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Al este de la muralla-El ojo sagrado
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Al este de la muralla-El ojo sagrado

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About this ebook

Dick Lance y un grupo de arqueólogos se aventuran en una expedición hacia la cordillera del Tian Shan, las Montañas celestes de los espíritus, en busca de una cueva donde apunta el misterioso rayo descrito en un antiguo mapa de la Dinastía Qin que compró en un mercado mongol. Simultáneamente, astrónomos del observatorio Monte Palomar creen estar ante el descubrimiento del siglo al notar en imágenes enviadas por los telescopios espaciales Hale y Hubble una enigmática radiación que proyecta la Nebulosa Hélix, el llamado Ojo de Dios, en dirección a la Tierra. Una misión científica secreta china, también alertada por sus satélites, viaja bajo fuerte custodia militar hacia la región del Xinjiang, el lejano oeste de China, en busca del lugar que señala la poderosa luz. Suspenso cargado de aventuras, muertes, acción y sensacionales revelaciones conducirán a los aventureros hacia El ojo sagrado.

LanguageEspañol
Release dateJun 25, 2017
ISBN9781370561193
Al este de la muralla-El ojo sagrado
Author

Diego Fortunato

SOBRE DEL AUTORDiego Fortunato, escritor, poeta, periodista y pintor italiano nacido en Pescara (Italia). Desde su más tierna infancia vive en Venezuela, su tierra adoptiva, país donde se trasladaron sus padres al huir de los rigores y devastación que dejó la Segunda Guerra Mundial en Europa. Cursó estudios académicos que van desde teatro, en la Escuela de Teatro Lily Álvarez Sierra de Caracas, pintura, leyes en la Facultad de Derecho y periodismo en la entonces llamada Escuela de Periodismo de la Universidad Central de Venezuela. Desde temprana edad fue seducido por las artes plásticas y la literatura gracias a la pasión y esmero de su madre, ávida lectora y pintora aficionada. Sus novelas, teñidas de aventura, acción y suspenso, logran atrapar en un instante la atención del lector. Sus poesías, salpicadas de delicada belleza, están tejidas de mágicas metáforas. La pintura merece capítulo aparte. En sus cuadros, de impactantes contrastes cromáticos y a veces de sutiles y delicadas aguadas, Fortunato establece sorprendentes diálogos con la luz y las sombras, como en el caso de sus series Mujeres de piel de sombra y La femme en ocre. La mayoría de las portadas de sus libros están ilustradas con sus obras pictóricas.ALGUNAS OBRASNovelas: La Conexión (2001). La Montaña-Diario de un desesperado (2002). Url, El Señor de las Montañas (2003). El papiro (2004). La estrella perdida (El Papiro II-2008). La ventana de agua (El Papiro III-2009). Atrapen al sueño (2012). La espina del camaleón (2014). 33-La profecía (2015). Pirámides de hielo-La revelación (2015). Al este de la muralla-El ojo sagrado (2016). La ciudad sumergida-El último camino (2017). Borneo-El lago de cristal (2019). El origen-Camino al Edén (2020). La palabra (2021). Cuentos: En las profundidades del miedo (1969). Dunas en el cielo (2018). Conciencia (2018).- Dramaturgia: Franco Súperstar (1988), Diego Fortunato-Víctor J. Rodríguez. Ensayos: Evangelios Sotroc (2009). Pensamientos y Sentimientos (2005). Poemarios: Brindis al Dolor (1971). Cuando las Tardes se Tiñen de Aburrimiento (1994). Lágrimas en el cielo (1996). Hojas de abril (1998). El riel de la esperanza (2002). Caricias al Tiempo (2006). Acordes de Vida (2007). Poemas sin clasificar (2008). Palabras al viento (2010). El vuelo (2011). El sueño del peregrino (2016). Sueños de silencio (2018).

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    Al este de la muralla-El ojo sagrado - Diego Fortunato

    Al este de la muralla

    El ojo sagrado

    Por Diego Fortunato

    SMASHWORDS EDITION

    Al este de la muralla-El ojo sagrado

    Copyright © 2016 by Diego Fortunato

    Smashwords Edition, leave note

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    Diego Fortunato

    Al este de la muralla

    El ojo sagrado

    §

    Editorial

    BUENA FORTUNA

    Caracas

    DIEGO FORTUNATO

    Editorial Buena Fortuna

    Caracas, VENEZUELA

    Todos los derechos reservados

    © Copyright

    AL ESTE DE LA MURALLA-El ojo sagrado

    Copyright © 2016 by Diego Fortunato

    Cubierta copyright © Diego Odín Fortunato

    Cuadro de la portada (Detalle) © Diego Fortunato

    ISBN-13: 978-1537008677

    ISBN-10: 1537008676

    Diseño y Montaje Fortunato’s Center, c.a.

