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Übermenschen
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Übermenschen

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About this ebook

El mundo está dividido en dos tipos de personas: los Perfectos y los defectos. Los primeros han dominado hasta tal punto su cuerpo y su mente que tienen poderes sobrehumanos (cuatro poderes físicos para los hombres, cuatro poderes mentales para las mujeres). Los defectos, por su parte, son el eslabón más débil de una sociedad que los considera inferiores y sin derechos... aunque son mucho más numerosos que los Perfectos.

Un once de septiembre, una organización terrorista de ideología pro-defectos hace estallar una bomba en el aeropuerto de Barcelona, provocando una escalada de odio, resentimiento y venganza entre ambos grupos.

Trabajando contra reloj para evitar lo peor, el Inspector Jefe del Equipo de Crisis del Cos d’Anàlisi Territorial, Frederic Cossant, moviliza a su grupo con la intención de detener a los culpables. Una actuación que le obligará a enfrentarse a su propio pasado ya que, aunque es un destacado Perfecto, Fred tiene una humilde genealogía defecto que le avergüenza.

Al mismo tiempo, Mònica Menat -telépata y profesora de Teoría Política en la Universidad Autónoma- encuentra sus propias dificultades cuando tiene que proteger a Andreu Almagro, el primer estudiante defecto que ha logrado superar los exámenes de acceso... cosa que ocurre en el peor momento posible.

En una creciente espiral de violencia, ambas historias se verán entremezcladas y surgirán secretos oscuros y la sombra de una terrible conspiración que afecta tanto a Perfectos como a defectos.

LanguageEspañol
Release dateJun 9, 2017
ISBN9781370495375
Übermenschen
Author

Fabián Plaza Miranda

Fabián Plaza Miranda (Madrid, 1973) es un abogado especializado en Derecho de Nuevas Tecnologías. Ha participado en diversas iniciativas de activismo para la defensa de los Derechos Humanos, entre las que destaca ser parte integrante del movimiento Pirata internacional. Su primera novela publicada, “Con otros ojos”, fue finalista del prestigioso premio Minotauro. En ella se explora los riesgos de una sociedad en la que las fuerzas del orden tuvieran libre acceso a la mente de los ciudadanos. También es autor de la novela de humor “Magumba”, del "thriller" de fantasía urbana "Übermenschen" y de las guías divulgativas “Diplomacia tomando un café” y “Los mundos que escribes”. Fabián vive en Vigo con su esposa y su hija. En su tiempo libre juega a rol, tuitea sin descanso, consume todo tipo de productos subculturales y busca sencillos pasatiempos como aprender a hablar chino.

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    Übermenschen - Fabián Plaza Miranda

    Contenido

    Übermenschen

    Dedicatoria

    Juramento de los Perfectos

    Poderes de los Perfectos

    Introducción

    —> PRIMERA PARTE: PERFECTOS Y DEFECTOS

    1

    2

    3

    4

    5

    6

    7

    —> SEGUNDA PARTE: BIEN Y MAL

    8

    9

    10

    11

    12

    13

    14

    15

    16

    17

    18

    19

    Epílogo

    Últimas palabras

    Versión alternativa del capítulo 15

    Capítulos de regalo

    Con otros ojos: Capítulo 0

    Magumba: I

    Übermenschen

    Fabián Plaza Miranda

    Logo República tamaño sello

    Dedicatoria

    Para Sofía:

    Que nadie sea capaz de manipularte con mentiras. Y mucho menos los poderosos.

    Fabián Plaza Miranda (Madrid, 1973) es un abogado especializado en Derecho de Nuevas Tecnologías. Ha participado en diversas iniciativas de activismo para la defensa de los Derechos Humanos, entre las que destaca ser parte integrante del movimiento Pirata internacional. Su primera novela publicada, Con otros ojos, fue finalista del prestigioso premio Minotauro. También es autor de la novela de humor Magumba y de las guías divulgativas Diplomacia tomando un café y Los mundos que escribes.

    Fabián vive en Vigo con su esposa y su hija. En su tiempo libre juega a rol, tuitea sin descanso, consume todo tipo de productos subculturales y busca sencillos pasatiempos como aprender a hablar chino.

    Copyright 2017 Fabián Plaza Miranda

    Ilustración y diseño de portada: Pere Mejan

    Juramento de los Perfectos

    ¡Hermanos!

    Esto juro por mi sangre:

    Hay que superar al hombre.

    La vida es constante lucha.

    Con el poder de mi mente someto a mi cuerpo.

    Con el poder de mi cuerpo someto a mi mente.

    No hay más ley que mi libre voluntad.

    No hay más dios que yo.

    Acepto la carga de la perfección.

    Rechazo el pecado de la imperfección.

    Solo si traiciono estas palabras podré ser derrotado.

    Poderes de los Perfectos

    PODERES F

    F1: Regeneración.

    F2: Velocidad.

    F3: Fuerza.

    F4: Agudeza sensorial.

    PODERES M

    M1: Precognición.

    M2: Telepatía.

    M3: Psicometría.

    M4: Telequinesis.

    Introducción

    Es un privilegio ser la madre de un superhombre.

    Repetir esta frase la tranquilizaba. Un privilegio. Mi hijo. Un privilegio. Mi hijo. Acallaba su mente y le impedía pensar.

    Greta Bofill tenía miedo de los aeropuertos. Sabía lo absurdo que sonaba. No temer los aviones, o el volar a kilómetros de altura a través de todo tipo de inclemencias climatológicas. No, eso no la espantaba; incluso le producía una leve e infantil excitación.

    Lo que a Greta le daba miedo eran los aeropuertos. Edificios inmensos, inhumanos, donde la gente se cruzaba sin verse, como fantasmas. Un lugar que no era ni un origen ni un destino, un limbo entre mundos. Frío, opresivo, agobiante.

