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Seducida por mi jefe multimillonario: libro tres
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Seducida por mi jefe multimillonario: libro tres
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Seducida por mi jefe multimillonario: libro tres

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About this ebook

Este es el tercer libro de la trilogía, recomendado a mayores de 18 años por contenido sexual.

Jenna intenta superar su ruptura con Tom. Se niega a dejar su trabajo y a mudarse a otra ciudad. Los dos han acordado mantener una relación solo de trabajo, pero es complicadísimo ver su atractiva cara cada día y pensar en lo que habría podido ser. Ella se comporta de forma profesional e incluso encuentra un nuevo amigo. A medida que Jenna estrecha su relación con Erick, Tom se pone más y más celoso. ¿Podrá Jenna reconducir su vida y pasar página? ¿Podrá dejar el pasado atrás?

LanguageEspañol
PublisherBadPress
Release dateFeb 28, 2017
ISBN9781507165690
Seducida por mi jefe multimillonario: libro tres

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    Seducida por mi jefe multimillonario - Sierra Rose

    Seducida por mi jefe multimillonario

    Libro 3

    ––––––––

    Sierra Rose

    Visita a Sierra Rose en: www.authorsierrarose.com

    Capítulo 1

    Nunca sabes dónde o cuándo encontrarás el amor... ¡o cuando él te encontrará a ti! Yo lo encontré, aunque lo hice al cruzar la línea acostándome con mi jefe multimillonario. Un tabú de los grandes. Que una subordinada salga con su jefe nunca es buena idea. Yo lo sabía. Era un asunto arriesgado. Pero juro que mis sentimientos eran reales; maravillosa e innegablemente reales. Tom era inteligentísimo, divertido y extremadamente adorable. Era todo lo que siempre deseé en un novio. Mi parte romántica quería creer que el amor todo lo puede, así que mandé a la porra las consecuencias.

    Salté al vacío. La receta perfecta para el desastre. Fui una ingenua, ¿no? Estaba destrozada, triste, herida y desilusionada.

    Las preguntas no me daban tregua. ¿Cómo iba a poder seguir trabajando para alguien que me había dejado? No, no me iban a despedir. Adoraba mi trabajo por encima de todas las cosas. Se me daba bien. Trabajaba de maravilla. Le caía bien a la gente. Mi trabajo era sólido y evitaba los politiqueos y cotilleos de oficina; aceptaba bien las críticas.

    Acostarme con el jefe fue una mala idea para mi carrera. Lo sabía, pero estaba embobada con él. Había visto al tío en artículos de revistas y en la tele. Me sentía la mujer más afortunada del mundo cuando me escogió. A mí, de entre todas las mujeres que buscaban su atención. Es lo que se llama una buena inyección para el ego. Siempre me pregunté por qué me había elegido a mí. ¿Era porque yo era un fruto prohibido? Quizás por la adrenalina de saber que estaba rompiendo las reglas. Me encandiló con un mundo que yo no conocía: gastos desorbitados, cenas extraordinarias, regalos caros y clubes exclusivos. Además, teníamos aquella atracción arrolladora y la innegable pasión. 

    Tom y yo teníamos el romance de oficina perfecto, hasta que un día... En fin, ya no lo teníamos. No estaba segura de cómo me habían dado carpetazo. Ahora tenía que levantarme del suelo. Dejando de lado mi orgullo herido, mi caballero de reluciente armadura eligió el trabajo antes que a mí. ¿CEO o Jenna? La elección era obvia. No valía la pena luchar por mí. Me dio una patada en el culo y ya está. Nuestro fuego de oficina se convirtió en un enorme bloque de hielo.

    Joder, era una auténtica mierda.

    Las rupturas normales son horribles, pero las rupturas en la oficina... Son un mundo aparte. Nos tiramos de cabeza, mantuvimos a todo el mundo al margen. Había química y pasión cada vez que nos tocábamos, en cada beso, la atracción no se podía negar. Los dos sabíamos que estaba mal, sin embargo no podíamos evitarlo. Y ahora lo habíamos dejado. ¿Estaba preparada para que me rompieran el corazón?