    Printed in the USA. Charleston, SC

    Primera Edición: agosto de 2016

    E-mail: diegofortunato2002@gmail.com

    Publicado por

    Diego Fortunato en www.smashwords.com

    Esta es una obra de ficción. Los nombres, lugares, caracteres, incidentes y profesiones son producto de la imaginación del autor o están usados de manera ficticia. Cualquier semejanza con personas actuales, vivas o muertas, acontecimientos o lugares, es mera coincidencia. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del autor y editor.

    Desde la creación del mundo,

    lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad,

    se pueden descubrir a través de las cosas creadas.

    Romanos 1: 20

    1

    Monte Palomar, San Diego, al sur de Los Ángeles.

    Después de meses de investigación, los astrónomos del observatorio, sede del poderoso telescopio Hale, concluyeron que la nebulosa Helix, cuya forma semeja un ojo humano, dirigía una extraña irradiación hacia la Tierra.

    Gracias a mediciones y complicadas ecuaciones matemáticas, comprobaron, sin lugar a la menor duda y con poco margen de error, que la trayectoria y coordenadas del misterioso rayo apuntaba a una inhóspita región de Asia.

    El insólito hecho tenía de cabeza a los científicos. Se preguntaban cómo era posible que esa nebulosa planetaria, perteneciente a la constelación de Acuario, a seiscientos ochenta años luz de distancia de nuestro planeta, pudiese dirigir un enigmático destello hacia la Tierra y concretamente, según los últimos cálculos, a un desconocido paraje de la República Popular China, cuya ubicación estaban por descubrir.

    Sentado en su despacho del observatorio, el doctor Thomas Linch, director a cargo de la Exploración de la Nebulosa Helix en Monte Palomar, no despegaba sus ojos del monitor de la computadora. La pantalla mostraba un fondo negro con una serie de números, vectores y relaciones interconectadas a puntos luminosos y líneas. Analizaba y compraba los datos allí vertidos con unos fotogramas a color que tenía dispuestos uno al lado del otro sobre su amplio escritorio. Estaba tan ensimismado en sus estudios que no se percató que la manilla de la puerta de su oficina giraba lentamente e instantes después cedía paso a un hombre regordete de pronunciada calvicie que llevaba su liso y largo cabello cano recogido en forma de cola de caballo.

    –¡Al fin te encuentro!... Veo que sigues empeñado en la misma locura que todos nosotros –se escuchó salir de la boca del recién llegado.

    –¡Maldición, Alan!... Casi me causas un infarto –respondió sobresaltado Linch soltando uno de los fotogramas que se había llevado a la altura de los ojos y observaba un punto específico con una pequeña lupa cuentahílos−. Te agradecería que la próxima vez que vengas toques primero… No me gustaría morir de esa forma tan imbécil –recriminó serio.

    −No es para tanto, amigo… Pero no te preocupes. Cuando vuelva a visitarte trataré de no ser tan sigiloso… Es que te vi tan concentrado que no quería distraerte –se disculpó Alan O’Neill, el astrónomo de mayor edad y más antiguo en Monte Palomar.

    −Está bien… No te preocupes… De todas formas mandaré a recubrir los cristales con unas grandes cortinas negras… Así no me sentiré espiado –contestó aún con cierta irritación–. ¿Para qué me buscabas?

    −Estuve analizando estas fotografías enviadas por Hubble en febrero de dos mil nueve, tres meses antes de que el Atlantis realizase su quinta misión de mantenimiento –especificó refiriéndose a la hasta ahora última misión de servicio al telescopio espacial, donde siete astronautas viajaron a bordo del transbordador y pasaron once días reparando y añadiendo nuevos instrumentos a la gigantesca estructura telescópica, tan grande como un edificio de cuatro pisos que orbita la Tierra a quinientos noventa y tres kilómetros sobre el nivel del mar.

