Las guerras de insurreccion y las guerras revolucionarias
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El libro intitulado "Las guerras de insurrrección y las guerras revolucionarias", escrito por el coronel francés Gabriel Bonnet y traducido para el ejército colombiano en 1961 por el coronel Julio Cervantes, es un minucioso compendio de la evolución histórica del uso de pequeñas unidades de combate en operaciones tipo guerrillas o comandos terrestres para propinar golpes tácticos con connotaciones político-estratégicas al adversario en el campo de batalla y en el orden superior de planificación y dirección de la guerra.
Aunque en apariencia este es un documento enfocado a fuerzas militares y de policía en ambientes de insurrección, terrorismo o guerra de guerrillas y contraguerrillas, en verdad su contenido es útil para múltiples disciplinas, verbigracia dirigentes políticos en todos los niveles, empresarios, comerciantes, publicistas, geopolitólogos, estudiosos de las ciencias políticas o sociales, analistas, historiadores, promotores de campañas políticas, directores téncios de equipos deportivos, jefes de grupos etc.
Y desde luego para lectores comunes y corrientes interesados en comprender mejor la fenomenología social y política de los entornos donde desarrolla su actividad personal y profesional.
El uso de acciones tipo guerrilla en actividades comerciales, industriales y deportivas produce interesantes réditos, estimula la competencia y desata dones de liderazgo a quien cultiva y aplica estas acciones.
Además, en el entorno social, político, económico y geoestratégico como el que caracteriza las primeras décadas del siglo XXI, en el que las vertientes del terrorismo comunista e islamista asedian la libertad humana y la democracia, es muy apropiado este libro para comprender el modus vivendi y el modus operandi de las organizaciones terroristas, sus tácticas y sus técnicas, su organzación interna, el habilidoso empleo de la guerra sicológica y la propaganda o los artilugios para negociar la paz que se aplica desde su óptica etc.
Si un líder de grupos humanos en cualquier disciplina, lee el libro Las guerras de insurrección y las guerras revolucionarias, condensa sus enseñanzas y los aplica análogamente a su labor personal y laboral, con absoluta certeza tendrá mas herramientas a mano y más ideas útiles para la creatividad, la constancia y la motivación con ejemplo permanente hacia sus dirigidos.
En síntesís, este es un texto que no debe faltar en la biblioteca personal de los emprendedores, a la par con las demás obras que componen la colección Liderazgo y Estrategia, de la cual este volumen es el N° 21.
Gabriel Bonnet
El coronel francés Gabriel Bonent (1899-1975) fue un distinguido oficial de Estado Mayor del ejército de Francia con amplia experiencia militar en el campo de batalla y uno de los mas profundos estudiosos estrategas del siglo XX de los fenómenos atinentes a la guerra revolucionaria, hoy mas conocida como guerra asimétrica, guerra de cuarta generación, guerra subversiva o guerra de guerrillas.Su obra cumbre es el libro Las guerras de insurrección y las guerras revolucionarias en el cual realiza un trasiego histórico desde las primeras formas de guerrillas en las antiguas Grecia, Roma, Judea pasado por las revoluciones francesa y estadounidense, la Comuna de parís, la revolución bolchevique, hasta llegar a la revolución china de Mao Tse Tung, las derrotas francesas en Indochina y Argelia y las premoniciones de lo que significaría para la seguridad mundial la ambiciosa expansión marxista-leninista orquestada desde el Kremlin contra el mundo libre, por medio de las guerras de guerrillas, la propaganda y el sabotaje permanente.
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Las guerras de insurreccion y las guerras revolucionarias - Gabriel Bonnet
Las guerras revolucionarias y las guerras de insurrección
Coronel Gabriel Bonnet
www.luisvillamarin.com
Ediciones LAVP
Las guerras de insurrección y las guerras revolucionarias
© Coronel Gabriel Bonnet
© Ediciones LAVP
www.luisvillamarin.com
Tel: 9082624010
New York- USA
ISBN: 9780463667521
Smashwords Inc.
