Bajo la superficie
By Jessica Hart
4/5
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About this ebook
Patrick Farr estaba más que satisfecho con su vida de soltero, siempre rodeado de mujeres bellas. ¡Ojalá pudiera convencerlas de que el matrimonio no figuraba entre sus planes! Sólo había una manera de demostrarles que jamás se casaría por amor... Louisa Dennison era capaz de mantener la calma en cualquier situación; de hecho, era la ayudante perfecta. También era una madre soltera con dos hijos muy difíciles. Así que cuando Patrick le pidió que se casara con él, su respuesta fue un no rotundo... ¿O quizá no fuera así?
Lou no era uno de los bombones de Patrick, pero su ofrecimiento podía ser la solución a todos sus problemas...
Jessica Hart
Jessica Hart had a haphazard early career that took her around the world in a variety of interesting but very lowly jobs, all of which have provided inspiration on which to draw when it comes to the settings and plots of her stories. She eventually stumbled into writing as a way of funding a PhD in medieval history, but was quickly hooked on romance and is now a full-time author based in York. If you’d like to know more about Jessica, visit her website: www.jessicahart.co.uk
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Book preview
Bajo la superficie - Jessica Hart
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2005 Jessica Hart
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Bajo la superficie, n.º 2003 - agosto 2017
Título original: Contracted: Corporate Wife
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-081-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
LOUISA Dennison salió del ascensor tan puntual como siempre.
Patrick la miraba desde el vestíbulo con cierta irritación. ¿Aquella mujer no podía llegar cinco minutos tarde?
Allí estaba, con su traje de chaqueta gris, la falda justo por encima de la rodilla, ni un pelo fuera de su sitio. Era una mujer discreta, sensata, educada, el epítome de la perfecta secretaria ejecutiva.
Patrick sabía que estaba siendo irracional. Había tenido suerte de heredar una secretaria tan eficiente al hacerse cargo de Schola Systems.
Lou, su nombre era lo único corto y relajado en aquella mujer, era una secretaria modelo: puntual, seria, profesional. Nunca la había visto cotilleando con otros empleados, ni haciendo llamadas personales. No mostraba interés alguno en su vida privada, de modo que Patrick nunca le preguntaba por la suya.
No, no podía tener una secretaria mejor.
Aunque a veces le gustaría que cometiera un error, un pequeño error para demostrar que era humana.
Pero nunca había pasado.
La verdad era que la encontraba un poco demasiado perfecta y eso lo molestaba. Si alguien tenía que ser perfecto en aquella empresa, ése era él. Su reputación como ejecutivo despiadado hacía que mucha gente temblara al verlo entrar en un despacho.
Pero Lou Dennison no. Lou clavaba en él sus ojos oscuros con total indiferencia… y a veces con cierta ironía. Y eso lo sacaba de quicio. Además, ella no era nada especial, se decía a sí mismo, con cierto resentimiento. Era atractiva, sí, pero debía de tener al menos cuarenta y cinco años y tenía arruguitas alrededor de los ojos.
Y a él nunca le habían gustado las mujeres como ella. Le gustaban más femeninas, más alegres. Y más jóvenes.
–No llego tarde, ¿verdad? –preguntó Lou al ver su expresión. Y Patrick sintió el deseo de mirar el reloj y anunciar que había llegado… quince segundos tarde.
–No, claro que no.
Se recordó a sí mismo que no era culpa de Lou que la tormenta hubiera obligado a cerrar las carreteras, las estaciones de tren y el aeropuerto. Tampoco era culpa suya que él prefiriese cenar con cualquier otra persona. No le había quedado más remedio que preguntarle si quería cenar con él ya que los dos estaban atrapados allí, pero esperaba que la cena fuera rápida y que, después, cada uno se fuera por su lado.
Patrick señaló la puerta del restaurante.
–¿Quieres que entremos ya o prefieres tomar algo en el bar?
Lo había preguntado con una expresión tan indiferente que a Lou no le quedó la menor duda: Patrick Farr tenía tan pocas ganas como ella. Debería elegir el restaurante para que aquello pasara rápido, pero no le apetecía.
Aquél estaba siendo un día muy largo. Había empezado con una llamada urgente a las cinco de la mañana que la obligó a sacar a sus dos hijos de la cama antes de lo normal. Luego, un retraso en el metro y un viaje en tren con Patrick Farr. Era la primera vez que viajaban juntos para firmar un contrato. Aunque ella no entendía por qué era necesaria su presencia, Patrick había insistido.
Al final, la reunión salió como esperaban, pero había sido agotadora y Lou estaba deseando volver a casa para darse un largo baño caliente… sin los niños llamando a la puerta del baño para preguntar qué había de cena o dónde estaban los vaqueros rotos que necesitaban «ahora mismo».
Pero estaba atrapada en un hotel con su jefe, en Newcastle. Condenados a cenar juntos. Y para eso necesitaba una copa.
–Sí, me apetece tomar algo antes –dijo por fin, desafiante. Como esperaba, Patrick hizo una mueca. Él era un hombre acostumbrado a salirse con la suya… especialmente con las mujeres si los rumores eran ciertos. Y, sin duda, esperaba que ella le siguiera la corriente como todos los demás.