    −¿Y?... ¿Qué hallaste? –soltó escéptico porque ya poco creía en las buenas facultades de su colega, no tanto por la edad sino por su dependencia del alcohol.

    −No lo vas a creer… ¡Captó el momento en que Helix dirige el rayo a la Tierra! –aseveró blandiendo en sus manos el grupo de fotografías.

    –¡Increíble! –exclamó Linch mientras movía la cabeza de un lado a otro impactado por la información.

    −Este nuevo hallazgo revolucionará al mundo científico…

    −Sí, claro, pero no sé si deba revelarse todavía… Faltan aún muchas cosas que resolver y escrutar… Volver a hacer cálculos…

    −Entiendo… –respondió no muy convencido O'Neill.

    −Hay que actuar con cautela. Deberemos corroborar todo una y otra vez… –precisó el adusto director clavándole sus acuciosos ojos negros–. Revisar meticulosamente todo hasta el cansancio y una vez que estemos plenamente seguros, tomaremos la decisión adecuada… ¿Te parece?

    –¿Adecuada para quién?... ¿Qué insinúas? –indagó extrañado su colega.

    –Para la humanidad… No podemos lanzar una noticia como esta al mundo sin primero valorar los pros y los contras… De cómo será aceptada…

    –Te refieres a histerias colectivas –lo interrumpió el viejo astrónomo.

    –Sí, a eso y a muchas otras circunstancias. El ser humano no está preparado para digerir situaciones como estas.

    –¡Por favor, Thomas!... –protestó el regordete científico–. Estamos en el siglo veintiuno, no en el quince.

    –Sí, pero el entendimiento de la mayoría de los hombres sigue casi igual que hace mil años atrás. No ha evolucionado al mismo ritmo que sus ambiciones y bienestar material… No lo digerirán con facilidad.

    –¿Qué quieres decir?

    –Sus espíritus sigue en la prehistoria… Simplemente eso y tú lo sabes.

    –No entiendo porque tanta preocupación por un simple anuncio –rezongó confuso Alan.

    –Recuerda lo que sucedió dos siglos atrás con el paso del Cometa Halley… Las escabrosas noticias que publicaron sobre una gran nube de polvo cósmico que caería sobre la Tierra y destruiría toda vida… –puntualizó Linch con un dramatismo inusual en él–. Dijeron que su larguísima cola de más ocho millones de kilómetros de largo azotaría la tierra tan fuertemente que la convertiría en una nebulosa planetaria… ¡El fin del mundo!... ¿Lo recuerdas? –concluyó sombrío el director a cargo de la exploración de la Nebulosa Helix.

    –Sí, amigo… Pero eso quedó como una leyenda urbana –refutó el viejo astrónomo–. Sólo fue histeria colectiva y algunos desquiciados se mataron por imbéciles… Por ser inestables mentalmente –agregó lapidario.

    –No coincido contigo… La aparición de mil novecientos diez fue una verdadera tragedia… Hubo más de cuatrocientos suicidios –argumentó intransigente Linch.

    –No creo que en esta época suceda algo igual… Con tantos medios de comunicación e Internet al alcance de todos, la población mundial estará informada al segundo –refutó O'Neill.

    –No estés tan seguro. No todo el mundo dispone de ellos. Además, hay muchas regiones apartadas que siquiera conocen el teléfono… –insistió tercamente Linch sin mostrar signos de dar marcha atrás en su criterio sobre la ignorancia de la humanidad y el caos que podría originar si revelaban lo que estaba sucediendo en el espacio exterior con el misterioso Ojo de Dios, tal como habían bautizado los astrónomos a la Nebulosa Hélix por su parecido a un silencioso ojo divino.

    –¡Por favor!... No sea tan pesimista y apocalíptico… Tú actitud podría quedarme bien a mí, que ya soy un anciano, pero a ti, que eres joven todavía, no parece correcto.

    –Lo sé… Disculpa –dijo bajando la guardia el director del Proyecto Helix–. Lo que busco decirte y quiero que lo entiendas muy bien, es que de esto no debe salir ni una letra de Monte Palomar hasta no tener todo bien claro… –advirtió severo–. Además, si tememos que informar a alguien, el primero en la lista será nuestro gobierno y que ellos tomen la decisión que crean conveniente.