Hecho del depósito de ley. Sin autorización escrita del editor, no se podrá reimprimir esta obra ni total, ni parcialmente por ninguno de los medios escritos, reprográficos, impresos, de audio, fílmicos, sonovisos, o electrónicos. Todos los derechos reservados.
ÍNDICE
PREÁMBULO
Las constantes de la insurrección
Las causas de la insurrección y el catalizador
Las formas, la fuerza y las debilidades de la insurrección y de la contra-insurrección
La guerra de guerrillas y revolucionaria
Oriente: de la China a Grecia
La guerra de independencia americana
Los orígenes del conflicto
La guerra por la independencia
La insurrección de los vendeanos y la Chuanería
Las causas del conflicto
Las operaciones
Organización y táctica de los chuanes
La pacificación de Hoche
El marxismo-leninismo
El marxismo
Lenin, Trotsky, y la estrategia de la rebelión
El período staliniano
Las experiencias de Yugoeslavia y de Grecia
La experiencia griega
Mao Tse-Tung y la experiencia china
Mao Tse-Tung, el hombre y el jefe
Mao Tse-Tung, el estratega
─Mando, organización y táctica de los irregulares
Las transformaciones del ejército revolucionario chino
El drama de Indochina
El Vietminh
El Cuerpo expedicionario
El drama argelino
Los orígenes de la rebelión
La organización rebelde
Las fuerzas francesas
CONCLUSIÓN
BIBLIOGRAFÍA
Sólo los necios menosprecian la experiencia ajena
.
Bismarck
*****
Lo esencial del marxismo, su alma viva, está en el análisis concreto de una situación concreta. De ello se deduce que si no se comprenden las particularidades de la guerra revolucionaria, es imposible conducirla, dirigirla por el camino de la victoria
.
Lenin
*****
La guerra es lucha de pueblos, no solamente de ejércitos. Se estudia, se organiza y se conduce, pero para comprenderla bien hay que abarcarla en su conjunto, considerando todo lo que ella implica
.
Foch
*****
Hay que instruirse con la experiencia de los demás
.
Mao-Tse-Tung
PREÁMBULO
Decir que los adelantos técnicos y científicos, ante los cuales se abren muchas veces abismos insondables, provocan verdaderas convulsiones en todos los campos, especialmente en el de la estrategia, es un lugar común. Parece que podría pensarse, como sí los acontecimientos obedecieran a una concatenación ineluctable, que las bombas A y las bombas H y los cohetes intercontinentales o intersiderales conducen a un cataclismo planetario.
Sin embargo, afortunadamente no es así, porque estas armas de destrucción masiva alejan cada vez más las perspectivas de una guerra atómica que sería, en verdad, una especie de suicidio colectivo. En cambio, hay otra forma de guerra, inmensamente más probable, que estimula la nerviosidad de las naciones: la guerra revolucionaria, que plantea problemas en términos nuevos.
Frente a la estrategia destructiva, parece ser la clave, la pieza fundamental de otra estrategia, quizá más genial, que conquista provincias y poblaciones enteras sin valerse de la fuerza bruta.
A pesar de que muchos, fieles a la tradición clásica, le conceden poca atención, constituye el mayor progreso que se ha realizado en el arte militar. Se insinúa y se instala en todas partes, de todo se vale y todo lo contamina, pero a diferencia de las enfermedades contagiosas que no reinciden en el mismo paciente, no confiere inmunidad alguna.
Puede resurgir mañana en una nación, sin que tenga por ello mejor capacidad de resistirla; por su debilidad fingida y su ingenio engañoso, hace pensar más bien en un encuentro de judo. Este es la forma moderna del Jiujitsu, uno de cuyos principios es el de ceder ante el ataque y desequilibrar al adversario, para vencerlo sin esfuerzo.