    Nadie más que ella lo entendía. Ni siquiera Joan. Se mostraba comprensivo, la escuchaba relatar sus temores, pero ella sabía que no le cabía en la cabeza. ¿Cómo puede alguien tener miedo de un edificio?

    Sin embargo, ella lo tenía. Hacía años que lo tenía. Siempre había sido débil en su interior. Fue un constante quebradero de cabeza para sus Tutores en la Academia. No aceptaban que una M1 tan dotada fuera tan insegura. Ella, que percibía los misterios del futuro, a menudo era incapaz de tomar una decisión. Su corazón se aceleraba, sudaba y sentía el peso de la elección, sabiendo que —hiciera lo que hiciera— se decantaría por la opción equivocada.

    El Sr. Fabregat le hizo ver muchas veces que tomar decisiones y seguirlas con determinación es lo que nos hace más que humanos. Cuando eso fallaba, el maestro la espoleaba con el ejemplo: todas sus amigas, Eva, Laia, Sandra, que no podían anticipar el porvenir como Greta, tomaban decisiones. ¡Incluso los chicos, todos F, lo hacían! ¿Por qué ella no?

    Greta acabó lográndolo. Su mente sometió a su cuerpo... más o menos. Las taquicardias y la ansiedad desaparecieron, pero a cambio surgió el absurdo miedo a los aeropuertos. Las mejores Tutoras M2 de la Academia intentaron curarla, sin éxito. Eso no la inhabilitó para aprobar, pero dio al traste con sus expectativas profesionales: su media había bajado 29 puntos. Casi era una defecto.

    Casi, pero no del todo. Su fobia era lo único que empañaba su expediente. En las demás áreas, era brillante. De no haber sido por su desastroso resultado en Autocontrol habría estado entre las 30 primeras notas a nivel federal. Habría llegado hasta donde ella hubiera querido. Habría sido admirada y respetada. Habría alcanzado lo más alto, su derecho de nacimiento, como le enseñaron en la Academia.

    No fue así, pero en el fondo no importó. Ni importó que sus amigas de la infancia se distanciaran de ella, rechazándola. Porque, a pesar de su 52%, Joan le propuso ser el padre de sus hijos. 

    Miquel. Su hijo. Un privilegio.

    Greta se acarició el vientre, respiró hondo y entró en la terminal.

    El Prat hervía de actividad. Nunca había estado en la nueva T1, así que su aspecto le vino por sorpresa. Había ido en avión antes, por supuesto, pero las dimensiones del edificio recién construido la impresionaron. No esperaba algo tan grande. Aquellos techos curvos que se perdían a lo lejos, la ausencia de paredes que redujeran los contornos, el espacio ilimitado,... Por un momento sintió como si se adentrara en las inmensas fauces de un blanco monstruo que la devoraba.

    Intentó centrarse en la gente, no en el lugar. Se fijó en las personas que iban de un lado para otro con sus maletas y carritos. Entonces vio pasar junto a ella a una Norna y se le escapó un suspiro. Dentro de aquel uniforme negro estaba lo que Greta habría podido ser: una Agente que velaba por la seguridad del País. La primera línea de defensa frente al crimen, los desastres naturales, las oscilaciones de la Bolsa y cualquier otra manifestación del azar. Ella habría podido lucir el emblema rojo del Gran Árbol. Ella habría podido estar allí de patrulla. O protegiendo a dignatarios. O...

    Recordó otro de sus mantras: quien se aferra a un fracaso insulta a sus victorias. Vale, ella no era Norna. Ella era lo que era. Y eso estaba bien. No debía lamentarse del pasado, debía perseguir el futuro. Debía saltar por encima de ella misma. Aceleró el paso.

    Cuando llegó al mostrador de facturación eligió ventana porque le gustaba ver el mundo desde las alturas. Se dio cuenta entonces de que una M2 de los Mossos esperaba al lado del empleado de la aerolínea. Por lo que vio, había una casi en cada mostrador. Le sonrió con amabilidad y Greta le devolvió el gesto. La última vez que ella había volado no tenían Agentes controlando ese punto. No sabía que hubiera tantas telépatas disponibles, pero el cambio le parecía muy bien. Todo lo que mejorara la seguridad era bueno.

    La M2 le tendió la mano para establecer el contacto físico y le preguntó si aceptaba la inspección. Greta asintió. Abrió su mente, tal y como le habían enseñado a hacer, y la dejó entrar. No tenía nada que ocultar entre sus recuerdos.

    Sintió la presencia de la mujer junto a ella, en su cabeza. La notó sondear sus pensamientos, fluir con ellos. Greta se dejó llevar e hizo aflorar las respuestas a las preguntas que intuía. Motivo de su viaje. Si había cometido algún delito. Si era un riesgo para la seguridad aérea.

    La exploración debió de dejar satisfecha a la Agente, porque le entregó su tarjeta de embarque con un amable buenos días.

    Sentir a otra persona dentro de sí le hizo pensar de nuevo en Miquel. Su hijo. Su privilegio. Dentro de tan solo cuatro meses lo conocería por fin. Seguro que no tendría ninguna de las taras de ella. Él no sería imperfecto. Los primeros estudios médicos así lo sugerían. Era un varón fuerte, como su padre. Un ritmo cardíaco regular y poderoso. Ningún síntoma de deformidades. Greta ya lo imaginaba. Seguramente heredaría también los ojos grises de Joan. Tal vez el cabello rubio de ella.

