    Sentado en su cómodo sillón de piel color maní, Clemus depositó su almuerzo sobre la consola saliente a su derecha, y llevando su mano hacia la llave en el encendido, la giró en dirección de las manecillas del reloj. El tablero se iluminó de un color amarillo-naranja fluorescente y las agujas de medición brincaron súbitamente en posición. Los ojos cafés del viajero divagaron expectantes hacia cada marcador redondo, revisando que todo estuviese en orden, que los medidores funcionaran en su totalidad y con precisión.

    Al instante, el motor diésel Detroit DD S-60 de 470 caballos de fuerza volvió a la vida rugiendo con vigor sobrado, y mientras la máquina revolucionaba calentándose, el de la gorra azul tomó una mochila verde del asiento del pasajero y extrajo un disco compacto del grupo "Los Ases del Momento." Lo introdujo en la ranura del estéreo Pioneer, escogió la melodía número seis, "Toda la Noche Hasta Llegar," compuesta por un camionero retirado, presionó el botón de reproducir, y ajustó el volumen.

    En cuestión de segundos, el sonido del acordeón emergió por los poderosos altoparlantes seguido por el resto de los instrumentos musicales. La canción comenzó a resonar por toda la cabina, y en ese instante, Clemus se dio a la tarea de inspeccionar el vehículo de carga antes de comenzar su jornada del día.

    "Las horas pasaban y yo no dormía,

    Meneaba la palanca de la transmisión,

    Esos diez cambios de extrema valentía,

    Daban la esperanza de no resignación."

    El hombre se acomodó la gorra azul, ajustó el sillón presionando los botones de aire, tomó un cuaderno del compartimiento arriba de su cabeza, y vació en él todos los pendientes de su ocupado pensamiento.

    "La noche moría, más yo en casa pensaba,

    Me sentía seguro como sobre un riel,

    Mi choza querida, mi mujer amada,

    Mis hijos inquietos, y mi perro fiel."

    Gresi lanzó el cuaderno sobre el tablero, y tomando un garrote de unos treinta y ocho centímetros en forma de palo de bateo, se bajó del camión. Se desplazó rodeando el tractor y el tráiler golpeando cada una de las dieciocho ruedas con el madero, revisando que todas tuviesen aire. Al mismo tiempo, se fijó que todos sus marcadores exteriores luminosos estuviesen completos y encendidos. Entonces, miró al cielo y le sonrió a la luna manchada, como dándole gracias por el tranquilo amanecer, porque tenía salud, vida, y no existía contratiempo alguno hasta ese momento.

    "Mientras manejaba, soñaba despierto,

    La noche era harta, mis ojos querían el día,

    Pero no importaba, yo no estaba incierto,

    Mi casa en la playa ver yo podía."

    De vuelta en la cabina, el de la gorra de la buena suerte miró su reloj. 3:16am. Buena hora para comenzar su jornada de regreso a casa. La carga estaba destinada hacia el mercado de abastos en el corazón de la ciudad de Gómez Palacio, Durango. Ciudad vecina de donde él vivía. Clemus le subió el volumen a la radio y con su otra mano presionó las dos válvulas en el tablero a su derecha, liberando el aire a todo el sistema.

    "Sin carga en la troca volando pasaba,

    El sueño en mis ojos los pegaba como miel,

    Mi choza querida, mi mujer amada,

    Mis hijos inquietos, y mi perro fiel."

    Clemus Gresi puso la transmisión en cambio con un ligero sonido al engranar, y acelerando abandonó el aparcadero que una vez le sirvió para descansar. En la oscura carretera el camión azul se alejó dejando una estela de humo a su espalda formando una aureola de sabio, iluminada por aquella luna errante.

    *** CAPITULO DOS ***

    La A.F.E.

    Las radiales Firestone del Dodge Charger negro zumbaron al recorrer la calle paseo del tecnológico en la ciudad de Torreón, Coahuila, a gran velocidad. El auto negro con vidrios polarizados se dirigía hacia el Este a toda prisa, siendo conducido por el agente especial Geber Alvizo. El agente llevaba sus manos aferradas al volante, pues a esa aceleración se tenían que tomar todas las precauciones debidas para no provocar un accidente innecesario. Geber había escuchado un llamado de estrés por la radio y sin perder tiempo atendió el aviso.

    Geber Alvizo pertenecía a la AFE, (Agencia de Fuerzas Especiales). Él junto con su grupo había dedicado treinta y tres meses de ardua investigación en cuanto a una serie de asesinatos, los cuales tenían una peculiaridad alarmante, ya que su autor, de nombre Lao Sotur, secuestraba a personas dentro del ámbito político. Sotur torturaba a sus víctimas y las asesinaba de tal manera que en la mayoría de los casos eran difíciles de identificar, pues las mutilaba esparciendo el cadáver destrozado por diversos lugares recónditos dificultando el trabajo policial y forense.

    Algo que fastidiaba a los investigadores policíacos, era que Sotur se daba el lujo de dejarles pistas para que recolectaran algunas partes del cuerpo desmembrado como convirtiéndolo en un rompecabezas humano. De esa manera había estado retado a las autoridades encargadas de la investigación. Era como si les estuviese diciendo: atrápenme si pueden.

    La prensa, al conocer la clase de delitos que ese hombre era capaz de cometer, con toda intensión lo habían apodado el "poli-asesino", y siempre hacían mención de la sonrisa cínica que había puesto cuando fue liberado de la prisión. Solo un tipo tan ruin como Lao Sotur podría sonreír luego de perpetrar crímenes tan satánicos y crueles. El caso contra Sotur se había desplomado por falta de evidencias. Otros llegaron a concluir que la falta de preparación y el mal manejo del caso influyeron en la libertad de uno de los asesinos más buscados del país.

    El Charger arribó sobre las lomas del Norte deslizándose en la vereda terrosa acompañado de una nube de polvo que prácticamente hizo desaparecer al auto. El terreno era rojizo y desolado, y se encontraba en las afueras al Este de la ciudad.

    Faltaba poco para que el sol dejara de ofrecer sus calientes rayos primaverales del día, y mientras más se acercaba a su crepúsculo, más adornaba el firmamento con ese rasgado colorido en rosado sobre las montañas del Oeste.

