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13 céntimos
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13 céntimos

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About this ebook

Cada ciudad tiene una cara de la que no se habla. Ciudad del Cabo, entre una montaña de postal y el mar, tiene su propio lado oscuro agazapado en su regazo: un lugar de desolación e incertidumbre, de dependencia y desesperación, de destrucción y supervivencia. Azure, un niño negro de la calle con ojos azules, experimenta todo tipo de dificultades debido a su apariencia inusual. Este libro es un relato extraordinario y despiadado sobre la infancia.

"13 céntimos es al mismo tiempo horrible, violenta, profundamente inquietante, fantástica y hermosa... Contada desde la perspectiva de Azure, Duiker teje una narrativa que pone al descubierto que la violencia, la explotación sexual y la política racial se encuentran justo debajo de la superficie de la sociedad sudafricana." Africa is a Country

"Duiker es a la literatura lo que Steve Biko a la política, tanto por haber muerto a la temprana edad de 30 años como por las huellas indelebles dejadas en nuestra memoria colectiva." Siphiwo Mahala Mail & Guardian

"13 céntimos va al meollo de lo que ha sido un tema por el que los escritores han pasado de largo: el alto índice de niños que en la actualidad son víctimas (violentas) de una sociedad que hace la vista gorda ante la difícil situación de sus miembros más débiles." Feminist Africa
LanguageEspañol
PublisherBaile del Sol
Release dateAug 19, 2016
ISBN9788416794331
13 céntimos
Author

K Sello Duiker

K. Sello Duiker was born in 1974 and grew up in Soweto and, later, East London. After graduating from Rhodes with majors in Journalism and Art History, he moved to Cape Town, and it is here that he found his writing voice. His first novel, Thirteen Cents, was awarded the 2001 Commonwealth Writer’s Prize for Best First Book, Africa Region. Published the same year, The Quiet Violence of Dreams, was awarded the 2001 Herman Charles Bosman Prize for English Literature. Sello always said that his mother, an insatiable reader, inspired his decision to become a writer. Sello passed away on 19 January 2005. His work has been published in the US, Italy, France, Norway, Egypt, Holland, Germany and Nigeria.

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    13 céntimos - K Sello Duiker

    13 céntimos

    K. Sello Duiker

    Traducción de Alicia Moreno Delgado

    Baile del Sol

    Capítulo uno

    Me llamo Azure. Se pronuncia Asurei. Mi madre me puso ese nombre. Es lo único que me queda de ella.

    Tengo los ojos azules y la piel oscura. Estoy acostumbrado a que la gente se me quede mirando, sobre todo los adultos. Cuando iba al colegio los niños me pegaban por tener los ojos azules. Me odiaban por eso. Pero ahora los niños solo me echan un vistazo y dicen algo desagradable o bien sonríen. En cambio los adultos te atraviesan con su mirada.

    Vivo solo. Las calles de Sea Point son mi hogar. Pero ya soy prácticamente un hombre, tengo casi trece años. Eso quiere decir que sé dónde encontrar comida sin demasiadas moscas u hormigas en Camps Bay o en Clifton. Siempre que no haya policías patrullando por las calles. No les gustamos mucho. O si me apetece fruta voy a la estación, donde trabajan los coloridos vendedores de fruta. No me gustan mucho porque siempre están gritándonos para que nos apartemos. La mayoría tira la fruta en vez de dárnosla. Pero yo no soy idiota. Sé que ponen cosas raras en los cubos de basura donde vamos a rebuscar comida. Puedo oler el mal en ellos. Conozco a varios chicos que están bajo su hechizo. Les hacen caminar por la noche extendiendo su maldad. Y algunos de ellos están tan imbuidos de malignidad que pueden cambiar de forma y convertirse en ratas o palomas. Las palomas también son ratas, solo que con alas. Y cuando te conviertes en rata puedes hacer cosas horribles en las alcantarillas y en la oscuridad. Es verdad. Eso ocurre. Yo lo he visto.

    Pero como he dicho ya soy prácticamente un hombre. Sé cuidarme solo.

    —Vete al colegio —gritan los vendedores de fruta.

    Para ellos es fácil decirlo. Perdí a mis padres hace tres años. Papá estaba mal de dinero y metió a mamá en problemas. El día que los mataron yo estaba en el colegio. Volví a nuestra chabola y los encontré en un charco de sangre. Eso fue hace tres años. La última vez que fui al colegio.

    Camino mucho. Tengo las plantas de los pies resistentes y ásperas. Pero voy limpio. Todas las mañanas me baño en la playa. Me lavo con agua de mar. A veces uso una esponja, o si no encuentro ninguna utilizo un trapo viejo. Sirve igual. Luego me enjuago el agua de mar en el grifo. No está tan mal lavarse con agua fría. Es como todo, te acostumbras.