    Sería un niño admirable. No le cabía duda de que, llegado el momento, superaría todas las pruebas de la Academia. Quizá despuntara como F4, al igual que su padre. O quizá no, qué más daba. Lo importante era aprobar. El talento concreto era lo de menos. Luego ocuparía un puesto de responsabilidad. Con un potencial tan alto, podría llegar al Gobierno incluso. Como Joan. Sería un líder.

    Y seguro que él no tendría ese estúpido miedo a los aeropuertos.

    Tres Nornas pasaron junto a ella, mirando aquí y allá. Greta decidió que era mejor llamar a su hombre antes de embarcar. Le cogió la llamada de inmediato, como siempre.

    — ¿Todo va bien?

    Era su manera discreta de preguntarle cómo llevaba su miedo.

    — Sí. Ya he facturado. En horita y media nos vemos.

    — Abrígate cuando salgas, que en Madrid está haciendo frío. No sea que Miquel se nos resfríe.

    Greta se rió.

    — Descuida, ahora les pido una mantita.

    — Vale. Intentaré recogerte en Barajas.

    — A ver si a la salida hay menos controles de seguridad que aquí.

    Había llegado a las filas de entrada a la zona de embarque. La gente iba depositando sus cinturones, llaves y teléfonos móviles en las ubicuas bandejas blancas. Varios Mossos d’Esquadra, con chaleco antibalas y armados con el MP5 reglamentario, vigilaban sus movimientos. Greta se colocó en la fila de la izquierda, la de los Perfectos. Cosa poco habitual, estaba tan llena de gente como la de los defectos al otro lado. Resopló.

    — ¿Qué pasa?

    — Nada, que hay chorrocientas personas en los arcos. Me voy a tirar media hora.

    — Bueno, habrá que ser paciente.

    Al menos los controles de seguridad eran un poco más rápidos en la parte de la izquierda. Los defectos, en cambio, eran sometidos a menudo a cacheos e inspecciones del equipaje de mano. La rutina habitual. En aquel momento, sin ir más lejos, una Mossa registraba concienzudamente a una pareja de ancianos vestidos con ropas un tanto viejas. Los demás viajeros del lado derecho aguardaban su turno con resignación. Incluso tres niños que iban con un joven matrimonio estaban quietos y tranquilos en la cola. Hasta serios, pensó Greta. Un defecto moreno de pelo rizado, con las manos en los bolsillos de su abultada chaqueta, movía la cabeza de un lado a otro al ver la situación.

    La resignación también se estaba instalando en el lado Perfecto. No había otra cosa que hacer más que esperar. A varios metros delante suyo, en la fila, una adolescente se apoyaba en el hombro de su novio mientras bromeaban. Tres hombres de negocios miraban sus relojes y se hablaban en una lengua extranjera. La aglomeración apenas se estaba moviendo.

    — Vaya un fastidio.

    — Cariño, es por nuestra seguridad.

    — Ya lo sé. Pero es que están siendo muy lentos hoy.

    Una señora algo mayor que ella debió de escucharla, porque se giró y le dijo:

    — Diga usted que sí. Que al final perderemos todos el avión.

    Greta le sonrió y le dio la espalda, intentando seguir su conversación privada.

    — Qué cotilla es la gente —dijo Joan, que por supuesto había oído todo—. Mira, por lo menos no te vas a aburrir en la cola. Incluso puedes hacer amigos.

    Ella sonrió, pero con algo de desgana. Estar de pie la estaba cansando. Finalmente comprendió el motivo del retraso y la acumulación de gente. Los controles de seguridad estaban siendo más exhaustivos que de costumbre. Los Agentes parecían tener ese día un estricto celo profesional. Incluso había tres Nornas paseando con calma de un lado a otro de la zona de control.

    Greta parpadeó. Tres Nornas más. Entonces pensó.

    ¿Cuántas Nornas hacían falta para proteger un aeropuerto?

    La obvia respuesta la golpeó de inmediato.

    Una.

    Solo se necesitaba una Norna. No hacían falta ni M2, ni un ejército de videntes. Joan se lo había explicado una noche que cenaron con el Administrador de Seguridad Interior. La Norna residente de la terminal rastreaba el futuro en busca de riesgos que se les hubieran escapado a los de Anàlisi Territorial. Eso sucedía cuando el evento era muy concreto, muy focalizado o muy breve. Pero con la seguridad del transporte no se dejaba cabos sueltos. La Norna pasaba su jornada buscando sucesos que amenazaran al aeropuerto. Un trabajo rutinario, porque nunca ocurría nada. Quizá una ventisca inesperada o algún problema técnico en algún avión. Nada que no pudiera manejar una sola M1. Y, sin embargo, ¿con cuántas Nornas se había cruzado ya? ¿Cinco? ¿Seis?

    Eso no era necesario. Una sola Norna bastaba. Con una vidente bien entrenada se podía cubrir la seguridad básica. Si por algún motivo hacía falta dar la alarma, la precognición ofrecía el tiempo necesario para avisar a los refuerzos. Entonces venía el personal especializado y rastreaba el lugar. No era necesario tenerlos constantemente dando vueltas por el aeropuerto. No era lógico que hubiera tantos Agentes.

    A menos que ya se hubiera dado la alarma.

    Se quedó sin respiración.

    Ya se había dado la alarma. La Norna del aeropuerto había percibido la amenaza y había avisado. Y no era una tormenta o un cable suelto en un avión. El Prat estaba lleno de Mossos y videntes. Era algo mucho más grave. Estaban buscando un evento destructivo. Quizá la Norna residente no hubiera dado la alarma. Quizá la alarma había venido directamente de Anàlisi Territorial. O incluso del Gobierno Federal.