    –Y si lo sepultan, tal como han hecho con muchas otras cosas?... ¿Serías capaz de dejar un descubrimiento de esta naturaleza al olvido?... ¿Ni al mundo científico se lo notificarías? –indagó perplejo el viejo astrónomo.

    –¡Ay, querido Alan!… Te estás adelantando mucho… No hay apuro… Apenas estamos comenzando a desenredar todo este misterio –lo atajó en tono paternal Linch.

    –No hay apuro para ti, que todavía eres casi un niño, pero sí para mí, que cada día me siento más cerca de un bosque de negros cipreses –manifestó tétrico su amigo.

    –¡Bah, por favor!… No me vengas con eso… Te ves muy fuerte y sano todavía. Apenas tienes unas pocas canas que se disfrazan muy bien en esa selva que la naturaleza te dio por cabello… Lo único malo que veo en ti es esa barrigota… Te roba bastante garbo… Si dejases de tomar tanta cerveza te quitarías unos cuantos años de encima y volverás al ser el mismo de siempre –recomendó sincero Linch.

    –Eso, amigo, es imposible… Sería como decirle a un irlandés que no añorase su heroico pasado… Y, como sabes, yo soy un buen irlandés –respondió animado O’Neill mientras con las dos manos acariciaba su abultada barriga.

    –Volviendo a lo nuestro, te ruego mantener el hallazgo en secreto hasta no saber más sobre las características del rayo… Posiblemente desaparezca tal como nació y podríamos quedar en ridículo ante el mundo –dijo a fin de disuadir a su inquieto amigo y colega–. No debes decir nada… Siquiera a tus más cercanos colaboradores. Mucho menos a la NASA… Recuerda que nosotros somos una corporación privada y no dependemos del gobierno –recalcó debido a que Monte Palomar era propiedad del Instituto de Tecnología de California, también llamado Caltech, una de las principales universidades privadas del mundo dedicadas a la ciencia y la investigación, aunque colaboraba estrechamente con el organismo espacial estadounidense.

    –Bien, tú eres el jefe y tú decides qué hacer… Por cierto, ¿qué veías con tanta atención cuando entré? –quiso saber curioso O'Neill.

    –¡Nada!… –exclamó indiferente–. Nada importante –agregó Linch calmo mientras lentamente recogía las fotos del escritorio y las amontonaba una sobre otra.

    –De acuerdo. Entonces me iré. Si sabes algo nuevo avísame –dijo mientras daba media vuelta para dirigirse a la puerta al momento que esta se abrió y frente a ellos apareció la figura de Roy Rabbit, un joven y apuesto astrónomo que meses atrás le había advertido sobre la existencia del misterioso rayo que emergía de la Nebulosa Helix.

    –¡Hola, amigos! –saludó afable–. Espero no importunarlos, pero tengo buenas noticias sobre los que nos tiene de cabeza en los últimos días.

    –¿Te refieres a Helix? –indagó Linch curioso.

    –¡Por supuesto! –respondió mientras desplegaba unos fotomapas sobre el escritorio de su jefe.

    –De eso estábamos hablando antes de que llegaras –refirió con marcado acento irlandés O’Neill mientras se pasaba una de las manos sobre su despeinado cabello cano.

    –¿Y qué traes ahí? –preguntó incisivo Linch.

    –Un conjunto de coordenadas y fotogramas trazados por GTC –precisó refiriéndose al Gran Telescopio Canarias, el mayor aparato óptico del mundo.

    –¿Y qué hay con ellos? –inquirió O’Neill, quien se quedó a escuchar las buenas nuevas que traía su colega.

    –En las fotografías también se aprecia el rayo… Al parecer ellos no se han percatado de qué se trata… Creen que la línea blanquecina que sale de la nebulosa se debe a una distorsión en las imágenes –apuntó con satisfacción Rabbit, ya que de esa forma Palomar seguía manteniendo la exclusividad del descubrimiento, el cual se había dado de una forma tan providencialmente inusual, que aún ahora los astrónomos se resistían aceptarla.

    –Déjame ver –solicitó Linch mientras extendía la mano para que Rabbit le diese los fotogramas–. Esperen un momento. No me llevará mucho tiempo analizarlos –precisó y comenzó a observarlos con detenimiento.

