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1000 Poemas Clásicos Que Debes Leer: Vol.1 (Golden Deer Classics)
1000 Poemas Clásicos Que Debes Leer: Vol.1 (Golden Deer Classics)
1000 Poemas Clásicos Que Debes Leer: Vol.1 (Golden Deer Classics)
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1000 Poemas Clásicos Que Debes Leer: Vol.1 (Golden Deer Classics)

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ÍNDICE

Adelardo López de Ayala
Alfonso Álvarez de Villasandino
Alfonso Onceno
Alfredo Espino
Álvaro de Luna
Ana María Chouhy Aguirre
Anastasio de Ochoa

VIII.Andrés Bello

IX.Ángel Saavedra, Duque de Rivas

X.Antón de Montoro

XI.Antonio de Villegas

XII.Abu Ahmad ben Hayyun
XIII.Adela Zamudio

XIV.Alfredo Placencia

XV.Almafuerte

XVI.Amado Nervo

XVII.Andrés Quintana Roo
XVIII.Ángel Ganivet

XIX.Antonio Machado

XX.Armando Chirveches

XXI.Alberto Lista

XXII.Alfonsina Storni

XXIII.Alfonso X el sabio

XXIV.Alonso de Ercilla Y Zúñiga
XXV.Antonio Hurtado de Mendoza
XXVI.Antonio Plaza Llamas
XXVII.Atenógenes Segale
XXVIII.Baltasar del Alcázar

XXIX.Bartolomé Torres Naharro
XXX.Bartolomé Leonardo de Argensola

XXXI.Ben Suhayd
XXXII.Bernardo de Balbuena

XXXIII.Bernardo López García
XXXIV.Butayna Bint Al-Mu´Tamid
XXXV.Carlos Augusto Salaverry

XXXVI.Carlos Guido y Spano

XXXVII.Carlos Pezoa Véliz

XXXVIII.Carlos Rivas Larrauri

XXXIX.Carolina Coronado
XL.César Vallejo

XLI.Clarinda

XLII.Concepción Arenal
XLIII.Concepción Estevarena

XLIV.Concha Urquiza

XLV.Costana
XLVI.Cristóbal Suárez de Figueroa
XLVII.Cristóbal de Castillejo
XLVIII.Delmira Agustini
XLIX.Demetrio Fábrega

L.Diego de Torres Villaroel
LI.Diego Hurtado de Mendoza

LII.Dolores Veintimilla de Galindo

LIII.Don Sem Tob de Carrión
LIV.Duque de Rivas

LV.Eduardo Marquina

LVI.Efrén Rebolledo

LVII.El Abencerraje
LVIII.Emilio Carrere
LIX.Enrique Díez-Canedo

LX.Enrique Fernández Granados

LXI.Enrique González Rojo

LXII.Epoca Colonial De Guatemala
LXIII.Esteban Echeverría
LXIV.Estanislao del Campo

LXV.Esteban Manuel de Villegas
LXVI.Eugenio Gerardo Lobo
LXVII.Evaristo Carriego

LXVIII.Fabio Fiallo

LXIX.Federico Barreto

LXX.Federico García Lorca

LXXI.Fernando Calderón

LXXII.Félix María de Samaniego

LXXIII.Fernando de Herrera

LXXIV.Fernando Villalón
LXXV.Florencia Pinar

LXXVI.Francisco A. de Icaza

LXXVII.Francisco Bocanegra
LXXVIII.Francisco de Aldana
LanguageEspañol
Release dateJan 9, 2018
ISBN9782378980221
1000 Poemas Clásicos Que Debes Leer: Vol.1 (Golden Deer Classics)

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    1000 Poemas Clásicos Que Debes Leer - Adelardo López de Ayala

    Casa

    Parte I

    Adelardo López de Ayala

    Adelardo López de Ayala y Herrera (Guadalcanal, 1 de mayo de 1828 – Madrid, 30 de diciembre de 1879) fue un dramaturgo, académico y político español, adscrito al realismo literario. Miembro numerario de la Real Academia de la Lengua, ejerció varias veces como ministro de Ultramar, durante el Sexenio Democrático y la Restauración.

    1.A unos pies

    2.El sol y la noche

    3.La cita

    4.Mis deseos

    5.Sin palabras

    A unos pies

    Me parecen tus pies, cuando diviso

    que la falda traspasan y bordean,

    dos niños que traviesos juguetean

    en el mismo dintel del Paraíso.


    Quiso el amor y mi fortuna quiso

    que ellos el fiel de mi esperanza sean;

    si aparecen, de pronto me recrean;

    cuando se van, me afligen de improviso.


    ¡Oh, pies idolatrados; yo os imploro!

    Y pues sabéis mover todo el palacio

    por quien el alma enamorada gime,


    traed a mi regazo mi tesoro

    y yo os aliviaré por largo espacio

    del dulcísimo peso que os oprime.

    El sol y la noche

    Encendido en sus propias llamaradas,

    la sed devora al luminar del día,

    y, eterno amante de la noche fría,

    persigue sus espaldas enlutadas.

    Ansioso de sus sombras regaladas,

    en vano corre la abrasada vía;

    que él mismo va poniendo el bien que ansía

    donde nunca penetran sus miradas.

    La dicha ausente, y el afán consigo,

    arde y redobla su imposible instancia,

    llevando en sus entrañas su enemigo...

    ¡Así corro con bárbara constancia,

    y siempre encuentro mi ansiedad conmigo

    y el bien ansiado a la mayor distancia!

    La cita

    ¡Es ella..! Amor sus pasos encamina...

    Siento el blando rumor de su vestido...

    Cual cielo por el rayo dividido,

    mi espíritu de pronto se ilumina.

    Mil ansias, con la dicha repentina,

    se agitan en mi pecho conmovido,

    cual bullen los polluelos en el nido

    cuando la tierna madre se avecina.

    ¡Mi bien! ¡Mi amor!: ¡Por la encendida y clara

    mirada de tus ojos, con anhelo

    penetra el alma, de tu ser avara..!

    ¡Ay!, ¡ni el ángel caído más consuelo

    pudiera disfrutar, si penetrara

    segunda vez en la región del cielo!

    Mis deseos

    Quisiera adivinarte los antojos,

    y de súbito en ellos transformarme;

    ser tu sueño, y callado apoderarme

    de todos tus riquísimos despojos;

    aire sutil que con tus labios rojos

    tuvieras que beberme y respirarme;

    quisiera ser tu alma, y asomarme

    a las claras ventanas de tus ojos.

    Quisiera ser la música que en calma

    te adula el corazón: mas si constante

    mi fe consigue la escondida palma,

    ni aire sutil, ni sueño penetrante,

    ni música de amor, ni ser tu alma,

    nada es tan dulce como ser tu amante.

    Sin palabras

    Mil veces con palabras de dulzura

    esta pasión comunicarte ansío;

    mas, ¿qué palabras hallaré, bien mío,

    que no haya profanado la impostura?


    Penetre en ti callada mi ternura,

    sin detenerse en el menor desvío,

    como rayo de luna en claro río,

    como aroma sutil en aura pura.


    Ábreme el alma silenciosamente,

    y déjame que inunde satisfecho

    sus regiones, de amor y encanto llenas...


    Fiel pensamiento, animaré tu mente;

    afecto dulce, viviré en tu pecho;

    llama suave, correré en tus venas.

    Parte II

    Alfonso Álvarez de Villasandino

    Alfonso Álvarez de Villasandino (¿Villasandino?, Castilla, c.1340-1350 - c. 1424) fue un poeta castellano medieval. Fue básicamente un poeta de cancionero, es decir, un representante del tipo de poesía culta que había surgido bajo la influencia de la lírica trovadoresca provenzal, y la principal figura literaria junto con Pero Ferrús en la Corte del rey de Castilla Enrique II.

    6.A los amores de una mora

    7.Excelencias de la virgen

    8.Señora, flor de Azucena

    A los amores de una mora

    Quien de linda se enamora,

    atender deve perdón

    en casso que sea mora.


    El amor e la ventura

    me ficieron ir mirar

    muy graciosa criatura

    de linaje de aguar;

    quien fablare verdat pura,

    bien puede decir que non

    tiene talle de pastora.


    Linda rosa muy suave

    vi plantada en un vergel,

    puesta so secreta llave

    de la línea de Ismael:

    maguer sea cossa grave,

    con todo mi corazón

    la rescibo por señora.


    Mahomad el atrevido

    ordenó que fuese tal,

    de asseo noble, cumplido,

    alvos pechos de cristal:

    de alabastro muy bruñido

    debié ser con gran razón

    lo que cubre su alcandora.


    Diole tanta fermosura

    que non lo puedo decir;

    cuantos miran su figura

    todos la aman servir.

    Con lindeza e apostura

    vence a todas cuantas son

    de alcuña donde mora.


    No sé hombre tan guardado

    que viese su resplandor

    que non fuese conquistado

    en un punto de su amor.

    Por haber tal gasajado

    yo pornía en condición

    la mi alma pecadora.

    Excelencias de la virgen

    Quien sabría nin diría

    cuánta fué tu omildanza,

    o María, puerta e vía

    de salud e de holganza.

