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Amigos… y algo más
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Amigos… y algo más

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About this ebook

De pronto su mejor amigo le parecía increíblemente masculino y sexy...
Kimberly Albert había tenido una infancia terrible en la que se había visto obligada a lidiar con los continuos matrimonios y divorcios de su madre, y siempre había deseado un poco de estabilidad. Su novio acababa de dejarla y sólo podía pensar en el hombre que siempre había estado a su lado cuando lo había necesitado: su mejor amigo, Jaxon Gideon. Jax siempre le había ofrecido un hombro sobre el que llorar... y llevaba toda la vida enamorado de ella, aunque había tenido que mantenerse apartado mientras Kimberly hacía su vida sin él...
¡Pero eso había cambiado! Jax había decidido que, si no podía tener a Kim, prefería no volver a verla. Pero parecía que ella empezaba a ver a otro Jax... uno mucho más sexy e irresistible que estaba volviéndola loca. Ahora tendría que demostrarle que su amistad podía convertirse en algo mucho más profundo... y apasionado.
LanguageEspañol
Release dateAug 17, 2017
ISBN9788491700821
Amigos… y algo más
Author

Renee Roszel

Renee is married. To a guy. An Engineer. When they were first married Renee asked her hubby how much he loved her, and he said, "50 board feet." Renee tells us she was in heaven. She assumed '50 board feet' was something akin to 50 light years - you know, the length of time it would take a board to travel to the sun or something - times 50. Okay, so Renee admits she's no math whiz. It took a lot of years before she found out 50 board feet actually meant 50 feet of board. She confronted her husband with this knowledge, demanding, "You mean, when we were first married, and you were at your most passionate, most adoring, that was all you could come up with - You loved me 50 board feet?" But Renee admits it was her own fault. When she was dating, she specifically looked for a man who was good in math. She was so lousy at it, she had a horror of ever having to help children of her own with their arithmetic. So, once a man she dated let it slip that he couldn't multiply in his head, it was goodbye Sailor! If you want to know how Renee's 'looking-for-Mr.-Sliderule' worked out, well, by the time her children were fifth graders, they were better in math than either she or her husband. Besides that, they also spelled better. As it turned out, by marrying a smart man, Renee says she got an unexpected bonus! Smart kids! Who'da thought? You may have already discovered one reason Renee loves writing romances. Yes, she can make up dialogue for the hero that bears no resemblance at all to 'I love you 50 board feet, darling.' Another reason Renee says she loves writing romances is because they're feel-good books. They help women find better, stronger paths in life. Renee says even she has become stronger due to writing spunky heroines. Once, when she was being belittled for what she wrote, she was preparing to be defensive, backing away flinching, when suddenly, in her mind, she screamed at herself, Good grief, Renee, your heroine wouldn't be cringing and cowering like this! So she stood up to the woman who was disparaging her, telling her what she really thought. Interestingly, instead of getting a scowling dressing-down, the disparager blinked, stuttered and disappeared into the crowd. Ah, power! The power of having the courage of our convictions. Renee firmly believes that's what romance novels help us find - those of us who read them, as well as those of us who write them. So now you know who Renee Roszel is and why she loves what she does. Oh, one other thing - Renee adds, "I love you 50 board feet...." With over eight and a half million book sales worldwide, Renee Roszel has been writing for Mills & Boon and Silhouette since 1983. She has over 30 published novels to her credit. Renee's books have been published in foreign languages in far-flung countries ranging from Poland to New Zealand, Germany to Turkey, Japan to Brazil. Renee loves to hear from her readers. Visit her web site at: www.ReneeRoszel.com or write to her at: renee@webzone.net or send snail mail to: P.O. Box 700154 Tulsa, OK 74170

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    Amigos… y algo más - Renee Roszel

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2005 Renee Roszel Wilson

    © 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Amigos… y algo más, n.º 2004 - agosto 2017

    Título original: Just Friends to… Just Married

    Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-9170-082-1

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    KIMBERLY se arrodilló en medio del apartamento vacío en estado de shock.