El judoka no teme a ningún Hércules: lo domina con su técnica superior. Su asombrosa soltura, su intuición de los golpes, la aristocracia de sus gestos, precisos y eficaces, le permiten acompañar todos los movimientos de su rival, que casi nunca encuentra ante sí nada más que el vacío. Si por casualidad el enemigo logra aferrarlo y trata de aprovechar su superioridad física, se desploma ante él para atacarlo luego por la espalda y derribarlo rápidamente.
La guerra revolucionaria, como el judo, hace gala de una habilidad y una finura que nunca han sido sobrepasadas. De victoria en victoria, va adquiriendo un prestigio y una preponderancia incontestables. En un conflicto futuro, ella es, entre todas las formas de lucha, la que se impondrá con más amplitud y más frecuencia, y tanto más cuanto que el porvenir le traerá nuevos perfeccionamientos.
El desarrollo de las técnicas y la exasperación de las idee logias le imprimirán un carácter cada vez más cruel. Si hasta el presente se ha conducido en coordinación con operaciones clásicas, mañana podrá enlazarse con operaciones que empleen armas atómicas tácticas. Lo que ha ocurrido en Indochina o en Argelia puede suceder mañana en Francia, pero los horrores de nuestra evolución colonial no serían nada comparados con los que, en la metrópoli, nos precipitarán al abismo. La guerra revolucionaria es, pues, una realidad y una amenaza permanente.
Ya es hora de que la comprendamos, para construir una nueva doctrina militar. Ella y los factores técnicos y científicos son las bases en que, en adelante, han de fundamentarse las hipótesis de nuestra defensa nacional si no queremos, a costa de hecatombes espantosas y escondidos tras una fachada que se derrumba, despertarnos —según la expresión de Foch— sorprendidos de estar en un navio imposible de salvar ante las borrascas de la guerra nueva
.
En verdad, no hay nada estático
, y el arte militar, más que ningún otro, es la imagen misma de la movilidad. El apego a los dogmas —dice el general Fuller— ha destruido más ejércitos y ha hecho perder más batallas que ninguna otra causa
. Por esta razón sólo una revolución en la doctrina nos permitirá encontrar los caminos que conducen a la salvación del país.
Los grandes conflictos de la historia demuestran que a menudo la victoria depende de la superioridad de una doctrina militar. ¿No fue esta superioridad la que, en 1940, permitió a los alemanes derrotar a un ejército demasiado apegado a un concepto obsoleto de la guerra? ¿No explican sus triunfos Scharnhorst y Gneisenau por la aplicación de la estrategia de Napoleón y de la revolución francesa?
Las victorias de las legiones romanas sobre la falange macedonia y las de los arqueros ingleses sobre los caballeros de la Edad Media, ¿no son también victorias de la doctrina? Nos interesa, pues, romper con la rutina, conocer bien esta guerra insurreccional y revolucionaria que nos abre un campo ilimitado de investigaciones, explorar bien todas sus posibilidades técnicas, analizar todos sus componentes, estudiar su orientación y su coordinación.
Para adelantar este estudio, hay que apelar necesariamente al pasado. Del conjunto de las luchas insurreccionales y contra-insurreccionales se desprenden grandes lecciones, siempre valiosas y muchas veces olvidadas.
Pero, frente a este inmenso cuadro, ¿cómo penetrar hasta el corazón mismo de las cosas, evitando la banalidad del tema manoseado?
Hacer que a una revolución o a una insurrección suceda una segunda y luego una tercera revolución o insurrección, sería exponerse a inútiles repeticiones. No podría tratarse, pues, de repetirlas todas, desde miles de años otras, y de presentar, así fuera a grandes rasgos, las teorías de las guerras de insurrección y revolucionarias, con todo su voluminoso aparato de erudición y de discusiones críticas.
En esta ojeada, necesariamente muy incompleta, hemos querido, pues, presentar un resumen sencillo, sin pretensiones científicas, evitando la terminología pesada, basándonos, sine ira et studio, en la luz irrefutable de los hechos, y deduciendo enseñanzas posiblemente aplicables a los problemas actuales.
