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Guardián de almas
Guardián de almas
Guardián de almas
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Guardián de almas

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About this ebook

Con su mayor enemigo libre y con el mundo paranormal en estado de agitación, Devon Sanders, un investigador privado conocido por su eficiencia y discreción, está por aprender lo que significa ser un hechicero. Después de dos años de aprender magia, descubrirá quién movía los hilos.

Su familia y amigos son el objetivo, sus visiones se tornan violentas y elegir el menor de dos males puede resultar mortal. Toda magia tiene un precio, y Devon tiene una deuda grande, pero ¿quién la pagará?

La magia es elemental.

LanguageEspañol
PublisherBadPress
Release dateApr 14, 2018
ISBN9781547513239
Guardián de almas

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    Guardián de almas - Rain Oxford

    Prólogo

    Ignoré la sensación opresiva de muerte. El cosquilleo en mi palma me recordó que tenía todo el poder que necesitaba para liberarme. En aquel punto, de verdad quería volver a ser purificado por los elementales del fuego para que las criaturas del abismo negro no pudieran tocarme. O... al menos no podrían tocarme hasta que volviera a ingresar al pasadizo de las sombras.

    Sí, bueno, no lo analicé en detalle.

    Sentí que se movían a mi alrededor, recordé lo horroroso de sus rostros sin ojos y me alegré de que no hubiese luz. Hunt insistía en que aprendiera a utilizar el pasadizo de las sombras por mi cuenta y, lamentablemente, él era de la idea de Arréglese como pueda. Con la noción de Sienta adónde quiere ir, me dejó en la oscuridad y desapareció.

    Si bien sabía que no era necesario atravesar el pasadizo de las sombras caminando para llegar a mi destino, caminar me hacía sentir más realizado. Bueno, tambalear. No era fácil caminar en un piso suave e irregular, en la absoluta oscuridad y con gravedad extra.

    Me concentré en la mente de mi tío. Por lo general, estaba bloqueada, pero había estado antes en su mente, por lo que podía volver a hacerlo.

    O no.

    La presentí un instante antes de caer al suelo con fuerza y de que la luz regresara al mundo. Me quité el polvo de los vaqueros mientras me incorporaba y luego gruñí.

    ¿Qué diablos estoy haciendo aquí?, pregunté en voz alta. Estaba parado frente a la torre. La luz provenía de las antorchas que la rodeaban, las cuales siempre estaban encendidas, si no me equivocaba.

    Y estaba solo.

    ¿Por qué llegué aquí si estoy buscando a mi tío? Un aullido fuerte me hizo bajar la vista; allí estaba Ghost mirándome con furia.

    —¿Qué diablos haces tú aquí?

    En lugar de responder, se dio vuelta y desapareció.

    Capítulo 1

    —No es necesario que le des entre los ojos. Ni siquiera tiene que ser un tiro mortal. Casi siempre puedes incapacitar a tu oponente sin poner en peligro la vida de nadie pero, si llegas al punto en que eres tú o él, haz lo que debas hacer.

    —¿Cómo puedo saber si debo matarlo o incapacitarlo?

    —Utiliza tus instintos y no te cuestiones. —Por no haber confiado en mis instintos había terminado cayendo en la trampa de John la primera vez. Claro que tampoco me habría involucrado con el mundo paranormal si no hubiese sido por él.

    —Oí que jamás debes apuntarle a alguien, a menos que estés dispuesto a dispararle.

    —No siempre es así. Los engaños funcionan de maravilla en este trabajo. Después de tres casos consecutivos, detuve a cinco ladrones de banco armados, que habían planeado el robo durante una semana, sin recibir un solo disparo.

    —¿Te contrataron para detener a unos ladrones de banco?

    —En realidad, no. Estaba allí por casualidad. El engaño no siempre se trata de amenazar: debes saber si la persona es del tipo que ataca o que huye. Algunas personas se rendirán si te ven más recio, mientras que otras atacarán. Evité peleas al fingir que era inofensivo y despistado.

    —Bueno, tienes tus instintos para que te guíen.