    Fianza

    tengo en ti, muy dulce flor,

    que por ser tu servidor

    habré de Dios perdonanza.


    Noble rosa, hija e esposa

    de Dios, e su madre dina,

    amorosa es la tu prosa,

    Ave, estela matutina.

    Enclina

    tus orejas de dulzor

    oyendo a mí, pecador,

    ayudándome festina.


    Quien te apela maristela,

    flor del ángel saludada,

    sin cautela non recela

    la tenebrosa morada.

    Criada

    fuiste limpia, sin error,

    porque el alto Emperador

    te nos dió por abogada.


    Que parrías al Mexías

    dijeron gentes discretas,

    Jeremías e Isaías,

    Daniel e otros profetas.

    Poetas

    te loan e loarán,

    e los santos cantarán

    por ti en gloria chanzonetas.

    Señora, flor de Azucena

    Señora, flor de azucena,

    claro viso angelical,

    vuestro amor me da gran pena.

    Muchas en Extremadura

    vos han gran envidia pura,

    de cuantas han hermosura:

    dubdo mucho si fue tal

    en su tiempo Policena.


    Fizo vos Dios delicada,

    honesta, bien enseñada:

    vuestra color matizada

    más que rosa del rosal,

    me tormenta e desordena.


    Donaire, gracioso brío,

    es todo vuestro atavío,

    linda flor, deleite mío;

    yo vos fui siempre leal

    más que fue Paris a Elena.


    Vuestra vista deleitosa

    más que lirio nin que rosa

    me conquista, pues non osa

    mi corazón decir cuál

    es quien así lo enajena.


    Complida de noble aseo,

    cuando vuestra imagen veo,

    otro placer non desseo

    sinon sofrir bien o mal,

    andando en vuestra cadena.


    Non me basta más mi seso,

    pláceme ser vuestro preso;

    señora, por ende beso

    vuestras manos de cristal,

    clara luna en mayo llena.

    Parte III

    Alfonso Onceno

    Alfonso XI de Castilla, llamado «el Justiciero» (Salamanca, 13 de agosto de 1311 - Gibraltar, 26 de marzo de 1350), fue rey de Castilla,a​ bisnieto de Alfonso X «el Sabio».

    Muerto su padre, Fernando IV, en 1312, se desarrollaron multitud de disputas entre varios aspirantes a ostentar la regencia, resueltas en 1313. Los infantes Juan, tío abuelo del rey, y Pedro, tío del rey, formaron regencia, y la tutela la asumió su madre Constanza y tras su muerte el 18 de noviembre de 1313, la asumió su abuela María de Molina. En 1319, como consecuencia de una campaña militar contra Granada, mueren los mencionados tutores don Juan y don Pedro, quedando María de Molina como única regente hasta su fallecimiento el 1 de julio de 1321. A partir del fallecimiento de los mencionados tutores en 1319, el infante Felipe —hijo de Sancho IV de Castilla y de María de Molina y hermano por tanto del fallecido infante Pedro— don Juan Manuel —tío segundo del rey por ser nieto de Fernando III— y Juan de Haro «el Tuerto» —hijo del fallecido tutor Juan y tío segundo del rey— dividieron el reino con motivo de sus aspiraciones a la regencia, mientras era saqueado por los moros y nobles levantiscos. Alfonso, una vez declarado mayor de edad en 1325, asumió el trono, consiguiendo durante su reinado el fortalecimiento del poder real, la resolución de los problemas del estrecho de Gibraltar y la conquista de Algeciras.

    9.La gesta de Alcalá (fragmento)

    10.Profecía de Merlín

    La gesta de Alcalá (fragmento)

    Yo bien vos provaré

    sus fechos e la su vida.


    De Alcalá fablaré,

    en commo fue conquerida,

    e si asanchar quisieren,

    yo gelo sabré contar;

    aquellos que lo sopieren

    sienpre abrán de fablar.


    Por dar honra a los cristianos,

    este rey de grand bondat

    ayuntó los castellanos

    en Cordova, la çibdat.


    Entró luego en su carrera,

    el noble rey fizo entrada,

    fizo tenblar la frontera

    e el reyno de Granada.


    Illora luego corrió,

    Montefrío, otro tal,

    sobre Alcalá se bolvió

    este buen rey natural.


    Vió Alcalá de Bençayde,

    e miróla commo cuerdo,

    Enbió por el alcayde,

    don Abrahám, el guerdo.


    De la villa se salió

    este alcayde pagano,

    con el noble rey se vió,

    e fuele besar la mano.


    Dixo: "Omillone, señor,

    don Alfonso de Castiella,

    commo aquel rey mejor,

    que nunca sobió en siella,

    rey muy bien aventurado,

    qual otro non fue nasçido".


    El rey fabló mesurado:

    "Bien seades bos benido.

    Por bos enbié, alcayde,

    para saber una cosa,

    beo Alcalá de Vençayde,

    villa fuerte e muy fermosa;

    bien se que non han paganos

    tan buena billa sin falla,

    non ha moros nin cristianos

    que le puedan dar batalla...

    Profecía de Merlín

    Dixo: "El el león d�España

    de sangre fará carnino

    del lobo de la montaña

    dentro en la fuente del vino."


    Non quiso más declarar

    Merlín el de gran saber:

    yo quier paladinar

    como puedan entender:


    el león de la España

    fue el buen rey, ciertamiente;

    el lobo de la montaña

    fue don Juan, el su pariente;


    e el rey, quando era niño,

    mató a don Juan el Tuerto;

    Toro es la fuente del vino

    a do don Johán fue muerto.

    Parte IV

    Alfredo Espino

    Edgardo Alfredo Espino Najarro (Ahuachapán; 8 de enero de 1900-San Salvador; 24 de mayo de 1928),​ conocido como Alfredo Espino, fue un poeta salvadoreño.

    Nació en el Departamento de Ahuachapán, zona occidental de El Salvador, el 8 de enero de 1900. Hijo de Enriqueta Najarro de Espino y Alfonso Espino, ambos profesores y poetas, creció en un hogar que respiraba poesía y amor al arte.

    11.Árbol de fuego

    12.Ascensión

    13.Cañal en flor

    14.Después de la lluvia

    15.El nido

    16.La muchachita pálida

    17.La tórtola

    18.Las manos de mi madre

    19.Los potros

    20.Quezaltepec

    21.Un rancho y un lucero

    Árbol de fuego

    Son tan vivos los rubores

    de tus flores, raro amigo,

    que yo a tus flores les digo:

    Corazones hechos flores.


    Y a pensar a veces llego:

    Si este árbol labios se hiciera...

    ¡ah, cuánto beso naciera

    de tantos labios de fuego...!


    Amigo: qué lindos trajes

    te ha regalado el Señor;

    te prefirió con su amor

    vistiendo de celajes...


    Qué bueno el cielo contigo,

    árbol de la tierra mía...

    Con el alma te bendigo,

    porque me das tu poesía...


    Bajo un jardín de celajes,

    al verte estuve creyendo

    que ya el sol se estaba hundiendo

    adentro de tus ramajes.

    Ascensión

    ¡Dos alas!... ¿Quién tuviera dos alas para el vuelo?

    Esta tarde, en la cumbre, casi las he tenido.

    Desde aquí veo el mar, tan azul, tan dormido,

    que si no fuera un mar, ¡Bien sería otro cielo!...


    Cumbres, divinas cumbres, excelsos miradores...

    ¡Que pequeños los hombres! No llegan los rumores

    de allá abajo, del cieno; ni el grito horripilante

    con que aúlla el deseo, ni el clamor desbordante

    de las malas pasiones... Lo rastrero no sube:

    ésta cumbre es el reino del pájaro y la nube...


    Aquí he visto una cosa muy dulce y extraña,

    como es la de haber visto llorando una montaña...

    el agua brota lenta, y en su remanso brilla la luz;

    un ternerito viene, y luego se arrodilla

    al borde del estanque, y al doblar la testuz,

    por beber agua limpia, bebe agua y bebe luz...


    Y luego se oye un ruido por lomas y floresta,

    como si una tormenta rodara por la cuesta:

    animales que vienen con una fiebre extraña

    a beberse las lágrimas que llora la montaña.


    Va llegando la noche. Ya no se mira el mar.

    Y que asco y que tristeza comenzar a bajar...


    (¡Quién tuviera dos alas, dos alas para un vuelo!

    Esta tarde, en la cumbre, casi las he tenido,

    con el loco deseo de haberlas extendido

    ¡Sobre aquél mar dormido que parecía un cielo!)


    Un río entre verdores se pierde a mis espaldas,

    como un hilo de plata que enhebrara esmeraldas...

    Cañal en flor

    Eran mares los cañales

    que yo contemplaba un día

    (mi barca de fantasía

    bogaba sobre esos mares).


    El cañal no se enguirnalda

    como los mares, de espumas;

    sus flores más bien son plumas

    sobre espadas de esmeralda...


    Los vientos-niños perversos-

    bajan desde las montañas,

    y se oyen entre las cañas

    como deshojando versos...


