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Un esposo muy atractivo
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Ebook166 pages2 hours

Un esposo muy atractivo

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About this ebook

¿Cómo podía un hombre ser tan sexy teniendo una familia como aquélla?
Lisa Morelli había regresado a casa incapaz de enfrentarse a la rígida familia de su seductor y flamante esposo. Aunque allí tampoco encontró la paz, decidió recuperar su vida de soltera, a pesar de que nadie entendía que hubiera dejado escapar a un hombre como Alex Mackenzie. Pero había un detalle con el que no había contado; Alex quería seguir casado con ella y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para volver a seducir a su mujer... hasta había comenzado a utilizar vaqueros rotos y camisetas ajustadas con tal de hacerla volver a su lado.
¿Quién podría resistir tanta tentación?
LanguageEspañol
Release dateMay 4, 2017
ISBN9788468795614
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    Un esposo muy atractivo - Millie Criswell

    HarperCollins 200 años. Désde 1817.

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2004 Millie Criswell

    © 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Un esposo muy atractivo, n.º1563- mayo 2017

    Título original: Suddenly Single

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-687-9561-4

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    La posibilidad de estar embarazada flotaba en la mente de Lisa Morelli mientras llamaba a la puerta del apartamento de su hermana.

    Por supuesto, sabía que, de ser cierto el embarazo, su madre estaría encantada. Lo único que Josephine Morelli deseaba más que ver a sus dos hijas casadas era poner sus manos sobre un nieto. Niño o niña, daba igual, mientras estuviera sano y tuviera diez deditos… aunque admitiría la variante de nueve dedos si no hubiera más remedio.

    La fijación de su madre con los nietos era similar a la que tenía con los novios. Encontrar al novio perfecto para Lisa había sido su propósito en la vida y su único criterio de selección era que respirasen. Aunque algunos de los vejestorios que Josephine le había presentado a duras penas cumplían ese requisito.

    Morris Parker, el anciano contable de sus padres, llevaba una botella de oxígeno a todas partes y Lisa no tenía duda de que también se la llevaría al dormitorio. Y había algo muy poco apetecible en una piel arrugada.

    Su hermana también estaría encantada con el embarazo. Francie contaba los días, y las píldoras anticonceptivas, hasta que su marido y ella pudieran formar una familia. Pero como acababan de casarse, la pareja había decidido esperar un poco, lo cual era muy sensato. Porque una nunca sabe cuándo su matrimonio se va a romper.

    No. La única que iba a pasarlo mal si al final estaba embarazada, era ella.

    Y no porque no estuviera casada. Sino porque lo estaba. Estaba casada con Alexander Hamilton Mackenzie: el cobardica, el niño de mamá, el guapísimo, listísimo y sexy. El idiota de Alexander Mackenzie.

    Que pronto sería su ex marido, si Lisa Morelli Mackenzie tenía algo que decir, y lo tenía. Mucho.

    Casarse con Alex había sido un error, uno de tantos que había cometido en la vida. Ella siempre había sido impulsiva y frívola en cuanto a los hombres y enamorarse de Alex era un ejemplo más de ese comportamiento.

    Lo último que había esperado era enamorarse de un banquero; no un empleado de banco, sino un banquero. Alex y ella eran tan diferentes como la noche y el día. Pero cuando lo vio en la pista de baile del club Zero, vestido con un traje de chaqueta y chaleco, ni más ni menos, completamente fuera de lugar en aquel sitio, su corazón empezó a latir como si quisiera salirse de su pecho. Evidentemente, él sintió la misma atracción fatal, porque tres semanas después se escaparon para casarse en Las Vegas.

    Y luego ocurrió el desastre: se fueron a Florida para vivir con los padres de él… ese fue su segundo error.

    Cada vez que recordaba el gesto de desdén de los Mackenzie se ponía mala. Ella no solía mostrar su temperamento italiano muy a menudo, pero cuando se enfadaba… ¡Cuidado! Y estaba furiosa con Alex por haberla hecho pasar por eso. Los Mackenzie eran peores que Bonnie y Clyde.

    No. Descubrir que estaba embarazada no iba a hacerla feliz. No podría ocurrir en peor momento.

    Además, estaba segura de que no sería una buena madre. Era demasiado egocéntrica como para compartir el estrellato con un niño… porque ella misma aún seguía siendo una niña. Al menos, eso decían sus padres. Y Lisa empezaba a creerlo.

    Intentar complacer a Josephine y a John Morelli, tarea imposible en su opinión, era lo que la había metido en aquel lío.

    Lisa no había esperado lo suficiente para conocer bien a Alex antes de lanzarse de cabeza. Sólo llevaban unas semanas saliendo cuando aceptó casarse en aquella horrible capilla en Las Vegas. Aunque, si debía decir la verdad, la eligió ella misma. Alex era demasiado conservador como para sugerir algo así.

    Su marido planchaba los calzoncillos, por favor.

    El juez de paz y su mujer eran antiguos artistas de circo. Y, para demostrarlo, habían celebrado la boda montados en sendas bicicletas y haciendo malabarismos con naranjas.

    Alex había recibido un naranjazo en la cabeza mientras daba el «sí, quiero» y casi quedó inconsciente, lo cual habría sido terrible para la noche de boda… un evento memorable, sin embargo.

    Lisa había tomado precauciones para no quedar embarazada. Por supuesto, sabía que los preservativos no eran seguros al cien por cien, pero, claro, sólo lo era la abstinencia, y no acostarse con Alexander habría sido un esfuerzo monumental para una mujer enamorada hasta las cejas.

    Hacer el amor con Alex era maravilloso, delicioso, lo mejor del mundo. Eso fue lo que le hizo perder el poco sentido común que tenía; según su padre, cero, y por eso había olvidado todas las precauciones.