    —Sí, y me salvaron la vida en muchas ocasiones antes de saber que era paranormal. La verdad es que un arma puede salvar tu vida o la de alguien más, pero no puedes deshacer un disparo. Esta arma golpeó a más gente de a la que le disparó.

    —Eso explica las abolladuras.

    —En realidad, eso es porque golpear candados con el arma es muy efectivo. —Era mi arma de respaldo, así que no estaba tan dañada. Mi arma preferida había desaparecido en Dothra durante una muestra de magia impresionante. La próxima vez que viera a Langril le pediría que me enseñara a hacerlo—. Ahora bien, no te olvides del retroceso. Concéntrate.

    —Estoy concentrado —afirmó él. Retrocedí y lo dejé hacerlo solo. Henry apretó el gatillo y bajó el arma para observar el disparo—. Fallé.

    —Por un centímetro. Para tu primera vez con un arma, eso es bastante...

    Me interrumpió al levantar el arma y disparar nuevamente. Esa vez la bala le dio al muñeco justo entre los ojos. Apoyó el arma y giró hacia mí.

    —Entiendo que esto sea más eficiente que transformarme cuando hay humanos en escena, pero preferiría no utilizar balas de plata.

    Asentí.

    —Solo las tengo a mano para los vampiros. —Además, los testigos humanos no eran mi principal preocupación en una situación que requiriese balas de plata—. Vamos a buscar a Scott.

    —¿Estás seguro de que no quieres esperar hasta que tu madre le pinte las uñas de rosa y le coloque extensiones en el pelo?

    —Oh, eso ya lo hizo a esta altura. Y es una peluca.

    Henry suspiró.

    —Te das cuenta de que tu madre quería una niña, ¿verdad?

    Revoleé los ojos.

    —No me digas. Dio un grito cuando Joseph me cortó el pelo. Pagaré la terapia de Scott cuando llegue el momento.

    —Creo que él simplemente disfruta de la atención.

    Acabábamos de entrar al estacionamiento del campo de tiro cuando sentí un cosquilleo en la mente, como si hubiera olvidado algo importante.

    —¿Cerramos con llave la oficina? Ve a buscar a Scott y compra el almuerzo mientras regreso allí. —Verifiqué el móvil para ver si había llamadas perdidas, pero no había ninguna notificación.

    —¿Sueles tener trabajo el primer día después de tu regreso de Quintessence? —consultó él.

    —Por lo general, sí. —Era el primer lunes después del final del cuarto semestre en Quintessence, y estaba listo para regresar a mi trabajo, pero no le había avisado a nadie de mi regreso porque quería darle la oportunidad a Henry de que se acomodara—. Seguro que está todo bien. —No estaba seguro de que todo estuviera bien—. Apuesto a que nadie sabe que regresé. —Tenía la corazonada de que alguien sabía que había regresado y aguardaba en mi oficina.

    *      *      *

    Solía ser un investigador privado común y corriente. Hacía mi trabajo de forma discreta y, aunque era difícil conseguir mi número de teléfono, tenía muchos casos. La mayoría de mi trabajo consistía en descubrir casos de defraudación en grandes empresas o en espiar a maridos de mujeres ricas y malcriadas. Los clientes que me contactaban lo hacían porque querían respuestas rápidas y discretas.

    Cuando tenía once años, descubrí que mi mejor amiga, Astrid, era una vampira a quien su abuelo atormentaba. En lugar de contarles a mis padres y de hacer la casa a prueba de vampiros, la invité a entrar y la ayudé. Me desperté y encontré a mi padre muerto, a mi madre que se desangraba y a Astrid sentada en el piso, cubierta de la sangre de ambos, por lo que rechacé a toda la comunidad paranormal.

    Luego, acepté un caso en la Universidad paranormal llamada Quintessence y descubrí que jamás volvería a tener una vida normal. Descubrí que era un hechicero. Aunque quería alejarme lo más posible del mundo paranormal, mis dos compañeros de cuarto, Henry y Darwin, me enseñaron que no todos eran asesinos.