    Alvizo abandonó el vehículo tan rápido como pudo dejando la puerta del chofer abierta. Los demás integrantes de su equipo ya estaban sitiando el lugar en espera de instrucciones para proceder.

    No lo puedo creer, Jefe, dijo el recién llegado. ¿Estamos completamente seguros de que se trata de nuestro hombre? Había incredulidad en el tono de voz de Alvizo, pero al mismo tiempo existía algo de emotividad.

    Este es el producto del perfil que hicimos de este individuo, proporcionó Soricio Mitola, Jefe y capitán de la AFE. Un hombre de 46 años de edad, pero de firme complexión. Como parte de su personalidad, su voz era decisiva y sus gestos siempre preocupados. Por lo regular vestía saco deportivo y pantalón de mezclilla. Medía 1.80 de altura y tenía el cabello entrecano, dándole una apariencia muy varonil y madura. Solo era cuestión de tiempo para dar con él, continuó el jefe, y tal como supusimos, con su última víctima cometió el error que habíamos estado esperado. De esa manera, por fin le pudimos tomar la delantera.

    ¿Volvió a usar uno de sus métodos?

    No solo eso. Revivió su primer crimen.

    ¿Una joven estudiante? Suspiró Geber.

    Mitola asintió con la cabeza absorbiendo con fuerza el cigarrillo en su mano.

    Estudiante de política, estoy seguro, dijo Alvizo con voz débil. Que pena. Lo siento por la chica, y… por su familia.

    Todos lo sentimos, pero no estuvo en nuestras manos evitarlo. Sin embargo, en lo que nos podemos comprometer, ahora que lo tenemos en la mira, es… hacer justicia por todas esas personas a las que él les quitó la vida. Sentenció el capitán con determinación.

    ¿Cómo dieron con él?

    Tal y como lo describiste en tu perfil, Geber. Confiábamos en que repetiría uno de sus crímenes. Nos dispersamos por todos los lugares donde creímos que diseminaría los restos, lo cual dio buenos frutos. Fue el agente especial Dilón quien lo observó depositar una bolsa de basura negra en un contenedor de metal tras un restaurante. Al examinarla, contenía un dorso que luego fue identificado como el de la chica desaparecida ya que contenía marcas peculiares. Fue entonces que comenzó la persecución conduciéndonos hasta aquí.

    ¿Qué esperamos? Alvizo deseaba entrar en acción.

    Los federales se enteraron del operativo, declaró el jefe.

    ¿Y?

    Reclamaron jurisdicción. Ya vienen en camino.

    ¡Al diablo con ellos! Brincó Geber con cierta molestia. Debemos actuar antes de que escape ese maníaco.

    Recuerda que se trata de asesinatos de índole político. El gobernador le dio prioridad al Estado. Nosotros actuaremos como respaldo.

    O sea que nosotros hacemos todo el trabajo pesado y ellos se llevan la gloria. Que conveniente. Geber se dirigió a su auto, tomó su radio portátil, unos prismáticos, y comenzó a dirigirse a donde sus compañeros se encontraban haciendo guardia.

    No pienses en hacer algo extraño, Geber. Ya no es nuestro problema, le sugirió Mitola al verlo irse, mas Geber no se molestó en contestar, continuando su camino.

    El paraje era escueto, llano, rocoso, y terroso. Pocos árboles y arbustos sombreaban el terreno. Había una estructura de tamaño mediano, de madera despostillada, con grandes ventanales al frente, en un vasto lote empalizado mezquinamente con postes rústicos con alambre de púas. Al Norte había una serie de colinas no muy elevadas por donde parecía ser el único acceso por auto. Al lado Este de la pequeña cabaña, se encontraba erguida una construcción de aproximadamente seis por ocho metros, posiblemente usada como cuarto de herramientas o de cachivaches.

    A una distancia considerable de ese lugar, se encontraban ocultos los integrantes de la AFE tras rocas, árboles y arbustos.

    ¿Cómo estamos, Robi? Llegó Geber saludando a Robinson Morovis, uno de sus compañeros, acomodándose de inmediato tras una roca.

    Haciendo guardia, Geber. A decir verdad, no sé por qué tenemos que esperar a los federales, renegó Robi. No sabemos que estará tramando ese tipo ahí adentro. Seguramente su escape, sobre todo si ya se percató de nuestra presencia.

    Pura política, ya sabes, siempre quieren salir en primera plana.

    ¿Y tú, que vas a hacer?

    ¿Cómo que qué voy a hacer? Esperar como todos, supongo, respondió Geber malhumorado al tiempo que observó a través de los catalejos.

    Te conozco muy bien, Geber, dijo Morovis con seguridad. Eres peor que un adolescente súper-hiperactivo. No te puedes quedar quieto en un solo lugar, y menos esperando con los brazos cruzados.

    Tienes razón, dijo Alvizo retirándose los prismáticos de sus ojos, volteando hacia su compañero. Me conoces bien. Y enseguida comenzó a desplazarse hacia su auto.

    ¿Que vas a hacer? Exclamó Robinson en un fuerte susurro, más no recibió respuesta alguna.

    Geber Alvizo era un hombre de 39 años, de tez morena clara, con 1.78 metros de estatura y cuerpo delgado, pero atleta. Era de carácter serio, tal vez debido a su profesión, pero le gustaba bromear cuando la ocasión se lo permitía.

    Alvizo se encontraba con el cuerpo inclinado en la parte trasera del Charger, observando un mapa extendido sobre la superficie plana de la cajuela. Estudiaba minuciosamente el predio en toda su extensión, observando cada rincón del área circunvecina por posibles rutas de escape o de escondite.

    De pronto, el ruido resonante de motores acelerados llamó su atención haciéndolo voltear de súbito sobre su hombro a su espalda. Ocho vehículos blanco y negro bajaron por la colina siguiendo la vereda terrosa. Los autos pasaron junto a él levantando una gran nube de polvo.

    ¡Pero qué demonios! Exclamó Alvizo arrugando su rostro. Aguzó sus ojos color miel al ver el convoy de autos federales con los códigos encendidos.

