Una poética del mal
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Una poética del mal - Rafael Medina
México
El que quiere hacer el arte de su tiempo por «necesidad histórica», hará cuando más una poética, un manifiesto.
CESARE PAVESE
Mi cuñado en un mundo sin Dios
I
Ahora resulta que mi cuñado es una persona importante, un empresario exitoso. Desaparecido casi tres años después de un asesinato no resuelto y ahora convertido en todo un triunfador. El zángano, el problemático, la oveja negrísima de la familia se aparece por arte de magia y es recibido como un santo. Sólo porque ahora tiene dinero hasta para hacer alfombra por donde pase. Nada más. A partir de este momento el único tema es él y su desbordante generosidad, cuando apenas hace unas semanas se avergonzaban de siquiera mencionar su nombre en casa. Todos lo teníamos prohibido, al grado que era un tabú hasta en mi propio hogar. Y hoy, los padres, vueltos locos, presumen a todos su gran hombre de negocios. Las tres hermanas, incluida mi mujer, se desbaratan por atraer
su atención. El auto, las camionetas de lujo a la puerta de su vieja casa. Regalos, humildes regalos, dice, como si repartiera suvenires de aeropuerto. ¿A qué tipo de negocios te dedicas, querido cuñado?
II
Mi mujer y yo tenemos graves problemas desde hace tiempo. Los problemas de casi todos los matrimonios: la monotonía, el estrés de educar a dos hijos pequeños, una que otra infidelidad descubierta y, para no variar, el dinero siempre insuficiente, escaso. Rencores que se acumulan poco a poco y empiezan a desmoronar algo tan artificial como puede ser una relación de casados. Ella es maestra e investigadora de la universidad. Yo un artista conceptual. Lógicamente, la mayoría de los ingresos los aporta ella pese a que soy más o menos exitoso, reconocido en el mundillo del arte. Y como es de esperarse, la situación económica es una generadora constante de tensión entre nosotros. Para mi desgracia, ella ni siquiera toma en cuenta que gran parte de mi tiempo creativo lo dedico a atender a los niños y los deberes del hogar, eso merma drásticamente mi potencial artístico. Por eso produzco poco. Un círculo vicioso que ella no entiende. Que no quiere entender.
III
El acostumbrado silencio y la mediocridad en la casa de mis suegros se han convertido ahora en estruendo y excesos. A cambio de la nueva casa que les ofreció mi cuñado, convirtieron la de ellos en un palacete que honra todo el mal gusto del mundo. Las inútiles de mis cuñadas exigieron cirugías plásticas y de inmediato les fueron concedidas. Por lo menos ahora tienen una ocupación: pasear sus enormes chichis y nalgas nuevas por todos los antros de la ciudad. Mi suegro ahora va a su ridículo trabajo en una camioneta que no pagaría ni en tres vidas recibiendo su mísero sueldo. El empresario da a manos llenas. Más o menos bien vestido, se aparece de vez en cuando con otros compinches, y de su costal mágico e inagotable no dejan de salir regalos que son recibidos sin cuestionamiento alguno. No hay preguntas, sólo agradecimiento al hijo pródigo. Hipocresía, desvergüenza, inmoralidad. ¿Y mi mujer? Sólo recibió lo suficiente para ponernos al corriente en el atraso de la renta del departamento. Estaban a punto de echarnos. Ella me dijo que sólo eso pidió. ¿Podía negarme a que lo aceptara? ¿Hacer un escándalo? ¿Preguntar de dónde? Por lo pronto creo que no.
IV
Estamos en la tercera o cuarta oportunidad que nos damos como pareja. Más por inercia que por otra cosa, seguimos juntos. Ciertas comodidades, la costumbre, los niños, no sé. No hay ninguna lógica en seguir juntos. En el fondo sé que lo mejor para mí y mi carrera es que me largue y empiece de nuevo, de cero. No hay ningún espacio para la creatividad cuando se tienen horarios para recoger a los niños del colegio. Cuando eres el responsable de elegir la comida preparada más saludable y más económica en el supermercado y pagarla con el dinero que ni siquiera es tuyo. Cuando estás en tu estudio y la única maldita concentración es para atemperar los gritos de tus hijos mientras tu esposa trabaja. Y ahora hay que aguantar todo el tiempo las supuestas cualidades del resucitado hasta en tu propia casa. Cualquier conato de
ironía de mi parte al respecto y el alegato demoledor de su ayuda para regularizar nuestros pagos atrasados impone mi silencio obligatorio.
V
Mis regularmente apocados suegros ahora viven una felicidad casi de ensueño. Viajes y lujos que en su vida imaginaron los disfrutan día a día sin ningún remordimiento, sin ningún cuestionamiento a nadie. El hijo que constantemente les daba dolores de cabeza, preocupaciones, expulsiones de la escuela, ahora es la fuente inagotable de la felicidad. Al que tuvieron que sacar por lo menos un par de veces del tutelar. Una, de un centro de rehabilitación. El que tuvo que huir a otro país por cuestión harto misteriosa y extrañamente vinculada con la muerte de uno de sus mejores amigos de correrías. Que allá donde andaba, en Centroamérica, con una tía lejana y condescendiente, ya se había dedicado a trabajar decentemente. Por lo menos un año. ¿Y el resto del tiempo? ¿Qué hizo? ¿De dónde la metamorfosis? ¿Acaso a alguien le importa eso, perdedor?, como me dijo directamente mi mujer ante una de mis insinuaciones. A mí sí, hubiera querido contestarle mientras veía la sonrisa congelada y estúpida de mis suegros, mientras me hacían entrega de un par de postales y un ridículo llavero.
VI
Por fin, después de mucho tiempo obtuve espacio para una exposición individual en un museo gubernamental. Resultado de una constante presión a ciertos contactos más que otra cosa. El arte conceptual ha estado relegado últimamente por una serie de timadores que echaron por los suelos la evolución lógica del arte en nuestra ciudad y los pocos verdaderos artistas pagamos las consecuencias. La exposición, mero pretexto para mantenerme vigente. ¿Qué de nuevo? En realidad nada, los mismos conceptos con ligero maquillaje y el obligado reciclaje de mis obras capitales. Fue un éxito. Si hubo críticas, fueron sólo de parte de amigos míos. Más de la mitad de las reseñas fueron a pedido del curador o mío. Así nunca se pierde; la vigencia, por lo menos durante cierto tiempo, asegurada. Y más por la venta. Asistió mi cuñado con otros «socios». Me preguntó el precio de la pieza mayor, la instalación principal de la exposición. Exageré para humillarlo. Resultó lo contrario, ellos la compraron, todo sin chistar siquiera.
VII
Mi mujer está insoportable. Cada vez más cínica. Trae un auto nuevo. De lujo. No era necesario preguntarle cómo lo había conseguido. Me enfrenta cada vez con más regularidad, se siente segura, protegida por su poderoso hermano. Es cada vez más evidente que le importa ya muy poco nuestra relación. Si no está en el trabajo, pasa la mayor parte del tiempo en casa de sus padres. Seguramente prendiéndole veladoras al altar del nuevo