    Henry era un jaguar cambiaformas, pero no se parecía a otros. Aunque había nacido en la Tierra, su madre era de otro mundo, donde los cambiaformas gobernaban. Aparte del hecho de que podía hacerse invisible, elegir entre tener un tamaño normal o el de un caballo y regular su propia sangre, Henry era un jaguar corriente. También era un ladrón entrenado, gracias a Luana y Matheus Lycosa, quienes habían secuestrado a Henry cuando era bebé, lo habían explotado toda su vida y habían secuestrado al hijo de Henry. Hacía poco, Henry había recuperado a su hijo y había eliminado por completo a Luana y a Matheus de su vida.

    Darwin era mitad hada, mitad lobo cambiaformas y todo un charlatán. Era un genio, pero tenía diez años menos que yo, y no podía soportarlo más de unas cuantas horas por vez. Sus chistes eran más viejos que yo, era desordenado y olvidadizo, llevaba las bromas demasiado lejos y su desfachatez haría que se lo devoraran vivo. También estaba el hecho de que, si alguien tocaba su piel, le haría daño, y él podría ver la muerte de esa persona.

    Poco después de haber descubierto que era un hechicero, descubrí que Joseph Sanders no era mi padre. En su lugar, mi padre era un hechicero malvado, llamado John Cross, quien había matado a su propia hija porque no era lo suficientemente poderosa para que le fuera útil. John tenía la habilidad de controlar mentes, mientras que su hermano tenía la habilidad de tener visiones. Para proteger a mis amigos, maté a John.

    Excepto que nada era tan simple en el maldito mundo paranormal.

    Como John había utilizado su poder para robarle mi madre a su hermano, Vincent podría ser mi padre. Yo tenía tanto la habilidad de John para controlar mentes como la de Vincent para tener visiones, ya que ellos habían obtenido los poderes de su padre, Arthur. Por fortuna, heredé el único poder de Arthur que ellos no tenían: los instintos. Además, la niña a la que John había matado no era realmente su hija, sino que había tenido dos gemelos de los que nunca se había enterado, y al menos uno de los niños tenía el poder de control mental.

    También me gané un enemigo mortal, que era un hechicero de otro mundo. Había una torre muy por debajo de la Universidad, que tenía cuatro puertas a cuatro mundos diferentes. Cada uno de esos mundos albergaba los ancestros puros de nuestras facciones paranormales: hechiceros, vampiros, cambiaformas y hadas.

    Estas versiones puras también eran unas cien veces más peligrosas que las versiones diluidas. Como los paranormales eran tan poderosos, las puertas debían abrirse con una llave. Logan Hunt (director de Quintessence), Vincent Knight y Keigan Langril tenían una llave cada uno. Langril era un profesor extravagante, quien resultó ser un hechicero puro de Dothra. También dejó a Astrid atrapada en Dothra y luego me contó que quizás no había sido ella la que había matado a Joseph y herido a mi madre.

    De hecho, el abuelo de Astrid no era su pariente: era el familiar de otro hechicero de Dothra, llamado Krechea. Según Langril, Krechea era lo más maligno que se podía ser. Si bien Krechea no me había hecho nada en lo personal, sí había intentado matar a la hija de Langril y había intentado entrenar a Astrid para que fuera uno de sus guerreros.

    Hace poco obtuve la cuarta llave, la cual, aparte de darme acceso al pasadizo de las sombras, no parecía hacer mucho más. Me habían advertido que debería sacrificar lo que era más valioso para mí a fin de conseguir la llave, pero la alternativa era dejar que Krechea la obtuviese o permitir que las fronteras entre los mundos desaparecieran. Aún no estaba completamente seguro de lo que había sacrificado.

    Justo después de haber conseguido la cuarta llave, Krechea escapó a la Tierra junto con un grupo de seguidores. Aunque no estaba seguro de cuántos eran, sabía que estaban ávidos de más poder y dispuestos a matar a cualquiera para obtenerlo. Yo tenía una de las cuatro llaves, por lo que era uno de sus objetivos. Como las llaves se fundían con nuestra magia en cuanto las aceptábamos, la única manera de quitárnoslas era matarnos.

    *      *      *

    Mientras estacionaba en mi lugar habitual, vi a una mujer alta y delgada con pelo rubio oxigenado y botas marrones oscuras. Vestía un solero azul oscuro y chanclas. Me bajé del auto y miré a mi alrededor. Algo no estaba nada bien. No era peligroso, pero definitivamente no era bueno.

