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Obsesiones Peligrosas
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Ebook105 pages1 hour

Obsesiones Peligrosas

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En estos relatos concisos, tensos y estremecedores, un amor retorcido es el origen de la violencia. El autor de origen belga/flamenco Bob Van Laerhoven, galardonado con el Premio al Mejor Libro de los EE. UU. en 2014 en la categoría “Misterio/Suspenso” y con el Premio Hercule Poirot por su polémica novela “La revancha de Baudelaire”, vincula el destino de las personas con profundos cambios sociales. Van Laerhoven se desempeñó como cronista de viajes en zonas de conflicto desde 1990 a 2003 y sus experiencias resuenan en estos relatos contundentes y electrizantes, ambientados en una Argelia devastada por la guerra en los años cincuenta, en un campo de concentración de prisioneros gitanos durante la Segunda Guerra Mundial, en un pueblo fronterizo de Perú donde robar es un arte mortal, en Liberia durante la guerra civil en los noventa, y en el Congo Belga durante un levantamiento sangriento en los sesenta. “Omnia vincit amor” (El amor todo lo conquista) dice el refrán. Pero no nuestras Obsesiones Peligrosas.

LanguageEspañol
PublisherBadPress
Release dateApr 28, 2018
ISBN9781547527304
Obsesiones Peligrosas

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    Obsesiones Peligrosas - Bob Van Laerhoven

    El corazón no late al ritmo de las letras

    Traducido por Marisa Cardón

    ––––––––

    ¿Fotos? ¿Viniste a tomar fotos de mi habitación? ¿de mí?

    ¿Dices que son para un libro? Fíjate... Hace un tiempo, cuando estábamos en Argelia, esto me habría hecho sonreír.

    Sí, en Argelia, escuchaste bien. Mira en ese cajón ahí, el último de la derecha. ¿Ves esa medalla? No te lo esperabas, eh, un viejo sasa como yo, pasados los 70 años, dormitando en la comodidad del Hogar Saint-Lambert en Bruselas. Es en serio: Alguna vez fui un boudin en la guerra sucia, a fines de los cincuenta, hace mucho, mucho tiempo.

    Ahora mi voz suena como una sierra, demasiados cigarrillos, me entiendes, pero en esa época era - como un ¡stupide Belge! —era la voz principal cuando la Legión marchaba a la batalla. ¡Un apuesto barítono!  Qué días esos, qué días...

    Nous sommes des degourdis,

    Nous sommes des lascars, 

    Des types pas ordinaires, 

    Nous avons souvent notre cafard,

    Nous sommes des Legionnaires.[1]

    ***

    ¿De qué trata tu libro? ¿Es acaso acerca de los jubilados que viven en este edificio elegante, reunidos para pudrirse en paz? Dime la verdad. ¿Eh? Es cierto que hay muchas cosas buenas en este lugar. Cuando estoy en el jardín en mi silla de ruedas, a menudo quedo asombrado por las luces que se crean entre los cristales y las piedras. Nunca pensé que los edificios pudieran ser cosas hermosas, ¿comprendes? Los edificios eran lugares donde podía ocultarse el enemigo, lugares a temer. Pero ahora, jovencito, puedo ver mi pasado en la luz reflejada en todos estos cristales. ¿Qué otra cosa tiene un anciano salvo su pasado? ¿Te importaría abrir la puerta? Sí, lo más que puedas. ¿Ves el mural en la pared del corredor? ¿El paisaje tropical con palmeras y colores uniformes y brillantes? Eso es exactamente lo que pensé que sería Argelia cuando llegué siendo un joven soldad. Pero lo que obtuve distaba mucho del sol, el mar y la arena en ese paisaje. Los jóvenes de hoy y su Santa Trinidad: sol, arena y sexo... Lo que tuvimos no se parecía en nada a eso. Las plages eran magníficas, pero nos llevaron como ganado hacia el interior, donde había una Santa Trinidad muy diferente esperando: sangre, mierda y temor. Créeme, jovencito, inmundicia como ni te imaginas. Nuestra brutalidad y su brutalidad, juro que mi garganta se seca como la lija de solo pensarlo. Mira en ese armario, por favor, saca un par de vasos, la botella está en el estante de arriba. Vamos a tomarnos un trago. Es un licor bastante bueno, te aseguro, un légionnaire los sabe distinguir. Nos asegurábamos de beber bien, incluso en Argelia, y cuando ya habíamos tomado varias copas, mi amigo Bisserund y yo cantábamos.