    Mientras el hombre es infiel,

    tan buenos son los cañales,

    porque teniendo puñales,

    se dejan robar la miel...


    Y que triste la molienda

    aunque vuela por la hacienda

    de la alegría el tropel,

    porque destrozan entrañas

    los trapiches y las cañas...

    ¡Vierten lagrimas de miel!

    Después de la lluvia

    Por las floridas barrancas

    Pasó anoche el aguacero

    Y amaneció el limonero

    Llorando estrellitas blancas.


    Andan perdidos cencerros

    Entre frescos yerbazales,

    Y pasan las invernales

    Neblinas, borrando cerros.

    El nido

    Es porque un pajarito de la montaña ha hecho,

    en el hueco de un árbol, su nido matinal,

    que el árbol amanece con música en el pecho,

    como que si tuviera corazón musical.


    Si el dulce pajarito por entre el hueco asoma,

    para beber rocío, para beber aroma,

    el árbol de la sierra me da la sensación

    de que se le ha salido, cantando, el corazón.

    La muchachita pálida

    Aquella muchachita pálida que vivía

    pidiendo una limosna, de mesón en mesón,

    en el umbral la hallaron al despuntar el día,

    con las manitas yertas y mudo el corazón.


    Nadie sabe quien era ni de donde venía

    su risa era una mueca de la desilusión.

    Y estaba el sello amargo de la melancolía

    perpetuado en dos hondas ojeras de carbón.


    En las carnes humanas dejo el hambre sus rastros...

    La miraron las nubes, lo supieron los astros...

    El cielo llovió estrellas en la paz del suburbio


    Nadie sabe quien era la muchachita pálida...

    Entre tanto �en la noche, la noche triste y cálida�

    arrastrando luceros sigue el arroyo turbio...

    La tórtola

    ¡Cucú, cucú! ¿Estás gimiendo,

    tórtola del arrozal?

    ¡Mirá que me estás haciendo

    con tu cantar, mucho mal!


    ¡Cucú, cucú! EL caserío

    se va llenando de calma,

    ¡y un naranjo y una palma

    se están besando en el río...!


    Cantarito que te llenas

    con el agua del riachuelo:

    ¡Qué bello es mirar el cielo

    bajo las tardes serenas!


    Lirio del campo, morena

    que hueles a leche y rosas:

    ¡Cómo el alma es tan dichosa

    cuando la vida es serena...!


    Entre sonrosadas galas

    la tarde se va durmiendo.

    Tórtola que está gimiendo:

    ¡Si eres madrigal con alas!

    Las manos de mi madre

    Manos las de mi madre, tan acariciadoras,

    tan de seda, tan de ella, blancas y bienhechoras.

    ¡Sólo ellas son las santas, sólo ellas son las que aman,

    las que todo prodigan y nada me reclaman!

    ¡Las que por aliviarme de dudas y querellas,

    me sacan las espinas y se las clavan en ellas!


    Para el ardor ingrato de recónditas penas,

    no hay como la frescura de esas dos azucenas.

    ¡Ellas cuando la vida deja mis flores mustias

    son dos milagros blancos apaciguando angustias!

    Y cuando del destino me acosan las maldades,

    son dos alas de paz sobre mis tempestades.


    Ellas son las celestes; las milagrosas, ellas,

    porque hacen que en mi sombra me florezcan estrellas.

    Para el dolor, caricias; para el pesar, unción;

    ¡Son las únicas manos que tienen corazón!

    (Rosal de rosas blancas de tersuras eternas:

    aprended de blancuras en las manos maternas).


    Yo que llevo en el alma las dudas escondidas,

    cuando tengo las alas de la ilusión caídas,

    ¡Las manos maternales aquí en mi pecho son

    como dos alas quietas sobre mi corazón!

    ¡Las manos de mi madre saben borrar tristezas!

    ¡Las manos de mi madre perfuman con terneza!

    Los potros

    Ya se acercan los potros; raudamente precisa

    el grupo sus contornos de estética salvaje;

    entre el pálido rosa del lánguido paisaje

    corren desenfrenados, a la par de la brisa.


    Los potros ya se acercan: mas lo hacen tan aprisa,

    que parece volaran sobre el quieto paraje;

    desplázanse los cascos en fantástico viaje

    atrás dejando chozas de silueta imprecisa.


    Huracanadamente por los llanos nativos,

    van devorando leguas los potros fugitivos,

    por burlar los afanes de inútil seguimiento;


    como una sombra alada pasan ante nosotros,

    y los recios gañanes, en fuga tras los potros,

    describen con los lazos rúbricas en el viento...

    Quezaltepec

    La noche fue dantesca... En medio del mutismo

    rompió de pronto el retumbar de un trueno...

    Tropel de potros que rompiera el freno

    y se lanzara, indómito, al abismo...


    Un pálido fulgor de cataclismo,

    al cielo que antes se mostró sereno,

    siniestramente iluminó de lleno,

    como si el cielo se incendiara él mismo...


    Entre mil convulsiones de montaña

    se abrió la roja y palpitante entraña

    en esa amarga noche de penuria...


    Y desde el cráter en la abierta herida

    brotó la ardiente lava enfurecida

    como un boa incendiando de lujuria.

    Un rancho y un lucero

    Un día �¡primero Dios!�

    has de quererme un poquito.

    Yo levantaré el ranchito

    en que vivamos los dos.


    ¿Que más pedir? Con tu amor,

    mi rancho, un árbol, un perro,

    y enfrente el cielo y el cerro

    y el cafetalito en flor...


    Y entre aroma de saúcos,

    un zenzontle que cantará

    y una poza que copiará

    pajaritos y bejucos.


    Lo que los pobres queremos,

    lo que los pobres amamos,

    eso que tanto adoramos

    porque es lo que no tenemos...


    Con sólo eso, vida mía;

    con sólo eso:

    con mi verso, con tu beso,

    lo demás nos sobraría...


    Porque no hay nada mejor

    que un monte, un rancho, un lucero,

    cuando se tiene un Te quiero

    y huele a sendas en flor...

    Parte V

    Álvaro de Luna

    Álvaro de Luna (Cañete, Cuenca, c. 1390-Valladolid, 2 de junio de 1453), fue un noble castellano de la casa de Luna que llegó a ser condestable de Castilla, maestre de la Orden de Santiago y valido del rey Juan II de Castilla. Está enterrado en la capilla de Santiago, en la girola de la catedral de Toledo.

    22.Canciones (I)

    23.Canciones (II)

    24.Canción (III)

    Canciones (I)

    Si Dios, nuestro Salvador,

    ovier de tomar amiga,

    fuera mi competidor.


    Aun se m´antoxa, senyor,

    si esta tema tomaras,

    que justas e quebrar varas

    hicieras por su amor.


    Si fueras mantenedor,

    contigo me las pagara,

    e non te alzara la vara,

    por ser mi competidor.

    Canciones (II)

    Porque de llorar

    et de suspirar

    ya non cesaré,

    pues que por loar

    a quien fuy amar,

    ya nunca cobré.


    Lo que deseé

    et desearé

    ya más todavía.

    Aunque cierto sé

    que menos habré

    que en el primer día.


    De quien su porfia

    me quita alegría,

    después que la vi.

    Que ya más querría

    morir algún día

    que bevir ansí.


    Mas pues presumí

    que desque nascí

    por ti padecer,

    pues gran mal sofrí

    reciba de ti

    agora placer.

    Canción (III)

    Mi persona siempre fue

    et assí será toda ora,

    servidor de una senyora

    la qual yo nunca diré.


    Ya de Dios fue ordenado,

    quando me fizo nacer,

    que fuesse luego ofrecer

    mi servicio a vos de grado.


    Tomat, senyora, cuidado

    de mí, que soy todo vuestro,

    pues que me fallaste presto

    al tiempo que no diré.

    Parte VI

    Ana María Chouhy Aguirre

    Ana María Chouhy Aguirre (1918-1945), poeta argentina,se inscribió en las corrientes neorrománticas de principios de siglo. 

    En su corta vida gozó de fama por su activismo político, y su denuncia de las corrupciones intelectuales y sociales. 

    Era temida por sus ácidas críticas aparecidas en Verde Memoria, revista que editó junto al escritor Juan Rodolfo Wilcock entre 1942 y 1944. 

    25.Soneto de la muerte

    Soneto de la muerte

    Oh, no, espera un poco, hermosa muerte,

    quiero vivir, tu cabellera oscura

    roza mi piel intacta con dulzura

    mi cuerpo casi tuyo, siempre inerte.


    Cruel ansia de vivir, sostenme fuerte,

    me llama quedamente la espesura

    de un follaje sin luz. Oh todo apura,

    oh demasiado amor, voy a perderte.


    Giro en extraños círculos llorando,

    abandono la tierra despertando

    ardientes coros, nubes delicadas.


    Entreabriendo portales luminosos,

    olvidando las cosas adoradas

    entre espacios azules, misteriosos.

