Un deseo secreto
By Leanne Banks
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About this ebook
El guapísimo Dylan Barrows hizo que tener amnesia se convirtiera en algo mucho más sencillo para Alisa Jennings. Recordaba muy pocas cosas de ella misma, pero aquel increíble seductor conseguía que se volviera a sentir una mujer completa. Por mucho que Dylan afirmara que solo eran amigos, algo le decía que esa no era toda la verdad. El único deseo de Dylan era recuperar el amor de Alisa, ahora que se le presentaba la oportunidad de arreglar el daño que le había hecho en el pasado. Pero, cuando Alisa recuperara la memoria, ¿sería el corazón de Dylan el que estaría en peligro?
Leanne Banks
Leanne Banks is a New York Times bestselling author with over sixty books to her credit. A book lover and romance fan from even before she learned to read, Leanne has always treasured the way that books allow us to go to new places and experience the lives of wonderful characters. Always ready for a trip to the beach, Leanne lives in Virginia with her family and her Pomeranian muse.
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Un deseo secreto - Leanne Banks
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2001 Leanne Banks
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un deseo secreto, n.º 1102 - marzo 2018
Título original: The Millionaire’s Secret Wish
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-757-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Si te ha gustado este libro…
Prólogo
–Algún día cobrarás por esto, y quizá no te guste cómo te pagan.
–Lo sé –le dijo Dylan Barrow a Michael Hawkins, uno de sus mejores amigos–. Pero tengo que hacerlo.
–Cuando ella recupere la memoria y recuerde quién eres y que no le dijiste la verdad, estarás perdido –le advirtió Michael. Después le pidió otra ronda al camarero del O’Malley’s, en St. Albans, Virginia.
–En realidad, no le está mintiendo –dijo Justin Langdon, otro amigo de Dylan.
–Está omitiendo información –dijo Michael–. Justin, no llevas suficiente tiempo casado como para saber qué de problemas te puedes buscar por omitir información.
Dylan sintió un nudo en la garganta y bebió un poco de cerveza.
–Alisa me necesita. Su madre está viajando por Europa. En estos momentos no tiene a nadie más que a mí.
Michael suspiró y dijo:
–Es difícil creer que Alisa Jennings es la misma chica que solía darnos galletas a escondidas cuando vivíamos en el hogar infantil Granger y su madre trabajaba en la cafetería. ¿Qué es lo que recuerda?
–Cosas sueltas –dijo Dylan–. A veces la miro y noto que se siente totalmente perdida, pero últimamente está cada vez más frustrada y enfadada. El doctor dice que la frustración es normal, y que prefieren verla así que deprimida.
–Siempre fue una mujer luchadora, a su manera –murmuró Justin.
–¿Luchadora? Quizá como una mariposa. Siempre fue muy sensible, nunca quería herir los sentimientos de nadie.
–Pero siempre luchó para seguir a tu lado –dijo Justin–. Recuerdas lo mucho que practicó para vencer el miedo de agarrar la pelota. Un día salió con un ojo morado.
Dylan recordaba el mismo incidente. Cuando vivía en Granger’s Alisa siempre había estado a su lado. Amable, tranquilizadora, constante. Había sido su perdición. Sin darse cuenta, había confiado en ella y daba por hecho que siempre estaría allí. La amistad de la infancia floreció y terminaron siendo un par de adolescentes enamorados. Justo después, la madre de Alisa se casó de nuevo y se mudaron a otro estado.
Cuando ella se marchó, el vacío que sentía Dylan era tan grande que prometió no confiar en nadie de esa manera nunca más.
–Nunca nos has contado la historia completa de lo que pasó cuando los dos os encontrasteis en la universidad –le dijo Justin.
–Terminó muy mal –dijo Dylan, y recordó la expresión de traición que había en los ojos llorosos de Alisa. Ella lo había echado de su vida y nunca volvió a mirar atrás. Con el tiempo, Dylan se percató de que una mujer como Alisa solo aparecía una vez en la vida de un hombre, si es que tenía suerte.
–Tengo la sensación de que ella apenas habla contigo cuando estamos todos –dijo Justin, y miró el reloj–. Pero no te preocupes. Esta noche no te voy a dar la lata. Uno de los gemelos tiene sarampión y creo que nuestra casa va a ser un lío durante todo el mes. No quiero que Amy empiece con su rutina de Juana de Arco, así que tengo que irme temprano.
Dylan miró a Justin. Su amigo siempre había estado en contra del matrimonio y de la paternidad y, sin embargo, se había hecho partidario del matrimonio y era un padre maravilloso para los tres niños que habían adoptado.
–Me asombras –le dijo Dylan–. Y pensar que todo comenzó con tu úlcera de estómago.
Justin esbozó una sonrisa.
–Sí. Amy me salvó la vida en más de un sentido. Quiere saber quién donó el dinero para su programa extraescolar para chicos problemáticos. Hasta el momento, he conseguido eludirla, pero su ingeniosa insistencia podría significar mi muerte –dijo, y bebió un trago de cerveza.
Michael se rio.
