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Difícil olvido
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Difícil olvido

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About this ebook

¿Iba a perder él algo más que su memoria?
El millonario griego Leon Carides lo tenía todo: salud, poder, fama, incluso una esposa adecuada y conveniente… aunque jamás la había tocado. Pero un grave accidente privó al libertino playboy de sus recuerdos.
El único recuerdo que conservaba era el de los brillantes ojos azules de su esposa Rose. El deseo que experimentó por ella durante su convalecencia anuló la brecha que había entre ellos en el pasado y, a pesar de sí misma, Rose fue incapaz de resistirse al encanto de su marido. ¿Pero sería capaz de perdonar los pecados del hombre que había sido su esposo cuando este tuviera que enfrentarse a ellos?
LanguageEspañol
Release dateJan 5, 2017
ISBN9788468792910
Difícil olvido
Author

Maisey Yates

Maisey Yates is the New York Times bestselling author of over one hundred romance novels. An avid knitter with a dangerous yarn addiction and an aversion to housework, Maisey lives with her husband and three kids in rural Oregon. She believes the trek she makes to her coffee maker each morning is a true example of her pioneer spirit. Find out more about Maisey’s books on her website: www.maiseyyates.com, or fine her on Facebook, Instagram or TikTok by searching her name.

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    Difícil olvido - Maisey Yates

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2016 Maisey Yates

    © 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Difícil olvido, n.º 5483 - enero 2017

    Título original: Carides’s Forgotten Wife

    Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-687-9291-0

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Prólogo

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Epílogo

    Si te ha gustado este libro…

    Prólogo

    Otra fiesta aburrida en medio de una larga sucesión de fiestas aburridas», pensaba Leon mientras se alejaba en su coche del ostentoso hotel del que acababa de salir y se sumergía en el tráfico de las estrechas calles italianas.

    El momento álgido de la tarde había sido también el más decepcionante, cuando había sido rechazado por la prometida de Rocco Amari, una mujer preciosa, exótica, morena y con una larga y ondulada melena negra. Habría sido una magnífica compañía en su cama aquella noche. Desafortunadamente, parecía totalmente entregada a Rocco, como este a ella.

    «A cada uno lo suyo», pensó con ironía. Él no veía ningún atractivo en la monogamia.

    La vida era un glorioso buffet de libertinaje. ¿Por qué habría de ponerse límites?

    Aunque se había ido con las manos vacías, había disfrutado irritando a su rival en los negocios. Eso no podía negarlo. Y no le encontraba sentido a la vena posesiva de Rocco, aunque también era cierto que él nunca había experimentado sentimientos especialmente intensos por ninguna mujer, y tal vez por eso no podía entenderlo.

    Tras girar en una rotonda enfiló la carretera de circunvalación que llevaba fuera de la ciudad para dirigirse a la villa que ocupaba mientras estaba en Italia. Era un lugar muy agradable, rústico y bien situado. Prefería sitios como aquel a un ático de lujo en medio del ajetreado distrito financiero de la ciudad, algo que probablemente entraba en contradicción con otros aspectos de su personalidad. Pero tampoco le había preocupado nunca ser un hombre contradictorio.

    Poseía varias propiedades por todo el mundo, aunque ninguna le importaba tanto como la de Connecticut.

    Recordar aquella casa, aquel lugar, le hizo pensar en su esposa.

    Pero prefería no pensar en Rose en aquellos momentos.

    Por algún motivo que se le escapaba, pensar en ella nada más acabar de tratar de llevarse a otra mujer a la cama le hacía sentirse culpable.

    Pero aquello tampoco tenía lógica. Era cierto que estaban casados, pero solo en los papeles. Él permitía que Rose hiciera lo que quisiera con su vida y ella le permitía hacer exactamente lo mismo.

    A pesar de todo, resultaba fácil distraerse recordando sus grandes y luminosos ojos azules y sentir…

    Cuando volvió a centrar su atención en la carretera vio de frente las luces de otro coche.

    No hubo tiempo para corregir la trayectoria. No hubo tiempo para reaccionar. Tan solo lo hubo para que se produjera el fuerte impacto.

    Y para que la imagen de los ojos azules de Rose se desvaneciera de su mente.

    Capítulo 1

    De momento se encuentra estable –dijo el doctor Castellano.

    Rose miró a su marido, tumbado en la cama del hospital, con el pecho y un brazo vendados, los labios hinchados, un feo corte en medio de estos y un pómulo totalmente amoratado.

    Parecía… No se parecía nada a Leon Carides. Leon Carides era un hombre intenso, lleno de vida, poderoso, de un carisma innegable, un hombre que despertaba respeto con cada uno de sus movimientos, con cada aliento, que dejaba boquiabiertas a las mujeres, exigiendo con su mera presencia toda su atención y toda su admiración.

    Y también era el hombre del que estaba a punto de divorciarse. Pero no podía entregar los papeles del divorcio a un hombre que estaba inconsciente y gravemente herido en la cama de un hospital.

    –Es un milagro que haya sobrevivido –añadió el médico.

    –Sí –contestó Rose, sintiéndose totalmente vacía–. Un milagro.

    Una parte de ella, a la que reprimió de inmediato, pensó que habría sido mucho mejor para él haber muerto en el accidente. Así ella no habría tenido que enfrentarse a nada de todo aquello, a la situación en que se encontraba su unión. O, más bien, su falta de unión.

    Pero aunque no pudiera soportar la idea de seguir casada con él, tampoco deseaba que estuviera muerto.

    Tragó saliva con esfuerzo y asintió lentamente.

    –Gracias al cielo por los milagros. Grandes y pequeños.

    –Sí.

    –¿Ha despertado en algún momento?