    Parte VII

    Anastasio de Ochoa

    El poeta mexicano y sacerdote católico Anastasio María de Ochoa y Acuña nació en Huichapan el domingo 27 de abril de 1783 –hijo de Ignacio Alejandro de Ochoa y de Ursula Sotero de Acuña, ambos españoles de nacimiento– y falleció en la ciudad de México, del cólera, el 4 de septiembre de 1833. Estudió en el Colegio de San Ildefonso, y por los años de 1810 o 1811 fue admitido en la Arcadia Mexicana,escribiendo en ese diario algunas anacreónticas y odas amorosas, y traducciones del latín, del francés y del italiano. En 1813 decidió recibir las órdenes sagradas, estudiando en el Seminario Conciliar de México, donde se ordenó como presbítero en diciembre de 1816, cumplidos ya los 34 años de edad. De 1817 a 1827 fue cura en Querétaro. Su obra poética, en dos volúmenes, se publicó en Nueva York en 1828, bajo el título Poesías de un mexicano.

    26.No sé nada

    27.Silvia en el prado

    No sé nada

    ¿Con una tinta que venden

    exquisita en el Portal,

    dizque se curan de su mal,

    los que de cisnes se ofenden,

    y que ser cuervos pretende

    con presunción extremada?


    �No sé nada.


    ¿Dizque es el gasto crecido,

    que hacen hombres y mujeres

    en perfumes y alfileres;

    y de la coqueta, ha habido

    mil quejas, porque ha subido

    el precio de la pomada?


    �No sé nada.


    ¿Y del Parnaso una espía

    dizque avisó que en el Diario

    se encontró más de un plagiario

    que lucirse pretendía

    con lo ajeno que cogía,

    siempre la boca callada?


    �No sé nada.

    Silvia en el prado

    Cuando Silvia al prado

    sale a divertir,

    el campo se alegra

    al verla salir.


    Jilguerillo hermoso,

    bello Colorín,

    dulce Filomena,

    desde un alhelí

    le cantan la salva

    con pico sutil,

    juzgándola Aurora

    al verla salir.


    El prado se cubre

    de hermoso matiz,

    sus cálices abren

    florecillas mil,

    y el albo pie besan

    la rosa y jazmín

    a mi pastorcilla

    al verla salir.


    Si son tan dichosos

    que van por allí,

    los mis corderillos

    van a recibir,

    y triscan alegres

    indicando así

    el gozo que tienen

    al verla salir.


    Al mismo Amor niño

    una tarde vi,

    que el arco y las flechas

    arrojó de sí,

    y se fue corriendo

    con mi bien a unir,

    creyéndola Venus

    al verla salir.

    Parte VIII

    Andrés Bello

    Andrés de Jesús María y José Bello López (Caracas, 29 de noviembre de 1781-Santiago, 15 de octubre de 1865) fue un polímata venezolano-chileno. Fue a la vez filósofo, poeta, traductor, filólogo, ensayista, educador, político y diplomático. Considerado como uno de los humanistas más importantes de América, contribuyó en innumerables campos del conocimiento.

    En Caracas, fue maestro por un corto periodo de Simón Bolívar y participó en el proceso que llevó a la independencia venezolana. Como parte del bando revolucionario integró, conjuntamente con Luis López Méndez y Simón Bolívar, la primera misión diplomática a Londres, donde residió entre 1810 y 1829.

    28.A la nave

    29.A Moisés

    30.Alocución a la poesía (fragmento)

    31.El anauco

    32.El cóndor y el poeta

    33.La oración por todos

    34.Las ovejas

    35.Miserere

    36.Rubia

    A la nave

    ¿Qué nuevas esperanzas

    al mar te llevan? Torna,

    torna, atrevida nave,

    a la nativa costa.


    Aún ves de la pasada

    tormenta mil memorias,

    ¿y ya a correr fortuna

    segunda vez te arrojas?


    Sembrada está de sirtes

    aleves tu derrota,

    do tarde los peligros

    avisará la sonda.


    ¡Ah! Vuelve, que aún es tiempo,

    mientras el mar las conchas

    de la ribera halaga

    con apacibles olas.


    Presto erizando cerros

    vendrá a batir las rocas,

    y náufragas reliquias

    hará a Neptuno alfombra.


    De flámulas de seda

    la presumida pompa

    no arredra los insultos

    de tempestad sonora.


    ¿Qué valen contra el Euro,

    tirano de las ondas,

    las barras y leones

    de tu dorada popa?


    ¿Qué tu nombre, famoso

    en reinos de la aurora,

    y donde al sol recibe

    su cristalina alcoba?


    Ayer por estas aguas,

    segura de sí propia,

    desafiaba al viento

    otra arrogante proa;


    Y ya, padrón infausto

    que al navegante asombra,

    en un desnudo escollo

    está cubierta de ovas.


    ¡Qué! ¿No me oyes? ¿El rumbo

    no tuerces? ¿Orgullosa

    descoges nuevas velas,

    y sin pavor te engolfas?


    ¿No ves, ¡oh malhadada!

    que ya el cielo se entolda,

    y las nubes bramando

    relámpagos abortan?


    ¿No ves la espuma cana,

    que hinchada se alborota,

    ni el vendaval te asusta,

    que silba en las maromas?


    ¡Vuelve, objeto querido

    de mi inquietud ansiosa;

    vuelve a la amiga playa,

    antes que el sol se esconda!

    A Moisés

    ¿Qué son las fuentes en que el oro brilla,

    y el mármol de colores,

    a par del Nilo, y de esta verde orilla

    esmaltada de flores?


    No es tan grato el incienso que consume

    en el altar la llama,

    como entre los aromos el perfume

    que el céfiro derrama.


    Ni en el festín real me gozo tanto,

    como en oír la orquesta

    alada, que, esparciendo dulce canto,

    anima la floresta.


    ¿Véis cuál se pinta en la corriente clara

    el puro azul del cielo?

    El cinto desatadme, y la tïara,

    y el importuno velo.

    ¿Véis en aquel remanso trasparente

    zabullirse la garza?

    Las ropas deponed; y al blando ambiente,

    el cabello se esparza.

    Alocución a la poesía (fragmento)

    Divina poesía,

    tú, de la soledad habitadora,

    a consultar tus cantos enseñada

    con el silencio de la selva umbría;

    tú, a quien la verde gruta fue morada,

    y el eco de los montes compañía;

    tiempo es que dejes ya la culta Europa,

    que tu nativa rustiquez desama,

    y dirijas el vuelo adonde te abre

    el mundo de Colón su grande escena.

    También propicio allí respeta el cielo

    la simple verde rama

    con que al valor coronas;

    también allí la florecida vega,

    el bosque enmarañado, el sesgo río,

    colores mil a tus pinceles brinda;

    y céfiro revuelto entre las rosas;

    y fúlgidas estrellas

    tachonan la carroza de la noche;

    y el Rey del cielo, entre cortinas bellas

    de nacaradas nubes, se levanta,

    y la avecilla en no aprendidos tonos

    con dulce pico endechas de amor canta.


    ¿Qué a ti, silvestre ninfa, son las pompas

    de dorados alcázares reales?

    ¿A tributar también irás con ellos,

    en medio de la turba cortesana,

    el torpe incienso de servil lisonja?

    No tal te vieron tus más bellos días

    cuando en la infancia de la gente humana,

    maestra de los pueblos y los reyes,

    cantaste al mundo las primeras leyes.

    No te detenga, ¡oh diosa!,

    esta región de luz y de miseria,

    en donde tu ambiciosa

    rival Filosofía,

    que la virtud a cálculo somete,

    de los mortales te ha usurpado el culto;

    donde la coronada hidra amenaza

    traer de nuevo al pensamiento esclavo

    la antigua noche de barbarie y crimen;

    donde la libertad, vano delirio,

    fe la servilidad, grandeza el fasto,

    la corrupción cultura se apellida:

    descuelga de la encina carcomida

    tu dulce lira de oro, con que un tiempo

    los prados y las flores, el susurro

    de la floresta opaca, el apacible

    murmurar del arroyo transparente,

    las gracias atractivas

    de natura inocente

    a los hombres cantaste embelesados;

    y sobre el vasto Atlántico tendiendo

    las vigorosas alas, a otro cielo,

    a otro mundo, a otras gentes te encamina,

    do viste aún su primitivo traje

    la tierra, al hombre sometida apenas;

    y las riquezas de los climas todos,

    América, del sol joven esposa,

    del antiguo océano hija postrera

    en su seno feraz cría y esmera.

    El anauco

    Irrite la codicia

    por rumbos ignorados

    a la sonante Tetis

    y bramadores austros;

    el pino que habitaba

    del Betis fortunado

    las márgenes amenas

    vestidas de amaranto,

    impunemente admire

    los deliciosos campos

    del Ganges caudaloso,

    de aromas coronado.


    Tú, verde y apacible

    ribera del Anauco,

    para mí más alegre,

    que los bosques idalios

    y las vegas hermosas

    de la plácida Pafos,

    resonarás continuo

    con mis humildes cantos;

    y cuando ya mi sombra

    sobre el funesto barco

    visite del Erebo

    los valles solitarios,

    en tus umbrías selvas

    y retirados antros

    erraré cual un día,

    tal vez abandonando

    la silenciosa margen

    de los estigios lagos.