    Soricio Mitola dijo entre dientes. ¿Qué pretenden hacer?... ¿Espantar al enemigo, o ponerlo de sobre aviso?

    De pronto, un noveno auto-patrulla se detuvo frente al jefe de la AFE. Un hombre de edad media, bastante robusto, con una gorra caqui, y con antiparras oscuras, salió del vehículo. ¿Agente especial Mitola? Dijo el recién llegado extendiendo su mano.

    Soricio se aproximó en silencio y saludó al hombre frente a él.

    Soy el sargento primero, Gertrudis Montero, a cargo de este operativo. Agradezco su colaboración. La voz del sargento era bastante ronca, posiblemente por el mucho fumar.

    Seguramente vas a ser el que recibirá la placa de heroísmo. Clávatela en el trasero, quiso manifestar Soricio, pero decidió decir: Hola, sargento Montero, soy el capitán Mitola. Para eso estamos, para apoyar la ley.

    Puede retirar a sus hombres, tomaremos el mando desde aquí. El sargento mostró su amplia y sarcástica sonrisa.

    Geber Alvizo había estado escuchando la conversación entre los dos líderes, y para no hacer más bilis, se dio la media vuelta volviéndose a su mapa sobre el capó del vehículo.

    *** CAPITULO TRES ***

    La cabaña

    Los auto-patrullas entraron al terreno deteniéndose frente a la cabaña a unos quince metros de distancia. Los dieciséis federales abandonaron como de rayo sus autos acomodándose tras los mismos, utilizándolos como parapetos. Todos los policías desenfundaron sus armas apuntándolas hacia la construcción poniendo sus cuerpos tensos ante tal situación.

    Prontamente, un policía chaparro y orejón, haciendo uso de un megáfono demandó. ¡Lao Sotur, somos de la Policía Federal, estás rodeado!… ¡Sal con las manos en alto!

    Hubo un silencio atroz.

    El del megáfono hizo un segundo, y hasta un tercer llamado, obteniendo los mismos resultados.

    Arriba en la colina se encontraban Mitola y Geber Alvizo observando toda la acción que se estaba llevando a cabo abajo en el valle. El sargento Montero ya se había reunido con su grupo allá abajo.

    ¿Qué tal si tiene un rehén con él? inquirió Geber con voz serena desde su auto.

    Mitola lo volteó a ver y sonriendo pícaramente comentó. Entonces, eso asegurará un gran encabezado en las esquelas de mañana.

    ¡Lao! Se escuchó por el megáfono a la distancia. ¡Tienes un minuto para entregarte voluntariamente o de lo contrario utilizaremos la fuerza! En esa ocasión fue el sargento mismo quien efectuó la demanda.

    Los integrantes de la AFE se despidieron de su jefe subiéndose a sus respectivos vehículos, retirándose del lugar, quedando únicamente Alvizo y su jefe sobre la colina. No obstante, ellos también se pusieron a hacer arreglos para marcharse.

    El segundero recorrió trescientos sesenta grados, el tiempo de espera se había agotado. Soricio y Geber dirigieron sus miradas atónitas hacia el terreno, donde tres policías se dirigieron hacia el inmueble con pasos desidiosos.

    Era la mentada hora cero donde el sol se coloca muy al poniente, opacando en gran manera la visibilidad de las personas viendo hacia el Oeste.

    La triada de policías llegó hasta el porche de madera. Los escalones se encontraban en mal estado, y varios estaban despostillados y rotos. En ese instante, la puerta frontal se abrió de repente haciendo que todos los hombres de la ley se pusieran en guardia, especialmente los tres al pie del porche, que de un sobresalto inquietante y angustioso, se detuvieron de sopetón, desenfundaron sus armas, y observaron expectantes.

    Una figura humana apareció en el umbral vistiendo una chamarra de algodón color café, con la caperuza cubriéndole la cabeza.

    ¡Alto! Demandó uno de los policías. ¡Levanta las manos y voltéate!.

    El personaje obedeció al llamado, se veía temeroso, y con nerviosismo se volvió quedando con la mirada hacia la puerta.

    A la distancia, Alvizo y su jefe observaron a través de los binoculares. Algo no está bien, murmuró Geber sin despegar su vista de los lentes.

    Mitola volteó con su subalterno. ¿Qué es lo que estás pensando? Preguntó en desconcierto.

    O ese rufián está extremadamente asustado y se le acabaron las opciones o…

    Allá abajo, el grupo de asalto se aproximó al personaje de chamarra café, y un policía le forzó las manos hacia atrás de la espalda, poniéndole los grilletes.

    … o les está haciendo creer algo que no es real, declaró Geber con firmeza.

    Otro de los policías se colocó al frente del criminal y de un movimiento brusco con su mano, le retiró la caperuza de la cabeza. ¡Es una mujer! Exclamó el policía con asombro en su voz.

    ¿Una qué? La expresión en el rostro del sargento era de completa frustración. Supo que habían sido burlados.

    Oh, oh, dijo Soricio quien aún observaba la escena desde la colina. Nuestros amigos en verdad se llevaron una gran sorpresa.

    La dama era joven, no pasaba de los veinticinco años. Tenía en la boca un adhesivo gris, y sus lágrimas rodaban abundantemente demacrándole el rostro.

    No temas. Ya estás a salvo, ofreció el policía más alto.

    El oficial trató de quitarle el adhesivo de la boca, pero la joven se puso difícil. Sin embargo, la persistencia del hombre de la ley fue efectiva.

    En cuanto se vio sin adhesivo, la dama exclamó fuertemente y con histeria. ¡Vamos… a morir!

    Todo va a estar bien. Dijo el policía intentando tranquilizarla, pero la mujer insistió.

    Me dijo… sollozó ella, …que si me quitaban… la cinta de la boca… moriríamos.

    Los policías se miraron entre sí con perplejidad.

    Al no poder escuchar la conversación, Geber Alvizo dijo. ¿Qué está ocurriendo? No esperando recibir respuesta.

