Aislados en la nieve: Novias de ensueño (1)
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About this ebook
Briana Harper, fotógrafa de bodas, no esperaba encontrarse con su exnovio en una sesión de fotos. Y cuando una tormenta de nieve los dejó aislados en una remota cabaña en la montaña, supo que estaba metida en un buen lío. No había olvidado a Ian Lawson, pero ninguna de las razones por las que habían roto había cambiado. Ian seguía siendo adicto al trabajo y, además, estaba a punto de casarse.
Ian era un hombre que sabía lo que quería. Y lo que quería era a Briana. Sin embargo, el magnate de la industria musical iba a tener dificultades para demostrar algunas cosas.
Andrea Laurence
Andrea Laurence is an award-winning contemporary author who has been a lover of books and writing stories since she learned to read. A dedicated West Coast girl transplanted into the Deep South, she’s constantly trying to develop a taste for sweet tea and grits while caring for her husband and two spoiled golden retrievers. You can contact Andrea at her website: http://www.andrealaurence.com.
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Book preview
Aislados en la nieve - Andrea Laurence
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2015 Andrea Laurence
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Aislados en la nieve, n.º 134 - octubre 2016
Título original: Snowed In with Her Ex
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8993-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Prólogo
–Perdona –Briana Harper interrumpió a su socia durante la reunión que tenían semanalmente–. ¿Has dicho que nos han contratado Missy Kline e Ian Lawson para que les organicemos la boda?
Natalie, la planificadora de bodas y directora de la oficina, alzó la vista de la tableta. Miró a Bree con el ceño fruncido por haberla interrumpido.
–Sí –afirmó con un profundo suspiro–. ¿Por qué te extrañas? Organizamos muchas bodas de famosos.
Bree negó con la cabeza y volvió a teclear distraídamente en su tableta.
–Me sorprende, nada más.
Eso no era todo, pero no iba a contárselo a sus mejores amigas y socias. Una de las reglas más importantes de la empresa era ser profesionales en todo momento. Daba igual que los novios tropezaran y cayeran sobre la tarta nupcial, que un invitado se levantara cuando se preguntara si había alguien que tuviera algún motivo para que aquella boda no se celebrara o que el novio fuera el antiguo amante de una de las socias de la empresa.
Así que Bree no dijo nada.
Gretchen intervino.
–Están en las portadas de todas las revistas, así que no sé cómo no te has enterado. Parece, además, que ella está embarazada.
–Supongo que he leído pocas revistas –murmuró Bree.
Embarazada.
Missy, la reina del pop con el ombligo al aire estaba embarazada e iba a tener un hijo de Ian. Eso molestó a Bree. La molestó mucho.
Todos los lunes, las cuatro socias de Desde este Momento se reunían para hablar de los nuevos clientes, de asuntos de la empresa y de la boda del fin de semana anterior.
Constituían una empresa que organizaba celebraciones de la boda de gente importante y famosa. En solo seis años, Natalie, Amelia, Gretchen y Bree, amigas desde la facultad, habían pasado de ser unas desconocidas con un sueño a formar parte de la élite comercial de Nashville.
Juntas, habían alcanzado la perfección a la hora de organizar una boda. Si ellas no podían hacerlo, conocían a alguien que lo hacía. Hacían realidad cualquier cosa que la pareja nupcial deseara. Ninguna petición era demasiado difícil, y así se habían ganado la reputación de la que gozaban; por eso, y por su política de estricta confidencialidad.
Ian Lawson, un productor musical de Nashville que era dueño de SpinTrax Records hacía tiempo que había sido el centro del universo de Bree. Se habían conocido en el primer curso en la Universidad Belmont de Nashville y habían sido inseparables durante más de un año. Él era un músico de café, de largo cabello, ojos soñolientos y una sonrisa encantadora. Cuando tocaba la guitarra y cantaba para ella, el mundo era perfecto. Pero un día, él dejó de tocar para ella, y el mundo se le hundió.
–¿Bree?
Esta alzó la cabeza bruscamente. Las otras tres mujeres la miraban. Era evidente que se había perdido algo.
–¿Sí?