    Pigalle, Pigalle,

    das ist die grosse Mausefalle,

    mitten in Paris.[2]

    ***

    Sí, lo entendiste, el Sargento Bisserund era un soldado alemán, de hecho uno de primera clase; me salvó el pellejo más de una vez, ese Bisserund con su rostro anguloso y su cuerpo pequeño y fornido. Había otros Kraut en nuestra compañía, verdaderos hijos de puta, si me permites. Nuestro instructor principal, un bastardo hasta la médula, era un ex SS. A los miembros de mayor rango de la Legión les gustaban los de su tipo, eran los mejores instructores. Bisserund era un tipo extraño, te lo juro. Se pasaba cada minuto libre que teníamos con la nariz metida en los libros. Muchas veces me prometió enseñarme a leer y escribir. Más viejo se pone uno, más difícil es. Yo ya tenía veintidós años y no podía leer una sola palabra. ¿Qué pretendes? Me crié en una granja en Henegouwen, y para cuando mi padre me permitió, a regañadientes, ir a la escuela, ya estaban llegando los alemanes. Y cuando la guerra terminó, teníamos que trabajar en la granja para poner comida en la mesa. La escuela era una pérdida de tiempo. Bisserund tenía pensado compensarlo enseñándome a leer y escribir, y abrirme al mundo de la literatura. Pero estábamos en la peor parte de la guerra y el General Massu nos enviaba en un ratissage tras otro. Así que nunca sucedió. Jean-Claude, acostumbraba decir Bisserund, Jean-Claude, no tienes las manos para eso, tus manos son como las garras de un oso, esas son garras, no manos, nunca podrás sostener una lapicera. Tú te pareces un poco a Bisserund, si no te importa que lo diga, con esos rulos y esa, eh...., nariz chata. Bisserund, mi mejor amigo... Hay un parecido, sabes, por supuesto tú eres mucho más joven. Tú eres fotógrafo, tienes un ojo entrenado. Bisserund era igual, aunque no lo creas. Y ese ojo que tenía era muy útil en los momentos más imposibles. Por ejemplo esa noche en el medio del desierto, no muy lejos de Colomb Bechar, rodeados de beduinos que disparaban hacia nosotros como locos con sus armas anticuadas de carga frontal. Y por la noche sus mujeres nos volvían prácticamente locos con sus quejidos interminables. Después de un par de horas, mis nervios estaban destruidos. Ansiaba darles a esas cabezas enturbantadas su merecido, dispararles hasta despedazarlos, abrirlos con mi bayoneta, y de repente ahí estaba Bisserund, con esa sonrisa extraña suya: Mira hacia arriba garra, dijo, ¿ves las estrellas, como el fuego fatuo sobre el terciopelo? Estuve así de cerca de dispararle, pero tenía una mirada tan pícara que solo le di una palmada en la espalda, casi ahogado por la risa y tonteando conque él era mi amigo, mi maldito mejor amigo.

    ***

    La belleza, jovencito, es como dicen: necesitas tener buen ojo para distinguirla, y él la tenía, ese Sauerkraut. Toda mi vida yo tuve más bien un ojo para la mierda, disculpa la palabra. Solo Dios sabe por qué Bisserund se unió a la Legión, nunca lo hablamos, pero había estudiado medicina y quería escribir un libro acerca de nuestras experiencias cuando volviera a su país. Lo llamábamos el Sargento Baraka, que significa inmortal en árabe. Sobrevivió a todo: a los ataques con mortero, a los bombardeos en Argel, a las batallas armadas con los irascibles militantes del FLN. El Sargento Baraka podía estar cubierto en sangre, heridas y cortes, y aún así mantenerse en pie, firme como una roca. No existía una bala con su nombre escrito en ella. Mira, tengo una foto de él en alguna parte, déjame ver... Acá, ¿qué te parece? ¿Puedes ver el parecido?  ¿Aunque sea un poco? Ese rostro anguloso, esa nariz... Quizás soy yo, cada vez veo menos. Pero incluso tu voz... Y por supuesto, a él le encantaba tomar fotografías. Tú fotografías edificios, él prefería las mujeres... ¿A ti también te gusta fotografiar mujeres? Ah, ya veo. Los hombres somos todos iguales, incluso a mi edad. Hay una enfermera aquí, crème-chocola, una cosa bonita... Nosotros no se lo hacemos fácil, con nuestro mal aliento, y los otros... digamos, olores. Por momentos, el olor en estos corredores es peor que el de las letrinas en el desierto... Envejecer es una porquería, aún eres joven, disfruta de la vida, pasa más rápido que una bala... Esa enfermera, una muchacha agradable, me recuerda a una muchacha en Argel que me rompió el corazón... Ohlalá, es bonita, pero a mi edad, la belleza es como una trampa para ratas: la barra te rompe el pequeño cuello, y deja el queso un centímetro demasiado lejos, y como su olor te embriaga, tu vida se desvanece, y ese pequeño último bocado... Olvídalo.

    La belleza, jovencito, es una asesina. Yo lo

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