    La turba dolorida

    de los pueblos cercanos

    evocará mis manes

    con lastimero llanto;

    y ante la triste tumba,

    de funerales ramos

    vestida, y olorosa

    con perfumes indianos,

    dirá llorando Filis:

    «Aquí descansa Fabio» .


    ¡Mil veces venturoso!

    Pero, tú, desdichado,

    por bárbaras naciones

    lejos del clima patrio

    débilmente vaciles

    al peso de los años.

    Devoren tu cadáver

    los canes sanguinarios

    que apacienta Caribdis

    en sus rudos peñascos;

    ni aplaque tus cenizas

    con ayes lastimados

    la pérfida consorte

    ceñida de otros brazos.

    El cóndor y el poeta

    Diálogo

    POETA

    -Escucha, amigo Cóndor, mi exorcismo;

    obedece a la voz del mago Mitre,

    que ha convertido en trípode el pupitre;

    apréstate a una espléndida misión.


    CÓNDOR

    -¡Poeta audaz, que de mi aéreo nido

    en el silencio lóbrego derramas

    cántico misterioso! ¿a qué me llamas?

    Yo sostengo de Chile el paladión.


    POETA

    -No importa; es caso urgente, es una empresa

    digna de ti, de tu encumbrado vuelo,

    y de tus uñas; subirás al cielo,

    escalarás la vasta esfera azul.


    CÓNDOR

    -¿Y qué será del paladión en tanto,

    cuya custodia la nación me fía?


    POETA

    -Puedes encomendarlo por un día

    a las fieles pezuñas del Huemul.


    CÓNDOR

    Pero el camino del Olimpo ignoro.


    POETA

    -Mientes; tú hurtaste al cielo, ave altanera,

    en pro de nuestros padres, la primera

    chispa de libertad que en Chile ardió.


    CÓNDOR

    -¡Falaz leyenda! ¡Apócrifa patraña!

    Robaba entonces yo por valle y cumbre,

    según mi antigua natural costumbre;

    monarca de los buitres era yo.

    Años después, llamáronme, y conmigo

    vino esa pobre, tímida alimaña,

    de los andinos valles ermitaña;

    y, el paladión nos dieron a guardar.

    Mal concertada yunta, que, algún día,

    recordando los hábitos de marras,

    estuve a punto de esgrimir las garras,

    y atroz huemulicidio ejecutar.


    POETA

    -¡Oh mente de los hombres adivina!

    ¡Oh inspiración profética! No sabes,

    alado monstruo, espanto de las aves,

    el oculto misterio de esa unión.


    ¡Junto a la mansa paz, atroz instinto

    de pillaje y de sangre! ¡Incauto el uno,

    audaz el otro en tentador ayuno,

    y de la Patria en medio el paladión!


    Tremendo porvenir, yo te adivino,

    pero no tiemblo. Es fuerza te abras paso

    de la ilustrada Europa al rudo ocaso;

    está en el libro del destino así.


    Sus últimos destellos da la antorcha

    que el hijo de Japeto trajo al mundo;

    suceda al viejo faro moribundo

    joven tizón, ardiente, baladí.


    CÓNDOR

    -No sé, poeta, interpretar enigmas;

    no entiendo de tizones ni de faro.

    Deja los circunloquios, y habla claro.

    ¿De qué se trata? Explícate una vez.


    POETA

    -De aquel fuego sagrado que trajiste

    ¿niégaslo en vano? a un ínclito caudillo,

    apenas queda agonizante brillo;

    nos viene encima infausta lobreguez.

    Renovarlo es preciso.


    CÓNDOR

    -¿Cómo?


    POETA

    -Debes

    seguir del sol la luminosa huella,

    sorprenderle, robarle una centella,

    metértela en los ojos, y escapar.


    CÓNDOR

    -Muy bien; me guardo el fuego en las pupilas,

    cual si fueran volcánicas cavernas.

    ¿Y qué haré luego de mis dos linternas?


    POETA

    -Quiero a Chile con ellas incendiar.


    CÓNDOR

    -¿Incendiarlo? ¿Estás loco? ¿De eso tratas?


    POETA

    -Incendiarlo pretendo en patriotismo;

    abrasarlo, molondro, no es lo mismo;

    quiero hacer una inmensa fundición.

    Quiero llamas que cundan pavorosas,

    descomunales llamas, llamas grandes,

    que derritan la nieve de los Andes

    y la de tanto helado corazón.


    ¿Abrasar? ¡Linda flema! -¿Es tiempo ahora

    de contentarse con mezquinas brasas

    que den pálida luz, chispas escasas,

    como para el abrigo de un desván?

    No, señor; vasto incendio, llamas, llamas,

    que unas sobre las otras se encaramen,

    y levantando rojas crestas bramen,

    y les sirva de fuelle un huracán.


    Despacha, pues; arranca; desarrolla

    el raudo vuelo; tiende el ala grave,

    como la parda vela de la nave

    cuando silba en la jarcia el vendaval.

    Vuela, vuela, plumífero pirata;

    recuerda tu nativa felonía;

    asalta de improviso al rey del día

    en su carroza de oro y de cristal.


    CÓNDOR

    -Ya te obedezco, y tiendo como mandas,

    el ala; aunque eso de tenderla un ave

    no ligera ni leve, sino grave,

    para tanto volar no es lo mejor.

    Y si de más a más tenderla debo,

    como la parda vela el navegante

    cuando oye la tormenta resonante

    que amenazando silba, peor que peor.


    Que no despliega entonces el velamen,

    antes amaina el cauto marinero,

    y aguanta a palo seco el choque fiero,

    si salvar piensa al mísero bajel.

    Así lo vi mil veces, revolando

    entre las nubes negras, cuando hinchaba

    la Mar del Sur sus ondas, y bregaba

    contra la tempestad el timonel.


    POETA

    -No lo entiendes: la nave del Estado

    es la que yo pintaba; y la maniobra

    a que apelamos hoy, cuando zozobra,

    no es amainar, estúpido ladrón.


    CÓNDOR

    -¿Pues qué ha de hacer entonces el piloto?


    POETA

    -Según doctrina de moderna escuela,

    debe correr fortuna a toda vela,

    sin bitácora, sonda, ni timón.

    Si tú leyeras, avechucho idiota,

    gacetas nacionales y extranjeras,

    la ignorancia en que vives conocieras;

    todo ha cambiado entre los hombres ya.


    Altos descubrimientos reservados

    tuvo el destino al siglo diecinueve;

    hoy en cualquiera charco un niño bebe

    más que en un hondo río su papá.

    ¡Oh siglo de los siglos! ¡Cual machacas

    es tu almirez decrépitas ideas!


    ¡Qué de fantasmagorías coloreas

    en el vapor del vino y del café!

    ¡No era lástima ver encandilarse

    los hombres estudiándose a sí mismos;

    y tras mil embrollados silogismos,

    salir con sólo sé que nada sé!


    ¡Ea, pues! ¡A la empresa! Bate el ala,

    y apercibe también las corvas uñas,

    y guárdate de mí si refunfuñas,

    lobo rapaz, injerto de avestruz.


    CÓNDOR

    ¿volando? -Ama aún el buitre robador su nido;

    Chile, a traerte voy, no la centella

    que incendiando devora, sino aquella

    que da calor vital y hermosa luz.

    La oración por todos

    I

    Ve a rezar, hija mía. Ya es la hora

    de la conciencia y del pensar profundo:

    cesó el trabajo afanador y al mundo

    la sombra va a colgar su pabellón.

    Sacude el polvo el árbol del camino,

    al soplo de la noche; y en el suelto

    manto de la sutil neblina envuelto,

    se ve temblar el viejo torreón.

    ¡Mira su ruedo de cambiante nácar

    el occidente más y más angosta;

    y enciende sobre el cerro de la costa

    el astro de la tarde su fanal.

    Para la pobre cena aderezado,

    brilla el albergue rústico; y la tarda

    vuelta del labrador la esposa aguarda

    con su tierna familia en el umbral.

    Brota del seno de la azul esfera

    uno tras otro fúlgido diamante;

    y ya apenas de un carro vacilante

    se oye a distancia el desigual rumor.

    Todo se hunde en la sombra; el monte, el valle,

    y la iglesia, y la choza, y la alquería;

    y a los destellos últimos del día,

    se orienta en el desierto el viajador.

    Naturaleza toda gime: el viento

    en la arboleda, el pájaro en el nido,

    y la oveja en su trémulo balido,

    y el arroyuelo en su correr fugaz.

    El día es para el mal y los afanes.

    ¡He aquí la noche plácida y serena!

    El hombre, tras la cuita y la faena,

    quiere descanso y oración y paz.

    Sonó en la torre la señal: los niños

    conversan los niños

    conversan con espíritus alados;

    y los ojos al cielo levantados,

    invocan de rodillas al Señor.

    Las manos juntas, y los pies desnudos,

    fe en el pecho, alegría en el semblante,

    con una misma voz, a un mismo instante,

    al Padre Universal piden amor.