A este fin, trataremos:
─ Primero, de dar un vistazo muy general a la historia de la insurrección y la contra-insurrección, para indicar las dimensiones de su extensión y aislar constantes que muestren los aspectos con que se presentan las insurrecciones y las contra-insurrecciones y hagan resaltar las causas que las producen o las hacen fracasar, las condiciones que les son necesarias, los medios que aseguran su éxito.
─Luego, de observar su desarrollo, limitándonos deliberadamente a algunos ejemplos típicos, tomados sobre todo de la antigüedad romana y de la historia moderna; finalmente, de estudiar los elementos esenciales de la doctrina marxista-leninista, que explica el origen, la intimidad y las peripecias del drama actual, antes de ilustrar la aplicación de la guerra revolucionaria contemporánea con casos reales tomados entre los más característicos de las experiencias: rusa, yugoeslava, griega, china, indochina y argelina. Francia encuentra allí una gran lección qué recordar y una gran experiencia en qué meditar.
PRIMERA PARTE
LAS CONSTANTES DE LA INSURRECCIÓN
No hay nada nuevo bajo el sol: lo que era verdadero hace dos mil años, no ha dejado de serlo. Salustio, el historiador de la lucha de los romanos contra Yugurta, dibuja un retrato de los Númidas de entonces que se aplica a la perfección a los fellagha de hoy. La semejanza es sorprendente: los mismos rasgos de carácter, los mismos procedimientos tácticos, las mismas estratagemas.
No se equivocaban nuestros generales de 1830 a 1850 cuando estudiaban al historiador latino para tomar de él útiles lecciones sobre los principios que orientaron la política de Roma ante sus provincias, y deducir lo que debían hacer para imponerse a su más temible adversario, el emir Abd-el-Kader, que dirigió durante más de catorce años una lucha encarnizada contra ellos.
A pesar de quienes la niegan, la historia —tanto la de los hechos como la de los hombres —se repite sin cesar. El mundo cambia, pero, como la naturaleza, sigue estrechamente sometido a leyes inmutables, a constantes; constantes generales que se aplican a todas las épocas y a todos los países, y constantes locales que se implantan en aquellas y llevan el sello de una nación.
Todas estas constantes rigen las convulsiones históricas de la antigüedad, y reaparecen entre las tempestades de los tiempos modernos como taras firmemente arraigadas en las sociedades, todavía surgen de las rivalidades que engendra el siglo XX. Siempre y en todas partes los errores suceden a los errores, los fenómenos insurreccionales siguen siendo semejantes a sí mismos y traducen los mismos vicios del estado social, una misma identidad orgánica, un mismo pensamiento, un mismo objetivo.
Producen invariablemente los mismos efectos, y originan acciones casi idénticas. Siempre y en todas partes ponen en juego, por vías inmutables, los mismos procedimientos de lucha, iguales mecanismos, los "mismos resortes ocultos, los mismos personajes.
CAPITULO PRIMERO
LAS CAUSAS DE INSURRECCIÓN Y EL CATALIZADOR
I. LAS CAUSAS DE INSURRECCIÓN
Necesariamente, todo lo que vive evoluciona. Los pueblos, como organismos vivos que son, nacen, crecen y se adaptan a su medio, y luego envejecen y entran en decadencia si conservan leyes e instituciones que ya no les convienen; quedan entonces sujetos a antinomias innumerables, a acciones y reacciones continuas.
A veces, víctimas de una descomposición lenta o de una brusca sacudida, se estremecen de ardor belicoso y se convierten en el más peligroso instrumento de las pasiones. No hay ninguno que no haya padecido sus efectos, y cuya historia no contemple guerras insurreccionales.