    –No. Ya llegó inconsciente. El choque fue muy fuerte y tiene seriamente dañada la cabeza. Muestra actividad cerebral, de manera que aún hay alguna esperanza, pero cuanto más tiempo siga inconsciente menos posibilidades habrá de que se recupere.

    –Comprendo.

    Rose había tardado veinticuatro horas en llegar de Connecticut a Italia y Leon llevaba inconsciente todo aquel tiempo. Pero había toda clase de historias sobre personas que habían despertado milagrosamente tras haber pasado años inconscientes. Sin duda, aún había esperanza para Leon.

    –Si tiene cualquier pregunta, no dude en ponerse en contacto conmigo. No tardará en venir una enfermera, pero, si necesita cualquier cosa, este es mi número –dijo el médico a la vez que le entregaba una tarjeta.

    Rose supuso que así eran las cosas cuando se recibía tratamiento especial en un hospital y, por supuesto, Leon iba a recibir un tratamiento especial. Era multimillonario y uno de los hombres de negocios con más éxito del mundo. Aquella clase de cosas siempre resultaban más fáciles para los ricos y poderosos.

    –Gracias –dijo mientras se guardaba la tarjeta en el bolso.

    El doctor salió y cerró la puerta a sus espaldas. Rose permaneció de pie en medio de la habitación, rodeada por el tenue sonido de las maquinas que monitorizaban el estado de Leon. Comenzó a sentir un creciente pánico mientras observaba la inerme figura de Leon en la cama. Se suponía que un hombre como él no podía tener ese aspecto. Se suponía que no poseía la fragilidad del resto de los seres humanos.

    Leon Carides siempre había sido más un dios que un hombre para ella. La clase de hombre con el que había fantaseado en su juventud. Era diez años mayor que ella y había sido el protegido más apreciado y en el que más había confiado su padre desde que ella tenía ocho años. Apenas podía recordar un periodo de su vida en el que Leon no hubiera estado involucrado.

    Desenfadado. Con una sonrisa fácil. Siempre amable. Había sabido verla de verdad. Y le había hecho sentir que importaba.

    Todo aquello cambió cuando se casaron, por supuesto.

    Pero no iba a pensar en su boda en aquellos momentos.

    No quería pensar en nada. Quería cerrar los ojos y volver a la rosaleda que había en la propiedad de su familia. Quería sentirse rodeada por la delicada fragancia de la brisa veraniega, sentirse rodeada por ella como si fuera un amistoso brazo que la protegiera de todo aquello. En el hospital todo era demasiado severo, demasiado blanco, demasiado aséptico como para ser un sueño.

    Era aplastantemente real, un asalto a sus sentidos.

    Se preguntó si habría habido alguien más con Leon en el coche cuando sufrió el accidente. Si había sido así, nadie lo había mencionado. También se preguntó si habría bebido. Tampoco había mencionado nadie nada al respecto.

    Aquella era otra de las ventajas de ser rico. La gente trataba de protegerte con la intención de beneficiarse posteriormente.

    Al oír que Leon gemía, volvió rápidamente la mirada hacia la cama. Estaba moviendo la mano, tirando de los diversos cables y tubos a los que estaba conectado.

    –Ten cuidado –dijo Rose con suavidad–. Estás conectado a un montón de… aparatos.

    No sabía si podía escucharla, si comprendía lo que decía. Leon volvió a moverse y dejó escapar un gruñido.

    –¿Te duele algo? –preguntó Rose.

    –Soy puro dolor –contestó él con voz ronca, torturada.

    Rose experimentó tal alivio al escucharlo que se sintió ligeramente mareada. Hasta aquel momento no se había dado cuenta de lo afectada que se sentía, de lo asustada que estaba.

    De lo mucho que le preocupaba Leon.

    Aquel sentimiento resultaba totalmente contradictorio con el breve instante en el que había deseado que todo hubiera acabado.

    O tal vez no. Tal vez ambos sentimientos estaban más íntimamente conectados de lo que podía parecer.

    Porque mientras Leon siguiera allí ella siempre seguiría sintiendo demasiado. Y, si se hubiera ido, al menos su pérdida no habría sido algo que hubiera tenido que elegir ella.

    –Probablemente necesitas más analgésicos.

    –Entonces, consíguelos –replicó Leon con dureza.

    Al parecer, ya estaba dando órdenes, algo muy propio de su carácter. Leon nunca se sentía perdido, siempre sabía qué hacer. Incluso cuando el padre de Rose murió y ella se sintió hundida en un pozo de dolor, él dio un paso adelante y se ocupó de todo.

    No la consoló como un marido debería haber consolado a su mujer. Nunca había sido un auténtico marido para ella, al menos en el verdadero sentido de la palabra. Pero se aseguró de que se ocuparan de ella. Se aseguró de que el entierro y todos los aspectos legales del testamento se ejecutaran a la perfección.

    Y aquel había sido el motivo por el que, a pesar de todo, a Rose le había parecido correcto permanecer casada con él durante aquellos dos últimos años. Y también era el motivo por el que, aunque significara perderlo todo, había decidido que tenía que dejarlo a toda costa.

    Pero dejarlo en aquellas circunstancias no le parecía correcto. Leon no había sido un auténtico marido para ella, pero tampoco la había abandonado cuando lo había necesitado. Ella no podía hacer menos.

    –Voy a llamar a una enfermera –dijo mientras tomaba su móvil para enviar un breve mensaje de texto.

    Ha despertado.

    El mero hecho de poder escribir aquellas palabras le produjo un intenso alivio que no quiso pararse a examinar.

    Leon abrió los ojos y empezó a mirar a su alrededor.

    –¿No eres una enfermera?

    –No –contestó Rose, desconcertada–. Soy Rose.

    –¿Rose?

    –Sí

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