    Y luego dormirán; y en leda tropa,

    sobre su cuna volarán ensueños,

    ensueños de oro, diáfanos, risueños,

    visiones que imitar no osó el pincel.

    Y ya sobre la tersa frente posan,

    ya beben el aliento a las bermejas

    bocas, como lo chupan las abejas

    a la fresca azucena y al clavel.

    Como para dormirse, bajo el ala

    esconde su cabeza la avecilla,

    tal la niñez en su oración sencilla

    adormece su mente virginal.

    ¡Oh dulce devoción que reza y ríe!

    ¡De natural piedad primer aviso!

    ¡Fragancia de la flor del paraíso!

    ¡Preludio del concierto celestial!


    II


    Ve a rezar, hija mía. Y ante todo,

    ruega a Dios por tu madre: por aquella

    que te dio el ser, y la mitad más bella

    de su existencia ha vinculado en él;

    que en su seno hospedó tu joven alma,

    de una llama celeste desprendida;

    y haciendo dos porciones de la vida,

    tomó el acíbar y te dio la miel.

    Ruega después por mí, más que tu madre

    lo necesito yo... Sencilla, buena,

    modesta como tú, sufre la pena,

    y devora en silencio su dolor.

    A muchos compasión, a nadie envidia,

    la vi tener en mi fortuna escasa.

    Como sobre el cristal la sombra, pasa

    sobre su alma el ejemplo corruptor.

    No le son conocidos...¡ni lo sean

    a ti jamás! ... los frívolos azares

    de la vana fortuna, los pesares

    ceñudos que anticipan la vejez;

    de oculto oprobio el torcedor, la espina

    que punza a la conciencia delincuente,

    la honda fiebre del alma, que la frente

    tiñe con enfermiza palidez.

    Mas yo la vida por mi mal conozco,

    conozco el mundo, y sé su alevosía;

    y tal vez de mi boca oirás un día

    lo que valen las dichas que nos da.

    Y sabrás lo que guarda a los que rifan

    riquezas y poder, la urna aleatoria,

    y que tal vez la senda que a la gloria

    guiar parece, a la miseria va.

    Viviendo, su pureza empaña el alma,

    y cada instante alguna culpa nueva

    arrastra en la corriente que la lleva

    con rápido descenso al ataúd.

    La tentación seduce; el juicio engaña;

    en los zarzales del camino, deja

    alguna cosa cada cual: la oveja

    su blanca lana, el hombre su virtud.

    Ve, hija mía, a rezar por mí, al cielo

    pocas palabras dirigir te baste;

    "Piedad, Señor, al hombre que criaste;

    eres Grandeza; eres Bondad; ¡perdón!

    Y Dios te oirá que cuál del ara santa

    sube el humo a la cúpula eminente,

    sube del pecho cándido, inocente,

    al trono del Eterno la oración.

    Todo tiende a su fin: a la luz pura

    del sol, la planta; el cervatillo atado,

    a cervatillo atado,

    a la libre montaña; el desterrado,

    al caro suelo que lo vio nacer;

    y la abejilla en el frondoso valle,

    de los nuevos tomillos al aroma;

    y la oración en alas de paloma

    a la morada del Supremo Ser.

    Cuando por mí se eleva a Dios tu ruego,

    soy como el fatigado peregrino,

    que su carga a la orilla del camino

    deposita y se sienta a respirar;

    porque de tu plegaria el dulce canto

    alivia el peso a mi existencia amarga,

    y quita de mis hombros esta carga,

    que me agobia de culpa y de pesar.

    Ruega por mí, y alcánzame que vea,

    en esta noche de pavor, el vuelo

    de un ángel compasivo, que del cielo

    traiga a mis ojos la perdida luz.

    Y pura finalmente, como el mármol

    que se lava en el templo cada día,

    arda en sagrado fuego el alma mía,

    como arde el incensario ante la cruz.


    III


    Ruega, hija, por tus hermanos,

    los que contigo crecieron,

    y en un mismo seno exprimieron,

    y un mismo techo abrigó.

    Ni por los que te amen sólo

    el favor del cielo implores;

    por justos y pecadores,

    Cristo en la cruz expiró.

    Ruega por el orgulloso

    que ufano se pavonea,

    y en su dorada librea,

    funda insensata altivez;

    y por el mendigo humilde

    que sufre el ceño mezquino

    de los que beben el vino

    porque le dejen la hez.

    Por el que de torpes vicios

    sumido en profundo cieno,

    hace aullar el canto obsceno

    de nocturna bacanal.

    Y por la velada virgen

    que en su solitario lecho

    con la mano hiriendo el pecho,

    reza el himno sepulcral.

    Por el hombre sin entrañas,

    en cuyo pecho no vibra

    una simpática fibra

    al pesar y a la aflicción.

    Que no da sustento al hambre,

    ni a la desnudez vestido,

    ni da la mano al caído,

    ni da a la injuria perdón.

    Por el que en mirar se goza

    su puñal de sangre rojo,

    buscando el rico despojo,

    o la venganza cruel.

    Y por el que en vil libelo

    destroza una fama pura,

    y en la aleve mordedura

    escupe asquerosa hiel.

    Por el que surca animoso

    la mar de peligros, llena;

    por el que arrastra cadena,

    y por su duro señor.

    Por la razón que leyendo,

    en el gran libro, vigila;

    por la razón que vacila:

    por la que abraza el error.

    Acuérdate en fin, de todos

    los que penan y trabajan;

    y de todos los que viajan

    por esa vida mortal.

    Acuérdate aun del malvado

    que a Dios blasfemando irrita.

    La oración es infinita:

    nada agota su caudal.


    IV


    ¡Hija! reza también por los que cubre

    la soporosa piedra de la tumba,

    profunda sima adonde se derrumba

    la turba de los hombres mil a mil:

    abismo en que se mezcla polvo a polvo,

    y pueblo a pueblo; cual se ve a la hoja

    de que el añoso bosque Abril despoja,

    mezclar


    la suya otro y otro Abril.

    Arrodilla, arrodíllate en la tierra

    donde segada en flor yace mi Lola,

    coronada de angélica aureola;

    do helado duerme cuanto fue mortal;

    donde cautivas almas piden preces

    que las restauren a su ser primero,

    y purguen las reliquias del grosero

    vaso, que las contuvo, terrenal.

    ¡Hija! cuando tú duermes, te sonríes,

    y cien apariciones peregrinas,

    sacuden retozando tus cortinas:

    travieso enjambre, alegre, volador.

    Y otra vez a la luz abres los ojos,

    al mismo tiempo que la aurora hermosa

    abre también sus párpados de rosa,

    y da a la tierra el deseado albor.

    ¡Pero esas pobres almas!...¡si supieras

    que sueño duermen!... su almohada es fría;

    duro su lecho; angélica armonía

    no regocija nunca su prisión.

    No es reposo el sopor que las abruma;

    para su noche no hay albor temprano;

    y la conciencia, velador gusano,

    les roe inexorable el corazón.

    Una plegaria, un solo acento tuyo,

    hará que gocen pasajero alivio,

    y de que luz celeste un rayo tibio

    logre a su oscura estancia penetrar;

    que el atormentador remordimiento

    una tregua a sus víctimas conceda,

    y del aire, y el agua, y la arboleda,

    oigan el apacible susurrar.

    Cuando en el campo con pavor secreto

    la sombra ves, que de los cielos baja,

    la nieve que las cumbres amortaja,

    y del ocaso el tinte carmesí:

    en las quejas de aura y de la fuente

    ¿no te parece que una voz retiña?

    una doliente retiña?

    una doliente voz que dice: "Niña,

    cuándo tú reces, ¿rezarás por mí?"

    Es la voz de las almas. A los muertos

    que oraciones alcanzan, no escarnece

    el rebelado arcángel, y florece

    sobre su tumba perennal tapiz.

    Más ¡ay! los que yacen olvidados

    cubren perpetuo horror, hierbas extrañas

    ciegan su sepultura; a sus entrañas

    ¡árbol funesto enreda la raíz!

    Y yo también, (no dista mucho el día)

    huésped seré de la morada oscura,

    y el ruego invocaré de un alma pura,

    que a mi largo penar consuelo dé.

    Y dulce entonces me será que vengas,

    y para mí la eterna paz implores,

    y en la desnuda loza esparzas flores,

    simple tributo de amorosa fe.

    ¿Perdonarás a mi enemiga estrella,

    si disipadas fueron una a una

    las que mecieron tu mullida cuna

    esperanzas de alegre porvenir?

    Sí, le perdonarás; y mi memoria

    te arrancará una lágrima, un suspiro

    que llegue hasta mi lóbrego retiro,

    y haga mi helado polvo rebullir.

    Las ovejas

    «¿Líbranos de la fiera tiranía

    de los humanos, Jove omnipotente

    ¡una oveja decía,

    entregando el vellón a la tijera?

    que en nuestra pobre gente

    hace el pastor más daño

    en la semana, que en el mes o el año

    la garra de los tigres nos hiciera.