    Todo el revuelo sobre la nebulosa Helix había comenzado meses atrás después que Dick Lance, un intrépido y aguerrido arqueólogo amigo de Rabbit le refirió a su regresó de una expedición por Asia que había adquirido en un mercado callejero de la frontera China con Mongolia un mapa muy antiguo zurcido en hilos de seda donde aparecía dibujado algo similar a una constelación planetaria y quería que lo viese para saber su opinión. Al principio Rabbit lo evadió con escépticas excusas, hasta que un día al fin se reunieron y pudo ver el mapa de seda en posesión de Lance. Al tenerlo frente a sus ojos el astrónomo quedó desconcertado porque, ciertamente, uno de los dibujos tejidos sobre el mapa era similar a las fotografías conocidas de Nebulosa Helix, pero lo más asombroso era que una línea fulgurante como un rayo partía de su centro. Satisfecho e impresionado por lo que había visto, prometió transmitirles del hallazgo a sus colegas de Palomar para inducirlos a una investigación y que le informaría sobre los resultados si estos llegaran a iniciarse. Fue la última vez que tuvo contacto con el arqueólogo. No obstante, cumplió con su promesa e informó a sus colegas de la extraña coincidencia.

    Al principio en Monte Palomar fueron reacios en perder tiempo, utilidad de equipos y energía hombre en estudiar aquella aberración que más parecía la alucinación de un demente que una evidencia científica. Empero, las cosas pronto cambiaron y fueron sucediéndose una serie de eventos que condujeron a los astrónomos a tomar en serio el estudio de la supuesta línea descrita en el mapa. Los descubrimientos cada día eran más impresionantes y evidentes. El fulgurante trazo semejante a un rayo ciertamente existía y había que iniciar una investigación, a tal punto que la dirigencia del Observatorio Astronómico nombró al evasivo y siempre malhumorado Thomas Linch como Director a cargo de la exploración de la Nebulosa Helix.

    Si no hubiese sido por el insistente reclamo de atención de Dick Lance a su amigo de Rabbit, los científicos espaciales jamás habrían conocido de su existencia. Ahora todos estaban animados en profundizar sus estudios sobre el desconcertante rayo que emergía de la nebulosa.

    Roy Rabbit esperó paciente a que el director a cargo del proyecto Helix analizase con detenimiento los fotogramas que había llevado.

    –Son muchas las coincidencias –aseveró el profesor Linch después de verlos minuciosamente con su cuentahílos–. Esta mañana recibí otro informe de nuestros aliados de Monte Wilson y Big Bear –les informó refiriéndose a dos observatorios asociados a Monte Palomar mientras desenrollaba unos mapas estelares.

    –¿Y? –preguntó nervioso O’Neill al notar cierta de indecisión en su mirada.

    –Que vamos por buen camino… Debemos seguir. Ahora con más firmeza que nunca en nuestras investigaciones… Utilizaremos el Hale hasta reventarlo, si es preciso –señaló de forma figurada refiriéndose al mayor telescopio del observatorio, a través del cual en el pasado reciente se habían realizado grandes descubrimientos astronómicos, incluyendo el del planeta enano Sedna. Gracias a su poderosa óptica también se pudo establecer la famosa Ley de Hubble y completar la catalogación de los diferentes tipos de galaxias que pueblan el universo conocido hasta ahora por el hombre.

    –Al parecer el mal nacido de Lance tenía razón –espetó contrariado O’Neill–. Debemos ubicarlo a fin de que nos preste el mapa para tratar de descifrarlo –apuró mirando a Rabbit porque sabía que era el único que podría localizarlo, aunque no con facilidad porque el arqueólogo siempre andaba de una expedición en otra.

    –Olvídense de eso… La última vez que nos vimos me dijo que nunca se separaría de el hasta no encontrar lo que señalaba –rebatió Rabbit torciendo sus labios para indicarles que sería una misión casi imposible lograr que Lance soltase el mapa.

    –Bueno, que al menos nos dé una copia… Con eso será suficiente –indicó Linch con cara de pocos amigos a fin de que se apurase en conseguirla.

    –Trataré de localizarlo y si lo logro cuenten con una copia… Sé que no me la negará… Somos muy buenos amigos –respondió a fin de apaciguar a sus impacientes compañeros.

    –Dejamos el asunto en tus manos… Lo más pronto lo consigas mejor para todos y para la ciencia –apuntó con exagerada grandilocuencia O’Neill a fin de recalcarle lo importante que era, aunque como respuesta sólo recibió una sarcástica sonrisa.