    –No es posible que me esté pasando esto. No puede ser que se haya marchado. Yo pensaba que…

    Sus palabras se perdieron en el silencio. Estaba claro que se había equivocado. Su novio desde hacía dos años, el hombre que había elegido, se había ido y se lo había llevado todo.

    Allí de rodillas en el frío suelo de madera, Kimberly rectificó la formulación de sus pensamientos. No se lo había llevado todo: los regalos que ella le había hecho en los últimos dos años estaban amontonados ordenadamente allí cerca de donde estaba ella. Unas camisas polo, unos frascos de perfume a medio usar; incluso unos bóxer de seda con un estampado de corazones rojos que ella le había regalado un San Valentín que se había sentido un poco pícara.

    Notó con distracción que le había dejado dos cuadros de paisajes que ella había comprado cuando una tienda de muebles de la zona había liquidado existencias. Aturdida, continuó mirando el montón de regalos rechazados hasta que su mirada se topó con una hoja de papel que sobresalía por debajo de uno de los botes de colonia. La letra era de Perry.

    Seguramente me odiarás por hacerlo de este modo, pero supongo que no deberías sorprenderte. Ya lo hemos hablado en más de una ocasión. Enfréntate a ello, Kim; le tienes fobia al compromiso. Yo quería casarme, pero llevas dos años rechazándome. Ya no puedo más, Kim. He encontrado a alguien que no le teme al compromiso. Buena suerte con tu vida. Perry.

    P.D.: además, nunca estaré a tu altura.

    Triste y confundida, Kim murmuró:

    –¿A la altura? ¿A qué se refiere con esto? –añadió con voz temblorosa–. ¿A la altura de qué? ¿O de quién?

    Fijó la vista en al críptica frase mientras se enjugaba las lágrimas. Después de un largo y silencioso esfuerzo para no pensar en lo que sentía, en el dolor que la ahogaba, alzó la mirada para asimilar el vacío que de pronto parecía envolverlo todo. El abandono de Perry era una lección dolorosa de lo poco que había aportado a su vida en común , al menos materialmente.

    –¡Pero te quería! –tomó el perfume favorito de Perry y vaporizó un poco el aire, aspirando hondo.

    Al momento se lo imaginó, alto, rubio y atlético, sonriéndole con esa sonrisa de niño que tanto la enternecía. Los perfumes eran sorprendentes, y sorprendente la facilidad con la que conjuraban a un ser humano con tan sólo unas cuantas moléculas de extractos químicos. Turbada de pronto por la sonriente imagen, agitó la mano tratando de dispersar el perfume y borrarlo de su imaginación. Pero lo único que consiguió fue perfumarse la mano.

    –No creo que pueda volver a soportar ese olor nunca más –murmuró mientras se limpiaba la mano en la falda de lino–. Apestas, Perry –dijo–. Eres un cobarde asqueroso.

    No quería creer que nada de lo que dijera su nota fuera verdad. ¿Miedo al compromiso? En absoluto. Habían hablado del matrimonio en varias ocasiones. Ella le había explicado con paciencia que no estaba lista. No le gustaba pelear, y nunca había permitido que ninguna de las discusiones sobre el matrimonio hubiera terminado en pelea. Pero aun así, cada vez que lo discutían ella tiraba un poco más de la cuerda. ¿No podían ser sin más una pareja compatible, a quienes les gustaran las mismas películas, la misma música, o el mismo restaurante chino? ¿Por qué tenía él que buscar problemas? Él sabía que las desavenencias la disgustaban. La rabia destruía.

    ¿Acaso no lo había visto de sobra con su madre, que se había pasado los años de infancia y adolescencia de Kim cometiendo matrimonios en serie? Su madre metió a cinco esposos en su casa de familia de clase media, entre medias de unos cuantos novios no tan comprometidos. Cada una de esas relaciones había sido breve y feliz, para volverse enseguida en un auténtico quebradero de cabeza. Había crecido odiando las peleas; de modo que cuanta más prisa le había metido Perry, más se había resistido ella.

