1000 Poemas Clásicos Que Debes Leer: Vol.1 (Golden Deer Classics)
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Adelardo López de Ayala
Alfonso Álvarez de Villasandino
Alfonso Onceno
Alfredo Espino
Álvaro de Luna
Ana María Chouhy Aguirre
Anastasio de Ochoa
VIII.Andrés Bello
IX.Ángel Saavedra, Duque de Rivas
X.Antón de Montoro
XI.Antonio de Villegas
XII.Abu Ahmad ben Hayyun
XIII.Adela Zamudio
XIV.Alfredo Placencia
XV.Almafuerte
XVI.Amado Nervo
XVII.Andrés Quintana Roo
XVIII.Ángel Ganivet
XIX.Antonio Machado
XX.Armando Chirveches
XXI.Alberto Lista
XXII.Alfonsina Storni
XXIII.Alfonso X el sabio
XXIV.Alonso de Ercilla Y Zúñiga
XXV.Antonio Hurtado de Mendoza
XXVI.Antonio Plaza Llamas
XXVII.Atenógenes Segale
XXVIII.Baltasar del Alcázar
XXIX.Bartolomé Torres Naharro
XXX.Bartolomé Leonardo de Argensola
XXXI.Ben Suhayd
XXXII.Bernardo de Balbuena
XXXIII.Bernardo López García
XXXIV.Butayna Bint Al-Mu´Tamid
XXXV.Carlos Augusto Salaverry
XXXVI.Carlos Guido y Spano
XXXVII.Carlos Pezoa Véliz
XXXVIII.Carlos Rivas Larrauri
XXXIX.Carolina Coronado
XL.César Vallejo
XLI.Clarinda
XLII.Concepción Arenal
XLIII.Concepción Estevarena
XLIV.Concha Urquiza
XLV.Costana
XLVI.Cristóbal Suárez de Figueroa
XLVII.Cristóbal de Castillejo
XLVIII.Delmira Agustini
XLIX.Demetrio Fábrega
L.Diego de Torres Villaroel
LI.Diego Hurtado de Mendoza
LII.Dolores Veintimilla de Galindo
LIII.Don Sem Tob de Carrión
LIV.Duque de Rivas
LV.Eduardo Marquina
LVI.Efrén Rebolledo
LVII.El Abencerraje
LVIII.Emilio Carrere
LIX.Enrique Díez-Canedo
LX.Enrique Fernández Granados
LXI.Enrique González Rojo
LXII.Epoca Colonial De Guatemala
LXIII.Esteban Echeverría
LXIV.Estanislao del Campo
LXV.Esteban Manuel de Villegas
LXVI.Eugenio Gerardo Lobo
LXVII.Evaristo Carriego
LXVIII.Fabio Fiallo
LXIX.Federico Barreto
LXX.Federico García Lorca
LXXI.Fernando Calderón
LXXII.Félix María de Samaniego
LXXIII.Fernando de Herrera
LXXIV.Fernando Villalón
LXXV.Florencia Pinar
LXXVI.Francisco A. de Icaza
LXXVII.Francisco Bocanegra
LXXVIII.Francisco de Aldana
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1000 Poemas Clásicos Que Debes Leer - Adelardo López de Ayala
Casa
Parte I
Adelardo López de Ayala
Adelardo López de Ayala y Herrera (Guadalcanal, 1 de mayo de 1828 – Madrid, 30 de diciembre de 1879) fue un dramaturgo, académico y político español, adscrito al realismo literario. Miembro numerario de la Real Academia de la Lengua, ejerció varias veces como ministro de Ultramar, durante el Sexenio Democrático y la Restauración.
1.A unos pies
2.El sol y la noche
3.La cita
4.Mis deseos
5.Sin palabras
A unos pies
Me parecen tus pies, cuando diviso
que la falda traspasan y bordean,
dos niños que traviesos juguetean
en el mismo dintel del Paraíso.
Quiso el amor y mi fortuna quiso
que ellos el fiel de mi esperanza sean;
si aparecen, de pronto me recrean;
cuando se van, me afligen de improviso.
¡Oh, pies idolatrados; yo os imploro!
Y pues sabéis mover todo el palacio
por quien el alma enamorada gime,
traed a mi regazo mi tesoro
y yo os aliviaré por largo espacio
del dulcísimo peso que os oprime.
El sol y la noche
Encendido en sus propias llamaradas,
la sed devora al luminar del día,
y, eterno amante de la noche fría,
persigue sus espaldas enlutadas.
Ansioso de sus sombras regaladas,
en vano corre la abrasada vía;
que él mismo va poniendo el bien que ansía
donde nunca penetran sus miradas.
La dicha ausente, y el afán consigo,
arde y redobla su imposible instancia,
llevando en sus entrañas su enemigo...
¡Así corro con bárbara constancia,
y siempre encuentro mi ansiedad conmigo
y el bien ansiado a la mayor distancia!
La cita
¡Es ella..! Amor sus pasos encamina...
Siento el blando rumor de su vestido...
Cual cielo por el rayo dividido,
mi espíritu de pronto se ilumina.
Mil ansias, con la dicha repentina,
se agitan en mi pecho conmovido,
cual bullen los polluelos en el nido
cuando la tierna madre se avecina.
¡Mi bien! ¡Mi amor!: ¡Por la encendida y clara
mirada de tus ojos, con anhelo
penetra el alma, de tu ser avara..!
¡Ay!, ¡ni el ángel caído más consuelo
pudiera disfrutar, si penetrara
segunda vez en la región del cielo!
Mis deseos
Quisiera adivinarte los antojos,
y de súbito en ellos transformarme;
ser tu sueño, y callado apoderarme
de todos tus riquísimos despojos;
aire sutil que con tus labios rojos
tuvieras que beberme y respirarme;
quisiera ser tu alma, y asomarme
a las claras ventanas de tus ojos.
Quisiera ser la música que en calma
te adula el corazón: mas si constante
mi fe consigue la escondida palma,
ni aire sutil, ni sueño penetrante,
ni música de amor, ni ser tu alma,
nada es tan dulce como ser tu amante.
Sin palabras
Mil veces con palabras de dulzura
esta pasión comunicarte ansío;
mas, ¿qué palabras hallaré, bien mío,
que no haya profanado la impostura?
Penetre en ti callada mi ternura,
sin detenerse en el menor desvío,
como rayo de luna en claro río,
como aroma sutil en aura pura.
Ábreme el alma silenciosamente,
y déjame que inunde satisfecho
sus regiones, de amor y encanto llenas...
Fiel pensamiento, animaré tu mente;
afecto dulce, viviré en tu pecho;
llama suave, correré en tus venas.
Parte II
Alfonso Álvarez de Villasandino
Alfonso Álvarez de Villasandino (¿Villasandino?, Castilla, c.1340-1350 - c. 1424) fue un poeta castellano medieval. Fue básicamente un poeta de cancionero, es decir, un representante del tipo de poesía culta que había surgido bajo la influencia de la lírica trovadoresca provenzal, y la principal figura literaria junto con Pero Ferrús en la Corte del rey de Castilla Enrique II.
6.A los amores de una mora
7.Excelencias de la virgen
8.Señora, flor de Azucena
A los amores de una mora
Quien de linda se enamora,
atender deve perdón
en casso que sea mora.
El amor e la ventura
me ficieron ir mirar
muy graciosa criatura
de linaje de aguar;
quien fablare verdat pura,
bien puede decir que non
tiene talle de pastora.
Linda rosa muy suave
vi plantada en un vergel,
puesta so secreta llave
de la línea de Ismael:
maguer sea cossa grave,
con todo mi corazón
la rescibo por señora.
Mahomad el atrevido
ordenó que fuese tal,
de asseo noble, cumplido,
alvos pechos de cristal:
de alabastro muy bruñido
debié ser con gran razón
lo que cubre su alcandora.
Diole tanta fermosura
que non lo puedo decir;
cuantos miran su figura
todos la aman servir.
Con lindeza e apostura
vence a todas cuantas son
de alcuña donde mora.
No sé hombre tan guardado
que viese su resplandor
que non fuese conquistado
en un punto de su amor.
Por haber tal gasajado
yo pornía en condición
la mi alma pecadora.
Excelencias de la virgen
Quien sabría nin diría
cuánta fué tu omildanza,
o María, puerta e vía
de salud e de holganza.
Fianza
tengo en ti, muy dulce flor,
que por ser tu servidor
habré de Dios perdonanza.