    De súbito, en la parte trasera de la cabaña, se escuchó el sonido fuerte de un motor. Al mismo instante y sin dar tiempo a reaccionar, otro ruido estruendoso y ensordecedor, proveniente del interior de la construcción, cubrió el ambiente. Fue un estallido estridente, seguido por una llamarada naranja-amarilla la cual se elevó a varios metros sobre el tejado. La construcción se fragmentó y los trozos de madera astillada volaron en todas direcciones.

    La mujer y los tres policías que se encontraban en el pórtico fueron lanzados impetuosamente a gran distancia, sin esperanza alguna de sobrevivir. El resto de los policías cayeron al suelo rodeados de escombros encendidos haciendo rodar sus cuerpos para no ser dañados por el fuego o por los trozos en llamas.

    Aprovechando la conmoción, una Ford Explorer verde y antigua abandonó estrepitosamente el lugar por la parte posterior, haciendo derrapar sus radiales al alejarse. El vehículo deportivo utilitario atravesó el cerco arrastrando postes y alambre de púas por algunos metros, y escondiéndose bajo el polvo, se marchó vereda arriba.

    Al ver la Explorer, el agente especial Alvizo exclamó. ¡Oh, no! Corriendo hacia el Dodge. Esta vez no te vas a escapar, desgraciado.

    ¡Geber! Gritó Mitola tratando de detener a su compañero, mas era tal el afán de Alvizo por atrapar al criminal, que haciendo caso omiso de su jefe, encendió el motor, y pisando a fondo el acelerador se alejó a toda prisa.

    Soricio Mitola tomó su radio y llamó por ayuda, esperanzado en que los federales estuviesen bien, al menos la mayoría. Se subió rápidamente a su auto uniéndose a la persecución.

    Ambos motores V8 rugieron soberbiamente, haciendo la persecución más extrema. La senda escarpada y en desnivel, hizo que los autos despegaran sus neumáticos del suelo en abruptos brincos.

    El Charger negro, con vidrios polarizados, acortó distancia quedando a treinta metros de la Explorer verde. El auto estaba siendo probado al máximo, y Geber lo sabía, pero no estaba dispuesto a dejar escapar a su presa.

    El Chevrolet Malibu azul oscuro aún tenía trecho que recorrer para alcanzarlos, mas Mitola nunca los perdió de vista, siendo su meta principal proteger a su compañero y por ende, atrapar al criminal.

    Por otro lado, en la escena de la explosión, la situación se tornó en un melodrama. La mujer y los tres policías federales habían perdido la vida. Otros cinco oficiales habían resultado heridos, de los cuales, dos se encontraban en condiciones críticas.

    El sargento segundo, Saverio Rolís, se encargó de reorganizar a sus compañeros. Les pidió a tres colegas que tomaran sus auto-patrullas y siguieran al responsable, atrapándolo a toda costa. El resto de los que se encontraban ilesos, atendió a los heridos mientras esperaban la llegada del equipo médico.

    Las ruedas de la Explorer derraparon aventuradamente haciendo un semicírculo al dejar el camino terroso y hacer contacto con el asfalto. Esa carretera lo conduciría a la ciudad de Torreón, Coahuila. De lograrlo, Lao se sentiría más cerca de ser libre.

    Segundos más tarde, el Dodge hizo lo suyo, aunque el conductor maniobró mejor la situación debido a la destreza y entrenamiento que tenía. Más atrás, apareció el Chevrolet, el cual al deslizarse, estuvo a punto de perder el control y salirse de la carretera, pero en esa ocasión, la suerte pareció haber estado del lado del líder. Mitola continuó en su brega por seguir a los autos frente a él, mas no dejó de preocuparse y pensar en el bienestar de su compañero.

    A pesar de que la noche cobijó ese ámbito de la tierra, la persecución, en vez de mermar, cobró más fuerza. Uno en la desesperación por no dejarse atrapar, y los otros dolidos, con rabia de hacerle justicia a sus compañeros y a todas esas inocentes víctimas.

    Los tres vehículos entraron a gran velocidad por la avenida Miguel De La Madrid hacia el Oeste, una calzada bastante concurrida, especialmente a esas horas de la tarde. Pasaron por la colonia San Miguel, y la velocidad continuó en aumento.

    Al Principio, la Explorer verde esquivó a algunos vehículos que se cruzaron en su camino, pero en cuanto pasó por el rótulo con grandes letras en color rojo que daban la bienvenida a Torreón, Lao Sotur perdió sus buenos modales fingidos. Haciendo buen uso del fuerte tumba-burros al frente del deportivo utilitario, se abrió paso enviando hacia los lados en total descontrol a los otros autos. Pronto esa avenida se convirtió en un caos con vehículos descontrolados, golpeándose unos con otros, y saliéndose aparatosamente del camino.

    Tanto para Geber como para Soricio, esa calle se transformó en un juego como de computadora donde la idea principal era librarse de los obstáculos moviéndose frente a ellos. El Malibu así como el Charger, se desplazaron con movimientos zigzagueantes esquivando varias embestidas con etiqueta fatal.

    Las cosas no podían seguir así, muchos inocentes podrían resultar heridos, pensó Alvizo, y en un esfuerzo por dar fin a ese escalofriante acecho, aceleró el auto al máximo adosándose defensa a defensa con la Explorer. Sin perder control de su vehículo, Alvizo desenfundó su Mágnum .44, y utilizando su mano izquierda, que no era su fuerte, apuntó al neumático trasero y disparó.

    La bala atravesó el metal del guardafangos posterior izquierdo perforando el tanque de la gasolina, que por suerte, no hubo chispa que lo hiciera explotar.

    Lao Sotur, al percatarse de las intenciones de su persecutor, viró el volante estrepitosamente con el fin de alejarse del Dodge y hacerle más difícil la maniobra al oficial federal.

    Geber se percató del peligro que representaba el utilizar un arma de fuego, sobre todo si erraba en el blanco. Podría convertirse en una bala perdida y terminar en una persona inocente. Entonces intentó un movimiento frecuentado en persecuciones por policías entrenados, conocida como maniobra de enfrentamiento. Comúnmente usada contra personas ebrias al volante los cuales no tienen la menor intención de detener su vehículo.