    En cuestión de segundos O’Neill y Rabbit abandonaron la oficina de Linch y se dirigieron a cumplir sus tareas. Roy, con la misión de localizar a su amigo Lance y el viejo irlandés a poner a punto el Hale para dirigirlo hacia un lugar previamente determinado de la Nebulosa Helix.

    Al quedar en el silencio de su oficina, Linch abrió la gaveta donde había guardado las fotografías que con tanta atención analizaba cuando fue interrumpido por O’Neill. Volvió a desplegarlas una por una sobre el escritorio. Se levantó del asiento y comenzó a observarlas minuciosamente. Luego tomó la pequeña lupa cuentahílos e inició una milimétrica búsqueda. Repasaba una y otra vez las imágenes. Las comparaba y meditaba en su interior todas las probabilidades, aunque ya conocía el resultado y la respuesta a su pesquisa. No obstante, se las negaba por lo imposible que parecía. Pero estaba ahí y era evidente. Aunque las imágenes hubiesen sufrido distorsión atmosférica, la imprecisión no podría ser tan grande. Sus ojos volvieron a posarse en uno solo de los fotogramas. Era una imagen captada por el Hubble. En ella también se observaba el rayo, que apenas se distinguía como una tenue línea blanquecina oblicua que partía desde la Nebulosa Helix en dirección a la Tierra y, específicamente, a una remota región de China. Empero, esa no era su preocupación mayor. Otra fotografía indicaba un lugar de emanación diferente. Aunque el rayo era proyectado desde la misma Constelación de Acuario, su punto de irradiación parecía provenir de Beta Aquarii, una estrella supergigante amarilla, la más brillante de la constelación, a la cual se le conocía también como Sadalsuud y ese nombre, precisamente, creyó haberlo escuchado de boca de Rabbit, quien habría dicho que esa palabra estaba escrita en el antiguo mapa en poder de Dick Lance.

    ¿Simple coincidencia?, se preguntaba Linch. De ser así, no sólo estamos siendo espiados desde el espacio, sino en peligro de un inminente ataque y posible extinción, mascullaba muy dentro de sí con furia teñida de miedo.

    2

    En una cueva de las montañas de Tianshui, provincia de Gansu, al noroeste de China.

    –Se nos están acabando las provisiones. Tenemos que regresar, jefe… De otra forma este hoyo se convertirá en nuestra tumba –advirtió Shanyu, el fiel guía mongol de Dick Lance, quien lideraba una expedición cerca de las colinas de Maijishan.

    –Primero dormiremos… Alista todo y al despertar nos vamos… Dile a los porteadores que armen las carpas allá –ordenó áspero el arqueólogo mientras con su mano indicaba el lugar.

    Estaba contrariado. Antes de salir hacia aquellas montañas sabía que no le resultaría fácil encontrar la caverna marcada en el mapa que con tanto celo cuidaba. Había perdido un tiempo precioso. Tenía una semana internado en una sinuosa y húmeda caverna en busca de una pista que coincidiese en algún detalle con el mapa zurcido en seda que llevaba consigo y atesoraba con tal esmero que nunca mostraba a extraños. Siquiera a Shanyu Abaoji, el experto e inseparable guía mongol, a quien conocía desde hace mucho y albergaba toda su confianza.

    El pequeño pedazo de tela, no más grande que un pañuelo, señalaba un lugar semejante a la boca de una gruta ubicada entre una cadena de montañas esparcidas en medio del inmenso territorio de la República Popular China. Era como buscar una aguja en un pajar y él lo sabía, pero no desfallecería en su obsesionada búsqueda hasta encontrarla. Presentía que el mapa lo conduciría a extraordinarios hallazgos arqueológicos jamás imaginados. De allí su perseverancia y celosa custodia. No podía compartirlo con sus desconocidos y poco confiables compañeros de aventura, a quienes había reclutado para que sirviesen de porteadores y arrieros en un villorrio situado en las montañas altas que cercaban la periferia de las Grutas de Maijishan, reliquia histórica de la antigüedad que conectaba al mundo con remotas regiones chinas hasta más allá de los confines del sur de la India.