Noble rosa, hija e esposa
de Dios, e su madre dina,
amorosa es la tu prosa,
Ave, estela matutina.
Enclina
tus orejas de dulzor
oyendo a mí, pecador,
ayudándome festina.
Quien te apela maristela,
flor del ángel saludada,
sin cautela non recela
la tenebrosa morada.
Criada
fuiste limpia, sin error,
porque el alto Emperador
te nos dió por abogada.
Que parrías al Mexías
dijeron gentes discretas,
Jeremías e Isaías,
Daniel e otros profetas.
Poetas
te loan e loarán,
e los santos cantarán
por ti en gloria chanzonetas.
Señora, flor de Azucena
Señora, flor de azucena,
claro viso angelical,
vuestro amor me da gran pena.
Muchas en Extremadura
vos han gran envidia pura,
de cuantas han hermosura:
dubdo mucho si fue tal
en su tiempo Policena.
Fizo vos Dios delicada,
honesta, bien enseñada:
vuestra color matizada
más que rosa del rosal,
me tormenta e desordena.
Donaire, gracioso brío,
es todo vuestro atavío,
linda flor, deleite mío;
yo vos fui siempre leal
más que fue Paris a Elena.
Vuestra vista deleitosa
más que lirio nin que rosa
me conquista, pues non osa
mi corazón decir cuál
es quien así lo enajena.
Complida de noble aseo,
cuando vuestra imagen veo,
otro placer non desseo
sinon sofrir bien o mal,
andando en vuestra cadena.
Non me basta más mi seso,
pláceme ser vuestro preso;
señora, por ende beso
vuestras manos de cristal,
clara luna en mayo llena.
Parte III
Alfonso Onceno
Alfonso XI de Castilla, llamado «el Justiciero» (Salamanca, 13 de agosto de 1311 - Gibraltar, 26 de marzo de 1350), fue rey de Castilla,a bisnieto de Alfonso X «el Sabio».
Muerto su padre, Fernando IV, en 1312, se desarrollaron multitud de disputas entre varios aspirantes a ostentar la regencia, resueltas en 1313. Los infantes Juan, tío abuelo del rey, y Pedro, tío del rey, formaron regencia, y la tutela la asumió su madre Constanza y tras su muerte el 18 de noviembre de 1313, la asumió su abuela María de Molina. En 1319, como consecuencia de una campaña militar contra Granada, mueren los mencionados tutores don Juan y don Pedro, quedando María de Molina como única regente hasta su fallecimiento el 1 de julio de 1321. A partir del fallecimiento de los mencionados tutores en 1319, el infante Felipe —hijo de Sancho IV de Castilla y de María de Molina y hermano por tanto del fallecido infante Pedro— don Juan Manuel —tío segundo del rey por ser nieto de Fernando III— y Juan de Haro «el Tuerto» —hijo del fallecido tutor Juan y tío segundo del rey— dividieron el reino con motivo de sus aspiraciones a la regencia, mientras era saqueado por los moros y nobles levantiscos. Alfonso, una vez declarado mayor de edad en 1325, asumió el trono, consiguiendo durante su reinado el fortalecimiento del poder real, la resolución de los problemas del estrecho de Gibraltar y la conquista de Algeciras.
9.La gesta de Alcalá (fragmento)
10.Profecía de Merlín
La gesta de Alcalá (fragmento)
Yo bien vos provaré
sus fechos e la su vida.
De Alcalá fablaré,
en commo fue conquerida,
e si asanchar quisieren,
yo gelo sabré contar;
aquellos que lo sopieren
sienpre abrán de fablar.
Por dar honra a los cristianos,
este rey de grand bondat
ayuntó los castellanos
en Cordova, la çibdat.
Entró luego en su carrera,
el noble rey fizo entrada,
fizo tenblar la frontera
e el reyno de Granada.
Illora luego corrió,
Montefrío, otro tal,
sobre Alcalá se bolvió
este buen rey natural.
Vió Alcalá de Bençayde,
e miróla commo cuerdo,
Enbió por el alcayde,
don Abrahám, el guerdo.
De la villa se salió
este alcayde pagano,
con el noble rey se vió,
e fuele besar la mano.
Dixo: "Omillone, señor,
don Alfonso de Castiella,
commo aquel rey mejor,
que nunca sobió en siella,
rey muy bien aventurado,
qual otro non fue nasçido".
El rey fabló mesurado:
"Bien seades bos benido.
Por bos enbié, alcayde,
para saber una cosa,
beo Alcalá de Vençayde,
villa fuerte e muy fermosa;
bien se que non han paganos
tan buena billa sin falla,
non ha moros nin cristianos
que le puedan dar batalla...
Profecía de Merlín
Dixo: "El el león d�España
de sangre fará carnino
del lobo de la montaña
dentro en la fuente del vino."
Non quiso más declarar
Merlín el de gran saber:
yo quier paladinar
como puedan entender:
el león de la España
fue el buen rey, ciertamiente;
el lobo de la montaña
fue don Juan, el su pariente;
e el rey, quando era niño,
mató a don Juan el Tuerto;
Toro es la fuente del vino
a do don Johán fue muerto.
Parte IV
Alfredo Espino
Edgardo Alfredo Espino Najarro (Ahuachapán; 8 de enero de 1900-San Salvador; 24 de mayo de 1928), conocido como Alfredo Espino, fue un poeta salvadoreño.
Nació en el Departamento de Ahuachapán, zona occidental de El Salvador, el 8 de enero de 1900. Hijo de Enriqueta Najarro de Espino y Alfonso Espino, ambos profesores y poetas, creció en un hogar que respiraba poesía y amor al arte.
11.Árbol de fuego
12.Ascensión
13.Cañal en flor
14.Después de la lluvia
15.El nido
16.La muchachita pálida
17.La tórtola
18.Las manos de mi madre
19.Los potros
20.Quezaltepec
21.Un rancho y un lucero
Árbol de fuego
Son tan vivos los rubores
de tus flores, raro amigo,
que yo a tus flores les digo:
Corazones hechos flores
.
Y a pensar a veces llego:
Si este árbol labios se hiciera...
¡ah, cuánto beso naciera
de tantos labios de fuego...!
Amigo: qué lindos trajes
te ha regalado el Señor;
te prefirió con su amor
vistiendo de celajes...
Qué bueno el cielo contigo,
árbol de la tierra mía...
Con el alma te bendigo,
porque me das tu poesía...
Bajo un jardín de celajes,
al verte estuve creyendo
que ya el sol se estaba hundiendo
adentro de tus ramajes.
Ascensión
¡Dos alas!... ¿Quién tuviera dos alas para el vuelo?
Esta tarde, en la cumbre, casi las he tenido.
Desde aquí veo el mar, tan azul, tan dormido,
que si no fuera un mar, ¡Bien sería otro cielo!...
Cumbres, divinas cumbres, excelsos miradores...
¡Que pequeños los hombres! No llegan los rumores
de allá abajo, del cieno; ni el grito horripilante
con que aúlla el deseo, ni el clamor desbordante
de las malas pasiones... Lo rastrero no sube:
ésta cumbre es el reino del pájaro y la nube...
Aquí he visto una cosa muy dulce y extraña,
como es la de haber visto llorando una montaña...
el agua brota lenta, y en su remanso brilla la luz;
un ternerito viene, y luego se arrodilla
al borde del estanque, y al doblar la testuz,
por beber agua limpia, bebe agua y bebe luz...
Y luego se oye un ruido por lomas y floresta,
como si una tormenta rodara por la cuesta:
animales que vienen con una fiebre extraña
a beberse las lágrimas que llora la montaña.
Va llegando la noche. Ya no se mira el mar.
Y que asco y que tristeza comenzar a bajar...
(¡Quién tuviera dos alas, dos alas para un vuelo!
Esta tarde, en la cumbre, casi las he tenido,
con el loco deseo de haberlas extendido
¡Sobre aquél mar dormido que parecía un cielo!)
Un río entre verdores se pierde a mis espaldas,
como un hilo de plata que enhebrara esmeraldas...
Cañal en flor
Eran mares los cañales
que yo contemplaba un día
(mi barca de fantasía
bogaba sobre esos mares).
El cañal no se enguirnalda
como los mares, de espumas;
sus flores más bien son plumas
sobre espadas de esmeralda...
Los vientos-niños perversos-
bajan desde las montañas,
y se oyen entre las cañas
como deshojando versos...
Mientras el hombre es infiel,
tan buenos son los cañales,
porque teniendo puñales,
se dejan robar la miel...
