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Muerte súbita
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Muerte súbita

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About this ebook

El 4 de octubre de 1599, a las doce en punto del mediodía, se encuentran en las canchas de tenis públicas de la Plaza Navona, en Roma, dos duelistas singulares. Uno es un joven artista lombardo que ha descubierto que la forma de cambiar el arte de su tiempo no es reformando el contenido de sus cuadros, sino el método para pintarlos: ha puesto la piedra de fundación del arte moderno. El otro es un poeta español tal vez demasiado inteligente y sensible para su propio bien. Ambos llevan vidas disipadas hasta la molicie: en esa fecha, uno de ellos ya era un asesino en fuga, el otro lo sería pronto. Ambos están en la cancha para defender una idea del honor que ha dejado de tener sentido en un mundo repentinamente enorme, diverso e incomprensible. ¿Qué tendría que haber pasado para que Caravaggio y Quevedo jugaran una partida de tenis en su juventud? Muerte súbita se juega en tres sets, con cambio de cancha, en un mundo que por fin se había vuelto redondo como una pelota. Comienza cuando un mercenario francés roba las trenzas de la cabeza decapitada de Ana Bolena. O quizá cuando la Malinche se sienta a tejerle a Cortés el regalo de divorcio más tétrico de todos tiempos: un escapulario hecho con el pelo de Cuauhtémoc. Tal vez cuando el papa Pío IV, padre de familia y aficionado al tenis, desata sin darse cuenta a los lobos de la persecución y llena de hogueras Europa y América; o cuando un artista nahua visita la cocina del palacio toledano de Carlos I montado en lo que le parece la máxima aportación europea a la cultura universal: unos zapatos. Acaso en el momento en que un obispo michoacano lee Utopía de Tomás Moro y piensa que, en lugar de una parodia, es un manual de instrucciones. n Muerte súbita el poeta Francisco de Quevedo conoce al que será su protector y compañero de juerga toda la vida en un viaje delirante por los Pirineos en el que una hija idiota de Felipe II será propuesta para reinar en Francia y Cuauhtémoc, prisionero en la remota Laguna de Términos, sueña con un perro. Caravaggio cruza la plaza de San Luis de los Franceses, en Roma, seguido por dos sirvientes que cargan el cuadro que lo convertirá en el primer rockstar de la historia del arte, y el amateca nahua Diego Huanitzin transforma la idea del color en el arte europeo a pesar de que habla en castellano imaginario. La duquesa de Alcalá asiste a los saraos reales con una cajita de plata rellena de chiles serranos y usa un verbo que nadie entiende, pero parece temible: «xingar». Muerte súbita se vale de todas las armas de la escritura literaria para dibujar un momento tan deslumbrante y atroz en la historia del mundo que sólo puede ser representado mediante la más venerable y maltratada de las tecnologías, el artefacto cuya regla de oro es que no tiene reglas: Su Majestad la novela. Y estamos ante una novela realmente majestuosa, de enorme ambición y gran calidad literaria.

LanguageEspañol
Release dateSep 25, 2019
ISBN9788433934505
Muerte súbita
Author

Álvaro Enrigue

Álvaro Enrigue (México, 1969) ganó el Premio de Primera Novela Joaquín Mortiz en 1996 con La muerte de un instalador. En Anagrama ha publicado Hipotermia: «Relatos de gran altura y fascinante originalidad» (J. A. Masoliver Ródenas, La Vanguardia); «No es uno de esos falsos libros de cuentos que circulan por ahí disfrazados de novelas, pero tampoco una novela convencional; es un libro anfibio por naturaleza» (Guadalupe Nettel, Lateral); Vidas perpendiculares: «Excelente novela... Creo que la estrategia narrativa de este inteligentísimo autor culmina en unas páginas de un poder arrasante» (Carlos Fuentes); Decencia: «Actualiza las novelas mexicanas de la Revolución y les devuelve una ambición no exenta de ironía y desencanto» (Patricio Pron, El País); «Una escritura que apunta a Jorge Luis Borges, a Roberto Bolaño, a Malcolm Lowry y a Carlos Fuentes, aunque la región de Enrigue nada tenga de transparente» (Mónica Maristain, Página/12); Muerte súbita (Premio Herralde de Novela 2013): «Espléndida novela para tiempos de crisis» (Jesús Ferrer, La Razón); «Una novela a la altura de su desmesurada ambición. Se le exige mucho al lector y, como compensación, se le da lo mucho que promete» (J. A. Masoliver Ródenas, La Vanguardia); «Es posible que sea también un divertimento histórico sobre hechos contados muy libremente y un ensayo ficción sobre en qué cosa se puede convertir algo tan moldeable como es la novela» (Ricardo Baixeras, El Periódico); Ahora me rindo y eso es todo: «Una obra ambiciosa, en la que se mezclan géneros diversos... Una novela total» (Diego Gándara, La Razón); «Una ambiciosa novela total» (Matías Néspolo, El Mundo); «A García Márquez y Carlos Fuentes les hubiera gustado este exuberante alumbramiento de fantasía, exploración y conocimiento» (Tino Pertierra, Mercurio), y el ensayo Valiente clase media. Dinero, letras y cursilería.