    Vengan, padre común de los vivientes,

    los veranos ardientes;

    venga el invierno frío,

    y danos por albergue el bosque umbrío,

    dejándonos vivir independientes,

    donde jamás oigamos la zampoña

    aborrecida, que nos da la roña,

    ni veamos armado

    del maldito cayado

    al hombre destructor que nos maltrata,

    y nos trasquila, y ciento a ciento mata.


    Suelta la liebre pace

    de lo que gusta, y va donde le place,

    sin zagal, sin redil y sin cencerro;

    y las tristes ovejas ¡duro caso!

    si hemos de dar un paso,

    tenemos que pedir licencia al perro.


    Viste y abriga al hombre nuestra lana;

    el carnero es su vianda cuotidiana;

    y cuando airado envías a la tierra,

    por sus delitos, hambre, peste o guerra,

    ¿quién ha visto que corra sangre humana?

    en tus altares? No: la oveja sola

    para aplacar tu cólera se inmola.


    Él lo peca, y nosotras lo pagamos.

    ¿Y es razón que sujetas al gobierno

    de esta malvada raza, Dios eterno,

    para siempre vivamos?

    ¿Qué te costaba darnos, si ordenabas

    que fuésemos esclavas,

    menos crüeles amos?

    Que matanza a matanza y robo a robo,

    harto más fiera es el pastor que el lobo» .


    Mientras que así se queja

    la sin ventura oveja

    la monda piel fregándose en la grama,

    y el vulgo de inocentes baladores

    ¡vivan los lobos! clama

    y ¡mueran los pastores!

    y en súbito rebato

    cunde el pronunciamiento de hato en hato

    el senado ovejuno

    «¡ah!» dice, «todo es uno».

    Miserere

    ¡Piedad, piedad, Dios mío!

    ¡Que tu misericordia me socorra!

    Según la muchedumbre

    de tus clemencias, mis delitos borra.


    De mis iniquidades

    lávame más y más; mi depravado

    corazón quede limpio

    de la horrorosa mancha del pecado.


    Porque, Señor, conozco

    toda la fealdad de mi delito,

    y mi conciencia propia

    me acusa y contra mí levanta el grito.


    Pequé contra Ti solo;

    a tu vista obré mal; para que brille

    tu justicia, y vencido,

    el que te juzgue tiemble y se arrodille.


    Objeto de tus iras

    nací, de iniquidades mancillado,

    y en el materno seno

    cubrió mi ser la sombra del pecado.


    En la verdad te gozas

    y para más rubor y más afrenta,

    tesoros me mostraste

    de oculta celestial sabiduría.


    Pero con el hisopo

    me rociarán, y ni una mancha leve

    tendré ya; lavárasme,

    y quedaré más blanco que la nieve.


    Sonarán tus acentos

    de consuelo y de paz en mis oídos,

    y celeste alegría

    conmoverá mis huesos.


    Aparta, pues, aparta

    tu faz, ¡oh, Dios!, de mi maldad horrenda

    rastro de culpa por tu enojo encienda.


    En mis entrañas cría

    un corazón que con ardiente afecto

    te busque; un alma pura,

    enamorada de lo justo y recto.


    De tu dulce presencia,

    en que al lloroso pecador recibes,

    no me arrojes airado

    ni de tu santa inspiración me prives.


    Restáurame en tu gracia,

    que es del alma salud, vida y contento;

    y al débil pecho infunde

    de un ánimo real el noble aliento:

    haré que el hombre injusto

    de su razón conozca el extravío;

    le mostraré tu senda,

    y a tu ley santa volverá al impío.


    Mas líbrame de sangre,

    ¡mi Dios, mi Salvador! ¡Inmensa fuente

    de piedad! Y mi lengua

    loará tu justicia eternamente.


    Desatarás mis labios,

    si santo un pecador que llora alcanza,

    y gozosa a las gentes

    anunciará mi lengua tu alabanza.


    Que si víctima fueran

    gratas a Ti, las inmolará luego;

    pero no es sacrificio

    que te deleita el que consume el fuego.


    Un corazón doliente

    es la expiación que a tu justicia agrada:

    la víctima que aceptas

    es un alma contrita y humillada.


    Vuelve a Sión tu benigno

    rostro primero y tu piedad amante

    y sus muros humilde

    Jerusalén, Señor, al fin levante.


    Y de puras ofrendas

    se colmarán tus aras y propicio

    recibirás un día

    el grande inmaculado sacrificio.

    Rubia

    ¿Sabes, rubia, qué gracia solicito

    cuando de ofrendas cubro los altares?

    No ricos muebles, no soberbios lares,

    ni una mesa que adule al apetito.


    De Aragua a las orillas un distrito

    que me tribute fáciles manjares,

    do vecino a mis rústicos hogares

    entre peñascos corra un arroyito.


    Para acogerme en el calor estivo,

    que tenga una arboleda también quiero,

    do crezca junto al sauce el coco altivo.


    ¡Felice yo si en este albergue muero;

    y al exhalar mi aliento fugitivo,

    sello en tus labios el adiós postrero!

    Parte IX

    Ángel Saavedra, Duque de Rivas

    Ángel de Saavedra y Ramírez de Baquedano (Córdoba, 10 de marzo de 1791 – Madrid, 22 de junio de 1865), III duque de Rivas y grande de España, fue un dramaturgo, poeta, historiador, pintor y estadista español, que hoy goza de notoriedad por su drama romántico Don Álvaro o la fuerza del sino (1835). Fue embajador en Nápoles y en París, vicepresidente del Senado y del Estamento de Próceres, ministro de la Gobernación y de Marina, presidente del Consejo de Ministros (durante solo dos días de 1854), presidente del Consejo de Estado y director de las Reales Academias de la Lengua y de la Historia.

    37.Con once heridas mortales

    38.El faro de Malta

    39.La antigualla de Sevilla

    Con once heridas mortales

    Con once heridas mortales,

    hecha pedazos la espada,

    el caballero sin aliento

    y perdida la batalla,


    manchado de sangre y polvo,

    en noche oscura y nublada,

    en Ontígola vencido

    y deshecha mi esperanza,


    casi en brazos de la muerte

    el laso potro aguijaba

    sobre cadáveres yertos

    y armaduras destrozadas.


    Y por una oculta senda

    que el Cielo me depara,

    entre sustos y congojas

    llegar logré a Villacañas.


    La hermosísima Filena,

    de mi desastre apiadada,

    me ofreció su hogar, su lecho

    y consuelo a mis desgracias.


    Registróme las heridas,

    y con manos delicadas

    me limpió el polvo y la sangre

    que en negro raudal manaban.


    Curábame las heridas,

    y mayores me las daba;

    curábame el cuerpo,

    me las causaba en el alma.


    Yo, no pudiendo sufrir

    el fuego en que me abrazaba,

    díjele; "Hermosa Filena,

    basta de curarme, basta.


    "Más crueles son tus ojos

    que las polonesas lanzas:

    ellas hirieron mi cuerpo

    y ellos el alma me abrasan.


    "Tuve contra Marte aliento

    en las sangrientas batallas,

    y contra el rapaz Cupido

    el aliento ahora me falta.


    "Deja esa cura, Filena;

    déjala, que más me agrabas;

    deja la cura del cuerpo,

    atiende a curarme el alma

    El faro de Malta

    Envuelve al mundo extenso triste noche,

    ronco huracán y borrascosas nubes

    confunden y tinieblas impalpables

    el cielo, el mar, la tierra:


    Y tú invisible te alzas, en tu frente

    ostentando de fuego una corona,

    cual rey del caos, que refleja y arde

    con luz de paz y vida.


    En vano ronco el mar alza sus montes

    y revienta a tus pies, do rebramante

    creciendo en blanca espuma, esconde y borra

    el abrigo del puesto:


    Tú, con lengua de fuego, aquí está, dices,

    sin voz hablando al timido piloto,

    que como a un numen bienhechor te adora,

    y en ti los ojos clava.


    Tiende apacible noche el manto rico,

    que céfiro amoroso desenrolla,

    recamado de estrellas y luceros;

    por él rueda la luna.


    Y entonces tú, de niebla vaporosa

    vestido, dejas ver en fórmulas vagas

    tu cuerpo colosal, y tu diadema

    arde al par de los astros.


    Duerme tranquilo el mar, pérfido esconde

    rocas aleves, áridos escollos;

    falso señuelo son, lejanas lumbres

    engañan a las naves.


    Mas tú, cuyo esplendor todo lo ofusca;

    tú, cuya innoble posición indica

    el trono de un monarca, eres su norte,

    les adviertes su engaño.


    Así de la razón arde la antorcha,

    en medio del furor de las pasiones

    o de aleves halagos de fortuna,

    a los ojos del alma.


    Desque refugio de la airada suerte

    en esta escasa sierra que presides,

    y grato albergue el cielo bondoso

    me concedió propicio,


    ni una voz solo a mis pesares busco

    dulce olvido del dueño entre los brazos,

    sin saludarte, y sin tornar los ojos

    a tu espléndida frente.


    ¡Cuantos, ay, desde el seno de los mares

    al par los tomarán!...Tras larga ausencia

    unos, que vuelven a su patria amada,

    a sus hijos y esposa.


    otros, prófugos, pobres, perseguidos,

    que asilo buscan, cual busqué, lejano,

    y a quienes que lo hallaron tu luz dice

    hospitalaria estrella.