    La mujer me esperaba afuera, temblando en pleno verano y observando el cartel de Cerrado en la puerta. Me alegraba tener una puerta. No mucho antes de haber comenzado el cuarto semestre en la Universidad paranormal, mi oficina había sido destruida por un traficante de drogas que intentaba matar a su propio hijo. Después de que Henry había solucionado el tema del seguro, contraté una empresa para que limpiara el lugar y reemplazara la puerta y las ventanas. No volví a ver la oficina hasta mi regreso de Quintessence, pero se veía igual que como había estado antes de haber sido destruida.

    —¿Puedo ayudarla? —pregunté.

    Ella se volvió hacia mí. Tenía las mejillas sonrosadas y los ojos azules hinchados por llorar, pero estaban secos.

    —Espero que sí. ¿Es usted el señor Sanders?

    —Así es. —Abrí la puerta y la mantuve así para que pasara—. ¿Tiene frío?

    Ella entró, sacudiendo la cabeza con fuerza, y se sentó.

    —Mi marido está perdido —respondió desesperada.

    —De acuerdo. ¿Contactó a la Policía? ¿Hace cuánto que está perdido?

    —Ni siquiera quieren hablar conmigo. Y no sé si está perdido. Tal vez sea yo la que esté perdida. —Bajó un poco la vista; no quería mirarme a los ojos. Lo más probable era que, inconscientemente, presintiera mi poder.

    —Cuénteme qué ocurrió.

    —Él estaba trabajando hasta tarde en la oficina, así que lo llamé. Discutimos. Quería que regresara a casa y lo acusé de algo. No recuerdo de qué. Subí al auto y conduje para verlo, pero llovía muy fuerte. Al parecer estuve en un accidente, porque me desperté en el hospital hace cuatro días sin recuerdos de lo que había sucedido. El doctor dijo que debería recuperarme por completo. El problema es que no recuerdo mi nombre, ni el de mi marido ni mi dirección. Me escapé del hospital cuando recordé a mi marido, y él debe de estar muy preocupado por mí.

    —Aguarde: el médico afirmó que se recuperaría, pero ¿no le informó su nombre ni notificó a ningún familiar?

    Ella frunció el ceño como si le doliera pensar.

    —Creo que estaba distraído o algo.

    —¿Cómo se llamaba el médico?

    Ella sacudió la cabeza.

    —No lo recuerdo. Todo está borroso aún.

    —Tal vez deba regresar al...

    —¡No! ¡Necesito encontrar a mi marido! Por favor, solo ayúdeme a encontrarlo.

    —Puedo ayudarla, pero necesito algo de dónde partir. Puede recordar los sucesos anteriores al accidente, ¿verdad?

    —Un poco.

    —Está bien. Cierre los ojos y retroceda hasta lo más lejano que pueda recordar. Cuénteme cada detalle que recuerde. Cada color, nombre de calle, cualquier cosa por donde haya pasado.

    Ella asintió y cerró los ojos. Cuando lo hizo, liberé mi magia para entrar en su mente. No intentaba controlarla, sino solo ver lo que ella recordaba. Todo era muy vago.

    A medida que los recuerdos se activaban, la vi subir a un Cadillac azul. Era de noche, y la lluvia intensa me impedía ver los carteles de las calles. Ella conducía por una calle de cuatro carriles cuando un movimiento le llamó la atención. Un auto grande negro se acercaba a ella y aumentaba la velocidad en lugar de disminuirla. La mujer intentó quitarse del camino, y fue cuando vi el cartel de una calle.

    Ella abrió los ojos, y salí de su mente.

    —No recuerdo nada. Ni siquiera de qué color es mi auto.

    —No creo que fuera su auto —señalé.

    Ella frunció el ceño.

    —¿Cómo sabe? ¿Y por qué me subiría al auto de otra persona?

    —Era el único auto en su entrada, y usted tenía la llave, por lo que ese es el motivo. Había un cigarrillo apagado en el cenicero, y usted no tiene manchas en sus dientes, por eso apuesto a que no es suyo. —Saqué el móvil y llamé a Darwin.

