En busca de una princesa: Entre la realeza (2)
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Donna Clayton
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En busca de una princesa - Donna Clayton
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Harlequin Books S.A.
© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
En busca de una princesa, n.º 1702 - octubre 2015
Título original: In Pursuit of a Princess
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español 2002
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-7312-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
Dejemos que la misión comience.
La princesa Ariane de Bergeron miró a su alrededor mientras caminaba por el laberíntico pasillo del castillo. Cualquiera que la hubiera escuchado hablar sola habría dudado de su inteligencia, pero, ¿no era eso lo que ella quería? Sí, dejaría que los ciudadanos de ese país creyeran que era algo tonta.
Estaba en un país extraño y, aunque el paisaje de Rhineland era casi tan bello como el de su propio país, no tenía que olvidarse de que allí había personas que estaban planeando anexionarse su querido St. Michel.
Ariane estaba tan preocupada por sus compatriotas, que había ido allí con la excusa de responder al interés que el príncipe Etienne Kroninberg había mostrado hacia ella. Unos seis meses antes, el príncipe había viajado a St. Michel y la había invitado a acompañarlo a la ópera. Todos se habían dado cuenta entonces del significado de su visita. Etienne había ido porque estaba interesado en la princesa Ariane. Y el padre de esta, el rey Philippe, había estado completamente de acuerdo en que las dos familias deberían unirse.
Ariane había aceptado la invitación, forzada por el protocolo real, pero para ella la ópera era el espectáculo más aburrido de todos los que conocía. Y si al príncipe de Rhineland le gustaba la ópera, seguramente sería porque él era muy aburrido también. Ella, para divertirse durante la velada, había invitado a varios amigos. De hecho, había invitado a tanto, que apenas le había quedado tiempo para estar a solas con el príncipe. Si él se hubiera enterado de lo que había hecho, se habría sentido seriamente ultrajado.
Ariane sonrió al recordar su travesura. Pobre hombre. Era evidente que el príncipe no sabía a quién se enfrentaba. Si la hubiera invitado a escalar montañas o a hacer parapente, quizá entonces ella habría querido conocerle. Pero como no fue así… Lo cierto fue que se marchó al comienzo de la ópera y luego volvió justo antes de que terminara. Afortunadamente, el príncipe Etienne no se enteró.
De todos modos, había sido una suerte para ella, y para todo su país, que Etienne mostrara interés por ella. Porque bajo la excusa de aceptar su invitación, Ariane planeaba mantener los ojos y oídos bien abiertos para recabar toda la información posible sobre quiénes eran las personas que estaban conspirando contra St. Michel.
Mientras descendía la escalera de caracol, miró al enorme reloj que había en el vestíbulo. Las cuatro y doce minutos. Perfecto. La abuela de Ariane, la reina y duquesa Simone de Bergeron, le había avisado de que cuando alguien era el invitado de honor de una fiesta, era adecuado llegar un poco tarde para permitir que los invitados tuvieran tiempo de hablar antes entre ellos.
La anunciaron y ella se detuvo un momento en la entrada, como le habían enseñado a hacer de pequeña. Todos se volvieron hacia ella.
Ariane estaba segura de que su vestido era apropiado para su posición. Un traje de seda sin tirantes y de un color azul oscuro muy parecido al de sus ojos. El cabello lo llevaba recogido, pero varios mechones rizados le caían alrededor del rostro. Las joyas de su tiara brillaban tanto como los diamantes del collar y los pendientes. Su padre se habría sentido muy orgulloso de ella.
La invadió tal tristeza, que tuvo que hacer un gran esfuerzo para contener las lágrimas. No era momento de sucumbir a la emoción, no cuando toda una sala llena de personalidades observaba cada uno de sus movimientos. Así que esbozó una sonrisa y se acercó a los anfitriones.
–Su alteza –saludó Ariane al rey de Rhineland, haciendo una reverencia.
Pero fue la reina quien contestó.
–Oh, Ariane, no nos hables con esa formalidad. Llámale Giraud –explicó, señalando a su marido–. Y a mí llámame Laurette, por favor.
El rey rió jovialmente.
–Tendrás que hacer lo que te dice. Yo soy quien lleva la corona, pero Laurette es quien en realidad gobierna.
Todos se echaron a reír y Ariane pensó inmediatamente que se iba a llevar bien con aquellas personas. Esperaba no descubrir que ellos estaban implicados en la conspiración.
La expresión de Laurette se tornó sombría.
–Sentí mucho la muerte de tu padre. El rey Philippe era un hombre maravilloso.
Ariane volvió a sentir una amarga tristeza y tuvo que contener de nuevo las lágrimas. Pero consiguió sonreír.
–Gracias. Ninguno de nosotros sabía que tenía problemas de corazón.
–Si podemos hacer algo por ti mientras dure tu estancia aquí…
Las palabras del rey conmovieron profundamente a Ariane.
De repente, el rostro de la reina Laurette adquirió una expresión de dolor.
