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Un elefante sin circo
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Un elefante sin circo

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Si hay maravillas en el mundo, los elefantes son una de ellas. Todos hemos escuchado historias y cuentos de elefantes. Esta es la historia de un elefante cuya vida transcurrió fuera del circo y lejos del zoológico, excepto al final de sus días. Es la historia de un elefante y de su cuidador quienes convivieron durante años y que, casi, casi, lograron ser una familia.
LanguageEspañol
PublisherEdiciones SM
Release dateSep 15, 2015
ISBN9786072410756
Un elefante sin circo

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    Un elefante sin circo - Alejandro Sandoval Ávila

    Un elefante sin circo

    Alejandro Sandoval Ávila

    Para Alejandra.

    Para Ana Sofía, que en mucho me ayudó.

    Desde luego, para Julia.

    Y para Ernesto y Emiliano.

    Un elefante no es una carga para un anciano

    y para un joven tampoco.

    POESÍA YORUBÁ

    1 Se acabó el circo

    ANTES de la función, a media tarde, se dejaron ver unas nubes grises por el oriente. Y cuando las sillas y las gradas estaban llenas, y los juegos de luces se movían por el centro de la pista a punto de iniciar el espectáculo, llegaron los presagios de tormenta con truenos y ventarrones.

    El público, dispuesto a divertirse, no percibió lo que sucedía afuera de la carpa a pesar de que una racha de aire frío y húmedo levantó un poco una de las paredes de lona y refrescó el ambiente interior.

    La representación de los diversos números dio inicio y todos se concentraron en reír, en aplaudir, en emocionarse.

    Los payasos acababan de hacer el chiste ese de:

    —¿Cuál es el verdadero nombre de Tribilín?

    —Pues Bilín, Bilín, Bilín.

    Y los trapecistas estaban ya arriba, cada uno en su sitio, listos para iniciar su número, cuando la ráfaga de viento se repitió: ahora más fuerte, venció por completo algunos amarres, recorrió toda la parte baja de la carpa, y el aire caliente del interior del circo, siguiendo las leyes de la física, tendió a elevarse.

    El maquillaje de los payasos se deformó, dándoles un aspecto como para asustar.

    La lona, durante unos segundos, pareció un globo contrahecho y se levantó un metro, que fue suficiente.

    El estruendo fue pavoroso mientras la carpa caía. Los postes sobre los que estaba sostenida se resquebrajaron con fuertes crujidos y la gente intentaba correr, chocando entre sí, tropezándose con las sillas y arrojándolas sin mirar hacia dónde. Las gradas, hechas de madera y tubos, se tambalearon unos segundos y finalmente cedieron, agregando al desorden un fragoroso golpeteo de metal. Las luces se apagaron. La oscuridad hacía más insoportable el griterío. Cada quien clamaba los nombres de sus acompañantes, invocaba a los santos y a la virgen, vociferaba maldiciones o pegaba de alaridos por el pánico.

    La carpa cubrió, al ras del suelo, el espacio

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