    Sonó durante más de un minuto antes de que por fin atendiera.

    —Hola. Aguarda. La alarma se activará en cuanto lo abras, así que hazlo en último lugar. ¿Recuerdas el código? Genial. No me conoces, no te conozco. Lo siento, amigo, regresé.

    —¿En qué demonios estás metido?

    —Ah... emmm... Estoy cumpliendo una misión en un juego de RPG. ¿Necesitas algo?

    —Necesito conseguir registros hospitalarios de un accidente que ocurrió en la intersección de Laura Street y Hamilton Street la semana pasada. Era un Cadillac azul. La única pasajera era una mujer de unos treinta y cinco años, rubia, ojos azules, delgada y sufrió amnesia.

    —Dame un minuto.

    —¿Puedes conseguir la información en tu computadora?

    —No estoy cerca de mi computadora. Como dije, dame un minuto. —Me puso en espera. Unos minutos más tarde, regresó—. Bueno, más de un minuto. No hubo ningún accidente con vehículos en ninguna de las dos calles durante la semana pasada.

    —De acuerdo, quizás estuvo más tiempo internada. Verifica más atrás...

    —Sí, ya lo hice. No hay nada con esa descripción en el último mes. Sin embargo, hubo un accidente de tránsito dos años atrás, en el que estuvo involucrada Julia Emerson, de treinta y cuatro años, con un auto que coincide con tu descripción. Fue víctima de un conductor fugitivo en esa intersección, pero...

    —¿Qué sucede? —¿Y por qué el nombre me es tan familiar?

    —Eso pasó hace dos años pero, aparte de eso, falta todo lo relacionado con su estado de salud.

    —¿Falta en el sentido de que el personal tuvo un ataque de pereza y olvidó actualizar la base de datos?

    —No, falta en el sentido de que lo borraron a propósito.

    Era de esperar. Bajé el teléfono.

    —¿Le suena el nombre Julia Emerson? —consulté. Ella sacudió la cabeza. Volví a ponerme el móvil en la oreja, lo pensé y lo bajé una vez más—. ¿Cómo me encontró?

    —Ah... —sacó rápidamente una nota doblada de su bolsillo—. Esto es lo único que tenía. —La abrió y la apoyó sobre el escritorio. Tenía escrito un número de teléfono viejo y la dirección de la oficina.

    Volví al teléfono y pregunté el nombre del hospital. Por fortuna, tenía un contacto en el hospital donde la habían ingresado.

    —¿Tienes alguna información sobre el marido?

    —Nada. Hasta verifiqué los antecedentes de ella. No hay actividad delictiva, ni siquiera una notificación judicial. No existe nada sobre ella.

    —¿Quién pagó la factura del hospital?

    —Eso también falta.

    —Gracias por tu ayuda, Darwin. Si estás haciendo algo que implique un robo, llama a Henry y pídele su opinión.

    —Ja, ja, robo... qué divertido. Eres divertido, hermano. Hablamos más tarde. —Cortó.

    Apoyé el teléfono. Lo del conductor fugitivo pudo ser casual, pero nadie borra registros hospitalarios por accidente. Además, recordé de dónde reconocía el nombre. Ella me había llamado para pedir una cita, a la que jamás se había presentado. Eso había sido unos meses antes de que yo entrara a Quintessence.

    Su vestido estaba limpio, ya que lo habrían lavado en el hospital pero, si habían encontrado la nota, ¿por qué la guardaron en su vestido y no en la billetera? El trozo de papel ni siquiera era una tarjeta de presentación, y el número de teléfono no funcionaba hacía tiempo, por lo que me sorprendió que el hospital no lo hubiese tirado a la basura. Quizás alguien tomó su billetera y no le dio importancia a la nota.

    —Necesito ir al hospital a verificar algo, pero no puedo hacerlo antes de las seis. Tengo un niño en casa, por lo que no puedo dejar que se quede conmigo. La registraré en un hotel y la contactaré por la mañana.

    —Entonces, ¿puede ayudarme? —indagó, esperanzada.

