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Seducida por mi jefe multimillonario: libro dos
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Ebook159 pages2 hours

Seducida por mi jefe multimillonario: libro dos

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About this ebook

Jenna mantiene su relación secreta a espaldas de sus amigos, familia y compañeros de trabajo. Pero cuando el romance se descubre, ¿lo aceptarán las personas a las que más quiere Jenna?

LanguageEspañol
PublisherBadPress
Release dateJan 28, 2017
ISBN9781507158869
Seducida por mi jefe multimillonario: libro dos

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    Seducida por mi jefe multimillonario - Sierra Rose

    Seducida por mi jefe multimillonario

    Libro 2

    Sierra Rose

    Capítulo 1

    Tom estaba en la sala hablando con unos compañeros de trabajo. Estaban totalmente inmersos en el trabajo, había notas y papeles por toda la mesa y hablaban de estrategias. Cuando llamé a la puerta, Tom me hizo una señal para que entrara.

    –¿Sí, señorita Harks? –preguntó con un tono de lo más profesional.

    –Tengo las estadísticas que necesitaba para la cuenta Johnson.

    –Excelente.

    Le pasé una carpeta en la que había pegado un post-it diciendo que había que fijar cuanto antes la fecha para la reunión de personal. ¿A las 3:15? Reunión de personal era nuestro código secreto para sexo. Tener un secreto conjunto, compartir un lenguaje corporal que nadie más conocía nos producía escalofríos.

    Asintió y siguió adelante con la reunión. No esperaba una gran reacción de su parte. Después de todo, si alguien sospechaba algo, los rumores se habrían extendido como un incendio fuera de control. ¡Lo último que me apetecía era convertirme en el cotilleo del lunes! Teníamos que vivir como si estuviéramos en un escenario, con todo el mundo mirándonos. Éramos profesionales y nos dejábamos el contacto físico, las flores y los guiños en casa. Nuestras manos nunca se rozaban al salir del edificio. Nunca nos dejábamos notas sobre la mesa. Sabíamos que ninguna de esas cosas pasaría desapercibida. También estábamos pendientes de las cámaras de seguridad en el parking y en las escaleras.

    Sonreí al salir de la sala de reunión. Nos encantaba aquel tonteo de oficina. Quizás fuera la emoción de sentir que podían descubrirnos. Puede que fuera el chute de adrenalina. Quizás era porque los dos estábamos completamente locos. O puede que fuera la química alucinante que había entre ambos, eso que nos empujaba a no dejar de tocarnos. 

    –Es... estírate un poco más.

    –Jenna, me estoy estirando todo lo que puedo. Esto mide más de dos metros.

    –Pues coge una caja y súbete en ella.

    Tom entrecerró los ojos.

    –No voy a subirme a una caja.

    –¿Por qué no? Yo estoy sentada en una fotocopiadora. Los dos tenemos que hacer sacrificios.

    –¿Así que esto es un sacrificio?

    Empezó a moverse, con velocidad, con fuerza, entonces me di con la cabeza en el techo. El ruido entusiasta del aire acondicionado apagaba el sonido de nuestras respiraciones. Bueno, casi. De todas formas teníamos que procurar no hacer mucho ruido o alguien podría oírnos y pensar cualquier cosa.

    –No es mi intención hacer que te canses –continuó, jadeando bajito contra mi hombro. Me mordí el labio para contener un gemido–. Después de todo, lo de la sala de fotocopiadoras ha sido idea tuya. Yo sugerí que nos encontráramos en el almacén de abajo, ese al que no va nadie.

    –No fue –levanté la pierna un poco más– idea mía. –Se me cortaban las palabras, quedaban puntuadas por mi respiración agitada–. Este es nuestro lugar especial. Era el sitio más lógico al que podíamos ir. Y tú no quisiste hacerlo en el ascensor.

    –Claro, ¡porque casi nos pillan! –A pesar de lo que estaba ocurriendo, Tom no pudo contener la risa–. Jenna, de verdad, podríamos tener un lugar especial mejor que este.

