Lazos del pasado
By Olivia Gates
4.5/5
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About this ebook
Richard Graves llevaba mucho tiempo batallando con un pasado oscuro, y solo una mujer había estado a punto de hacer añicos esa fachada. Aunque hubiera seducido a Isabella Sandoval para vengarse del hombre que había destruido a su familia, alejarse de ella había sido lo más difícil que había hecho en toda su vida. Pero no tardó en enterarse de la verdad acerca de su hijo, y esa vez no se separaría de ella.
La venganza de Richard había estado a punto de costarle la vida a Isabella. ¿Sería capaz de protegerse a sí misma de ese deseo contra el que ya no podía luchar?
Olivia Gates
USA TODAY Bestselling author Olivia Gates has published over thirty books in contemporary, action/adventure and paranormal romance. And whether in today's world or the others she creates, she writes larger than life heroes and heroines worthy of them, the only ones who'll bring those sheikhs, princes, billionaires or gods to their knees. She loves to hear from readers at oliviagates@gmail.com or on facebook.com/oliviagatesauthor, Twitter @Oliviagates. For her latest news visit oliviagates.com
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Book preview
Lazos del pasado - Olivia Gates
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2015 Olivia Gates
© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Lazos del pasado, n.º 2068 - octubre 2015
Título original: Claiming His Secret Son
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-7267-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Si te ha gustado este libro…
Capítulo Uno
Richard Graves ajustó su sillón eléctrico, bebió un sorbo de bourbon y le dio al botón de pausa.
La imagen se congeló. Murdock, su mano derecha, lo había grabado mientras seguía a su objetivo a pie. La calidad de la filmación dejaba mucho que desear, pero la claridad del fotograma le hizo esbozar una sonrisa.
Solo cuando la miraba sentía una sonrisa en los labios. Solo cuando la miraba sentía emociones de alguna clase. Ahí estaba, con su hermosa figura, ese paso rápido, ese rostro animado, el cabello color azabache…
Debían de ser emociones lo que sentía, pero tampoco lo tenía claro. Lo que recordaba haber sentido en la juventud quedaba ya tan distante… Era como si hubiera oído hablar de ello, como si otra persona se lo hubiera contado. El chico que había sido alguna vez se había unido a la organización, un cártel criminal que secuestraba a niños y que los convertía en mercenarios imparables, duros como el hierro.
Aun así, ninguno de ellos se parecía al monstruo despiadado por el que todos le habían tomado, y con razón.
No guardaba muchos recuerdos de antes de la metamorfosis, pero, incluso después, solo recordaba haber sentido lealtad, afán de protección, responsabilidad, por Numair, aquel que había sido su mejor amigo para luego convertirse en su mayor enemigo, por Rafael, su discípulo y mejor aliado, y hasta cierto punto por los chicos de Castillo Negro, sus socios reticentes y dueños de un imperio mundial.
Hasta ahí llegaban sus sentimientos nobles, no obstante. Por aquel entonces, los que abundaban en su mente eran los pensamientos oscuros, extremos, crueles, cosas como la sed de poder, la venganza sin piedad.
Por todo ello, nunca dejaba de sorprenderle que ella fuera capaz de suscitarle emociones que jamás se había sentido capacitado para experimentar. Aquello solo podía etiquetarse de una manera: ternura. Y la había experimentado con frecuencia desde que había abandonado la rutina de leer informes de vigilancia sobre ella en favor de las grabaciones de lo que Murdock consideraba episodios relevantes de su vida diaria.
Cualquier persona se hubiera horrorizado de haber sabido que llevaba años teniéndola bajo lupa e interfiriendo según le parecía oportuno, cambiando la dinámica de su mundo de una manera imperceptible. Ella misma hubiera sentido auténtico pánico. Se saltaba unas doce leyes cada día: extorsión, violación de la intimidad y cosas peores, todo para cumplir con la misión de ser su demonio de la guarda. Pero eso no le preocupaba mucho. La ley estaba para romperla, o para esgrimirla a modo de arma.
Lo que sí le preocupaba era que ella llegara a saber que alguien la vigilaba, que sospechara algo, aunque jamás se imaginara que era él quien estaba detrás de aquello. Después de todo, ella ni siquiera sabía que él estaba vivo. Solo sabía que llevaba muchos años desaparecido, que no había vuelto a verle desde que tenía seis años. Seguramente ni se acordaba de él, y aunque se acordara, era mejor para ella seguir creyendo que estaba muerto, al igual que el resto de la familia.
Por todo ello, simplemente se dedicaba a observarla, a velar por ella, tal y como había hecho desde que había nacido. Lo había intentado, al menos. Había habido años en los que se había sentido impotente, incapaz de protegerla, pero en cuanto había tenido ocasión había hecho todo lo posible para darle una segunda oportunidad, una existencia segura y normal.
Soltó el aliento y congeló otro fotograma. Recordaba muy bien el día en que sus padres se habían presentado en casa con ella. Era una criatura diminuta, indefensa. Había sido él quien le había puesto el nombre.
Su pequeña Rose.
Ya no era pequeña, ni estaba indefensa. Se había convertido en una cirujana de éxito, madre, esposa y activista social. La había intentado ayudar siempre que había podido, pero todo lo que tenía lo había conseguido por mérito propio. Él solo se aseguraba de que consiguiera lo que se merecía, aquello por lo que había trabajado tan duro.