    —Definitivamente. —Mi teléfono sonó, y el nombre de Henry apareció en pantalla. Atendí.

    —¿Por qué acaba de llamarme Darwin para preguntarme sobre los tiempos de respuesta de la Policía de Nueva York respecto de los sistemas de alarma de distintos establecimientos?

    —¿Cómo podrías saberlo? No vives en Nueva York.

    —Es lo que le dije. Me dijo que tú lo habías derivado conmigo.

    —¿De qué establecimientos?

    —Clínicas veterinarias y zoológicos.

    Mi teléfono me señaló una llamada en espera.

    —Aguarda. —Lo puse en espera y atendí—. ¿Hola?

    —Hagas lo que hagas, si Darwin te llama, no le digas nada.

    —Hola, Maseré. ¿En qué está metido ahora? —Maseré Mason, padre de Darwin, era el alfa lobo cambiaformas más fuerte de América del Norte, pero nadie lo notaría por sus técnicas parentales. Adoraba a Darwin y trataba al joven cambiaformas como una muñeca frágil. Sabía que mucho de eso surgía de la culpa por la incapacidad de Darwin de ser tocado.

    Cualquier otro padre habría obligado a Darwin a ser independiente. Hasta hacía poco, Darwin no había podido transformarse y, a pesar del amor incondicional que Maseré le profesaba, él tenía miedo de que su padre lo alejara si revelaba su lobo. A diferencia de Darwin, que era extremadamente pacífico, su lobo era un alfa tan dominante como el de Maseré.

    En mi opinión, no podría haber un mejor padre para Darwin en todo el mundo. En lugar de intentar que Darwin se convirtiera en un miembro de la manada, Maseré lo alentaba a que fuera él mismo. Nadie tenía una mente como la de Darwin, y Maseré nunca pidió nada más.

    Sin embargo, sí era un poco sobreprotector.

    —No tengo idea, excepto que está en busca de venganza.

    —Bueno, definitivamente no le diré nada que no sepa sobre la Policía de Nueva York. Debo irme. —Corté antes de que pudiera decirme algo y regresé con Henry—. Está buscando venganza.

    —Entonces, lo ayudaré. Adiós.

    —Sí. Adiós. —Dejé el móvil—. Lo siento. Tengo amigos locos. —Comenzamos a dirigirnos hacia la puerta cuando el teléfono volvió a sonar. Suspiré y le abrí la puerta—. Mi auto está abierto. Solo tardaré un momento.

    Ella asintió y salió, y tomé el teléfono. Reconocí el número.

    —Hola, Dev —saludó Marcus sonriente.

    Cuando Marcus tenía dieciséis años, vio a su padre matar a su madre, y la Policía fracasó en protegerlo. Lo acogí hasta que me gradué y, entre mis instintos y sus habilidades informáticas, no tuvimos ningún problema. Él consiguió suficientes trabajos temporales para alimentar su adicción a los aparatos electrónicos y, cuando fue mayor de edad, comenzó su propia empresa de seguridad privada.

    Luego, mientras cursaba el cuarto semestre en Quintessence, él me rastreó y descubrió el mundo paranormal. Poco después, su padre (Simon Sinclair) le disparó, y la única manera de salvarlo fue convertirlo en un vampiro.

    —Hola. ¿Todo bien? —Oí unos susurros en el fondo—. ¿Estás con Darwin?

    —Ah, sí, estamos... ya sabes... pasando el rato. Jugando un RPG en la comp... —Oí que alguien lo golpeaba y le susurraba algo—. No... en la computadora, no. En el teléfono. Estamos jugando un RPG en nuestros móviles.

    —Los dos son terribles para mentir. ¿Qué necesitas? —Miré por la puerta de vidrio y vi que Julia estaba a salvo en el asiento del pasajero de mi auto.

    —Solo quería avisarte que alguien está siguiéndote. No pude averiguar quién porque quienquiera que sea arruinó mi tecnología.

    —¿Colocaste micrófonos en mi oficina?

    —Claro que no. En tu auto.

    —Te dije que mi magia interferiría.