Y que triste la molienda
aunque vuela por la hacienda
de la alegría el tropel,
porque destrozan entrañas
los trapiches y las cañas...
¡Vierten lagrimas de miel!
Después de la lluvia
Por las floridas barrancas
Pasó anoche el aguacero
Y amaneció el limonero
Llorando estrellitas blancas.
Andan perdidos cencerros
Entre frescos yerbazales,
Y pasan las invernales
Neblinas, borrando cerros.
El nido
Es porque un pajarito de la montaña ha hecho,
en el hueco de un árbol, su nido matinal,
que el árbol amanece con música en el pecho,
como que si tuviera corazón musical.
Si el dulce pajarito por entre el hueco asoma,
para beber rocío, para beber aroma,
el árbol de la sierra me da la sensación
de que se le ha salido, cantando, el corazón.
La muchachita pálida
Aquella muchachita pálida que vivía
pidiendo una limosna, de mesón en mesón,
en el umbral la hallaron al despuntar el día,
con las manitas yertas y mudo el corazón.
Nadie sabe quien era ni de donde venía
su risa era una mueca de la desilusión.
Y estaba el sello amargo de la melancolía
perpetuado en dos hondas ojeras de carbón.
En las carnes humanas dejo el hambre sus rastros...
La miraron las nubes, lo supieron los astros...
El cielo llovió estrellas en la paz del suburbio
Nadie sabe quien era la muchachita pálida...
Entre tanto �en la noche, la noche triste y cálida�
arrastrando luceros sigue el arroyo turbio...
La tórtola
¡Cucú, cucú! ¿Estás gimiendo,
tórtola del arrozal?
¡Mirá que me estás haciendo
con tu cantar, mucho mal!
¡Cucú, cucú! EL caserío
se va llenando de calma,
¡y un naranjo y una palma
se están besando en el río...!
Cantarito que te llenas
con el agua del riachuelo:
¡Qué bello es mirar el cielo
bajo las tardes serenas!
Lirio del campo, morena
que hueles a leche y rosas:
¡Cómo el alma es tan dichosa
cuando la vida es serena...!
Entre sonrosadas galas
la tarde se va durmiendo.
Tórtola que está gimiendo:
¡Si eres madrigal con alas!
Las manos de mi madre
Manos las de mi madre, tan acariciadoras,
tan de seda, tan de ella, blancas y bienhechoras.
¡Sólo ellas son las santas, sólo ellas son las que aman,
las que todo prodigan y nada me reclaman!
¡Las que por aliviarme de dudas y querellas,
me sacan las espinas y se las clavan en ellas!
Para el ardor ingrato de recónditas penas,
no hay como la frescura de esas dos azucenas.
¡Ellas cuando la vida deja mis flores mustias
son dos milagros blancos apaciguando angustias!
Y cuando del destino me acosan las maldades,
son dos alas de paz sobre mis tempestades.
Ellas son las celestes; las milagrosas, ellas,
porque hacen que en mi sombra me florezcan estrellas.
Para el dolor, caricias; para el pesar, unción;
¡Son las únicas manos que tienen corazón!
(Rosal de rosas blancas de tersuras eternas:
aprended de blancuras en las manos maternas).
Yo que llevo en el alma las dudas escondidas,
cuando tengo las alas de la ilusión caídas,
¡Las manos maternales aquí en mi pecho son
como dos alas quietas sobre mi corazón!
¡Las manos de mi madre saben borrar tristezas!
¡Las manos de mi madre perfuman con terneza!
Los potros
Ya se acercan los potros; raudamente precisa
el grupo sus contornos de estética salvaje;
entre el pálido rosa del lánguido paisaje
corren desenfrenados, a la par de la brisa.
Los potros ya se acercan: mas lo hacen tan aprisa,
que parece volaran sobre el quieto paraje;
desplázanse los cascos en fantástico viaje
atrás dejando chozas de silueta imprecisa.
Huracanadamente por los llanos nativos,
van devorando leguas los potros fugitivos,
por burlar los afanes de inútil seguimiento;
como una sombra alada pasan ante nosotros,
y los recios gañanes, en fuga tras los potros,
describen con los lazos rúbricas en el viento...
Quezaltepec
La noche fue dantesca... En medio del mutismo
rompió de pronto el retumbar de un trueno...
Tropel de potros que rompiera el freno
y se lanzara, indómito, al abismo...
Un pálido fulgor de cataclismo,
al cielo que antes se mostró sereno,
siniestramente iluminó de lleno,
como si el cielo se incendiara él mismo...
Entre mil convulsiones de montaña
se abrió la roja y palpitante entraña
en esa amarga noche de penuria...
Y desde el cráter en la abierta herida
brotó la ardiente lava enfurecida
como un boa incendiando de lujuria.
Un rancho y un lucero
Un día �¡primero Dios!�
has de quererme un poquito.
Yo levantaré el ranchito
en que vivamos los dos.
¿Que más pedir? Con tu amor,
mi rancho, un árbol, un perro,
y enfrente el cielo y el cerro
y el cafetalito en flor...
Y entre aroma de saúcos,
un zenzontle que cantará
y una poza que copiará
pajaritos y bejucos.
Lo que los pobres queremos,
lo que los pobres amamos,
eso que tanto adoramos
porque es lo que no tenemos...
Con sólo eso, vida mía;
con sólo eso:
con mi verso, con tu beso,
lo demás nos sobraría...
Porque no hay nada mejor
que un monte, un rancho, un lucero,
cuando se tiene un Te quiero
y huele a sendas en flor...
Parte V
Álvaro de Luna
Álvaro de Luna (Cañete, Cuenca, c. 1390-Valladolid, 2 de junio de 1453), fue un noble castellano de la casa de Luna que llegó a ser condestable de Castilla, maestre de la Orden de Santiago y valido del rey Juan II de Castilla. Está enterrado en la capilla de Santiago, en la girola de la catedral de Toledo.
22.Canciones (I)
23.Canciones (II)
24.Canción (III)
Canciones (I)
Si Dios, nuestro Salvador,
ovier de tomar amiga,
fuera mi competidor.
Aun se m´antoxa, senyor,
si esta tema tomaras,
que justas e quebrar varas
hicieras por su amor.
Si fueras mantenedor,
contigo me las pagara,
e non te alzara la vara,
por ser mi competidor.
Canciones (II)
Porque de llorar
et de suspirar
ya non cesaré,
pues que por loar
a quien fuy amar,
ya nunca cobré.
Lo que deseé
et desearé
ya más todavía.
Aunque cierto sé
que menos habré
que en el primer día.
De quien su porfia
me quita alegría,
después que la vi.
Que ya más querría
morir algún día
que bevir ansí.
Mas pues presumí
que desque nascí
por ti padecer,
pues gran mal sofrí
reciba de ti
agora placer.
Canción (III)
Mi persona siempre fue
et assí será toda ora,
servidor de una senyora
la qual yo nunca diré.
Ya de Dios fue ordenado,
quando me fizo nacer,
que fuesse luego ofrecer
mi servicio a vos de grado.
Tomat, senyora, cuidado
de mí, que soy todo vuestro,
pues que me fallaste presto
al tiempo que no diré.
Parte VI
Ana María Chouhy Aguirre
Ana María Chouhy Aguirre (1918-1945), poeta argentina,se inscribió en las corrientes neorrománticas de principios de siglo.
En su corta vida gozó de fama por su activismo político, y su denuncia de las corrupciones intelectuales y sociales.
Era temida por sus ácidas críticas aparecidas en Verde Memoria, revista que editó junto al escritor Juan Rodolfo Wilcock entre 1942 y 1944.
25.Soneto de la muerte
Soneto de la muerte
Oh, no, espera un poco, hermosa muerte,
quiero vivir, tu cabellera oscura
roza mi piel intacta con dulzura
mi cuerpo casi tuyo, siempre inerte.
Cruel ansia de vivir, sostenme fuerte,
me llama quedamente la espesura
de un follaje sin luz. Oh todo apura,
oh demasiado amor, voy a perderte.
Giro en extraños círculos llorando,
abandono la tierra despertando
ardientes coros, nubes delicadas.
Entreabriendo portales luminosos,
olvidando las cosas adoradas
entre espacios azules, misteriosos.