    Esa maniobra consiste en golpear con la defensa delantera del auto-patrulla a la trasera del auto del maleante por una de sus extremidades. En ese instante, y con movimientos sumamente calculados, el policía conductor debe virar el volante hacia la derecha o izquierda, haciendo que el otro auto comience a deslizarse perdiendo el control.

    El motor del Dodge Charger volvió a rugir ferozmente acercándose paralelo a la Explorer, la cual venia en el carril izquierdo. Alvizo realizó sus movimientos de una manera rápida para no darle tiempo al otro conductor de reaccionar. Disminuyó un poco la velocidad hasta quedar viendo la defensa trasera del otro auto, y en ese instante se precipitó hacia su flanco izquierdo. El golpe firme impulsó la defensa del vehículo deportivo utilitario causándole un abrupto cambio de rumbo hacia la derecha.

    Sotur no pudo controlar el vehículo, el cual se dirigió estrepitosamente hacia una vasta estación de servicio Pemex. Golpeó contra la banqueta del anuncio verde elevado despegándose del suelo por más de un metro. Enseguida se impactó contra el poste izquierdo que soportaba el letrero doblándolo y partiéndolo en dos pedazos. El anuncio luminoso se desplomó lanzando chispas eléctricas por doquier estallando en mil pedazos. Eso provocó que el pánico albergara en los corazones de las personas que ahí se encontraban.

    La Explorer cayó en el estacionamiento del edificio administrativo de la estación. Fue tal el impacto, que al rebotar en el pavimento, se volcó sobre su flanco izquierdo en piruetas y volteretas, desplazándose contra el edificio blanco.

    Los trabajadores de la estación de servicio que se encontraban en el edificio de dos niveles, al escuchar la conmoción y ver los eventos frente a ellos a través de las ventanas, se llenaron de terror y temieron por sus vidas. La Explorer se impactó contra el ventanal frontal del edificio despedazando vidrio y metales haciéndolos volar por todos lados. Por suerte, no había personal en esa parte de la construcción. La utilitaria terminó con las ruedas mirando hacia el cielo, con hilillos gaseosos formando una nube gris ascendente al cielo.

    El Charger frenó deslizándose en el pavimento, deteniéndose en medio de la avenida haciendo chirriar y humear las cuatro ruedas. Geber se bajó del vehículo dirigiéndose hacia la gasolinera llevando su pistola empuñada en la mano derecha.

    Encontrándose atrapado dentro de la Ford volcada, Lao Sotur, a pesar de sentirse aturdido por el porrazo, reaccionó intentando salir de ahí. Utilizando sus pies, rompió el parabrisas saliendo a gatas por ahí, volteó en todas direcciones, se incorporó, y comenzó a caminar bamboleante y sin rumbo. Su único objetivo era alejarse de ese lugar.

    Sotur presentaba heridas lacerantes en varias partes del cuerpo, especialmente en su rostro. La sangre le corría por las mejillas colorando de carmesí su semblante y cuello, terminando en su camisa verde a cuadros.

    ¡Lao, pon las manos en alto, o te mueres! Llamó Geber Alvizo con voz fuerte y decisiva apuntando su arma. Hubo conmoción entre la gente. Unos corrían alejándose de ahí, pero otros se acercaban atraídos por la curiosidad sin percatarse del peligro real de la situación. Algunos vehículos se detuvieron en la escena bloqueando el paso de los que deseaban continuar su camino. Alvizo nunca retiró su vista del delincuente.

    Sotur, haciendo uso de su buena suerte, de un movimiento veloz, aferró del brazo a una joven que tratando de huir del sitio cruzó frente a él, y sacando una Beretta 9 mm., la recargó en el cráneo de la desesperada mujer, utilizándola como parapeto.

    ¡No lo hagas, Lao! El agente de la AFE se aproximó lenta y calculadoramente.

    ¡Geber! Soricio Mitola llegó a la escena colocándose a la izquierda de Alvizo. Sabía que su compañero estaba decidido a atrapar al forajido, así que también apuntó su revólver hacia el criminal.

    ¡Un paso más de los dos y ella se muere! amenazó el criminal.

    Los dos agentes especiales, conociéndose uno al otro por los años de servicio juntos, se separaron para tener un mejor ángulo de tiro. En ese instante, la voz del sargento Montero se escuchó por la radio, exigiendo novedades.

    Soricio tomó el micrófono y hablando en voz baja dijo. Aquí el agente especial Mitola. Tuvimos un 10-42 pero ahora estamos en un 74.

    ¿Cuál es su 10-20?

    Geber volteó hacia su jefe sin dejar de apuntar su revólver, meneando lentamente su cabeza en negativa.

    Mitola siguió su instinto. "En la México 40. En la estación de servicio Pemex."

    Muy bien, hagan un 10-23 sin un 86 o un 87. Es una orden. Un 38 va en camino.

    Geber hizo un gesto desaprobador.

    Diez-Cuatro. Cambio y fuera, replicó Soricio.

    Alvizo comenzó a caminar hacia delante.

    ¡Geber, detente! Ordenó el mandamás, con voz moderada.

    No, jefe, dijo Alvizo. No voy a cometer el mismo error que antes.

    Es una orden.

    Lao Sotur estaba nervioso, no sabía lo que estaba ocurriendo. Su mirada vaciló de un policía al otro mientras que su brazo apretó con más fuerza al rehén.

    Yo no escuché nada, jefe, dijo el subalterno haciendo una pausa en su caminar, continuó con su mirada fija en el criminal. Mi radio se averió por el accidente y tú no llegaste a tiempo para detenerme.

    Mitola bajó su guardia y caminó hacia su compañero. Geber, no seas terco.

    Alvizo desvió por un instante su mirada hacia su jefe.

    En ese momento Sotur vio una oportunidad. Desvió su Beretta de la cabeza de la chica hacia Soricio Mitola. La traslación fue sorpresiva y todo sucedió como en cámara lenta.

    La joven, al verse liberada de la amenaza del arma, de un movimiento raudo se soltó de su captor. Eso hizo que Sotur vacilara un poco y se tambaleara. Sin embargo, la decisión ya estaba tomada. El villano comenzó a presionar el gatillo de su arma en dirección del capitán.