    Aspiró hondo y de nuevo le llegó el aroma de su perfume, que le provocó una mueca de asco.

    «Además, nunca estaré a la altura».

    ¿A la altura? –murmuró de nuevo, tratando de entender las palabras de Perry–. ¿A la altura?

    Negó con la cabeza, confusa. Acurrucada en la creciente oscuridad, el pensamiento la transportó al pasado, a su vecino de al lado, a su mejor amigo de tantos años, Jaxon Gideon. Jax era tres años mayor que ella. Siempre había sido un chico alto, incluso de jovencito. Como ella nunca había podido contar con un padre cariñoso, Jax era el amigo al que había acudido lloriqueando cuando se hacía una rozadura en la rodilla. Y más tarde, en el instituto, siguió acudiendo a él cuando la dejaba algún novio, o incluso cuando era ella la que dejaba a un novio y sencillamente se sentía sola y deprimida.

    Jax también era el amigo con quien había compartido sus premios, o como cuando su foto había salido en el periódico por escribir la mejor redacción para un concurso municipal titulado Por qué me gusta el Arco de San Luis. Su madre siempre estaba tan ocupada mimando al marido de turno que ni siquiera se daba cuenta de sus cosas.

    Los recuerdos de la infancia junto a Jax pasaron por su mente en rápida sucesión. Sintió un calor en su corazón, frío y solitario en esos momentos. Resultaba curioso, aunque por otra parte Jax siempre había ocupado un lugar especial en su vida. El mero hecho de pensar en él tranquilizaba su destrozado espíritu. Apenas podía creer que no se hubiera esforzado un poco más en seguir en contacto con él en los últimos diez años. ¿Diez años? ¿De verdad había pasado tanto tiempo?

    Bueno, la culpa era de Jax. Después de todo, ella seguía viviendo en San Luis. Era él quien se había marchado a estudiar a la Universidad de Evanston, a las afueras de Chicago, donde se había quedado después. Por supuesto, ya eran adultos. Él tenía su vida y ella la suya. Sus caminos se habían separado inevitablemente. Lo cual le resultaba muy triste a Kim. No le iría nada mal tener a Jax como vecino en esos momentos.

    En el instituto, ella se había dado cuenta de que él estaba enamorado de ella. Habían salido unas cuantas veces, pero Kim se resistía a los romances. No se atrevía a poner a Jax en la categoría de novio. Una persona podía quedarse sin un novio, y Jax había sido el único amigo estable y el único confidente que había tenido en la vida. Los múltiples matrimonios de su madre, con todas las peleas y las rupturas, le habían dejado cicatrices. Y como detestaba los escándalos, Jax había sido la roca donde ella se había apoyado, su consuelo y su distracción. Por esa razón, sus citas siempre habían sido informales y ocasionales, temerosa de que si lo catalogaba como novio todo se fuera al traste y su relación pasara a ser un caos, donde ya pasaba demasiado tiempo de su vida. No había querido arriesgarse.

    –Me pregunto qué hará Jax ahora.

    Después de acabar la carrera universitaria, había abierto una pequeña empresa por Internet, había ganado dinero y la había cerrado antes de que se saturara el mercado. No sabía lo que estaba haciendo en el presente; algo de auditoría, según tenía entendido, todavía en Chicago.

    La última vez que se habían visto había sido cuando ella había roto su compromiso con Bradley. Jax estaba en su tercer año de universidad, y ella acababa de empezar en la facultad. Triste y abatida, Kim había acudido corriendo a él, y, como de costumbre, él la había consolado y le había dicho que era lo mejor para ella; lo cual, en retrospectiva, no habría podido ser más cierto. Como por arte de magia, Jax fue quien la ayudó a retomar su vida. Después de llorar una semana en sus amplios hombros, había regresado a San Luis, al caos que dominaba su mundo, dejando a Jax firmemente afianzado en su estatus de amigo.