    Mi amigo Bafana no se cree que viera a mis padres muertos y no saliera espantado. Pero ya se lo conté. Lloré y se acabó. Nadie iba a cuidar de mí. Bafana todavía es pequeño, solo tiene nueve años y vive en las calles. Y es un trasto. Tiene una casa a donde volver en Langa pero prefiere patearse las calles. Le gusta esnifar pegamento y fumar botones cuando tiene dinero. A mí no me gustan esas mierdas, me dan dolor de cabeza. Pero me gusta fumar maría, mucho en realidad. La verdad es que cuando Bafana se mete pegamento y botones se convierte en un animal. Empieza a gruñir, no habla apenas y se ensucia los pantalones. Así que cuando lo veo tomando esas mierdas le pego. Una vez le pegué tan fuerte que tuvo que ir a remendarse a Groote Schuur. No me gustan esas drogas. Le hacen cosas terribles al cuerpo.

    Duermo en Sea Point, cerca de la piscina, porque es el lugar más seguro de noche. En la ciudad hay demasiados chulos y matones. No quiero ganar dinero como ellos. Así que durante el día ayudo a aparcar coches en Ciudad del Cabo. No es un trabajo fácil. Hay que llegar temprano. A veces tienes que pelear por tu sitio. Los mayores nos dejan en paz, ellos tienen todos los sitios de aparcamiento en el centro de la ciudad. Es así. Yo no hago preguntas.

    Ayudo a la gente a aparcar y limpio los coches si los dueños me dejan. Si limpias los coches antes de preguntar, la mayoría de las veces te insultan porque eres pequeño y ellos grandes. Es así. Es como funcionan las cosas aquí. Siempre debes comportarte como un adulto. Debes hablar como ellos. Eso quiere decir que cuando hablas con un adulto en la ciudad debes mirarle a los ojos y hablar alto, porque si hablas bajo te insultan. También debes ir limpio, porque los adultos siempre van limpios. Y nunca debes hablarles como les hablas a los niños pequeños. No puedo hablarles como le hablo a Bafana. Siempre debo decir «Señor» o «Señora». Es como decir «Magents» pero para adultos. Y cuando me acuerdo digo «por favor» y «gracias». Esas dos palabras son como magia, mi secreto. Me han conseguido un buen dinero cada vez que las he usado con una sonrisa.

    Trabajo cerca de un sitio de comida para llevar llamado Subway. En un buen día puedo ganar suficiente para comprar media rebanada de pan blanco con patatas fritas y Coca Cola y aún me quedan dos rands para un stop de Liesel, que está debajo del puente.

    Es la única adulta en quien confío, porque me pide dinero y siempre me lo devuelve una semana después. También me gusta porque me deja ver cómo es una mujer desnuda. Liesel no cuenta mentiras, no como los demás que hay debajo del puente. Todos los skollies¹, delincuentes y borrachos con cara de phuza² también están allí.

    Pobre Liesel. Sé lo que hace para ganar dinero. No es fácil. Por eso nunca le pregunto por ello. Y cuando tiene un golpe o un corte bajo el labio no digo nada. Finjo que las cosas siguen igual que siempre. Hablamos de kwaito³ y de si el Rasta que le trae stop a ella conseguirá material del bueno como el oro de Malawi o el Mpondo y hablamos de otras cosas. Me gusta mucho pero no es mi chica. Ella tiene su propio outie. No me cae bien. Es miembro de la banda de los Hard Livings.

    Capítulo dos

    La mañana se abre camino lentamente. Bafana duerme enroscado como una media luna junto a mí. Me levanto para hacer pipí. Me froto los ojos y dejo escapar un bostezo mientras me alivio. Dormimos en un extremo de la playa. Sobre nosotros está la piscina. Es demasiado temprano para que los baños públicos hayan abierto, así que me alejo un poco más por la arena y hago mis cosas cerca de una alcantarilla. Nubes naranjas cubren el cielo. Las gaviotas vuelan y gritan.

    —Bafana, hijo, levántate, tenemos que desayunar —le doy unos golpecitos—. Bafana… Bafana.

    Sigo así unos cinco minutos hasta que se levanta.

    —Tío, debes dejar de tomar esas estúpidas drogas. Te están jodiendo. Fíjate, no puedes ni levantarte. Tienes suerte de que sea yo. Alguien podría pensar que estás muerto.

    Gime y me mira con una mueca en la cara.

    —Tengo hambre —murmura.

    —Anda, cállate, ya sabes lo que tienes que hacer.

    —Tú y tus estúpidas reglas.

    Le doy una colleja y él me saca la lengua.

    —El sol ya ha salido, date prisa. Yo también tengo hambre.