¿Cuáles son las causas de esas guerras? Es interesante determinarlas, puesto que del conocimiento de la enfermedad ha de emanar lógicamente el del tratamiento apropiado. La historia muestra que se originan en antagonismos políticos, sociales, religiosos y económicos, capaces a menudo de inflamar los espíritus y de determinar una explosión.
LOS ANTAGONISMOS POLÍTICOS Y SOCIALES
La explosión siempre tiene, explicación. Estalla entre un pueblo descontento, y hay errores que maltratan y violan su dignidad: se le impone silencio, se le desconocen derechos políticos, hay desigualdades sociales excesivas.
Dos hechos antagónicos dominan la búsqueda de un equilibrio social justo: la autoridad y la libertad. Negar la autoridad es romper el vínculo social y exponerse a la anarquía; negar la libertad, base indispensable del orden social, es implantar el despotismo. La anarquía y el despotismo encierran, a títulos diversos, el germen de la revuelta. La experiencia muestra que un régimen débil propicia la anarquía y estimula los egoísmos. Es incapaz de adaptarse a las exigencias de su época, de distribuir equitativamente los cargos públicos y de basar la clasificación social en la igualdad de los merecimientos.
Aparecen feudos que le arrancan verdaderos privilegios y que, en una atmósfera corruptora, determinan el descontento general. Irritada, la población deja de estar acorde en cuanto a la validez de las instituciones mismas, cuya decadencia se acentúa y prepara el terreno para el despotismo. Así estén encarnados en un hombre o en una casta, todos los despotismos se asemejan y producen iguales efectos. A pesar de estar fundados en la fuerza, representan un orden frágil. Aún en el caso de que toleren una función moderadora de su
poder, tarde o temprano caen en la arbitrariedad, humillan a los hombres, vulneran o matan la libertad. Pero nunca logran constreñir el espíritu o encadenar el pensamiento, que prosigue a tientas su vía dolorosa nacía la dignidad. Bastan dos cosas para forzar las puertas c su poder soberano: el tiempo, y la oportunidad. La historia es elocuente demostración de los riesgos que corren.
Durante cinco siglos, el gobierno de Roma oscila entre el despotismo de los grandes y el despotismo de la plebe. La sedición popular, cuando triunfa, arranca por la fuerza al patriciado concesiones que éste recupera por la astucia, y al aumentar la irritación, la guerra civil se instala permanentemente en la ciudad.
¿Y no fue también por haber abusado del absolutismo en todas sus formas por lo que la vieja Francia feudal y monárquica se dio muerte a sí misma, mucho antes de que la sumergiera la tempestad revolucionaria de 1789? Sin embargo, los filósofos del siglo XVIII, especialmente Montesquieu, Voltaire y Rousseau, habían llamado la atención de las clases altas hacia los excesos de desigualdad que privaban al pueblo de toda participación en la cosa pública, pero ellas, en plena disolución y con una incomprensión total, rehusaron toda disminución de sus prerrogativas, rechazaron las reformas, y abrieron así las puertas a la revolución y a los crímenes que la mancharon.
LOS ANTAGONISMOS RELIGIOSOS
El fanatismo religioso también acarrea crímenes y desórdenes. Una vez desencadenado, la ignorancia sirve de alimento a su odio. No hay materia alguna en que las polémicas hayan dado lugar a incomprensiones más trágicas. Cada uno ve en su adversario a un enemigo de Dios; la sangre de los inocentes corre, y clama venganza, por todas partes.
La cruzada contra los albigenses hace estragos primero en el mediodía, en el Languedoc. Simón de Montfort emprende allí, con cincuenta mil cruzados y no sin talento militar, una verdadera guerra de exterminación, que empieza en 1209 en Béziers, donde se cuentan veinte mil víctimas, siete mil de ellas en una sola iglesia. Iguales horrores se repiten en Carcasona y luego en Lavaur, donde en mayo de 1211 se ahorca o se degüella a los herejes. A su turno, el Quercy, el Rouergue, el Agenais y hasta el mismo Périgord se cubren de ruinas. Los últimos albigenses sucumben en el castillo de Monségur, en el Ariége, en marzo de 1244.