    Aún me pregunto cómo recuperar mi vida, cómo volver a la normalidad.

    Entré en la sala de descanso para mi pausa habitual de las diez de la mañana. Le eché un poco de leche a mi café. Estaba removiéndolo cuando mi pensamiento voló hasta Tom. Mi vida se desmoronaba. Yo no era un robot. Tenía corazón. Y, joder, ¡cómo dolía! Tenía que estar lejos de Tom, darme tiempo. No podía culparlo, no funcionábamos como pareja. Así que tenía que dejar de analizar qué había salido mal. Escuchaba a Joan y Bob quejándose de que tenían que terminar los informes de gastos para última hora.

    Lo que yo quería no era un rollete. Quería mucho más. Las mujeres deseamos el compromiso como los hombres desean el sexo. No puedo evitarlo, eso es lo que quiero. Solo quiero a un hombre que me haga sonreír y me haga sentir especial. No soy de las que puede salir con tres chicos a la vez. Sencillamente eso no está programado en mi ADN. ¡Puto Cupido en el trabajo! ¡Trágate tu maldita flecha!

    He aprendido dos cosas sobre el amor: no puedes conocer a un chico ni en la fuente de agua de la oficina ni en la barra de un bar.

    Se había acabado. Tenía que ser lo suficientemente fuerte para superarlo.

    Encontraré a mi alma gemela algún día... Aunque sea cuando tenga la casa llena de gatos y tenga cincuenta años.

    –Jenna –dijo el chico de contabilidad.

    –Hola, Bob.

    –Dos palabras. Necesito dos palabras que describan tu vida. Es para la newsletter de Larchwood. Las mías son delirantemente feliz. A ver, tengo las de todo el mundo menos las tuyas.

    –Dos palabras, ¿eh?

    –Sí.

    Me mordí el labio mientras pensaba.

    –Vida complicada.

    –Me vale. –Sonriendo, lo apuntó y se marchó.

    –Hey, chica –dijo Betty–. Sé fuerte. Aguanta, ¿vale? Si me necesitas, estoy por aquí.

    Me quedé con la boca abierta. Mi corazón empezó a latir a mil por hora. ¿Qué narices sabía ella? Empecé a comerme la cabeza. ¿Tom se había ido de la lengua? ¿O había sido Michael? Sabía que Rose no iba a decir nada. A menos que alguien la hubiese escuchado accidentalmente.

    –¿Sabes lo que ha hecho Tom? –conseguí decir.

    Asintió.

    –Pues sí. Lo sabemos todos.

    Sentí que se me acumulaban las lágrimas, pero me negaba a dejarlas asomar. Si me venía abajo en el trabajo mis colegas dudarían de mi profesionalidad y de mi capacidad para soportar el estrés. Me recordarían como la chica emocionalmente inestable que se quebró cuando su novio la dejó. No, tenía que ser fuerte. Quería llegar al punto en el que esta ruptura no me molestara. Pero, ¿cómo iba a lograrlo si todo el mundo lo sabía?

    Demasiado incómodo para poder soportarlo. Acababa de manchar oficialmente mi reputación profesional. ¡El cotilleo estaba a punto de echar a volar! Seguramente aparecería en la primera página de la newsletter. ¡Los de Relaciones Públicas iban a por mí! ¿Por qué Tom no había podido mantener la bocaza cerrada?

    Respira, Jenna. El objetivo principal es mantener la cordura... y el trabajo. Tenía que moverme con la máxima precaución.

    Capítulo 2

    Quería evitar ser captada por el radar de Relaciones Públicas y convertirme en una damnificada. Pero parecía que había saltado la liebre. Solté unos cuantos tacos en mi mente. Me latía a toda prisa el corazón. ¿Querían ver rodar mi cabeza?

    –¿Cómo lo sabes? –pregunté.

    –Vi la pila de trabajo que Larchwood dejó en tu mesa esta mañana. Jonas Katers ha renunciado y su trabajo ahora se tiene que repartir equitativamente. Sé que te sientes desbordada. Pero no te sientas así. Puedes con ello. Yo te ayudaré en todo lo que pueda.