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Rating: 3.7135415416666664 out of 5 stars
3.5/5

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  • Rating: 4 out of 5 stars
    4/5
    Super weird, but always entertaining. Not since reading American Tabloid by james Ellroy have I been forced to Google so many of the characters in a novel to discover if they were real or not. The storytelling is a little stop-start and the timeline is utterly jumbled, which can be challenging, but the overall effect s perfectly charming. There is also some remarkable breaking of the fourth wall by the novelist which emphasized the playfulness of the whole thing. Uncategorizable, but a delight nonetheless.
  • Rating: 3 out of 5 stars
    3/5
    "As I write, I don't know what this book is about", p. 203.I don't really know either, but I don't feel bad about it after reading that.I learned a lot about random things: real tennis, 16th century Popes and bishop and cardinals, Mexican featherwork, Caravaggio, Cortes. Thanks you google and wikipedia for being there for me as I read. Mostly I guess the book is about various people in the 16th century. Is the tennis game an allegory? I have no idea, I am not good with allegories. What does this book mean? I have no idea.
  • Rating: 2 out of 5 stars
    2/5
    I had a tough time getting through this book. So much of it was so crude, vulgar and sexist. There were a lot of historical details to look up and I did learn quite a bit about Caravaggio and Quevedo but I'm not sure which are historically accurate and which are just the author's imagination. I felt lost a lot and that tennis match was interminable! I feel it is much too difficult to listen to the audiobook but that is available. Perhaps if I read it again I would get more out of it but I know I won't do it!
  • Rating: 4 out of 5 stars
    4/5
    This is perhaps one of the most unusual books I have ever read. The setting is a tennis match between Italian painter Caravaggio and Spanish poet Quevedo. The game is being played with tennis balls made of Anne Boleyn's hair. The audience is filled with all sorts of persons, including Mary Magdalene, who is a bit out of her historical placement. Not all of the novel occurs at the match. We gain insights into the careers of both men. We are exposed to a dialogue between Enrigue and his publisher. Enrigue even admits he doesn't know what the novel is about in one place toward then end. Besides seeming to bounce from one thing to another, much as a ball does in a game of tennis, parts of the novel seem to work together. It is perhaps a bit more bawdy than my comfort level. Is Enrigue a genius and master of the novel, or is he a failure? Ultimately that will be for each reader to decide for himself. Opinions will be diverse. I did not find the novel to be one that could not be put down, but I did not dread resuming it either. My curiosity about where the author was going with the story kept me interested.
  • Rating: 5 out of 5 stars
    5/5
    A tour-de-force, expertly translated by Natasha Wimmer. But what is this story about? It's about tennis, most of all and also least of all, about royalty and the papacy, about Caravaggio and the Spanish conquest of the Americas. A summary of the book would run to almost the same length of the book itself, and so all I can do is to recommend you read it - you will not regret it.
  • Rating: 4 out of 5 stars
    4/5
    The book has an interesting take on what history is, and the stories that define it. I loved the author's lively and intriguing characterization of Caravaggio, and how he didn't shy away from the violent and sexual aspects that make him such a compelling person to meditate on. The weaving of the various storylines and interspersions of the author's process of writing, rather than being too experimental or annoying to me (which is often the case), was self-aware and novel. I just loved how unpretentious it was for such pretentious concepts.
  • Rating: 4 out of 5 stars
    4/5
    2019. I never would have suspected that I would lovea book about a tennis match between Caravaggio andan obscure Spanish poet in the 1500s; and Cortescolonizing South America, but it was so beautifully writtenthat it was a joy to read. There was sone bawdy, drunkengay sex too.
  • Rating: 4 out of 5 stars
    4/5
    Rome, 1599. The painter Caravaggio and the poet Francisco de Quevedo are playing three sets of real tennis as a result of a challenge issued for reasons neither can quite recall, which must have had something to do with the number of bottles of grappa consumed last night. Their seconds are a well-known Pisan mathematician(!) and the Duke of Osuna, respectively, and the spectators in the gallery include some Roman low-life figures who have served as models for Caravaggio's most famous canvases. That's the sort of premise for an historical novel that is hard to resist in anyone's hands, and it only gets more intriguing when we discover that Enrigue is not only telling us about the match and the players, but also brings in a lot of background about the cultural history of ball-games (there are a lot of balls in this book: knowing the way Spanish idiom works, you can be sure that not all of them are going to be the sort used in games) and a parallel story about Hernan Cortés and the conquest of Mexico. And a few other things...This isn't a book you can sum up easily, and Enrigue clearly doesn't want it to be something you can reduce to a single key idea. The idea he playfully suggests when he asks himself what the book is all about, some 3/4 of the way in, is that history is all about the bad guys winning, but I don't think we're meant to take this as limiting. In many ways, the book reminded me of the Cuban writer Alejo Carpentier and his theory that the baroque way of seeing the world was only made possible by European contact with America: Enrigue also wants us to see the possible Mexican influences on Caravaggio's painting (and remind us that the Mexicans also had their own ball-game rituals...). Fun, and definitely a book to keep your mind agile, which I really enjoyed despite my normal antipathy to ball games of all kinds. I suspect that the real-life Quevedo, combative though he was, would have been somewhat averse to ball games too, with his notorious short sight and bad leg. But that's probably something we have to allow Enrigue under the heading of poetic licence.I'm the sort of person who has trouble remembering the rules of modern lawn tennis; 16th century real tennis is infinitely more confusing, especially since the usual terminology of the game as played at Hampton Court or in Merton Street is mostly derived from obsolete French words, not always a good basis for following blow-by-blow descriptions in Spanish, but that doesn't really seem to matter much. This isn't a book about who wins and who loses, at that level.