    Mientras el fiel Shanyu, su mano derecha e intérprete en el mandarín, idioma que hablaban los porteadores chinos, impartía instrucciones, Lance se sentó sobre una roca que en su parte trasera el arbitrio la naturaleza había provisto de un lustroso y cómodo respaldar. Extrajo de la alforja de cuero que llevaba terciada en la espalda el mapa hilado sobre una delicada tela de seda de color verde que parecía recrear algún desconocido paraje chino y lo desdobló con cuidado para evitar dañarlo. Cuando lo tuvo completamente abierto lo apoyó sobre sus muslos y le apuntó la poderosa linterna del casco que llevaba sobre su cabeza. La visibilidad no era buena. La luz dirigida de forma tan directa y cercana encima de la lustrosa seda opacaba algunas de sus partes y reflejaba otras causando distorsión dentro del enjambre de hilos con que estaba tejido aquel misterioso mapa.

    La cueva era mortuoriamente oscura, además de pestilente y húmeda, por lo que volvió a doblar el pequeño mapa y lo guardó. Decidió esperar a que Shanyu terminase de armar su carpa y colocara los atriles de luz, una especie de pequeños pero potentes reflectores led instalados sobre mástiles de sólido aluminio de dos metros de alto sostenidos por una base tripoidal flexible y autoajustable a cualquier condición de terreno. En total eran seis soportes, los cuales disponían alrededor del reducido campamento de ocho hombres y tres tiendas de campaña. Los cuatro porteadores chinos dormían en una gran carpa común y tanto Lance como Shanyu, tenían su propia carpa individual. El guía mongol había exigido esa condición, de lo contrario no se sumaría a la expedición. Su requerimiento no se debía a motivos banales, sino porque no se llevaba bien con sus vecinos chinos. Era una rencilla atávica que nunca parecía tener fin. Separados por vulnerables fronteras, ambos países se habían batido en sangrientas batallas y múltiples controversias en el antiguo pasado. Nunca pudo lograrse una reconciliación auténtica y ese rencor ancestral seguía clavado en sus corazones desde antes de que Gengis Kan, el fiero guerrero y conquistador mongol unificase las tribus nómadas del norte de Asia y fundara el Imperio mongol.

    Pronto Shanyu terminó de armar la carpa de Lance y le hizo señas para indicarle que estaba lista. El arqueólogo le respondió con ligeros movimientos de cabeza blandiendo de un lado a otro su larga y ondulada cabellera castaña que ya le rozaba los hombros, pero no se movió de donde estaba.

    Se sentía muy cómodo descansando su metro ochenta sobre la silla de piedra. Sus pensamientos estaban centrados en el mapa. Lo tenía tan perfectamente calcado en su memoria, que sin verlo podía recorrer y analizar cada línea, cada punto, signo, curvatura y colores de los estambres de seda con los que fue zurcido, que cualquiera hubiese podido imaginar que había sido hilado por sus mismas manos.

    Aunque Lance no pudo lograr su datificación, expertos en lengua chinas antiguas que había consultado en Nueva York y Londres antes de salir a la ventura, le aseguraron que el mapa podría proceder de la Dinastía Qin, el llamado Primer Imperio, el cual gobernó China entre los años doscientos veintiuno al doscientos seis antes de la era cristiana durante el período de los Reinos Combatientes. Su emperador fue Qin Shi Huang, un hombre virtuoso, además de monarca déspota y tirano, de quien se decía poseer cierto grado de iluminación y poderes cognitivos. Se afirma que el mismo origen de la palabra China como nación proviene de su nombre porque Qin se pronuncia chin. Con su mandato se dio comienzo a la era imperial, momento de sublime orgullo nacional por lo que Qin Shi Huang fue llamado El augusto emperador fundador de los Qin, hasta la llegada de los manchú de la Dinastía Qing, la última de las dinastías, con la que después de la Revolución de Xinhai se dio paso al establecimiento de la República China.

    Era la versión sobre el origen del mapa de seda que más satisfacía a Lance. Mucho más cuando otros peritos tímidamente refirieron que podría provenir del Período de las Cinco Dinastías y Diez Reinos que dominó las regiones del norte de China durante los años novecientos siete y novecientos sesenta del calendario chino, pero que no podrían certificarlo porque durante esa época todo era muy confuso y había mucha inestabilidad política. En la China imperial los reinos se sucedían rápidamente y algunos, como los de Jingnang y Wuping, simplemente fueron borrados del mapa por la Dinastía Song septentrional, cuyos líderes estaban determinados a reunificar China.