    Greta mantuvo la calma como nunca había hecho antes. Logró que su respiración no se acelerara y controló el latido de su corazón. Miró a su alrededor. Se fijó en que las Nornas no sabían exactamente lo que buscaban. Se movían casi al azar, mirando con discreción en todas direcciones. Podía ser una bomba, un choque de aviones, un incendio, algún loco con armas de fuego, un terremoto... Tantas posibilidades que ni las videntes estaban seguras.

    Al menos la cercanía de otras M1 potenciaba sus propias habilidades precognitivas. Enfocó su mente. La estructura del aeropuerto parecía sólida. Dudaba que la nueva terminal fuera a caerse sin más. Por lo que ella misma sentía, le parecía que tampoco era un desastre natural. Al pensar en incendios o terremotos no se le encogía el estómago. Entonces debía de ser un acto de violencia. Se le hizo un nudo en las tripas. Era eso. Violencia. Percibió la agonía de docenas de muertos. Lo había sentido rápido y fuerte. Aquello era mala señal. Lo que fuera, estaba a punto de ocurrir. O estaba cerca. O ambas cosas.

    — ¿Sigues ahí?

    Cayó en la cuenta de que hacía rato que había dejado a Joan con la palabra en la boca.

    — Espera, cariño —dijo, como hipnotizada por sus sensaciones—... Hay algo...

    La cercanía del punto crítico puso en trance a todas las videntes del aeropuerto. Ninguna se dio cuenta de que el flujo y reflujo del Destino dirigía ahora su búsqueda. Todas miraron hacia los mostradores de facturación. No era ahí. Todas se giraron hacia las puertas de embarque. No era allí. Como en un sueño, todas se volvieron hacia la fila del control de seguridad. Su colectiva mirada perdida se clavó en el joven moreno del cabello rizado. Las entrañas de todas las M1 del lugar dieron un vuelco. Era él.

    Greta lo vio todo a la vez, como un F4. El hombre tenía algo en la mano. Algo con un pulsador. Las Nornas gritaron a los Mossos. ¡Ahí! Los Mossos apuntaron sus MP5. ¡Al suelo! La gente miró a su alrededor, asustada y sin comprender. ¡Al suelo! Muchos empezaron a obedecer. El hombre aferró el objeto y gritó dos palabras.

    — ¡Esto juro!

    Y apretó el botón antes que los Mossos el gatillo.

    El estruendo la dejó sorda. No pudo oír ni sus gritos. El fogonazo, más que cegarla, la mareó un instante. La metralla se expandió en todas direcciones. Golpeó a todos los viajeros. Sangre, vísceras, hueso. Llegó hasta ella. Cientos de objetos la perforaron. El más doloroso fue el primero, en el ojo izquierdo. Notó también el que se le quedó clavado en mitad del cuello. Y el que le atravesó el abdomen de lado a lado. Entonces pensó aterrada en Miquel y dejó de notar su propio cuerpo. No sintió el metal al rojo, la carne desgarrándose, los impactos en la cabeza. Solo pudo repetirse mi hijo, mi privilegio.

    Rodeada de cadáveres mutilados, Greta cayó en un charco de su propia sangre.

    —> PRIMERA PARTE: PERFECTOS Y DEFECTOS

    SEGUNDA PARTE: BIEN Y MAL

    1

    Cuando le avisaron de la emergencia, Fred estaba intentando ordenar sus ídeas. Aunque él no era dado a la introspección, en aquel momento tenía muchas cosas en las que pensar. Acababa de terminar la visita, aquel ritual al que ya se había acostumbrado hacía tanto tiempo. Aquel viaje que repetía con precisión matemática, una vez por semana.

    No más, por si aquello era inútil. No menos, porque debía quedar claro que él recordaba.

    Pero se daba cuenta de que ya casi no había afecto. Se había convertido en una rutina, algo mecánico. Eso le preocupaba. Se suponía que no debía sentirse así. Y mientras reflexionaba, siempre acababa preguntándose si la sensación de futilidad no estaría ganando todo el terreno. Y qué haría en caso de que así fuera.

    El sol de Barcelona le golpeaba con fuerza, a pesar de la fecha. Le hacía notar su inagotable energía. El Astro Rey. Cualquier otro día se habría empapado de él. Habría salido con pantalón corto y sandalias. Habría paseado por la Diagonal. Habría tomado una copa de vino blanco fresco en alguna terraza. Pero en aquel momento esa sensación, en vez de darle fuerzas, se las quitaba. Era un insoportable agobio.

    Necesitaba pensar, así que fue a comer algo. No quiso dar vueltas. Entró en el primer sitio que vio abierto. Resultó ser la tasca de unos defectos, cerca de la Bonanova. Un lugar con olor a tinto barato y suelo con serrín. No hizo caso a las miradas y se sentó al fondo, encarado hacia la salida. Le pidió a la desmejorada mujer una cerveza y un bocadillo de salchichón. Seguro que ella lo intentó, pero la cerveza estaba casi caliente. Eso sí, el pan con tomate era bueno. Y la mezcla de sabores, aunque tosca, le relajó. Dejó una buena propina al salir. Generosa, pero sin ser condescendiente. Nadie dijo gracias.

    Las ideas volvían a estar en su sitio. Seguiría haciendo la visita. Seguiría con su rutina una vez más. Y si en algún momento sentía que ya no importaba el recuerdo, dejaría de ir. Punto. Darle más vueltas era absurdo. No necesitaba pensar más. Caso cerrado.

    Fue entonces cuando sonó el móvil. Medio minuto más tarde, estaba corriendo hacia el garaje de pago.

    Al llegar a su despacho tuvo que hacer frente a tres reuniones de urgencia con Coordinación Operativa. Hablando con calma y yendo al grano logró en tiempo récord que dejaran de moverse como pollos sin cabeza. Los protocolos se pusieron en marcha y todo el mundo recordó lo que debía hacer.