  • Rating: 5 out of 5 stars
    5/5
    Start with a tennis match played at the end of the 16th century. Back when tennis was a very different game. But the intent was still the same — to win. On this occasion the competitors, the artist Caravaggio and the poet Francisco de Quevedo, are playing in lieu of fighting a duel. Or maybe this is still a duel because it looks as though the match will be the death of at least one of them. Structured around the games of a three-set match, the novel ranges far and wide. As far as the conquest of Mexico, the beheading of Anne Boleyn, the tension between the Renaissance and the emerging Baroque, across genders, sexual orientations, languages, political maneuverings, and whatever it is that triggers Caravaggio’s turn to iridescence in his paintings. And throughout, hovering, the intrusive voice of the author, referencing his research, his exchanges with his publishing house, and his considerations on the significance of linguistic and stylistic flourishes.In the hands of a lesser author, this might have been a recipe for disaster. But Álvaro Enrigue is clearly a master. He deftly handles the many balls that he has placed in the air, juggling them with ease, and turning even the most sceptical reader into a believer. An impressive feat, surely. And highly recommended.
  • Rating: 4 out of 5 stars
    4/5
    Carlo Borromeo annihilated the Renaissance by turning torture into the only way to practice Christianity. He was declared a saint the instant he died. Vasco de Quiroga saved a whole world single-handedly and died in 1565, and the process of his canonization has yet to begin. I don't know what this book is about. I know that as I wrote it I was angry because the bad guys always win. Maybe all books are written simply because in every game the bad guys have the advantage and that is too much to bear.Describing what Alvaro Enrigue's odd novel is about is a thankless task. After all, when the author himself admits to not knowing what the book is about, how can the hapless reader (and I was very hapless) hope to write a tidy review? Sudden Death is structured around a sixteenth century tennis game between the Spanish poet Francisco de Quevedo and the Italian artist Caravaggio. The novel ranges back and forth in time, from Hernán Cortés and the conquest of the Aztec kingdom to the Renaissance, amplified by comments and asides from the author, himself. There are tidbits on the history of tennis, a ton of history unfamiliar to this American reader and character studies of de Quevedo and Caravaggio. It's all very fabulous and unsettling. It took me a while to settle into the rhythms and frenetic pace of this novel, but once I was there, I enjoyed it tremendously. It's a profane and heretical romp that leaves no historical figure unscathed. I had no doubt of Enrique's fierce wit or deep knowledge of the people and times he was writing about. The popes of the Counter-Reformation were serious men, intent on their work, with little trace of worldliness. They put people to death in volume, preferably slowly and before an audience, but always after a trial. They were thoroughly nepotistic and they trafficked in influence as readily as one wipes one's nose on a cold day, but they had good reason: only family could be trusted, because if a pope left a flank exposed, any subordinate would slit his throat without trial. They had no mistresses or children; they wore sackcloth under their vestments; they smelled bad. They were great builders and tirelessly checked to see that not a single breast appeared in a single painting in any house of worship. They believed in what they did.
  • Rating: 5 out of 5 stars
    5/5
    What an unusual, intelligent, funny, and memorable read. The author presents a story with multiple digressions which are so entertaining, they in no way distract from the larger story line. The author is disarming honest and consistently creative. A work not to be missed if the prospective reader is looking for something new, smart, and genre-bending.
  • Rating: 4 out of 5 stars
    4/5
    This is a fanciful, inventive novel by Mexican writer Alvaro Enrigue about the twin seismic events in Western history of the Counter Reformation that sought to crush Protestantism under the weight of Inquisition and expulsion and the destruction of the Aztec Empire by Hernan Cortes and creation of New Spain which brought new wealth to Europe. The narrative mostly jumps back and forth between two scenarios. First is a whimsically rendered tennis grudge match played between the Italian artist Caravaggio and the Spanish poet Quevedo. Much is made over the rules of early versions of tennis, the differences in the composition of the balls, as well as the symbolic (and invented) detail of four tennis balls filled with the hair of Anne Boleyn, shorn just before her execution. Second is the progress of Cortes and his relationship with Montezuma, whose world he is about to destroy. The tone of almost all of this is deceptively light, often played for laughs. But the veil is often pulled back, the smile shown to be the grin of a death's head. For both focus also spins out from the tennis game to show us that nobles and religious figures who sponsor and support both artists--and those figures' forebears--men who can at the same time appreciate a revolutionary use of lighting in a painting and condemn thousands and thousands of people to death via the headman's axe and the pyre. The Aztec culture is identified as tyrannical and murderous, and the conflict between Cortes and Montezuma as resulting in a sea of misery and blood. With all that being true, how to reflect accurately how delightful a reading experience I found this? Let's go back to the start and speak of a novel fanciful, inventive slyly humorous and inventive.
  • Rating: 2 out of 5 stars
    2/5
    "As I write, I don;t know what this book is about. It's not exactly a tennis match. Nor is it a book about the slow and mysterious integration of America into what we call "the Western world" ... Maybe it's just a book about how to write this book; maybe that's what all books are about. A book with a lot of back-and-forth, like a game of tennis." (pp. 203 - 204)This quote sums up the book pretty well, it's a mash up of narrative scenes set in 16th century Italy where a tennis match is taking place between the Italian artist Caravaggio and the Spanish poet Quevedo and scenes set in New Spain between Cortes and Cuauhtemoc, which are then intermixed with excerpt from Renaissance texts describing tennis and other expositional passages on contemporary events. Not my cup of tea.Popsugar 2016 Reading Challenge | Task 6: A book translated into English