Tres siglos después la insurrección de Lutero conmueve a la cristiandad y reanima las luchas religiosas. Desde entonces el catolicismo combate en nombre de la unidad, mientras que el protestantismo invoca la tolerancia y la libertad de conciencia; también en nombre del poder absoluto de la realeza se combate a la reforma, hijo mayor de la Iglesia considera la fidelidad a la religión católica como un sostén de la monarquía.
Después de la matanza de siete mil vaudeses en el Berry y la destrucción, que empieza en 1209 en Beziers, donde se cuentan veinte mil víctimas, desencadenan las explosiones más detestables, desde el saqueo de Vassy, el 1° de marzo de 1562, hasta el Edicto de Nantes, el 13 de abril de 1598. En París, presa del terror, en agosto de 1572, se mata ciegamente, al toque de rebato, la noche San Bartolomé, y la acción alcanza luego a las ciudades de provincias. Hay unos 25.000 muertos. 4.000 de ellos en París.
Las guerras de religión también tienen consecuencias desastrosas desde los puntos de vista económico, social y militar. Pronto degeneran en pugnas de influencia entre la Casa Real, por una parte, y las Casas de Guisa y de Borbón, por otra. Unos y otros buscan alianzas extranjeras, y ante los ojos interesados de los extraños. Francia se destroza. No hay un ejército real, sino dos ejércitos franceses, uno católico y uno protestante.
AI revocar el Edicto de Nantes el 18 de octubre de 1685, Luis XIV, a su vez, debilita a Francia y provoca la guerra civil. En 1702 los campesinos calvinistas de las cévennes, exasperados por las crueldades de que son víctimas, se levantan en, número de veinte mil contra la intolerancia, en una guerra a muerte en que no se da cuartel. El Languedoc se cubre de horcas, se incendian aldeas enteras, se devastan los campos. Los insurgentes luchan con el encarnizamiento de la desesperación, porque prefieren la muerte del soldado al suplicio de la potencia o de la rueda.
El mismo carácter de atrocidad, como un viento de muerte, atormenta las almas de los pueblos holandés e inglés, en la larga lucha que sostienen en defensa de su fe.
A pesar del poderío de Carlos V y de la crueldad de los Inquisidores, la reforma religiosa penetró a los Países Bajos. Felipe II, que también consideraba la unidad religiosa como base de la unidad política, trató de reprimir con la tortura las innovaciones que le parecían peligrosas. Con un impulso unánime, el pueblo holandés se levantó en 1564, después de la publicación de las actas del Concilio de Trento.
Felipe redobló su rigor, y envió contra Guillermo a sus mejores generales, que fracasaron ante el valor tenaz de un pueblo que combatía por su fe y su independencia.
En la Inglaterra de Carlos I las diferencias de opinión en materia religiosa también provocan una revolución, la más grande de todos los tiempos. La Iglesia Anglicana persigue a la secta presbiteriana, a cuya cabeza Cromwell, uno de los hombres más grandes de la historia, dirige una guerra santa y por sobre la corrupción de los Estuardo funda a Inglaterra, con la resistencia a la opresión y la conquista de la libertad.
LOS ANTAGONISMOS ECONÓMICOS
Pero a todo lo largo de los siglos, las contradicciones económicas internas ocupan incontestablemente el primer lugar entre las causas de las revoluciones. Las alteraciones profundas de la economía, las especulaciones de todas clases, el alza de los precios y la inflación, la desocupación y el peso de los impuestos, siempre constituyen un grave peligro social; rompen la cohesión de la sociedad, y exponen a las clases pobres a sugerencias de violencia y de odio.