Parte VII
Anastasio de Ochoa
El poeta mexicano y sacerdote católico Anastasio María de Ochoa y Acuña nació en Huichapan el domingo 27 de abril de 1783 –hijo de Ignacio Alejandro de Ochoa y de Ursula Sotero de Acuña, ambos españoles de nacimiento– y falleció en la ciudad de México, del cólera, el 4 de septiembre de 1833. Estudió en el Colegio de San Ildefonso, y por los años de 1810 o 1811 fue admitido en la Arcadia Mexicana,escribiendo en ese diario algunas anacreónticas y odas amorosas, y traducciones del latín, del francés y del italiano. En 1813 decidió recibir las órdenes sagradas, estudiando en el Seminario Conciliar de México, donde se ordenó como presbítero en diciembre de 1816, cumplidos ya los 34 años de edad. De 1817 a 1827 fue cura en Querétaro. Su obra poética, en dos volúmenes, se publicó en Nueva York en 1828, bajo el título Poesías de un mexicano.
26.No sé nada
27.Silvia en el prado
No sé nada
¿Con una tinta que venden
exquisita en el Portal,
dizque se curan de su mal,
los que de cisnes se ofenden,
y que ser cuervos pretende
con presunción extremada?
�No sé nada.
¿Dizque es el gasto crecido,
que hacen hombres y mujeres
en perfumes y alfileres;
y de la coqueta, ha habido
mil quejas, porque ha subido
el precio de la pomada?
�No sé nada.
¿Y del Parnaso una espía
dizque avisó que en el Diario
se encontró más de un plagiario
que lucirse pretendía
con lo ajeno que cogía,
siempre la boca callada?
�No sé nada.
Silvia en el prado
Cuando Silvia al prado
sale a divertir,
el campo se alegra
al verla salir.
Jilguerillo hermoso,
bello Colorín,
dulce Filomena,
desde un alhelí
le cantan la salva
con pico sutil,
juzgándola Aurora
al verla salir.
El prado se cubre
de hermoso matiz,
sus cálices abren
florecillas mil,
y el albo pie besan
la rosa y jazmín
a mi pastorcilla
al verla salir.
Si son tan dichosos
que van por allí,
los mis corderillos
van a recibir,
y triscan alegres
indicando así
el gozo que tienen
al verla salir.
Al mismo Amor niño
una tarde vi,
que el arco y las flechas
arrojó de sí,
y se fue corriendo
con mi bien a unir,
creyéndola Venus
al verla salir.
Parte VIII
Andrés Bello
Andrés de Jesús María y José Bello López (Caracas, 29 de noviembre de 1781-Santiago, 15 de octubre de 1865) fue un polímata venezolano-chileno. Fue a la vez filósofo, poeta, traductor, filólogo, ensayista, educador, político y diplomático. Considerado como uno de los humanistas más importantes de América, contribuyó en innumerables campos del conocimiento.
En Caracas, fue maestro por un corto periodo de Simón Bolívar y participó en el proceso que llevó a la independencia venezolana. Como parte del bando revolucionario integró, conjuntamente con Luis López Méndez y Simón Bolívar, la primera misión diplomática a Londres, donde residió entre 1810 y 1829.
28.A la nave
29.A Moisés
30.Alocución a la poesía (fragmento)
31.El anauco
32.El cóndor y el poeta
33.La oración por todos
34.Las ovejas
35.Miserere
36.Rubia
A la nave
¿Qué nuevas esperanzas
al mar te llevan? Torna,
torna, atrevida nave,
a la nativa costa.
Aún ves de la pasada
tormenta mil memorias,
¿y ya a correr fortuna
segunda vez te arrojas?
Sembrada está de sirtes
aleves tu derrota,
do tarde los peligros
avisará la sonda.
¡Ah! Vuelve, que aún es tiempo,
mientras el mar las conchas
de la ribera halaga
con apacibles olas.
Presto erizando cerros
vendrá a batir las rocas,
y náufragas reliquias
hará a Neptuno alfombra.
De flámulas de seda
la presumida pompa
no arredra los insultos
de tempestad sonora.
¿Qué valen contra el Euro,
tirano de las ondas,
las barras y leones
de tu dorada popa?
¿Qué tu nombre, famoso
en reinos de la aurora,
y donde al sol recibe
su cristalina alcoba?
Ayer por estas aguas,
segura de sí propia,
desafiaba al viento
otra arrogante proa;
Y ya, padrón infausto
que al navegante asombra,
en un desnudo escollo
está cubierta de ovas.
¡Qué! ¿No me oyes? ¿El rumbo
no tuerces? ¿Orgullosa
descoges nuevas velas,
y sin pavor te engolfas?
¿No ves, ¡oh malhadada!
que ya el cielo se entolda,
y las nubes bramando
relámpagos abortan?
¿No ves la espuma cana,
que hinchada se alborota,
ni el vendaval te asusta,
que silba en las maromas?
¡Vuelve, objeto querido
de mi inquietud ansiosa;
vuelve a la amiga playa,
antes que el sol se esconda!
A Moisés
¿Qué son las fuentes en que el oro brilla,
y el mármol de colores,
a par del Nilo, y de esta verde orilla
esmaltada de flores?
No es tan grato el incienso que consume
en el altar la llama,
como entre los aromos el perfume
que el céfiro derrama.
Ni en el festín real me gozo tanto,
como en oír la orquesta
alada, que, esparciendo dulce canto,
anima la floresta.
¿Véis cuál se pinta en la corriente clara
el puro azul del cielo?
El cinto desatadme, y la tïara,
y el importuno velo.
¿Véis en aquel remanso trasparente
zabullirse la garza?
Las ropas deponed; y al blando ambiente,
el cabello se esparza.
Alocución a la poesía (fragmento)
Divina poesía,
tú, de la soledad habitadora,
a consultar tus cantos enseñada
con el silencio de la selva umbría;
tú, a quien la verde gruta fue morada,
y el eco de los montes compañía;
tiempo es que dejes ya la culta Europa,
que tu nativa rustiquez desama,
y dirijas el vuelo adonde te abre
el mundo de Colón su grande escena.
También propicio allí respeta el cielo
la simple verde rama
con que al valor coronas;
también allí la florecida vega,
el bosque enmarañado, el sesgo río,
colores mil a tus pinceles brinda;
y céfiro revuelto entre las rosas;
y fúlgidas estrellas
tachonan la carroza de la noche;
y el Rey del cielo, entre cortinas bellas
de nacaradas nubes, se levanta,
y la avecilla en no aprendidos tonos
con dulce pico endechas de amor canta.
¿Qué a ti, silvestre ninfa, son las pompas
de dorados alcázares reales?
¿A tributar también irás con ellos,
en medio de la turba cortesana,
el torpe incienso de servil lisonja?
No tal te vieron tus más bellos días
cuando en la infancia de la gente humana,
maestra de los pueblos y los reyes,
cantaste al mundo las primeras leyes.
No te detenga, ¡oh diosa!,
esta región de luz y de miseria,
en donde tu ambiciosa
rival Filosofía,
que la virtud a cálculo somete,
de los mortales te ha usurpado el culto;
donde la coronada hidra amenaza
traer de nuevo al pensamiento esclavo
la antigua noche de barbarie y crimen;
donde la libertad, vano delirio,
fe la servilidad, grandeza el fasto,
la corrupción cultura se apellida:
descuelga de la encina carcomida
tu dulce lira de oro, con que un tiempo
los prados y las flores, el susurro
de la floresta opaca, el apacible
murmurar del arroyo transparente,
las gracias atractivas
de natura inocente
a los hombres cantaste embelesados;
y sobre el vasto Atlántico tendiendo
las vigorosas alas, a otro cielo,
a otro mundo, a otras gentes te encamina,
do viste aún su primitivo traje
la tierra, al hombre sometida apenas;
y las riquezas de los climas todos,
América, del sol joven esposa,
del antiguo océano hija postrera
en su seno feraz cría y esmera.
El anauco
Irrite la codicia
por rumbos ignorados
a la sonante Tetis
y bramadores austros;
el pino que habitaba
del Betis fortunado
las márgenes amenas
vestidas de amaranto,
impunemente admire
los deliciosos campos
del Ganges caudaloso,
de aromas coronado.
Tú, verde y apacible
ribera del Anauco,
para mí más alegre,
que los bosques idalios
y las vegas hermosas
de la plácida Pafos,
resonarás continuo
con mis humildes cantos;
y cuando ya mi sombra
sobre el funesto barco
visite del Erebo
los valles solitarios,
en tus umbrías selvas
y retirados antros
erraré cual un día,
tal vez abandonando
la silenciosa margen
de los estigios lagos.