Book preview

Muerte súbita - Álvaro Enrigue

Índice

PORTADA

PRIMER PARCIAL, JUEGO UNO

DECAPITACIÓN I

PRIMER PARCIAL, JUEGO DOS

ÁNIMA

LAS PELLAS DE BOLENA

«MUDANDO MUNDO Y TIERRA»

PRIMER PARCIAL, JUEGO TRES

DEGÜELLO

LA PELOTA DERECHA ES EL SANTO PADRE

PRIMER PARCIAL, JUEGO CUATRO

TENIS, ARTE Y PUTERÍA

EL TESTAMENTO DE HERNÁN CORTÉS

«LA VERMINE HÉRÉTIQUE»

EL ESCUDO DE CORTÉS

CABEZAS GIGANTES

CAMBIO DE CANCHA

ALMIRANTAZGOS Y CAPITANÍAS

PARAÍSO

HUIDA A FLANDES

EL BANQUERO Y EL CARDENAL

SEGUNDO PARCIAL, JUEGO UNO

CLASE MEDIA

BODAS

UN CONCILIO SE JUEGA, SE GANA

«IL STUDIOLO» DE GIUSTINIANI

SEGUNDO PARCIAL, JUEGO DOS

TEDEUM ENTRE LAS RUINAS

EL SEGUNDO INCENDIO DE ROMA

MISERIA

«JUDIT CORTANDO LA CABEZA DE HOLOFERNES»