–Tengo que pedirte disculpas por mi hijo. Siempre tiene alguna reunión.
–He enviado a que le busquen –añadió Giraud, dando una palmadita a Ariane–. No te preocupes, aparecerá en seguida.
–Estoy segura.
Y aunque Ariane estaba de espaldas a la sala, oyó los murmullos de los invitados. Seguramente comentaban el mal gesto del príncipe.
Mientras se dirigía hacia el centro de la sala, la sonrisa de Ariane no se borró, aunque notaba en su interior una sensación de disgusto. Era un detalle horrible por parte del príncipe eso de llegar más tarde que ella a una fiesta en su honor. No solo era un gesto arrogante, sino descaradamente falto de toda educación.
Francie, su dama de compañía, iba a su lado con el ceño fruncido, como prueba de la falta cometida contra su amiga.
–Haciéndote esto demuestra ser un bruto –dijo en voz baja.
Ariane dio un suspiro.
–Da igual, ya sabes que no tengo ningún interés en él.
Le salió sin pensar… y tenía que ser cierto. ¿Entonces por qué se sintió tan perturbada?
–Sí, pero nadie más lo sabe –le recordó Francie–. Y ahora todos murmurarán y pensarán que…
–Baja la voz –contestó Ariane, tomando una copa de champán de una bandeja y haciendo un gesto hacia el camarero que se la había ofrecido–. Sé lo que estarán pensando… y diciendo. Que soy una mujer desesperada que echa de menos a su príncipe.
Quizá fuera esa la causa de su irritación. No le gustaba que nadie pensara que estaba desesperada.
–Además, ha sido él quien te ha invitado, ¿no? –comentó su dama, claramente enfadada.
Francie cambiaba de humor con facilidad y eso influía en Ariane, quien esbozó una sonrisa.
–Va a salir todo bien. Sí, había creído que iba a tener un recibimiento más agradable, pero creo que podré soportarlo –sonrió a un hombre mayor que pasó a su lado y le sonrió–. Quizá se haya puesto enfermo, o esté ocupado con tareas de estado.
–¿Un sábado a las ocho? La tarea más importante que tiene es estar aquí y ya lleva diez minutos de retraso.
–O sea, que crees que el príncipe es un arrogante, ¿verdad? –Ariane dio un sorbo a su copa–. Y hablando de tareas de estado… ¿qué te parece si buscamos a alguien con quien hablar de política? He venido a eso, ¿no?
Francie arrugó la nariz.
–Ya sabes lo mucho que me aburre hablar de política.
–Entonces búscate un hombre guapo con quien bailar.
–Ten cuidado –dijo la chica antes de alejarse.
–Cuidado es mi segundo nombre. Además… en cuanto les demuestre que tengo el cerebro vacío y soy inofensiva, todos los oficiales querrán impresionarme con lo mucho que ellos saben.
Etienne entró a la sala de baile usando una de las puertas laterales. Sus padres estarían muy enfadados con él, pero le había sido imposible llegar antes. Solo podía reunirse con sus hombres de confianza cuando los demás estaban ocupados.
Le habían llegado ciertos rumores de que una persona al menos dentro del equipo de confianza de su padre quería atacar St. Michel. Etienne estaba impresionado de que alguien quisiera aprovecharse de la familia Bergeron cuando todavía estaban de luto por la muerte del rey Philippe. Le resultaba algo escandaloso en pleno siglo XXI.
Reconocía que la inesperada muerte del rey había dejado al vecino país sin heredero varón, ya que las leyes de St. Michel prohibían a las mujeres acceder al trono. Era una ley arcaica, pero todavía en vigor. Y en cualquier caso, no habría ninguna batalla. Ningún soldado de Rhineland atacaría la frontera de St. Michel. Esa batalla se libraría en las cortes internacionales. Todo aquel asunto se resolvería de una manera civilizada.
Al ver a sus padres bailando un vals, se les quedó mirando inmóvil. Su madre se estaba recuperando de una neumonía. Había estado enferma bastante tiempo y su padre tenía miedo de que no se recuperara completamente. Así que le encantaba ver que se estaban divirtiendo.
Luego se volvió hacia los invitados y la vio inmediatamente. Era una mujer espectacular.
Llevaba su cabello rubio recogido en un complicado peinado, pero unos cuantos mechones rozaban sus hombros desnudos cada vez que movía la cabeza. Su cuello era largo y de piel clara y delicada. Era de aquellos que dan ganas de rozar con la nariz para aspirar su femenino olor. Un olor que sería únicamente suyo. Ariane, su silenciosa dama, olería a días soleados y flores silvestres.
Tenía que admitir que la visita de la princesa Ariane le había dejado un poco perplejo. Él había hablado de sus intenciones con el rey Philippe, antes de su fallecimiento, y este le había contestado que estaba totalmente a favor de una boda entre ellos. También el padre de Etienne pensaba que sería un buen matrimonio. Sin embargo, la princesa Ariane no había mostrado ningún interés por él.
Así que se había vuelto a su país bastante dolido. Pero no