    Cuando la maquinaria ya estaba haciendo tic—tac, se escabulló y fue de vuelta al coche. Alejarse del despacho también le ayudaba a pensar. Y, qué rayos, tenía ganas de ir al lugar de los hechos y hacer algo útil. Algo físico. No solo poner en marcha a burócratas, sino ayudar de verdad.

    Al salir del aparcamiento encendió la radio, olvidando que había dejado sintonizadas las noticias. Y solo había un tema del que hablar, tanto dentro como fuera de Catalunya. Potente explosión, incomprensible ataque, numerosas víctimas, vuelos cancelados,... Varios contertulios daban su opinión sobre el tema, aunque estaba claro que nadie podía tener ninguna opinión fundada porque nadie sabía de verdad lo que había pasado. Aun así, hablaban con tonos graves llenos de autoridad. Y seguro que la gente escuchaba y asentía.

    Cambió a una emisora deportiva, que informaba del próximo encuentro de Copa Federal entre la selección catalana y la andaluza. Se hablaba de estrategias de ataque y de defensa. Se estudiaba resultados anteriores y se analizaba estadísticas. Como si los porcentajes fueran un oráculo capaz de predecir el resultado del encuentro. El deporte era un campo tan mutable que ni siquiera las periodistas deportivas M1 podían hacer predicciones fiables.

    En otro momento habría prestado atención. Tardó menos de dos minutos en apagar de nuevo la radio.

    El teléfono zumbó. Le echó una mirada de reojo.

    MENSAJE DE: HECTOR

    Lo abrió, aunque sabía lo que pondría.

    Mpzamos sin ti. Hay mucho q hacr aqui. Si vas a vnir, n tards.

    No tenía ningunas ganas de tardar. Aceleró.

    El Prat se había convertido en un mausoleo. Ni ajetreo, ni gentío, ni bullicio, ni voces humanas. El aeropuerto era la antítesis de sí mismo. Las pocas personas que se movían por la zona hablaban en susurros o guardaban silencio. La escena los había sobrecogido. Necesitaban esa actitud de respeto. De reverencia. Ante lo inevitable, ante la pérdida, ante la fragilidad de todo. Era la única manera humana de moverse entre aquellos cuerpos desfigurados. Entre la sangre y las vidas arrancadas de cuajo.

    El Prat ya no era un centro de actividad comercial. Ni el lugar donde empezaban unas vacaciones. Ahora era un templo. Una catedral. Un cementerio.

    Silencio. Los decididos pasos de Frederic Cossant retumbaron con un fuerte eco cuando entró. Un Mosso algo mayor incluso le lanzó una mirada reprobadora. Pero no fue eso lo que le hizo reducir el ritmo. Fue lo que vio.

    El rojo estaba por todas partes. Salpicaba el suelo, los mostradores, la publicidad. Pequeñas lagunas de sangre. Los de la Científica tenían que hacer virguerías para fotografiarlo todo sin pisarla. También había pequeños restos, demasiado fáciles de reconocer. Un dedo. El fragmento de un hueso. Unas gafas hechas añicos. Pedazos de gente. Gente que hacía unas horas estaba viva y hablaba y reía y soñaba.

    Y no eran solo los restos. Eran también las escenas. Perfectos, defectos, daba igual. Todos habían corrido la misma suerte.

    Vio los cuerpos lacerados de tres niños pequeños. Hombres de negocios desmembrados. Nornas que no pudieron evitar su propio destino. Una mujer. Una mujer embarazada. Tenía esquirlas en el ojo y el cuello seccionado, pero no se tapaba la cara. Intentaba proteger su vientre descarnado. Su último gesto había sido de protección para su bebé. Suficiente como para desmoronar a cualquiera.

    — Joder —masculló Fred—. Joder, joder, joder.

    Por supuesto, también había daños materiales. Aunque no los pudo ver hasta pasado un rato. Cuando la carnicería dejó de sobrecogerlo. Entonces se fijó en que los mostradores de facturación habían resistido bastante bien. Estaban abombados y algo ennegrecidos, pero seguían en su sitio. Algunos plafones de propaganda, no. Cristales, plástico, papel, eran una maraña carbonizada y ensangrentada. Los arcos de seguridad y los aparatos de rayos equis también habían sido golpeados por la deflagración. El negro y el rojo los moteaban aquí y allá. Los residuos blancos de pequeñas bandejas de plástico retorcidas estaban desperdigados por el suelo. Tenían restos humanos incrustados. Pedazos de cintas azules, que hasta entonces delimitaban el acceso a la zona de embarque, se habían fundido con los cadáveres de los pasajeros. Las puertas de entrada al aeropuerto habían saltado por los aires. La onda llegó hasta ahí. Pero el centro de la destrucción formaba un círculo bien definido. Unos veinte metros de radio. Veinte metros de muerte.

    Por todas partes había investigadores. De los Mossos y de Anàlisi. Fotógrafos que plasmaban cada pieza del rompecabezas. Agentes que lo recogían todo en bolsas individualizadas. M3 que acariciaban esas bolsas con los ojos cerrados, intentando captar impresiones de lo sucedido. Otras Memorias, que buscaban esas impresiones en el aire, paseando sonámbulas por el lugar. Parejas de interrogadores que intentaban sacar información de los heridos. Psicólogos que les daban las fuerzas para reponerse.

    Fred pensó que aquello era una zona de guerra.

    — ¿Al final vienes a ver a los mortales?