SEGUNDO PARCIAL, JUEGO TRES

JUEGO DE PELOTA

ULTRATUMBA

SOBRE LA FALTA DE SENTIDO DEL HUMOR DE CASI TODOS LOS PAPAS

MIEDO

«LA VOCACIÓN DE SAN MATEO»

CARRERILLAS

PELOTA

«ACADEMIAS DEL JARDÍN»

EL ENCUENTRO, TAN PINCHE, DE DOS MUNDOS

«LA CANASTA DE FRUTA»

IRIDISCENCIA

TERCER PARCIAL, JUEGO UNO

AMOR QUE NO DICE SU NOMBRE

EX

ROBO

CURAS QUE FUERON UNOS CERDOS

TERCER PARCIAL, JUEGO DOS

CONTRARREFORMA

TERCER PARCIAL, JUEGO TRES

«UTOPÍA»

TERCER PARCIAL, JUEGO CUATRO

ENCUENTRO DE CIVILIZACIONES

EL MANTO DEL EMPERADOR II

TERCER PARCIAL, JUEGO CINCO

EL ZAGAL DEL PAPA

TERCER PARCIAL, JUEGO SEIS

SIETE MITRAS

MUERTE SÚBITA

NOTICIA BIBLIOGRÁFICA

AGRADECIMIENTOS

NOTAS

CRÉDITOS

El día 4 de noviembre de 2013, un jurado compuesto por Salvador Clotas, Paloma Díaz-Mas, Marcos Giralt Torrente, Vicente Molina Foix y el editor Jorge Herralde, otorgó el 31.º Premio Herralde de Novela a Muerte súbita, de Álvaro Enrigue.

A la Flaca Luiselli.

A los tres García: Maia, Miqui, Dy.

A Hernán Sánchez de Pinillos, que me enseñó a leer.

El registro escrito más antiguo de la palabra «tenis» no se refiere a los zapatos diseñados para hacer ejercicio, sino al deporte del que deriva el término y que fue, con el esgrima –su primo hermano–, el primero que demandó un calzado particular para ser jugado.

En 1451 Edmund Lacey, obispo de Exeter, Inglaterra, definió el juego con la misma ira sorda con que mi madre se refería a mis tenis Converse de juventud, siempre al borde de la desintegración: Ad ludum pile vulgaritem tenys nucupatum. En el edicto de Lacey la palabra «tenys» –en vernáculo– está asociada a frases con el olor ácido de los expedientes judiciales: Prophanis colloquiis et iuramentis, vanis et sepissime periuriis illicitis, sepius rixas.

En la colegiata de Santa María de Exeter un grupo de novicios había estado utilizando la galería techada del claustro para jugar partidos contra los muchachos del pueblo. El tenis de entonces era mucho más violento y ruidoso que el nuestro: unos atacaban, otros defendían, no había ni red ni líneas, los puntos se ganaban con las uñas y a mordidas, clavando la bola en una buchaca. Como era un deporte inventado por monjes mediterráneos, tenía connotaciones salvíficas: atacaban los ángeles, defendían los demonios. Era un asunto de muerte y ultratumba. La pelota como alegoría del espíritu que va y viene entre el bien y el mal intentando colarse al cielo; los mensajeros luciferinos atajándola. El alma desgarrada, como mis tenis.

El rijoso pintor barroco Michelangelo Merisi da Caravaggio, aficionadísimo al juego, vivó sus últimos años en el exilio por haber dejado a un contrincante atravesado a espada en una cancha de tenis. La calle en la que sucedió el crimen todavía se llama «via della pallacorda» –«calle de la red y la pelota»– en memoria del incidente. Fue condenado a muerte por decapitación en Roma y pasó años viviendo a salto de mata entre Nápoles, Sicilia y la isla de Malta. Pintaba, entre comisión y comisión, aterradores cuadros sobre decapitaciones en los que él mismo era el modelo de las cabezas cortadas. Se los mandaba al papa o a sus personeros, como una entrega simbólica que provocara su indulto. Lo apuñaló luego a él mismo un sicario de los caballeros de Malta, a los treinta y nueve años, en la playa toscana de Porto Ercole. Aunque era un prodigio con la espada y el puñal como lo fue con los pinceles y las raquetas, la sífilis alucinatoria y el saturnismo le impidieron defenderse. Sepiu rixas. Ya había sido indultado y se dirigía por fin de vuelta a Roma.