    La fuerte detonación de la mágnum hizo eco en el ambiente. Soricio se detuvo de sopetón volteando por intuición a su izquierda, logrando ver al criminal desplomarse de espalda al suelo exhalando un sonido quejumbroso. Geber se preparó para hacer un segundo disparo, pero el primero había sido certero. El criminal permaneció inerte.

    *** CAPITULO CUATRO ***

    Adiós Geber

    La luz de los códigos encendidos de las ambulancias, patrullas, y vehículos de rescate, rompieron el sombrío de la noche en el lugar de la explosión. Había conmoción sobrada en el ambiente. Oficiales, médicos, y rescatistas corrían de un lado a otro aluzando su camino frente a ellos con lámparas de mano. Parecían una colonia de luciérnagas buscando su guarida para protegerse.

    El cuerpo mutilado de la mujer, así como el de los oficiales que intentaron rescatarla, yacían esparcidos en el suelo cubiertos con sábanas ensangrentadas. Los forenses fotografiaban la escena y los detectives así como el equipo anti-bombas buscaban entre los escombros intentando saber qué fue lo que causó tal funesto desastre.

    Un hombre vestido de negro portando un Kevlar antibalas y casco con vidrio protector, se aproximó al sargento Montero quien se encontraba hablando con uno de los detectives asignados al caso.

    El detective Vidrio se volvió hacia el recién llegado. ¿Pudieron encontrar algo en los escombros?

    "Restos de Ciclonita, detonada posiblemente con regulador eléctrico," informó el perito en bombas.

    No muy astuto el bastardo, agregó el sargento con acaloramiento en su tono de voz. Casi fue pillado por la explosión.

    Espero que lo puedan atrapar más antes que después, dijo el perito.

    Eso es un hecho. Pronto lo tendré cara a cara y lo haré pagar por todo el daño que hizo, proveyó el sargento.

    Geber Alvizo cerró sus ojos en frustración, sabía perfectamente que había desobedecido una orden. Sin embargo, trató de justificarse pensando que no tuvo otra alternativa. El sujeto intentó matar a su jefe, pensó él, era uno de esos casos donde los protocolos salen sobrando, especialmente si se desea atrapar a un criminal de la talla de Lao Sotur. Lentamente Geber levantó sus pestañas observando a Soricio Mitola de rodillas ante el hombre tendido en el suelo.

    Aún tiene pulso Geber, anunció Soricio Mitola con voz leve. Le diste en el lado derecho del pecho… consigue una ambulancia. Luego se volvió hacia el público intrigante el cual se había conglomerado a su derredor. ¡Retírense de aquí, este es un asunto de la policía! Exclamó él con ansiedad.

    Varias personas estaban llamando por sus teléfonos celulares reportando los hechos, pero al escuchar al hombre de rodillas levantar la voz, se comenzaron a alejar del lugar con reluctancia.

    Mientras tanto, Geber recargó su cuerpo en uno de los vehículos estacionados respirando profundamente y con alivio, enseguida sacó su móvil y llamó pidiendo ayuda.

    Minutos más tarde, los otros tres auto-patrullas arribaron haciendo un escándalo con sus sirenas, llevando sus códigos encendidos. Los oficiales se bajaron apresuradamente de sus autos corriendo hacia la escena donde se encontraban los del AFE. Uno de los policías, al ver lo sucedido, tomó su celular y marcó. Sargento, dijo con voz apagada.

    ¿Qué pasa? Contestó Montero aún con enfado en su voz.

    Hubo un 87. El 24… fue derribado, informó el policía.

    ¡Qué! Estalló el sargento. ¿Es un cincuenta y uno?

    Acabamos de llegar, Señor. Lo que sí es seguro es un 10-38. Herida de bala.

    ¡Pero qué imbéciles! Les di órdenes precisas de hacer un 10-23, de evitar un 86.

    Por lo que veo, el policía desvió su vista hacia la Explorer volcada. Parece que las cosas se salieron de control. Espere. Creo que, sí. Lao está moviéndose. Solo está herido.

    Encárgate inmediatamente de él, y dile a ese tal Mitola que nos vemos en mi oficina en una hora.

    Así lo haré, señor. Pierda cuidado. Entonces, el policía caminó con determinación hacia donde se encontraba el herido.

    Soricio Mitola y Geber Alvizo caminaron a paso lento dentro del edificio de la Estación Federal localizada en el libramiento periférico Raúl López Sánchez en la colonia Robles, de la ciudad de Torreón. Desde que entraron en el inmueble no habían cruzado palabra entre ellos. No tenías por qué venir, Geber. Al que llamaron fue a mí, dijo Mitola rompiendo el incómodo silencio.

    ¿Y perderme toda la diversión?... ¡Jamás! Comentó el subalterno despreocupadamente.

    Francamente, no creo que el sargento esté para chistes.

    Ni yo para ser su títere.

    Ojalá fuera así de simple, dijo el jefe con voz apagada. El dúo se detuvo frente a la puerta de la oficina la cual tenía una placa de madera de color café que decía. SARGENTO PRIMERO- GERTRUDIS MONTERO. DIVISIÓN TORREÓN. PARA UNA CIUDADANÍA MÁS TRANQUILA.

    Sin despegar su mirada del letrero, Soricio preguntó. ¿Estás pensando lo mismo que yo, Geber?

    Yo no tengo la mente tan cochambrosa como tú.

    El mandamás meneó la cabeza, extendió su mano derecha, y tocó a la puerta, al tiempo que murmuró. No, pero que tal tu boca.

    Desde el interior del despacho se escuchó la voz del sargento. Está abierto.

    La pareja entró y Gertrudis les indicó con un ademán de su mano dónde tomaran asiento.

    Había un hombre alto, de complexión mediana, vestido de negro, y portando gafas oscuras a la izquierda del sargento primero. Gertrudis Montero dijo, señalando al de negro. Me acompaña el inspector Huberto Ribones, de la AFE.

