La edad madura
By Henry James
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About this ebook
Henry James
Henry James (1843-1916), the son of the religious philosopher Henry James Sr. and brother of the psychologist and philosopher William James, published many important novels including Daisy Miller, The Wings of the Dove, The Golden Bowl, and The Ambassadors.
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La edad madura - Henry James
James
1
Aquel día de abril era templado y lumino-so, y el pobre Dencombe, feliz en la presun-ción de que sus energías se recuperaban, estaba parado en el jardín del hotel, compa-rando los atractivos de diversos paseos tranquilos, con una parsimonia en la cual, empero, todavía se echaba de ver cierta laxitud. Le gustaba la sensación de Sur, en la medida en que se la pudiera tener en el Norte; le gusta-ban los acantilados arenosos y los pinos arra-cimados, incluso le gustaba el mar incoloro.
Bournemouth es el lugar ideal para su salud
había sonado a simple anuncio, pero ahora él se había reconciliado con lo prosaico. El amigable cartero rural, al cruzar por el jardín, acababa de entregarle un paquetito, que él se llevó consigo dejando el hotel a mano de-recha y encaminándose con andar circuns-pecto hasta un oportuno banco que ya conocía, en un recoveco bien abrigado en la ladera del acantilado. Daba al Sur, a las coloreadas paredes de la Isla de Wight, y por detrás estaba guarecido por el oblicuo declive de la pendiente. Se sintió bastante cansado cuando lo alcanzó, y por un momento se notó de-fraudado; estaba mejor, desde luego, pero, después de todo, ¿mejor que qué? Nunca volvería, como en uno o dos grandes momentos del ayer, a sentirse superior a sí mismo.
Lo que de infinito pueda tener la vida había desaparecido para él, y lo que le quedaba de la dosis otorgada era un vasito marcado co-mo lo está un termómetro por el farma-céutico. Se quedó sentado con la vista clava-da en el mar, que parecía todo superficie y cabrilleo, harto más superficial que el espíritu del hombre. El abismo de las ilusiones humanas, ése sí que era la auténtica profundidad sin mareas. Sostenía el paquete, que a todas luces era de libros, en las rodillas, sin abrirlo, alegrándose, tras el ocaso de tantas esperanzas (su enfermedad lo había hecho ser consciente de su edad), de saber que estaba ahí, pero dando por hecho que ya jamás podría haber una repetición completa del placer, tan caro a la experiencia juvenil, de verse a sí mismo recién impreso
. Dencombe, que te-nía una reputación, había publicado demasiadas veces y sabía de antemano demasiado bien cómo luciría.
Ese aplazamiento tuvo como vaga causa adicional, al cabo de un rato, a un grupo de tres personas -dos mujeres y un joven- a quienes, más abajo que él, se veía avanzar errabundos, juntos y al parecer callados, a lo largo de la arena de la playa. El joven tenía la cabeza inclinada hacia un libro y de vez en cuando se quedaba parado