    El pelirrojo interrumpió sus pensamientos con una sonrisa cínica. Como siempre, no le había visto acercarse. Llevaba un traje negro sin corbata, con una camisa azul de rayas. Era esbelto y algo más alto que Fred. Su cara era alargada y de piel clara. En ella destacaban dos grandes ojos grises. Su pelo estaba alborotado y tenía los habituales remolinos que Fred se había acostumbrado a asociar a Héctor Hermida.

    En ese momento se preguntó si él tendría tan buen aspecto. Al fin y al cabo, ni se había afeitado. Seguramente la incipiente barba desmejoraría su mandíbula cuadrada. Quizá sus ojos azules acusaran el cansancio. Era posible que sus labios finos estuvieran demasiado crispados bajo la nariz recta. Y la ropa no era la más formal ni la más adecuada para las circunstancias. Aquella mañana, Fred se había puesto lo primero que había visto. Una camisa blanca y un pantalón tejano oscuro que ahora caían desgarbados sobre su corpachón.

    — Ya no hacía falta que vinieras. Hemos terminado el trabajo duro. Anda, vete a casa. No te necesitamos.

    — Seguro. Una cena a que os habéis olvidado al menos tres muestras.

    — Míralo, el señor importante. Todo el día entre papeles y ahora cree que puede darnos lecciones. Nosotros no nos hemos olvidado del trabajo de campo, ¿eh?

    Fred agradeció que lo provocara de esa manera. Era lo que necesitaba. A Héctor no le hacía falta preguntarle dónde había estado. O cómo se encontraba. O, ya puestos, lo que había que hacer para que pensara en otra cosa. Eran demasiados años juntos. Le tendió la mano y su amigo la tomó con fuerza, dándole una palmada en el hombro.

    — Vamos al tajo —cortó Fred—. Cuenta.

    — Ven y te lo enseño —comenzaron a caminar hacia la zona de trabajo—. Un tipo cargado de explosivos se plantó aquí y se hizo saltar por los aires como si esto fuera Israel. Hemos contado veintiún muertos y cincuenta y dos defectos. La gente estaba apiñada para pasar el control, así que esto estaba repleto.

    Fred asintió. El tipo había elegido bien el día. Nada menos que la Diada. La Fiesta Nacional. El momento en el que todos querían aprovechar el puente para viajar. También supo colocarse. Nadie registraba el equipaje de mano antes del control de seguridad. Si se quería una masacre, nada mejor que hacerlo ahí. Donde todo el mundo estaba indefenso y apretujado. Setenta y tres seres humanos habían pagado el precio de ese riesgo.

    — ¿Y las Nornas? ¿Cómo es que no vieron venir esto?

    — Lo vieron venir, pero tarde. Se hizo un despliegue, pero no estaban seguras de lo que buscaban. Tuvieron que peinar todo el aeropuerto.

    — Chorradas. Alguien la ha cagado a base de bien.

    — Sí. Supongo que rodarán cabezas. Pero esto es lo que tenemos.

    Ya estaban en medio de todos los Agentes que recogían trocito a trocito cada una de las evidencias. Cada cristal, cada residuo orgánico, todo sería analizado para reconstruir lo que pasó. Todas las piezas serían inspeccionadas por Memorias en busca de visiones. A juzgar por la cantidad de muestras, tardarían dos o tres meses en dar una imagen fiable de todo. Eso si trabajaban a destajo.

    Caminaron hasta una joven de uniforme que se cuadró al verlos. Tenía el pelo rubio corto como un chico, aunque el resto de su figura dejaba claro que era una mujer. En su pecho se veía el emblema del Cuervo. El símbolo de las Memorias, el cuerpo psíquico de investigación de escenas del crimen. Sus ojos castaños se clavaron en los de Fred. Con respeto pero con confianza. Era Montse Coral, el enlace entre Fred y los demás Agentes del lugar. La única miembro de su equipo que, en realidad, no estaba en su equipo.

    Como Inspector Jefe del Equipo de Crisis del Cos d’Anàlisi Territorial, Frederic Cossant debía tratar con mucha gente de distintos destinos y grados jerárquicos. Montse era la responsable de facilitarle esa tarea. No se la veía nunca usando sus poderes, acariciando pruebas a la caza de pistas espirituales. Pero era la mejor cuando se trataba de conseguir la colaboración de alguien. Además, tenía importantes contactos en las altas esferas, incluso a escala federal. Todo ello la convertía en la perfecta coordinadora y comunicadora entre equipos. Si Montse se encargaba, la burocracia era más rápida y la calidad de la información más completa. Lo lograba incluso en aquellas ocasiones en las que hacía falta conocer datos entre bambalinas, esos datos que nadie quiere decir porque oficialmente no existen.

    Fred la había elegido por eso. Hasta entonces, lo único que habían visto sus superiores en Anàlisi era su mediocre puntuación en Psicometría. Creían que de poco les servía una Memoria incapaz de exprimir con su mente todos los datos de una prueba física. Preferían tener a las mejores notas de la Academia y ella había sido relegada a tareas administrativas. Para Frederic Cossant, aquello era un error. Sabía por experiencia que las anomalías a veces daban lugar a gratas sorpresas. Así que la estuvo vigilando durante un tiempo. Ella no habría llegado a Anàlisi si no tuviera algo. Entonces descubrió sus dotes sociales y decidió que aquello compensaba su falta de talento psíquico. Al fin y al cabo, cualquiera podía acceder a una M3 brillante si era necesario. Pero lo que él quería en su equipo era gente con habilidades realmente especiales. Gente que despuntara donde otros, aparentemente más capaces, fallaban.

    Solicitó que fuera trasladada a su grupo y nadie objetó. Ella respondió a su confianza de la mejor manera que supo: esforzándose al máximo y siendo, al final, más sobresaliente y útil que sus compañeras en teoría mejor cualificadas.