La turba dolorida
de los pueblos cercanos
evocará mis manes
con lastimero llanto;
y ante la triste tumba,
de funerales ramos
vestida, y olorosa
con perfumes indianos,
dirá llorando Filis:
«Aquí descansa Fabio» .
¡Mil veces venturoso!
Pero, tú, desdichado,
por bárbaras naciones
lejos del clima patrio
débilmente vaciles
al peso de los años.
Devoren tu cadáver
los canes sanguinarios
que apacienta Caribdis
en sus rudos peñascos;
ni aplaque tus cenizas
con ayes lastimados
la pérfida consorte
ceñida de otros brazos.
El cóndor y el poeta
Diálogo
POETA
-Escucha, amigo Cóndor, mi exorcismo;
obedece a la voz del mago Mitre,
que ha convertido en trípode el pupitre;
apréstate a una espléndida misión.
CÓNDOR
-¡Poeta audaz, que de mi aéreo nido
en el silencio lóbrego derramas
cántico misterioso! ¿a qué me llamas?
Yo sostengo de Chile el paladión.
POETA
-No importa; es caso urgente, es una empresa
digna de ti, de tu encumbrado vuelo,
y de tus uñas; subirás al cielo,
escalarás la vasta esfera azul.
CÓNDOR
-¿Y qué será del paladión en tanto,
cuya custodia la nación me fía?
POETA
-Puedes encomendarlo por un día
a las fieles pezuñas del Huemul.
CÓNDOR
Pero el camino del Olimpo ignoro.
POETA
-Mientes; tú hurtaste al cielo, ave altanera,
en pro de nuestros padres, la primera
chispa de libertad que en Chile ardió.
CÓNDOR
-¡Falaz leyenda! ¡Apócrifa patraña!
Robaba entonces yo por valle y cumbre,
según mi antigua natural costumbre;
monarca de los buitres era yo.
Años después, llamáronme, y conmigo
vino esa pobre, tímida alimaña,
de los andinos valles ermitaña;
y, el paladión nos dieron a guardar.
Mal concertada yunta, que, algún día,
recordando los hábitos de marras,
estuve a punto de esgrimir las garras,
y atroz huemulicidio ejecutar.
POETA
-¡Oh mente de los hombres adivina!
¡Oh inspiración profética! No sabes,
alado monstruo, espanto de las aves,
el oculto misterio de esa unión.
¡Junto a la mansa paz, atroz instinto
de pillaje y de sangre! ¡Incauto el uno,
audaz el otro en tentador ayuno,
y de la Patria en medio el paladión!
Tremendo porvenir, yo te adivino,
pero no tiemblo. Es fuerza te abras paso
de la ilustrada Europa al rudo ocaso;
está en el libro del destino así.
Sus últimos destellos da la antorcha
que el hijo de Japeto trajo al mundo;
suceda al viejo faro moribundo
joven tizón, ardiente, baladí.
CÓNDOR
-No sé, poeta, interpretar enigmas;
no entiendo de tizones ni de faro.
Deja los circunloquios, y habla claro.
¿De qué se trata? Explícate una vez.
POETA
-De aquel fuego sagrado que trajiste
¿niégaslo en vano? a un ínclito caudillo,
apenas queda agonizante brillo;
nos viene encima infausta lobreguez.
Renovarlo es preciso.
CÓNDOR
-¿Cómo?
POETA
-Debes
seguir del sol la luminosa huella,
sorprenderle, robarle una centella,
metértela en los ojos, y escapar.
CÓNDOR
-Muy bien; me guardo el fuego en las pupilas,
cual si fueran volcánicas cavernas.
¿Y qué haré luego de mis dos linternas?
POETA
-Quiero a Chile con ellas incendiar.
CÓNDOR
-¿Incendiarlo? ¿Estás loco? ¿De eso tratas?
POETA
-Incendiarlo pretendo en patriotismo;
abrasarlo, molondro, no es lo mismo;
quiero hacer una inmensa fundición.
Quiero llamas que cundan pavorosas,
descomunales llamas, llamas grandes,
que derritan la nieve de los Andes
y la de tanto helado corazón.
¿Abrasar? ¡Linda flema! -¿Es tiempo ahora
de contentarse con mezquinas brasas
que den pálida luz, chispas escasas,
como para el abrigo de un desván?
No, señor; vasto incendio, llamas, llamas,
que unas sobre las otras se encaramen,
y levantando rojas crestas bramen,
y les sirva de fuelle un huracán.
Despacha, pues; arranca; desarrolla
el raudo vuelo; tiende el ala grave,
como la parda vela de la nave
cuando silba en la jarcia el vendaval.
Vuela, vuela, plumífero pirata;
recuerda tu nativa felonía;
asalta de improviso al rey del día
en su carroza de oro y de cristal.
CÓNDOR
-Ya te obedezco, y tiendo como mandas,
el ala; aunque eso de tenderla un ave
no ligera ni leve, sino grave,
para tanto volar no es lo mejor.
Y si de más a más tenderla debo,
como la parda vela el navegante
cuando oye la tormenta resonante
que amenazando silba, peor que peor.
Que no despliega entonces el velamen,
antes amaina el cauto marinero,
y aguanta a palo seco el choque fiero,
si salvar piensa al mísero bajel.
Así lo vi mil veces, revolando
entre las nubes negras, cuando hinchaba
la Mar del Sur sus ondas, y bregaba
contra la tempestad el timonel.
POETA
-No lo entiendes: la nave del Estado
es la que yo pintaba; y la maniobra
a que apelamos hoy, cuando zozobra,
no es amainar, estúpido ladrón.
CÓNDOR
-¿Pues qué ha de hacer entonces el piloto?
POETA
-Según doctrina de moderna escuela,
debe correr fortuna a toda vela,
sin bitácora, sonda, ni timón.
Si tú leyeras, avechucho idiota,
gacetas nacionales y extranjeras,
la ignorancia en que vives conocieras;
todo ha cambiado entre los hombres ya.
Altos descubrimientos reservados
tuvo el destino al siglo diecinueve;
hoy en cualquiera charco un niño bebe
más que en un hondo río su papá.
¡Oh siglo de los siglos! ¡Cual machacas
es tu almirez decrépitas ideas!
¡Qué de fantasmagorías coloreas
en el vapor del vino y del café!
¡No era lástima ver encandilarse
los hombres estudiándose a sí mismos;
y tras mil embrollados silogismos,
salir con sólo sé que nada sé!
¡Ea, pues! ¡A la empresa! Bate el ala,
y apercibe también las corvas uñas,
y guárdate de mí si refunfuñas,
lobo rapaz, injerto de avestruz.
CÓNDOR
¿volando? -Ama aún el buitre robador su nido;
Chile, a traerte voy, no la centella
que incendiando devora, sino aquella
que da calor vital y hermosa luz.
La oración por todos
I
Ve a rezar, hija mía. Ya es la hora
de la conciencia y del pensar profundo:
cesó el trabajo afanador y al mundo
la sombra va a colgar su pabellón.
Sacude el polvo el árbol del camino,
al soplo de la noche; y en el suelto
manto de la sutil neblina envuelto,
se ve temblar el viejo torreón.
¡Mira su ruedo de cambiante nácar
el occidente más y más angosta;
y enciende sobre el cerro de la costa
el astro de la tarde su fanal.
Para la pobre cena aderezado,
brilla el albergue rústico; y la tarda
vuelta del labrador la esposa aguarda
con su tierna familia en el umbral.
Brota del seno de la azul esfera
uno tras otro fúlgido diamante;
y ya apenas de un carro vacilante
se oye a distancia el desigual rumor.
Todo se hunde en la sombra; el monte, el valle,
y la iglesia, y la choza, y la alquería;
y a los destellos últimos del día,
se orienta en el desierto el viajador.
Naturaleza toda gime: el viento
en la arboleda, el pájaro en el nido,
y la oveja en su trémulo balido,
y el arroyuelo en su correr fugaz.
El día es para el mal y los afanes.
¡He aquí la noche plácida y serena!
El hombre, tras la cuita y la faena,
quiere descanso y oración y paz.
Sonó en la torre la señal: los niños
conversan los niños
conversan con espíritus alados;
y los ojos al cielo levantados,
invocan de rodillas al Señor.
Las manos juntas, y los pies desnudos,
fe en el pecho, alegría en el semblante,
con una misma voz, a un mismo instante,
al Padre Universal piden amor.
Y luego dormirán; y en leda tropa,
sobre su cuna volarán ensueños,
ensueños de oro, diáfanos, risueños,
visiones que imitar no osó el pincel.