    Mucho gusto, inspector Ribones, saludó Soricio. Enseguida se volvió al sargento. Ya nos conocíamos. Soricio pretendió estar en calma. Si un inspector de la AFE se encontraba ahí, no era porque deseaba ser amigable con ellos. Muy dentro de sí, sabía que se encontraban en verdaderos aprietos.

    Así lo supuse, agente Mitola, respondió Montero.

    Geber Alvizo se dedicó a escuchar todo ese tiempo. Sus ojos vacilaban de uno a otro de los presentes.

    El sargento Montero continuó. Voy a ir al grano, agente Mitola, dijo él con voz agria. Si mal no recuerdo, la orden que di fue de no enfrentar al objetivo, solo vigilar, y aguardar por nosotros. ¿Fue muy difícil hacer eso, agente especial Mitola?

    Geber intervino. No estuvo de acuerdo en que la culpa se la echaran solo a su jefe. La cosa no fue así. Yo-.

    Montero lo interrumpió. Cuando le pida la palabra a usted se lo haré saber. Por ahora guarde silencio, o… la puerta está detrás.

    Geber estrechó su mirada penetrante. Tenía ganas de sobra de ponerle un puñetazo al hombre gordo tras el escritorio.

    Sé exactamente la orden que nos dio, sargento Montero, la voz de Soricio era tranquila. Si estaba nervioso y tenía miedo, no se le notaba. Usted vio lo que Lao es capaz de hacer. No hubo tiempo de nada. Era él o nosotros.

    Si hubiera acatado mis órdenes desde un principio, agente Mitola, y no se hubiera aproximado al objetivo, no hubiera habido un rehén de por medio lo cual complicó las cosas.

    El agente especial de la AFE, manteniendo su mirada fija en el sargento, dijo sin preámbulos, con voz decidida. Bien. Acepto toda responsabilidad señores, y me atengo a las consecuencias.

    Fue entonces que Huberto Ribones, el hombre de los quevedos oscuros habló. Es mi deber tomar este reporte y llevarlo a mis superiores. Por el momento, agente Mitola, le voy a pedir que no funja como jefe de la Agencia de Fuerzas Especiales, hasta que se realice una investigación y se tome una determinación.

    ¿En otras palabras, estoy suspendido?

    No. No tengo el poder para suspenderlo. Por eso le pido que voluntariamente no ejerza su mayordomía en la Agencia.

    ¡Eso es una desfachatez! Exclamó Geber con abatimiento.

    Le dije que no habla-.

    Ya sé lo que me dijo, señor Montero. Geber recalcó señor en su afán por demostrar su inconformidad. Pero no voy a soportar esta injusticia, y sin dar tiempo a comentarios, continuó. No sé cómo la AFE permite este tipo de atraco. Además, si hay alguien a quién culpar-.

    ¡GEBER! Habló con fuerza Soricio Mitola, mas su subalterno lo ignoró.

    Yo fui quien desobedeció esa orden, continuó diciendo Alvizo. Yo confronté al criminal, que por cierto tiene un currículo de extremos asesinatos, tiene corazón satánico, y acababa de hacer volar en pedazos una granja matando a una joven y a tres colegas suyos, señor, e hiriendo a otros más. Yo disparé mi arma en contra de ese individuo, desobedeciendo la orden directa de mi jefe inmediato, quién solo intentó cumplir con lo ordenado. Así que el hombre que ustedes quieren… soy yo.

    El sargento y el hombre de negro cruzaron sus miradas desconcertadas. El de negro finalmente habló volteando a ver a Geber. Bien, agente Alvizo. Enseguida se volvió hacia Gertrudis. Sargento Montero, el agente especial Mitola era el jefe al mando de la operación, y por consi-.

    Geber intervino de nuevo. ¿Qué no entienden lo que acabo de decirles? El agente especial Mitola me ordenó no avanzar. Yo llegué primero a la escena y disparé mi arma.

    El inspector Ribones le hizo un ademán al hombre tras el escritorio el cuál tomó la palabra. Bien agente Alvizo, como usted quiera. Haremos cargos formales contra su persona por desacato de una orden directa.

    Sí. Terminemos con este melodrama de una vez por todas, dijo Geber con desprecio.

    El hombre de negro entonces habló. Agente Alvizo. En este instante queda usted suspendido de sus labores dentro de la Agencia de Fuerzas Especiales. Por favor entregue su placa y su arma.

    Con movimientos bruscos, Geber tomó su placa y revólver golpeando con ellos fuertemente la superficie del escritorio, enseguida inclinó su cuerpo para quedar cerca del hombre que lo había suspendido, lo miró inmutablemente a los ojos, y le dijo con voz amenazante. Esta no va a ser la última vez que nos veamos… señor.

    ¡Sargento! Exclamó Soricio, haciendo que las miradas de los dos rivales se apartaran una de la otra. No puede hacer esto, continuó el jefe de la AFE. Es el mejor hombre que tenemos en la agencia. No lo retiren de mi equipo. Por lo menos denle una suspensión temporal, dijo Soricio con voz suplicante.

    Si él es lo mejor hombre con lo que su agencia cuenta… no me imagino cómo es que siguen en funciones, dijo Gertrudis con socarronería. Lo siento, pero nada me hará cambiar de idea, agente Mitola.

    Soricio ignoró la burla del sargento. Le pido que reconsidere.

    Olvídalo amigo, Geber se levantó del asiento. No los vas a hacer entender. Vámonos porque aquí apesta, dijo él tomando el brazo de su jefe, guiándolo hacia la salida ante el asombro del sargento y del inspector.

    Una vez afuera, Soricio se separó de su compañero, y en forma de reclamo le dijo. ¿Por qué lo hiciste, Geber?

    Ya te lo dije. No me iba a perder esta diversión por nada del mundo.

    Si te hubieras quedado callado… a mí no me hubieran suspendido definitivamente.

    ¿Y dejar que abusaran de ti? No me iba a quedar con la boca callada, y tú lo sabes.

    Si, Geber, lo sé, pero la agencia te necesita. Además, ¿qué vas a hacer ahora?

    No te preocupes por mí, ya estoy bastante grandecito para cuidarme. A decir verdad, estoy cansado de esto. Creo que llegó la hora de retirarme.

    Algo me dice que no estás siendo sincero conmigo, Geber.