    Cerré los ojos apretando los párpados mientras arqueaba la espalda contra la máquina. Un profundo gemido escapó de mis labios y él se apresuró a taparme la boca con la mano.

    Pero llegó un poco tarde.

    Cuando cambió la pierna en la que se apoyaba, me escurrí contra el panel de control y la fotocopiadora empezó a funcionar. De golpe, empezó a pitar, los rollos sonaban y escupían papeles como para inundar la habitación.

    –¿Qué has hecho? –preguntó Tom acusándome y separándose de mí. Aún tenía los calzoncillos por los tobillos y, al dar un paso hacia atrás, casi se cae en el armario del papel.

    –¡No he hecho nada!

    Me bajé de la máquina de un salto y la miré horrorizada, dándole a todos los botones para intentar que parara.

    Pero mi ataque frenético solo producía más movimiento. La fotocopiadora empezó a funcionar más rápido y a sacar hojas al doble de velocidad. Ya había una pequeña pila de papel acumulándose en el suelo.

    –Hey, ¿todo bien ahí dentro?

    Tom y yo nos quedamos paralizados, mientras alguien movía el pomo desde afuera.

    –¿Y esto por qué está cerrado con llave?

    Nos lanzamos miradas silenciosas, cargadas de pánico y luego le empujé para que quedara totalmente escondido dentro del armario. Empecé a dar vueltas desesperadamente, intentando encontrar mis bragas.

    –¿En el armario? ¿De verdad? –musitó.

    Le ignoré, abotonándome la blusa a la velocidad de la luz.

    –¿Qué va a resultar más raro? ¿Que tú estés aquí o que esté yo?

    Volvió a mirarme, pero le empujé aún más, colocando unos uniformes del personal de limpieza sobre él y cerrando la puerta. Cuando estuve segura de que todo tenía la pinta que debía tener, me moví sobre el mar de papeles que no dejaba de crecer y abrí de golpe la puerta. Un joven becario me miró confundido y su confusión no hizo sino aumentar cuando vio la cascada de papel.

    –Creo... que he estropeado la máquina.

    Me había quedado muy, pero que muy corta con la afirmación.

    Entró corriendo y, mirándome de reojo, le dio al botón de arranque. La máquina se apagó en seguida y la habitación se llenó con un silencio repentino e incriminatorio.

    Abrí la boca para decir algo inteligente, pero al final solo señalé sin muchos ánimos el botón.

    –No lo había intentado con ese aún...

    El becario asintió despacio, evitando el contacto visual.

    –No pasa nada, señorita Harks. Puedo llamar para que limpien esto. ¿Necesitaba fotocopiar algo en especial?

    –¿Hmm? –Miré hacia arriba distraída, me preguntaba si podría colocarme el sujetador discretamente y también por qué el becario sabía mi nombre–. Oh, um, no. Estoy segura de que ya tengo una copia en mi mesa. Pero gracias... Jason. –Leí su tarjeta de identificación a todo correr.

    Se puso como un tomate cuando dije su nombre y desvió la mirada apresuradamente hacia la fotocopiadora.

    –Bueno, al menos recogeré todo esto.

    Cuando se agachó para empezar a limpiar los daños colaterales de la batalla sexual entre Tom y yo, lancé una mirada de preocupación hacia el armario. Tom seguía allí, sin duda estaría que echaba humo, escuchando todo lo que decíamos. No podía marcharme y dejarlo allí sin más, esperando a que el chico terminara de recoger. A saber cuánto iba a tardar. Tampoco sabía si para poner orden iba a abrir el armario. No era una experta, no sabía dónde iba cada cosa en la jungla del sótano, pero me parecía que el chico sí lo sabía y no estaba dispuesta a correr riesgos.

    –Jake, escucha, no hace falta que—

    –Jason –me corrigió automáticamente. Luego sus ojos se encontraron con los míos y se sonrojó una vez más–. Pero está bien, usted puede llamarme Jake.

    Incliné la cabeza con el ceño fruncido, sopesando lo extraña que era esa frase, luego le eché de la sala con delicadeza.