    Dejé escapar un largo suspiro de alivio. Trabajo. Estaba flipándolo con el trabajo.

    –Es muchísimo –dije, siguiéndole el juego–. Pero podré con ello. Soy fuerte. No sé cómo, pero lo haré. –Creo que hablaba más sobre mi vida personal que sobre la profesional.

    Se rió. 

    –¿Qué haces esta noche? –preguntó–. ¿Algún plan para la noche del viernes?

    –Oh, sí. Tengo grandes planes.

    Ponerme el pijama, ver una peli en Netflix y llorar sobre mi helado. Supongo que el viejo cliché sobre las rupturas es verdad. Yo era la prueba viviente de ello.

    Betty sonrió.

    –¿Ah, sí? ¿Cuáles?

    –Um, una obra de teatro. Voy a ver...

    –¿Esa nueva que han puesto en Broadway? Ay, ¡me muero de ganas de verla! Pues sí que tienes un buen plan.

    Cogió su café y se marchó. Cuando me giré choqué con Tom. Se me desbordó el café y le manché su traje negro.

    –Lo siento –dije.

    –Manchar de café al jefe no es bueno –se oyó la voz de Joan–. Nada bueno. Especialmente si lo haces cuando te van a hacer la evaluación semestral.

    La primera vez que nos veíamos después de nuestra ruptura y lo bañaba en café. Genial. Sencillamente genial. Menudo desastre. Vale, no te ahogues en tus propios sentimientos. Tranquila. Respira. Puedes con esto.

    Tom soltó una ligera risa.

    –No pasa nada.

    Corrí al fregadero para coger servilletas de papel. Me puse a limpiarle la camisa como una loca. Me sentía idiota y patosa. Recuerda, me dije: debes ser educada y profesional. No podía permitir que las cosas negativas afectaran a mi productividad ni a mi reputación profesional. Sabía que el lugar de trabajo podía convertirse en un campo minado por la ansiedad y la distracción y no quería que eso ocurriera.

    –Por favor, no te preocupes –dijo.

    Mi mente funcionaba a toda velocidad. No quería tener uno de esos momentos tipo ¡Madre mía, soy la pirada de la ex!

    Cuando sus manos tocaron las mías para que parara de limpiarle la camisa levanté la mirada. Un escalofrío me recorrió la espalda. No podía. No podía verle cada día... Iba a cambiar mi rutina para tomar mi descanso a otra hora totalmente distinta. La sala de descanso me traía recuerdos. Recordaba lo sexy que resultaba robarle un beso aquí cuando nadie nos miraba. Sus labios eran tan suaves y sus besos tan adictivos.

    –Lo siento –dije.

    –No, ha sido mi culpa. Lo siento.

    ¿Qué sientes? ¿Haber destrozado todas mis esperanzas y mis sueños? Por supuesto no lo dije. Unos días atrás me había mandado un mensaje al móvil diciéndome que quería que fuéramos amigos. Qué majo. Su amistad era una mierda de premio de consolación. Gracias, pero no. 

    Odiaba la sensación en el estómago que me provocaba esta confrontación. Tenía ganas de echarme a llorar, los sentimientos me consumían. Quería llorar a mares sobre los informes que llevaba en los brazos. Pero empaparlos de lágrimas no iba a ayudar mucho a mi credibilidad.

    ¡Maldita sea!

    ¿Por qué era tan endemoniadamente guapo? Mirándome con esos preciosos ojos azules y su atractiva cara, con ese traje de diseñador que lo hacía ver como el hombre más guapo del mundo.

    No era justo, Thomas Larchwood. No era nada justo. Lo amaba. Y él lo había tirado todo por la borda. Yo ni siquiera podía mostrar lo enfadada que estaba. Ni contarle a nadie que antes estábamos juntos. Era un secretito sucio.

    No podía dejar que mis sentimientos heridos incomodaran a la gente a nuestro alrededor. 

    ¿Cómo se suponía que iba a poder soportar la ruptura con las ocho horas al día, cinco días a la semana, informes, reuniones y todo lo demás relacionado con la dirección? ¿Debía actualizar mi CV y empezar en algún otro sitio? No. Había trabajado duro para llegar aquí. Lo había dejado todo por este puesto de trabajo.