Hace unos años asistí a una de las trescientas mil ferias del libro que se organizan todas las semanas por todo el mundo hispano. Un crítico literario local me encontró tan intragable que no pudo resistirse a dedicarme una filípica. Como no tuvo el tiempo o la energía requerida para leer un libro y despedazarlo, publicó en su blog: «¿Cómo se atreve a presentarse ante nosotros con los tenis en ese estado?» Vanis et sepossime periuriis illicitis!

Es normal que quienes se sienten dueños de cualquier género de autoridad se quejen del tenis, de nuestros tenis. Yo mismo suelo extender reclamos como cheques sin fondos sobre los Adidas de mi hijo adolescente. Utilizamos los tenis hasta el punto en que llevarlos puestos en un día de lluvia se convierte en un suplicio. Las figuras llamadas a mandar los odian porque son impermeables a sus designios.

En la escena inicial de la comedia renacentista británica Eastward Ho, un sirviente llamado Quicksilver entra al escenario cubierto con una capa y calzado con zapatillas de salón –unas pantuflas con suela de lana gruesa que son el primer antecedente de nuestros tenis. Su señor, preocupado por lo que ve como una señal de que el joven está a punto de hundirse en un mundo de truhanes, apostadores y asesinos, le alza la capa. Llevaba al cinto una espada y una raqueta. Otra figura de autoridad que descubre los defectos esenciales de alguien por culpa de su calzado deportivo: una madre, un crítico, un obispo, el jefe.

Cuando desmejora la apariencia del calzado de piel y baqueta, lo llevamos al zapatero para que le devuelva la novedad triste de una cara intervenida por el cirujano plástico. Los tenis son piezas únicas: no tienen remedio, sus méritos están relacionados con las cicatrices que les dejaron nuestros malos pasos. Mi primer par de Converse tuvo una muerte súbita. Un día volví de la preparatoria y mi madre ya los había tirado.

No creo que sea casualidad que, en México, para referirnos a la muerte de alguien digamos que «colgó los tenis», que «salió con los tenis por delante». Somos sólo nosotros mismos, estamos en proceso de descomposición, jodidos. Usamos tenis. Vamos y venimos del mal al bien, de la felicidad a las responsabilidades, de los celos al sexo. El alma de un lado al otro de la cancha. Éste es el saque.

PRIMER PARCIAL, JUEGO UNO

Sintió el cuero de la bola entre el pulgar, el índice y el cordial de la mano izquierda. La rebotó contra el pavimento una, dos, tres veces, haciendo girar en el puño de la derecha el mango de la raqueta. Se dio tiempo para medir el espacio de la cancha: el brillo del sol del mediodía le parecía insoportable debido a la resaca. Respiró hondo: la partida de raqueta que estaba por desatar era de vida o muerte.

Se limpió las perlas de sudor de la frente y volvió a girar la pelota entre los dedos de la mano izquierda. Era una bola rara: muy usada y recocida, un poco más chica de lo normal, indudablemente francesa por su solidez; rebotaba de una manera más bien febril en comparación con las pelotas de aire españolas con las que estaba acostumbrado a jugar. Miró al piso y raspó con la punta del pie la línea de cal que marcaba el final de su lado de la cancha. Su pierna corta tenía que caer un poco antes de la raya: el factor sorpresa que lo hacía invencible con la espada y no tenía por qué no hacerlo jugando a la raqueta.

Escuchó una carcajada de su oponente, que esperaba el saque al otro lado de la cuerda. Alguno de los proxenetas que lo acompañaban había murmurado algo en italiano. Al menos uno de ellos le era familiar: un hombre de nariz prominente, barba roja y ojos tristes –el modelo que había representado el papel del santo recolector de impuestos en La vocación de San Mateo que la iglesia de San Luigi dei Francesi presumía como su adquisición más reciente. Lanzó la bola al aire y gritó Tenez! Sintió cómo se cimbraba la tripa de gato cuando la prendió con toda su alma.