La historia es una inmensa tela en que muchas veces; la miseria de las grandes masas contrasta con la riqueza de una minoría que hace ostentación de sus éxitos con una inconsciencia provocadora. Si' el contraste resulta demasiado indecente, acumula fuerzas explosivas e impulsa a la revuelta. La pugna de patricios y plebeyos no es sino la lucha de la miseria contra la riqueza. A medida que prospera la fortuna de Roma, se va acentuando la diferencia entre la riqueza corrupta y la miseria envilecida; la clase de los proletarios crece sin cesar, siempre lista a levantarse contra el Estado.
En medio de un espantoso caos, -esa otra miseria armada, los bárbaros, se lanza sobre Roma y propone la repartición. Cuando Etienne Marcel, preboste de los mercaderes, levanta en 135? a los parisienses, aquello es la protesta de la miseria contra los dilapidadores, desde todas partes y en un mismo impulso.
En el mismo instante más de cien mil Jacques, harapientos y con el estómago vacío, truecan el arado por la pica. La revolución de 1789 también tiene estrecho contacto con la miseria. Los obreros a duras penas ganan lo suficiente para no morir de hambre. La desocupación impera en todas partes: en Lyon hay 20.000 obreros sin trabajo y 15.000 en Abbeville. En París hay 120.000 mendigos.
La incesante manipulación del papel moneda provoca inflación y carestía. La situación se agrava con la cosecha de trigo de 1788, que después de un invierno muy crudo y lluvioso resulta muy mala. Los precios suben y alcanzan niveles tres veces más altos en abril de 1789 que en abril de 1787; en general, el alza es como de un 50%. El índice de precios pasa de 90 en 1787 a 130 en 1789.
Así se multiplican los problemas, atizando la inseguridad en todas partes.
El 1846 hay fenómenos semejantes que nuevamente propician una situación explosiva. El precio medio del trigo, cuya cosecha fue pésima en 1846, sube de 20 a 29 francos por hectolitro en 1847, y las enfermedades de la papa eliminan casi por completo un artículo esencial. Entre tanto, la crisis se generaliza: los encajes bancarios se reducen de 252 a 57 millones, el comercio y la industria restringen sus actividades, las quiebras, la especulación y el acaparamiento agravan la miseria, los desocupados se cuentan por miles, y los salarios disminuyen en momentos en que se duplica el precio del pan, alimento esencial.
Las clases trabajadoras, irritadas, orientan sus iras contra la inercia del gobierno. La república se va a estrellar ahora contra la cuestión social: para evitar la inflación, decreta un aumento de 45 céntimos por franco en los impuestos directos: esos famosos 45céntimos" levantan a los contribuyentes contra el régimen.
LAS CARGAS IMPOSITIVAS
Esta voluntad de lucha contra el impuesto se encuentra en la base de muchos movimientos insurreccionales del pasado. El fasto de los emperadores romanos, el mantenimiento de las tropas mercenarias y del populacho hambriento y cada vez más numeroso, la locura de las construcciones monumentales y de las grandes obras de utilidad pública, agotan todos los tesoros de Roma.
Se desarrolla entonces ese espíritu fiscal, insaciable monstruo de mil cabezas, que devora los recursos de las ciudades y socava todo el Imperio. La historia del impuesto, bajo las monarquías, está grabada con caracteres de sangre en las rebeliones y en las galeras. En la Edad Media, el fisco fue sumamente riguroso.
Cada vez que una ciudad o una provincia se levantaban contra los impuestos, el poder real las castigaba con una contribución de guerra. Mientras Carlos VI y el Duque de Borgoña marchaban contra los flamencos insurrectos, en 1382, las ciudades de París, de Rouen, de Troyes, de Orléans, de Blois, etc. etc., tomaron las armas para oponerse al establecimiento de los gravámenes que se les habían señalado. Derrotados los flamencos en Rosbecque, el Ejército victorioso se dirigió a París y tomó posesión de él como de una ciudad conquistada.
Trescientos de sus más ricos burgueses fueron ahorcados, ahogados o decapitados, y se confiscaron sus bienes. Los