Y ya sobre la tersa frente posan,
ya beben el aliento a las bermejas
bocas, como lo chupan las abejas
a la fresca azucena y al clavel.
Como para dormirse, bajo el ala
esconde su cabeza la avecilla,
tal la niñez en su oración sencilla
adormece su mente virginal.
¡Oh dulce devoción que reza y ríe!
¡De natural piedad primer aviso!
¡Fragancia de la flor del paraíso!
¡Preludio del concierto celestial!
II
Ve a rezar, hija mía. Y ante todo,
ruega a Dios por tu madre: por aquella
que te dio el ser, y la mitad más bella
de su existencia ha vinculado en él;
que en su seno hospedó tu joven alma,
de una llama celeste desprendida;
y haciendo dos porciones de la vida,
tomó el acíbar y te dio la miel.
Ruega después por mí, más que tu madre
lo necesito yo... Sencilla, buena,
modesta como tú, sufre la pena,
y devora en silencio su dolor.
A muchos compasión, a nadie envidia,
la vi tener en mi fortuna escasa.
Como sobre el cristal la sombra, pasa
sobre su alma el ejemplo corruptor.
No le son conocidos...¡ni lo sean
a ti jamás! ... los frívolos azares
de la vana fortuna, los pesares
ceñudos que anticipan la vejez;
de oculto oprobio el torcedor, la espina
que punza a la conciencia delincuente,
la honda fiebre del alma, que la frente
tiñe con enfermiza palidez.
Mas yo la vida por mi mal conozco,
conozco el mundo, y sé su alevosía;
y tal vez de mi boca oirás un día
lo que valen las dichas que nos da.
Y sabrás lo que guarda a los que rifan
riquezas y poder, la urna aleatoria,
y que tal vez la senda que a la gloria
guiar parece, a la miseria va.
Viviendo, su pureza empaña el alma,
y cada instante alguna culpa nueva
arrastra en la corriente que la lleva
con rápido descenso al ataúd.
La tentación seduce; el juicio engaña;
en los zarzales del camino, deja
alguna cosa cada cual: la oveja
su blanca lana, el hombre su virtud.
Ve, hija mía, a rezar por mí, al cielo
pocas palabras dirigir te baste;
"Piedad, Señor, al hombre que criaste;
eres Grandeza; eres Bondad; ¡perdón!
Y Dios te oirá que cuál del ara santa
sube el humo a la cúpula eminente,
sube del pecho cándido, inocente,
al trono del Eterno la oración.
Todo tiende a su fin: a la luz pura
del sol, la planta; el cervatillo atado,
a cervatillo atado,
a la libre montaña; el desterrado,
al caro suelo que lo vio nacer;
y la abejilla en el frondoso valle,
de los nuevos tomillos al aroma;
y la oración en alas de paloma
a la morada del Supremo Ser.
Cuando por mí se eleva a Dios tu ruego,
soy como el fatigado peregrino,
que su carga a la orilla del camino
deposita y se sienta a respirar;
porque de tu plegaria el dulce canto
alivia el peso a mi existencia amarga,
y quita de mis hombros esta carga,
que me agobia de culpa y de pesar.
Ruega por mí, y alcánzame que vea,
en esta noche de pavor, el vuelo
de un ángel compasivo, que del cielo
traiga a mis ojos la perdida luz.
Y pura finalmente, como el mármol
que se lava en el templo cada día,
arda en sagrado fuego el alma mía,
como arde el incensario ante la cruz.
III
Ruega, hija, por tus hermanos,
los que contigo crecieron,
y en un mismo seno exprimieron,
y un mismo techo abrigó.
Ni por los que te amen sólo
el favor del cielo implores;
por justos y pecadores,
Cristo en la cruz expiró.
Ruega por el orgulloso
que ufano se pavonea,
y en su dorada librea,
funda insensata altivez;
y por el mendigo humilde
que sufre el ceño mezquino
de los que beben el vino
porque le dejen la hez.
Por el que de torpes vicios
sumido en profundo cieno,
hace aullar el canto obsceno
de nocturna bacanal.
Y por la velada virgen
que en su solitario lecho
con la mano hiriendo el pecho,
reza el himno sepulcral.
Por el hombre sin entrañas,
en cuyo pecho no vibra
una simpática fibra
al pesar y a la aflicción.
Que no da sustento al hambre,
ni a la desnudez vestido,
ni da la mano al caído,
ni da a la injuria perdón.
Por el que en mirar se goza
su puñal de sangre rojo,
buscando el rico despojo,
o la venganza cruel.
Y por el que en vil libelo
destroza una fama pura,
y en la aleve mordedura
escupe asquerosa hiel.
Por el que surca animoso
la mar de peligros, llena;
por el que arrastra cadena,
y por su duro señor.
Por la razón que leyendo,
en el gran libro, vigila;
por la razón que vacila:
por la que abraza el error.
Acuérdate en fin, de todos
los que penan y trabajan;
y de todos los que viajan
por esa vida mortal.
Acuérdate aun del malvado
que a Dios blasfemando irrita.
La oración es infinita:
nada agota su caudal.
IV
¡Hija! reza también por los que cubre
la soporosa piedra de la tumba,
profunda sima adonde se derrumba
la turba de los hombres mil a mil:
abismo en que se mezcla polvo a polvo,
y pueblo a pueblo; cual se ve a la hoja
de que el añoso bosque Abril despoja,
mezclar
la suya otro y otro Abril.
Arrodilla, arrodíllate en la tierra
donde segada en flor yace mi Lola,
coronada de angélica aureola;
do helado duerme cuanto fue mortal;
donde cautivas almas piden preces
que las restauren a su ser primero,
y purguen las reliquias del grosero
vaso, que las contuvo, terrenal.
¡Hija! cuando tú duermes, te sonríes,
y cien apariciones peregrinas,
sacuden retozando tus cortinas:
travieso enjambre, alegre, volador.
Y otra vez a la luz abres los ojos,
al mismo tiempo que la aurora hermosa
abre también sus párpados de rosa,
y da a la tierra el deseado albor.
¡Pero esas pobres almas!...¡si supieras
que sueño duermen!... su almohada es fría;
duro su lecho; angélica armonía
no regocija nunca su prisión.
No es reposo el sopor que las abruma;
para su noche no hay albor temprano;
y la conciencia, velador gusano,
les roe inexorable el corazón.
Una plegaria, un solo acento tuyo,
hará que gocen pasajero alivio,
y de que luz celeste un rayo tibio
logre a su oscura estancia penetrar;
que el atormentador remordimiento
una tregua a sus víctimas conceda,
y del aire, y el agua, y la arboleda,
oigan el apacible susurrar.
Cuando en el campo con pavor secreto
la sombra ves, que de los cielos baja,
la nieve que las cumbres amortaja,
y del ocaso el tinte carmesí:
en las quejas de aura y de la fuente
¿no te parece que una voz retiña?
una doliente retiña?
una doliente voz que dice: "Niña,
cuándo tú reces, ¿rezarás por mí?"
Es la voz de las almas. A los muertos
que oraciones alcanzan, no escarnece
el rebelado arcángel, y florece
sobre su tumba perennal tapiz.
Más ¡ay! los que yacen olvidados
cubren perpetuo horror, hierbas extrañas
ciegan su sepultura; a sus entrañas
¡árbol funesto enreda la raíz!
Y yo también, (no dista mucho el día)
huésped seré de la morada oscura,
y el ruego invocaré de un alma pura,
que a mi largo penar consuelo dé.
Y dulce entonces me será que vengas,
y para mí la eterna paz implores,
y en la desnuda loza esparzas flores,
simple tributo de amorosa fe.
¿Perdonarás a mi enemiga estrella,
si disipadas fueron una a una
las que mecieron tu mullida cuna
esperanzas de alegre porvenir?
Sí, le perdonarás; y mi memoria
te arrancará una lágrima, un suspiro
que llegue hasta mi lóbrego retiro,
y haga mi helado polvo rebullir.
Las ovejas
«¿Líbranos de la fiera tiranía
de los humanos, Jove omnipotente
¡una oveja decía,
entregando el vellón a la tijera?
que en nuestra pobre gente
hace el pastor más daño
en la semana, que en el mes o el año
la garra de los tigres nos hiciera.
Vengan, padre común de los vivientes,
los veranos ardientes;
venga el invierno frío,
y danos por albergue el bosque umbrío,
dejándonos vivir independientes,
donde jamás oigamos la zampoña
aborrecida, que nos da la roña,
ni veamos armado
del maldito cayado
al hombre destructor que nos maltrata,
y nos trasquila, y ciento a ciento mata.