–Digo –repitió Natalie– que si podrás hacer los retratos de los novios este jueves y volver a tiempo para cubrir el ensayo de la cena de la boda de los Conner el viernes.
Esa vez fue Bree la que frunció el ceño.
–¿Por qué no iba a volver a tiempo? Solo se tardan dos horas en hacer las fotos.
–La novia quiere que se hagan en la cabaña que tiene el novio en Gatlinburg.
–No hay problema.
–Muy bien –Natalie hizo una anotación–. Te daré la dirección. Organízate para estar allí a mediodía.
Una vez que Natalie apuntaba algo en la tableta era como si lo hubiera firmado con sangre. No había forma de escaquearse. Bree tendría que enfrentarse al hombre que llevaba nueve años en sus pensamientos y sueños.
Y a su nueva novia.
Capítulo Uno
–Esto no va bien.
Como si el universo hubiera oído las palabras de Ian, los neumáticos del Cadillac Escalade resbalaron en el hielo. Corrigió el movimiento errático del vehículo y lo volvió a situar en la carretera. Se aferró con fuerza al volante y lanzó una maldición, al tiempo que agradeció en silencio que su secretaria lo hubiera hecho salir a primera hora de la mañana. De haberlo hecho más tarde, tal vez no hubiera llegado.
Los copos de nieve hacían cada vez más difícil la visión. Cuando llegó a las Smoky Mountains, estaba todo nevado.
En la falda de la colina que llevaba a su cabaña, retrocedió un poco, redujo la marcha y, lentamente, comenzó a subir por la larga y sinuosa carretera que conducía a la cima y a la cabaña. Al llegar entró en el garaje.
Agarró la bolsa de viaje del asiento del copiloto y salió. Se dirigió a la puerta de la cabaña, pulsó un botón y observó caer la nieve mientra se cerraba la puerta del garaje, bloqueando aquel tiempo inclemente con el que él no contaba.
Debería haberlo previsto, ya que se trataba de un eslabón más en la cadena de desgracias que lo acosaban desde hacía meses.
Ian nunca iba a la montaña en enero o febrero porque el tiempo era impredecible. Y no lo habría hecho de no ser porque Missy, su prometida, había insistido en hacer las fotos de su compromiso en la casa de la montaña. Él había accedido sabiendo que era un error.
Dejó la bolsa de viaje en la encimera y contempló la vista del valle por la ventana. Estaba cubierto de nieve. De seguir así, pronto alcanzaría varios centímetros.
Missy llegaría desde Atlanta, estaba seguro de que ella no conseguiría subir la montaña en su pequeño Jaguar.
Y el fotógrafo…
Menos mal que la cabaña estaban bien aprovisionada. Ian recorrió la cocina abriendo los armarios y la nevera para inspeccionar el contenido. Tal como había pedido, había suficiente comida para alimentarse varios días. Los guardeses eran Patty y Rick, un matrimonio que vivía en la falda de la colina. Limpiaban la cabaña y el terreno de alrededor. Antes de ir hasta allí, Ian les daba una lista de provisiones y ellos se encargaban de llevarlas.
A veces, Patty añadía un extra para darle la bienvenida. Aquel día había una botella de champán en la nevera y dos copas en la encimera, al lado de un jarrón con flores. Era la forma de Patty de felicitarlo por su compromiso.
Por el champán, no debía de haberse enterado de que Missy estaba embarazada de dos meses. Ella se lo había dicho a todo el mundo: a sus cuatro millones de seguidores en Facebook y a un periodista de la prensa del corazón. Ian no creía que hubiera alguien en Estados Unidos que no lo supiera.
Se casarían en marzo, en un lugar que Missy había elegido. Ian desconocía los detalles. Se había dicho a sí mismo, y a Missy, que estaba muy ocupado y que hiciera lo que quisiera. Al fin y al cabo, iba a ser su gran día. La realidad era que le costaba aceptar lo que le estaba sucediendo, aunque esperaba conseguirlo.
Quería que el bebé naciera en una familia feliz y cariñosa, por lo que estaba dispuesto a esforzarse en lograrlo durante los siete meses siguientes. Tanto Missy como él tendrían que poner de su parte. No era fácil llevarse bien con Missy: era exigente y caprichosa, además de estar acostumbrada a que todos le dijeran lo maravillosa que era.