    Todo ese embrollo y gasto de tiempo, dinero y esfuerzos, le hizo concluir que si quería saber su verdadero origen y la explicación sobre los detalles especificados en el mapa, debería encontrar el lugar señalado en el mismo. Por ello se aventuró a salir en precipitada expedición a tan remota región de China con muy poco apoyo logístico y todos, excepto el buen guía mogol Shanyu Abaoji, sin ninguna preparación en búsqueda de yacimientos arqueológicos.

    El exceso de confianza en sí mismo y la experiencia lograda a través de otras exitosas y fructíferas expediciones científicas lo impulsaron a tomar la apresurada decisión de la que ahora se lamentaba. Me servirá de enseñanza. No volveré a cometer los mismos errores, se decía interiormente a fin de mitigar su desilusión y fracaso.

    Desde su posición Lance observaba con atención cada movimiento de sus hombres. Cuando consideró que el campamento estaba listo y asegurado y los porteadores chinos comenzaban a entrar en su carpa para descansar, se incorporó de su cómodo asiento de piedra y se dirigió a la suya. Una vez dentro subió la cremallera que aseguraba la puerta, se quitó el casco linterna de la cabeza, volvió a sacar el mapa de la alforja, la cual colgó a un lado de la tienda, y se sentó en posición india sobre su mullido saco de dormir. Shanyu le había dejado encendida la lámpara del techo, por lo que no hizo falta más luz. Pese a que lo había visto infinidad de veces, volvió a examinarlo para tratar de calcular mentalmente las distancias y lugares que aparecían delineadas en la tela de seda. El mapa carecía de cualquier escritura. Fuese en caracteres chinos o en otro idioma antiguo que señalase algo específico. Todo estaba identificado con una extraña simbología y dibujos muy bien reconocibles y precisos. Esa paradójica forma de referencias le imprimía misterio y secreto. Era obvio que la persona que lo trazó utilizó enigmáticos jeroglíficos para hacerlo aún más incomprensible e impenetrable. El secreto debía ser bien guardado durante milenios y su autor había logrado su objetivo con extrema y sibilina astucia.

    Todo era muy confuso, pero lo que tenía aún más de cabeza a Lance era que el mapa carecía de indicaciones sobre cualquier punto cardinal. En la tela no había nada bordado que hiciese intuirlos, excepto lo que a ciencia cierta debería tratarse de un pequeño sol ocultándose detrás de unas montañas bosquejadas con fascínate precisión y meticulosidad. Seguramente se había hecho de esa forma para que la cordillera fuese descubierta sin la menor equivocación. Era obvio que el sol en su ocaso indicaba el oeste. De eso Lance no tenía la menor duda. Pero en el otro extremo del mapa, cuya forma era perfectamente cuadrangular, igual que cualquier pañuelo, el lugar que debería corresponder al este tenía bordado el dibujo de lo que a todas luces era lo más parecido a una nebulosa semiovalada moviéndose en un universo recreado con encajes de hilo negros y aspas de color gris aperlado girando en forma helicoidal. Dentro de ella podía verse con diáfana claridad la forma de un ojo humano sutilmente hilado en varios colores con predominio del verde y el rojo. Lo fascinante y asombroso era que la representación del ojo zurcido en el mapa de seda era casi idéntica a las imágenes de la nebulosa Helix captadas por el telescopio espacial Hubble. ¿Cómo pudo una antigua cultura china de la era precristiana saber de la existencia de algo que siquiera podía observarse como una mancha desde la Tierra? ¿Cómo pudieron saber de una nebulosa que existía a setecientos años luz de nuestro planeta si todavía no conocían las lentes de aumento? Era el enigma que se había propuesto resolver Dick Lance, aunque en el intento dejase toda su fortuna y la vida.

    Por encontrarse el sol recreado en un extremo del mapa y la aparente nebulosa le daba el frente, en su lado contrario, el arqueólogo dio por descontado que correspondía al este. Con ese único indicio y varios bien delineados mapas de algunas cordilleras montañosa chinas, organizó la expedición que partió en búsqueda de la cueva bordada en un mapa cuya boca de entrada era señalada por un tenue hilo de seda blanquecino que brotaba de la figura del ojo. A su alrededor una cordillera y al extremo norte de estas lo que aparentemente era parte de un lago azul

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