Vittoria Accoramboni
By Stendhal
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Vittoria Accoramboni - Stendhal
VICTORIA ACCORAMBONI
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DE BRACCIANO
Desgraciadamente para mí y para el lector, esto no es una novela, sino la traducción fiel de un relato muy grave escrito en Padua en 1585.
Hace unos años, estando en Mantua, me puse a buscar bocetos y cuadros pequeños como mi fortuna, pero tenían que ser de pintores anteriores al año 1600; por esta época acabó de morir la originalidad italiana, que la toma de Florencia en 1530 había puesto ya en gran peligro.
Un viejo patricio muy rico y muy avaro mandó a ofrecerme, en vez de cuadros, y muy caros, unos manuscritos antiguos amarilleados por el tiempo. Dije que quería hojearlos y el hombre accedió, diciendo que se fiaba de mi honradez para no recordar, si no compraba los manuscritos, las curiosas anécdotas que iba a leer.
Con esta condición, que me plugo, hojeé, con gran detrimento de mis olores, trescientos o cuatrocientos legajos en los que se recopilaron, hace dos o tres siglos, unos relatos de aventuras trágicas, carteles de desafío referentes a duelos, tratados de pacificación entre nobles vecinos, memorias sobre toda clase de temas, etc. El viejo propietario de estos manuscritos pedía por ellos un precio exorbitante. Al cabo de muchas negociaciones, compré muy caro el derecho de mandar copiar algunos relatos que me gustaban y que pintan las costumbres de Italia hacia el año 1500. Tengo de estas historias veintidós volúmenes en folio, y una de ellas es la que va a leer aquí el lector, si es que tiene paciencia para ello. Conozco la historia de Italia en el siglo XVI y creo que lo que sigue es absolutamente verídico. Me he esforzado por que en la traducción de ese antiguo estilo italiano, grave, direc-to, soberanamente oscuro y salpicado de alusiones a las cosas y a las ideas de que se ocupaba la gente bajo el reinado de Sixto V (en 1585), no hubiera reflejos de la bella literatura moder-na y de las ideas de nuestro siglo sin prejuicios.
El desconocido autor del manuscrito es persona circunspecta, no juzga nunca un hecho, no lo aliña nunca: se limita a contarlo tal como es; si alguna vez, sin proponérselo, resulta pinto-resco, es que, en 1585, la vanidad no adornaba todos los actos de los hombres con una aureola de afectación; entonces se pensaba que sólo con la mayor claridad posible se podía interesar al vecino. En 1585, nadie proponía entretener me-diante la palabra, a no ser los bufones manteni-dos en las cortes o los poetas. No se había llegado aún