    Sollozó y tomó un sorbo de té mientras contemplaba de nuevo aquel vacío, y su tristeza empezó a transformarse en rabia.

    –¿Pero cómo has podido? –sollozó, dirigiéndose a un Perry imaginario–. ¿Cómo has podido salir a hurtadillas de nuestra relación, como un ladrón de una casa durante la noche?

    De repente tuvo una inspiración. El shock del abandono de Perry era sin duda el peor desastre que le había ocurrido en la vida. Si había necesitado a Jax alguna vez, ése era el momento.

    –¡Es precisamente lo que necesito! ¡Jax me ayudará a arreglarlo todo!

    No sólo se sentiría mejor viendo a Jax, sino que él se alegraría por ella cuando supiera lo bien que le iba en su negocio. Podrían charlar y reírse juntos y… Bueno, podrían volver a ser amigos, como en los viejos tiempos.

    Antes de darse cuenta siquiera de que se había movido, fue a por el móvil del bolso y marcó el número de información.

    El teléfono de Jaxon sonó tres veces antes de saltar el contestador: «Estás llamando a Jax Gideon. En este momento no puedo atenderte. Por favor, deja un mensaje breve después de la señal y te llamaré lo antes posible».

    Esbozó una sonrisa trémula al escuchar su familiar voz de barítono. Aspiró hondo para dejarle un mensaje sin ponerse a llorar.

    –Hola Jax –empezó a decir–. ¿A que no sabes quién soy? –negó con la cabeza por la bobada de niña pequeña que acababa de decir y soltó una risilla abochornada–. Lo siento. No te haré adivinar. Hace demasiado tiempo –le dijo con solemnidad–. Soy Kim, Jax. Yo… –dejó de hablar, sin saber cómo continuar–. La verdad es que me hace falta un amigo en estos momentos –se calló, hizo una mueca y se enfrentó a la realidad; una llamada telefónica no sería suficiente–. Pensándolo bien, creo que iré a verte –para sus adentros se felicitó por la brillante idea que había tenido–. He pasado mucho tiempo sin tu singular ayuda, Jax –se sonrió, sorprendida, y supo que era gracias a Jax, que sólo de pensar en él tenía ganas de sonreír–. De acuerdo –dijo, sintiendo como si su herida no fuera tan profunda–. Hasta pronto.

    Cortó la llamada y se levantó.

    –¡Allá voy Jax, a que me pongas un parche! –cuando llegó a la entrada, donde había dejado su maleta, se paró bruscamente, fue a por el montón de camisas de Perry y las tiró a la chimenea–. Arderán de maravilla cuando vuelva a encenderla –murmuró mientras se apresuraba hacia la puerta y levantaba la maleta con la que había entrado hacía tan poco tiempo–. Mientras tanto, voy a tomar el primer vuelo a Chicago que encuentre.

    Jax estaba cansado como un perro cuando regresó a casa después de una larga y tediosa cena de negocios con unos clientes. A veces ser asesor de productividad tenía sus compensaciones, tanto a nivel económico como a nivel personal. Otras, como esa noche, era tan difícil como tener que convencer al presidente de una empresa de que creyera en él cuando le destacaba todo lo que era necesario hacer para aumentar la producción.

    –Quiere mi experiencia, pero no quiere escuchar lo que le digo –se quitó la americana del traje y la echó sobre el sofá de suave ante verde antes de subir a su dormitorio.

    Mientras se aflojaba la corbata se fijó en el parpadeo del contestador automático. Qué extraño. Todo el mundo conocía su número de móvil y le dejaba mensajes en el buzón de voz. Ni siquiera sabía por qué tenía todavía ese contestador tan anticuado, ni siquiera por qué tenía el teléfono fijo. La respuesta era que no había tenido tiempo de librarse de ellos.

    Medio suponiendo que sería alguna venta por teléfono o alguien solicitando una donación económica, apretó el botón para oír el mensaje.

    Nada más oír esa voz, se quedó inmóvil. Era Kim.

    Después de todos esos años de no recibir

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