No había amor entre ellos, pero Ian comenzaba a pensar que el amor y sus trampas eran un mito. Todo matrimonio requería un esfuerzo y, aunque su situación no fuera ideal, ella iba a tener un hijo suyo y se iban a casar.
Debía sacar el máximo partido de una situación complicada. Un fin de semana romántico era lo que necesitaban para avivar el fuego entre ellos. Al fin y al cabo, a muchos hombres les encantaría casarse con Missy Kline. Su voz sensual y su cuerpo voluptuoso llevaban varios años siendo un ingrediente básico de las emisoras de radio y las listas de éxitos musicales. Era la estrella del sello discográfico de Ian.
Al menos, lo había sido. Su último disco no había funcionado bien, pero a Missy no le preocupaba. Seguía siendo importante por su futuro hijo y por la boda. Su mánager se había encargado de vender la exclusiva de la historia y las fotografías a una revista, y se estaba preparando un programa especial de televisión para retransmitir la inminente boda.
Ian detestaba la idea, pero Missy era muy espabilada a la hora de ganar dinero. Y era publicidad gratuita.
El día en que se anunció el compromiso y las fotos del anillo llegaron a todos los blogs, la última canción de Missy alcanzó los primeros puestos de las listas de éxitos. Como dueño de una compañía discográfica, Ian no se quejaba; como novio, no estaba contento.
Ese fin de semana les harían las fotos del compromiso, que proyectarían la imagen de la feliz pareja por todo el mundo. Después pasarían unos días juntos intentando convertir la imagen en realidad. Un buen fuego, unas vistas magníficas, un chocolate caliente acurrucados juntos bajo una manta… Un vídeo musical romántico hecho realidad. O. al menos, eso era lo que Ian esperaba.
En aquel momento no podía garantizar que nada de aquello fuera a suceder. Missy había dicho que la nieve sería romántica. A Ian no le cabía duda alguna de que ya habría cambiado de opinión.
Con el ceño fruncido se dirigió a la puerta principal, la abrió y salió al porche. La nieve se estaba acumulando y cubría la carretera. No se veía el asfalto.
Mientra veía la nieve caer, un pequeño vehículo todoterreno dobló la curva y se dirigió hacia la cabaña. Supo que era el fotógrafo. Si había conseguido llegar desde Nashville, tal vez Missy lo consiguiera desde Atlanta. Al menos, parecía que las carreteras no estaban cortadas.
El todoterreno se detuvo frente a los escalones que llevaban al porche. Ian esbozó una falsa sonrisa que le hubiera hecho ganar un Oscar. Bajó los escalones con cuidado para saludar al fotógrafo y ayudarle a subir el equipo.
Una mujer vestida con vaqueros ajustados, un jersey de cuello alto y una cazadora descendió del coche. No iba vestida para un día de invierno en la montaña. Era evidente que también a ella la había sorprendido la nieve. No llevaba abrigo, ni guantes, ni bufanda, y sus zapatillas deportivas Converse rojas resbalarían en el hielo como si fuera aceite.
Al menos, llevaba gorro. Su largo cabello rubio sobresalía por debajo del gorro de lana. Unas gafas oscuras le impidieron verle bien la cara, pero le resultó familiar.
La mujer cerró la puerta del coche y se quitó las gafas.
–Hola, Ian.
En unos segundos, el rostro, la voz y los recuerdos formaron un todo y fue como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Era Bree, Briana Harper, su amor de primero de carrera, la que lo distraía en las clases con su cuerpo joven y su espíritu aventurero, la que lo había dejado hundido como ninguna otra persona en su vida.
Ian tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta.
–¡Vaya, Bree! No tenía ni idea de que fueras…
Ella hizo una mueca y asintió. Él se dio cuenta por la tensión de su cuello y sus hombros que la situación era igualmente violenta para ella.
–¿No sabías que venía?
–No, he dejado que Missy se encargue de todos los detalles. No me ha dicho quién sería el fotógrafo.
–Yo hubiera debido decirte algo o haberte avisado, por si no