Suelta la liebre pace
de lo que gusta, y va donde le place,
sin zagal, sin redil y sin cencerro;
y las tristes ovejas ¡duro caso!
si hemos de dar un paso,
tenemos que pedir licencia al perro.
Viste y abriga al hombre nuestra lana;
el carnero es su vianda cuotidiana;
y cuando airado envías a la tierra,
por sus delitos, hambre, peste o guerra,
¿quién ha visto que corra sangre humana?
en tus altares? No: la oveja sola
para aplacar tu cólera se inmola.
Él lo peca, y nosotras lo pagamos.
¿Y es razón que sujetas al gobierno
de esta malvada raza, Dios eterno,
para siempre vivamos?
¿Qué te costaba darnos, si ordenabas
que fuésemos esclavas,
menos crüeles amos?
Que matanza a matanza y robo a robo,
harto más fiera es el pastor que el lobo» .
Mientras que así se queja
la sin ventura oveja
la monda piel fregándose en la grama,
y el vulgo de inocentes baladores
¡vivan los lobos! clama
y ¡mueran los pastores!
y en súbito rebato
cunde el pronunciamiento de hato en hato
el senado ovejuno
«¡ah!» dice, «todo es uno».
Miserere
¡Piedad, piedad, Dios mío!
¡Que tu misericordia me socorra!
Según la muchedumbre
de tus clemencias, mis delitos borra.
De mis iniquidades
lávame más y más; mi depravado
corazón quede limpio
de la horrorosa mancha del pecado.
Porque, Señor, conozco
toda la fealdad de mi delito,
y mi conciencia propia
me acusa y contra mí levanta el grito.
Pequé contra Ti solo;
a tu vista obré mal; para que brille
tu justicia, y vencido,
el que te juzgue tiemble y se arrodille.
Objeto de tus iras
nací, de iniquidades mancillado,
y en el materno seno
cubrió mi ser la sombra del pecado.
En la verdad te gozas
y para más rubor y más afrenta,
tesoros me mostraste
de oculta celestial sabiduría.
Pero con el hisopo
me rociarán, y ni una mancha leve
tendré ya; lavárasme,
y quedaré más blanco que la nieve.
Sonarán tus acentos
de consuelo y de paz en mis oídos,
y celeste alegría
conmoverá mis huesos.
Aparta, pues, aparta
tu faz, ¡oh, Dios!, de mi maldad horrenda
rastro de culpa por tu enojo encienda.
En mis entrañas cría
un corazón que con ardiente afecto
te busque; un alma pura,
enamorada de lo justo y recto.
De tu dulce presencia,
en que al lloroso pecador recibes,
no me arrojes airado
ni de tu santa inspiración me prives.
Restáurame en tu gracia,
que es del alma salud, vida y contento;
y al débil pecho infunde
de un ánimo real el noble aliento:
haré que el hombre injusto
de su razón conozca el extravío;
le mostraré tu senda,
y a tu ley santa volverá al impío.
Mas líbrame de sangre,
¡mi Dios, mi Salvador! ¡Inmensa fuente
de piedad! Y mi lengua
loará tu justicia eternamente.
Desatarás mis labios,
si santo un pecador que llora alcanza,
y gozosa a las gentes
anunciará mi lengua tu alabanza.
Que si víctima fueran
gratas a Ti, las inmolará luego;
pero no es sacrificio
que te deleita el que consume el fuego.
Un corazón doliente
es la expiación que a tu justicia agrada:
la víctima que aceptas
es un alma contrita y humillada.
Vuelve a Sión tu benigno
rostro primero y tu piedad amante
y sus muros humilde
Jerusalén, Señor, al fin levante.
Y de puras ofrendas
se colmarán tus aras y propicio
recibirás un día
el grande inmaculado sacrificio.
Rubia
¿Sabes, rubia, qué gracia solicito
cuando de ofrendas cubro los altares?
No ricos muebles, no soberbios lares,
ni una mesa que adule al apetito.
De Aragua a las orillas un distrito
que me tribute fáciles manjares,
do vecino a mis rústicos hogares
entre peñascos corra un arroyito.
Para acogerme en el calor estivo,
que tenga una arboleda también quiero,
do crezca junto al sauce el coco altivo.
¡Felice yo si en este albergue muero;
y al exhalar mi aliento fugitivo,
sello en tus labios el adiós postrero!
Parte IX
Ángel Saavedra, Duque de Rivas
Ángel de Saavedra y Ramírez de Baquedano (Córdoba, 10 de marzo de 1791 – Madrid, 22 de junio de 1865), III duque de Rivas y grande de España, fue un dramaturgo, poeta, historiador, pintor y estadista español, que hoy goza de notoriedad por su drama romántico Don Álvaro o la fuerza del sino (1835). Fue embajador en Nápoles y en París, vicepresidente del Senado y del Estamento de Próceres, ministro de la Gobernación y de Marina, presidente del Consejo de Ministros (durante solo dos días de 1854), presidente del Consejo de Estado y director de las Reales Academias de la Lengua y de la Historia.
37.Con once heridas mortales
38.El faro de Malta
39.La antigualla de Sevilla
Con once heridas mortales
Con once heridas mortales,
hecha pedazos la espada,
el caballero sin aliento
y perdida la batalla,
manchado de sangre y polvo,
en noche oscura y nublada,
en Ontígola vencido
y deshecha mi esperanza,
casi en brazos de la muerte
el laso potro aguijaba
sobre cadáveres yertos
y armaduras destrozadas.
Y por una oculta senda
que el Cielo me depara,
entre sustos y congojas
llegar logré a Villacañas.
La hermosísima Filena,
de mi desastre apiadada,
me ofreció su hogar, su lecho
y consuelo a mis desgracias.
Registróme las heridas,
y con manos delicadas
me limpió el polvo y la sangre
que en negro raudal manaban.
Curábame las heridas,
y mayores me las daba;
curábame el cuerpo,
me las causaba en el alma.
Yo, no pudiendo sufrir
el fuego en que me abrazaba,
díjele; "Hermosa Filena,
basta de curarme, basta.
"Más crueles son tus ojos
que las polonesas lanzas:
ellas hirieron mi cuerpo
y ellos el alma me abrasan.
"Tuve contra Marte aliento
en las sangrientas batallas,
y contra el rapaz Cupido
el aliento ahora me falta.
"Deja esa cura, Filena;
déjala, que más me agrabas;
deja la cura del cuerpo,
atiende a curarme el alma
El faro de Malta
Envuelve al mundo extenso triste noche,
ronco huracán y borrascosas nubes
confunden y tinieblas impalpables
el cielo, el mar, la tierra:
Y tú invisible te alzas, en tu frente
ostentando de fuego una corona,
cual rey del caos, que refleja y arde
con luz de paz y vida.
En vano ronco el mar alza sus montes
y revienta a tus pies, do rebramante
creciendo en blanca espuma, esconde y borra
el abrigo del puesto:
Tú, con lengua de fuego, aquí está, dices,
sin voz hablando al timido piloto,
que como a un numen bienhechor te adora,
y en ti los ojos clava.
Tiende apacible noche el manto rico,
que céfiro amoroso desenrolla,
recamado de estrellas y luceros;
por él rueda la luna.
Y entonces tú, de niebla vaporosa
vestido, dejas ver en fórmulas vagas
tu cuerpo colosal, y tu diadema
arde al par de los astros.
Duerme tranquilo el mar, pérfido esconde
rocas aleves, áridos escollos;
falso señuelo son, lejanas lumbres
engañan a las naves.
Mas tú, cuyo esplendor todo lo ofusca;
tú, cuya innoble posición indica
el trono de un monarca, eres su norte,
les adviertes su engaño.
Así de la razón arde la antorcha,
en medio del furor de las pasiones
o de aleves halagos de fortuna,
a los ojos del alma.
Desque refugio de la airada suerte
en esta escasa sierra que presides,
y grato albergue el cielo bondoso
me concedió propicio,
ni una voz solo a mis pesares busco
dulce olvido del dueño entre los brazos,
sin saludarte, y sin tornar los ojos
a tu espléndida frente.
¡Cuantos, ay, desde el seno de los mares
al par los tomarán!...Tras larga ausencia
unos, que vuelven a su patria amada,
a sus hijos y esposa.
otros, prófugos, pobres, perseguidos,
que asilo buscan, cual busqué, lejano,
y a quienes que lo hallaron tu luz dice
hospitalaria estrella.