    –Joan tiene razón, ha llegado tu evaluación semestral –dijo él.

    –¿Me la va a hacer usted? –pregunté.

    –Se lo he pedido a Michael –respondió–. Tengo demasiadas cosas encima para hacerla.

    Sí, claro.

    Sacudí la cabeza.

    –Ah, de acuerdo. Entonces iré a verle en cuanto tenga ocasión.

    Nuestros ojos se encontraron.

    Luego salí a todo correr de la sala de descanso, corrí tan lejos como pude. Iba a ser más fácil superarlo si seguía adelante con mi vida. Cuanto más ocupada estuviera más fácil iba a ser olvidarme de él. Pasaba demasiado tiempo pensando en él, lo que significaba que estaba demasiado implicada. ¡Joder! ¡Esto tenía que parar!  Vale, tenía que centrarme y seguir adelante. Eso era lo que tenía que hacer. No importaba lo que hubiese ocurrido entre nosotros, tenía que dejarme de dramas. 

    Lo mejor era evitar a mi ex a toda costa.

    Volví a mi despacho deseando con todas mis fuerzas que no viniera a buscarme. Y no lo hizo. Se lo agradecía. No podía soportar verlo en aquellos momentos. Pero no tuve tanta suerte un poco más tarde el mismo día.

    Rose me llamó por el teléfono de trabajo.

    –¿Qué haces esta noche? –No contesté–. Por favor no me digas que estás llorando sobre el teclado.

    –No.

    –Bien. ¿Qué planes tienes?

    –Conoces de sobra mis planes.

    Dejó escapar un suspiro largo y exagerado.

    –No, helado, no.

    Me mordí el labio.

    –Tal vez.

    –¿Qué tal unos vinos?

    –No quiero estar triste, borracha y sola.

    –Que no, tonta. Yo beberé contigo. Nos echamos unas risas y luego lloramos juntas. Lo que tú hiciste por mí cuando Jeremy me dio la patada –Suspiré–. Lo siento –dijo–. No quería decir que te han dado la patada.

    –No quiero acabar sola –dije–. Quiero alguien con quién dar largos paseos por la playa o sentarme frente a una chimenea. Quiero sentir el calor del cuerpo de Tom debajo del edredón mientras nos hacemos mimos.

    –Bien. Estás describiendo lo que buscas en una pareja; buen perfil. Aunque quitaremos la última parte.

    –¡Paso de buscar pareja por internet!

    –¿Por qué no? Tinder es buenísimo.

    –Tinder, no, Rose. No quiero que me emparejen ni ir a citas a ciegas.

    –Vale. Pero Michael tiene un amigo espectacular que... 

    –Sé que tienes buenas intenciones. Pero has quedado con Michael. Ve y sé feliz. No dejes que yo te consuma toda la luz como si fuera una especie de agujero negro.

    –¡Ya vale!

    –¿Te llevarás mi móvil para que no le mande a Tom ningún mensaje cuando esté borracha y me pueda arrepentir después?

    –Por supuesto. ¿Quieres un consejo?

    –No, pero me lo vas a dar de todas formas.

    –Al grano. ¿Cuál es el ingrediente principal para recuperarse?

    –Vino. En gran cantidad.

    –No.

    –¿Una fiesta loca y un montón de alcohol?

    –Poner distancia con Tom. Ha llegado el momento de cortar todas las conexiones que no sean de trabajo. Nada de mensajes ni llamadas de teléfono. Bloquéalo en el whatsapp y en las redes sociales, etc. Sabes a qué me refiero.

    –Lo sé. No explicar. No pensar. No decir nada. Ignorarlo todo. Bloquearlo en todas partes.

    –Esa es mi chica. 

    Capítulo 3

    A las dos de la tarde salí corriendo a una reunión. Y ya se sabe mi suerte, solo había un asiento libre en la mesa y era al lado de Tom. Gemí bajito.

    –Por favor, toma asiento, Jenna –dijo el padre de Tom.

    –Sí, Señor Larchwood.

    Sonreí y me senté

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