    –Lo siento, Jason. La verdad, Jason, es que estoy ensayando una presentación para los Larchwood aquí abajo. No quería hacerlo en mi despacho, con gente pasando por ahí, así que pensé que este era un lugar en el que podía practicar sin molestar a nadie. –Le dediqué una sonrisa convencida y miré a la fotocopiadora–. Le di sin querer, me avergüenza decirlo, pero no tengo práctica con este modelo. Pero bueno, tengo que seguir ensayando y no quiero hacerte perder el tiempo limpiando eso. Estoy segura de que tienes otras cosas importantes que hacer.

    –La verdad es que no –se encogió de hombros–. Iba a ir a buscar un café para Pía Montera.

    Aproveché aquella oportunidad de oro.

    –Pues si Pía no se toma su espresso doble la gente en la planta de arriba va a vivir un infierno. –Apoyé las manos sobre él y le saqué, teniendo buen cuidado de cerrar la puerta después–. Que la suerte y la velocidad de los dioses te acompañen, Jason.

    Eché el pestillo mientras sus pies caminaban pasillo abajo y me apoyé contra la puerta, llevándome una mano al pecho. Habíamos estado cerca. Mucho peor que la última vez.

    Se oyó algo dentro del armario, luego se abrió la puerta y apareció Tom. Se quitó una pelusa del hombro con cara de asco y me miró.

    –¿Que la suerte y la velocidad de los dioses te acompañen? Pero, ¿qué ha sido eso? ¿Te crees que estamos en Cabo Cañaveral?

    –Cállate –bisbiseé, sin retirarme la mano del pecho–. Y ayúdame a recoger todo esto.

    Tom miró los papeles del suelo y suspiró.

    –Deberías haber dejado que lo hiciera él; me podía haber quedado ahí dentro hasta que acabara. Empezaba a gustarme el olor a amoniaco.

    Me reí y me puse de rodillas para recoger el papel.

    –¿Quieres dejarte de bromas y ayudar? Bastante educado fue el chico, dadas las circunstancias. Podrías darle un aumento de sueldo.

    Entonces fue Tom quien se echó a reír.

    –Sí, claro, eso es justo lo que Jason buscaba.

    –¿A qué te refieres?

    Me dedicó una sonrisa divertida.

    –Está pillado por ti, como todos, todos los becarios. ¿Por qué te crees que sabe tu nombre si no? No te ofendas, Jenna, pero tu puesto no es tan importante.

    Hice una pila de papel sobre una banqueta con el ceño fruncido.

    –¿Qué dices? ¿Y tú qué sabes si le gusto?

    –Puede que yo esté siempre en la última planta, pero tengo oídos. –Contuvo una risilla–. Todo el edificio habla de lo buena que está la nueva consultora del equipo de Patti Macer. De eso y de lo que hiciste en la fiesta de Año Nuevo.

    Sofoqué un gemido. La fiesta de Año Nuevo. Aquel recuerdo permanecería grabado a fuego para siempre en mi memoria. Fue el día en el que el affair en la oficina empezó.

    Capítulo 2

    No pudimos dejar de sonreírnos tímidamente ni de lanzarnos miradas durante todo el día. Fue lo más emocionante que he hecho en mi vida. La oficina no era un lugar aburrido. El enorme secreto que compartíamos Tom y yo nos proporcionaba la carga necesaria para hacer que ir a trabajar tuviera un atractivo nuevo. En vez de limitarme a ir a reuniones, preparar fusiones y hacer llamadas telefónicas, ahora hacía que mi pierna rozara la de mi jefe por debajo de la mesa y nos encontrábamos en la sala de fotocopiadoras unos cuantos minutos cada día. ¿Lo mejor de aquello? Que nadie tenía ni idea de lo que estábamos haciendo. La excitación del secreto nos ponía a mil y eso hacía que todo fuera mucho más divertido. Tenía a alguien a quien mandar mensajes sexys durante las reuniones o con quien rozarme accidentalmente por las mañanas, cuando iba a servirme una taza de café.

    Cuando entré en el despacho de Tom, la espectacular manager rubia de nuestra

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