Su contrincante siguió la pelota con la mirada mientras volaba rumbo al techo de la galería. Pegó en una de sus esquinas. El español sonrió: su primer saque tuvo veneno, se volvió inalcanzable. El lombardo se había confiado, seguro como estaba de que un cojo no podía ser rival para él. El poeta comentó con esa voz rápida y aguda con que los castellanos perforan paredes y conciencias: Más vale cojo que marica. Nadie celebró su chiste del otro lado de la cancha. El duque, en cambio, lo miró desde su sitio en la galería techada de la banda con la sonrisa discreta de los grandes calaveras.

Con el tiempo el juez de cancha del poeta llegó a ser el grande de España a que le daba derecho su título, pero para el otoño de 1599 no había hecho nada más que dañarse el cuerpo, vulnerar el nombre de su casa, hundir a su mujer en el desasosiego y sacar de sus cabales a los privados del rey. Era un hombre chaparro y arrojado. Tenía la cara redonda, la nariz en punta casi cómica, unos ojos de semilla de toronja que le ponían la mirada irónica hasta cuando estaba de buena vena, el pelo corto y rizado y una barba poco creíble que lo hacía parecer más tonto de lo que era. Atendía al partido, a la manera desdeñosa y socarrona con que lo hacía todo, sentado bajo la arcada de madera en cuyos techos tenía que rebotar la bola para que un saque fuera bueno.

El lombardo ocupó el centro de la cancha detrás de la línea de base. Se puso en posición de arranque, a la espera del rebote del tiro del español. La panda de vagos que lo acompañaba guardó esta vez un silencio respetuoso. El poeta volvió a sacar y volvió a ganar el punto. Había puesto la bola casi de su lado en la techumbre, con lo que había conseguido que cayera prácticamente muerta para su contrincante. El duque gritó el marcador: 30-Love, aunque lo que dijo fue «lof». Los italianos entendieron perfectamente.

Más seguro de sí, el español se secó la palma de la mano derecha en los calzones. Giró la bola en la izquierda. Sudaba lo suficiente para cargarla de efecto sin necesidad de escupir en ella. No era el calor, sino la fiebre que aterriza en un purgatorio de escalofríos a los que bebieron de más y no se han repuesto. Movió el cuello en círculos, cerró los ojos, se limpió el morro con la manga. Apretó la bola. No era una pella normal; tenía algo de irregular, como si más que una pelota fuera un talismán. Pensó que sus saques estaban resultando imparables por eso y que se tendría que cuidar del efecto que le podría imprimir su dueño, que la conocía mejor, cuando fuera su turno en la cancha defensiva.

Empuñó la raqueta y lanzó la pella al aire. Tenez! Le dio tan duro que sintió que la rotación de la tierra registraba una fracción de segundo de retraso cuando fijó la pierna corta otra vez en el suelo. La pelota rebotó caprichosamente en el tejado de la galería. El lombardo sacó bien el cuerpo. El español trató de matar el revire en corto, pero no lo alcanzó. El punto siguió: la bola había pegado, para su fortuna, en uno de los postes y la pudo pescar de rebote, clavándola al fondo del campo. La solución había sido buena, pero la maniobra fue demasiado larga y la sorpresa era el único método que tenía para equilibrar la experiencia de su contrincante en el campo. El milanés no tuvo problema tirándose para atrás y clavando un drive que el poeta no tuvo modo de regresar.

30-15, gritó el duque. El único discreto entre los acompañantes del lombardo era su juez de cancha –un profesor de matemáticas silencioso y avejentado. Se metió al campo para marcar una cruz de tiza en el sitio en que la pelota había rebotado. Antes de hacer la marca volteó a ver al valido del español. El duque afirmó, con indiferencia afectada en su forma de alzar los hombros, que la raya estaba bien puesta ahí.

El poeta tardó en volver a su posición. Se había acercado a la galería aprovechando la lentitud con que el profesor de matemáticas marcaba el piso. Es buenísimo, le dijo el duque cuando lo tuvo cerca; esa recta tú no la sacas ni en tu mejor día. El poeta infló los carrillos y sacó el aire con un bufido. No puedo perder, dijo. No puedes perder, confirmó su padrino.