Pues no iba a hacerlo. Si no quería tomar algo con ella no debería haber preguntado.
–Entonces, vamos al bar –dijo su jefe por fin, sin ningún entusiasmo.
Le daba igual. En los tres meses que llevaba dirigiendo Schola Systems, Patrick Farr había dejado claro que no le interesaba su secretaria. Porque no era joven y guapa, naturalmente. A ella no le importaba en absoluto, pero en aquel momento no estaban trabajando y no iba a dejar que le dijera lo que tenía que hacer.
El bar era peor de lo que Patrick había imaginado. Cuando se enteraron de que no había trenes para volver a Londres y que tanto las carreteras como el aeropuerto estaban cerrados, no quedaban habitaciones libres en ningún hotel decente, de modo que tuvieron que conformarse con uno de segunda categoría.
Hacía tiempo que no se alojaba en un sitio tan provinciano, pensó, mirando alrededor con cara de disgusto. Estaba tan oscuro que prácticamente tenían que ir buscando una mesa a tientas y eso lo puso de peor humor.
–¿Qué quieres tomar? –preguntó, haciéndole una seña al camarero. Aunque no estaba seguro de que lo hubiera visto con tan poca luz.
–Una copa de champán estaría bien –contestó ella.
Patrick se quedó sorprendido. No esperaba que le gustase el champán. La imaginaba bebiendo algo mucho más normal, como un vaso de agua mineral o una copa de vino.
Lou levantó una ceja.
–¿Te parece extravagante?
Era lo mínimo después de un día como aquél. Además, Patrick Farr podía pagar un camión entero de champán sin que eso representara un problema.
–No, claro que no.
–Hemos firmado el contrato –le recordó Lou–. Deberíamos celebrarlo.
–Sí, por supuesto –murmuró él.
El camarero se había abierto paso hasta su mesa y Patrick pidió una botella de champán.
–Muy bien, señor.
Relajada en su silla, Lou miraba alrededor, aparentemente cómoda con el silencio, mientras esperaban que volviera el camarero. No se parecía nada a las mujeres con las que él solía salir, pensó Patrick. A él le gustaban las mujeres más alegres, dispuestas a pasar un buen rato.
Ariel, por ejemplo. Ariel era una chica muy divertida que hablaba por los codos. Siempre intentando animarlo, cautivarlo, hacer que lo pasara bien.
Al contrario que Lou, que lo miraba con un brillo de burla en los ojos. ¿Qué habría que hacer para impresionar a una mujer como ella? Alguien debía de haberla impresionado alguna vez. No llevaba alianza, pero todos la llamaban «señora Dennison». Divorciada, sin duda. Su marido seguramente no estuvo a la altura.
Incómodo, Patrick empezó a golpear la mesa con un posavasos, intentando no mirar al reloj. Aunque con tan poca luz seguramente no vería la hora. Iba a ser una noche muy larga, pensó.
Lou pensaba lo mismo. La ponía nerviosa ver a Patrick golpeando la mesa con el posavasos. Tom hacía cosas parecidas cuando quería ponerse molesto y estuvo a punto de decirle que parase de inmediato.
Pero Tom era su hijo, un niño de once años. Patrick Farr era su jefe, un hombre de cuarenta y tantos. Y ella no podía perder el trabajo.
¿Dónde estaba el champán? El camarero debía de estar pisando las uvas en alguna parte. No podía tardar tanto en meter una botella de champán en un cubo de hielo y encontrar un par de copas…
¡Ah, por fin!
Lou sonrió cuando el camarero se materializó entre las sombras y Patrick dejó de golpear la mesa con el posavasos. Nunca la había visto sonreír así.
Nunca le había sonreído así a él.
Lou sonreía, sí, pero sólo de forma amable. Una sonrisa que pegaba con su traje gris y su impecable aspecto profesional. No la sonrisa alegre que le dedicaba al camarero, una sonrisa que iluminaba su cara y la hacía parecer atractiva y cercana. De hecho, la clase de mujer con la que uno querría compartir una botella de champán.
Patrick la observó con renovado interés mientras el camarero, con estudiada lentitud, abría la botella y servía las copas.
El chico estaba intentando impresionarla, pensó. ¿Por qué?
Cualquiera diría que Lou era una voluptuosa chica de veinte años y no una mujer que casi podría ser su madre. Justo lo que le hacía falta, un camarero con fijación por la «señora Robinson».
–Gracias –dijo Lou, con otra sonrisa completamente innecesaria.
–Menos mal que se ha ido –murmuró Patrick cuando el camarero desapareció–. Casi temía que quisiera tomar una copa con nosotros. Me sorprende que no se haya sentado.
–Era un chico muy agradable –dijo Lou.
–No me digas que te gustan los chicos jóvenes.
–No… aunque eso no es asunto tuyo.
Esa respuesta lo dejó helado. Normalmente, ella era muy discreta.
–¿No te parece que sería un poco inapropiado?
Lou tomó un sorbo de champán.