    —Sí, pero todos tienen un patrón de interferencia. Solo confía en mí: alguien con magia está siguiéndote. Si no me equivoco, al menos tres personas. —Definitivamente estaba progresando como vampiro, pero aún era muy paranoico. Aunque Maseré se había llevado a Sinclair y le había prometido a Marcus que no volvería a saber del hombre, Marcus había pasado demasiado tiempo de su vida mirando por encima del hombro como para superarlo con rapidez.

    —De acuerdo. Estaré atento. Solo asegúrate de que Darwin no se meta en problemas —le pedí. Cuando sonrió con superioridad, suspiré—. Que no lo atrapen. Asegúrate de que no lo atrapen.

    —Seguro. Gracias, Dev. Adiós. —Cortó.

    Guardé el móvil en la funda, salí, cerré con llave y subí al auto. Diez minutos más tarde, me detuve en un motel.

    —¿Este está bien? —consulté.

    Ella se miró las manos.

    —No tengo dinero.

    —Lo sé. Dejó la billetera en su casa cuando salió. Quédese aquí y no hable con nadie.

    —¿Cree que alguien podría querer lastimarme? —indagó.

    —Mejor prevenir que curar. Trabe la puerta. —Saqué las llaves, me bajé y entré a la oficina de recepción.

    *      *      *

    Lo primero que vi cuando cerré la puerta de mi departamento detrás de mí fueron unos ojos ambarinos grandes y llorosos. Scott estaba de pie en el rincón y me rogaba en silencio que lo salvara.

    —¿Qué hiciste?

    —Salí al corredor y me transformé.

    —Ah, eso está mal, Gatito. ¿Te dieron cinco o seis años de penitencia?

    —Cinco minutos porque tengo cinco años.

    —La sacaste barata. Será mejor que te des vuelta y la cumplas antes de que tu papá te dé más tiempo —sugerí. Como si se diera cuenta de lo que hacía, giró y miró hacia la pared. Entré a la cocina, donde Henry estaba junto a la heladera, con la cabeza sobre la mesada. Había un libro sobre crianza de niños hecho trizas por todo el piso—. No sé si funcionan con niños cambiaformas.

    —Hace una hora que está allí —explicó él y se irguió para mirarme. Su expresión era más consternada que la de Scott—. El libro dice que debe quedarse hasta cumplir el tiempo completo de cara a la pared.

    —¿Has intentado modificarlo? Quizás darle diez minutos, pero permitirle mirar hacia donde quiera. ¿Sabe por qué lo que hizo estaba mal?

    —El libro indica que él debe decirme lo que hizo mal.

    —Me contó que salió al pasillo y se transformó, así que sabe qué hizo. ¿Sabe por qué estuvo mal? Lo sacaste de la vida silvestre en el mundo humano, y pasó meses corriendo libre por la universidad. En menos de tres meses regresará a un ambiente paranormal.

    —Debe saber por qué no puede transformarse frente a los humanos.

    —Esos libros sobre crianza son solo sugerencias y lineamientos basados en psicología humana. Tú sabes cómo piensa él más que nadie, pero no puedes llegar a él, a menos que él sepa por qué lo que hizo estuvo mal. Yo me aseguraría si fuera tú.

    —¿Tienes un caso? —preguntó Henry y volvió su atención a los fideos que estaba preparando para el almuerzo de Scott.

    —Así parece. Una mujer llamada Julia Emerson fue a la oficina esta mañana en busca de ayuda. Estuvo en un accidente automovilístico hace dos años y se despertó en un hospital cuatro días atrás con amnesia. Desde entonces, recordó haber tenido una discusión con su marido y haber intentado conducir hasta la oficina de él.

    —¿Sospechas de algún acto delictivo? —consultó él.

    —¿Cómo lo supiste?

    —Porque tienes su nombre y la única manera de no saber todo lo que necesitas saber sobre ella a esta altura es si sus registros fueron eliminados.

    —Creo que serás perfecto para el trabajo —afirmé. Observé a Scott, quien estaba de cara a la pared. Estaba golpeteando rítmicamente la mano sobre la nuca—. Iré al hospital a ver si alguien recuerda algo. Parecería que estuvo en coma durante dos años. Me alegra regresar a casos humanos. ¿Quieres venir?