    Nos quitamos la ropa y nos dirigimos hacia el agua solo con los calzoncillos.

    —No me hagas tener que arrastrarte, hijo, todas las mañanas es igual.

    —¡Dios! ¿Quién ha dicho que tengo que lavarme todos los días?

    —No me vengas con chorradas. Sabes cuáles son mis reglas. Si quieres quedarte conmigo tienes que lavarte. Venga ya —le digo mientras le empujo al agua.

    Él chilla.

    —Tranquilo, tío. La gente aún está durmiendo. Esto no es la ciudad.

    Solo me meto hasta los tobillos y lo observo frotarse con un trapo.

    —Hazlo bien —le advierto.

    Aish maar, wena.

    Después le dejo salir y enjuagarse en el grifo. Se sienta en una piedra y se seca al sol. Yo me baño mientras pienso en todas las cosas que quiero hacer hoy. Me pican los ojos por el agua salada.

    Después de lavarnos nos vestimos y subimos por Main Road. Conozco a una mujer que trabaja en un restaurante llamado La Perla⁵. Suele dejarnos sobras cerca de un arbusto. Yo voy solo a por la comida porque no me fío de Bafana. Aún es pequeño y a veces se desespera cuando está colocado. He trabajado demasiado duro para que alguien me joda una comida regular. La señora que me pone la comida es maja. Se llama Joyce pero le gusta que la llame tita. Dice que le recuerdo a su hijo de Lichtenburgo. En cualquier caso, a cambio de la comida me envía a la tienda a hacerle los recados. O a veces me manda a la oficina de Correos o me da dinero para que le compre Die Burger. No hay nada gratis con los adultos. Siempre tienes que hacer algo para pagarles. Pero no me importa porque Joyce es simpática.

    Nos sentamos en una balconada sobre la piscina y comemos. Joyce siempre envuelve la comida en esas cosas de plástico de McDonald’s y nos da cucharas. observamos a los nadadores madrugadores hacer sus largos. Como siempre, la piscina es de color azul cielo. A mí me encanta nadar, y me chiflaría hacerlo en esa piscina. Pero seis pavos es mucho dinero y además hay que llevar una toalla.

    —Hoy tenemos que conseguir dinero —dice finalmente Bafana cuando se ha saciado.

    —Sí, sí. ¿Qué piensas hacer?

    —Pero creía que éramos un equipo.

    —Anda ya. No digas chorradas. Haces lo mismo todos los días. ¿Cuándo se te meterá en la cabeza que no soy tu madre? Solo te hago el favor de dejarte dormir junto a mí. Ya sabes qué pasaría si no fuera así. Tú y tus estúpidas drogas. Ahora quieres que trabaje contigo para que puedas comprar tus estúpidas drogas. Estás lleno de mierda. ¡Vete ya! —y le empujo; me alejo hacia el parque y lo dejo para que se las apañe solo.

    Me digo que no soy su padre. Ese pequeñajo se me está metiendo bajo el ala, me toca la fibra. No puedo dejar que eso suceda. He visto morir y desaparecer a demasiados chicos. No tiene sentido encariñarse. Luego se toma una sobredosis de sus estúpidas drogas y ¿entonces qué? Iría por ahí llorando porque este estúpido chiquillo que tiene casa se escapó para matarse con las drogas. No soy idiota, tío. Si quiere hacer cosas de mayores debo dejarle. Si quiere jugar con fuego, que lo haga.

    Me dirijo a una fuente cerca de unos baños. Los adultos son gente extraña. ¿Cómo pueden poner una fuente para beber junto a un baño? Justo fuera del baño de hombres. Bebo un poco y lleno una botella de plástico, una de esas pijas que llevan agua pija. Me pregunto si esa agua sabe distinto.

    Sigo caminando por la playa hasta llegar a la parte gay. Me siento en un banco y espero. Llevo un buen rato sentado cuando oigo que alguien silba. Al poco voy con un blanco hacia su apartamento. Cuando entramos en el ascensor me dice que me quite los zapatos. Conozco la rutina. Una vez en el apartamento espera que me desvista en la puerta. Entramos y empiezo a quitarme la ropa en la puerta de la cocina.

    —¿Cómo te llamas? —pregunta mientras observa fijamente mi desnudez.

    —Azure.

    —Interesante nombre —dice atraído por mis ojos azules. Sonrío mientras él me acaricia la cara. Me lleva por la casa limpia y cálida hasta el cuarto de baño. Yo camino con cuidado, como si mis pisadas fueran a interferir en esa limpieza. Él se desviste y su polla salta hacia delante. Me estremezco al verla y espero que me lleve a la ducha. Pero conozco su tipo, seguramente solo quiera jugar, nada más.

    —¿Por qué estás tan callado? —dice mientras el agua corre.

    —Estoy

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