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Niebla en el valle
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Niebla en el valle

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About this ebook

La niebla inunda el valle trayendo con ella cambios en la apacible vida de Yoyo. No viene sola, la muerte asoma entre la humedad y el frio de la noche acompañada por el miedo y un puñado de secretos escondidos a pocos centímetros de sus ojos. Pero Yoyo tiene que despertar de su letargo para iniciar un viaje de final incierto que le descubrirá que el mundo está lleno de maldad.

LanguageEspañol
PublisherLucía Solla
Release dateFeb 23, 2018
ISBN9781370364909
Niebla en el valle

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    Niebla en el valle - Lucía Solla

    N

    a

    NIEBLA EN EL VALLE

    LUCÍA SOLLA

    © 2018 Lucía Solla

    Todos los derechos reservados

    Diseño de la portada de: Jose Manuel Varela González.

    "A J.M.

    Por sus sueños,

    fuerzas,

    ideas.

    Por su paciencia,

    sabiduría,

    inspiración.

    Por todo."

    Toc, toc.

    - Ya voy, ya voy - se escuchó la voz de una mujer a través de la puerta de madera. - Sí.

    - Buenos días. Estoy buscando a alguien, no sé si usted podrá ayudarme.

    - Eso depende de a quien busque - el hombre sonrió de forma amable ante la picaresca de la anciana.

    - Me llamo Antonio Wilson.

    - Un nombre peculiar para la zona.

    - No soy de por aquí. Soy profesor en la universidad.

    - Ajá, pero si no me dice a quien busca, no podré ayudarlo.

    - Cierto, disculpe. No quería que pensase que soy un loco.

    - Todos estamos un poco locos, ¿no cree? - el hombre hizo un amago de sonrisa para no contestar.

    - Estaba buscando a Alfons Wilson.

    - ¿Familia?

    - Más o menos - dijo esquivo.

    - Creo que no puedo ayudarlo.

    - ¿Está segura de que no conoce a nadie llamado así? Es posible que se haga llamar Alfonso.

    - Lo siento.

    El hombre se giró con la intención de irse, no obstante esperó a que un coche azul entrase en la finca. De él se bajó una chica de pelo castaño que se afanaba en refugiarse en su chubasquero para evitar la humedad que traía la niebla que inundaba el valle.

    - Hola, abuela - saludó la joven.

    - Muy amable por atenderme - dijo el hombre mirando a la chica de pies a cabeza.

    - No hay de qué.

    - ¿Quién era? - curioseó Yoyo una vez que el hombre se metió en el coche.

    - Buscaba a un tal Alfonso no sé qué. Venga, vamos a comer. Cada día llegas más tarde.

    - Trabajo.

    - Siempre es trabajo, espero el día en que me des otra respuesta. He hecho lentejas.

    - Voy a sacarme las botas.

    - No me gusta este tiempo. Ni llueve ni deja de llover. ¿Has llamado al nieto de Carmen?

    - ¿Por qué tengo que llamarlo?

    - Para quedar con él.

    - ¿Para qué?

    - Para salir por ahí y hacer algo.

    - Le gustan más delgadas.

    - Perdona, pero tú no estás gorda.

    - Depende de lo que consideres estar gorda.

    - Tú estás rellenita.

    - Gracias por la aclaración.

    - Tienes carne a la que agarrarse. No como esos palillos que se ven en las revistas que si viene un poco de viento se parten en dos.

    - ¿Comemos?

    - Sí, sí. ¿Cómo ha ido el trabajo? - ambas eran unos genios en cambiar de tema de conversación.

    - Bien - dijo con desgana.

    - ¿Algún día intentarás hacer algo que te guste?

    - Algún día, mientras tanto, trabajar en la ferretería me da para vivir.

    - Te vas a marchitar.

    - Gracias, abuela. Me animas mucho.

    - Vamos a comer que se van a enfriar las lentejas.

    ***

    El tiempo de descanso se había evaporado con extrema facilidad. Le tocaba hacer lo mismo de siempre, ponerse las botas, el chubasquero y desandar el camino que había hecho antes de comer hasta la ferretería.

    - Yoyo, ¿hoy tomas un vino conmigo? - le dijo una voz ronca.

    - Otro día.

    - Me voy a hacer viejo esperando a que me digas que sí.

    - Ya eres viejo.

    - Solo tengo 86 años. Estoy en la flor de la vida.

    - Pues para mantener esa flor, deberías seguir con tu paseo.

    - Yoyo, Yoyo. Eres una buena moza, si no buscas un buen zagal te vas a quedar para vestir santos.

    - Gracias.

    Esa era la rutina de todas las tardes: toparse con Anselmo y su picaresca antes de entrar en la tienda y encontrarse a su jefe detrás del mostrador. Esta vez estaba con el teléfono pegado a la oreja anotando cosas en un papel; pero la llegada de Yoyo no le pasó desapercibida y con la cabeza le indicó unas cajas que descansaban en el suelo.

    Ese gesto se traducía en que debía colocar las cosas en las estanterías y despejar el pasillo. El trabajo no era complicado y a veces lo agradecía. Aun así, tanta monotonía estaba haciendo mella en ella, aunque jamás se lo iba a reconocer a su abuela.

    Tocaba colocar una ingente cantidad de tornillos, tuercas y demás miembros de la familia. Los tornillos de menor tamaño decidieron que era un gran día para hacer una excursión fuera de la caja y se colaron debajo de la estantería.

    - Mierda.

    - Ese culito debería salir más a pasear - giró la cabeza para ver quién era el cafre que le había dicho aquello. - ¿Mi pedido está listo?

    Yoyo no se molestó en hablar, solo señaló para el mostrador en dirección a su jefe e ignoró las ganas que tenía de sacar a paseo todas las cosas que le rebullían por la cabeza.

    - Yoyo, ¿sigues sin novio? Se te va a pasar el arroz. Tengo un sobrino, es un poco lento, pero es buen chaval.

    Tragó saliva y siguió a lo suyo haciendo caso omiso a ciertos comentarios que se lanzaban como dardos hacia su espalda. Empezaban a ser demasiado habituales para su gusto y para su paciencia.

    - Si

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