El siguiente punto fue largo y cerrado. El español se defendió pegado a la pared, sacando bolas como si lo que lo atacara fuera un ejército. Achica, achica, le gritaba el duque cada tanto, pero la potencia de su enemigo lo volvía a echar atrás cada que conseguía adelantar algo. En un momento límite tuvo que contener un drive dándole la espalda a su contrincante –una jugada vistosa pero poco práctica. El lombardo prendió la pelota en corto y volvió a acribillar la pared. La bola pegó cerquísima de la buchaca –si hubiera entrado, el juego habría sido para el artista automáticamente. 30 iguales, gritó el duque. Parità, confirmó el profesor. El poeta hizo un despeje que pegó en el filo de la galería. Dentro e inalcanzable. 45-30. Ventaja, gritó el noble español. El matemático confirmó serenamente.

El siguiente punto se disputó con más inteligencia que fuerza: el poeta no se dejó arrinconar y finalmente pudo forzar al artista a jugar una esquina. En la primera bola corta lo eliminó. Juego, gritó el duque. Cacce per Spagna, gritó el profesor.

Regla

Raqueta. Juego como el de la pelota. Uno defiende y otro ofende, luego del revés. Si quedan tablas, con carrerillas se sabe quién defiende y quién ofende en el tercer lance, que llaman de muerte súbita. Al tiempo del saque es forzoso que la pelota bata en un tabladillo que hay en la banda del juego, desde donde cae en dentro y se vuelve. Raqueta se llama también la pala con que juegan este juego, hecha de madera de parte a parte y al centro una redecilla de vihuela recia. Ásese por el mango y se vuelven las pelotas al impulso suyo, que es muy violento y fuerte. La raqueta se juega a puntos, pero el que hace buchaca gana un lance y el que gana tres lances seguidos o cuatro divididos, gana la partida.

Diccionario de Autoridades. Madrid, 1726

DECAPITACIÓN I

Jean Rombaud tuvo el más jodido de los empleos la mañana del 19 de mayo de 1536: partir de un tajo el cuello de Ana Bolena, marquesa de Penbroke y reina de Inglaterra; una joven tan bella, que había convertido el paso de Calais en un Atlántico. El infame ministro Thomas Cromwell lo había mandado traer desde Francia sólo para eso. Le pidió, en una misiva escueta, que llevara su espada toledana –de forja milagrosamente fina– porque iba a hacer una ejecución delicada.

Rombaud no era ni querido ni indispensable. Bello e inmoral, flotaba con humor frío por el estrecho círculo de trabajadores muy especializados que medraban en las cortes renacentistas protegidos por la vista gorda de los embajadores, los ministros, los secretarios y los ayudantes de cámara de la realeza. Su reserva, hermosura y falta de escrúpulos lo hacían un natural para cierto tipo de operaciones de las que todo el mundo sabía y que nadie comentaba, operaciones oscuras sin las que nunca se ha podido hacer política. Se arreglaba con un gusto inesperado para alguien con el oficio de ángel asesino: portaba anillos caros, calzones entallados con brocados excesivos, camisas de terciopelo azul real que no correspondían a su condición de hijo de puta, literal en todos los casos. Tenía una melena castaña rajada por trazos claros en la que se trenzaba con gracia de payo las joyitas de poca monta que le estafaba a sus mujeres, sometidas con las distintas armas sobre las que Dios le había dado magisterio. Nadie sabía si era silencioso por inteligente o por imbécil: sus ojos azul oscuro, un poco caídos hacia los lados, no expresaban nunca compasión, pero tampoco ninguna forma de la animosidad. Además Rombaud era francés: para él, matar a una reina de Inglaterra, más que un delito o una hazaña, era un deber. Cromwell lo mandó llamar a Londres porque le pareció que esa última característica lo hacía particularmente higiénico para ejecutar el trabajo.

No fue el rey Enrique quien dispuso la muerte de su esposa a espada de Toledo y no por el golpe vil del hacha que había reventado la espina de su hermano –acusado de acostarse con la reina, un delito que le concedía la suma récord de tres condenas a muerte: por lesa majestad, por adúltero y por degenerado. Era sólo que nadie podía soportar, ni siquiera el infame Thomas Cromwell, que semejante cuello fuera quebrado por el filo inexacto de un segur.

En la mañana del 19 de mayo de 1536, Ana Bolena asistió a misa y confesión. Antes de ser entregada al condestable de la Torre Green en que su cuerpo sería separado en dos partes, pidió que fueran sus damas y nadie más las que tuvieran el privilegio de cercenarle las carnosas trenzas rojas y cortarle el resto del pelo a rape. La mayor parte de los retratos que la sobreviven, incluida la única copia del único que consta que se hizo en vida –y que se conserva en la colección Tudor del

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