Arde, y sirve de norte a los bajeles
que de mi patria, aunque de tarde en tarde,
me traen nuevas amargas y renglones
con lágrimas escritos.
Cuando la vez primera deslumbraste
mis afligidos ojos, ¡cuál mi pecho,
destrozado y hundido en amargura,
palpitó venturoso!
Del Lacio moribundo de las riberas
huyendo inhospitables, contrastado
del viento y mar entre ásperos bajíos,
vi tu lumbre divina.
Viéronla como yo los marineros
y, olvidando los votos y plegarias
que en las sordas tinieblas se perdían,
Malta!!! Malta!!!, gritaron;
y fuiste a nuestros ojos la aureola
que orla la frente de la santa imagen
en quien busca afanoso peregrino
la salud y el consuelo.
Jamás te olvidaré, jamás...Tan solo
trocara tu esplendor, sin olvidarlo,
rey de la noche, y de tu excelsa cumbre
la benéfica llama.
Por la llama y los fúlgidos destellos
que lanza, reflejando al sol naciente,
el arcángel dorado que corona
de Córdoba la torre.
La antigualla de Sevilla
Al Excmo. Sr. D. Mauel Cepero.
Romance primero
EL CANDIL
Más ha de quinientos años,
en una torcida calle,
que, de Sevilla en el centro,
da paso a otras principales,
cerca de la media noche,
cuando la ciudad más grande
es de un grande cementerio
en silencio y paz imagen,
de dos desnudas espadas
que trababan un combate,
turbó el repentino encuentro
las tinieblas impalpables.
El crujir de los aceros
sonó por breves instantes,
lanzando azules centellas,
meteoro de desastres.
Y al gemido : �¡ Dios me valga!�
�¡Muerto soy!� y al golpe grave
de un cuerpo que a tierra, vino,
el silencio y paz renacen.
Al punto una ventanilla
de un pobre casuco abren,
y de tendones y huesos,
sin jugo, como sin carne,
una mano y brazo asoman,
que sostienen por el aire
un candil, cuyas destellos
dan luz súbita a la calle.
En pos un rostro aparece
de gomia o bruja espantable,
a que otra marchita mano
o cubre o da sombra en parte.
Ser dijérase la muerte
que salía a apoderarse
de aquella víctima humana
que acababan de inmolarle,
o de la, eterna justicia,
de cuyas miradas nadie
consigue ocultar un crimen,
el testigo formidable,
pues a la llama mezquina,
con el ambiente ondeante,
que dando luz roja al muro
dibujaba desiguales
los tejados y azoteas
sobre el obscuro celaje,
dando fantásticas formas
a esquinas y bocacalles,
se vio en medio del arroyo,
cubierto de lodo y sangre,
el negro bulto tendido
de un traspasado cadáver.
Y de pie a su frente un hombre,
vestido negro ropaje,
con una espada en la mano,
roja hasta los gavilanes.
El cual en el mismo punto,
sorprendido de encontrarse
bañada de luz, esconde
la faz en su embozo, y parte,
aunque no como el culpado
que se fuga por salvarse,
sino como el que inocente
mueve tranquilo el pie y grave.
Al andar, sus choquezuelas
formaban ruido notable,
como el que forman los dados
al confundirse y mezclarse.
Rumor de poca importancia
en la escena lamentable,
mas de tan mágico efecto,
y de un influjo tan grande
en la vieja, que asomaba
el rostro y luz a la calle,
que, cual si oyera el silbido
de venenosa ceraste,
o crujir las negras alas
del precipitado arcángel,
grita en espantoso aullido,
�¡Virgen de los Reyes, valme!�
Suelta el candil, que en las piedras
se apaga y aceite esparce,
y cerrando la ventana
de un golpe, que la deshace,
bajo su mísero lecho
corre a tientas a ocultarse,
tan acongojada y yerta,
que apenas sus pulsos laten,
por sorda y ciega haber sido
aquellos breves instantes,
la mitad diera gustosa
de sus días miserables,
y hubiera dado los días
de amor y dulces afanes
de su juventud, y dado
las caricias de sus padres,
Los encantos de la cuna,
y... en fin, hasta lo que nadie
enajena, la esperanza,
bien solo de los mortales:
Pues lo que ha visto la abruma,
Y la. aterra lo que sabe,
Que hay vistas que son peligros
Y aciertos que muerte valen.
Romance segundo
EL JUEZ
Las cuatro esferas doradas,
que ensartadas en un perno,
obra colosal de moros
con resaltos y letreros,
de la torre de Sevilla
eran remate soberbio,
do el gallardo Giraldillo
hoy marea el mudable viento
(esferas que pocos años
después derrumbó en el suelo
un terremoto) brillaban
del sol matutino al fuego,
cuando en una sala estrecha
del antiguo Alcázar regio,
que entonces reedificaban
tal cual hoy mismo lo vemos,
en un sillón de respaldo
sentado está el Rey Don Pedro,
joven de gallardo talle,
mas de semblante severo.
A reverente distancia,
una rodilla en el suelo,
vestido de negra toga,
blanca barba, albo cabello,
y con la vara de Alcalde
rendida. al poder supremo,
Martín Fernández Cerón
era emblema del respeto.
Y estas palabras de entrambos
recogió el dorado techo,
y la tradición guardólas
para que hoy suenen de nuevo:
R.� ¿Conque en medio de Sevilla
amaneció un hombre muerto,
y no venís a decirme
que está ya el matador preso?
A.� Señor, desde antes del alba,
en que el cadáver sangriento
recogí, varias pesquisas
inútilmente se han hecho.
R.� Más pronta justicia, alcalde,
ha de haber donde yo reino,
y a sus vigilantes ojos
nada ha de estar encubierto,
A.� Tal vez, señor, los judíos,
tal vez los moros, sospecho...
R � ¿Y os vais tras de las sospechas
cuando hay un testigo, y bueno?
"¿No me habéis, Alcalde, dicho,
que un candil se halló en el suelo
cerca del cadáver?... Basta,
que el candil os diga el reo.�
A.� Un candil no tiene lengua.
R,� Pero tiénela su dueño.
y a moverla se le obliga
con las cuerdas del tormento.
"Y ¡vive Dios! que esta noche
ha de estar en aquel puesto
o vuestra cabeza,, Alcalde,
o la cabeza del reo.
El Rey, temblando de ira,
del sillón se alzó de presto,
y el juez alzóse de tierra
temblando también de miedo.
Y haciendo una reverencia,
y otra después, y otra luego,
salióse a ahorcar a Sevilla,
para salvarse, resuelto.
Síguele el Rey con los ojos,
que estuvieran en su puesto
de un basilisco en la frente,
según eran de siniestros;
y de satánica risa,
dando la expresión al gesto,
salió detrás del Alcalde
a pasos largos y lentos.
Por el corredor estuvo
en las alcándaras, viendo
azores y jerifaltes,
y dándoles agua y cebo.
Y con uno sobre el puño
salió a dirigir él mesmo
las obras de aquel palacio,
en que muestra gran empeño.
Y vio poner las portadas
de cincelados maderos,
y él mismo dictó las letras
que aun hoy notamos en ellos.
Después habló largo rato,
a solas y con secreto,
a un su privado, Juan Diente,
diestrísimo ballestero,
señalándole un retrato,
busto de piedra mal hecho,
que con corta semejanza
labró un peregrino griego.
Fue a Triana, vió las naves
y marítimos aprestos;
de Santa Ana entró en la iglesia
y oró brevísimo tiempo;
comió en la Torre de1 Oro,
a las tablas jugó luego
con Martín Gil de Alburquerque;
a caballo dio un paseo.
Y cuando el sol descendía,
dejando esmaltado el cielo
de rosa, morado y oro,
con nubes de grana y fuego,
tornó al Alcázar, vistióse
sayo pardo, manto negro,
tomó un birrete sin plumas
y un estoque de Toledo,
y bajando a 1os jardines
por un postigo secreto,
do Juan Diente le esperaba
entre murtas encubierto,
salió solo, y esto dijo
con recato al ballestero:
"Antes de la media noche
todo esté cual dicho tengo."
Cerró el postigo por fuera,
y en el laberinto ciego
de las calles de Sevilla
desapareció entre el pueblo.
Romance tercero
LA CABEZA
Al tiempo que en el ocaso
su eterna llama sepulta
el sol, y tierras y