Había desarrollado una carrera de éxito. Tenía dos niños y un marido que la adoraba, ese al que no le había permitido acercarse a ella hasta estar completamente seguro de sus intenciones. Tenía una familia perfecta, y no solo era apariencia.
Dio al botón de play y se terminó la copa de bourbon. Si los chicos de Castillo Negro hubieran sabido que el dirigente más letal de la organización, alias Cobra, se pasaba las tardes vigilando a una hermana secreta que no sabía de su existencia, se hubieran reído de él a carcajadas.
De repente frunció el ceño al darse cuenta de algo. La grabación no tenía sentido. Rose estaba entrando en la nueva consulta privada que había abierto junto a su marido en Lower Manhattan. Murdock solo incluía las novedades, las emergencias y cualquier otra cosa que se saliera de lo normal.
Observar a Rose era su única fuente de alegría. Una vez le había dicho a su subalterno que le diera grabaciones de actividades diarias y rutinarias, pero Murdock había seguido llevándole filmaciones de aquello que consideraba relevante.
Soltó el aliento. Vulcan jamás hacía nada que no considerara pertinente y sujeto a la lógica. Aunque le obedeciera ciegamente en todo lo demás, Murdock jamás satisfaría una petición que obedeciera a un sentimiento fútil y que supusiera una pérdida de tiempo para ambos.
Pero había algo más en esa grabación aparentemente rutinaria.
¿Qué era lo que estaba pasando por alto?
Sintió que el corazón se le paraba un momento. La persona hacia la que se volvía Rose con un gesto sonriente era… ella. La imagen estaba tomada desde atrás y solo se veía parte de su perfil, pero la hubiera reconocido en cualquier parte.
Era ella.
Se echó hacia delante con la misma prudencia con la que se había acercado a bombas a punto de estallar. Palpó la mesita de cristal que estaba a su lado. No era la mano lo que le temblaba, sino el corazón, ese que jamás pasaba de sesenta pulsaciones por minuto.
Aquella larga cabellera dorada se había convertido en una corta melena oscura que no pasaba de los hombros. Aquella silueta llena de curvas peligrosas se había vuelto esbelta y atlética bajo una sobria falda de traje. No había ninguna duda, sin embargo. Era ella.
Isabella, la mujer a la que un día había amado con tanta fuerza que había estado a punto de tirar por la borda las metas que había perseguido durante toda una vida.
Ella había sido su única debilidad, su único fracaso, la única que le había hecho desviarse de su camino, la que casi le había hecho olvidarlo todo por momentos. Era la única mujer a la que no había sido capaz de usar, la única a la que no había querido usar. Pero sí había dejado que ella le utilizara. Después de aquella aventura incendiaria, le había dicho que jamás había sido una posibilidad para ella. Pero no era el recuerdo de ese pequeño lapsus lo que le hacía enloquecer. Lo que le disparaba el corazón era su mera presencia, lo que era en realidad. Era la esposa del responsable de la muerte de toda su familia, el hombre que había dejado huérfana a Rose. Había ido a por ella casi nueve años antes. Era el único talón de Aquiles de su marido, pero nada había salido según el plan.
El impacto había sido totalmente inesperado. Y no había tenido nada que ver con su singular belleza. Eso nunca lo había considerado importante. El deseo, en cambio, podía ser utilizado como arma. Era a él a quien enviaba la organización cuando había mujeres en el negocio. Le mandaban para seducir, utilizar y desechar con absoluta frialdad. Pero ella siempre había sido un enigma. Disfrutaba de los privilegios adquiridos por ser la esposa de un bruto que le sacaba cuarenta años, un viejo que la mimaba y la colmaba de lujos, pero al mismo tiempo estudiaba para ser médico y participaba en muchas actividades humanitarias.
Al principio había creído que esa fachada impecable estaba diseñada para lavar la imagen de su infame marido, y había tenido mucho éxito con ello.
Pero con el tiempo las certezas respecto a esa chica de veinticuatro años que aparentaba muchos más se habían desdibujado. Seducirla también había resultado ser mucho más difícil de lo que esperaba.
Aunque la atracción fuera mutua, no le dejaba acercarse, y no había tenido más remedio que reforzar las estrategias de seducción, pensando que solo quería ponerle la miel en los labios hasta tenerle dispuesto a hacer cualquier cosa por estar con ella. Pero, aun así, se le había resistido hasta aquel viaje a Colombia. Había ido allí en una misión humanitaria y él había ido tras ella. Su equipo había estado a punto de sucumbir al ataque de una guerrilla de paramilitares, pero él les había salvado. Los cuatro meses siguientes habían sido los más deliciosos de toda su vida.
Casi había olvidado el objetivo de la misión mientras estaba con ella. Cuando la tenía en los brazos, cuando estaba dentro de ella, había olvidado quién era. Pero finalmente le había sacado secretos que solo ella sabía sobre su marido. Se los había sacado sin que se diera cuenta, y entonces había llegado el momento de dar un paso. Pero eso tampoco había sido fácil. Poner en marcha el plan significaba que la misión había llegado a su fin. Lo que había entre ellos llegaba a su fin y no había sido capaz de alejarse de ella. Quería más, mucho más, y al final había terminado haciendo algo que jamás se le hubiera pasado por la cabeza en otras circunstancias. Le había pedido que se fuera con él.
Ella siempre le había dicho que no era capaz de pensar en una vida sin él, pero su rechazo a la propuesta fue instantáneo y