    Arde, y sirve de norte a los bajeles

    que de mi patria, aunque de tarde en tarde,

    me traen nuevas amargas y renglones

    con lágrimas escritos.


    Cuando la vez primera deslumbraste

    mis afligidos ojos, ¡cuál mi pecho,

    destrozado y hundido en amargura,

    palpitó venturoso!


    Del Lacio moribundo de las riberas

    huyendo inhospitables, contrastado

    del viento y mar entre ásperos bajíos,

    vi tu lumbre divina.


    Viéronla como yo los marineros

    y, olvidando los votos y plegarias

    que en las sordas tinieblas se perdían,

    Malta!!! Malta!!!, gritaron;


    y fuiste a nuestros ojos la aureola

    que orla la frente de la santa imagen

    en quien busca afanoso peregrino

    la salud y el consuelo.


    Jamás te olvidaré, jamás...Tan solo

    trocara tu esplendor, sin olvidarlo,

    rey de la noche, y de tu excelsa cumbre

    la benéfica llama.


    Por la llama y los fúlgidos destellos

    que lanza, reflejando al sol naciente,

    el arcángel dorado que corona

    de Córdoba la torre.

    La antigualla de Sevilla

    Al Excmo. Sr. D. Mauel Cepero.


    Romance primero


    EL CANDIL


    Más ha de quinientos años,

    en una torcida calle,

    que, de Sevilla en el centro,

    da paso a otras principales,


    cerca de la media noche,

    cuando la ciudad más grande

    es de un grande cementerio

    en silencio y paz imagen,


    de dos desnudas espadas

    que trababan un combate,

    turbó el repentino encuentro

    las tinieblas impalpables.


    El crujir de los aceros

    sonó por breves instantes,

    lanzando azules centellas,

    meteoro de desastres.


    Y al gemido : �¡ Dios me valga!�

    �¡Muerto soy!� y al golpe grave

    de un cuerpo que a tierra, vino,

    el silencio y paz renacen.


    Al punto una ventanilla

    de un pobre casuco abren,

    y de tendones y huesos,

    sin jugo, como sin carne,


    una mano y brazo asoman,

    que sostienen por el aire

    un candil, cuyas destellos

    dan luz súbita a la calle.


    En pos un rostro aparece

    de gomia o bruja espantable,

    a que otra marchita mano

    o cubre o da sombra en parte.


    Ser dijérase la muerte

    que salía a apoderarse

    de aquella víctima humana

    que acababan de inmolarle,


    o de la, eterna justicia,

    de cuyas miradas nadie

    consigue ocultar un crimen,

    el testigo formidable,


    pues a la llama mezquina,

    con el ambiente ondeante,

    que dando luz roja al muro

    dibujaba desiguales


    los tejados y azoteas

    sobre el obscuro celaje,

    dando fantásticas formas

    a esquinas y bocacalles,


    se vio en medio del arroyo,

    cubierto de lodo y sangre,

    el negro bulto tendido

    de un traspasado cadáver.


    Y de pie a su frente un hombre,

    vestido negro ropaje,

    con una espada en la mano,

    roja hasta los gavilanes.


    El cual en el mismo punto,

    sorprendido de encontrarse

    bañada de luz, esconde

    la faz en su embozo, y parte,


    aunque no como el culpado

    que se fuga por salvarse,

    sino como el que inocente

    mueve tranquilo el pie y grave.


    Al andar, sus choquezuelas

    formaban ruido notable,

    como el que forman los dados

    al confundirse y mezclarse.


    Rumor de poca importancia

    en la escena lamentable,

    mas de tan mágico efecto,

    y de un influjo tan grande


    en la vieja, que asomaba

    el rostro y luz a la calle,

    que, cual si oyera el silbido

    de venenosa ceraste,


    o crujir las negras alas

    del precipitado arcángel,

    grita en espantoso aullido,

    �¡Virgen de los Reyes, valme!�


    Suelta el candil, que en las piedras

    se apaga y aceite esparce,

    y cerrando la ventana

    de un golpe, que la deshace,


    bajo su mísero lecho

    corre a tientas a ocultarse,

    tan acongojada y yerta,

    que apenas sus pulsos laten,


    por sorda y ciega haber sido

    aquellos breves instantes,

    la mitad diera gustosa

    de sus días miserables,


    y hubiera dado los días

    de amor y dulces afanes

    de su juventud, y dado

    las caricias de sus padres,


    Los encantos de la cuna,

    y... en fin, hasta lo que nadie

    enajena, la esperanza,

    bien solo de los mortales:


    Pues lo que ha visto la abruma,

    Y la. aterra lo que sabe,

    Que hay vistas que son peligros

    Y aciertos que muerte valen.


    Romance segundo


    EL JUEZ


    Las cuatro esferas doradas,

    que ensartadas en un perno,

    obra colosal de moros

    con resaltos y letreros,


    de la torre de Sevilla

    eran remate soberbio,

    do el gallardo Giraldillo

    hoy marea el mudable viento


    (esferas que pocos años

    después derrumbó en el suelo

    un terremoto) brillaban

    del sol matutino al fuego,


    cuando en una sala estrecha

    del antiguo Alcázar regio,

    que entonces reedificaban

    tal cual hoy mismo lo vemos,


    en un sillón de respaldo

    sentado está el Rey Don Pedro,

    joven de gallardo talle,

    mas de semblante severo.


    A reverente distancia,

    una rodilla en el suelo,

    vestido de negra toga,

    blanca barba, albo cabello,


    y con la vara de Alcalde

    rendida. al poder supremo,

    Martín Fernández Cerón

    era emblema del respeto.


    Y estas palabras de entrambos

    recogió el dorado techo,

    y la tradición guardólas

    para que hoy suenen de nuevo:


    R.� ¿Conque en medio de Sevilla

    amaneció un hombre muerto,

    y no venís a decirme

    que está ya el matador preso?


    A.� Señor, desde antes del alba,

    en que el cadáver sangriento

    recogí, varias pesquisas

    inútilmente se han hecho.


    R.� Más pronta justicia, alcalde,

    ha de haber donde yo reino,

    y a sus vigilantes ojos

    nada ha de estar encubierto,


    A.� Tal vez, señor, los judíos,

    tal vez los moros, sospecho...

    R � ¿Y os vais tras de las sospechas

    cuando hay un testigo, y bueno?


    "¿No me habéis, Alcalde, dicho,

    que un candil se halló en el suelo

    cerca del cadáver?... Basta,

    que el candil os diga el reo.�


    A.� Un candil no tiene lengua.

    R,� Pero tiénela su dueño.

    y a moverla se le obliga

    con las cuerdas del tormento.


    "Y ¡vive Dios! que esta noche

    ha de estar en aquel puesto

    o vuestra cabeza,, Alcalde,

    o la cabeza del reo.


    El Rey, temblando de ira,

    del sillón se alzó de presto,

    y el juez alzóse de tierra

    temblando también de miedo.


    Y haciendo una reverencia,

    y otra después, y otra luego,

    salióse a ahorcar a Sevilla,

    para salvarse, resuelto.


    Síguele el Rey con los ojos,

    que estuvieran en su puesto

    de un basilisco en la frente,

    según eran de siniestros;


    y de satánica risa,

    dando la expresión al gesto,

    salió detrás del Alcalde

    a pasos largos y lentos.


    Por el corredor estuvo

    en las alcándaras, viendo

    azores y jerifaltes,

    y dándoles agua y cebo.


    Y con uno sobre el puño

    salió a dirigir él mesmo

    las obras de aquel palacio,

    en que muestra gran empeño.


    Y vio poner las portadas

    de cincelados maderos,

    y él mismo dictó las letras

    que aun hoy notamos en ellos.


    Después habló largo rato,

    a solas y con secreto,

    a un su privado, Juan Diente,

    diestrísimo ballestero,


    señalándole un retrato,

    busto de piedra mal hecho,

    que con corta semejanza

    labró un peregrino griego.


    Fue a Triana, vió las naves

    y marítimos aprestos;

    de Santa Ana entró en la iglesia

    y oró brevísimo tiempo;


    comió en la Torre de1 Oro,

    a las tablas jugó luego

    con Martín Gil de Alburquerque;

    a caballo dio un paseo.


    Y cuando el sol descendía,

    dejando esmaltado el cielo

    de rosa, morado y oro,

    con nubes de grana y fuego,


    tornó al Alcázar, vistióse

    sayo pardo, manto negro,

    tomó un birrete sin plumas

    y un estoque de Toledo,


    y bajando a 1os jardines

    por un postigo secreto,

    do Juan Diente le esperaba

    entre murtas encubierto,


    salió solo, y esto dijo

    con recato al ballestero:

    "Antes de la media noche

    todo esté cual dicho tengo."


    Cerró el postigo por fuera,

    y en el laberinto ciego

    de las calles de Sevilla

    desapareció entre el pueblo.


    Romance tercero


    LA CABEZA


    Al tiempo que en el ocaso

    su eterna llama sepulta

    el sol, y tierras y

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