–Yo tengo el mismo problema con Kate. Es una tortura tratar de ocultarle a mi esposa mi participación en el Millionaire’s Club.
–Decidimos que sería una asociación benéfica secreta pero si queréis decírselo a vuestras mujeres, no me importa.
Justin y Michael se quedaron en silencio durante un momento.
–Eso significaría que Amy no sería tan creativa para intentar hacerme hablar –dijo Justin, y miró a Michael.
–Dejaremos las cosas tal y como están. Te toca a ti nuestro próximo proyecto –le dijo a Dylan–. ¿Cómo va?
–Despacio pero seguro –dijo él–. Quiero encontrar la manera de comenzar un proyecto de investigación de bioingeniería con Remington Pharmaceuticals.
–Sabía que este iba a ser caro –dijo Justin–. No sé si vamos a tener suficiente dinero para esto.
–Espera –dijo Dylan. Sabía que aunque Justin era millonario, siempre sería un tacaño–. Ya conocéis la historia. El padre que no sabía que tenía hasta que murió me dejó un cargo en la junta directiva de Remington Pharmaceuticals como parte de mi herencia. Al resto de los miembros de la junta no les hizo ninguna gracia, así que he tratado de mantenerme al margen y solo he hecho una sugerencia de vez en cuando. Daba mis votos como un favor. Ahora es el momento de que me los devuelvan.
Michael miró a Dylan con sorpresa.
–Dejaste que se sintieran a gusto contigo, que se endeudaran contigo y ahora vas a presentarles ese proyecto de investigación. Buena estrategia.
–Decidí que era mejor guardarme las energías para las cosas que realmente me importaban.
Michael asintió.
–¿Es algo parecido al hecho de que te lleves a Alisa a tu casa para que se recupere?
–Sí –dijo él. Sabía que tenía que apostar más por Alisa que por el proyecto de bioingeniería. En el fondo, Dylan sabía que era su última posibilidad.
–No me gustaría estar en tu lugar. ¿Cómo crees que va a terminar todo esto? ¿Que te ganarás su eterna gratitud si cuidas de ella mientras se recupera de la amnesia?
–La eterna gratitud sería dar un paso adelante frente a su eterno desdén –masculló Dylan pensando en cómo Alisa no le había concedido ni los buenos días durante los últimos años. Él quería más de lo que admitía. Dio un largo trago y añadió–. Nunca he estado tan seguro de lo que tenía que hacer. Quizá Alisa me odie después, pero ahora me necesita.
Capítulo Uno
¿Era una mujer habladora o callada?
¿Era coqueta y atrevida con los hombres?
¿O era una mujer recatada?
Se miró en el espejo del baño del hospital y trató de reconocerse en el espejo. Tenía los ojos verdes, el pelo liso y rubio y la piel clara a excepción de las moraduras que tenía en la frente. Tenía dos remolinos en el lugar donde el cirujano le había puesto los puntos.
Le habían dicho que se llamaba Alisa Jennings. Sabía que hablaba francés lo bastante bien como para que la contrataran como intérprete.
Sabía que tenía veintiséis años. Pero había tantas cosas que no sabía de sí misma que deseaba gritar. En una de las sesiones con el psiquiatra, había gritado y el especialista permaneció tan calmado que Alisa sintió ganas de tirar la bandeja de la comida contra la pared.
Alisa no sabía muchas cosas, pero sí conocía lo importante que era conocer su propia historia, sus puntos fuertes y sus puntos débiles. Ella no sabía nada de eso, y odiaba ese sentimiento de vacío.
Odiaba las preguntas que le venían a la cabeza. ¿Quién era ella? ¿Era una mujer malvada y egoísta? Suponía que no podía ser muy malvada teniendo en cuenta cómo se había metido en ese lío. Había perseguido al perrito de un niño.
Así que, ¿era una buenaza? Eso era peor que ser malvada.
Quería obtener las respuestas de todas sus preguntas, pero por mucho que lo intentara su cerebro se negaba a dárselas.
–Qué dolor –se dijo, y sacó la lengua al reflejo del espejo.
–¿Te duele algo? –le preguntó una voz masculina.
Alisa reconoció la voz inmediatamente. Quizá no recordara los años de amistad que según decía Dylan habían compartido, pero reconocía su voz porque él había ido a visitarla todos los días desde que ingresó en el hospital.
Salió del baño.
–Pensaba golpearme la cabeza contra la pared para ver si puedo recuperar la memoria.
–Creo que de momento ya te la has golpeado bastante –le dijo, y le acarició con suavidad la moradura que tenía en la frente.
Ella se quedó quieta, observándolo. Era más alto que ella, tenía anchas espaldas y el cuerpo musculoso. Su pelo castaño tenía mechones más rubios, lo que demostraba que pasaba tiempo al sol. Se movía con elegancia y tenía cierto encanto masculino que llamaba la atención de varias enfermeras del hospital. La mirada intensa e inteligente de sus ojos color miel no dejaba traslucir su inquieta sonrisa.
En resumen, su amigo de toda la vida estaba estupendo y Alisa se preguntaba cómo había podido pasar tantos años sin enamorarse de él. Quizá podía