Una de piratas: Nintendos al abordaje
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Los piratas somalíes han secuestrado el barco que traía las nuevas nintendos. Pero Samu y su pandilla no están dispuestos a permitir que se las queden. Piensan unirse al Ejército para rescatar el barco y harán lo indecible para luchar contra los piratas. Tampoco la Enana quiere perderse esta aventura. Aunque todavía no sabe hablar bien, comprende el idioma de los piratas mejor que nadie. ¿Liberarán el barco? ¿Conseguirán sus nuevas nintendos? Una cosa es segura: Samu, Berzotas, Carlos, Marta, Álex y la Enana disfrutarán como locos mientras intentan vencer juntos unos obstáculos que parecen insalvables.
Una de piratas aproxima a los lectores más jóvenes a realidades tan contemporáneas como la piratería en el Océano Índico. Y sobre todo, al igual que Aventuras subterráneas. A por las nintendos perdidas, transmite el valor de la amistad y la emoción de jugar y solucionar enigmas.
Sergio Sánchez
<p><b>Sergio Sánchez Benítez</b> (Palamós, Girona, 967) vive en Madrid. Licenciado en Filosofía por la Universidad Complutense, máster en Periodismo por la Universidad Autónoma de Madrid / El País amplió estudios en Helsinki y Berlín. Ha trabajado y colaborado con <i>El País</>, <i>Cambio 16</i>, <i>Telemadrid</i>, <i>La Modificación</i y <i>Letra Internacional</i>. En la actualidad, compatibiliza la escritura con la comunicación institucional. Es autor de <i>Correr es muy sencillo</i>(Ed. Tutor 2008), un ensayo sobre la práctica de la carrera de fondo, y de la novela infantil/juvenil <i>Aventuras subterráneas</i>, publicado en Alba.</p>
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Una de piratas - Sergio Sánchez
Piratas en la tele
Estaba zapeando un poco mientras mi padre roncaba a sus anchas en su sofá favorito, cuando de pronto una imagen dejó mi dedo congelado en modo pausa. ¡Por el Caballero Oscuro! Allí estaban, en la tele, los terroríficos piratas somalíes. Llevaban ametralladoras y lanzagranadas, tal como había dicho el empollón de Álex, y no se parecían en nada a los de las pelis. Nada de parches en los ojos ni patas de palo ni sombreros de bucanero. Y en el mástil de su barco no ondeaba la típica bandera negra de los huesos cruzados y la calavera. Entre otras cosas, porque aquel barquito era solo un poco más grande que los del estanque del Retiro y no tenía ni mástil ni velas ni banderas.
¿De verdad daban tanto miedo los piratas somalíes? Pues no tanto. Es cierto que iban más armados que los malos del Col-of-diuti, pero aquellos chavales tenían pinta de ir al Insti, y estaban delgadísimos. Eso sí, eran bastante altos, como jugadores de la NBA, menos uno de ellos, el que llevaba una camiseta de Messi: ése era más o menos igual de canijo que el jugador del Barcelona.
Subí un poco el volumen, pero sin pasarme, porque no quería que mi padre se despertara y cambiara de canal. El presentador de las noticias estaba comentando que un grupo de aquellos piratas había asaltado por la noche un barco español y había secuestrado a los marineros. Pusieron entonces una foto del barco capturado por los piratas, el Playa de Zahara. ¡Ostris! Era enorme, más alto que un edificio de cuatro pisos. Además estaba cargado hasta los topes de unas cajas inmensas de colores que parecían piezas de un tetris gigante. Una cosa estaba clara: debían de estar mogollón de desesperados esos piratas para atreverse a asaltar aquel barco gigante desde un barquito de madera.
El buque capturado por los piratas, dijo el presentador de las noticias, había salido unos días antes de Tokio, la capital de Japón, y se dirigía a España, al puerto de Valencia. Llevaba cosas súper variadas, desde coches a televisores. Pero sobre todo, recalcó el locutor, transportaba a Europa las primeras nintendos DS 3D plus.
«¡Las DS 3D plus! Justo como había dicho el empollón de Álex», pensé indignado. Aquellos piratas de pacotilla eran unos mangantes sin escrúpulos.
Al final de la noticia, el presentador anunció que el Gobierno se había reunido a toda prisa para formar una «Célula de Crisis» –así la llamó el periodista– que debía hacer un plan para liberarlo. Su primera decisión había sido enviar una fragata, un barco militar de la Armada española, a aguas del Índico. «¡Ostris! Van al rescate de nuestras nintendos y nos dejan en tierra», pensé.
No podíamos perdernos esa misión. Teníamos que ponernos las pilas y lanzarnos nosotros también al rescate del Playa de Zahara. Pero ¿cómo? Nuestra pandilla necesitaba también una Célula de Crisis y un plan.
Puse el documental de La Dos y subí el volumen para que se pudieran oír suavemente los rugidos de los leones y los aullidos de las hienas. Mi padre emitió esa mezcla de rebuzno de cebra y ronquido «vulgaris» que le sale cada vez que duerme con los sonidos de la Sabana africana de fondo. Después caminé de puntillas para coger el teléfono, que subía y bajaba como un caballo de tiovivo sobre la tripa de mi padre. Lo pillé con cuidado y coloqué en su lugar el mando a distancia. Mi padre, lo sé por experiencia, necesita un poco de peso en su tripa para dormir a gusto. Por eso, cuando le quito el mando pongo en su barrigaza el teléfono inalámbrico, que pesa más o menos lo mismo.
–Yimi, los acabo de ver. Ahora mismito, en la tele –le solté a mi amigo en cuanto se puso al teléfono, sin darle las buenas tardes.
–Samu, no empieces con las adivinanzas. ¿A quiénes acabas de ver?
–Anda, no seas berzotas, pues a los piratas somalíes. Son exactamente como los había descrito Álex, igualitos. Y han capturado un barco español: el Playa de Zahara.
–Muy bien, ¿y a mí qué? Álex tiene razón. Me importan un bledo los piratas somalíes.
A veces Yimi era bastante lento, la verdad, y había que explicarle todo con detalle.
–Yimi no te enteras. Claro que nos importan. Son ellos los que tienen nuestras nintendos DS 3D plus. ¿Recuerdas lo que nos contó Álex? Las nintendos se fabrican en Japón y viajan hasta nosotros en unos enormes barcos contenedores. La ruta más corta entre Japón y España es atravesando el canal de Suez. Y es por allí, más o menos, donde los piratas somalíes asaltan los barcos y se quedan con todo lo que