    Montse acababa de cumplir los veintinueve. Eso la convertía en solo dos años más joven que Fred, pero él ya la consideraba su protegida. Por eso le encomendaba las tareas más difíciles. También solía ocultarle parte de la información que ella necesitaba para trabajar con eficiencia. Incluso, en raras ocasiones, había llegado a sabotear un poco su trabajo. Fred haría cualquier cosa para que Montse pudiera saltar por encima de ella misma. Un gesto valiente y decidido, una muestra abierta de su fe en ella, que Montse le había agradecido muchas veces.

    — Dame una buena noticia —le dijo sin más preámbulos.

    — Encantada. La buena noticia es que tenemos muchas fuentes. Ha sido un cataclismo épico y estamos captando improntas potentes y duras. Hubo unos segundos de mucha emoción, mucha gente sintiendo muchas cosas, y luego muchas muertes. Así que tenemos residuos psíquicos para ver las cosas desde todos los ángulos. ¡Si hasta yo he captado ondas! Casi casi, podremos decirte lo que vio y sintió cada una de las víctimas.

    — ¿Y el suicida? ¿Sabremos lo que él sintió?

    Montse meneó la cabeza de un lado a otro.

    — Todavía no lo encontramos. Hemos centrado la búsqueda en el lugar donde estaba pero, como te digo, son muchas, muchas emociones mezcladas. Posiblemente él era el único al que esto no le pilló por sorpresa. Sus emociones eran más débiles. Si se han marcado, estarán por debajo de las demás. Necesitamos tiempo.

    Fred bufó. No eran tan buenas noticias. Las Nornas, en Babia. Las Memorias, cegadas. Miles de pruebas para analizar. Meses de trabajo por delante. Ninguna respuesta rápida que ofrecer a la Generalitat. No podían calmar a la población con datos. Les habían metido un gol por toda la escuadra.

    — Cojonudo.

    Héctor decidió intervenir.

    — Bueno, pues haznos un resumen de lo que sí tenemos. ¿Qué hay de los demás?

    — Muy trabajadores y muy habladores. Todo el mundo comparte todo lo que tiene; está claro que quieren solucionar esto. Las M2 están terminando ya los interrogatorios. No ha sido difícil, porque casi casi ya estaban todas aquí, por la alerta de las Nornas. Supongo que Leta tendrá pronto un primer informe que daros.

    "Sirin me ha pedido tiempo para hablar con la Norna residente. Ya sabéis cómo es. Se siente responsable y quiere encargarse de su ropa sucia. Xesc está con los Mossos mirando sus cámaras. Creo que tenemos grabada toda la acción. 

    "En Relaciones están con un comunicado para la prensa. Me dicen que va a ser algo muy neutro, pero que servirá para que se vea que estamos trabajando. La Federal se ha ofrecido ya para lo que necesitemos. El Govern espera que les demos algo sólido pronto. Navegación Aérea nos pregunta cuándo podrán volver a abrir el espacio aéreo de Barcelona; las compañías les están apretando las tuercas a ellos, así que ellos nos las aprietan a nosotros.

    — Que se esperen —dijo Fred—. Por si no lo han notado, ha muerto gente aquí. Sigue en ello, Montse. Nosotros vamos a ver qué pasó.

    Un hombre sudoroso con uniforme de seguridad privada se empeñó en que no los dejaba avanzar sin ver sus credenciales. Utilizó esa palabra, credenciales, como si el diccionario le diera la autoridad que no tenía. Antes de que su amigo hiciera algo, Héctor enseñó su placa con socarronería. Fred no le dejó ver la suya. Su mirada bastó para que el otro no siguiera tentando su suerte.

    Violeta Pons tardó un par de minutos en unirse a ellos. Una de las tiendas del aeropuerto, devastada por la explosión, estaba siendo usada de forma provisional por las M2 para su trabajo. Entre vestidos quemados y moda desparramada, Violeta buscaba información. Estaba sondeando la mente de todos los defectos supervivientes y la de aquellos Perfectos que lo autorizaban. Que, en este caso, eran la inmensa mayoría. A juzgar por sus caras, sus recuerdos ya habían sido explorados varias veces. Quizá incluso antes de que los equipos de asistencia psicológica pudieran darles ánimos para afrontar la experiencia. Aun así, seguían colaborando. No se rendían. Nunca lo harían.

    A Fred no le sorprendió ver los pocos defectos que habían sobrevivido. Ni que entre los Perfectos apenas hubiera mujeres. Seguro que aquellos varones tenían algo en común: ser F1 como él. Su resistencia era lo que les había salvado. Por los pelos. Todos tenían heridas profundas, quemaduras, negras contusiones, visibles a través de la ropa raída y las mantas metalizadas. Uno, al parecer, había perdido la mano izquierda. Los poderes de regeneración iban a marchas forzadas, pero no podían hacer milagros. Fred era consciente de que una explosión así podría haberle dañado seriamente hasta a él.

    La exploración telepática continuó, con las manos de la M2 posándose en cada cabeza. Ojos cerrados, concentración, un leve asentimiento y volver a empezar con otro testigo. Violeta mantuvo en todo momento la expresión seria que la caracterizaba. Ni un músculo se movió, ni una arruga surcó la pálida piel. Hasta su largo cabello negro, recogido en una coleta, se negaba a moverse. La telépata era la de mayor edad del equipo y cultivaba, consciente o inconscientemente, esa imagen de hieratismo. Era muy difícil leer en aquellos oscuros ojos rasgados. Quizá le convenía que fuera así.