    —No esta vez. —No quería dejar a Scott dos veces en un mismo día—. A menos que creas que necesitarás ayuda.

    —No, estaré bien. Estoy casi seguro de que han pasado cinco minutos.

    —Ya puedes venir, Gatito —anunció Henry. El niño de cinco años no se movió, sino que siguió golpeándose la nuca.

    —¿Darwin alguna vez te contactó sobre los registros que tenían los Fox? —Después de que Luana y Matheus le habían quitado a Scott a Henry, habían dejado al bebé en un orfanato y habían engañado a Henry para que creyera que había matado a su esposa. Como no era la primera vez que lo convencían de haber matado a alguien y de que su jaguar estaba fuera de control, él aceptó mantenerse alejado de su hijo por la seguridad del bebé. Recién cuando pudo recuperar a Scott, se dio cuenta de la mala situación en la que había estado el niño.

    Joshua y Janet Fox habían practicado numerosos experimentos en Scott; de alguna manera sabían que era paranormal. Aún desconocíamos cuánto sabían, cómo habían conseguido la información, qué habían hecho exactamente y por qué lo habían hecho.

    Cuando Scott se había lastimado el brazo en la universidad porque estaba corriendo por el vestíbulo y se había topado con una capa de hielo, Darwin y yo lo habíamos llevado a la enfermería. El niño había echado un solo vistazo al equipamiento médico y a la camilla, y había comenzado a gritar. El único que había podido calmarlo había sido Henry.

    —No, aún no. Parece que eran terribles con las computadoras, por lo que mantenían todo en papel, y sus registros quedaron prácticamente destruidos en un incendio intencional justo antes de que los atraparan. Tal vez nunca lo sepamos.

    Había una forma de averiguarlo: había ofrecido varias veces inducir una visión que me mostrara lo que él había sufrido, pero Darwin había insistido en que era lo peor que podía hacer, considerando que los experimentos estaban diseñados para un paranormal.

    —Bueno, ya sabes qué hacer para ayudarlo a mejorar.

    Los ojos de Henry se agrandaron un poco, como si hubiera dicho algo totalmente alocado.

    —Conociste a Matheus y a Luana. No tengo idea de cómo reconfortarlo.

    —Claro que sí: haz lo opuesto de lo que ellos hacían. Solo abrázalo, elógialo y dile lo importante que es para ti.

    —No entiendo.

    —Dile que lo amas aun cuando hace cosas que están mal y siempre dile cuando estás orgulloso de él. Y, cuando tengas dudas, llama a Maseré.

    *      *      *

    Casi había decidido no ir al hospital después de haber visto las noticias. Una de las calles principales entre mi departamento y el hospital había colapsado sin razón aparente. También hubo un aumento de accidentes automovilísticos, ya fuera porque las personas veían luces extrañas o porque un grupo de cuatro o cinco autos dejaban de funcionar de repente en medio de la calle.

    En su lugar, le pedí a Henry que me llamara si la situación empeoraba o si descubrían qué estaba sucediendo. Cuando llegué al final de la escalera en planta baja, un cubo de basura comenzó a tambalearse. Lo detuve con la mano de forma instintiva. La única conclusión razonable era que algún bicho se había metido adentro antes de que Kate lo trajera desde el callejón. Con cuidado, esperando que un animal asustado saliera de un salto, levanté la tapa.

    Estaba vacío.

    Luego, las luces comenzaron a parpadear.

    ¿En serio?, pregunté en voz alta. Nada me respondió, así que coloqué la tapa y me fui.

    El tránsito estaba atascado, pero no vi nada particularmente extraño. Llegué al hospital a las seis y treinta, y estacioné en la zona para visitas. Habría llamado, pero mis teléfonos habían sido freídos, aplastados, sumergidos en agua y llevados como evidencia en múltiples ocasiones durante los últimos cinco años. Obviamente, había perdido muchos números telefónicos.

    Al entrar, hice una pausa, ya que sentía que alguien me observaba. Claro que estaba en un lugar público, por lo que era lógico que me miraran. Supuse que estaba paranoico después de lo que Marcus me había dicho.

    Había varias personas sentadas en la sala de espera, pero nadie

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