    John Morelli tenía una opinión muy poco favorable sobre la capacidad de su hija pequeña de actuar racionalmente y, desde luego, casándose en Las Vegas, Lisa no había demostrado que estuviera equivocado. Sus padres se pusieron furiosos al saber lo que había hecho… especialmente al descubrir que el novio no era católico, ni italiano, sino un anglosajón, protestante y banquero.

    Sus hormonas siempre la metían en líos.

    Pensándolo bien, seguramente no había sido buena idea acostarse con Alex la noche antes de hacer las maletas, decirle adiós a la bruja de su madre y volver a Filadelfia, sola y con el corazón roto.

    Lo más positivo que había sacado de sus tres meses de matrimonio con Alex Hamilton Mackenzie, además de unos revolcones fabulosos, era un bonito bronceado.

    Al menos, esperaba que eso fuera todo.

    Intentando borrar de su cabeza aquellos tormentosos pensamientos, Lisa volvió a llamar a la puerta del apartamento y, después de esperar unos minutos, empezó a soltar tacos.

    Ella sabía muchos tacos; al fin y al cabo, era digna hija de su madre. A Josephine Morelli la llamaban «Terminator» por algo.

    Después de pasar una noche en casa de sus padres, soportando una interminable charla sobre lo egoísta que era, Lisa necesitaba desesperadamente un sitio donde dormir hasta que encontrase trabajo y pudiera tener su propio apartamento.

    No le gustaba tener que pedirle ayuda a su hermana, sobre todo porque Francie acababa de casarse, pero se estaba quedando sin opciones… por no hablar de dinero.

    —No está. Francie y Mark se han tomado unos días libres para ir a Bucks County a mirar casas. Se marcharon anoche.

    Leo Bergmann, el antiguo compañero de piso de su hermana, estaba detrás de ella en el descansillo. El chico rubio, que le recordaba a un joven Elton John, orientación sexual incluida, llevaba una bolsa del supermercado y sonreía de oreja a oreja, como siempre.

    —¡Hola, Leo! ¿Sabes cuándo volverán?

    Bucks County, la tierra de las granjas con valla de piedra y elegantes hoteles rurales donde se habían afincado artistas de todo tipo, estaba muy cerca de Filadelfia. Comprar una casa o una finca allí costaba un dineral, pero el marido de su hermana trabajaba para Associated Press como fotógrafo, así que podían permitírselo.

    Leo se encogió de hombros.

    —El domingo por la noche, supongo. Por cierto, tienes una pinta horrible, cariño. ¿Le ha pasado algo a tu madre?

    Lisa se miró la camiseta arrugada y los vaqueros manchados. No había tenido tiempo de hacer la colada, aunque no era una sorpresa para nadie que ella no fuera un ama de casa ejemplar.

    —No, qué va. Esa mujer está más sana que un caballo. Bueno, tiene algo que ver con mi madre, pero no está enferma. Josephine es experta en poner enfermos a los demás.

    Leo, que conocía bien a su madre porque había sido «dama de honor» en la boda de Francie, asintió con la cabeza.

    —He oído que te habías casado. ¿Dónde está tu marido? Me muero por conocerlo. Francie me ha dicho que está buenísimo.

    Lisa suspiró, sintiéndose cansada y sola.

    «¡Maldita sea, Alex! ¿Por qué no me querías lo suficiente?».

    —Es una historia muy larga.

    —Tengo tiempo y… —sonrió Leo, sacando una botella de vino de la bolsa.

    Lisa sonrió también.

    —¿Por qué no? Me hace falta un poco de alcohol.

    Quizá eso la haría olvidar el dolor. Y Leo siempre compraba buenos vinos, además. Tenía una bodega impresionante, aunque no era una bodega en el estricto sentido de la palabra, sino un armario con control de temperatura y todo.

    —¿Tienes galletitas saladas?

    —Por supuesto. En mi casa, siempre hay galletitas saladas.

    —¿Por qué no estás trabajando? Pensé que mi hermana y tú queríais levantar el negocio.

    Leo tenía una tienda de diseño y decoración y había contratado a su hermana como ayudante cuando la despidieron de su trabajo como publicista.

    Francie siempre había tenido mucha suerte, y Lisa la envidiaba por ello. De una forma o de otra, siempre acababa cayendo de pie.

    —La tienda va muy bien, y Francie me ayuda muchísimo. Pero hoy es sábado, por si no te has dado cuenta, y no abrimos los sábados. Los fines de semana son para ir de fiesta.

    ¿Cómo podía haber olvidado que era sábado? Como su matrimonio, la cabeza se le estaba yendo por la alcantarilla.

    —Eres mi tipo de hombre, Leo. Siempre lo has sido.

    —Bueno, cariño, si algún día decido hacerme heterosexual, tú serás la primera en saberlo… ahora que Francie está casada. Ah, espera, que tú también estás casada. ¡Porras!

    —No por mucho tiempo.

    —¿No?

    Leo abrió la puerta de su casa, llenó dos copas del Cabernet Sauvignon que había comprado y señaló el sofá rojo, de piel.

    —Cuéntame. Y quiero detalles. Desde que Francie se marchó, no tengo a nadie con quien cotillear por las noches.

    Lisa tomó un sorbo de vino, pensativa.

    —Creo que no debería haberme casado, Leo. Fue una estupidez. No pensé lo que tendría que soportar…

    —¿Por ejemplo?

    —Por ejemplo, a la familia de Alex, que son una pesadilla.

    «¿Una pesadilla? Más que eso».

    —Entonces, ¿el problema no es con Alex, sino con su familia?

    —También él tiene

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