    Madre de tres hijos y emparejada con un arquitecto. Eso era todo lo que ella dejaba que se supiera en el trabajo de su vida privada. Eso, y que le encantaba tocar el piano. Sus dedos largos eran perfectos para ello. No era raro que una émpata desarrollara afición por la expresión artística. Ese tipo de talento psíquico facilitaba la comunicación con el público, lo que redundaba en la calidad de la obra. En alguna ocasión la habían convencido para que interpretara alguna de sus piezas favoritas. Ella tocó a Beethoven, a Schubert, a Bach, sus elegidos. Provocó que alguna furtiva lágrima se escapara. Hasta a Fred le gustó.

    Se decía que había entrado en Anàlisi por una aventura que quizá tuvo con el ya retirado Administrador de Gobernación, Arnau Trias i Folch. Los más osados llegaban a afirmar que su primogénito no era de su hombre, sino del político. El hecho de que ella luego solo hubiera tenido hijas, y que no se parecieran físicamente al mayor, daba alas a los rumores. Ella ni desmentía ni confirmaba nada.

    Cuando terminó, se tomó unos segundos para respirar hondo, relajarse, sacudir las manos y deshacerse de todo vínculo telepático residual. Siempre lo hacía cuando usaba a fondo sus poderes. Era su manera de recuperarse del agotamiento que le producía el esfuerzo. Después, se giró con calma hacia los dos hombres y los saludó con la cabeza, sin mediar palabra.

    — ¿Cómo ha ido? —preguntó Fred—. Necesito algo con lo que trabajar. Algún dato del suicida.

    Un leve fruncimiento de nariz le dio la respuesta antes de que la mujer hablara con su voz grave.

    — Lo siento. Nada útil. Los Perfectos no se fijaron. Era un defecto. Si hubiera sobrevivido algún Mosso, quizás tendría más. Pero con civiles... —dejó la frase en el aire—. Y entre los defectos, tampoco. Lo único, una anciana que pensó que iba muy abrigado. No le puedo sacar más; está conmocionada porque acaba de enviudar. Quizás más adelante. Sea como sea, nadie le vio llegar a la fila. Nadie de los vivos, al menos.

    Fred asintió. Eso dejaba a los muertos como testigos. Con suerte, las Memorias acabarían encontrando algo ahí. Pero no podía contar con ello, después de lo que Montse había dicho.

    — ¿Has podido ver lo que pasó? —dijo Héctor.

    — Fue confuso. La mayoría solo recuerda los gritos de los Mossos diciendo que se tiraran al suelo. Y la explosión. Pero no saben qué pasó. Quizás lo sepa alguien que no fuera a embarcar. Mi gente busca por todas partes. Si alguien vio algo, lo sabremos. Hasta entonces... —y se encogió de hombros.

    Todos terminaron mentalmente la frase. Hasta entonces, los poderes no podían dar ninguna pista más. Tenían que buscarlas de alguna otra forma.

    Había dos Mossos en la sala de vídeo. Era un lugar pequeño y mal iluminado, con olor a humo de tabaco. Señal de la presencia frecuente de defectos, pensó Fred. Al menos no había ninguno en aquel momento. Era una reunión de Perfectos. Uno de los policías presentaba una barriga algo prominente bajo su uniforme de Sargento. Sin presentarse, les dio la mano con fuerza en cuanto se acercaron y los invitó a pasar.

    El otro tenía rango de Caporal. Era un joven de pelo engominado y cara grande. Estaba manipulando los controles de las doce pequeñas pantallas a color que mostraban toda la actividad del aeropuerto. Una centraba su atención. En ella no aparecían imágenes en directo, sino que era una grabación digital de la T1 hacía unas horas.

    Entre ambos Agentes se encontraba Xesc Vila, el experto informático. Tan absorto en las imágenes que ni se movió cuando entraron. Fred no se engañaba. Sabía que aquel chico con camiseta negra de algún programa de software libre los había oído venir hacía rato. Era difícil esconderse de un F4 vigilante. Y Xesc rara vez bajaba la guardia. Una costumbre que había adquirido tras años de practicar el kajukenbo.

    Nadie habría pensado, al ver a aquel muchacho de aspecto despistado y perilla mal afeitada, que sabía cómo romper huesos humanos sin apenas esfuerzo. Mucho menos si lo hubieran visto delante de un monitor de ordenador. Todo lo más, habrían encontrado un hombre ensimismado, rascándose ocasionalmente el pelo corto, concentrado en algún problema tecnológico.

    En aquel caso, el problema parecía venir de las imágenes.

    — Otra vez —le dijo al Caporal.

    El Mosso pulsó un par de teclas y la imagen volvió al inicio de la escena. El vídeo era de baja resolución, pero se veía con bastante claridad la entrada a la zona de embarque. Llena de gente en fila. Héctor y Fred se miraron. Estaban contemplando la secuencia del atentado.

    Vieron el lugar como era antes de que se desencadenara el infierno. Vieron las personas que ahora eran poco más que restos orgánicos, en paciente espera ante los controles. Las risas, las charlas.

    Vieron al suicida. Durante toda la secuencia se mantuvo en la fila de los defectos, sin hacer nada que llamara la atención. Pero ahora que sabían cómo acababa la historia, era fácil percibir los indicios. No sacaba las manos de los bolsillos. Como quien no quiere, iba mirando a su alrededor. Daba un par de pasos cuando avanzaba su cola. Otra vez miraba detrás suyo. Seguramente, calculando la cantidad de gente que se acumulaba. Las futuras víctimas. El chico sacaba su mano del abrigo y parecía que empuñaba algo.

    De repente, las M1 de la zona le señalaban, en trance. La grabación era muda, pero casi podían oír los gritos de las Nornas y los Mossos. Mientras veían las imágenes de la gente tirándose al suelo, casi podían sentir el caos. Entonces el chico

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