    Tal vez tienes razón, pero lo que sí es una realidad, es que ya no tengo arma ni placa. Alvizo abrió sus brazos frente a él mostrando su cintura donde una vez portó su insignia y su protectora.

    Mitola lo observó y le dijo con mucha consternación. No vayas a hacer una locura, amigo.

    Alvizo suspiró profundamente. Si algún día nos volvemos a ver, tal vez no va a ser en las mejores circunstancias, pero deseo que sepas algo. Eres un gran hombre… eres un buen amigo.

    Se despidieron y cada uno se subió a su auto. Fue un momento difícil para ambos, aunque Geber no lo demostrara. Tal vez no deseaba que su jefe sintiera lástima por él.

    Los vehículos tomaron rumbos separados, pero en la mente de Soricio Mitola solo existió la esperanza de que algún día no muy lejano sus vidas se cruzaran de nuevo. Habían fomentado una amistad con el paso de los años, que ni las circunstancias ni el tiempo podría arruinarla. El tiempo que pasaron dentro de la agencia AFE había sido sumamente valioso. Habían trabajado en diversos casos de extrema dificultad, atraparon juntos a muchos criminales poniéndolos tras las rejas, y habían arriesgado sus vidas salvando a muchas víctimas, así como la de ellos mismos.

    El Dodge Charger se desplazó en la oscuridad de la noche tibia y despejada. Geber dejó atrás la acción que seguramente algún día llegaría a extrañar, pues el agente Alvizo siempre había pensado que había nacido en un mundo salvaje, donde él llegaría a ser el Tarzán de la jungla.

    ** CAPITULO CINCO ***

    Los Gresi

    18 meses después.

    Obregón, Sonora. Martes. El Freightliner Century azul llegó al departamento de carga Frutilandia de Obregón en la colonia Cajeme al Este de la ciudad de Obregón, Sonora. Clemus Gresi, un chofer experimentado, maniobró el equipo colocando la parte trasera del tráiler Great Dane de cincuenta y tres pies refrigerado en el portón del andén. Luego de estar seguro que su aproximación fuese exacta, activó los frenos de aire, se bajó del camión, y aseguró las ruedas del inmenso tráiler.

    ¿Cómo estás Rudy? Saludó Gresi caminando hacia la entrada.

    ¿Qué tal Gres…buen viaje? Rudy era el encargado del almacén de ese lugar. Era sumamente pasado de peso, chaparro, y la barba parecía que no se la había rasurado por algunos siete días.

    Al menos no tuve contratiempos de importancia, ya sabes cómo es esto.

    Si, a veces se torna peligroso para ustedes los traileros. Rudy se acomodó la tabla sujetapapeles de madera sobre su panza y anotó en ella. ¿Qué traemos ahora?

    Bananas, y muchas.

    ¿Y no te correteó la changada? Bromeó Rudy.

    Prefiero a los primates que a los polizontes, opinó Clemus. ¿Cuánto tiempo?

    En unas tres horas estarás listo para continuar tu camino. El gordo lo volteó a ver. ¿De aquí a donde te diriges?

    "Voy a recoger aquí al lado, en Bachoco y entregar en Navojoa, y de ahí espero salir mañana temprano para Gómez Palacio, cerca de Torreón. Quiero ver a mi familia de nuevo," dijo el trailero con nostalgia en su voz.

    Bien por ti, Gres. Seguro ya lo necesitas, dijo el encargado, y enseguida se volvió a su espalda. ¡Joel! Llamó con fuerza el gordo caminando hacia adentro de la bodega. Ven a descargar este tráiler. Nos vemos Gres, dijo el encargado ondeando su mano.

    Clemus Gresi levantó su mano mas no alcanzó a decir nada, el gordo había desaparecido tras el portón de metal. El camionero se introdujo en la cabina del Freightliner, depositó sus gafas para el sol en el tablero, y se sentó en la cama. Se retiró su gorra de la buena suerte, se meció el cabello hacia atrás, y tomando un puño de fotografías del interior de un folder manila, se recostó.

    Gresi observó plácidamente cada una de las instantáneas. Lo hacía muy a menudo. Al parecer lo relajaba observar a su familia plasmados en papel Kodak, o tal vez se sentía en casa cuando viajaba en el camino.

    En la primera imagen, él abrazaba a su esposa Lidia frente a la entrada de un lujoso hotel de ocho pisos. Le traía reminiscencias de las agradables vacaciones que se habían tomado el año pasado en Cozumel, Quintana Roo. Ella era una mujer de 46 años, de 1.68 de altura, y de cabello largo, liso, y de color negro. En ese tiempo, ella lo usaba suelto, dejándolo caer sobre sus hombros, cosa que a él le agradaba bastante, mas ahora ella había decidido enredárselo en un moño hacia arriba. Otra cosa que Gresi adoraba de su esposa, eran sus ojos alargados color gris, aunque las cosas cambiaban en cuando ella se enojaba.

    No solo la señora Gresi era hermosa, sino que también hacendosa, en aquel entonces. Lo apoyaba en su profesión incondicionalmente, y siempre que llegaba a casa, lo recibía con ánimo acalorado.

    El troquero Gresi recordó que en aquella ocasión en Cozumel, dentro del lujoso cuarto del hotel, hizo el amor con ella de una manera extraordinaria. Fue como retroceder el tiempo, hacia la primera vez que ellos hicieron el amor. Cosa extraña en un matrimonio de 16 años recorridos. Nunca pensó que el amor se pudiera expresar de esa manera en la intimidad de dos personas de edad media. Como su esposa le había dicho: "Las cosas se transforman en algo mejor con el paso de los años." Él verdaderamente la amaba, y era mucha su espera por volver a casa. Besó la foto y la colocó en la mesita a su lado.

    La persona en la siguiente polaroid era su única hija Yumah de diecisiete años de edad. Posaba en su pantalón de mezclilla stretch, Boot Cut azul gastado y roto de las rodillas, tal y como la moda escolar demandaba. Vestía también su blusa favorita a rayas azul con tirantes y escarolas en el cuello.

    La 5X7 mostraba a la bella Joven en el patio trasero de

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